Pídeme Lo Que Quieras 6

No sólo quiero olvidarme de ti Elena Lubier, también quiero odiarte, necesito odiarte.

El ingeniero Portilla ha escrito sobre el pizarrón blanco cada día del último mes, como si fuese  la enorme página de un calendario.

Encerrados con marcador verde están los días de exámenes y con rojo las fechas de revisión del proyecto.

Capturo una instantánea con mi móvil al mismo tiempo que elaboro mentalmente un meticuloso plan para salvar el semestre. Aparte de esta materia hay otras seis iguales así que no tendré mucho tiempo para cubrir algunas necesidades básicas, por ejemplo: dormir.

―Me empiezo a sentir reprobada ―confiesa Nora al salir del salón de clases― Hay que reunirnos para terminar juntas el proyecto.

Me encojo de hombros.

―Podemos ir a tu casa a trabajar…

Pero la llegada de un chico moreno y alto me interrumpe. Él abraza a Nora y le impide seguir caminando, no me detengo a esperar, sé que mi amiga no cambiara al chico guapo por el proyecto final del curso. Desde hacía un mes eran algo así como novios y digo algo así porque Nora ya tenía un novio. Ese era el novio de la universidad, el otro era el novio de su familia, y había un chico más que era el novio rico que la paseaba en un convertible.

Con todo eso apenas y pasábamos juntas el tiempo que duraban las clases.

Hanna también estaba mucho tiempo con Marco, el único novio que tenía. Él estudiaba una carrera diferente por lo que sus clases eran en otro edificio y a mi amiga se le empezaba a ver poco por estos rumbos.

Eli simplemente se desaparecía, empezábamos a sospechar que mantenía un romance con uno de los profesores pero hasta ahora nadie tenía ninguna certeza sobre eso.

Como ya era costumbre a finales del semestre Laura se convertía en un jodido ratón de biblioteca pues sólo se dedicaba a estudiar para mantener sus increíbles notas.

Eso me dejaba sola la mayor parte del tiempo. Y el problema no era estar sola, el problema era que la voz de mis pensamientos se hacía más fuerte. A mi cabeza llegaba un nombre que quería olvidar, unos labios que aún me erizaban la piel, una necesidad que me traicionaba.

Caminé despacio, no moría por volver a casa temprano, pero tampoco tenía muchas excusas para quedarme.

―Valeria.

Me giré al escuchar mi nombre, Greg corría hacia mí. Puse los ojos en blanco y seguí caminando, no quería hablar con él, lo había estado evitando desde hacía tres meses.

―Valeria ―se encontraba agitado pero como no me detuve se vió obligado a seguirme el paso sin descansar― Hola ¿ya saliste?

No imbécil, me estoy escapando.

―Ya ―respondo cortante.

―Vivimos cerca, caminemos juntos entonces.

No le hablo, tengo la vista clavada al frente, ni siquiera soporto verlo.

― ¿Puedo saber que te hice?

Maldita sea, cállate y desparece de mi vista.

―Valeria no seas infantil.

De verdad lo quería golpear.

―Desde que regresamos del viaje estas molesta conmigo y no sé por qué ―me confiesa― Sabes no sé lo que hice, y tú eres muy orgullosa para decirlo, pero lo lamento ok. Lamento mucho haber hecho lo que sea que haya hecho para molestarte.

Imbécil.

Me tengo que morder la lengua para no gritarle.

―Vale ¿Por qué no hablamos?

¿Hablar? Lo que yo quería era dejarlo inconsciente a golpes.

Pero él no capta las señales de peligro y me toma del brazo para obligarme a detenerme y encararlo. Lo hace con fuerza y me lástima, es más de lo que puedo soportar, le dejo caer una bofetada que contiene toda la ira, toda la frustración y todo el dolor que he tenido que traer guardado desde que regresamos del maldito viaje.

