Pídeme Lo Que Quieras

Niñas con más temple, más presencia y más elegancia que la tuya se me han abierto de piernas por menos de lo que le doy de propina al valet parking.

Aquí hay algo que no encaja y de nuevo soy yo.

Voy informal mientras que todos están demasiado elegantes.

No me siento estúpida al caminar entre la gente pero instintivamente me alejo y voy hacia un lugar apartado, detrás de unas esculturas, donde hay una mujer semioculta discutiendo por teléfono. Habla en un idioma que suena ¿francés? Al notar mi presencia ella me mira con expresión de asco como si fuera una babosa gigante.

No tiene porque, ella tampoco va vestida exactamente como la primera dama. Lleva unos jeans, zapatos deportivos, y una blusa entallada. Pero la gran diferencia radica en que su ropa es por mucho de mejor calidad que la mía. Además es del tipo de mujeres que no necesitan vestir elegante, para verse elegantes. Es rubia, de ojos color verde esmeralda que tienen un brillo especial por el cristal de los lentes (o eso supongo), bastante alta, y figura perfectamente torneada. Si se le mira a la distancia, parece muy joven, pero si uno pone atención es fácil notar las marcas cerca de sus ojos, que la envejecen radicalmente.

Bonita. Podría decir exageradamente hermosa si no me estuviera mirando de la forma en la que lo hace.

—Estoy hablando por teléfono —sentenció con un tonito bastante engreído.

—Por mí no se detenga —le solté cruzándome de brazos y mirando en dirección opuesta a ella.

—Largo de aquí niña.

Era una orden. Como si fuera un coronel hablándole a un soldado raso.

Otra cosa que noté en su voz fue que hablaba perfecto español, pero en su acento había un ligero rastro de ese otro idioma (¿francés?) que le había escuchado cuando alegaba por teléfono.

—Mira no sé quién eres o quien te crees —le solté y me giré para mirarla directo a los ojos— pero yo también pagué por estar aquí y no veo ningún letrero que diga que esta es una zona exclusiva para ti.

Me miró como si yo fuera un raro espécimen creado por sus sueños después de haber bebido mucho.

—Te estás metiendo en serios problemas niñita.

—Muero de terror —solté sarcástica— o más bien de asco, que triste encontrarme con millonarios como tú que creen que el dinero les da poder sobre lo que sea…

Ella definitivamente se olvidó de que había alguien al otro lado de la línea. Y se aproximó a mí con el sigilo y la mirada de una cobra que está apunto de escupir su veneno.

—Niñas con más temple, más presencia y más elegancia que la tuya se me han abierto de piernas por menos de lo que le doy de propina al valet parking.

Era mucho más de lo que podía soportarle a cualquiera. Le propine una sonora bofetada que desvió su rostro.

No tenía absolutamente nada que agregar al golpe y no pude contener una sonrisa socarrona, vaya pero que encanto de mujer. Ni sentido tenía seguir discutiendo. Di media vuelta y me aleje, cada quien estaba en su propio mundo como para haber visto nada, así que ese incidente no había pasado, excepto para mí y para la estúpida esa. Y yo lo olvidaría pronto, ni siquiera valía la pena mortificarme con esa clase de personas.

El pequeño auditorio por su parte está repleto de hombres entrajeados y chicas con vestidos elegantes. Siento que me acabo de colar en un banquete presidencial o algo así, todos se ven bastante ridículos pero apuesto a que la única ridícula soy yo. Y eso lo tengo bien claro desde antes de que Nora se me acerque mirándome de arriba abajo como si fuera una cucaracha flotando en su bebida.

Ella lleva un vestido color crema nada interesante, pero su largo cabello, el maquillaje resaltando sus increíbles ojos color miel y la elegancia con la que se mueve. Es una combinación que no pasa desapercibida.

— ¿Quién se va a casar? —lanzo el primer golpe, el del orgullo, aun cuando soy consciente de que me va a despedazar en cuanto abra la boca.

—Tu no, obviamente —me soltó sin piedad— ¿Qué pasa contigo? Se suponía que debíamos venir E-LE-GAN-TES

Lo dicho. Aparte de tolerarme su mirada desaprobatoria debo lidiar con un discurso sobre el buen gusto, las reglas de etiqueta y una sarta de estupideces de las que yo no tenía idea y en cambio ella conocía de memoria. Pero esta vez no estaba de muy buen humor.

—E-LE-GAN-TES no disfrazados —me defendí— los que visten así son los conferencistas, ellos tienen un título y ganan lo suficiente para ponerse traje de pingüino los sábados en la playa.

Nora puso los ojos en blanco.

