Pídeme lo que quieras!10

No pdia dejarlas con la intriga n_n... espero estar actualizando mas seguido... gracias por leer... tengo historias propias pero no estan terminadas.. algun dia las subire.. saludos!! gracias por seguir leyendo!!

Autor: Megan Maxwell

En Jerez, mi padre no habla, sólo me mira.

Hace tres días que he llegado y soy una piltrafilla humana. Sabe que no estoy bien, que algo ha ocurrido entre Annette y yo, pero respeta mi silencio. Los vecinos de mi padre son otro cantar.

Continuamente me preguntan por la Frankfurt y eso me desespera. Algunas veces no tienen tacto y ésta es una de esas veces.

Alguien avisa a Fernanda de que estoy allí. Me envía mensajes al móvil y al tercer día se presenta en mi casa. Estoy en la piscina tumbada sobre una hamaca, cuando lo veo llegar. —Hola —saluda. —Hola —respondo. Se sienta en la hamaca que hay junto a la mía y no dice nada. Ninguno decimos nada. Mi padre se asoma por la ventana de la cocina y nos mira, pero no se acerca a nosotras. Deja que hablemos.

—¿Estás bien Judith?

—Sí.

Silencio… ninguna dice nada más hasta que Fernanda añade:

—Siento que estés así.

—No pasa nada —respondo con una sonrisa— Como tú dijiste, yo solita me he dado contra el muro.

—No me alegro por ello, Judith.

—Lo sé. De nuevo, silencio entre los dos. De pronto, comienza a sonar en la radio la canción Satisfaction de los Rolling Stones y sin poder remediarlo sonreímos. Al final soy yo la que dice:

—Siempre que escucho esta canción me acuerdo de la fiesta que dio Rocío hace unos años. ¿Te acuerdas de la que liamos con esta canción?

Fernanda asiente, sonríe y comienza a cantarla. Yo la sigo. Ella se levanta, comienza a bailar mientras canta y yo me río. Al final, me pongo de pie y canto y bailo junto a ella la canción, mientras me olvido de todos mis problemas. Cuando la canción acaba, las dos nos reímos, nos miramos. Levanto los brazos en busca de un abrazo y nos abrazamos.

—Así me gusta verte, Judith. Feliz y divertida. Como tú eres. Perdóname por haberme metido donde no me llamaban, pero a veces las mujeres hacemos cosas de idiotas.

—Estás perdonada, Fernanda. Perdóname tú a mí también.

—Por supuesto. De eso no te quepa la menor duda.

Esa anoche salgo a cenar con ella y vamos a los sitios donde sabemos que nos encontraremos con los amigos. Mi amiga Rocío se sorprende al verme aparecer con ella, y no me pregunta por Annette. Nadie hace la más mínima referencia la mujer con la que me vieron las últimas semanas y yo me limito a no pensar y a disfrutar lo mejor que puedo.

Los días pasan y Annette no se pone en contacto conmigo. No entiendo cómo unas maravillosas vacaciones pueden acabar así, tan de repente, y con tal mal rollo, cuando ella y yo nos entendemos sólo con la mirada. La presencia de Fernanda esos días me hace sonreír. No ha intentado nada conmigo. No se ha acercado a mí más de lo estricto y le agradezco que se comporte como un amigo.

Mi hermana aparece sin avisar con Jesús y la niña, como hace siempre. Mi padre se vuelve loco de felicidad. Tener a sus dos hijas y a su nieta para él es lo más y no puede ocultar su orgullo.

Luz, mi sobrina, es la alegría de la casa. Estar con ella para mí es un soplo de aire fresco. Mi hermana y mi cuñado están felices. No paran de hacerse arrumacos y salen todas las noches a cenar y llegan a las mil. Eso me hace sonreír. Llevaba años sin ver a Raquel tan sonriente, activa y enamorada.

Contenta por su felicidad, veo cómo mi cuñado la observa, cómo se cruzan miradas y cómo buscan, en cuanto pueden, su intimidad. Es tal el descaro de la pareja que hasta mi padre los mira a veces asombrado. Mi hermana intenta hablar conmigo. Sabe que estoy mal, aunque sonrío, pero yo le pido que lo dejemos para más adelante. Por primera vez en mi vida, la pesada de mi hermana respeta mi decisión. Debe verme fatal.

Una noche, después de que Fernanda me deje en casa sobre las tres de la mañana, entro en la casa de mi padre y me dirijo al balancín que hay en la parte trasera. Hace una noche perfecta y las estrellas se ven maravillosamente bien. Mi padre me ve por la ventana y viene a sentarse a mi lado. Trae dos CocaColas. Cojo una y él le da un trago a la suya.

—Estoy muy feliz por ver a tu hermana tan contenta, pero me apena verte a ti tan triste, cuando, por norma, la situación suele ser al revés.

—Que le dure mucho, papá. El que ella esté así nos hace felices a todos.

Ambos sonreímos y mi padre cuchichea:

—No me extrañaría que dentro de poco me hagan abuelo otra vez… Pero ¿tú los has visto?

Divertida, asiento y más al ver cómo mi padre menea la cabeza.

—Sí, papá, los he visto. Es maravilloso ver que su relación va viento en popa.

Volvemos a tomar un nuevo trago de nuestras Coca-Colas.

