Pídeme que te bese, porque te besaré
Continuación de mi anterior relato sobre mi aventura con un hetero novio de la amiga de una amiga...Qué poco original...
“Me he acercado al teclado con la idea de escribirte un mensaje muy diferente a este. Llevo un buen rato cambiando palabras. Quería decirte que era mejor que no nos viéramos en un tiempo, pero ¿mejor para quién? No puedo engañarme. También se me ha pasado por la cabeza que podemos seguir siendo amigos, pero tampoco es buena idea porque sé que sufriría. Así que después de todo, después de pensar y recordarte, de analizar lo que siento por Sara y cómo me siento estando contigo he llegado a la conclusión de que quiero y necesito volver a verte”
Ese fue el mensaje que Jose me dejó en Facebook. Ese fue el mensaje que yo más deseaba leer. Y ese fue el mensaje que me llevó a llamarle y quedar con él de nuevo. Yo quería. Él quería. No había que darle más vueltas. Lo único que medité fue en cómo continuar con la broma de la peli al verle, así que pensé en decirle algo así como "·pídeme que te bese, porque te besaré"
-¿Cómo estás? – le pregunté mientras se acercó veloz a darme un beso y echaba al traste mi estudiada frase.
-Bien tío. Tenía ganas de verte.
Sonreí y una vez cerrada la puerta de su casa nos dimos un morreo. Fue increíble. Los reencuentros suelen ser conmovedores, pero cuando ves que la otra persona tiene más ganas incluso que tú mismo se convierte en un acercamiento de lo más apasionante. Jose me agarró de la pechera y me llevó directo al dormitorio. Parecía tener muy claro lo que quería y yo no iba a negárselo. Se quitó la camiseta y se deshizo de los pantalones de chándal que llevaba dejando ver ya su polla medio tiesa, pues no se había puesto calzoncillos. Hice lo propio, aunque mi ritmo no resultaba tan frenético y tardé algo más, pudiéndome regodear mientras de aquella estampa con el hetero tatuado, desnudo y cachondo que parecía meterme prisa con la mirada.
No hubo muchas palabras esta vez. No eran necesarias en aquel momento. Su boca y la mía estaban más centradas en otros menesteres más que articular vocablos que podrían romper aquel instante tan mágico. Porque, como ya sabéis, yo soy muy ñoño y melindroso, y los ratos de sexo, aunque están bien en sí mismos, a mí me molan más si vienen acompañados de sentimientos convirtiendo el mero trance animal en un instante único, seductor y fascinante. Aunque una polla siga siendo una polla, y una mamada un acto de total impudicia, si se hacen con afecto resultan mucho más placenteras. O al menos a mí me lo parece, qué le voy a hacer.
No sé si Jose pensaría lo mismo al mostrarse tan apetente, pero no creo que él buscara sólo un polvo por mucha pinta que aquello tuviese. Y es que siguió besándome y sobándome el cuerpo con sus desenfrenadas manos que pasaban de una parte de mi figura a otra a la velocidad del rayo. Algún día le preguntaré qué pasaba por su cabeza en aquel momento. La mía rondaba la idea de comerme su polla ya. Y más sintiéndola completamente erecta rozándome el vientre ardiente y deseosa de cobrar protagonismo. Jose me había rozado ya la mía tímidamente, pero yo pasaba de eso y quería chuparla sin más.
Le empujé entonces sobre el colchón y Jose me regaló una sonrisa cómplice y lasciva. Sabía lo que venía ahora. Comencé a torturarle con mi lengua que notó su verga caliente y henchida. Su primer gemido respondió ante el estímulo de mi músculo rozándole el capullo con suavidad y con mucha calma. Jose debía haberse duchado justo antes de que yo llegara, pues no había el olor y sabor característicos. Me daba igual, su polla sabía igualmente bien. Posé mis labios sobre la corona del glande y estiré la lengua todo lo que dio de sí. Continué ensalivando el resto del tronco con toda la paciencia que yo mismo me permitía. Volvía con ella de nuevo al capullo con suaves movimientos que despertaban en Jose unos sonoros sollozos.
Mi mano entró a formar parte del juego sujetando la base con fuerza al tiempo que alguno de mis dedos acariciaba los huevos de Jose. Él se mantenía impasible, aunque se retorcía de vez en cuando como muestra de que algo le gustaba particularmente. Dejé deslizar mis labios por todo su miembro hasta sentir el duro vello de su pelvis. Repetí el mismo movimiento por el otro lado hasta dar con los duros pelos de sus huevos, a los que también lamí con dulzura. La misma con la que abandoné su polla por un instante y recorrí todo su vientre y su pecho. Llegué hasta los pezones y me detuve tranquilo en cada uno de ellos. Después besé su cuello y alcancé una de sus orejas. De ahí pasé directamente a los labios sonrientes de mi amante.
Tras esa pequeña pausa doblé mi cuerpo de nuevo y tuve la polla de Jose otra vez frente a mi boca. Ahora me la tragaría entera y de golpe para sentirle estremecerse. La noté plena dentro de mi garganta, rozando mi paladar y frotándose con el contorno de mis labios. La sacaba y metía manteniendo la calma pero disfrutándola ya en su totalidad. También sus huevos, que me comí enteros un par de veces, pero aunque igualmente apetecibles, prefería centrarme en la verga de Jose. Y así me mantuve un buen rato agradeciendo su aguante y que me dejara a mí imponer mi propia cadencia. Ya habría tiempo para más.
