Pídeme lo que quieras!8

Aquí les va otro capitulo de esta adaptación, que lo disfruten. Gracias por leerla.

Megan Maxwell

AL día siguiente, en la maravillosa villa y tras una noche plagada de morbo y pasión entre nosotras, Annette y yo tomamos el sol desnudos mientras planeamos una escapada a Zahara de los Atunes. No hemos vuelto a mencionar a Fernanda. Ninguno quiere hablar de ella. Me besa el tatuaje. Le ha encantado. Cada vez que me hace el amor, me mira con lujuria y me dice: «¡Pídeme lo que quieras!». Me vuelve loca. Totalmente majareta.

Annette me ha propuesto ir a casa de unas amigas suyas en Zahara y a mí me parece bien. Podemos disfrutar de unos días con ellas y luego regresar a la villa, que, por cierto, me encanta. Es una preciosidad.

Por la noche, cuando me lleva de regreso a la casa de mi padre, me lo encuentro sentado en el patio trasero sobre el balancín y voy a saludarlo.

—Esta mujer te conviene, morenita.

—¿Ah… sí? ¿Por qué? —pregunto divertida mientras me siento en el balancín con él.

—Es una  gran mujer. ¿Cuántos años tiene?

—Treinta y uno.

—Buena edad.

Eso me hace sonreír y continúa:

—Te mira de la misma forma que yo miraba a tu madre y eso me gusta. Y mira lo que te digo, hasta hace poco pensaba que Fernanda era la mujer ideal para ti. Pero después de conocer a Annette, me retracto. Annette y tú estáis hechos la una para la otra. Se le ve que es una mujer con principios y dignidad que te cuidará. No es una depravada como el mequetrefe que conocí en Madrid, lleno de agujeros y pendientes.

De nuevo vuelvo a reírme. Mi padre tiene razón, Annette tiene principios pero estoy segura de que si conociera su faceta en el sexo le daría un pasmo. Pero ésa es mi intimidad.

—Papá… Annette me gusta, pero no sé cuánto tiempo durará lo nuestro.

Sorprendido, me mira.

—¿Qué ocurre, morenita?

Las palabras bullen por salir. Quisiera explicarle a mi padre que es mi jefa, pero no puedo. Tengo miedo de su reacción. Cientos de dudas y miedos pugnan por salir de mí pero no se lo permito.

—No ocurre nada, papá —respondo, finalmente—. Sólo que es difícil mantener una relación a distancia. Ya sabes que ella vive en Alemania y yo aquí. Y cuando acabe lo que ha venido a hacer a

Madrid, ambas tendremos que regresar a nuestros trabajos y, bueno… ya me entiendes.

Veo que asiente y con la prudencia que lo caracteriza, añade:

—Mira, mi vida. Ya no eres una niña. Eres una mujer y como tal te tengo que tratar. Por eso, sólo te puedo decir que disfrutes el momento y seas feliz. De nada sirve pensar muchas veces en el «qué pasará», porque lo que tenga que pasar… ocurrirá. Si Annette y tú estáis predestinadas a estar juntas, no habrá distancia que os separe. Eso sí, sé cautelosa y un poco egoísta y piensa en ti. No quiero verte sufrir innecesariamente cuando tú misma ya me estás diciendo que lo vuestro es complicado.

Las palabras de mi padre, como siempre, me reconfortan. No sé si será la edad, la experiencia de haber perdido a mi madre años atrás. Pero si hay algo que él siempre ha tenido claro y que nos ha transmitido a mi hermana y a mí es que la vida es para vivirla.

Al día siguiente, Annette me recoge muy temprano en su moto. Comienza nuestra pequeña y cercana aventura. Mi padre se despide de nosotros encantado y nos desea un feliz viaje. Visitamos Barbate y Conil. Allí comemos y nos bañamos en la playa y por la tarde, cuando llegamos a Zahara de los Atunes, su teléfono suena y ella sonríe.

—Andrea nos espera.

Nos montamos en la moto y conduce hacia su casa. Por la seguridad con la que se mueve por las carreteras secundarias del lugar, imagino que ya ha estado allí en otras ocasiones. Los celos vuelven a mí, pero los expulso. Nada me va a impedir disfrutar de mi tiempo con Annette.

Tras desviarnos por un camino, paramos ante una valla de piedra. Annette toca un timbre y, segundos después, la enorme puerta de chapa negra se abre y yo me quedo sin habla. Ante mí se extiende un maravilloso jardín con cientos de flores de colores que enmarcan una preciosa casa minimalista.

Una vez llegamos hasta la puerta y Annette para la moto, me bajo y poco después Andrea y una mujer con un bebé en brazos salen a nuestro encuentro. Andrea es la médico que Annette llamó en Madrid y me curó el brazo, y eso me sorprende.

La mujer de Andrea se llama Frida y el niño, Glen. Frida es alemana como Annette, pero habla perfectamente español y en seguida hay buen rollo entre nosotras. Una mujer de mediana edad aparece y se lleva al pequeño, y, segundos después, los cuatro pasamos a un jardín trasero donde una asistenta nos lleva unas bebidas. Divertidas, las cuatro charlamos mientras escucho anécdotas divertidas de sus viajes.

Pronto me doy cuenta de la estupenda amistad que las une desde hace años y eso me hace sonreír. Sobre las ocho, Frida nos conduce hasta nuestra habitación. Un lugar espacioso, decorado con un gusto exquisito y donde hay una enorme cama.

En cuanto nos quedamos solas, Annette me coge entre sus brazos y me besa mientras me desnuda. Me lleva en volandas hasta una enorme ducha donde abre el agua y las dos gritamos divertidas al sentir el agua fría caer sobre nosotras. Los besos de Annette se intensifican y mi ansiedad por ella más. De pronto, me tumba en la ducha y se tumba sobre mí mientras el agua cae sobre nosotras. Su boca exigente me muerde los labios mientras siento sus manos recorrer mi cuerpo y éste vibrar por el contacto.

Cuando abandona mis labios, su boca baja hasta mi pecho. Mis pezones están duros y, al mordisquearlos, me hace gritar. Sigue su andadura por mi cuerpo y siento que su lengua baja por mi ombligo, se entretiene en él unos instantes hasta que continúa su camino y de pronto se detiene.

Al notar que ella ha frenado su exploración incorporo mi cabeza para mirarla y me doy cuenta de qué es lo que ha visto. Está mirando el tatuaje. Eso me excita y jadeo, mientras siento que me mira tras sus pestañas mojadas.

—¿En serio puedo pedir lo que aquí pone?

Asiento.

—¿Cualquier cosa?

El cosquilleo en mi vagina es impresionante. Creo que voy a tener un orgasmo con sólo escuchar su voz y ver el morbo de su mirada. Vuelvo a asentir ante lo que ella me ha preguntado y curva la comisura de su boca.

Clava sus rodillas en el suelo de la ducha y, con urgencia, me coge de las caderas y me atrae hacia ella.

Coge la ducha con las manos me separa las piernas y me lava. Humedece cada centímetro de mi vagina y yo me dejo, encantada. Excitada, veo que cambia la intensidad de la ducha. Ahora son menos chorros pero el agua sale con más fuerza.

Imagino lo que va a hacer y no me muevo. La deseo.

Se agacha, mete su lengua en mi empapada vagina y me chupa. Busca mi clítoris, lo rodea con su lengua y juega con él. Lo mima. Lo estira. Lo devora. Me vuelve loca. Cuando lo tiene como ella desea vuelve a coger la ducha, mientras con dos de sus dedos me separa los pliegues de mi sexo y siento que los chorros caen directamente sobre mi hinchado clítoris.

¡Me vuelvo loca!

Jadeo… me retuerzo y ella me sujeta para que no me mueva mientras los chorros caen con fuerza sobre mi clítoris proporcionándome cientos de sensaciones. ¡Calor…! El calor sube por mi cuerpo y, cuando me contraigo por un maravilloso orgasmo, suelta la ducha, me coloca sobre sus piernas.

—De acuerdo, pequeña… te tomo la palabra. Te pediré lo que yo quiera.

Mete dos de sus dedos en mi interior, hasta el fondo. Gimo.

De un movimiento quedo acostada en el suelo, con ella entre mis piernas.

Tirada en el suelo de la ducha con Annette poseyéndome con fuerza, dejo que me mueva a su antojo.

Diez… once… doce, sigue su bombeo sobre mí, mientras mi vagina se contrae a cada embestida y mi clítoris con su roce me hace vibrar más y más. Vuelvo a tener otro maravilloso orgasmo esta vez al mismo tiempo que ella.

Instantes después, rueda a mi lado y los dos quedamos en el suelo de la enorme ducha mirando hacia el techo mientras el agua corre a nuestro alrededor. Su mano busca la mía y cuando la encuentra la aprieta. Se la lleva a la boca. Me besa los nudillos y dice:

—Jud… Jud… ¿Qué me estás haciendo?

A las nueve de la noche, tras la estupenda ducha que nos hemos dado y de la que estoy convencida que se ha enterado todo el mundo, bajamos de la mano al salón. Allí, Frida y Andrea se están besando, pero dejan de hacerlo cuando nosotras aparecemos.

Pasamos al comedor y nos sentamos alrededor de una maravillosa mesa. Annette me retira la silla y se sienta a mi lado. La veo feliz. Ése es su ambiente y se le nota que está más cómoda. El servicio entra en la estancia y nos sirve un buen vino y después una maravillosa langosta. Annette me pide una Coca-Cola.

Entre risas y confidencias acabamos con el primer plato y nos sirven el segundo, una exquisita carne.

Cuando acabamos el rico helado que nos sirven de postre, Frida propone salir al jardín.

Annette, tras atender una llamada de teléfono, se sienta a mi lado. Siento sus continuas caricias en mi piel y la noto más pensativo que minutos antes. Aun así, charlamos hasta bien entrada la madrugada, momento en que nos vamos a dormir.

Al día siguiente cuando me despierto, el sol entra por el gran ventanal. Estoy sola en la habitación y me estiro en la cama. Las sábanas huelen a Annette y eso me hace sonreír. Recordar cómo me hizo el amor la noche anterior me excita, me pone a cien, pero, convencida de que no es momento de fantasear, me levanto, voy al baño y me aseo.