—Tú no tienes remedio —sentenció— uno de esos conferencistas un día puede ayudarte a salir del nada deseado mundo de los desempleados, hay que dar la mejor impresión. Hacerles ver que estamos preparados para tener éxito en cualquier momento.

—Ellos me van a contratar por lo que sé y no por lo que parezco.

Listo, ese era un gol. Un público imaginario dentro de mi cabeza me hizo la ola.

—Si llegas vestida a sí a pedirles trabajo te darán su cartera y saldrán huyendo.

Golpe bajo.

Medio segundo de reflexión.

De seguro quieren saber cómo rayos voy vestida. Pues bien, llevo unos jeans (por suerte no los que son rasgados), una blusa negra (afortunadamente no la que lleva escrito “Bitch Please”) y unos converse tipo bota (los limpie en la mañana). Hay que admitirlo, no seré la persona más elegante del auditorio pero llevo la ropa adecuada para escuchar tres conferencias que mínimo se llevaran toda la mañana y buena parte de la tarde.

Una voz gruesa suena por los altavoces indicando que está a punto de comenzar el evento.

Todos buscan sus lugares, la mejor opción son los últimos asientos porque evitas que te estén preguntando cosas cuya respuesta obviamente no vas a saber y serás ridiculizado. Esa es una técnica muy usual en ese tipo de charlas.

Trato de ganar un sitio y Nora me sigue cuando ambas somos atrapadas por Laura, una chica pelirroja y exageradamente pecosa. Detrás de ella va Hanna, quien por su parte es morena y fornida, tiene cara de no haber pegado el ojo durante toda la noche.

—Vamos —nos apremia emocionada.

— ¿Adelante? Estas loca… —le suelta Nora.

—Tenemos que estar adelante —comienza a empujarnos.

—Olvídalo, hoy me vestí de tiro al blanco, me van a despedazar.

Miro el lugar que había elegido y encuentro que un chico me lo ha ganado.

Suspiro y dejo que Laura elija los asientos. Mala idea. Terminamos al frente. Alguien va a disfrutar haciéndole bullying a la chica que parece delincuente juvenil y se ha colado a un evento de universitarios exitosos.

—Vamos a tener que quedarnos hasta el final —alegó Nora apretando los dientes.

—Nos quedaremos hasta el final —sentenció Laura— ¿Ya sabes quién viene?

— ¿Quién?

Mi amiga pelirroja comenzó a revolver en su bolso hasta encontrar un papel, al parecer era el programa del evento.

—Elena Lubier.

—Obviamente no va a venir —dijo Hanna tallándose los ojos—esa clase de personas siempre terminan enviando a un empleaducho de quinta.

No tenía una jodida idea de quien era Elena y no me interesaba saberlo.

— ¿Para esta tontería nos venimos al frente? Elena Lubier no vendrá. Hubiese estado en el evento de bienvenida, todos los conferencistas estuvieron allí —le recordó.

—Pero… y si viene…

Nora le asentó un zape, pero Laura no tuvo tiempo de reclamar, porque un hombre, que lucía un llamativo saco rojo, dio inicio al evento. Era el mismo que había estado dirigiendo las conferencias desde hacía dos días, y siempre cometía el atrevimiento de soltar una cháchara aburridísima, aun cuando esto no estaba en el programa y nadie se lo pedía y absolutamente nadie le dedicaba ni la más mínima atención. Durante una eterna media hora dio un discurso sobre lo grato que habían sido esos días, las valiosas experiencias que nos llevábamos y el incomparable conocimiento que habíamos adquirido. Pude oír la mitad de lo que decía porque Nora, Laura y Hanna no dejaban de murmurar sobre el paradero de Eli. Las apuestas estaban en que mi ausente compañera se había quedado con un chico que recién acababa de conocer el primer día que visitamos la playa. De alguna forma eso no me preocupaba, ella sabía cuidarse, lo que me tenía con pendiente era que el profesor se enterara que no había llegado y que nos subiera a todos de una oreja al autobús para regresar a casa. Habíamos acordado con él que después del evento nos quedaríamos dos días más disfrutando las playas y la vida nocturna.

Por fin el hombre del saco rojo se dispuso a presentar al primer invitado del día.

Era un chico que no tenía más de treinta y ya había conseguido trabajar en reconocidas empresas extranjeras en el diseño de software. Actualmente vivía de las millones de visitas diarias que tenía su página web y su discurso fue más bien una charla motivacional.

El segundo en hablar fue un hombre regordete que se llevó una exclamación de sorpresa generalizada cuando comentó que había trabajado directamente con Steve Jobs. Pero de ahí en adelante todo lo que dijo fueron tontería, y se convirtió en mi segundo peor enemigo cuando se aproximó a mí y me hizo una pregunta empleando términos informáticos que me sonaban a chino mandarín. La cámara me enfocó y mi cara de confusión (que apareció en las pantallas gigantes) fue épica.