-Si sigues así me voy a correr – avisó.
-Pues córrete – le sugerí.
-Quiero follarte – declaró.
-Ya habrá tiempo, ¿no crees?
Y pareció convencerse y se mantuvo en su cómoda postura disfrutando de la mamada que yo le estaba infligiendo, cerrando los ojos y dejándose llevar al éxtasis e interrumpiéndolo poco después por su enérgica corrida. Y probé por fin su cálida y densa leche que no dejé escapar de mi boca mientras él emitía un gemido casi sobrecogedor.
-Joder tío – exclamó trémulo y gratamente sorprendido de que me tragara su corrida.
Sí, toda ella. Sin dejar una gota y sintiéndola resbalar desde mi lengua hasta mi garganta y saboreándola en todos sus matices. Ambos, satisfechos de momento, nos dimos algo de tregua. Me tumbé a su lado deseando que me abrazara. Y manteniendo su capacidad de sorprenderme positivamente lo hizo y me acurruqué en su regazo mientras me obsequiaba con un beso en la frente.
-¿Sabes? – Sara estaría aquí ahora sin parar de hablar o se hubiera marchado al baño corriendo.
-No me compares con Sara…
-Lo siento – me interrumpió -. He estado desacertado.
-Lo digo porque ella tendría las de perder, jeje – continué en tono de broma.
-Vaya el señor creído. No sé si sois comparables, pero la verdad es que ahora mismo estoy muy a gusto contigo. Este momento de relax, de permanecer abrazados tranquilamente sin pensar en la tele o en lo que hay que fregar o en contestar el dichoso teléfono porque sus amigas no paran de escribirle por whatsapp…Tú eres tranquilo, prudente, empatizas con la gente, tienes el don de hacer lo correcto en cada momento.
-¡Qué poco me conoces! – le interrumpí bromeando para que aquello no cobrara un cariz más serio.
-Es verdad. Me gustas. Me gustas mucho y no sé qué voy a hacer.
-¿A qué te refieres? – pregunté.
-Contigo, con Sara, con esto…
-No te agobies – le aconsejé.
-No me agobio, pero pienso en las cosas. No sé si soy gay, Ángel. Sólo sé que me gustas tú. Pero también me gusta Sara a pesar de todo.
Aunque era absolutamente comprensible, ese comentario de que le gustaba Sara me hirió en lo más profundo. Sé que soy egoísta y que no puedo cambiar a un tío de un día para otro, pero no entendí que la zorra rubia le pudiera seguir gustando. Definitivamente pensé que Jose no era gay en absoluto y que aunque yo le pudiese atraer lo nuestro no conduciría a nada.
-No te atormentes – hablé -. Lo nuestro no va a llevar a nada. Tú no eres homosexual…
-Bisexual quizá – matizó.
-Podría ser, pero no lo creo. Como bien decías, creo que he llegado en el momento preciso, en el momento en el que te sentías algo solo por Sara y sus amigas. Un momento de flaqueza sin más. Verás como en unas semanas, quizás días, me habrás olvidado.
-¿Cómo dices eso?
-No olvidarme en el sentido de no acordarte de mí, sino que te darás cuenta de que esto ha pasado y ya está, pero no lo echarás de menos.
-Eres cruel – apuntó.
-¿Ves? Piensas que soy cruel porque en el fondo tengo razón y lo sabes. Pero no pasa nada, lo mejor es aceptarlo y que ambos suframos lo menos posible.
-Tú no pareces sufrir mucho si piensas así. Aparentas que en el fondo quisieras que esto se acabe – dijo apartándose de mí e incorporándose sobre la cama.
A mí se me hizo un nudo en la garganta y la pesadumbre se apoderó de mis sentidos. Me bloqueé y no supe qué más decir. Es verdad que me hice el duro y no sé si realmente pensaba en todo lo que dije o si estaba convencido de que todo ocurriría tal como pronosticaba. Comencé a vestirme como un acto de defensa.
-¿Qué haces? – preguntó Jose sorprendido -. ¿Te vas?
-¿Quieres que me vaya?
-Buff tío, no sé qué mosca te ha picado de repente. Con esa actitud desde luego no eres la compañía que yo esperaba.
Apesadumbrado y afligido, casi con ganas de soltar una lágrima, acabé de vestirme. No fui capaz de mirarle a los ojos. Salí de la habitación. Me paré en el salón con la esperanza de escuchar su voz evitando que me marchara. Pero no, así que continué despacio hacia la puerta. “Háblame” deseaba mentalmente, pero Jose no lo hacía. “Quizá sea lo mejor”, pensé tratando de convencerme y de que mi error ya no tendría solución. Orgulloso, posé la mano sobre el picaporte y eché el último vistazo tras de mí. En medio del salón, con los ojos rojos y brillantes, y casi como un espejismo, pude ver a Jose contemplándome valeroso e incrédulo por si de verdad salía de su casa y de su vida. Quise y pude evitar llorar mientras le devolvía la mirada y mantenía mi rostro de pena y desolación frente a la triste y casi angustiosa cara de un tío que me recibió impaciente y seguro de sí mismo un rato antes y que ahora parecía de lo más frágil y confundido.