Mientras me visto, un ruidito me hace mirar a mi alrededor. Es el móvil de Annette. Lo localizo sobre la mesilla y leo que pone el nombre de «Betta». De nuevo aquel nombre.

Cuando llego al salón, oigo las risas de Andrea, Frida y Annette y me sorprendo al ver a un señor y a una señora junto a ellos. Cuando me acerco, me presentan a los padres de Frida, que han venido para llevarse al pequeño Glen de vacaciones con ellos. Le entrego el móvil a Annette y le indico que ha recibido una llamada de una tal Betta. Ella asiente, lo guarda en el bolsillo del pantalón y prosigue tan normal. Los padres de Frida y el pequeño Glen se van esa misma noche.

A la mañana siguiente, cuando me despierto, vuelvo a estar sola en la cama. Tras lavarme los dientes, me acerco hasta la piscina y rápidamente Andrea me coge y me tira al agua. Todas nos reímos y pasamos un rato divertido. Sobre las dos de la tarde, las cuatro nos vamos de compras a Cádiz en el coche de

Andrea. Acabamos de recibir la invitación para una fiesta temática ambientada en los años veinte y hay que ir a comprarse algo.

Por la noche, tras una divertida tarde de compras, decidimos cenar en la playa. Acabada la cena en un precioso restaurante de Zahara, tomamos unas copas en un bar y sobre la una regresamos a la casa.

Al llegar salimos a la bonita terraza y nos sentamos. Me gusta sentir a Annette tan cercana, receptivo, tan pendiente de mí. Andrea va a la cocina y trae una botella de champán. Tras esa primera botella, llega una segunda de la que bebo más lentamente pero que disfruto de todos modos.

Frida y Andrea son unas anfitrionas maravillosas. Intentan que nos sintamos como si estuviéramos en nuestra casa y lo consiguen con su actitud. Disfruto del momento sentada en aquel precioso lugar mientras mis ojos miran la piscina oval y el jacuzzi que hay al lado. Sobre las tres de la madrugada hace mucho calor y Frida propone darnos un chapuzón en la piscina.

Sin pensarlo un segundo, acepto y subo a mi habitación a ponerme el biquini. Cuando bajo, Frida ya está en el agua con Andrea y Annette me espera en el borde. En cuanto me acerco a ella, me coge a traición y las dos caemos en el agua. Entre risas y cachondeo, nos bañamos un rato, hasta que, más adelante, Frida y yo nos sentamos en la ancha escalera de la piscina y Annette y Andrea se hacen unos largos.

Cuando las chicas llegan hasta nosotras, Andrea coge a su mujer de un pie y la arrastra hacia la piscina. Ella protesta pero, dos segundos después, ríe a carcajadas. Annette divertida se acerca a mí, me coge en brazos y me sienta a horcajadas sobre ella.

El agua nos llega hasta la cintura y pronto sus manos se meten por debajo de la braga de mi biquini y me comienza a tocar. Asustada por aquello, la miro con reproche y ella ríe.

—¡Annette! —le regaño—. No hagas eso. Nos pueden ver.

Su contestación es un tórrido beso que rápidamente consigue calentarme el alma y la vida. Su boca y sus manos ya me tienen en el punto de partida que ella siempre quiere y, cuando se separa de mí, murmura mientras señala con la vista:

—Tranquila, pequeña. Ni Andrea ni Frida van a asustarse.

Curiosa, miro hacia donde ella señala y veo que la otra pareja se besa apasionadamente. Incluso veo que Andrea le desabrocha el biquini a Frida y éste queda flotando sobre la piscina. Rápidamente miro a Annette en busca de una contestación.

—Sí, morenita… a ellas también les gusta el morbo.

Comienzo a temblar, y no es de frío, cuando siento que las otras dos se acercan a nosotras. Frida está juguetona y sale de la piscina. Se sienta en el borde junto a nosotras con los pechos húmedos y resbaladizos mientras Andrea se pone detrás de mí y posa sus manos sobre mi cintura. Annette, al ver cómo

la miro, mueve la cabeza y Andrea me suelta en seguida, sale de la piscina y, tras besar a su mujer, ambas desaparecen en el interior del chalet.

Estoy nerviosa. ¡Histérica!

No sé dónde meterme, pero siento que mi vagina se lubrica y se deshace por dentro.

Annette, al notarme tensa, se levanta de la ancha escalera y, sin soltarme, se mete conmigo hacia el interior de la piscina. Me agarro a ella con desesperación.

—Tranquila, pequeña. Conmigo nunca harás nada que tú no quieras.

Boqueo como un pez. Me falta el aire y consigo susurrar:

—Ellas… ¿juegan a los mismos juegos que tú?

—Sí.

—¿Y…?

—Jud, te tiene que quedar claro lo que te dije hace poco. El sexo es sólo sexo. Frida y Andrea son una pareja muy sólida que tienen claro qué es lo que les gusta en el plano sexual. Hemos ido en varias ocasiones juntas a club de intercambio de parejas y allí han disfrutado de tríos y orgías y, cuando han regresado a su casa, han continuado siendo ellas mismas. Andrea y Frida. Una pareja.

—¿Tú has… has estado con ellas?

—Sí. Nosotras dos para Frida. Andrea y yo somos activas, a ninguna nos gusta ser manipuladas —bromea y sonrío—. Escucha, Jud, debes entender que tanto Frida, como Andrea y como yo tenemos las ideas claras y sabemos diferenciar entre el sexo y los sentimientos. A las tres nos gusta disfrutar del morbo del juego pero, una vez acaba, nos respetamos como personas. Por cierto, la fiesta a la que estamos invitados mañana es…

—Una fiesta donde todo el mundo juega, ¿verdad?

Annette asiente.

—Si tú no quieres, no tenemos por qué ir.

Durante un rato, las dos permanecemos calladas hasta que me lleva hasta la escalera, me toma de las manos y me dice:

—Ven. Entremos en el jacuzzi.

La sigo hasta allí.

—Qué calentita —murmuro al entrar en él.

—Demasiado caliente. —Annette aprieta unos botones y, segundos después, el agua se enfría.

Permanecemos calladas mientras las burbujas explotan a nuestro alrededor, hasta que ella me atrae de nuevo hacia sí y me sienta de nuevo a horcajadas sobre ella.

— ¿Qué te hubiera gustado que hubiera pasado en la piscina?

Echa la cabeza hacia atrás.

—Ah… cariño. Me hubiera gustado que hubieran pasado muchas cosas.

—Cómo por ejemplo… —insisto.

Annette levanta el mentón y me mira.

—Aún recuerdo cómo te estremecías aquella tarde en mi hotel cuando Frida se metió entre tus piernas y te hizo todo lo que le pedí.

—¿Era Frida?

—Sí. —Darme cuenta de eso me deja asombrada—. Mmmmm…

Me excita miraros. ¡Sois exquisitas!

—¿Y los hombres?

Noto su mirada alerta y añade:

—Cielo, ya te he dicho que los hombres no me van.

Eso me hace gracia.

—Me refería a que si en tus fantasías sólo incluyes a mujeres.

—No, mis fantasías son más amplias. Adoro ver a dos mujeres poseyéndose, si ellas lo permite me gusta compartirlas con hombres.

—¿Y te ves compartiéndome a mí con hombre?

—Si tú quieres, sí —responde con una sonrisa.

Sólo decirlo me excita. Me excita peo no sé si pueda acceder. Annette clava su mirada en mí.

—Tu placer es mi placer y, si tú me lo pides, te compartiré. Pero, llegado el momento, seré yo quien mande en ese juego. Eres mía y quiero que quede claro.

Ardo. Me caliento. Voy a explotar. Me aviva ese comentario de posesión y murmuro inquieta:

—Has dicho que tú y Andrea habéis jugado con Frida.

—Sí. —Y acercando su boca a mi oído me pregunta—: ¿Quieres que te comparta?

Imaginarlo me excita, me inquieta, me estimula.

—Annette…

—Ah… morenita, creo que te voy a tener que atar en corto. Eres más curiosa de lo que yo imaginaba, pero me gusta tu curiosidad, me vuelve loca.

Eso me hace reír. Le ofrezco mi boca, que ella toma con avidez.

—Si vamos mañana a esa fiesta, ¿qué ocurrirá?

—Lo que tú quieras.

—Pero… pero allí…

—Allí la gente va a lo que va, pequeña. Todos buscan lo mismo: sexo. Si tú quieres, lo tendrás.

Puedes mirar o puedes participar, todo depende de ti.

—Y tú… ¿qué quieres tú?

Annette pasea su boca por mi cuello.

—Tras la conversación tan interesante que acabamos de tener y que me tiene tan mojada, lo que voy a querer es follarte y que te follen. Adoro ver tu gesto cuando te corres. Y como ahora sé qué es lo que te excita, quiero ofrecer tus pechos, tu vagina, y observar el momento. Eso me proporcionará un gran placer.

Todo lo que me dice consigue en mí el efecto deseado y siento que ahora soy yo la que quiere cumplir cualquiera de esas fantasías. Mi respiración se acelera, Annette sonríe.

—Tu cuerpo me dice que te pida lo que quiera. Y sé que ahora mismo cualquier cosa que te propusiera lo harías, porque estás tan excitada, tan caliente que lo deseas, ¿verdad?

—Sí —admito.

Annette se levanta y me da la mano.

—Ven, acompáñame.

No lo dudo. Le doy la mano y salimos del jacuzzi.

Coge una toalla y la pone alrededor de mi cuerpo. Me seca con mimo.

—Jud… te tiene que quedar claro que yo nunca haré nada sin tu consentimiento. No me perdonaría que me reprocharas nada. Eres demasiado importante para mí.

—No te voy a reprochar nada, Annette. Es sólo que me asusta lo desconocido, pero quiero experimentar a tu lado.

Mi respuesta parece agradarle y me besa. Me besa con pasión y juntas caminamos hacia el interior de la casa. Pero en vez de llevarme hacia la habitación me hace girarme en otro pasillo. De pronto escucho jadeos y, al llegar frente a una puerta que está entreabierta, me mira y dice:

—Andrea y Frida están dentro, ¿quieres que pasemos?

Asiento, pero susurro.

—Siempre y cuando no te alejes de mí.

—Eso no lo dudes nunca, cariño. Eres mía.