El presentador, con su llamativo saco pidió aplausos para mi enemigo (el segundo del día), yo permanecí de brazos cruzados. A continuación se hizo un silencio sepulcral. El tipo garantizo que nos tenía la sorpresa de nuestra vida. Laura contuvo el aliento y se aferró a mi brazo como si estuviera a punto de desmayarse.

Se recitaron un par de docenas de títulos, entre los que estaban varios postgrados. Se dijeron un sinfín de logros y aportaciones. Fue la presentación más larga y todos en el auditorio estaban como Laura, conteniendo la respiración. Estuve a punto de echarme a reír pero en ese preciso instante la aludida se subió al escenario.

Sentí que alguien me echaba encima un balde de agua helada.

Así que esa era Elena Lubier.

Todos aplaudieron, yo tenía los brazos engarrotados. Ella no tardo ni dos segundos en reparar en mí, habló durante mucho tiempo, casi siempre me estaba mirando así que a cada segundo crecía mi temor de que me obligara a pasar al frente y me hiciera bailar algo ridículo, yo en su lugar lo haría.

Por fortuna puso fin a su discurso y tuve la sensación de haber escapado del infierno.

Laura y un centenar de jóvenes más se aproximaron a Elena Lubier pero yo me apresuré en dirección opuesta.

—Una diva —soltó Hanna alcanzándome— pero una diva genio.

—Satánica combinación —murmuré sin darle importancia.

— ¿Notaste que te miraba?

— ¿A mí? —pregunté con fingido desconcierto.

—No te quitaba los ojos de encima.

Me encogí de hombros.

—Tal vez porque no llevo vestido.

Nos detuvimos junto a una larga mesa de banquetes. Nora no tardó en unírsenos.

—Guau, ¿notaste que la doctora Lubier no te quitaba los ojos de encima? —fue lo primero que dijo.

¿Acaso fue tan obvio?

— ¿A mí? —repetí con el mismo tonito de desconcierto.

— ¿Cómo es que no lo notaste?

—Hasta yo me di cuenta que estuve dormida la mitad del tiempo —sentenció Hanna.

—Enserio Valeria, esa mirada asesina es imposible de no notar. Incluso para ti que eres tan… distraída.

—Alucinaron.

—Te juro que no. ¿Qué le hiciste para que te viera así?

—Alucinaron —repetí.

— ¿Trataste de asaltarla o algo…?

—Joder, les digo que paren —exploté furiosa— no note que me miraba, pero si así fue es comprensible, algunas personas sienten nervios al hablar en público y tienen que fijar la vista en un punto…

—Valeria, Elena Lubier te estuvo mirando durante todo el discurso —llegó diciendo Laura.

Maldición, maldición, maldición.

—Eso tratamos de decirle.

— ¿Qué tanto le veía?

—Parecía querer matarla.

—Pero enserio, todo el mundo lo notó.

—Como si la conociera de mucho antes.

Comenzaron a hablar como si yo no estuviera presente. Y cada conclusión que sacaban era más absurda que la anterior.

—Yo digo que deberíamos pasar frente a ella con Valeria y así….

— ¡Le di una cachetada! —exclamé molesta.

— Estamos hablando enserio —dijo Nora.

—Le di una cachetada —repetí muy seria.

Ellas me miraron con los ojos como platos.

— ¿¡Qué tu hiciste que…!?

—Ella empezó, yo llegué muy tranquila pero la señora tenía que dar catedra de arrogancia y no pude contenerme, es más me quedé con ganas de dejarle caer otra…

Me callé de repente, mis amigas estaban viendo a alguien detrás de mí.

— ¿Otra qué? Señorita Hernández

Una voz con sutil acento Francés se escuchó detrás de mí. De pronto me sentí dentro de una ridícula y macabra comedia.

Les dedique una mirada asesina a mis amigas y me giré despacio.

— ¿Alardeando de su osadía?

—Para nada —apenas y podía hablar.

Aparte de mis amigas había muchas más personas mirándonos descaradamente. Pero nadie se atrevía a acercarse porque mi enemiga número uno esta vez estaba acompañada por un par de gorilas, de esos que dan la sensación de que pueden matar con un golpe.

—Ahora sabe quién soy.

Me sentía como una cucaracha a la que le han arrancado la cabeza y ahora corre desesperada de un lado a otro, consciente de que cualquier movimiento podría ser el último.

— ¿Viene aquí por disculpas? —soné más valiente de lo que en verdad me sentía.

