Pídeme Lo Que Quieras (Final)

No hay un final

Dime si me estoy volviendo loco,

dime por favor si a ti te pasa igual

Se acerca a mí. Una voz en mi cabeza me grita que corra, pero no me muevo. Todos mis instintos siempre me han empujado a alejarme de ella y siempre termino como una boba entre sus brazos.

Mi corazón atómico

en cuenta regresiva esta

parece que perdí el control,

a mí ya no

ya no

ya no me importa nada.

Vence la distancia que nos separa, la gente nos ve, somos las protagonistas de aquellas imágenes que se regaron por todo el campus, y ni siquiera disimulan, me siento un fenómeno de circo, siento que hay algo malo en mí y todos disfrutan al señalarlo.

Elena me toma por los hombros, no dice nada, sus ojos verdes lo expresan todo ¿por qué no hicieron lo mismo el día que me dejo? La amo, es un hecho. Pero no la entiendo, es como si un día me quisiera y al otro ya no, nuestras peleas y reconciliaciones se han convertido en un ciclo, y ya no creo soportar otra dosis de lo mismo.

Intento hablarle, explicarle como me siento, pero sus manos suben por mi cuello y se inclina ligeramente.

Acaricia mi alma,

suaviza mi ser,

esteriliza mi sangre

y purifica mi amor

Me besa, ahí, frente a todos, y yo respondo a su beso. Me entrego a él como si no hubiera nadie más, no importa lo que piensen el amor es un asunto de dos.

Un murmullo general recorre el salón entero. Abrazo a Elena, si se va a ir de nuevo necesito reservas extras de sus labios.

La música deja de sonar cuando ella me toma de la mano y me conduce hacia fuera, de nuevo soy un títere manipulado por su belleza, por su experiencia, y por todo ese poder casi diabólico que ella ejerce sobre mí.

—¿Esta vez cuál será tu excusa? —me adelanto a preguntar.

Suspira, nos detenemos en un punto lejano y oscuro, al lado de un árbol.

—Quería protegerte.

—Bien —es lo único que se me ocurre decir.

—¿No me crees?

—Ese es el problema, que yo te creería cualquier cosa que dijeras.

—Porque es la verdad. Siempre he sido honesta contigo.

—¿Puedes ser honesta de nuevo y decirme cuánto tiempo te quedarás esta vez?

Agacha la cabeza. Puedo sentir lo que se avecina mucho antes de que ella separe los labios para decírmelo.

—Sólo vine a despedirme como se debe.

Busco sus ojos, de nuevo estos no me dicen lo que quiero escuchar.

—¿Te vas? Que sorpresa —digo sarcástica— Has tardado menos que la última vez.

—Este es el final Valeria —me dice muy seria.

Es la verdad, pero no lo puedo aceptar.

—¿Qué hice mal? —mis ojos se inundan lentamente y agradezco que esté oscuro para que Elena no pueda apreciar en su totalidad el desastre que deja atrás.

—Tu no hiciste nada mal —dice de inmediato— yo fui quien hizo las cosas mal desde el principio.

—No eres tú soy yo, ¿de eso se trata? ¿Es tu mejor excusa?

—Toda mi vida creí que solo era yo, jamás tuve que preocuparme por nadie más, cometí mil errores sabiendo que podía escapar a cualquier parte sin llevar ninguna carga… pero ahora estas tú…

Suspiro.

— ¿Soy una carga?

—Eres una prisión, no me quiero ir a ninguna parte donde tú no estés.

—Quédate —le pido muy segura— sea lo que sea que te asuste, lo podemos superar.

Sonríe con tristeza.

—Me asusta que te hagan daño —confiesa acariciando mi mejilla— por eso no puedo quedarme.

— ¿Lo único que a mí me da miedo es que te vayas?

Inesperadamente me abraza.

—Perdóname —susurra en mí oído —por desordenar tu vida, causarte tantos problemas, hacerte sufrir, perdóname por dejarte…

Intenta apartarse pero no se lo permito.

—Elena… —susurro.

Ella ahoga el resto de la oración con un beso tierno y muy largo.

Era una novela, todo desde el principio fue una mala novela. Nos encontrábamos daba la impresión de que sería eterno y de pronto todo se acababa, así una y otra vez. Hasta ahora, porque al probar sus labios entendí que ese era el último beso de dos personas que se amaban.

Despacio se aparta de mí y comienza a alejarse.

