Piel, cartón y fuego
Quién no ha deseado en alguna ocasión que algo inesperado ocurra. Quién no ha tenido la fantasía de hacer el amor en un sitio abarrotado de gente.
Entre todos los comentarios se sorteará un masclet.
Destellos de distintas tonalidades adornaban fugazmente el oscuro cielo. Explosiones de brillantes colores: plateados, dorados, rojos, azules, provocaban las admirativas expresiones de la aglomerada concurrencia.
El gentío se hacinaba en la pequeña plaza, transmitiendo sus afectuosas intenciones de las más diversas maneras: Había quien, con su codo, deseaba acariciar el costado de su compañero; los habían que hacían piececitos dejando caer indiscriminadamente su cariño entre todos los pies de su alrededor. Lo que nunca se hubiera imaginado Víctor, era que su pecho sirviera de respaldo para una cansada espectadora.
Hacía más de tres minutos que las múltiples centellas, en forma de lágrima multicolor, titilaban brevemente dando paso a las palmeras doradas que iluminaban el nocturno cielo. Sharon admiraba todo aquello, como si no lo hubiera visto una y otra vez durante los últimos cuatro días. Sentía sus ojos resecos de tanto admirar el sinfín de monumentos, trajes regionales, fuegos artificiales e iluminaciones callejeras. Las largas caminatas por aquella ciudad mediterránea y las copas que más que menos había tomado durante las últimas noches, hacían estragos en sus doloridas piernas. Lo fácil hubiera sido abandonar, como lo habían hecho sus dos amigas, huir al hotel y refugiarse en una mullida cama tras una larga ducha. Ella no había viajado desde Dublín para perderse nada, debía aguantar en pie sin perdonar ni un detalle del último acto con el que se pondría punto y final a aquel pandemónium.
Una rápida sucesión de palmeras enlazadas con explosiones esféricas y culminadas por un millar de bólidos de brillantes colores, llevaron a la joven Sharon a inclinar la cabeza más de lo debido, con el fin de centrar aquella majestuosa muestra de luz y color en su campo visual. La forzada postura y el agotamiento de sus piernas, fueron las causantes de que terminara con su espalda apoyada en el torso de otro espectador.
Tras unos instantes, en los que la muchacha creyó que caería a consecuencia del traspiés, unas grandes manos la sujetaron con firmeza a la vez que delicadeza, de su estrecha cintura.
—I’m sorry –tartamudeó ruborizada Sharon.
Un delicado movimiento de aquellas manos la situaron en posición vertical de nuevo. Ella se miró desconcertada la cintura, observando unas varoniles manos asiéndola con firmeza de las caderas. Estas se retiraron con lentitud, rozando con las yemas de aquellos largos dedos la estrecha cintura femenina.
Sharon no pudo reprimir una sensación de ausencia. Ansiosa, giró el rostro en busca del dueño de aquellas fuertes manos. Un joven espigado, de rizado cabello negro y sonrisa sardónica, la saludó alzando una de aquellas manos que habían rescatado a la irlandesa de un golpe contra el suelo.
Las mejillas de la pecosa muchacha comenzaron a arder. Su falta de reflejos ante aquella situación tan desconcertante, la llevó a girar bruscamente, observando compungida la mochila que colgaba de su pecho.
Una nueva explosión de palmeras doradas y círculos rosados cautivaron la atención de Víctor que, tras aquel sobresalto con la pequeña rubia, se había quedado ligeramente afectado. Aquella presión sobre su pecho, aquel pequeño trasero reposando inocentemente sobre su entrepierna y aquel rostro arrebolado, habían encendido un pequeño cosquilleo en su vientre. Su mirada se desviaba constantemente del calidoscopio de colores que era la noche valenciana, a los bolsillos traseros del vaquero de la chica. Aquella manera en que se tensaba la tela tejana moldeándose a la curvatura de los glúteos, parecía llamar más su atención que la intensidad final de los fuegos artificiales.
Desde una esquina de la plaza, una ruidosa sucesión de explosiones comenzó a avanzar a gran velocidad en dirección al enorme monumento de cartón-piedra. Una serpiente de fuego reptaba rauda por la plataforma de la colosal representación. Como una anaconda que quisiera asfixiar a su víctima, el explosivo reptil se enredaba entorno al cuerpo de la infanta Elena de Borbón, haciendo que brotaran las primeras llamas en su cuerpo.
Sharon había olvidado momentáneamente aquellas manos que tanto la habían turbado. En sus retinas, el espectáculo de cartón y fuego, se mezclaba con aquella sonrisa de medio lado.