Su posesión me gusta y, cuando entramos en la habitación, mi respiración se vuelve irregular. Estoy nerviosa, excitada, pero tengo miedo. Veo una cama redonda en medio de una enorme sala azul. La música suena y Frida y Andrea hacen un sesenta y nueve. Al vernos, dejan de hacer lo que están haciendo y nos miran. Annette cierra la puerta y me quita la toalla. Tiemblo.

—Tú decides, Jud.

Su voz me hace regresar a la realidad y, ante la atenta mirada de las otras dos, murmuro:

—Deseo jugar.

Annette me besa. Después mira a Andrea y ésta se levanta de la cama desnuda. Nos rodea y se para en mi espalda. Miro a Annette y noto cómo su amiga me desabrocha la parte superior de mi biquini y, cuando lo consigue, lo saca por la cabeza.

Mis pechos rozan el pecho de Annette y mis pezones rápidamente se ponen duros ante aquella situación.

Mi Diosa… mi afrodita no me quita ojo desde su altura. Está seria e imperturbable cuando se dirige a su amiga.

—Andrea, quítale la braga del biquini.

Su voz me excita. Su posesión sobre mí. Y cuando siento los dedos de Andrea agarrar mis bragas y bajarlas, jadeo. En su camino siento su aliento en mi trasero y eso me pone la carne de gallina.

Una vez desnuda, mi excitación es tan grande que el miedo ha desaparecido para dar paso al morbo, y Annette sonríe. Sabe que estoy bien y dispuesta.

—¿Puedo tocarla? —pregunta Andrea a mis espaldas.

Annette sigue mirándome y yo asiento. Annette responde:

—Sí.

Instantes después, las manos de Andrea pasean por mi cuerpo. Toca mis pechos, mi cintura y, cuando sus dedos llegan a mi vagina e introduce uno de ellos, jadeo. Frida llega hasta nuestro lado y Annette se aparta. Se agacha, me hace abrir las piernas y su boca va directa hasta mi sexo.

Cierro los ojos. Las piernas me tiemblan mientras Andrea y Frida me tocan y disfrutan de mí. Annette, al ver aquello, acerca su boca a la mía y susurra:

—Sí… así… disfruta para mí.

Durante unos minutos me siento el caramelito de la habitación. Cuatro manos recorren mi cuerpo y dos bocas se esmeran en arrancarme jadeos, mientras Annette nos observa con los ojos brillantes por la lujuria. De pronto, Annette toca la cabeza de Frida y ella deja de acariciarme, se da la vuelta y veo que le acaricia el torso. Le quita la parte de abajo del bikini, sin perder tiempo pega su boca al sexo de Annette.

Excitada, no puedo dejar de mirar, mientras Andrea me muerde los pezones. Frida disfruta con lo que hace y lame el clítoris como si se tratara de un helado. Frida tiene las manos sobre las nalgas de Annette. Yo miro… miro… y miro y siento que mi excitación se aviva más. Estoy tan caliente que me agacho un poco para facilitarle la tarea a Andrea con mis pechos y se los ofrezco para que se dé un festín.

Annette se estremece, yo jadeo y lo oigo murmurar:

—Vayamos a la cama.

Las cuatro, desnudas, nos dirigimos a ella. Veo que Andrea se pone frente a su mujer. Annette se coloca finalmente frente a mí. Frida deposita entre nosotras una caja cuadrada y blanca y pregunta:

—¿A qué queréis jugar?

La saliva se me estrangula en la garganta. No sé qué decir cuando oigo a Annette decir:

—Algo suave.

Frida y Andrea hacen un gesto con la cabeza, y entonces ella mira en el interior de la caja, saca dos vibradores como el que me regaló Annette a mí y me mira.

—Está limpio, cariño. Ante todo, la higiene.

Asiento y lo cojo.

Annette me encoge las piernas y me abre las rodillas. Mi sexo está caliente, chorreante y late desbocado.

—Mastúrbate para mí, cariño —me dice Annette.

—Y tú para mí, Frida —pide Andrea.

Como una autómata, abierta de piernas junto a Frida y frente a Annette y Andrea, pongo el vibrador en mi mojada hendidura y lo pongo al uno. La vibración, la humedad y la excitación me piden más y lo subo al dos. Ardo. Tengo mucho calor y siento que voy a explotar cuando mi clítoris rápidamente reacciona y me comienza a dar descargas de placer.

Annette, entre mis piernas, me mira y se pone un arnés con un falo de unos 26cm luego le pone un preservativo mientras leo su necesidad en la cara de que me corra para ella. Subo la intensidad del vibrador y su descarga hace que arquee la espalda y grite. Un jadeo a mi lado me hace recordar que Frida está en la misma tesitura y eso me estimula, y más cuando veo que Andrea le quita el vibrador y la penetra con un falo igual que el de Annette. Sus jadeos se convierten en gritos de placer y eso me azora todavía más. Ver a dos personas a mi lado hacer el amor es algo totalmente nuevo para mí y no puedo dejar de mirar hasta que ellas se dejan ir y sus gritos bajan de intensidad.

Annette no me quita ojo. Está tan excitada como yo.

—Andrea, ofréceme a Jud —dice, sorprendiéndome.

Rápidamente siento que Andrea se levanta, se sienta al borde de la cama y me dice:

—Ven aquí. Siéntate sobre mí.

Sin saber realmente a lo que se refiere, me levanto y cuando voy a sentarme mirándola, me da la vuelta y me hace mirar a Annette. Después me sienta sobre sus piernas y me susurra al oído:

—Recuéstate sobre mí, sube tus pies a la cama y abre las piernas. Yo te sujetaré por los muslos para que Annette te penetre.

Completamente excitada por el momento, hago lo que me pide mientras siento su pene falso en mi trasero y me abre los muslos. Annette se acerca a mí, a nosotras, se mete entre mis piernas, me agarra del culo y me mete lentamente su duro pene mientras Andrea me sujeta las piernas y me abre para ella. Annette, tras varias embestidas que me hacen gemir, se queda quieta y musita:

—Esto es ofrecerte a alguien. ¿Te gusta la sensación?

—Sí… sí…

—Pues así te ofreceré yo a otras mujeres o hombres —susurra mientras me penetra—. Abriré tus muslos para darles acceso a tu interior siempre que yo quiera, ¿te parece?

—Sí… sí… —jadeo enloquecida.

Me besa. Me devora los labios y ambos oímos que Andrea dice:

—Más tarde, quizá Annette te ofrezca y seremos Frida o yo quienes te follemos.

Las palabras de Andrea me incitan mientras siento el implacable pene falso de Annette tan duro en mi interior. Annette mueve las caderas y eso me hace resoplar. Noto cómo me llena por completo y comienza a moverse adelante y atrás mientras Andrea murmura:

—¿Te gusta, Judith?

—Sí… Oh… Dios mío.

La estimulación que siento en ese instante es profunda y maravillosa mientras Annette avanza y continúa su saqueo implacable sobre mí y Andrea me ofrece. Frida nos mira y veo que se masturba con un consolador. Me muerdo los labios, jadeo, me retuerzo.

—Vamos, nena… —dice Annette de repente—. Dime cómo quieres que te folle.

Al ver que no respondo, Annette me da un cachete en el culo que me introduce más en ella y yo balbuceo como puedo:

—Rápido… fuerte.

—¿Así, pequeña? —acelera y profundiza más.

—Sí… sí…

Mueve las caderas con vigorosidad y grito. La intensidad en sus movimientos aumenta segundo a segundo, penetración a penetración, y mi placer con ella. Ardo. Estoy fuera de control. Y cuando un calor embriagador me hace soltar un gemido de placer, Annette gira las caderas y me embiste por última vez y las dos nos corremos.

Tras aquel primer asalto, llegan dos más donde vuelvo a disfrutar como una loca y donde veo lo mucho que Annette goza ofreciéndome y follándome. Ella me ha hecho descubrir un mundo hasta ahora desconocido para mí y sólo lo quiero disfrutar… disfrutar y disfrutar.

Aquella noche, en la soledad de nuestra habitación, Annette me abraza. Las piernas aún me tiemblan y no puedo dejar de pensar en lo ocurrido. Recuerdo las palabras de Fernando: «Yo te quiero en exclusividad y ella no». Eso me inquieta. Imágenes morbosas pasean por mi mente y noto de nuevo mi vagina estremecerse. De pronto siento su boca en mi frente y cómo me reparte pequeños besos que me saben de maravilla. Annette es dulce y posesiva, y eso me gusta. Me encanta en ella. No hemos hablado de lo ocurrido.

No es necesario. Nuestros ojos hablan por sí solos y no hacen falta ni preguntas ni explicaciones. Todo ha sido consentido y disfrutado. Agotada, finalmente, me duermo entre sus brazos.

A la mañana siguiente, cuando me despierto, vuelvo a estar sola en la habitación. Rápidamente, las imágenes de lo ocurrido la noche anterior regresan a mi mente y me pongo colorada. Pero también me excito.

El mundo de Annette me está abduciendo y siento que cada vez me gusta más. De pronto, la puerta se abre. Es ella con una bandeja de desayuno.

—Buenos días, morenita.

Ese saludo, tan de mi padre, me hace sonreír y me siento en la cama. Annette llega hasta mi lado, suelta la bandeja y, tras darme un dulce beso en los labios, se sienta a mi lado.

—He traído zumo de naranja, algo de embutido, tostadas, plumcake y dos cafés con leche, ¿te parece buen desayuno?

Encantada con aquello, sonrío y la miro.

—El mejor.

Durante unos diez minutos desayunamos entre risas y, cuando acabamos con todo lo que había en la bandeja, la pone en el suelo y se sienta de nuevo junto a mí. Está guapísima con esa camiseta blanca y unos pantalones de camuflaje. Vestida así parece una jovenzuela de mi pandilla, no la directora de una gran multinacional.

—Vamos a ver, pequeña, ¿cómo estás? —pregunta mientras me acaricia el óvalo de la cara.

—Bien, ¿por qué? —Al ver su ceja levantada respondo—. Bien… Si me preguntas por lo que ocurrió ayer, tranquila, estoy bien, lo disfruté y, sobre todo, tú no me obligaste, lo hice yo porque me apetecía.