Este es el final, será la última vez que veo a la mujer que amo.

Comienzo a correr hacia ella.

— ¿Es todo? —Le pregunto a gritos antes de alcanzarla— Este es el primer problema de tu vida que no se resuelve con dinero y sales huyendo en lugar de enfrentarlo.

Se detiene y se gira a mirarme.

—Lo enfrentaría si tu vida no dependiera de ello.

Pongo los ojos en blanco.

—Ya he oído esa estupidez antes. Hablan sobre mi vida como si esta tuviera sentido si me dejas.

—Valeria, no seas tonta, ya has vivido veinte años sin conocerme. Me vas a olvidar, lo has hecho antes, eres más fuerte de lo crees.

—Y tú eres menos de lo que yo pensé —le suelto— la Elena que yo me encontré en el salón de aquella conferencia peleando por teléfono era una mujer altiva, fuerte y sin miedos que le hubiese reventado la cabeza al primer idiota que intentara intimidarla. Esa era la Elena de la que mis amigas me hablaron. Y la quiero de vuelta, no tienes que preocuparte por mí, yo se cuidarme sola.

—No haría nada que te pusiera en peligro.

De nuevo intenta alejarse, está un par de metros por delante cuando me atrevo a gritarle algo que me quema en el pecho.

—Llévame contigo.

Corro a alcanzarla y la abrazo.

—Si no te puedes quedar ¿qué te impide llevarme?

—¿Llevarte a dónde? Tengo que huir, tengo que esconderme —me susurra al oído— no tengo nada para ofrecerte.

—Yo necesito menos de que te costaría cualquier valet parking.

Me mira fijamente.

—Tú te mereces algo mejor.

—Eres lo que quiero, no voy a permitir que me dejes de nuevo, esta vez estoy despierta y esta vez no hay nadie presionándote. Me quedaré solo si tú no quieres que este contigo, si resulta que en verdad no me amas. Yo no tengo miedo de lo que pueda pasar. Ahora es mi turno para decirlo. Pídeme lo que quieras.

Pasa un largo rato hasta que responde.

—Te quiero a ti —dice despacio— conmigo.

—Entonces no hay nada más que hablar.

De nuevo nos fundimos en un abrazo.

—No podemos tardar mucho, nadie sabe que estoy aquí, pero… no quiero correr riesgos.

—¿Nos iremos ya?

Es lo que quiero, lo que quiero más que nada en el mundo. Pero hay personas a las que les tengo que decir adiós, yo no puedo simplemente desaparecer.

—Tengo que ver a mi hermana —le digo dudosa— avisarle que me iré.

Elena no parece muy convencida.

—¿Dónde vive? —pregunta por fin.

—Bastante cerca ¿Dónde está tu auto?

Ella suspira.

—Tenemos que caminar.

Eso me toma por sorpresa, tengo un millón de preguntas que hacerle pero no es el momento.  Siento su mano detrás de mi espalda. Aún con todo el miedo, las amenazas y las dudas. Por unos increíbles minutos parecemos una pareja normal, incluso yo me siento normal. Como dos enamoradas que caminan abrazadas por la noche, sin preocuparse por la gente a su alrededor.

Elijo llevarla por el parque, es el camino más corto hacia la casa de mi hermana y también el más solitario.

No lo puedo creer, estoy con ella, viviré con ella… he cambiado mi historia.

De pronto Elena se detiene en seco, siento la tensión de cada uno de sus músculos.

—Es increíblemente predecible doctora —dice alguien detrás.

Nos giramos al mismo tiempo.

El tipo se me hace escalofriantemente conocido, es el imbécil que estuvo en su oficina, el que respondió a mi llamada, y el que en esos momentos me apuntaba con un arma.

—No te conviene —es todo lo que dice Elena.

Suena calmada, pero estoy lo suficientemente cerca de ella para sentir su respiración agitada.

El hombre sigue apuntándome. Siento que el más mínimo de mis movimientos puede ser el último, por desgracia Elena no tiene ese sexto sentido y camina hacia el tipo con total tranquilidad.

—Puedo multiplicar lo que te estén pagando.

Él se ríe y escupe es dirección a Elena.

—No necesito tu dinero.

—Sabes que si le haces algo yo te voy a encontrar.

—No entiendes nada —dice mirándola fijamente— Puedo matarte a ti, si quiero. Ya vales lo mismo viva o muerta.