Víctor, acostumbrado al incendio controlado de todas las noches de San José, observaba expectante cómo el culebreo de la traca ascendía hacia la figura central de un enorme hombre de turbante, sobre el cual danzaba una bailarina ligera de ropa.
La parte baja del irónico monumento ya se encontraba salpicada de pequeños conatos de incendio, cuando una flamígera explosión envolvió por completo los majestuosos ninots centrales.
Sharon, del sobresalto, volvió a perder la estabilidad de sus piernas, yendo a parar de nuevo sobre el pecho de Víctor. Él no se consideraba una persona arrojada y mucho menos con las mujeres, pero en aquel momento, con una guapa inglesa sobre su cuerpo, con aquella cabellera rubia a escasos centímetros de su nariz, algo muy dentro de él surgió inesperadamente, haciendo que sus manos se aferraran de nuevo a las caderas femeninas.
Una súbita sequedad invadió la boca de Víctor durante los segundos en que la incertidumbre se hizo presa de sus emociones. “Una vez vale, pero dos… me tocan la cara fijo”, pensó el joven mientras aguantaba el aire en sus pulmones.
“Este chico va a pensar que soy idiota o que tengo las piernas de arcilla”, pensó Sharon al perder el equilibrio. De nuevo, esa sensación agradable cuando las masculinas manos sujetaron sus caderas. Se encontraba rodeada de gente extraña, en un país que no era el suyo, viendo un espectáculo maravilloso e inexplicablemente, deseaba que aquellas manos no se movieran de su posición actual. Inconscientemente, su cuerpo movió levemente el trasero, apretándolo contra el paquete de aquel muchacho. No lo podía jurar, pero la irlandesa creyó sentir algo contra las carnes de sus nalgas. El aire se detuvo en sus pulmones cuando sintió cómo aquellas manos se deslizaban lentamente hacia su vientre, rodeando su cintura en un abrazo.
Entre las altas llamas se podía distinguir aún la enorme figura del hombre del turbante. El calor del fuego se dejaba sentir en el sonrojado rostro de Sharon; un calor que se confundía con el que comenzaba a arder en su interior. La piel de la cara comenzaba a molestar y los ojos se secaban con rapidez, tanto por el calor generado como por la imposibilidad de la chica de parpadear, perdiendo de vista el flamígero espectáculo.
Víctor hundió su nariz tras la oreja de la joven extranjera; inglesa, pensaba él. Inhaló el aroma a champú, humo y cenizas. Frotó delicadamente la punta de su apéndice contra la fina piel del lóbulo femenino.
Sharon estaba paralizada por la osadía de aquel muchacho. Los latinos tenían fama de lanzados pero, es que estaban junto a una multitud de personas. Posó sus propias manos sobre las del joven con la intención de separarlas de su cuerpo con delicadeza. No deseaba montar un espectáculo. Las yemas de sus dedos tantearon el reverso de las fuertes manos, sintiendo la calidez que desprendían. Una súbita vergüenza se apoderó de Sharon. Sus palmas sudaban profusamente, al contrario que aquellas secas y tersas manos que la sujetaban.
El contacto de las yemas de los dedos femeninos, fue interpretado por Víctor como un consentimiento tácito a continuar el camino iniciado. Con un rápido movimiento, intercaló las posiciones de ambas manos. Ahora, las palmas de Sharon reposaban sobre su propia cadera, mientras que las grandes manos de Víctor cubrían por completo el dorso de las pequeñas extremidades femeninas.
El corazón de la muchacha pareció detenerse súbitamente, cuando sintió que la posición de las manos se invertía siendo abrazada por aquellos cálidos brazos. Las vigas de recia madera, que servían de armazón al monumento, iban apareciendo a medida que el cartón-piedra se consumía.
El calor comenzaba a ser molesto. Sharon, no sabía si era por la enorme hoguera que ardía a escasos metros de su posición o por el sinfín de emociones que se arremolinaban en su interior. Con delicadeza, las manos masculinas tomaron las de la joven Irlandesa, llevándolas sobre el cierre del pantalón vaquero. El abrazo se cerró aún más sobre la muchacha.
Víctor no sabía muy bien qué estaba haciendo. Aunque no le habían partido la cara de momento, no tenía nada claro a dónde conducía todo aquello. Como juego había sido sensual y divertido, pero aquel trasero redondito apretándose contra él, estaba despertándole instintos que no eran muy adecuados en una plaza atestada de gente. Inspirando con fuerza, se decidió a dar el siguiente paso. Con deliberada lentitud, recorrió con la lengua toda la longitud de la unión entre la oreja y la cabeza, terminando por introducirse en la boca aquel diminuto lóbulo, adornado por un pequeño pendiente de plata.
