Pidiendo guerra

No sé cuantas pollas habría ya mamado...

Tengo 27 años y trabajo desde hace dos en un centro de jardinería de una localidad de las afueras de Madrid. Ni se me había ocurrido ligar en el puesto de trabajo hasta que una mañana, reponiendo material junto a la entrada del centro, le vi. Tendría unos 17 ó 18 años e iba acompañado de sus padres. No era amanerado pero había algo en su ropa y en su forma de moverse que le delataba. Al pasar junto a mí nos miramos fijamente durante un largo rato, lo que le hizo quedarse atrás y que su padre le metiera prisa y a mí no se me ocurrió otra cosa que seguirle, aunque intentando disimular para que nadie se diera cuenta. Escribí el número de mi móvil en una de las tarjetas del centro y, aprovechando que se había quedado solo al meterse por uno de los pasillos llenos de plantas, le metí la tarjeta en uno de los bolsillos de atrás de sus vaqueros. Fue una maniobra muy rápida, pero aproveché y le sobé de paso el magnífico culo que marcaban los pantalones.

Se marcharon poco después y entonces recibí el primero de los SMS en los que me preguntaba si nos podíamos ver. Después de varios envíos, algunos muy calientes por mi parte, quedamos para ese mismo día a las ocho y media de la tarde, así me daba el tiempo justo para ducharme y volver al cierre del centro para coger una de las furgonetas de la empresa ya que me lo pensaba cepillar nada más recogerle y aquellos vehículos, si bien no eran muy cómodos, proporcionaban una gran intimidad como ya había podido comprobar en un par de ocasiones. Cogí una que acababan de mandar a lavar y puse en la parte de atrás unas mantas que me había traído de casa para hacerlo todo más fácil y placentero.

Habíamos quedado en la puerta de una conocida cafetería situada en el centro del pueblo donde él vivía, a apenas unos kilómetros del centro comercial. Cuando llegué con la furgo, allí estaba ya él esperando. Llevaba una camiseta blanca de tirantes, unos pantalones cortos como de camuflaje y con muchos bolsillos y unas botas amarillas con calcetines blancos, marcando así su bronceado cuerpo y su todavía incipiente musculatura. Se subió rápidamente al verme y me sorprendió con un beso en los labios que ya me puso a mil.

Como imaginaba no tenía otro plan que el que yo tenía en la cabeza, por lo que salimos de allí y me dirigí hacia una zona arbolada de la que salían múltiples pistas de tierra que yo ya conocía pues en nuestras horas libres iba allí con un compañero que practicaba con mi coche para sacarse el carné de conducir. No éramos los únicos que a esas horas, justo antes de anochecer, se perdían por aquellas pistas. Aparqué en el lugar que me pareció más tranquilo y sin más preámbulos, le invité a pasar a la zona de atrás de la furgoneta.

Nos empezamos a besar y magrear arrodillados sobre el suelo de la furgo pero su mano enseguida bajó hasta mi paquete y en apenas unos segundos ya me había abierto el pantalón y bajado los slips. Mi polla estaba ya a tope por lo que no pudo menos que alabarla, ya que tiene un considerable tamaño y además es gruesa y circuncidada, con una forma bastante bonita. Aquello se estaba poniendo interesante y no fue necesario esperar mucho para ver cómo se la metía en la boca hasta las trancas.

No sé cuantas pollas habría ya mamado aquel chavalín, pero demostró ser todo un maestro que combinaba la succión con lamidas, mientras me la agarraba con una mano por la base o me empezaba a comer los huevos. Yo ya me había desnudado de cintura para arriba, tenía los pantalones y slips bajados hasta los tobillos y, apoyado en un lateral de la furgoneta, le dejaba hacer mientras de vez en cuando levantaba la mirada y me sonreía con verdadero vicio hasta que él mismo me propuso que me lo follase.

Le quité la camiseta y el pantalón y le volví a meter la polla en la boca en una posición que me permitía hacer a mí lo mismo, al tiempo que sobaba aquel culo glorioso, mucho más blanquito y sin un solo pelo, salvo una finísima pelusa que bordeaba el anillo de su ano, el cual fue el siguiente objetivo de mi lengua, ya que había que preparar bien aquel culito para que mi polla no encontrara resistencia y no lo hizo, porque unos minutos después apoyaba sus botas sobre mis hombros para hincársela en aquella posición siempre tan agradecida, primero con cuidado pero después con toda la intensidad de la que fui capaz y siempre siendo acogido con placer en cada embestida, pues el chico no se cortaba un pelo en demostrar lo mucho que le estaba gustando ser enculado.

Cuando follo no suelo hablar nunca pero al tener a ese chavalín tan guapo, joven y vicioso abierto así de piernas y gimiendo como una puta, empecé a preguntarle si le gustaba ver cómo me lo estaba follando y que no iba a parar hasta romperle el culo y él no se quedaba corto al pedir que por favor no parara de follarle. Sin embargo, mi postura favorita para follarme a un tío es a cuatro patas por lo que cuando vi que en aquella postura no iba a ser capaz de aguantar mucho más le coloqué y, sujetándolo por las caderas, se la volví a meter y tras un breve pero frenético mete y saca, le avisé que le iba a inundar el culo de leche, como efectivamente así ocurrió y una vez me hube vaciado se incorporó sin sacársela y se empezó a masturbar mientras yo le pellizcaba los pezones o le metía un dedo en la boca. Tras meneársela unos segundos, me pidió que lo hiciera yo, por lo que procedí a masturbarle hasta que acabó corriéndose y, como consecuencia de apretar su esfínter mientras se vaciaba, mi polla fue por fin expulsada de su culo. Nos limpiamos con unos kleenex y un largo y profundo beso puso punto y final a aquel primer encuentro.