Sé por su mirada que algo le duele y no es precisamente la mejilla que acabo de golpear.

― ¿Qué te hice Valeria?

Me había estado repitiendo mentalmente que nada había pasado, lo había hecho tan seguido y con tanta intensidad que casi lo creí, pero ahora que tenía a Greg frente a mí la realidad me golpeaba con un mazo.

―Me dejaste sola.

Había un inmenso dolor en cada una de las letras que formaban aquella frase y él lo percibió.

Me abrazó, traté de separarme pero era fuerte, cálido y cariñoso. Mi corazón necesitaba tanto ese gesto que le ganó al orgullo y mis brazos se aferraron a Greg con fuerza, como si fuese el último bote salvavidas.

―Dios, Valeria ¿Qué te pasó? ¿Alguien te hizo algo malo?

Traté de contener el llanto pero fue imposible. Había estado tres meses fingiéndome fuerte y sencillamente ya no podía soportarlo más.

― ¿Por qué me dejaste sola? ―le reclamé sin soltarlo.

―Un tipo llegó hasta mí y me sacó del concierto ―me explicó calmado― me acusó de llevar drogas.

Me aparto sin comprender.

― ¿Qué?

―Era un maldito lunático, me tuvo tirado sobre la playa cerca de media hora… ni siquiera revisó mi mochila, supuse que era un jodido bromista pero tenía un arma, no me quedó más remedio que seguir el juego.

Esa clase de juegos tenían nombre y apellido.

―Cuando me dejó en paz corrí a nuestro sitio, pero ya no estabas.

―¡Maldita seas! ―no pude contenerme.

Greg me miró extrañado.

―¿Qué te pasó? ¿Alguien te hizo algo malo?

Esa era la diversión de los ricos, hacer algo malo. Ponerse un objetivo, alcanzarlo y luego dejarlo atrás.

―Estoy bien.

No lo estaba, pero lo estaría, Elena Lubier había jugado conmigo ¿Y qué? A esas alturas ella se encontraba en alguna parte del mundo detrás de su siguiente presa, ya sé había olvidado por completo hasta de mi nombre, no merecía que yo la estuviera recordando.

―Valeria…

―Estoy bien ―repetí ―anda, camina.

Greg no pareció muy convencido.

Estábamos a punto de cruzar la calle cuando un Volvo pasó junto a nosotros a toda velocidad. Me quedé de piedra mirando como el auto avanzaba sin ninguna precaución, un par de carros tuvieron que frenar de golpe y los conductores maniobraron para, milagrosamente, evitar un accidente.  El Volvo finalmente se pierde es una esquina.

Greg apunta con su dedo índice justo en la dirección en la que el auto se ha alejado.

―El tipo de la playa conducía uno igual ―sentenció― ¿me estará siguiendo?

―Imposible ―murmuro tratando de asimilar lo ocurrido.

Caminamos en silencio, al llegar a casa me despido del chico que camina a mi lado, peor él no se va hasta que cierro la puerta, probablemente esperaba una invitación a pasar, pero yo no quería estar con él por que posiblemente iba a insistir en saber lo que había ocurrido esas noche. Y yo trabajaba en olvidarlo

En casa no hay nadie, así que enciendo el estero de mi habitación y dejo que la voz de León Larregui suene por encima de mis propios pensamientos con la letra 10 a.m.

Siempre es igual.

Varios vecinos se han quejado con mis padres. Pero los regaños no llegan hasta mí, porque saben que algo anda mal de esa forma inexplicable en la que los padres saben  ciertas cosas de sus hijos.

Son las 10 de la mañana,

no tengo que ser clarividente,

para darme cuenta que no estás

Esa parte de la canción me llevó tres meses atrás, cuando desperté en mi cuarto de hotel, sola y a mi lado la sentencia de un juego perdido.