Sharon pensó que todo aquello debía ser un sueño. No sabía si uno placentero o una mala pesadilla. Rodeada por miles de personas, se sentía tremendamente indefensa y lo peor era que su cuerpo parecía no compartir sus sentimientos. Sintió aquella ardiente mejilla rozar su cuello mientras le lamían la oreja y sus piernas comenzaron a flaquear de nuevo. “No puede ser. Aquí no”, pensó Sharon, identificando el cosquilleo de su bajo vientre, al que en pocos segundos acompañó una creciente humedad en su entrepierna.
La rasurada mejilla de Víctor se adelantó, posándose sobre el ardiente moflete de la rubia muchacha. Ella ya no podía seguir aguantando el aliento, por lo que exhaló un profundo suspiro. El joven, interpretando aquel suspiro en su conveniencia, apretó más a la delgada muchacha contra su pecho. Sharon se sentía embriagada: el calor de la pira, el masculino aroma del joven y la intensidad de aquel lazo sobre su pequeño cuerpo, hacían que la cabeza le diera vueltas.
Su desconcierto iba en aumento. De un lado, su cuerpo estaba reaccionando de una manera totalmente autónoma; de otro, los nervios cada vez la estaban bloqueando más, sin encontrar una salida lógica para aquella locura. Ahora sí estuvo segura de notar una dureza contra su nalga izquierda. Sus sudorosas manos, bajo las protectoras y cálidas palmas masculinas, transpiraban cada vez más, incrementando la inseguridad de la nerviosa irlandesa.
Los labios masculinos se posaron sobre la mandíbula de la joven. Viendo la pasividad de ella, el alto muchacho comenzó a lamer desde la oreja hasta el mentón femenino, recorriendo con deliberada lentitud cuanta cálida piel se encontraba al alcance de su húmeda lengua.
Sharon no sabía si salir corriendo o rendirse a las sensaciones que le llegaban desde sus entrañas. Por el rabillo del ojo, vio cómo la gente de su alrededor comenzaba a recular incomodada por el ardiente fuego. La masa de individuos se compactaba, reduciendo el espacio libre entre unos y otros.
Víctor observó a su alrededor. Algunas personas habían roto en llanto. El esfuerzo de todo un año de intenso trabajo perecía siendo pasto de las llamas. Al mismo tiempo, un nuevo periodo, una renovación, comenzaba ofreciendo nuevas oportunidades, nuevos desafíos. Culminaban en ese momento cuatro días de intensa fiesta, de completo desmadre, de carreras, procesiones, ruidos, colores, de profunda transformación de aquella ciudad mediterránea.
El agobio por la presión del gentío iba en aumento. Sharon, Cada vez se sentía mejor entre aquellos fuertes brazos que la protegían levemente de empujones y codazos. “Si es agradable, si no me han obligado a nada, si mi cuerpo responde encantado, ¿por qué no me dejo llevar? ¿Por qué no paso de toda esta gente que no me conoce y disfruto este momento?”. La cabeza de la joven Irlandesa era un hervidero de pensamientos contrapuestos.
El intenso calor, procedente de la inmensa hoguera y la excitación, hacían que la respiración de la ruborizada joven fuera jadeante. Víctor, con su boca sobre la barbilla femenina, percibió la dificultad en el respirar y creyéndola una nueva concesión, incrementó las atenciones sobre aquella dispuesta extranjera.
Las palmas masculinas liberaron el abrazo que mantenían sobre las pequeñas manos de pálida piel. Con facilidad, bordearon el final de la camiseta de algodón, introduciéndose bajo esta. Sharon se estremeció cuando aquellas cálidas extremidades contactaron con su frío estómago, cubierto del intenso calor por la mochila que colgaba de su pecho. “Menos mal que por lo menos no me suda la barriga”, pensó la joven mientras no podía evitar un placentero suspiro, provocado por las yemas de aquellos dedos acariciando la fina piel de su vientre y su ombligo.
Perdiendo el último hilo de cordura, Sharon giró el cuello lo suficiente para que la boca masculina pudiera apresar sus labios resecos por el intenso calor. La humedad de aquella lengua, perfilando el exterior de su pequeña boca, fue todo lo que necesitó la entregada muchacha para romper cualquier atisbo de inhibición.
Aquellas grandes manos que la estaban torturando desde hacía un buen rato, ascendieron hasta acomodarse en los costados de sus pequeñas tetas. Las poderosas palmas oprimieron tiernamente mientras Las ardientes yemas acariciaron la suave piel que el sencillo sujetador dejaba libre, buscando con delicadeza aquella frontera entre los dos montes gemelos.
