Pídeme Lo Que Quieras 9

¡Cuando fingí quererte, no sabía que te quería ya!

Estiro la mano para ponerle fin al escándalo que se enciende en mi habitación, como todas las mañanas, he hecho lo mismo los últimos años de mi vida por lo tanto tengo instintivamente calculada la distancia a la que se encuentra el despertador de mi cama.

Pero en lugar de que mis dedos se encuentren con el pequeño reloj plateado que compré en internet mucho tiempo atrás, son recibidos por una punzada que pone en alerta a mis sentidos.

Me levanto de golpe, la herida no ha sido profunda, ni siquiera hay sangre, pero eso me preocupa menos que nada. En la mesita de noche hay 6 cosas. Un libro Becca Fitzpatrick, mi móvil, unos audífonos enredados, el despertador en una esquina lejana, y en lugar donde debería estar mi reloj se encuentra una carta y sobre ella una rosa.

Es enorme y de largas espinas, pero es su color lo que me corta el aliento. Azul, un perfecto y brillante tono azul colorea sus pétalos.

Me acerco a examinarla cuidando no tocarla, es demasiado hermosa para ser buena. Sé de buena fuente que entre más llamativo y más brillante sea el color de un animal esté es más peligroso.

La flor parece real, incluso tiene ese aroma particular de las rosas, me arriesgo a acariciar ligeramente sus pétalos… también parecen reales.

Esta frente a mí, pero sencillamente no lo creo.

Cuidadosamente saco la carta sin mover mucho la flor. Donde comúnmente se escriben datos del destinatario sólo había tres palabras “Buenos Día Princesa”

Tengo la boca seca y las manos me tiemblan mientras abro el sobre. No es la primera vez que despierto con una nota a mi lado y sé que nunca termina bien.

Pongo el oído atento al pecho,

como, en la orilla, el caracol al mar.

Oigo mi corazón latir sangrando

y siempre y nunca igual.

Sé por qué late así, pero no puedo

decir por qué será.

Si empezara a decirlo con fantasmas

de palabras y engaños al azar,

llegaría, temblando de sorpresa,

a inventar la verdad:

¡Cuando fingí quererte, no sabía

que te quería ya!

Elena Lubier.

Su nombre no está por ninguna parte pero sé que es ella…

o peor aún, quiero que sea ella.


Llegó a la universidad hecha un basilisco, casi no hay nadie, ni siquiera han llegado los que trabajan en la construcción del nuevo edificio.

Sé dónde está su oficina, camino derecho hacia ella. El pasillo está desierto por lo tanto puedo forzar la entrada con total libertad, a los quince minutos resuelvo que en las películas se ve muy fácil a la hora de abrir una puerta con una patada, pero definitivamente por ahí no podría pasar sin una llave.  Vuelvo sobre mis pasos, estoy más furiosa que antes, ya hay más alumnos que cuando llegué.

―Hey! Vale ―Greg se acerca corriendo hasta mí― Increíble, llegaste temprano.

Pongo mala cara.

―Yo siempre llego temprano.

El me abraza.

―Te ves diferente ―murmura.

Me ruborizo.

Planeaba ver a Elena, por eso tarde unos cinco minutos más de lo usual frente al espejo. Pero si Greg lo había notado eso significaba que tal vez había exagerado un poco.

―Terrible ―digo agachando la cabeza.

―Luces preciosa ―Exclamó con voz exageradamente alta.

―Cállate.

― ¿Por qué no llevas falda más seguido tienes unas piernas increíbles?

Lo golpeo en el hombro.

―Enserio cállate Greg.

―Bien, pero solo si dices que sí.

― ¿Qué si qué?

El me mira, sus pequeños ojos brillan traviesos.

― ¿Vas a la fiesta conmigo?

Lo miro sin entender.

―¿Qué fiesta?

Él se cruza de brazos.

―La fiesta que se organiza al final de cada semestre.

―Yo siempre voy ―alego― tú eres el que no se aparece nunca.

―Esta vez quiero ir ―afirma muy serio.

―Genial, ya verás que será divertido.

― ¿Estas aceptando ir?

―Ya te dije que yo nunca falto.

― ¿Conmigo?

Su mirada me hizo ver que durante un punto de esa conversación yo me perdí.

―Pues… si, iremos juntos ―dudé― con Laura, Nora y si logran salvar el semestre Hanna y Elizabeth irán con nosotros.

El dibuja una sonrisa forzada.

― ¿Por qué eres tan cruel conmigo?

―No te entiendo.