—Escucha, morenita. Tú vales mucho y estoy seguro de que Annette lo sabe.

—¿Y de qué sirve eso, papá?

—De mucho, cariño, ya lo verás. Annette es una mujer que se viste por los pies y verás cómo no te deja escapar.

—A lo mejor soy yo quien lo deja escapar a ella.

Mi padre sonríe y me acaricia el pelo.

—Pues entonces, morenita, serás tú la que haga la mayor tontería de su vida.

Incapaz de callar un segundo más el secreto que guardo, lo miro y digo:

—Papá, Annette es mi jefa. La jefaza de la empresa. Ahora ya lo sabes.

Mi padre se queda callado durante unos segundos y se rasca la barba.

—¿Está casada?

—No, papá… Annette está soltero y sin compromiso. ¿Por quién me has tomado?

Siento que mi padre respira. Lo último que hubiera querido escuchar era que ella estaba casada y sé que mi respuesta, en cierto modo, lo alivia.

—No te mira como una jefa y yo sé lo que digo, hija. Esa mujer te mira como a una mujer a la que quiere y desea proteger. Pero tengo que decirte que Fernanda te mira igual y me da pena la chava.

Me encojo de hombros y suspiro. Al ver que no digo nada más del tema me pregunta: —Entonces, ¿regresas a Madrid mañana?

—Sí. Cuando desayune cargo el coche y rumbo a la ciudad. Quiero llegar a buena hora para ir a comprar y todas esas cosas.

—¿Cuándo volverás?

—Pues no lo sé, papá, en cuanto tenga más de cuatro días juntos. Ya sabes que venir para estar unas horas no me gusta y…

—Lo sé… cariño… lo sé.

Como cuando era pequeña, me abraza, me acuna en sus brazos y me besa el pelo.

—Sé que vas a ser feliz porque te lo mereces. Y si tú y ese Annette no os dais una nueva oportunidad, os vais a arrepentir el resto de vuestras vidas. Piénsalo, ¿vale?

—Vale, papá… lo pensaré.

El 27 de agosto me reincorporo a mi trabajo.

Mi jefa está de vacaciones y eso me permite un respiro. No tener su tóxica presencia a mi alrededor es lo mejor para mí. Miguel tampoco está y echo en falta sus bromas. Pero mi estado de ánimo es tan apático que casi prefiero que nadie me mire ni me hable. Cada vez que miro hacia su despacho o entro en el archivo, el alma se me cae a los pies. Irremediablemente pienso en Annette. En las cosas que me decía, que me hacía en aquel lugar y tengo que hacer grandes esfuerzos por no llorar.

Mis amigos no han salido de vacaciones, por lo que quedo con ellos algunas tardes cuando salgo del gimnasio y nos vamos al cine o a tomar algo. Mi buen amigo Nacho intenta hablar conmigo, pero yo me niego. No quiero recordar lo ocurrido. La presencia de Annette en mi corazón todavía está demasiado presente y hasta que no consiga olvidarlo, sé que mi vida no volverá a la normalidad.

El 31 de agosto recibo un mensaje de Fernanda. Está en Madrid por un caso hasta el día 4 de setiembre y se aloja, como siempre, en un hotel cercano a mi casa. Quedamos en vernos.

La llevo un día a cenar a la Cava Baja y otro día a un restaurante japonés. Esos días, tras la cena, quedo con mis amigos y nos vamos de copas todos juntas. Sorprendentemente veo que hace muy buenas migas con mi amiga Azu y eso me complace. Fernanda cumple con su palabra. Se comporta como una amiga y se lo agradezco.

El 3 de setiembre, mi jefa, Miguel y casi toda la plantilla de la empresa Müller reaparecen en la oficina. El ritmo vuelve a ser frenético y, cuando me quiero dar cuenta, mi jefa ya me ha sumergido en un mar de papeles de nuevo. Miguel ha vuelto de sus vacaciones encantada. Me cuenta anécdotas mientras trabajamos, lo que me hace reír. El teléfono interno suena y mi jefa me indica que pase a su despacho. No tardo en hacerlo.

—Siéntate, Judith.

Obedezco, y ella prosigue

—: Como recordarás, el viaje de la señorita Kirschner las delegaciones de Müller por España se tuvo que aplazar hasta después de verano, ¿verdad?

—Sí. —Pues bien. He hablado con la señorita Kirschner y esos viajes se van a retomar.

Se me encoge el estómago y comienzo a inquietarme. Oír hablar de ella me pone cardíaca. Volver a ver a Annette es lo que necesito, aunque sé que no es lo más recomendable para mí.

—Quiero que prepares los dosieres pertenecientes a todas las delegaciones. Kirschner quiere comenzar con el viaje este miércoles.

—De acuerdo.

Me quedo parada. El miércoles la voy a ver. Estoy a punto de gritar como una loca cuando mi jefa dice:

—Judith, vamos… no te quedes parada como un pasmarote.

Asiento. Me levanto, pero cuando voy a salir del despacho, oigo que dice:

—Por cierto, esta vez seré yo quien acompañe a la señorita Kirschner. Ella misma me lo pidió ayer cuando me reuní con ella en el Villa Magna.