Con Elena Lubier aposté lo que no tenía y estaba pagando con creces. El dolor no está en mi mente, realmente existe, lo siento, es como acido regado en el pecho, me duele cuando respiro, cuando como, cuando hablo, cuando despierto todas las mañanas después de haberla soñado.

Pero sé que todo lo que siento es bueno. Entre más crezca mi sufrimiento por Elena Lubier mi instinto de supervivencia me irá liberando de ella, hasta que llegue el día en que milagrosamente la recuerde sin que ningún sentimiento especial sea invocado en mi interior.

Aléjate de mí, aléjate por favor,

que ya no aguanto más.

La canción termina y utilizando el mando la distancia la repito de nuevo.

No sólo quiero olvidarme de ti Elena Lubier, también quiero odiarte, necesito odiarte.


Al día siguiente llego tarde al colegio, Laura y Nora están en la entrada esperándome, al verme se abalanzan sobre mí y a empujones me llevan hasta el baño.

Laura revisa que estemos solas y luego cierra la puerta.

―Hay que calmarnos… ―dice Nora haciendo un gesto con las manos.

― ¿Qué diablos sucede?

Es raro verlas juntas.

―¿Hay algo que debamos saber Valeria? ―me pregunta Laura.

Las observo confundida.

―¿Qué bicho les picó?

Nora se acerca.

―Puedes confiar en nosotras.

Por el tonito sé que nos le debo decir una sola palabra de lo que sea que quieran saber.

―Al fin entiendo tanto misterio ―suelta Laura― todo ese tiempo que pasas sentada con el celular en las manos… soñando despierta…

―Sin poner atención a clases ―completa Nora― estas más delgada…

―Casi no hablas con nadie...

―Te alejas de nosotras…

Mis mejores amigas después de tres meses habían notado que yo tenía problemas. Definitivamente si yo escribiera un libro ellas jamás aparecerían en los agradecimientos.

―Estoy bien.

―Por supuesto ―suelta Nora― yo también lo estaría.

¿Eh?

― ¿Por qué no dijiste nada? ―me reclama Laura― somos amigas.

―Cada quien lleva su vida muy aparte de las demás, no hubo oportunidad.

― ¿Qué estabas pensando? ¿Organizar una cena para soltarlo? ―me regaña Nora ―algo así se dice y punto, no tienes que esperar una ocasión especial…

―Son  mis asuntos. Es increíble que después de tres meses vengas aquí a querer saber los resultados de tu plan…

―Mi plan salió bastante bien por lo que veo. Hasta quiere repetir…

―No digas estupideces Nora. Tú no tienes idea de… ¿Qué acabas de decir? ¿Repetir qué?

Nora sonríe descaradamente.

―Bueno, lo que van a repetir solo lo saben ustedes porque nunca nos contaste nada, pero básicamente es algo así

Extendió el dedo de en medio y el índice de ambas manos haciendo una especie de “v” y luego los cruzó.

Laura se hecha a reír.

Yo me quiero desmayar.

―¿A qué viene todo esto? ―pregunto muy seria.

―No me digas que no sabes.

Me llevo la mano a la cabeza sintiéndome terriblemente mareada.

―Elena Lubier está aquí ―suelta  Laura.

Me siento traicionada no por mis amigas si no por mí. Una descarga de adrenalina recorre mi cuerpo, quiero correr, gritar, saltar.

―¿Esta en la ciudad?

Nora pone los ojos en blanco.

―Está aquí, en la universidad.

Mi corazón que latía de prisa de pronto se detiene.

―¿Bromeas?

―Muero de la emoción y eso que no soy tú… ―confiesa Laura.

―¿Qué pasó esa noche? ―quiere saber Nora.

La pregunta le abre la puerta a esos recuerdos que yo no había dejado entrar. Vuelvo a sentir sus labios, sus manos, mi propia desesperación por tenerla.

― ¿Se acostaron?

