Pídeme Lo Que Quieras 5

La distancia que nos separa de un beso es tan absurda que en ella apenas y nos cabe el aliento

Una delgada gota recorrió mi mejilla hasta terminar en mis labios, su sabor salado era una bofetada a mi intelecto.

Me di cuenta que había perdido sin jugar.

Vaya pedazo de imbécil. Está bien, era una jodida lesbiana, mi madre se moriría de tristeza, a mi padre lo mataría la rabieta. Por lo tanto ellos jamás en la vida tendrían que saberlo.

Luego estaban mis amigas, Nora lo había tomado bastante bien, ni siquiera se sorprendió, esa parte estaba resuelta. Pero en lo que sí tenía que ponerle un alto era en sus aspiraciones a ser cupido, porque si no, ella me terminaría enviando con una cita diferente cada noche.

Al final se encontraba mi principal problema, el que había puesto es sabor salado en mis labios. Sí, soy lesbiana, y una pendeja. Porque hay que ser una lesbiana muy pendeja para haber caído en el juego de Elena Lubier cuando ella desde un principio había establecido las reglas.

La pregunta seguía en el aire ¿ahora qué? Tal vez llegué a pensar que Elena correría dramáticamente detrás de mí, me tomaría del brazo y justo es ese momento, sin importar las multitudes, como si sólo fuésemos nosotras y la playa, me besaría.  Pero no, deshice sola el camino que hace un rato había recorrido de su mano y a cada paso la realidad me golpeaba.

Todo se había terminado antes de comenzar.

Vaya perdedora que eres Valeria Hernández.

Llegué hasta el punto donde me habían abandonado mis “amigas”, pero de ellas no había el mínimo rastro.

Suspiré. La fiesta se había terminado, al menos para mí, porque en ese momento la multitud se aglomeraba frente al escenario, Zoé no tardaría en aparecer, era mi banda favorita y para nada me tentaba la idea de quedarme. Tenía que juntar los pedazos de mi orgullo e irlos a pegar a mi cuarto de hotel.

Justo cuando estaba a punto de alejarme para buscar un taxi alguien detrás de mí me cubrió los ojos con sus manos.

—Adivina quién soy —la voz de Greg era inconfundible aún con el escándalo.

—Alguien súper gay, supongo.

Él se echó a reír, me devolvió la vista y puso su brazo sobre mi hombro con intenciones de caminar juntos hacia el escenario. Pero no me moví.

—Anda, todavía podemos hacernos de un buen lugar.

—No me pienso quedar.

Él se pone frente a mí, es alto, delgado, tiene un piercing en la ceja y sus ojos son cafés y muy pequeños. Lleva una gran mochila en la espalda, a veces es tan raro.

— ¡Por Dios Valeria, es Zoé!

—Me estoy sintiendo mal.

—No te perderías este concierto ni aun que fueras una embarazada a punto de dar a luz —sentenció— ¿ocurre algo malo?

¡Si!

—No —miento.

—Si dejo que te marches nunca me lo vas a perdonar.

De nuevo me atrapó con su brazo y me obligó a caminar.

—No quiero estar aquí.

—Sólo un par de canciones y me voy contigo.

—Puedes quedarte tú.

—Ni de broma te dejo ir sola.

Lo miré, una maldita tipa engreída no me iba a arruinar la fiesta. Así que me deje conducir por mi amigo. Caminamos entre la gente, nos llevamos empujones y una que otra grosería, pero finalmente logramos conseguir un lugar hasta adelante justo en el momento en el que la mayoría de las luces se apagaron.

Hubo una presentación en una pantalla gigante, Greg sacó de su mochila unas latas de cerveza y me ofreció.  Poco a poco la emoción del resto de las personas y claro, los gritos y saltos de Greg, sumados al alcohol me fueron llenando de energía, hasta que empecé a cantar a todo pulmón y las personas se convirtieron en simples siluetas difíciles de reconocer, la cerveza siempre me afectaba más de lo normal, pero por primera vez lejos de sentirme estúpida me sentía agradecida, podría ser feliz lo que restaba de la noche.