Annette asiente. Por su gesto parecía necesitar escuchar aquello y veo que sonríe.

—Me encantó la experiencia contigo. Fue maravillosa.

—Para mí fue extraña. Diferente. Pero también morbosa… muy morbosa. Y ya vi cómo disfrutabas cuando Andrea y Frida me tocaban.

—Mmmm… me excita ver tu cara de perversión, pequeña. Abres la boca de tal manera y te arqueas tan deliciosamente… Me vuelve loca verte así.

Ambas reímos.

—En referencia a la fiesta de esta noche. Si tú no quieres, no…

—Sí, quiero. Quiero ir.

—¿Segura?

—Sí. Totalmente.

Mi decisión parece sorprenderla.

—¿Tú no quieres ir?

—No… no es eso… pero…

—¿Acaso hay alguna mujer por la que me tenga que preocupar?

Annette suelta una risotada y aclara:

—Absolutamente por ninguna. Con ellas simplemente he jugado y…

—¿Has jugado mucho con ellas?

—Sí.

Eso me incomoda. Cualquiera de ellas me sacará ventaja.

—Pero ¿mucho… mucho?

—Mucho… mucho. A algunas las conozco desde hace más de diez años, pequeña. Pero no tienes de qué preocuparte. En cambio, yo sí que me tengo que preocupar. Tú serás nueva y estoy convencida de que muchas mujeres y muchos hombres te observarán deseosos de ser ellos los elegidos.

—¿Tú crees?

Annette responde que sí con su cabeza y siento que se le oscurecen los ojos. De pronto, lo siento algo escamado y eso me alerta. ¿Estará celosa?

—Sí, lo creo. Pero no olvides, cariño, que…

—… que sólo lo haremos con quien yo quiera, ¿me equivoco?

—No. —Sonríe, mientras me aparta un mechón de pelo de la cara.

Doy un trago a mi café.

—¿Me vas a ofrecer a otra mujer?

Mi pregunta vuelve a pillarla por sorpresa. Como siempre, lo piensa… lo piensa y, al final, responde con otra pregunta:

—¿Te gustaría?

—Sí… me excita sentir que eres mi dueña. Anoche me excitó.

Se carcajea y, tras darme un beso en los labios, murmura:

—Señorita Flores, ¿habla de dueña? ¿No dijo que no le gustaba el sado?

—Y no me gusta —aclaro—. Pero me excita sentir tu posesión.

Annette asiente. Clava sus preciosos ojos en mí y murmura:

—No olvidaré eso cuando te ofrezca esta noche.

Asiento como siempre. Está claro que ella sólo hará lo que yo quiera y, deseosa de que todo sea como siempre, me tumbo en la cama y tras hacerle una seña con el dedo para que se tumbe sobre mí le susurro:

—Tú eres la experta. Estoy en tus manos.

Annette sonríe y me besa.

—Cariño… cada día me sorprendes más.

Pongo los ojos en blanco y pestañeo.

—Me gustas mucho cuando me llamas cariño. ¿Todavía no te has dado cuenta del influjo que provocas en mí cuando me dices palabras cariñosas?

—Estás comenzando a asustarme.

Eso me hace reír.

—¿Que yo te asusto?

Annette asiente. Pone entonces sus manos en mi cintura y me hace cosquillas.

—Sí…, señorita Flores. Comienzo a temer tus juegos. Creo que vas a ser peligrosa.

Tras la comida, Frida y Andrea se retiran a descansar. Annette me propone lo mismo, pero me apetece leer en la sombrita. Annette me acompaña y, tiradas en las cómodas hamacas de la piscina y bajo una maravillosa sombra, compartimos música en mi iPod y leemos.

Pero yo apenas leo. Mi mente no para de dar vueltas a todo lo que va a pasar, mientras disfruto de estar junto a Annette. Verla a mi lado, tranquila y relajada mientras lee el periódico me parece algo sublime, maravilloso. De pronto en mi iPod comienza a sonar una canción y oigo que Annette la tararea. Eso me deja sin habla.

Sé que faltaron razones, sé que sobraron motivos

Contigo porque me matas, y ahora sin ti ya no vivo

Tú dices blanco, yo digo negro

Tú dices voy, yo digo vengo

Miro la vida en colores y tú en blanco y negro.

Dicen que el amor es suficiente, pero no tengo el valor de hacerle frente

Tú eres quien me hace llorar, pero sólo tú me puedes consolar.

Te regalo mi amor, te regalo mi vida

A pesar del dolor eres tú quien me inspira.

No somos perfectos somos polos opuestos ,

Te amo con fuerza te odio a momentos.

Está tarareando la canción Blanco y negro de Malú. ¡Y se la sabe entera!

Asombrada, no me muevo, mientras hago como si leyera mi libro. Escuchar a Annette cantar aquella canción que siempre me recuerda a ella me pone la carne de gallina. Cuando la termina, me doy cuenta de que me mira.

—Aún recuerdo el día que te escuché cantarla.

—Sí… muy maja tú. Me dijiste que cantaba fatal, ¿lo recuerdas? —Annette sonríe y yo añado—: Oye… ¿cómo te sabes esta canción? Recuerdo que me preguntaste el título y quién la cantaba.

—La busqué.

—¿Y por qué la buscaste?

—Porque escuchar esta canción me recuerda a ti.

Aquella revelación me deja sin palabras. Annette continúa leyendo y yo la imito. Estoy emocionada porque, sin utilizar palabras cariñosas, sé que me ha dicho: «Te quiero».

A las ocho de la tarde, Frida y yo decidimos arreglarnos. Ellas también. Nos vestimos por separado para sorprendernos y eso me gusta. Quiero sorprender a Annette. Frida se ofrece a maquillarme, algo que yo no hago muy a menudo, así que la dejo. Ella es esteticista. Me aplica una base oscura en los párpados y mil potingues más en el rostro. Y cuando me miro en el espejo mi cara de sorpresa es increíble. ¿Esa tía con esos ojazos soy yo?

Frida se ríe y me anima a que nos continuemos vistiendo. Ella se ha comprado un vestido rojo, escotado y lleno de flecos, y yo uno plateado de lentejuelas y suelto hasta la cadera. Ambos llegan por la rodilla y son sexies y sugerentes. A los vestidos los acompañan unos increíbles zapatos de tacón, collares larguísimos, plumas en el pelo y, finalmente, unos guantes que sobrepasan el codo. En cuanto acabamos, nos miramos en el espejo y Frida dice divertida:

—¡Oh… parecemos una verdaderas flappers !

—¿Flappers? ¿Qué es eso?

—Judith, en los años veinte la imagen de la mujer cambió radicalmente y se volvió más loca… más atrevida. Las flappers , o las chicas del charlestón, eran las mujeres que se vestían de manera diferente, jovial y alocada. Justo como nosotras, vamos. Listas para volver locas a los hombres y mujeres,

Eso me hace reír. Frida es graciosa y tiene un sentido del humor maravilloso. Una vez nos vestimos cogemos las dos boquillas de medio metro que hemos comprado y salimos al salón donde ellas nos esperan.

Antes de entrar, veo a Annette y me deja sin habla. Lleva un traje blanco, una camisa negra y un gorro de la época, a lo Al Capone. Está sexy y guapísima. Andrea va igual, pero su traje es gris y su camisa roja.

Cuando siento los ojos de Annette sobre los míos sonrío. Veo que le gusta mi disfraz y, acercándose a mí, me coge de la mano y me hace dar una vuelta ante ella.

—Estás despampanante.

—¿Te gusto?

—Me encantas, tanto que creo que no te voy a dejar salir de casa.

Eso me hace reír. Me alejo de ella mientras muevo las caderas para que el vestido se mueva.

—¡Soy una flapper ! —Por su cara puedo ver que no sabe de lo que hablo y aclaro—: Una chica loca del charlestón.

Annette sonríe, viene hacia mí, me coge por la cintura y mientras seguimos a Frida y Andrea hacia su coche, me murmura en el oído:

—Muy bien, flapper … vayamos a pasarlo bien.

A las nueve y media entramos en una preciosa mansión decorada al más puro estilo años veinte.

Encantada, miro a mi alrededor y me sorprendo al ver al fondo de un enorme salón a un grupo tocando.

Los músicos van de blanco, como en las famosas películas de gánsteres que veía cuando era pequeña.

Annette me presenta a los anfitriones y éstos, encantados, alaban mi disfraz. Yo sonrío, feliz. Andrea y Frida los saludan también. Tras pasar al salón veo que la gente habla animada y que todos conocen a Annette y la saludan. Mientras me presenta a los asistentes, estoy asombrada. Saber que es una fiesta donde todos buscan sexo me sorprende. Allí hay gente de todas las edades. Jóvenes y maduros.

Acabadas las presentaciones, escucho la música durante un rato junto a Annette. Frida, una experta en esos años, es la que me indica si suena un boogie-woogie, un charlestón o un foxtrot. Yo en todo eso estoy pez. Soy más de rock and roll. Y, cuando llevamos varias copas, me entero de que Frida es quien ha ayudado a Maggie, la dueña de la casa, a organizar la fiesta. Según pasa la noche soy consciente de cómo los hombres se acercan a nosotros y me devoran con la mirada. Sé lo que piensan, pero estoy tranquila.

Nadie, absolutamente nadie, dice nada que me pueda incomodar. Todos son muy educados.

Tras varias bebidas, voy al baño junto a Frida. Nuestras vejigas van a explotar. Al llegar hay dos aseos libres y rápidamente entramos en ellos. Mientras estoy allí, la puerta del lavabo se abre y entran otras mujeres. Oigo el cotorreo de muchas de aquellas mujeres que no conozco pero, al escuchar el nombre de Annette, presto atención.

—Qué alegría volver a ver a Annette, ¿verdad?

—Oh sí… estoy encantada de que esté de nuevo aquí. Está guapísima.

—¿Cuánto tiempo hace que no venía a una de nuestras fiestas?

—Dos años.

—Realmente se le ve muy bien. Tan atractiva y sexy como siempre.

—Sí… parece estar recuperado tras lo ocurrido. Pobrecilla.

¿Recuperada? ¿Qué le ha pasado a Annette?

Convencida de que quiero saber más, pongo la oreja pero, entonces, oigo la voz de Frida:

—Chicas, ¡estáis guapísimas! ¿Dónde habéis comprado esos trajes?

