Pídeme que te folle, porque te follaré

Continuación del último relato de título parecido. A modo de resumen de aquél: el hetero me nombra a su novia, a mí se me cruza el cable y me voy de su casa justo después de una increíble mamada.

“Llevo sufriendo desde que cerré la puerta de tu casa, sin poder borrar de mi cabeza tu imagen de pie mirándome con esos ojos que parecían no saber qué diablos había pasado. Creo que por eso sufro. Por ti. No es justo que te escriba ahora y me disculpe. No sé por qué siempre la fastidio, confundo sentimientos, me auto castigo y acabo arrepintiéndome. Porque sí, ahora mismo me gustaría estar contigo a tu lado y no haberte dejado en las circunstancias en que lo hice. Puede que sea tarde y no sabes cuánto lo lamento. Un abrazo”

Ese fue el mensaje que mandé a Jose por Whatsapp al día siguiente de haberme marchado de su casa dejándole sumido en lo que parecía tristeza y desconcierto. Sé que quise marcharme y lo hice, pero también sé que quise acercarme y besarle e incluso darle un puñetazo por el dolor que yo estaba sintiendo. Es cierto que yo he sufrido varias veces. Sufrí con Dani, mi primer novio, por aprovecharse de mí todo lo que pudo y más. Sufrí por Ojos Azules y el vacío que me dejó sin dar ninguna explicación. Y sufrí, en menor medida, por Roberto y la confusión de sentimientos. Y aunque creía estar acostumbrado, la coraza parece no funcionar. Y además esta vez, y a pesar de que conocía a Jose de cuatro veces contadas, sufría por él; me ponía en la piel del otro.

Ese dolor doble resultaba del todo incomprensible e innecesario a priori porque, ¿qué había pasado? ¿Por qué si ambos queríamos seguir con lo nuestro durase lo que durase tuve que decidir por los dos? Pues no lo sé, pero me equivocaba. No suelo hacerlo, pero cada vez que cometo un error parece acarrear consecuencias fatales. Vale sí, tampoco hay que ponerse dramático, pero joder, tenía a un supuesto hetero guapete desnudo junto a mi lado y casi entregado, y aunque hay más tíos en el mundo sabéis que encontrar la armonía con alguien es difícil, y más con lo gafe que soy yo y las desventuras que he sufrido a colación de mis relatos que algunos habréis leído ya.

Desde que le envié el mensaje miraba mi móvil de manera compulsiva. Me metía en la aplicación para ver si se había conectado y no entendía que no me respondiese al verle en línea. “Escríbeme” pensaba “aunque sea para mandarme merecidamente a la mierda” Pero no, se hacía de rogar y yo ya tenía más o menos claro que no daría ningún paso más, por mucho que se me pasase por la cabeza presentarme en su casa. Pero esa idea la deseché de inmediato para no comprometerle aún más y dejarle seguir con su vida si era lo que realmente quería. Al llegar la noche recibí por fin su respuesta:

“Fuiste egoísta y estropeaste un momento bonito.  No sé si te quisiste hacer la víctima, llamar mi atención o vete tú a saber, pero me lo has hecho pasar mal, Ángel, y he estado pensando en ti todo el día intentando averiguar qué ocurrió realmente y tratando de recordar cuál fue mi equivocación. Y sí, a mí también me encantaría estar contigo en este momento porque a tu lado se para el tiempo por esa serenidad que transmites. Nadie es perfecto y todos cometemos errores, pero gracias a lo que creo sentir por ti, no te juzgo por ellos. Si te apetece, aquí estaré esperándote”

Por supuesto que me apetecía. “Voy para allá” Y en menos de una hora pude verle al fin. Me recibió medio sonriente detrás de la puerta. En mi cara una mezcla de alegría, culpabilidad y arrepentimiento. Jose me besó entonces y todo fue mucho más sencillo. Parecía que nada hubiese pasado. “Sentémonos y disfrutemos del momento” sugirió. Y en el sofá, con su cabeza apoyada en mis piernas recuperamos lo que a punto estuvimos de perder: esa afinidad, ese sentimiento de estar a gusto el uno con el otro sin necesidad de nada ni nadie más, esa paz de la que él hablaba cuando estaba conmigo y la satisfacción y halago de tener a un tío que pensaba todo eso de mí.

-Esta tarde he vuelto a ver la película – me dijo.

-¿La de No me pidas? – pregunté.

-Sí. Me ha gustado verla de nuevo, pero esta vez tenía matices diferentes.