Escuchar eso me supone un mazazo. Annette está en Madrid y no se ha dignado ni a llamarme. Mis ridículas ilusiones de volver a verla se disipan de un plumazo, pero consigo sonreír afirmativamente. Cuando salgo del despacho siento que las piernas me flaquean y corro a sentarme a mi mesa. Miguel se da cuenta.

—¿Qué te pasa?

—Nada. Será el calor —respondo.

Cuando salgo de la oficina estoy en trance. Estoy ofendida. Furiosa y altamente enfadada. Voy al parking y cojo el coche y sin saber por qué me encamino al paseo de la Castellana.

Al pasar frente al hotel donde Annette se aloja, lo miro, me desvío por una de sus callejuelas y aparco. Como una idiota, me dirijo hacia el hotel, pero no entro. Me quedo parada a escasos metros de la puerta sin saber qué hacer.

Durante una hora, mi mente bulle e intenta aclararse, cuando, de pronto, veo su coche acercarse.

Se para en la puerta del hotel y de su interior salen Annette y… ¡Amanda Fisher! Ambos sonríen, parecen muy compenetrados, y se meten en el hotel. ¿Qué hace Amanda en Madrid? ¿Qué hace Amanda en ese hotel? Las respuestas se agolpan unas tras otras y, furiosa, soy consciente de todas ellas. Enfadada con el mundo y cegada por lo que he visto cojo el coche y me dirijo al hotel donde sé que probablemente esté Fernanda. Cuando llego, subo directamente a su habitación. Llamo con los nudillos a la puerta y, cuando abre, me mira sorprendida.

—¿No me digas que habíamos quedado y se me ha olvidado?

No respondo. Directamente me lanzo a su boca y la beso.

Ni que decir tiene que ella, al ver mi efusividad, cierra la puerta. Sin hablar, continúo mi saqueo a su boca mientras siento que sus manos me quitan la chaqueta y, después, desabrochan el pantalón, dejándolo caer al suelo. Con prisa, saco las piernas de él y aún con los tacones puestos, Fernanda me tumba en la cama y murmura mientras yo le desabrocho el botón del vaquero con desesperación: —¿Qué haces, Judith? No respondo. La furia ha tomado mi cuerpo y necesito desahogarme como puedo y necesito. Al verme tan caliente, rápidamente se saca la camiseta por la cabeza y vuelve a besarme. Pero, cuando se separa de mí, murmura:

—Judith… ¿te pasa algo? No quiero que luego tu…

—Fernanda… calla y fóllame.

Mi orden tajante la deja paralizado durante unos instantes, pero el deseo que siente por mí lo hace reaccionar y no pensar en nada más. Sin hablar, se quita los pantalones, las bragas y se queda desnuda con sus erectos pezones por la excitación. Respiro con irregularidad mientras el calor sube por todo mi cuerpo y entonces recuerdo algo.

—Dame el bolso.

Sin dudarlo, me lo entrega y, mientras yo saco el vibrador en forma de barra de labios que Annette me regaló y que me pidió que siempre llevara encima, ella se pone de rodillas en frente de mi.

—Quítame las bragas.

Mete sus dedos en la tirilla de mis bragas y me las quita con cuidado, cuando de pronto se da cuenta de mi tatuaje y susurra.

—«Pídeme lo que quieras.»

¡Annette! ¡Annette! ¡Annette!

Quedo desnuda de cintura para abajo y murmuro mientras me abro de piernas para ella:

—Mírame, por favor.

Atónita, asiente, aún sorprendida por mi tatuaje. Pongo en funcionamiento el vibrador y lo coloco donde sé que me va a dar placer. Instantáneamente mi cuerpo reacciona y jadeo. Cierro los ojos y siento que es Annette quien está frente a mí y no Fernanda.

Annette… Annette… Annette…

Paseo con deleite el vibrador por mi clítoris, gimo y cierro las piernas al sentir las descargas de placer. De pronto, unas manos me sacan de mi particular sueño y abro los ojos. Fernanda, excitada, se mete entre mis piernas, uniendo nuestras vaginas. Grito y ella resopla. Se empieza a miver sobre mi. Estoy tan avivada, tan deseosa de olvidarme de todo, que subo la potencia del vibrador, grito y la obligo moverse mas. Fernanda, al ver aquello, me quita el vibrador de las manos, me agarra por los muslos y saquea mi cuerpo, una y otra vez sin descanso, con su dedo me penetra, mientras yo me dejo hacer y quiero más. Necesito más. Necesito a Annette. Pienso en ella. En cómo me hace vibrar con sus exigencias, cuando siento que Fernanda me rodea la espalda con sus manos y, con un movimiento, me levanta de la cama y me apoya contra la pared. Su boca busca la mía y me besa mientras me aprieta una y otra vez sobre su sexo.

—Judith…

Enloquecida, la miro, con los ojos llenos de lágrimas. Al ver mi estado, siento que sus penetraciones se detienen.

—No pares, por favor… ahora no.

Retoma su movimiento de caderas. Dentro… fuera… dentro… fuera. Mientras, me siento oprimida contra la pared y consigo lo que necesito. Me entrego a ella con furia. Grito el nombre de Annette y, cuando el clímax llega a nosotras, sabemos que lo que yo he ido a buscar acaba de culminar. Todo termina y continúo entre sus brazos durante unos minutos. Me siento fatal. No sé qué es lo que acabo de hacer y sobre todo no sé por qué lo he hecho.