—Sí, pero no a recibirlas —murmuró mirándome fijamente— vengo a pedirlas. A pedirte disculpas por cómo me porte hace un rato, estaba molesta e infortunadamente te apareciste tú.

No se parecía en nada la perra desquiciada que había sido hace un rato.

—Pues gracias…

No sabía exactamente qué decir.

—Por suerte todo fue un terrible mal entendido —se entrometió Nora y se acercó a Elena— Doctora sepa que esta cabra loca es nuestra amiga y realmente en un detallazo de su parte que venga a pedir disculpas pero me apuesto un brazo a que Valeria, con su enorme bocota, debió haber dicho algo para enfadarla.

Realmente la odiaba cuando era una lambiscona y cuando era una metiche, y en ese momento estaba siendo ambas.

Que se abra la tierra y te trague Nora Montalvo.

—Sé que con disculparme no se arregla el mal trago que te hice pasar —Elena la ignoró por completo— quisiera invitarte a cenar.

Tragué en seco.

—No es para tanto —murmuré con voz ronca.

—Claro que sí, dije una sarta de estupideces…

—Valeria no te hagas del rogar —se entrometió de nuevo mi amiga.

Nora estaba necesitada de atención, donde jodido estaban los francotiradores cuando hacían falta.

Aquella situación difícilmente podría ser más extraña e incómoda para mí.

— ¿Harás que te ruegue? Por qué créeme que lo hare, de lo contrario la culpa no me dejaré vivir.

—Tranquila doctora Lubier, mi amiga irá. Estamos en el hotel central, habitación 142.

—Perfecto, entonces es una cita.

Y sin agregar nada más se fue seguida por sus gorilas. Apenas y podía comprender lo que acababa de pasar ¿una cita?

— ¿Una cita? —Laura estaba pensando lo mismo que yo.

— ¿Eso qué significa?

—Maldita sea Valeria ¿Cómo es que de pronto tienes tanta suerte?

¿Suerte? ¿Suerte?

Recuperé el dominio de mi misma.

— ¿Estas drogada? —Exploté en contra de mi amiga— ¿Cómo se te ocurre decirle el hotel y la dirección a una completa desconocida?

Nora dio un paso atrás.

—Tranquila, ella no es una desconocida es Elena Lub…

—No puedo creer que tu…

Hanna nos tomó del brazo y a empujones nos llevó fuera del pequeño auditorio. Era la más fornida de las cuatro así que ni mi rabia pudo contra ella.

—Todos están al pendiente de lo que pasa —susurró— dejen de dar show.

—Dile eso a Valeria que esta…

Pero ante la mirada de Hanna Nora se tuvo que quedar callada.

—Hablaremos en el hotel.

— ¿No han visto al profesor? —Preguntó Laura cambiando de tema— ¿Al resto de nuestro grupo?

—Mejor vámonos de aquí, antes de que nos encontremos con ellos y nos pregunten por Eli.

Durante el viaje en taxi nos comportamos con la mayor diplomacia posible, pero una vez que llegamos al hotel y entramos al cuarto que compartíamos no me pude contener más.

—Ni de broma voy a ir ni a la esquina con esa mujer.

— ¿Cuál es tu problema? —Me cuestionó Nora— se comportó de la mejor manera…

—Tú no la viste antes…

—Haber por lo que entendí tú le diste una bofetada y ella fue quien te pidió perdón. Desde ahí se ve la clase, la elegancia, la…

—Cállate, no voy con ella y es todo, a ver cómo le haces para cancelar la “cita”

—Sí que eres tonta, por Dios, es Elena Lubier, una genio, multimillonaria, dueña de una gran empresa ¿enserio estas dudando ir a la cita?

—No la conozco y tú no me vas a obligar…

—Claro que no te voy a obligar, pero si insisto es por tu bien… esa es una gran oportunidad.

Esa discusión era ridícula, nada de lo que Nora dijera me iba a hacer cambiar de opinión. Llegué hasta mi cama y me dejé caer sobre el colchón puse los ojos en el techo.

—Está bien, perfecto. Pero no vamos a plantar a esa señora, si no vas tú me voy yo.

Tras decir esto salió dando un portazo. Laura y Hanna que habían presenciado la discusión en silencio se acercaron a mí.

— ¿Dejarás que ella vaya? —me preguntó Hanna que sostenía un enorme bote de helado.

—Me da igual —dije sin apartar la vista del techo.

—Eso es como ver un billete en la calle y dejarlo ahí para que otro lo recoja —sentenció Laura.

—Nora definitivamente se verá mejor cenando con Elena Lubier.

—Pero ella te eligió a ti.