-Ya me imagino. Aquel momento del otro día fue genial – apunté -. Repetirlo sería quitarle magia. Yo te diría algo así como “pídeme que te bese” – añadí sonriendo.

-No hace falta que te lo pida, ¿no?

Levantó un poco su cabeza, yo agaché la mía y nos besamos. Fue algo así como el beso de la reconciliación, del perdón, del aquí no ha pasado nada. Y si todo iba bien sería el beso del preámbulo para sentir a Jose de nuevo en todo su fulgor. De ver su cuerpo desnudo, sus tatuajes cubriendo parte de su piel y, cómo no, su verga. Porque aquel era el momento de entregarnos el uno al otro, porque aunque esa fase tierna del sofá acariciándole el pelo y él cosquilleando mis piernas era casi perfecta, no podía evitar que nuestros pensamientos se evadieran de nuestra burbuja. Sin embargo, al rendirnos a nuestros cuerpos no habría cabida para nada más que no fuera satisfacernos el uno al otro.

Por ello, alargué mi mano y comencé a acariciar el torso de Jose por encima de su camiseta roja hasta llegar a su cintura y colar mis dedos hasta tocar su piel. Él se incorporó y se deshizo de la molesta prenda para juntar después sus labios con los míos mientras mis dedos palpaban su pecho. Desabotonó mi camisa y empezó a lamerme y besarme el cuello y, sorprendentemente, se deslizó y llegó hasta mis pezones. Me estremecí, y en parte porque nunca lo había hecho antes. Noté su húmeda lengua en cada uno de ellos ruborizado porque un tío como él estuviera haciéndome aquello.

Tras regalarme un beso de nuevo, aproveché para apartarme y dejarle caer a él sobre el sofá. Le hice lo mismo: comencé a chuparle el cuello, alcancé sus pezones y su vientre hasta llegar más allá, hasta donde él no se veía, todavía, capaz. Su polla estaba ya tiesa, ardiente y suave como la recordaba. Sabía que le gustaban mis mamadas, así como que a mí me encantaba hacérselas. Al igual que la vez anterior, lo hice con parsimonia, casi torturándole a tenor de sus gemidos. Le sobaba además los huevos, a sabiendas también de que no le atraía mucho que se los comiera. Él prefería que me centrara en su polla, y yo, obediente, le complacería.

Pero cuando avivé los movimientos y me la tragué entera por primera vez, Jose me incorporó. Pensé que había llegado el momento de que me follara, ya que en la ocasión anterior no logró hacerlo. Terminó de desnudarme y le pregunté que cómo quería que me pusiese.

-No, no. No te muevas. Quiero chupártela yo a ti.

-Jose, no hace falta, de verdad – le dije.

-Siendo egoísta te diré que siento curiosidad por probar. Ya sabes que nunca lo he hecho. Pero por otro lado, me encantaría aún más provocarte el placer que siento yo cuando me la comes, aunque no creo que lo haga tan bien como tú.

Por tanto, se acercó tímidamente a mi verga ya empalmada y excitada que sintió un escalofrío al notar la lengua de Jose. Aquello no podía estar pasando. Imitando mis movimientos, comenzó a chuparla despacio, deslizando su músculo por todo mi tronco o acariciando mi glande. Mi excitación era mayúscula. Jose no lo hacía mal, aunque bien es cierto que con dejar caer la lengua era suficiente. Cuando se la tragó entera ya sí que noté su falta de experiencia. La succionaba de una manera un tanto mecánica, con movimientos rápidos e instintivos que aún así no evitaban que el placer recorriera cada rincón de mi cuerpo.

-Si no te gusta, déjalo, Jose – la advertí.

Y me hizo caso, porque abandonó mi polla para volver a mis labios.

-No me entusiasma, la verdad, jajaja – reconoció -. Pero creo que porque he estado más centrado en que te gustara y hacerlo bien que en pararme a pensar que me estaba comiendo una polla.

-Te lo agradezco de veras.

-No tienes por qué darme las gracias. Es cierto que así de primeras no me gusta, pero si tú me lo pides…

-No me pidas que te la chupe…-bromeé siguiendo con la guasa de la película.

Jose se rió.

-¡Me encantas! Pídeme que te folle – continuó.

-No – contesté seco.

-¿Cómo que no? – preguntó pícaro.

-Que así no es, jajaja.

-Venga va, no me pidas que te folle, porque te follaré – se rió.

-Pídeme tú algo – sugerí.

-Bésame.

Y le besé.

-¿Y ya? – pregunté.