Cuando Fernanda me suelta, camino hacia el baño sin mirarla. Una vez allí me aseo, me lavo la cara y me miro en el espejo. El rímel corrido por mi cara me da un aspecto deplorable. Mi pinta no puede ser peor.

Cinco minutos después, más recompuesta, salgo y Fernanda me espera sentada y vestida sobre la cama. Veo el vibrador y sin decir nada lo cojo y lo guardo. Ya lo lavaré en casa. Me visto y, cuando acabo, me siento frente a él. Le debo una explicación.

—Fernanda… yo no sé cómo explicarte esto, pero lo primero que quiero pedirte es perdón. Ella asiente y me mira.

—Disculpas aceptadas.

—Gracias.

Nos miramos durante unos segundos.

—Sabes que hacer lo que acabamos de hacer me encanta. Me gustas mucho y, si por mí fuera, estaría todo el día besándote y…

—Fernanda no lo hagas más difícil, por favor.

—Ese tatuaje es por ella, ¿verdad? —pregunta de pronto.

—Sí.

En su mirada veo que quiere decirme cientos de cosas.

—Tu fin no me ha gustado. No has venido porque te apeteciera tener sexo conmigo. Ni porque quisieras verme. Pero si hasta la has nombrado cuando yo te hacía el amor, ¡joder!

—¡¿Cómo dices?!

—Has dicho su nombre.

—Oh, Dios, ¡lo siento!

—No. No lo sientas. Eso me ha aclarado qué hacías aquí.

—Estoy tan avergonzada… No sé por qué te he elegido a ti para hacer esto. Podía… podía…

—Escucha, Judith… —dice mientras me toma las manos—, prefiero que hayas venido a mí, aunque pensaras en otra, a que hubieras hecho una locura con cualquiera.

—Oh, Dios… ¡me estoy volviendo loca! Yo… yo…

—Judith, te prometí que no volvería a hablar de esa mujer y no lo quiero hacer. Sabes lo que pienso sobre ella y nada ha cambiado. Sólo espero que tú sola te des cuenta de lo que haces y el porqué.

Asiento. Me levanto y ella también. Me doy la vuelta para irme y ella me sigue. Cuando llego a la puerta de la habitación, Fernanda me coge por la cintura, me da la vuelta y me besa. Me besa apasionadamente.

—Siempre me vas a tener, ¿lo sabes? —murmura cuando se separa de mí- Aunque sea para utilizarme de juguete sexual.

Le doy un leve puñetazo y sonrío. Instantes después salgo de la habitación aturdida. Cuando voy a coger el coche pienso en mi amigo Nacho y, sin pensarlo dos veces, conduzco hasta su estudio de tatuaje. Al verme, rápidamente se preocupa por mi estado. No sabe qué me pasa, pero sí sabe que necesito hablar. Me invita a cenar. Esa noche, Nacho me demuestra lo excelente amigo que es.

Omito explicarle que Annette es mi jefa y nuestra vida íntima. Eso no quiero que lo sepa. Pero el resto, la extraña relación que mantenemos, sí se lo explico.

Tras escucharme, me dice que deje mi orgullo a un lado y que, si tanto la echo de menos, que intente hablar con ella porque yo fui la que me marché de su lado. Entiendo sus palabras. Tiene razón y cuando llego a casa enciendo el ordenador y le mando un mensaje.

De: Judith Flores Fecha: 3 de setiembre de 2012 23.16

Para: Annette Kirschner

Asunto: ¿Estás mejor?

Hola, Annette, siento haberme marchado como lo hice. Tengo mucho pronto y te pido perdón. Espero que estés mejor. Te llamaría por teléfono pero no quiero incordiarte. Por favor, llámame y dame la oportunidad de pedirte perdón mirándote a la cara. ¿Lo harás por mí?

Te quiero y te añoro. Mil besos.

Jud

Nada más escribirlo, lo envío y durante más de tres horas espero una contestación. Sé que lo ha leído. Sé que, en el hotel, su ordenador habrá sonado y le habrá dicho que ha recibido un mensaje. Sé todo eso y me hace sufrir.

De: Judith Flores

Fecha: 4 de setiembre de 2012 21.32

Para: Annette Kirschner

Asunto: Soy insistente Una vez me dijiste que lo mejor de pedirme perdón era ver mi cara cuando te perdonaba y la posibilidad de estar conmigo. ¿No crees que yo puedo querer lo mismo de ti? Un besito o dos o tres… o los que quieras.

Morenita

De: Judith Flores

Fecha: 5 de setiembre de 2012 17.40

Para: Annette Kirschner

Asunto: Hola, enfadica

Está claro que estás enfadada conmigo. Vale… lo acepto. Pero quiero que sepas que yo contigo no. ¡Feliz viaje! Y espero que en las delegaciones te traten bien, aunque hayas decidido ir con otra que no sea yo.

Beso, Jud

De: Judith Flores

Fecha: 6 de setiembre de 2012 20.14

Para: Annette Kirschner

Asunto: Adivina quién soy

Hoy, cuando hablé con mi jefa por teléfono, oí tu voz de fondo. No veas la ilusión que me hizo. ¡Al menos sé que sigues viva! Espero que estés bien.