―Quiero que vayamos solos, sin tus amigas metiches… como una pareja

Era un amigo increíble y la pasaba bien a su lado, pero esa conversación llevaba un rumbo peligroso, y al final o terminábamos siendo algo más que amigos o podía irme despidiendo de él… ese día no estaba preparada para ninguna de las dos cosas.

―Podemos ir juntos, sin ellas pero…

―Pero no como una pareja ―completo él.

―Greg… ―ni siquiera sabía que decir. Ese día debí haberme reportado enferma.

―Sabes que me gustas Vale ―confesó.

Dios, si estas por ahí en alguna parte creo que es un buen momento para que comiences con el apocalipsis, o por menos para que la tierra se abra bajo mis pies.

Desde la secundaria me la he pasado rechazando chicos con pretextos absurdos ante ellos e incluso ante mí. Pero Greg era diferente, él era mi amigo… al parecer el único que tenía y estaba aguardando por una respuesta.

Abrí la boca pero las palabras no acudieron en mi auxilio.

―Buenos días jóvenes ―dijo alguien acercándose a nosotros.

Atravesó su brazo detrás de mi espalda.

Greg la miró inexpresivo.

―Buenos días doctora ―respondió con voz ronca.

―Podemos hablar Valeria.

No fue una pregunta.

Sin tomar en cuenta a mi amigo me arrastró a su oficina, no opuse resistencia, estaba ganado tiempo para planear una respuesta inteligente a la propuesta de Greg.

―¿Problemas con tu novio? ―quiso saber cerrando la puerta.

Niego con la cabeza.

Elena se acerca.

―Me encantan tus piernas ―instintivamente camino lejos de ella.

Sonríe.

―¿Te gustó mi sorpresa?

Vuelvo a negar con la cabeza.

―Quiero escuchar un buen motivo por el que no deba ir con la policía a poner una demanda por allanamiento.

―¿Es delito darte un detalle?

―Es delito entrar por la noche a la casa de alguien más sin haber sido invitado ―le digo tratando de mantener la calma.

―Yo no entré a tu casa ―dice de inmediato.

―Por supuesto que no, mandó a alguien más a que lo hiciera…

―La dejé en la puerta. Con una nota que decía que era para ti. Alguien más la llevo hasta tu recamara.

―¿Es lo mejor que se te puede ocurrir?

―Es la verdad.

Camino hacia la salida, para largarme pero ella se recarga en la puerta.

―Comúnmente las mujeres enloquecen con la rosa azul y no dicen nada más.

―¿Cuántas rosas has regalado?

―Menos de la crees.

Odiaba que lo que más me molestara de toda esa situación fueran esas “mujeres” que ella acababa de mencionar.

―Voy a clases ―le dije cortante.

Ella no se movió.

―Estas huyendo de mí.

―¿Cuántas veces tengo que pedirte que me dejas en paz?

―Sólo hasta que realmente lo quieras.

―No tolero tu arrogancia.

―Ni yo tu orgullo.

―Entonces por qué insistes.

―Porque son más los motivos para insistir que los motivos para rendirme ―se acerca a mí―Eres una niña consentida y orgullosa ―dice mirándome fijamente― pero eres inteligente, noble, astuta, muy hermosa y besas de maravilla.

―Hay muchas como yo ―murmuro atrapada en sus ojos.

―No ―dice de inmediato― ninguna otra es como tú.

― No quiero seguir jugando a esto…

―No estamos jugando a nada… Valeria ¡Mírame! ―lo hago y me da miedo lo que encuentro en sus ojos, su mirada es tan transparente que veo reflejada en ella mis propias emociones ¿O son las suyas? ¿Acaso Elena está sintiendo lo mismo? ―Me gustas mucho.

Acaba de decir lo mismo que Greg, pero mientras que con mi amigo yo me quedé muda, sin poder reaccionar. Cuando esa frase sale de los labios de Elena todo mi cuerpo le responde, un golpe de energía me sacude.


(Elena)

Es ahora o nunca.

Quiero lanzarme sobre ella, atraparla y saber si es real o sólo un espejismo. Sé que las respuestas a todas mis inquietudes están ocultas en los pliegues de su cuerpo.

Pero mantengo la calma, me acerco muy lento y con aparente calma, esta vez no huye. Siento como su calor se levanta como una muralla atrapándome en un espacio ridículo en el que solo hay lugar para nosotras. Tengo el impulso de abrazarla, oprimirla fuerte contra mi pecho para que sienta mis latidos, para que escuche todas esas verdades a las que se ha negado, pero en lugar de eso estiro mi mano y acaricio sus labios.