-Déjame que te folle.

Y me folló, claro. Sentado sobre el sofá me clavé su verga casi de golpe. Mi culo estaba ansioso por recibirla de nuevo. Cabalgaba sobre él al tiempo que podía contemplar su cara de satisfacción, de recibir entusiastas besos, de escuchar de cerca sus gemidos y percibir su aliento jadeante. Entraba y salía de mi cuerpo al compás de nuestros suspiros que se perdían haciendo ecos por el salón e interrumpidos de repente por el sonido de su teléfono móvil. Alargué el brazo hasta la mesa y le pasé el teléfono.

-Es Sara – informó – tengo que cogérselo.

Me aparté y Jose contestó. No diré lo que yo pensaba en aquel momento porque quedaré peor de lo que lo he hecho hasta ahora. Nada bueno, claro. Yo era “el otro”. Yo estaba allí desnudo y excitado mientras mi amante hablaba tonterías con su novia porque si no le respondía se mosqueaba. Qué oportuna la zorra rubia. Porque la postura que teníamos hasta hacía un minuto era envidiable. Parecía que nada ni nadie nos podrían estropear ese momento tan mágico a la par que estimulante. Porque parecía que nos correríamos al unísono sin movernos ni un ápice. Y porque parecía que la novia de Jose hubiera dejado de existir para siempre.

Pero no. Estaba más presente que nunca. Yo no miraba a Jose. Ni si quiera escuchaba. Me encendí un cigarro y me evadí en mis pensamientos. Gran error, porque pensé que quizá no sería capaz de volver a dejar que me follara por muy empalmado que yo estuviese. No le llamaba su madre. Era su novia. Una tía por la que Jose había interrumpido nuestro idílico estado. Ya no por consideración hacia mí, sino por tener la suficiente fuerza de voluntad de dejar de follar en un momento tan álgido sólo por contentar a la rubia. Qué poder tenía sobre él y qué envidia me daba por no ser yo quien le absorbiera por completo.

Sin embargo, todo cambió cuando escuché mi nombre: “te dejo, que ha venido Ángel. Mañana hablamos” le decía. “Pues no sé, como tú cenabas con tu hermana le he llamado para tomarnos unas birras” seguía. “No, no, ya nos vemos mañana. Un beso”

-Qué jodía, no ha dicho nada de venir hasta que le he comentado que estabas tú aquí.

-¿Celos? – pregunté.

-Seguro, pero me da igual. ¿Por dónde íbamos? – se insinuó.

-No le dará por venir, ¿no?

-No creo. Ya has oído que le he dicho que hasta mañana. Esta noche soy todo tuyo.

Me besó. Yo sonreí y volví a arrepentirme de mis pensamientos. De Jose me gustaban muchas cosas, pero sobre todo su capacidad de sorprenderme. No me hubiera imaginado que me la quisiera chupar y lo hizo. Y ni mucho menos que le dijera a su novia que estaba conmigo. Me sentí feliz, contento de ser el centro de su mundo aunque fuera sólo por esa noche. El mañana no importaba, porque de hacerlo, supondría lo mismo que ocurrió el día anterior.

Así que esa noche, aparte de muchos sentimientos, tocaba sexo. Su verga ya no estaba tiesa, aunque seguía con el condón puesto. Se la estimulé con mi boca y reaccionó al instante. Me la volví a clavar como antes de la llamada y de nuevo Jose y yo nos dejamos llevar. Le besé como nunca sabiendo que aquel beso, aunque pasional e impulsivo, estaba siendo correspondido con la misma efusividad e implicación que la mía. Sentir la polla de Jose explorándome no hacía más que agudizar aquel increíble trance que borró cualquier atisbo que no fuera Jose, su cuerpo, sus labios, su verga.

Se corrió él primero dentro de mí. Yo lo hice poco después descargando con pudor sobre su vientre. Necesitaba hacerlo, necesitaba corroborar esa complicidad. Nos besamos de nuevo, nos abrazamos, descansamos y esta vez sí hubo armonía, silencio y paz. Yo no pensé en nada. Jose tampoco parecía querer salir de su letargo. Pero el timbre de la puerta le sobresaltó. La zorra rubia se había atrevido a venir. Jose no quiso abrir e instintivamente apagó su móvil. Le diría que habíamos salido. Yo, por si acaso, silencié el mío. Le miré y me sonrió. No vi en su rostro preocupación alguna. Y ese era el regalo más grande que Jose podía concederme: entraba a formar parte de su vida.