Te añoro. Besotes, Judith

De: Judith Flores

Fecha: 7 de setiembre de 2012 23.16

Para: Annette Kirschner

Asunto: ¡Eco… Eco!

Como dice la canción, ¡por fin es viernes! Mañana me voy al campo. Mis amigos y yo hemos alquilado una casita rural para el fin de semana. ¿Te animas? Esta vez no te mando un beso… casi con seguridad este fin de semana te lo darán otras.

¡Te odio por ello! Judith

De: Judith Flores

Fecha: 10 de setiembre de 2012 13.16

Para: Annette Kirschner

Asunto: ¿Comenzamos?

¡Ya estoy aquí! Mi fin de semana ha sido divertido, aunque las vacas y las gallinas no son lo mío. Me picó un abejorro en la mano y no veas qué dolor. Eso sí… como verás, no me la han cortado (para tu desgracia… jejeje). … hoy también te mando un beso, aunque comienzo a dudar de si lo aceptas.

Judith

De: Judith Flores

Fecha: 12 de setiembre de 2012 22.

30 Para: Annette Kirschner

Asunto: ¿Me echabas de menos?

Ayer, el chisme del ADSL de mi casa se murió y por eso no te escribí. Pero hoy mi amigo Nacho me ha cambiado el aparatito y vuelvo a la carga. ¿De verdad que nunca me vas a contestar?

Judith

De: Judith Flores

Fecha: 13 de setiembre de 2012 21.18

Para: Annette Kirschner

Asunto: Me estoy cansando

Vamos a ver… te llevo escribiendo desde el día 3 y tú nunca contestas, ¿no vas a hacerlo nunca o sólo lo haces para cabrearme más? Como imaginarás, tengo la casa limpia como una patena. Tanto cabreo ¡es lo que tiene!

Kiss (te lo digo en inglés por si lo entiendes mejor), Judith

De: Judith Flores

Fecha: 14 de setiembre de 2012 23.50

Para: Annette Kirschner

Asunto: ¡Desisto! Vale… ya he visto que tu respuesta es no responder. ¿Sabes que soy muy orgullosa y por ti, maldito cabezona engreída, me estoy comiendo el orgullo todos los días? Éste es mi último mensaje. Si no contestas, no volveré a escribirte nunca más. ¡Que lo sepas!

Sin beso, Judith

De: Judith Flores

Fecha: 17 de setiembre de 2012 22.36

Para: Annette Kirschner Asunto: Sí… soy yo, ¿qué pasa?

Que sepas que ahora sí que estoy enfadada. ¿Cómo puedes ser tan orgullosa?

Judith

De: Judith Flores

Fecha: 19 de setiembre de 2012 22.05

Para: Annette Kirschner

Asunto: Sólo tengo una cosa más que decirte.

¡GILIPOLLAS!

Jud

Hoy, 21 de setiembre, es su cumpleaños.

Annette cumple treinta y dos años e inexplicablemente estoy feliz por ella. Soy así de imbécil. No ha vuelto a aparecer por la oficina. Tras su viaje a las delegaciones regresó directamente a Alemania y no ha vuelto a pisar España. Me encuentro sumergida en mi burbuja cuando suena el teléfono interno.

Mi querida jefa me pide que pase a su despacho. Una vez en su interior, me sobrecarga de trabajo y me dice: —Haz también una reserva para esta noche a las nueve y media en el Moroccio para diez personas a nombre de la señorita Kirschner. Debe ser a ese nombre o no te darán la reserva, ¿entendido? —asiento—. Después, pídeme cita en la peluquería para dentro de una hora.

Asiento e intento no alterarme. ¿Annette en España? ¿En Madrid? ¡Jud…, relájate! Cuando salgo del despacho, mi corazón bombea. Busco en internet el teléfono del Moroccio y, cuando lo consigo, resoplo y llamo.

—Moroccio, buenas días.

—Hola, buenas días. Llamo para hacer una reserva para esta noche.

—Dígame a qué nombre, por favor. —Sería a las nueve y media, para diez personas, a nombre de la señorita Annette Kirschner.

—Oh… sí, el señor Kirschner —oigo que repite el camarero

—¿Algo más?

El corazón se me va a salir del pecho. De pronto, algo cruza mi mente. Es una maldad y no me detengo a mirar las consecuencias.

—También quería reservar otra mesa para dos personas, a las ocho, a nombre de la señora Kirschner. —¿La mujer de la señorita Annette Kirschner? —pregunta el camarero.

—Exacto. Para su mujer. Pero, por favor, no le comente nada, es una sorpresa de cumpleaños.

—De acuerdo.

En cuanto cuelgo el teléfono me tapo la boca. Acabo de hacer una de las mías y me río. Sin pensarlo, descuelgo el teléfono y llamo a Nacho. Esta noche seré yo la que lo invite a cenar. Ataviada con un precioso vestido negro con los hombros al aire que me ha dejado mi hermana y un moño alto a lo Audrey Hepburn, llego hasta el estudio de tatuajes de Nacho.

Éste silba sorprendido nada más verme.

—¡Vaya, estás fabulosa!

—Gracias. Tú también —sonrío al verlo. Nacho sonríe y abre los brazos.