Doy forma a su boca con la yema de mis dedos, percibo su aliento aún más caliente. Durante la travesía de mi pulgar la siento morir y renacer tantas veces que el remordimiento se hace más grande. Me teme y me ama. Lo sé. Ambos sentimientos tienen la misma magnitud, pero el más mínimo de mis movimientos puede poner ventaja sobre cualquiera de ellos.

Estoy a la misma distancia de besarla que de perderla para siempre. Ella puede vivir con cualquiera de mis decisiones, pero ¿qué hay de mí?

¿Sigo adelante o declaro el final?

Nos miramos, siento que cada vez nuestros ojos están más cerca. No sé con exactitud si me he movido yo o ha sido ella, pero ahora nuestros pechos se rozan cada vez que los pulmones se llenan de oxígeno.

Finalmente las bocas se encuentran. Y es cuando entiendo que nunca dependió de mí, ni de Valeria, ni del deseo… ahí, sacudida por la descarga eléctrica a la que me someten sus labios pude comprender algo tan grande y sencillo a la vez: El destino. En un momento de mi vida elegí a la mujer que me ató al piso, pero el destino quizá desde mucho antes había designado a una con la que yo pudiera conquistar la cumbre más alta. Y esa mujer era la que estaba hora rendida entre mis brazos, con la que mi boca luchaba tibiamente, mordiéndole los labios, redibujándola con la punta de mi lengua. La única guerra que merece ser un juego es la de los besos, y en ese momento ambas estábamos entregadas a la batalla, en medio de un campo minado donde cualquier movimiento en falso podía hacernos volar en pedazos. Corriendo el riesgo de explotar mis manos buscan hundirse en su pelo mientras nos besamos como si nuestras bocas fueran un ser ajeno a nuestra voluntad, con vida propia y deseos indomables.

No trato de controlar nada, por primera vez me rindo ante mis sentimientos y sólo entonces descubro un mundo que nunca antes había explorado. Un mundo de flores con colores imposibles, un mundo donde levantas el brazo y captura mil estrellas, donde el océano recita poemas a la luna.  Y el dolor de las mordidas es placentero y perdemos el aliento y morimos, en una muerte dulce y bella. Y la siento temblar contra mi cuerpo como una hoja aferrada al árbol en medio del huracán.


La magia no termina con el beso, me recargo sobre su pecho.

Su corazón late tan fuerte que parece estar vibrando.

No abro los ojos, me aferro a ella como si de eso dependiera mi vida.

Estamos así por mucho tiempo, como si quisiéramos cobrarnos de una todos esos años que vivimos separadas, sin conocernos, sin encontrarnos.

Hasta que alguien golpea la puerta. Me sobresalto, pero Elena sigue sin soltarme.

La persona que está afuera insiste.

―Espera aquí ―murmura con ternura y me besa en la frente hasta de ir a abrir.

Casi al segundo una chica salta sobre ella, enreda sus brazos alrededor de su cuello mientras ríe tontamente. La he visto antes, está un curso por encima de mí. No puedo recordar su nombre pero ya pensé donde tirar su cadáver.

Elena la aparta de un tirón.

La joven parece algo sorprendida pero entonces repara en mí.

Es incapaz de reaccionar pero Elena actúa por ella arrastrándola con brusquedad fuera de la oficina y cerrándole la puerta a en las narices.

Regresa hasta mí, parece incapaz de hablar.

Podríamos pelear de nuevo, dejar que mi orgullo y su arrogancia se interpongan, pero días después ella insistiría y yo de nuevo la perdonaría,  por lo tanto mi única reacción es abrazarla.

―Lo lamento mucho ―dice por fin― yo…

Se aparta despacio.

―No importa ―Susurro tratando de recuperarla.

―Yo no le pedí que viniera, no sé por qué…

―Te he visto salir de esta escuela con un montón de chicas ―le digo despacio― no creas que no tengo imaginación para saber lo que ha pasado…

―Valeria…

―Y trataré de olvidarlo con una condición.

Me abraza.

―Pídeme lo que quieras.

―Que no se repita, no mientras dure esto… no mientras estés conmigo.

―No se repetirá en mucho tiempo ―me asegura.

Y soy feliz con el simple detalle de estar entre sus brazos. Hay tanta calma que ninguna de las dos es capaz siquiera de sospechar la tormenta que se avecina.

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El poema se titula "Inventar la Verdad" y es de Xavier Villaurrutia.

De antemanos mil gracias por sus valoraciones y comentarios. Se les quiere.

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