De pronto todo comienza a avanzar en cámara lenta. Lo veo apuntar hacia Elena, lo veo ejercer presión sobre el gatillo, y veo también el fugaz y certero trayecto de la bala.

Ahora la imagen se acelera.

El tipo se escurre entre las sombras. Varias personas se acercan, intentan ayudar a Elena, varios hacen llamadas telefónicas.

Todo es tan rápido, y una densa nube se extiende a mi alrededor, lentamente cada parte de mi cuerpo se va durmiendo.

Cuando llegan los paramédicos ahuyentan a la multitud de curiosos y ahora son ellos los que cubren el cuerpo, lo único visible de Elena es un enorme charco de sangre, lentamente voy sintiendo como me ahogo en él. Mi cuerpo pierde fuerzas y voluntad, es tan grande el dolor que no puedo cargar con él ni un minuto más y caigo inconsciente.


¿Por qué nos tuvo que pasar esto?

He estado tanto tiempo sin dormir que cada vez que parpadeo siento que los sueños me tragan por cinco tortuosos minutos en los cuales te veo como esa última vez, exhalando tus últimos alientos, viendo como pierdes la sangre, las fuerzas, la vida… esa efímera pesadilla es mi infierno.

Soy como un alma en pena condenada a regresar cada día el lugar en el que murió y volverlo a presenciar todo. La gente dice que no debo volver aquí, pero estos últimos dos meses he acudido puntualmente a este parque donde la vi por última vez, aunque suene  absurdo el dolor de revivir ese momento una y otra vez es lo que me mantiene respirando, es lo que me mantiene viva. Porque en mi dolor la veo, ella se hace presente y vuelve a vivir, aunque solo sea para mí.

El día es exactamente igual al anterior y al anterior y al anterior, como si el tiempo se hubiera detenido. Ya va siendo hora de marcharme, estoy lejos de casa y he prometido no tardar. Pero no me muevo, solo me quedo mirando en esa dirección, donde la vi por última vez, siento como lentamente alguien se acerca, no me giro. No sería la primera vez que un extraño me ve a lo lejos y se aproxima a preguntar si me encuentro bien. Y siempre respondo la misma mentira, “Estoy perfectamente”, y ellos saben que miento, pero no insisten, cada quien tiene sus propios problemas y yo entiendo que contarle mis penas a un extraño no va a resolver nada.

Carraspean detrás de mí.

Sigo mirando ese punto en el que morí.

Al ver que permanezco indiferente el desconocido rodea la banca y se sienta a mi lado.

Pasa un largo rato hasta que decido mirarle.


—Estoy hablando por teléfono —sentenció con un tonito bastante engreído.

—Por mí no se detenga —le solté cruzándome de brazos y mirando en dirección opuesta a ella.

—Largo de aquí niña.

Era una orden. Como si fuera un coronel hablándole a un soldado raso.


Me quedo en shock, veo fragmentos de mi vida atravesar fugaces por mi memoria.


— ¿Viene aquí por disculpas? —soné más valiente de lo que en verdad me sentía.

—Sí, pero no a recibirlas —murmuró mirándome fijamente— vengo a pedirlas. A pedirte disculpas por cómo me porte hace un rato, estaba molesta e infortunadamente te apareciste tú.


La persona sentada a mi lado es una mujer, mira exactamente el punto que yo contemplaba fijamente medio segundo antes.


Afuera podía haber estado cualquier persona en el mundo y no me habría sorprendido, pero estaba ella. Y casi me da un ataque.

Me observó detenidamente, tenía una mirada de rayos x que me hizo ruborizar.

―Buenas noches Valeria.

Fue lo primero que dijo he inesperadamente se acercó y me plantó un beso en la mejilla. Fue mera cortesía pero un raro hormigueo me recorrió el cuerpo y di un paso atrás temerosa de que lo notara.


Recuerdo caminar de su lado por la playa, la cena, el concierto. Recuerdo haberme sentido mujer en sus brazos.


Elena sonríe cariñosa y me acaricia la mejilla.

Cierro los ojos al sentir sus labios en mi cuello.

—Confía en mí —susurra despacio.

Me lleva hasta la cama. Se coloca encima de mí y comienza a besarme, desciende despacio, ágilmente se deshace de mi vestido, mi corazón se detiene cuanto la punta de su nariz se desliza en mi entrepierna.