En seguida cambian de conversación y se centran en hablar de las compras. Salgo del baño y me uno a ellas. Frida me presenta a las mujeres y todas son encantadoras conmigo. Cuando salgo del baño, una de ellas, Marisa de la Rosa, camina a mi lado y me pregunta:

—Has venido con Annette, ¿verdad?

—Sí.

—¿De dónde eres?

—De Madrid.

—¡Oh, me encanta la capital! Mi marido y yo somos de Huelva, aunque viajamos mucho a Madrid. Tenemos un pisito allí, en plena calle Princesa.

Saber eso me sorprende.

—Pues yo vivo en Serrano Jover.

—En esa calle hay un gimnasio, ¿verdad?

—¿El Holiday Gim? —La mujer hace un gesto afirmativo—. A ese gimnasio voy yo.

Marisa sonríe y murmura:

—El mundo es un pañuelo, chica. Mi piso está cerca y a ese gimnasio es al que vamos Mario y yo cuando estamos en Madrid.

Ambas sonreímos por la coincidencia.

—Pues entonces seguro que nos vemos por allí.

—Segurísimo.

Charlamos sobre mil cosas más, mientras observo a Annette hablar con una mujer y un hombre al fondo de la sala. Parece divertida. Su gesto está relajado y veo que sonríe. Marisa es simpática, salta de un tema a otro, y pronto me presenta a varias mujeres más. Cuando de nuevo nos quedamos solas coge dos copas de champán de una mesa y se me acerca.

—¿Te gustaría pasar un agradable rato conmigo en la sala de al lado?

Me pongo colorada, azul y verde. La mujer, al verlo, sonríe.

—Si lo piensas mejor, avísame, ¿de acuerdo?

Cuando se aleja, me guiña el ojo y yo camino hacia Annette. ella, al verme llegar, me da un beso en los labios y continúa hablando con la pareja que lo acompaña.

Hay un buffet libre y los comensales comenzamos a degustar los ricos manjares. Siento las miradas de los hombres sobre mí y también las de muchas de las mujeres, aunque, cuando veo cómo muchas de ellas miran a Annette, me molesta. Mi instinto de posesión se alerta y, al final, Annette, consciente de lo que me pasa, me tranquiliza y me recuerda dónde estamos. Pero las mujeres que se acercan a nosotras se la comen con la mirada y la gata que hay en mí vuelve a resurgir.

Annette me mira divertida y, tras disculparnos, me coge del brazo y me aleja hacia una ventana. Una vez solas me besa en la boca.

—Tus ronchones en el cuello te delatan. ¿Qué ocurre?

—Nada.

Inconscientemente me voy a rascar pero Annette me sujeta la mano y me sopla el cuello.

—No, morenita… no. Si te rascas lo empeorarás.

Eso me hace sonreír. Recuerdo lo que acabo de escuchar en el baño y decido preguntarle, pero se me adelanta.

—Escucha, cielo. Esta gente y yo nos conocemos desde hace años. Tranquilízate.

Miro hacia las mujeres y siento que nos observan. A Annette le suena el móvil y al mirarlo leo: «Betta».

Ya son varias veces las que he leído ese nombre en el móvil, así que pregunto:

—¿Quién es Betta?

Annette se guarda el móvil y me mira.

—Alguien de mi pasado. Nada importante.

Doy un trago a mi copa, deseo seguir preguntando sobre esa mujer pero, al final, cambio de tema.

—Cuando estaba en el baño oí a algunas hablar sobre ti.

—Ah, sí… Espero que cosas buenas y excitantes —murmura divertida.

Su gesto de pícaro me hace abrir los ojos.

—Gilipollas.

Mi contestación la divierte y, mientras me acaricia la espalda, susurra:

—Nena… son mujeres que conozco desde hace tiempo.

—Decían algo sobre que pareces estar recuperada.

Se tensa. Detiene su jugueteo en mi espalda.

—Los cotilleos de los baños de mujeres no me interesan.

—Ni a mí, listilla —insisto—. Pero al oír eso, pensé que…

Annette me corta y me hace un gesto que denota incomodidad.

—Ya te he dicho que no me interesa hablar sobre lo que se comente en el baño de mujeres.

Su fría contestación me deja sin palabras. Ha cortado toda probabilidad de seguir hablando del tema, como siempre que surge algo suyo personal. Al final, deseosa de que la comunicación vuelva a ser fluida entre nosotras, me acerco.

—Me molesta cómo te miran algunas mujeres.

Annette sonríe. Da un trago a su copa y se vuelve hacia mí.

—¿Te has fijado cómo te miran a ti los hombres? —Asiento—. La diferencia entre ellas y ellos es que ellas están deseando que yo las desnude y ellos están deseando desnudarte a ti. Ellas quieren que yo les dé placer y ellos quieren dártelo a ti. ¿No crees que yo puedo estar más molesta?

Sus palabras hacen que me sonroje. La miro y entonces se acerca más a mí.

—Recuerda, Jud, tu placer es mi placer y, hoy por hoy, mi único placer eres tú. Sólo deseo desnudarte y…

—Calla…

Sorprendida, frunce el ceño.

—¿Qué ocurre?

—Me excitas con lo que dices, Annette.

La risotada que suelta hace que yo me relaje. Me besa. Me atrae hacia ella.

—Es lo que quiero, morenita. Que te excites.

Dicho esto, el grupo comienza a tocar una sugerente canción y Annette me agarra por la cintura y me invita a bailar. Mientras bailamos, nos miramos. Sin necesidad de hablar, sólo con la mirada me dice cuánto me desea. Eso me agita y noto cómo mi interior comienza a revolotear. Después me toma de la mano y caminamos por un amplio pasillo de la casa. Una puerta se abre y de ella sale una mujer que nos saluda al vernos:

—Mujer, Annette, ¡qué alegría verte!

Se dan las manos y Annette dice:

—Lo mismo digo, amiga. No sabía que estuvieras por aquí.

La mujer morena sonríe y, tras pasar su mirada por mi cuerpo, murmura:

—Estoy de vacaciones en Cádiz, además, ya sabes que no me pierdo ninguna fiesta de Maggie y Alfred… ¡Son apoteósicas!

Ambas sonríen y entonces Annette se vuelve hacia mí.

—Judith, te presento a Emma, una buen amiga. Emma, ella es Judith, mi chica.

¡Vaya! Ha dicho que soy su chica.

Sonrío y le doy dos besos a la recién llegada, pero, al separarme de ella, éste dice:

—Encantada, Judith. Mmmm… tienes una piel muy suave.

Bajo la cabeza, como una tonta, y entonces oigo a Annette decir:

—Toda ella es suave y exquisita.

Me contraigo mientras siento que las dos mujeres se miran. ¿Me está ofreciendo? Instantes después,

Emma abre la puerta que acaba de cerrar.

—¿Entramos?

Annette me agarra y asiente.

Entramos en la espaciosa habitación, sólo iluminada con una luz roja. Emma cierra la puerta y veo que no estamos solas. Hay tres parejas liadas sobre una de las tantas camas que se encuentran en aquella habitación y me pongo nerviosa. Sé a qué hemos ido allí y me inquieta. Emma se acerca a una pequeña barra y comienza a servir tres copas de champán. Annette me mira y susurra, poniéndome la carne de gallina:

—¿Qué te parece Emma para jugar? Sé que lo prefieres a un hombre.

La miro. La mencionada es morena y atractiva. Alguien en quien sin duda me hubiera fijado si lo hubiera conocida en otro momento. Annette espera una contestación.

—Bien.

—¿Te parece bien que te ofrezca a ella?

Mi estómago se contrae pero, excitada, contestó afirmativamente.

—Sí.

—Perfecto. —Annette sonríe y veo cómo le brillan los ojos.

Dos segundos después, Emma se acerca y nos entrega unas copas.

Charlan en alemán e intentan integrarme en la conversación. Se nota que se conocen y la complicidad que hay entre ellas. Pero yo estoy muy nerviosa y más aún cuando Emma se acerca para besarme en los labios. Annette se lo impide.

—Su boca y sus besos son sólo míos.

El corazón se me encoge al escucharla y notar la posesión en su voz. Emma asiente. No le ha molestado lo que Annette ha dicho.

—¿Qué tal si nos sentamos? Estaremos más cómodos.

Annette me coge de un brazo y me sienta en un sillón. Doy un trago a mi bebida y se colocan uno a cada lado. Estoy nerviosa. Me siento como un bombón bajo la atenta mirada de dos depredadoras. Oigo jadeos. Cerca de nosotros, otras personas juegan. Sus gemidos retumban en la habitación y no puedo apartar mi vista de ellos. Lo que hacen me inquieta, me activa y más cuando Annette acerca su boca a mi oído y me chupa el lóbulo.

—¿Excitada?

Le digo que sí y Emma pone una de sus manos en mi rodilla. Comienza a subirla por la pierna.

—Annette tiene razón, eres muy suave.

Annette mueve la cabeza. En ese momento la puerta se abre. Entran dos mujeres y un hombre y, tras mirarnos, se ponen al otro lado del salón. Sin preámbulos, una de las mujeres se sienta en uno de los sofás del fondo, se sube el vestido y la otra mujer, ante la mirada del hombre, pone su boca en su sexo.

—Vaya… la fiesta se calienta —sonríe Emma.

Annette me mira y me pide con voz neutra.

—Jud… quítate las bragas.

Al escuchar aquello estoy tan excitada por todo lo que ocurre a mi alrededor que no lo dudo. Me levanto y, en dos movimientos, hago lo que me dice. Luego vuelvo a sentarme entre ellas. Annette me quita las bragas de la mano y se las guarda en el bolsillo de su amAnnetteana.

—Abre las piernas, nena —ordena.

Lo hago. Emma comienza a tocarme. Posa su mano de nuevo en mi rodilla, pero esta vez su recorrido es lento y progresivo. Se adentra en la cara interna de mis muslos y, cuando sus dedos rozan mi vagina, murmura:

—Me encanta tu humedad. Eso me indica que lo vamos a pasar muy bien, preciosa.

Dicho esto, siento que mete un dedo en mí y después dos. Me recuesto más sobre el sofá y suelto un gemido. Annette acerca su boca a la mía y me besa mientras es otra quien saquea con sus manos mi cuerpo.