—Que conste, que es el traje de la boda de mi hermano y me lo he puesto porque me lo has pedido tú. A mí este rollo de etiqueta no me va.

—Lo sé. Pero donde vamos hay que ir así o no te dejan entrar.

Nacho conoce mi plan.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer, Judith?

Asiento y salimos del estudio.

—No lo sé, ya te contaré si reacciona. Éste es mi último cartucho.

A las ocho en punto entramos en el Moroccio. El camarero, tras comprobar nuestra reserva, me mira sorprendido y veo que asiente complacido ante mi aspecto. Debe de verme como la digna mujercita de la “señora” Kirschner.

Con arte, le cuchicheo que no comente mi presencia. Quiero sorprender a mi esposa porque es su cumpleaños y después le pido que tenga preparada una tarta de fresa y chocolate. Éste asiente, complacido por mi simpatía, y me dice que no me preocupe. Mi tarta estará preparada. Como bien presupongo, nos pasan a uno de los reservados y observo cómo Nacho se queda sorprendido por el lugar y mira a nuestro alrededor.

—¡Qué pasote de sitio!

—Sí. Es el glamur personificado.

Sonrío mientras espero que no se encienda ninguna lucecita de colores y me pregunte qué significa.

—Por cierto, ¿a qué venía eso de señora Kirschner? ¿Tu apellido no es Flores?

Suelto una risotada.

—La señora Kirschner es la mujer de la persona que va a pagar esta cena.

Su cara es un poema.

El camarero entra y deja un excelente vino ante nosotros que degustamos, aunque luego me doy el lujo de pedir una Coca-Cola. Nacho está sorprendido con el precio de todo aquello y veo su preocupación en la cara.

—Judith, creo que nos vamos a meter en un buen lío con lo que estamos haciendo.

—Tú tranquilo. Pide lo que quieras. La señora Kirschner lo pagará.

—¿Ése es el apellido de Annette?

—Ajá… —¿Está forrada, la tía?

—Digamos, que se puede permitir muchas cosas.

—¿Está casada?

—No. Pero la gente del restaurante no lo sabe.

Nacho asiente y sonríe. Después menea la cabeza.

—Pero qué pérfidas que sois las mujeres.

Doy un trago a mi Coca-Cola. —No lo sabes tú bien —susurro.

El camarero entra y toma nota de los platos. Hemos pedido langosta y carpaccio de buey a las finas hierbas y de segundo solomillos al bourbon. Como es de esperar, todo está exquisito. A las nueve y media, miro el reloj y presupongo que Annette, mi jefa y sus acompañantes ya han llegado.

Annette es muy puntual y eso me pone nerviosa. Saber que lo tengo a tan escasos metros de mí me altera, pero procuro disfrutar de la cena junto a Nacho. De postre pedimos fresas y una fondue de chocolate. Nos la comemos entre risas y, a las diez, damos por finalizada nuestra cena. Cuando entra el camarero pregunto:

—¿Ha llegado ya mi esposa, la señora Kirschner?

El camarero asiente y mi estómago salta, pero, convencida de lo que hago, añado:

—¿Me trae papel, un sobre y un bolígrafo, por favor?

El hombre sale del reservado en busca de lo que le he pedido y Nacho cuchichea:

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Agradecerle la cena.

—¿Estás loca?

—Probablemente, pero estoy segura de que eso le gustará.

Cuando el camarero entra, escribo sobre el papel: Estimada señora Kirschner: Gracias por enseñarme un sitio tan especial y por la cena para dos que nos hemos tomado a su salud. Ha estado exquisita y el postre, como siempre, soberbia.

Por cierto, feliz cumpleaños.

¡Gilipollas! La chica de los e-mails fantasmas

En cuanto acabo de escribirlo, lo meto en el sobre, lo cierro, se lo entrego al camarero y le indico:

—Por favor, ¿sería tan amable de entregarle esto a mi esposa junto con la tarta de fresas y chocolate cuando vayan a pedir el postre? Dicho esto, Nacho se levanta, me coge del brazo y desaparecemos como alma que lleva el diablo mientras sonrío y me fastidio por no ver la cara que va a poner Annette. ¡Me encantaría verla!

A las once obligo a Nacho a que me deje en casa. Seguro que Annette estará a punto de ver la notita y la tarta y espero su reacción.

A las once y media, camino por la casa aún con los tacones. Estoy convencida de que eso la hará reaccionar y llegará en cualquier momento.

A las doce, mi desesperación ya es latente. ¿Se habrán puesto a jugar y no habrán pedido los postres?

A la una de la madrugada, frustrada porque mi plan no ha funcionado, tiro los tacones contra el sofá justo en el momento en el que me suena el móvil. Me lanzo en plancha a por él. Un mensaje. Annette. Las manos me tiemblan cuando leo: «Gracias por la felicitación, señora Kirschner».

Boquiabierta leo y vuelvo a leer el mensaje ¿Ya está? ¿No va a hacer ni a decir nada más? Malhumorada, suelto el móvil y doy un trago a mi Coca-Cola. Deseo coger el móvil y llamarla para ponerla a caer de un burro. Pero no. Ahora sí que doy el cerrojazo definitivo al caso Annette.