― ¿Qué clase de pregunta es esa Laura? ―dice Nora riendo― claro que se acostaron. En esa habitación había huellas de sexo salvaje a donde quiera que miraras…

―No puedo creer que no nos contaras nada.

―Pero hoy es el día de dar detalles ―me advierte Nora― Voy a llamar a Eli y a Hanna, a la hora de la salida lo cuentas todo porque ahora no estamos hablando de un acostón…

―¿Entonces qué es? ―pregunta Laura confundida.

―Son dos acostones.

― ¿Cuál es la diferencia?

―Que puede haber un tercero.

―Solo tú puedes entender tus estupideces ―le espeta Laura.

Nora sonríe. Y de nuevo me empuja para que salgamos del baño. No puedo pensar, siento como si estuviera drogada.

Avanzamos por el pasillo que lleva al centro de cómputo, donde tenemos la siguiente clase.

Los estudiantes ya tomaron su lugar y todos están embobados mirando al frente. Allí hay cuatro personas, mi profesor de base de datos, el director, un tipo entrajeado y Elena Lubier.

Verla me coloca al borde de un abismo. Me siento débil, el mundo entero empieza a girar muy rápido.

Entonces ella repara en mí, nuestros ojos se encuentran.

Se ve perfecta, sigue siendo la misma Diosa que recordaba, la más bella entre las hijas de Zeus.

Entramos y vamos hasta unos lugares vacíos al frente.

El director trata de llamar la atención de Elena, le presume los equipos de cómputo, un brazo robótico y otros artilugios que se encuentran a la vista, también le habla de los excelentes lugares que los alumnos de su institución ha obtenido en diversos concursos a nivel internacional y más bla, bla, bla. Pero Elena sólo me mira a mí, como el primer día durante la conferencia. Y yo le sostengo la mirada, sus ojos son una muralla impenetrable, por mucho que me esfuerzo no puedo ver nada más allá de sus pupilas verdes.

Nora no deja de pegarme en las costillas por debajo del escritorio.

Cuando la cháchara del director termina ella finalmente le dedica su atención al resto del grupo y el achichincle a su lado anuncia que la doctora está interesada en aportar su apoyo a la universidad para el desarrollo de nuevos proyectos.

Todos entienden lo mismo que yo “Dinero, mucho dinero”

Pero no alcanzo a escuchar nada más, Elena vuelve sus ojos a mí y su mirada me resulta sumamente expresiva, quiere hablar conmigo. ¿De qué? Trato de encontrar un significado diferente pero no existe, ella realmente quiere hablarme.

Algunos compañeros le hacen preguntas que de inmediato son atendidas por el tipo de traje, al que el director les muestra algunos proyectos que se han quedado a medias por falta de presupuesto.

Ella se acerca, saluda a mis amigas con un beso en la mejilla y luego va hasta mí. El calor se propaga empezando por ese lugar donde ella me ha puesto los labios.

― ¿Qué tal Valeria? ―me saluda con ese acento francés que tanto había escuchado en mis sueños los últimos meses.

Parece como si nada hubiera pasado entre nosotras, ahí estaba saludándome normal, como si fuéramos tan solo dos extrañas que alguna vez coincidieron en un concierto  y entonces ocurre algo que ni siquiera yo esperaba.

Le respondo con una bofetada, una bofetada que hace eco en las paredes del salón. Todos se giran de inmediato hacia nosotras. Elena está fría, prácticamente en shock, resulta evidente que su cerebro se niega a procesar lo que acaba de ocurrir. Nadie habla, incluso parece que nadie es capaz de respirar. Pero yo no estoy avergonzada ni arrepentida. Me doy cuenta que eso es todo lo que necesitaba para liberarme de ella.

Realmente me siento bien.

Caigo en la cuenta de que ya no nos debemos nada y a partir de ese momento nos convertíamos en dos extrañas.

Era mi turno decirlo: Game Over.


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Los quiere de una manera irreal: Santa Bukowski®