La muchacha respondía como podía a los ardientes besos de aquel alto latino, que inspeccionaba la oquedad de su propia boca con una lengua cálida e incisiva. El interior de sus sonrojados carrillos, su paladar, toda su boca, quedó al alcance de aquel lúbrico invasor, ante el cual su pequeña lengua no podía poner oposición alguna. Sharon no podía evitar que sus dedos, presos de los nervios, torturaran las trabillas del pantalón tejano mientras que su consciencia iba poco a poco abandonándola, desplazada por aquel intenso cosquilleo de su bajo vientre.
Los habilidosos dedos de la mano izquierda buscaron el pecho derecho bajo la fina prenda que lo cubría. No tardaron en alcanzar su objetivo, acariciando con sutileza un pequeño pezón, que demostraba su agradecimiento endureciéndose contra la fina piel de las yemas de aquellos dedos que colmaban de sutiles atenciones las sensibles cúspides. La mano derecha, más osada, atacó directa al objetivo final de aquella partida. Sharon tenía sentimientos enfrentados: se sentía en la gloria pero, al mismo tiempo, estaba aterrorizada por la inseguridad que aquella situación le provocaba. Cuando la joven quiso despegar sus labios de la masculina boca y quejarse por la osadía de aquella mano inquieta, ya era demasiado tarde. El botón de su pantalón vaquero había sido desabrochado y unos largos y delgados dedos jugueteaban con la cinturilla de sus braguitas. Su reacción fue abrazarse a la mochila con fuerza para que nada de lo que sucedía en su pantalón pudiera ser visto por la multitud que abarrotaba la plaza.
Sin poder poner oposición, cedió de nuevo a la insistente lengua que llamaba a la puerta de sus labios. Acogió en su cálida boca aquella insidiosa humedad que la estaba poniendo cada vez más nerviosa o tal vez, cada vez más excitada. Los delgados tentáculos, acariciaron la sensible piel marcada por el tenso elástico de la prenda íntima. Los dedos se movían lentamente, recorriendo con deliberada parsimonia cada milímetro de fina piel hasta rozar los primeros vellos púbicos.
Víctor sintió en las yemas de sus dedos la suavidad de un monte de Venus bien recortado. Aunque al igual que el estómago, aquella parte también había estado cubierta por la mochila, la temperatura de la piel del pubis era mucho mayor que la del resto del cuerpo. Con paciencia, su mano izquierda fue adentrándose en las intimidades del sujetador, apresando por completo el pecho en su cálida palma, sobre la cual podía sentir la dureza del pétreo pezón. Alzó con delicadeza el firme pecho como si lo sopesara. Con una dulce presión, atenazó la tierna carne en el interior de su cálida palma, transmitiendo todo el deseo que le despertaba la joven extranjera.
La mano derecha no buscó de inmediato el tesoro de la chica. En vez de eso, prefirió manosear la entrepierna, deteniéndose en los delicados pliegues de la suave zona. Delineó con la punta del índice el exterior de los inflamados labios mayores. Acarició las cálidas ingles, sintiendo en la palma de la mano el excitante cosquilleo de un suave monte púbico. En aquellas circunstancias, hasta la suave fricción del antebrazo masculino en el firme vientre, resultaba estimulante para la joven irlandesa.
Sharon no podía creer lo que le estaba pasando. Aquello era una película surrealista, en la que ella tan solo asistía como espectadora. Un atractivo moreno le manoseaba con pericia su pecho por debajo del sujetador, al tiempo que acariciaba con destreza su intimidad, sin que ella supiera si pararle o incitarle a que continuara. Su propia lengua tenía vida autónoma y se unía a la humedad de aquel muchacho como si se conocieran de toda la vida. Piel con piel, boca contra boca, la mente de Sharon giraba vertiginosamente huyendo de la consciencia arrastrada por el sinfín de sensaciones.
Los restos de la vicepresidenta del gobierno se consumían lentamente, devorados por las llamas de la pira. Sharon sintió cómo su entrepierna ardía cada vez con mayor intensidad, debido a las caricias de los hábiles dedos y a la anticipación de atenciones más profundas. A estos no les costó trabajo franquear la barrera que suponían sus dilatados labios mayores, separándolos con desesperante lentitud. Un avezado apéndice se introdujo en sus humedades, explorando con paciencia y delicadeza, toda la húmeda vulva. Las primeras atenciones fueron para los recién flanqueados labios mayores. Un diestro dedo, recorrió toda la longitud, primero del cálido interior del labio derecho para cambiar posteriormente al izquierdo. En busca de cálidos fluidos, el joven se acercó a los labios menores, los cuales encontró perfectamente lubricados, propiciando que aquellos diestros apéndices profanaran la entrada a las profundas intimidades de Sharon.