Con desgana, me quito el bonito vestido, el sofisticado moño y la sugerente ropa interior que me he comprado esa tarde. Me planto mi pijama de nubecitas azules y me dirijo al baño para desmaquillarme. Saco una toallita desmaquillante y me lío con un ojo. No puedo ver lo que estoy haciendo, sólo que paseo la toallita en círculos mientras pienso en Annette.

De pronto, oigo que alguien llama con los nudillos a la puerta de mi casa. Mi corazón salta por la emoción. Suelto la toallita y corro para mirar por la mirilla. Me quedo sin palabras cuando veo a Annette al otro lado. Sin pensar en mi aspecto, abro y me encuentro frente a frente con ella.

¡Con Annette!

—¿Señora Kirschner?

Está impresionante con su vestida con un vestido negro pegado al cuerpo. Su porte, como siempre, es intimidatorio, femenina y su cara… ¡Oh, su cara…! Esa cara de mala leche me encanta y sin querer, ni poder, ni pensar en remediarlo digo:

—Vale… soy lo peor.

—¿Tú has osado decir en el Moroccio que eras la señora Kirschner? —insiste.

Doy un paso atrás. Ella lo da hacia el frente.

—Sí… perdón… perdón, pero necesitaba enfadarte.

—¿Enfadarme?

Da otro paso adelante. Yo doy otro atrás.

—Annette, escucha —me retiro rápidamente el pelo de la cara— … Sé que no he procedido bien. He abusado de tu generosidad y he tomado el pelo a los del restaurante. Te prometo que te reembolsaré mi cena y la de mi amigo. Pero te juro que sólo lo hice para que te cabrearas y vinieras hasta mi casa y así…

—¿Y así qué?

Su mirada es intimidatoria. Feroz. Pero aun así prosigo. Es mi única oportunidad. Ella está ante mí y no la voy a desaprovechar.

—Necesito pedirte perdón por lo tonta que fui el día que me marché de Zahara y… —resoplo y me encojo de hombros ante su silencio—Te echo de menos Annette. Te quiero.

Su gesto cambia. Se suaviza. ¡Oh, sí…! ¡Oh, sí! Mi corazón salta de felicidad, justo en el momento que ella da un paso hacia mí para abrazarme. Me aúpa y yo le echo los brazos al cuello. Enredo mis piernas a su cintura y así, sin hablar, cierro la puerta de mi casa. Dispuesta a no soltarla nunca más en mi vida. Durante unos minutos, ninguna de los das habla. Sólo nos abrazamos y disfrutamos de nuestra cercanía hasta que Annette me da un beso en el cuello y me aprieta con fuerza.

—Te quiero, y ante eso, pequeña, no puedo hacer nada.

¿He escuchado bien? ¿Me está diciendo que me quiere? La felicidad me hace reír, la beso con posesión en los labios y, cuando me separo de ella, murmuro:

—Si es cierto lo que dices, no vuelvas a alejarte de mí.

—Tú te fuiste.

—Tú me echaste.

—Te dije que te quedaras.

—¡Me echaste!

¡Ya empezamos! Él asiente y yo prosigo:

—Te he pedido disculpas con mis e-mails todos los días y tú no te has dignado a responder. Sonríe con dulzura y entonces hace eso que tan loca me vuelve. Acerca su boca a la mía. Saca la lengua, la pasa por mi labio superior, luego por el inferior y antes de besarme murmura:

—Yo te perdoné antes de que te hubieras marchado.

—¿Sí?

—Sí… osito panda.

—¿Osito panda? ¿Te parece poco pequeña, morenita o Jud… que ahora también me llamas osito panda? Divertida me lleva frente a uno de mis espejos y al ver el motivo de aquel apodo me parto de risa. Tengo un ojo totalmente emborronado y negro. Ella ríe también.

—¿Qué estabas haciendo para tener el ojo así?

—Desmaquillándome. Con lo mona que me había puesto para ti por ser tu cumpleaños y vas tú y apareces en el momento menos glamouroso.

Annette sonríe.

—Para mí siempre estás preciosa, cariño.

Entre sus brazos, llego hasta mi habitación. Me suelta sobre la cama y se tumba sobre mí.

—Dios, nena, me encanta cómo hueles.

Con cuidado, le bajo el cierre del vestido y comienzo a deslizarlo por sus hombros mientras Annette recorre mi cuerpo con sus manos y me da delicados besos en el mentón y en el cuello. El roce de sus yemas al pasar por mis costillas me hace tener un escalofrío y sonrío de placer.

Cuando termino de quitarle el vestido, acaricio su abdomen.

—Tengo un regalo para ti.

—Mi mejor regalo eres tú, pequeña.

Besos… caricias… palabras de cariño y de pronto Annette murmura:

—Tengo que hablar contigo, Jud.

—Luego… luego…

Me deshago de su vestido por completo y lo arrojo al suelo. Solo que da vestida con una bragas negras. La piel de Annette arde y yo con ella. Y cuando meto mis manos bajo sus bragas y tengo en ellas la que anhelo y ansío, jadeo. Annette se mueve. Su piel escapa de mis manos y vuelve a besarme.

—Si me sigues tocando, no duraré ni dos segundos… ¿tienes aun el falo que deje?

—Ajá…- lo saco de uno de mis cajones.