—Así, cariño… Quiero que disfrutes para mí.

Emma continúa con su invasivo juego y pronto noto que toda mi vagina chorrea. Sentir su saqueo y los besos de Annette me está volviendo loca.

—¿Te gusta, pequeña?

—Sí.

—¿Quieres más?

—Sí.

Emma nos escucha y pregunta:

—¿Qué más quieres, preciosa?

—Jud… —añade Annette—. Dile a Emma lo que quieres.

Estoy colorada como un tomate y ardo. Menos mal que la luz roja no lo deja ver. Mi boca está seca y Annette se da cuenta de que no puedo hablar.

—Si no lo dices, cariño… no haremos nada.

—Quiero… quiero que me hagáis lo que queráis.

—Mmmm… ¿dispuesta a todo? —murmura Emma—. ¿Qué tal una doble penetración?

—No. De momento sólo tomaremos su vagina —aclara Annette, y Emma acepta.

Excitada y abierta de piernas para ellas, jadeo cuando Annette se incorpora.

—Levanta y date la vuelta, Jud.

Lo hago e instantes después noto que me desabrocha la cremallera de mi vestido de lentejuelas y éste cae a mis pies. Estoy totalmente desnuda ante Emma y mi pecho sube y baja con inquietud. Annette me besa el cuello.

—Ofrécele tus pechos.

Instintivamente me acerco a ella y Emma los toca y los chupa. Primero uno y después el otro. Annette, que está detrás de mí, me empuja con delicadeza y caigo literalmente sobre la cara de Emma que me los agarra, los junta y se mete los dos pezones en la boca, mientras Annette me masajea las nalgas y me da un azotito. Luego pasa su mano por mi mojada hendidura y mete un dedo en mi interior.

El calor toma mi cuerpo y comienzo a arder. Esas dos me tocan a su antojo y me gusta. Cuando creo que voy a explotar, siento que Annette deja de tocarme y se pone detrás del sillón.

—Jud… súbete al sillón.

Obediente, hago lo que me pide.

—Ahora quiero que le ofrezcas lo más íntimo de ti a Emma y dejes que te saboree.

Dicho y hecho. Emma recuesta su cabeza sobre el sofá y yo, con una pierna a cada lado de sus hombros, me agacho para que ella me coja con posesión de los muslos y me atraiga hacia ella. Mi vagina queda totalmente sobre su boca y ella comienza a jugar con ella y con mi clítoris. Su boca se desliza de un lado a otro mientras noto cómo me mueve sobre ella y yo gimo de puro placer.

Annette, que está frente a mí, me observa. En su mirada veo el brillo de la lujuria y eso me altera más.

Disfruta con lo que ve y su respiración se vuelve inconstante. Finalmente, se acerca al sofá, me coge de la cabeza y me besa mientras Emma prosigue su saqueo particular a mi vagina. Mete un dedo en ella y, mientras su lengua juega con mi clítoris, éste entra y sale rápidamente de mí. El calor crece y crece en mi interior, mientras me siento un juguete delicioso entre las manos de aquellos hombres. Pero me gusta lo que me hacen. Me gusta ser su juguete y más cuando Annette murmura en mi boca:

—Eres mi placer… dame más pequeña.

Suelto un chillido devastador y me corro sobre la boca de Emma.

Mi vagina palpita. Succiona el dedo que Emma tiene en mi interior, y oigo que ella me dice:

—Así, preciosa. Chilla y córrete para nosotras.

En ese momento, se acerca una mujer y nos mira. La reconozco. ¡Marisa de la Rosa! Durante unos minutos se limita a mirarnos mientras yo sigo moviendo mi sexo sobre la boca de Emma y ésta, con un dedo en su interior, me hace jadear una y otra vez. La mujer, avivada por lo que hago, se tumba en un diván cercano y comienza su propio juego.

Instantes después, Annette le indica a Emma que pare y coge mi vestido. Me hace bajar del sillón y los tres caminamos hacia una puerta que hay en el fondo del salón. Siento el martilleo de mi corazón mientras camino desnuda entre las dos y mi vagina palpita por lo sucedido. En mi camino observo a otras personas gritar de placer por sus juegos. En cuanto traspasamos la puerta, Annette se detiene.

Estoy congestionada. Creo que voy a explotar. Annette abre una puerta y entramos en una pequeña habitación donde hay una cama y un sillón. Cada vez estoy más excitada. Annette deja mi vestido en la cama y se sienta en el sillón. Me llama, me da la vuelta y me sienta sobre ella. Me abre las piernas, me las flexiona y me ofrece. Emma, sin hablar, se arrodilla, se mete entre mis piernas y vuelve al ataque, mientras Annette musita en mi oído:

—Así, Jud… En la intimidad quiero que estés a mi disposición siempre. Soy tu dueña y tú, mi dueña.

Sólo yo te puedo ofrecer. Sólo yo puedo abrir tus piernas a los demás. Sólo yo…

—Sí… sólo tú. Juega conmigo —murmuro.

Me doy cuenta de que mi voz y mis palabras lo avivan, al mismo tiempo que a mí me estimulan. Lo que estoy diciendo es una auténtica locura, pero es lo que deseo. Quiero que ella me ofrezca. Quiero sucumbir a lo que me pida. Lo quiero todo.

—Me vuelves loca, cariño, y escuchar tus gemidos y cómo te dejas llevar por mí es lo mejor que puedo imaginar. Estamos aquí. Estás desnuda entre mis brazos y otra mujer juega contigo. ¡Oh…

Dios… ¡Me gusta sentirte mía en todos los sentidos. Quiero que disfrutes. Quiero que explores y explorarte. Quiero follarte y que te follen. Quiero tanto de ti, cariño, que me das miedo.

Eso me hace jadear y retorcerme. Tengo calor. Mucho calor. La situación me puede. Estoy sobre Annette.

Ella me abre las piernas. Me ofrece a otra mujer. Siento que su pecho sube y baja muy deprisa mientras que una mujer de la que sólo sé que se llama Emma barre mi sexo con su lengua de atrás hacia adelante.

El orgasmo está a punto de llegarme.

—¿Deseas más? —me dice Annette.

—Sí… oh sí…

Annette, al escucharme, se mueve y se levanta. Yo me levanto también y Emma hace lo mismo. Annette me coge de la mano y me sienta sobre la cama. Lo oigo hablar algo con Emma y entonces dice:

—Voy a cumplir tu fantasía, cariño.

Esas dos afroditas de inquietantes y jóvenes cuerpos quedan completamente desnudas delante de mí y miro sus esculturales cuerpos, Annette se queda a un lado y Emma se acerca a mí.

—Túmbate en la cama y ábrete de piernas, preciosa.

Miro a Annette, ella asiente y lo hago. Desnuda y con los pezones duros me tumbo en el centro de la cama y observo que en el techo hay espejos.

Como una diosa nórdica, Annette se sube a la cama y acerca su boca a la mía.

—Pídeme lo que quieras.

Estoy confundida y sobreexcitada. Ella me besa y yo me estremezco cuando sus manos vuelan por mis pezones. Emma nos observa y eso me estimula más. Entonces recuerdo algo que a Annette le gusta.

—Quiero que Emma me folle mientras tú me ofreces, me besas y miras. Sé que te gustará hacerlo. Y, cuando ella se corra, quiero que me folles tú como sabes que me gusta.

A medida que lo voy diciendo, veo que a Annette se le ilumina la cara. Los ojos le chispean. He entrado totalmente en su juego y ella lo sabe. Me da un último y lascivo beso antes de levantarse de la cama.

Se va a una cómoda saca dos arnés le pasa uno a Emma, miro como las dos se lo pone.

Después mira a Emma y dice:

—Fóllatela.

—Será un placer, amiga —murmura Emma, mientras sonríe.

En su rostro se ve el deseo y sus pechos erectos reflejan las ganas que tiene por hacerlo. Se sube a la cama y se pone a horcajadas sobre mí. Siento su pene erecto descansar sobre mi barriga y, cuando se agacha, me estira los brazos y se mete uno de mis pechos en la boca, jadeo mientras miro a Annette. Durante varios minutos, siento cómo Emma chupa y succiona mis pezones y manosea mi trasero bajo la atenta mirada de mi dueña. Me estruja las cachas del culo con sus manos y me gusta. Después, baja hacia mis piernas y, sin miramientos, me las agarra y se las pone sobre los hombros hasta dejar mi sexo frente a ella.

Con los ojos muy abiertos, miro los cristales que hay en el techo y me estimulo más. Estoy desnuda en una habitación con dos mujeres y abierta de piernas para una desconocida que me va a follar. Y lo mejor, Annette está a mi lado, observando. Me anima a disfrutar de la experiencia y yo la quiero disfrutar. Durante varios segundos, Emma no hace nada hasta que la oigo decir, mientras siento que introduce sus dedos en mí:

—Estás empapada y tu coño me está volviendo loca.

De pronto vuelvo a sentir su boca invadiéndome y Annette vuelve a colocarse a mi lado.

—Así, pequeña… —me dice Annette—. Es lo que querías, ¿verdad?

—Sí.

—Vamos, cariño, ábrete bien para que pueda disfrutar de ti y córrete para que te saboree bien. Después, yo te follaré como llevo horas deseando hacerlo.

Aquel lenguaje tan soez me habría provocado rechazo en otras ocasiones. Incluso me habría molestado, pero de pronto y en una situación como aquélla me gusta. Me estimula. Me altera.

Emma me agarra las nalgas para meterme totalmente en su boca. Le gusta, me saborea, disfruta y yo jadeo. Gimo y me retuerzo. Con la lengua barre mi sexo una y otra vez, una y otra vez y entonces Annette me agarra las manos sobre mi cabeza y no puedo evitar mirar su duro y ardiente arnés. Emma, sin darme tregua, llega hasta mi hinchadísimo clítoris. Está enorme, muy avivado. Siento que lo engancha con sus dientes y tira de él. Grito. Me retuerzo. Quiero más.

Miro a Annette y vuelvo a observar sus pechos. Ella sonríe al intuir mis intenciones y, cuando un jadeo sale de mi boca, se agacha y  pone uno entre mis labios. Quiero metérmelo en la boca. Lo chupo, pero lo retira rápidamente.