El trasero de la rubia se agitaba inconscientemente, provocando rozamientos entre sus nalgas y el endurecido miembro del joven. Víctor, con la mano que tenía sobre el pubis femenino, traccionó hacia sí mismo, propiciando que Sharon percibiera con mayor nitidez su endurecida entrepierna. Himnos locales comenzaron a sonar por la megafonía de la atestada plaza. Víctor y Sharon pasaban por una pareja más, algo melosa, pero nada fuera de lo normal. La precaución de la extranjera frente a un posible hurto, había propiciado que con la mochila sobre el pecho las maniobras del muchacho quedaran ocultas a la mayoría de los observadores.
Aquel pequeño cuerpo cada vez vibraba más intensamente entre los largos brazos de Víctor. Las intimidades femeninas eran exploradas por dos dedos, el trabajo de los cuales era identificado claramente por la sensibilidad de la chica. El pulgar hacía suaves pasadas por su inflamado clítoris, moviéndose de arriba abajo o en círculos, daba igual. Cada sutil roce despertaba un sinfín de breves descargas que cosquilleaban por todo el sensibilizado cuerpo. El índice se había atrevido a penetrar en las profundidades de su femineidad tras acariciar sus sensibles labios menores. En aquella oquedad se podía sentir a la perfección la calidez y rugosidad de la estrecha gruta. Los brazos de Sharon, atenazados en un fuerte abrazo a su propia mochila, le picaban, presa del calor de las altas flamas de la falla.
La estructura principal se desmoronó, cayendo sobre sí misma. El intenso calor y el estrépito causado, disimularon el profundo jadeo de Sharon, cuando un segundo dedo acompañó al índice en el interior de su intimidad. El sobresalto la llevó a morder con violencia el labio inferior de Víctor. Él, interpretando que el final estaba cerca, aceleró el movimiento de su pulgar sin romper la cadencia de los dos dedos que invadían la ardiente cueva de Sharon.
El orgasmo inflamó a la joven como si su cuerpo hubiera comenzado a arder desde el interior. Una ola de candente magma la cubrió de pies a cabeza, sensibilizando cada poro de su piel y cada terminación nerviosa de su cuerpo. Apretó con fuerza la mochila sobre su tenso vientre, atenazando con sus mandíbulas la carnosa boca del alto latino. A medida que la ola arrasó las entrañas de Sharon, sus cansadas y doloridas piernas se aflojaron por unos segundos, incapaces de sostener su liviano peso.
Recuperando el aliento, la irlandesa apoyó la nuca en la clavícula del alto joven, respirando sofocadamente. Nada quedaba del monumento que había estado admirando hacía unos minutos. Una montaña de brasas, de la cual surgían altas llamaradas aquí y allá, era todo lo que quedaba de la impresionante escultura de cartón-piedra.
Víctor, con delicadeza, extrajo las manos de los puntos estratégicos que había estado acariciando y masajeando, para rodear la cintura de la menuda joven. Ella no pudo reprimir un suspiro, aplastándose más aún sobre el pecho de aquel improvisado amante. Sentía perfectamente la dureza palpitante de la entrepierna masculina así como la protección y calidez del cariñoso abrazo.
Con disimulo llevó su mano hasta colocarla entre su propio trasero y el paquete del joven. Tras recorrer con las yemas de sus dedos la oprimida virilidad, ahuecó la palma de la mano para adaptarla al bulto que había palpado. Con lentas caricias fue frotando el duro miembro sobre la tela de los pantalones. Unos agradecidos labios se apoderaron del cuello femenino, iniciando una nueva elevación de la excitación de Sharon. Ella aceleró los movimientos sobre la entrepierna masculina al mismo tiempo que giraba la cabeza, volviendo a buscar aquella jugosa boca.
Para Víctor, no era la situación más cómoda del mundo, teniendo a su palpitante amigo encerrado en los ajustados tejanos. Lo morboso e inesperado de toda aquella situación, había elevado su excitación sin importar que los movimientos de aquella pequeña mano fueran erráticos. No pasó mucho tiempo hasta que Sharon sintió cómo el abrazo sobre su cintura se intensificaba y una profunda exhalación llenaba por completo su boca. A través de la gruesa tela del pantalón, no fue fácil detectar la humedad, pero Sharon estaba completamente segura de que aquel joven había explotado como uno de aquellos brillantes fuegos artificiales, expulsando todo el fuego de su interior.