No me enamoré de Elena solo por las cosas buenas, los pequeños detalles o su belleza. Me enamoré de su locura que desataba mi propia demencia. Me enamoré porque desde el principio ella me daba la seguridad de hacer cosas que yo no hacía. Me enamoré por que sacaba lo peor de mí e increíblemente la Valeria en la que me convertía a su lado me gustaba también.


― ¿Qué tal Valeria? ―me saluda con ese acento francés que tanto había escuchado en mis sueños los últimos meses.

Parece como si nada hubiera pasado entre nosotras, ahí estaba saludándome normal, como si fuéramos tan solo dos extrañas que alguna vez coincidieron en un concierto  y entonces ocurre algo que ni siquiera yo esperaba.

Le respondo con una bofetada, una bofetada que hace eco en las paredes del salón. Todos se giran de inmediato hacia nosotras. Elena está fría, prácticamente en shock, resulta evidente que su cerebro se niega a procesar lo que acaba de ocurrir. Nadie habla, incluso parece que nadie es capaz de respirar. Pero yo no estoy avergonzada ni arrepentida. Me doy cuenta que eso es todo lo que necesitaba para liberarme de ella.


Me enamoré también de ella cuando no paraba de darme motivos para odiarla, porque a veces, hay emociones tan fuertes que se escapan a la propia voluntad.


Por un momento se sorprende, me mira como si me estuviera viendo por primera vez, Es fácil adivinar que nadie la ha rechazado en ese punto, que nadie la ha rechazado nunca.

―Vayamos directo al grano ―De pronto se ha vuelta tan fría e indiferente― ¿Qué otra banda quieres para volver a abrir las piernas?


Contemplo a la mujer a mi lado, está más delgada, más pálida, tiene el cabello negro y este cae a la altura de sus hombros.


―Hay muchas como yo ―murmuro atrapada en sus ojos.

―No ―dice de inmediato― ninguna otra es como tú.

― No quiero seguir jugando a esto…

―No estamos jugando a nada… Valeria ¡Mírame! ―lo hago y me da miedo lo que encuentro en sus ojos, su mirada es tan transparente que veo reflejada en ella mis propias emociones ¿O son las suyas? ¿Acaso Elena está sintiendo lo mismo? ―Me gustas mucho.


Se gira hacia mí, luce cansada y ojerosa, pero sus ojos verdes son más intensos de lo que podía alcanzar a recordar.


―No me voy a entrometer en tus negocios ―digo por fin ―solo necesito que me prometas algo.

Me mira fijamente por unos cuantos segundos antes de que las palabras mágicas salgan de su boca.

―Pídeme lo que quieras.

―Prométeme que vas a estar bien.

Una sombra oscura pasa veloz por su mirada. Me estremezco, tengo miedo, caigo en la cuenta de que ella es como un sueño y los sueños se evaporan cuando se asoma el primer rayo de sol.

―Yo voy a estar bien siempre que tú lo estés.


Los recuerdos terminan.

¿De verdad creíste que ese era el final? dice con su inamovible acento francés.

Mi sueño está hablando conmigo.

Se aproxima a mí y estira la mano para acariciarme la mejilla. Siento el contacto tibio de su piel.

Mi sueño me está tocando.

Siento su aliento, su boca avanza despacio al encuentro con la mía. Dejo que ella haga todo el trayecto hasta llegar al beso.

Mi sueño me besa.

Mi sueño es real.

Aquí estoy Valeria me dice con ternura No hay un final.

La última vez que la vi tenía una herida de bala y agonizaba. Supuse que había muerto, no tuve necesidad alguna de buscar su cuerpo sin vida para comprobarlo.

La miro, la toco, dibujo sus labios con la yema de mi pulgar, enredo mis dedos en su cabello, ahora negro y corto.

Es ella.

Esta viva.

La abrazo con fuerza, como si temiera que se desvaneciera en un soplo de viento. Hay mil cosas en mi cabeza, mil preguntas, pero ignoro a la voz de mis pensamientos. Ahora estoy con ella, ahora estoy en sus brazos, todo lo demás puede esperar, porque en nuestro ahora no importa nada, no importa su pasado, ni sus errores, no importa el peligro, ni el futuro.

Beso lentamente sus labios.

― ¿ Me prometes que no abrá un final? pregunto atrapando sus ojos verdes con los míos.

Ella sonríe con ternura.

Pídeme lo que quieras.


Gracias por seguir fielmente este pequeño relato.  He querido darles un final que no mate sus ilusiones sin dejar de serle fiel a mi estilo, espero que les guste.

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