—Biennnnn. Eso me hace reír, mientras ella me quita el pantalón del pijama. Luego me levanta, me pone frente a ella y acerca su boca hasta mi monte de Venus y lo mordisquea por encima de mi tanga. Me quito la parte superior del pijama y Annette me observa. Mete sus dedos por la tirilla de mi tanga, me lo rompe y murmura mientras lee:

—«Pídeme lo que quieras.»

Annette me acaricia y me coge uno de los pechos con calidez, con mimo se lo mete en la boca y me chupa la areola. Después otorga el mismo mimo al otro pecho y me obliga a sentarme sobre sus rodillas. Durante un rato se entretiene con mis pechos, me los chupa, lame y succiona hasta que me arranca un gemido de placer.

—Pequeña… te he echado tanto de menos…

Se levanta conmigo en brazos y vuelve a posarme sobre la cama. Me besa los labios y comienza a bajar su lengua por mi cuerpo. Va al cuello, de allí a los pechos, sigue su recorrido por el ombligo y, cuando llega al monte de Venus, quien jadea es ella. Dispuesta a disfrutar, me abro de piernas antes de que ella me lo pida y su lengua rápidamente entra en mí con exigencia. Con sus dedos me separa los labios y su húmeda lengua llega hasta mi clítoris. Salto de excitación.

—Oh, Annette… sí… así.

Se sube sobre la cama para estar más cómoda y pone mis piernas sobre sus hombros. El saqueo a mi clítoris se intensifica y mis jadeos cada vez son más seguidos, hasta que un intensísimo orgasmo toma mi cuerpo, la agarro de la cabeza y la aprieto contra mí. Cuando me quedo sin fuerzas por el maravilloso orgasmo que acabo de tener, Annette se pone sobre mí, me besa. Su sabor a mi sexo es salado y me estimula mucho.

—Te voy a follar, cariño- dice, introduciéndose el falo. Con una mirada lobuna que me hace jadear, sonríe.

Asiento. ¡La estoy deseando! Ensombrecida por el deseo, se pone encima de mí y me acomoda mejor en la cama. Coloca la punta del falo contra la entrada húmeda de mi vagina y, a diferencia de otras veces, la introduce poco a poco mientras me muevo mimosa. Quiero más y le doy un azote en el trasero.

—¿Eso a qué se debe, pequeña? —La necesito dentro ya…

Sigue… Annette sonríe y me embiste abriéndome toda la vagina de una sola estocada. Grito y jadeo. Grito y jadeo, mientras ella me embiste una y otra vez y por fin me siento llena y enloquecida. Se me acelera la respiración y mi disfrute me vuelve loca. Una… dos… tres… quince veces me penetra y yo grito y me retuerzo de placer. De pronto, su ritmo disminuye.

—¿Alguien te ha tocado durante estos días?

Su pregunta me pilla tan de sorpresa que sólo puedo pestañear. No sé qué decirle y Annette me da un empellón que me hace gritar de nuevo.

—Dime la verdad, ¿quién te ha follado estos días?

Su cara se contrae y vuelve a penetrarme. Me da un azote en el trasero que me escuece.

—¿Quién? Me niego a responder sin ser respondida, saco fuerzas de donde no las tengo y pregunto:

—¿Y tú? Me mira e insisto.

—¿Tú has jugado estos días?

—Sí. —¿Con Amanda?

—Sí. ¿Y tú?

—Con Fernanda.

Durante unos segundos nos miramos. Los celos vuelan sobre nosotras y me penetra con fuerza. Ambas gemimos. Me agarra por el hombro y vuelve a penetrarme. Veo la oscuridad en su mirada. La rabia por lo que escucha y no quiere oír.

—Te vi con Amanda entrar en tu hotel y decidí proseguir con mi vida. Busqué a Fernanda, me masturbé para ella y luego me ofrecí.

Annette me mira. Está furiosa. Tengo miedo de que se vaya, pero entonces me doy cuenta de que ella también tiene miedo de que yo desaparezca. Me agarra por las caderas y comienza a penetrarme a un ritmo infernal.

—Eres mía y sólo te tocará quien yo quiera.

Me mira, a la espera de una contestación, mientras, desmadejada por sus penetraciones, me muevo debajo de ella. Calor… tengo mucho calor, pero soy consciente de lo que me pide. Le pongo la mano en su estómago y me echo para atrás. El falo sale de mí.

—Únicamente seré tuya, si tú eres mía y sólo te toca quien yo quiera.

Su respuesta es inmediata. Acerca su boca a la mía y me besa, mientras siento sus senos erectos como rocas contra los míos  volviéndome loca. Con una de mis manos cojo el falo y lo meto de nuevo en mi interior y, con su boca sobre mi boca, murmura:

—Soy tuya, pequeña… tuya.

Annette me penetra con delicadeza y soy yo la que subo mis caderas para llenarme de ella. Mueve sus caderas a los lados y siento cómo los músculos de mi vagina se aferran al falo.

—Cariño… me voy a correr. El tono de su voz. Su cara. Su gesto y su mirada me hacen sonreír. Yo estoy cerca del orgasmo. —Más rápido, cielo… lo necesito. Annette me embiste de nuevo una… dos… tres veces. Se muerde los labios para darme lo que yo quiero hasta que de pronto los dos nos arqueamos y sabemos que hemos llegado juntas hasta el placer.