—No, pequeña —me dice, agachándose—. Si te dejo hacer lo que quieres, no voy a poder parar.

Mi vagina se contrae y entonces Emma me baja las piernas. Veo que se pone un preservativo.

—Te voy a follar, preciosa. Te voy a follar delante de tu mujer y ella te va a abrir para mí, mientras te sujeta para que no te muevas.

Grito. Me sofoco.

Los ojos de Annette brillan. Le gusta ver aquello. Le gusta tenerme así. Y entonces Annette se agacha y me abre los pliegues de la vagina con sus manos. Emma me coge de los muslos, pone su pene en la entrada y poco a poco tira de mis muslos y me atrae hacia ella. Mi húmeda vagina lo atrapa y se contrae mientras siento cómo Annette me encaja en Emma. Sus manos cierran mi vagina y su pene queda metido totalmente en mí.

¡Dios… esa sensación es deliciosa!

Annette aparta sus manos de mi vagina, coge mis manos y me las sujeta por encima de la cabeza. En ese momento, Emma mueve las caderas en busca de más profundidad y lo consigue. Jadeo… Jadeo y Annette atrapa mis jadeos con su boca. Se los come. Los disfruta y sé que la vuelven loca.

Emma continúa su baile particular dentro y fuera de mí. Una… y otra… y otra vez… Me folla como le ha pedido Annette y yo lo gozo. Abro las piernas para ella y dejo que me penetre una y otra vez hasta que mis jadeos se vuelven más seguidos, más sonoros. Exploto y me retuerzo entre las manos de ellas.

Emma me suelta. Annette también me suelta y, cuando Emma saca su pene de mí, veo que cambian sus posiciones en la cama. Ahora, Annette está entre mis piernas y Emma sobre mi cabeza. Mientras normalizo mi respiración veo que Annette se pone un preservativo; después, coge una especie de jarra de agua y la deja caer sobre mi sexo. El agua fresquita me hace gritar de nuevo.

—¡Dios… te follaría otra vez! —dice Emma, mientras se quita el arnés.

Annette sonríe, mira a su amigo y, mientras me seca con una toallita, murmura:

—Lo harás…

Cierro los ojos. Aún no puedo creer lo que estoy haciendo. Cuando los abro veo la cara de Annette frente a la mía que me pide:

—Bésame.

Abro la boca y la beso mientras siento que desliza su pene desde mi clítoris hasta mi ano. Juega conmigo. Me estimula y grito de frustración. Estoy mojada y resbaladiza y eso me excita y la excita a ella también. Mete su dedo en mi interior y, como estoy tan abierta, me mete tres de golpe.

—Nena… estás muy abierta y receptiva. Te gusta, ¿verdad?

—Sí… Sí…

Me muevo sobre su mano. Imploro lo que quiero, mientras Annette continúa su juego sobre mí y Emma nos observa.

De pronto, siento que uno de sus resbaladizos dedos se para en mi ano. Con movimientos circulares lo estimula y, cuando me quiero dar cuenta, el dedo se mueve en mi interior. Durante unos segundos, lo mueve mientras yo me arqueo para que no pare y entonces soy consciente de que tengo a escasos centímetros la vagina de Emma, la miro está bastante húmeda.

La vista se me nubla cuando Annette saca su dedo de mi ano y de una estocada mete su maravilloso pene en mi vagina. Grito. Ella se para y me mira. Se tumba sobre mí, pone una mano sobre mi cabeza y la otra en mi trasero.

—Dios, nena… me estás volviendo loco. ¿Esto es lo que quieres?

—Sí.

Mueve sus caderas y se hunde más en mi interior, mientras siento que sus senos clavarse en los míos. Jadeo. Su enorme falo es mucho más ancho y largo que el que traía Emma. Noto cómo mi carne se abre para recibirlo y eso me hace gemir y retorcerme entre sus brazos. Annette me besa, entra una… dos… tres… cuatro y mil veces en mí con posesión, mientras me arranca gustosos gemidos de placer. Emma me agarra los hombros para que no me mueva. Y entonces las embestidas de Annette se vuelven más secas y posesivas, mientras Emma murmura:

—Así, preciosa… disfruta…

Mis gritos no tardan en aparecer de nuevo. Agarro a Annette por el trasero y la obligo a golpearse contra mí una y otra vez mientras veo a un lado de mi cara la excitada vagina de Emma. Cuando estoy a punto de decirle que se ponga sobre mi boca, cuando Annette lee mi pensamiento.

—No. Mírame.

Rápidamente le hago caso y siento que Emma me suelta los hombros y se baja de la cama. Annette clava sus impresionantes ojos en mí y me da un azote que me escuece, mientras me embiste con fuerza. Su respiración es brusca, inconstante pero sus acometidas en el interior de mi vagina me hacen convulsionar

a cada nuevo ataque. Vuelve a azotarme. El calor me sube por el cuerpo y jadeo su nombre…

—Annette…

Me abrasa la excitación cuando vuelve a darme otro azote y noto que mete un dedo junto al falo en mi vagina y vuelvo a jadear. Su dedo empapado de mis fluidos va directo a mi ano y, al notar que lo mete, grito. Esta vez, la invasión es más fuerte. Su demoledor dedo entra y sale de mi ano mientras que su pene lo hace en mi vagina y esa nueva sensación me deja extenuada.

Con el cuerpo palpitándome, deseo lo que me exige y lo que me hace y casi rezo para que continúe y no pare nunca. Mis caderas se levantan en busca de más, hasta que el rostro de Annette se contrae y yo, tras un demoledor grito, me dejo llevar.

Cuando todo acaba, Annette cae sobre mí. La abrazo y elle mete su cara en mi cuello. Permanecemos así unos minutos. Agotadas. Rendidas. Consumidas. Hasta que se separa de mí y, sin mirarme, ordena con voz seca:

—Vístete. Nos vamos.

Extasiada por lo vivido, hago un gesto afirmativo con mi cabeza. Cojo el vestido, que veo a un lado de la cama, y me lo pongo. Me siento en la cama y la observo vestirse. Después, me doy cuenta de que estamos solos en la habitación.

—¿Dónde está Emma?

Annette me mira y, con un gesto que me descuadra, pregunta:

—¿Para qué quieres saberlo?

—Para nada, Annette —respondo, sin entender su pregunta—. Es simple curiosidad.

En ese instante me percato de que algo le pasa y la agarro del brazo. Annette se suelta de mala gana.

—¿Por qué estás enfadada?

La furia de sus ojos me deja sin habla.

—¿Por qué querías comerte su coño?

Sus palabras me sorprenden. No sé que responder.

—No lo sé, Annette. El morbo del momento.

Al ver que ella no me mira y se sigue abrochando la camisa, exploto:

—¡Perfecto! Me traes aquí. Me haces abrirme de piernas para ella y ahora, ¿me vienes con reproches?

Joder, Annette… no la entiendo.

—Tú has accedido. No lo olvides.

—Por supuesto que he accedido. ¡Imbécil! He entrado en el juego. ¡Tu juego! Me he dejado lamer, chupar y follar por una persona a la que no conozco de nada porque sé que a ti es lo que te gusta, y ahora, cuando ves que he disfrutado y me he dejado llevar por el morbo, me lo reprochas. ¡Vete a la mierda!

Dispuesta a largarme de allí, me encamino hacia la puerta. Pero antes de que llegue, ella me agarra y me tumba sobre la cama.

—Tienes razón, nena… tienes razón.

—¡Gilipollas!… Eso es lo que eres, una auténtica gilipollas.

—Entre otras muchas cosas. Perdóname.

Sus ojos… su voz… el olor a sexo y todo ella consigue que mi enfado, como siempre, desaparezca en décimas de segundo.

—Perdóname, cariño. Me he dejado llevar por mi instinto de posesión y…

—Pero vamos a ver, Annette. ¡Soy tuya! ¿Todavía no te has dado cuenta de que sólo quiero hacer lo que tú quieras? ¿De verdad que todavía no te has dado cuenta de que el morbo y jugar me gusta, pero sólo contigo? Tu dijiste que mi placer es tu placer. Pues aplícate el cuento porque a mí me pasa lo mismo. Lo que acaba de pasar aquí, ha sido ¡increíble! ¡Maravilloso! ¡Extenuante! Me ha gustado ver el brillo en tus ojos cuando te he pedido lo que quería. Has disfrutado el momento y yo también. ¿Dónde está el mal?

Sólo me he dejado llevar por lo que tú me has enseñado a disfrutar, el morbo. Y ese morbo, tú y lo que me hacías me hicieron querer hacer algo más. Pero si…

Annette me besa. No me deja terminar.

Devora mi boca y juega con mi lengua mientras yo adoro que lo haga. Durante un rato permanecemos solas y abrazadas en la habitación. Sólo nos abrazamos. Estamos agotadas. Y cuando abandonamos la solitaria habitación y regresamos al salón general, Emma se acerca a nosotras, nos ofrece unas copas de champán bien frío, me coge de la mano y la besa.

—Ha sido todo un placer, Jud.

Yo asiento. Emma mira a Annette.

—Gracias, amiga, por ofrecerme a tu mujer. Ha sido una delicia.

Annette sonríe.

—Me alegra saberlo.

—Por cierto —añade Emma—. Mañana por la noche vamos a jugar a la rueda en la villa que he alquilado. Marisa y Frida se han ofrecido, ¿os animáis?

¿La rueda? ¿Qué es la rueda? Quiero preguntar. Pero Annette responde mientras nos alejamos:

—Gracias por la invitación, pero no. Quizá en otro momento.

Cuando llegamos a la pista de baile y comenzamos a movernos al son de la música, mi curiosidad no puede más y pregunto:

—¿Qué es la rueda?

—Un juego para el que tú no estás preparada.

—Vale… Pero ¿qué es?

Annette sonríe y me acerca más a ella.

—De entrada, te desnudarías junto a las otras dos mujeres. Suele haber dos o tres. Algunos hombres y mujeres jugaríamos a las cartas mientras vosotras nos servís las copas y satisfacéis nuestros caprichos más inmediatos. Una vez termina la partida, los hombres hacemos un círculo alrededor de las mujeres que se han ofrecido y toda la rueda las folla. Eso sí… siempre con su consentimiento.

Asiento y trago con dificultad. No. Definitivamente no estoy preparada para ello.

Sobre las cuatro de la mañana, sin haber compartido nada más que charla con otros, Annette y yo decidimos regresar a casa. Frida y Andrea regresarán más tarde. Cuando nos sentamos en la limusina que los dueños de la casa han puesto a nuestra disposición, me abraza y yo la miro con picardía.

—Estoy agotada, ¿por qué será?

—Por el esfuerzo, morenita… no lo dudes.

Ambas nos reímos y Annette me besa en el cuello.

—¿Lo has pasado bien?

—Sí. Muy bien.

—¿Tanto como para repetir otro día?

Busco su mirada para responder:

—Oh, sí… por supuesto que sí. Además, he visto cosas que quiero probar y…

Annette sonríe y acerca su boca a la mía.

—Dios mío, ¡he creado un monstruo!

TRES días después, seguimos en Zahara de los Atunes y nos animan a que nos quedemos más tiempo en el chalet. Al final aceptamos encantados. Annette recibe varias llamadas y mensajes de una tal Marta y cada vez me tengo que morder más la lengua para no saltar: «¿Quién es esa mujer que llama tanto?».

Al cuarto día, Frida y yo decidimos bajar una noche a Zahara para tomar unas copas. Los chicos juegan al ajedrez y prefieren quedarse en el chalet tranquilamente.

Llegamos a un pub llamado «la cosita». Allí nos pedimos unos cubatas y nos sentamos a charlar en la barra. Hablar con Frida es fácil. Ella es divertida, charlatana y encantadora.

—¿Llevas mucho tiempo casada con Andrea?

—Ocho años. Y cada día estoy más contenta de haberla atropellado.

—¿Cómo?

Frida se carcajea y me aclara:

—La conocí porque la atropellé con el coche.

Eso me hace reír.

—Cuéntamelo ahora mismo —le exijo—. Quiero saberlo todo.

Frida da un trago a su bebida y comienza a relatármelo:

—Ambas íbamos a la facultad de medicina en Núremberg. Y el primer día que llevé mi coche a la facultad, cuando fui a aparcar, no la vi y la atropellé. Por suerte, no le hice nada salvo algún moratón al caer y poco más. Eso sí… fue un flechazo en toda regla y, a partir de ese día, no nos hemos separado.

Ambas reímos y vuelvo a preguntar:

—Oye, y el tema de los juegos, ¿quién fue el que lo propuso?

—Yo.

—¿Tú?

Ella asiente.

—Tenías que haber visto su cara la primera vez que le hablé de ello. Se negó en redondo. Pero un día la invité a una de las fiestas donde yo solía juntarme con gente que jugaba, le presenté a Annette y, bueno… a partir de ese día ¡le gustó!

—¡¿Annette?!

—Sí.Ellal y yo somos amigos de toda la vida y nos movíamos por el mismo círculo. Algo que, como habrás visto, continuamos haciendo. Por cierto, creo que ya sabes que fui yo la que ese día en el hotel…

—Sí… me lo dijo Annette.

—Para mí fue un placer complaceros a las dos.

Al recordar algo, pregunto:

—Oye… ¿tú fuiste a la rueda que organizó Emma la otra noche?

—Sí —ríe Frida—. Me encantan ese tipo de juegos y a Andrea la vuelven loca.

—¿Y no te da cosa?

—¿Cosa? —se sorprende—. ¿Por qué?

—No sé… ¿No te parece denigrante estar allí para satisfacer los deseos de otras personas? Vosotras os desnudáis. Vosotras sois las entregadas. Vosotras sois las que… pues eso.

Frida suelta una carcajada y se retira el flequillo de la cara.

—No, cielo. El morbo que me provoca el momento me encanta. Me vuelve loca cómo me desean, cómo me entrega mi esposa, cómo me poseen los demás. Me gusta y le gusta a Andrea. Eso es lo que cuenta, que a ambas nos guste y disfrutemos de ello.

Quiero preguntarle más cosas sobre los juegos, sobre Annette, Betta o Marta, pero suena la clásica

canción Love is in the air de John Paul John y Frida grita emocionada:

—Me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar!

Divertidas, las dos salimos a la pequeña pista donde comenzamos a contonear las caderas al son de aquella bonita canción, mientras soy consciente de que varios de los hombres que se encuentran allí nos observan. Somos dos mujeres jóvenes solas y los moscones acechan.

Sobre las tres de la madrugada, Frida y yo decidimos regresar al chalet. Estamos agotadas.

Caminamos hasta el BMW que hemos dejado aparcado en el parking de la playa y dos de los moscones salen a nuestro encuentro.

—Vaya… vaya… aquí están las dos bailonas del pub.

Al mirarlos, los identifico y sonrío.

—Si no queréis líos, más vale que os quitéis de nuestro camino.

Frida me mira. En su rostro veo la inseguridad. Estamos en el parking de la playa y no hay ni una alma. Yo no me dejo llevar por el miedo, agarro a Frida del codo y continúo andando en dirección al coche.

—Eh… venid a aquí, guapas. Estáis cachondas y queremos daros lo que queréis.

—Venga va… idos a la mierda —suelto.

Los hombres continúan tras nosotras. Se nota que van bebidos y siguen con sus toscas insinuaciones.

Cuando llegamos hasta el coche, exijo a Frida que me dé las llaves. Esta tan nerviosa que apenas atina a dármelas. Se las quito de la mano y entonces siento que uno de esos tipos está detrás de mí y pone su mano en mi trasero. Echo el codo hacia atrás y le doy un codazo en el esternón. Frida grita y el joven maldice. El otro intenta agarrar a Frida y, para ello, me empuja y caigo sobre la arena. Eso ya remata mi enfado y me levanto rápidamente.

El que me ha tocado el trasero se acerca para sujetarme, pero yo soy más rápida que él y le asesto un puñetazo en la mandíbula que lo hace gritar. Yo grito también, pero de dolor. Me he destrozado los nudillos. Sin embargo, el tipo se levanta y me tira de nuevo al suelo. Mis nudillos doloridos dan contra la arena y las piedras y se raspan. Eso me encoleriza y decido acabar con aquella tontería. Me levanto del suelo con la adrenalina por las nubes, me pongo en posición ante el tío, le doy un nuevo puñetazo en la mejilla y una patada en la boca del estómago. Después, agarro al tipo que sujeta por el pelo a Frida, le doy la vuelta y le suelto una patada que lo hace volar unos metros. Miro a Frida y digo:

—Vamos. Monta en el coche.

Los dos hombres están en el suelo y aprovechamos para huir. En cuanto salimos del aparcamiento de la playa y llegamos a una calle donde hay gente sentada en las terrazas detengo el coche. Me vuelvo hacia Frida y le retiro el pelo de la cara.

—¿Estás bien?

Frida, aún algo asustada, asiente.

—¿Dónde has aprendido a defenderte así?

—Kárate. Mi padre nos apuntó a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñitas. Siempre dijo que teníamos que aprender a defendernos de la gentuza y, mira, ¡tenía razón!

—Ha sido flipante. ¡Eres mi heroína! —sonríe Frida—. Esos tipos se han llevado su buen merecido y… ¡Oh, Dios mío, Jud, tu mano!

Ambas miramos mi mano derecha. Tiene los nudillos rojos, desollados e hinchados. La muevo lo mejor que puedo e intento quitarle importancia.

—No es nada… no te preocupes. Pero necesitaré hielo para bajar la hinchazón. ¿Conduces tú, que yo no puedo?

—Por supuesto.

Frida se baja del coche y yo me corro hacia su asiento. Nada más montarse, acelera el coche y nos dirigimos hacia el chalet.

Cuando llegamos, veo que hay luz en el salón y, dos segundos después, las chicas aparecen para recibirnos. Ambas nos reímos pero, a medida que nos acercamos, Annette ve mi mano y acelera el paso.

—¿Qué te ha pasado?

Voy a responder, cuando Frida se adelanta.

—Cuando hemos salido del pub, unos tipos han intentado propasarse con nosotras. Menos mal que Jud ha sabido defendernos. ¡Ha sido increíble! No veas qué patadas y puñetazos les ha dado. Por cierto, hay que ponerle hielo en la mano ¡ya!

La cara de Annette es un poema mientras Frida escenifica una y otra vez lo ocurrido y habla sin parar.

Está tan impresionada por ello que no puede parar. Andrea, al ver que las dos estamos bien, abraza a su mujer. Annette continúa a un metro de mí con gesto adusto. Noto la angustia por el susto en su mirada.

Finalmente, para intentar quitar hierro al asunto, le doy un beso.

—Tranquila. No ha sido nada. Sólo unos idiotas que querían que yo les zumbase.

—Monta en el coche, Jud —exige Annette de pronto.

—¡¿Cómo?!

Le quita las llaves de la mano a Frida, frenética.

—Me vas a decir quiénes han sido esos hijos de su madre y se las van a ver conmigo.

Andrea y Frida se colocan rápidamente a su lado. Andrea le quita las llaves y Frida dice:

—¿Se puede saber adónde vas?

—A darles su merecido a esos tipos. Dame las llaves, Andrea.

Annette respira con dificultad. Sus ojos están furiosos.

—Maldita sea, Annette —digo, dispuesta a que olvide esa tontería No ha pasado nada. ¿Qué quieres?

¿Que realmente pase algo que luego tengamos que lamentar?

Mi grito hace que me mire. De un portazo cierra la puerta del coche, camina hacia mí y mientras pasa su mano por mi cintura, murmura:

—¿Estás bien?

—Sí… tranquila. Sólo necesito agua oxigenada para limpiarme los raspones y hielo para la hinchazón.

—Dios, pequeña… —murmura posando su frente contra la mía—. Te podía haber pasado algo…

—Annette… no ha pasado nada. Es más, tenías que haber visto cómo han quedado esos tipos. —Y, mientras Frida y Andrea entran en casa, añado—: Los he machacado.

Me abraza. Me aprieta contra ella y mete su cara en mi cuello. Durante unos minutos permanecemos así.

—Recuerda lo que te dije: campeona de kárate.

Noto que sonríe y cómo sus músculos se relajan. Finalmente me da un dulce beso en los labios.

—Ah… pequeña, ¿qué voy a hacer contigo?