O al menos eso pensé hasta que comenzaron la canción “10 am”.

Son las diez de la mañana,

No tengo que ser clarividente,

Para darme cuenta que no estas

En ese momento sentí que algo se desplomo dentro de mí. Me giré, la masa escandalosa que estaba detrás de mí no paraba de agitar las manos en el aire, pero entre la multitud, entre el mareo y entre el llanto retenido pude ver un mecho de pelo rubio.

Ahora hasta la alucinas. Pensé molesta y de nuevo puse los ojos en la banda.

Al cantar “Miel” un sabor a Elena Lubier se quedó en mi boca. Es increíble como el significado de una canción puede ser alterado radicalmente cuando conoces a alguien.

La última parte:

Háblame de tí

no me dejes sólo

quiero descubrir

por qué le tengo tanto miedo al amor

Quedó vibrando en mis labios hasta que el bullicio se apagó.

León Larregui dedicó unas palabras a su público, ni siquiera lo escuché. Sentí una corriente atravesar mi pecho y miré hacia un lado, no había rastros de mi amigo, pero en su sitio estaba alguien más, mirándome fijamente, y aún en la oscuridad y en mi ebriedad sus ojos verdes brillando intensamente no pasaron desapercibidos.

Comenzó una nueva canción.

Regálame tu corazón y déjame entrar

a ese lugar, donde nacen las flores

donde nace el amor.

La voz de León y a Elena junto a mí eran lo único que mis sentidos podían percibir, todo lo demás había sido transportado a una galaxia bien lejos.

Entrégame tus labios rotos lo quiero besar,

los quiero curar, los voy a cuidar

con todo mi amor...

Nos miramos fijamente, ahí estaba de nuevo esa prisión de bruma hipnotizante a la que yo entraba voluntariamente. Porque era una imbécil de proporciones exageradas.

Es raro el amor, es raro el amor

que se te aparece cuando menos piensas.

Es raro el amor, es raro el amor

no importa la distancia, ni el tiempo ni la edad.

Ella se acerca más. He perdido hasta la capacidad de moverme. Soy una liebre a unos cuantos centímetros de los colmillos del lobo.

Mi cuerpo entero se sacudió cuando quedó frente a mí y me tomó de las manos.

Moja el desierto de mi alma con tu mirar,

con tu tierna voz, con tu mano en mi mano

por la eternidad...

No dice nada, no hace falta, la letra de la canción es aplastante, una realidad con la que nos estrellamos como si fuese un muro a mitad de la carretera.

Se acerca y su aliento se convierte en mi oxígeno, no puedo pensar con claridad, pero no necesito pensar. Porque el deseo que tengo de sus besos no necesita ser racionalizado. El amor no depende de absolutamente nada, es un acto reflejo, un evento involuntario, algo así como respirar.

Y entrégame esos labios rotos los quiero besar,

los quiero curar, los voy a cuidar

con todo mi amor...

Es raro el amor, es raro el amor

que se te aparece cuando menos piensas.

Sin soltar mis manos se inclina hacia mí, pero se detiene antes de llegar a mis labios, la distancia que nos separa de un beso es tan absurda que en ella apenas y nos cabe el aliento. Sus ojos verdes se cierran despacio, comprendo entonces que es mi turno, el lobo me está dando la oportunidad de huir…

La canción termina al mismo tiempo que mi boca se apodera de la suya. Primero despacio, adorando sus labios como si fueran la estatuilla de un Dios, saboreando el contacto como un náufrago que se tira en la arena de una playa tras haber viajado sobre las inestables olas por mucho tiempo.

Elena me toma de la cintura y me acerca más, la electricidad se propaga al contacto de nuestros cuerpos y el ritmo se acelera. Mis manos buscan enredarse en su pelo rubio. Con la punta de su lengua busca entrar en mi boca, no tiene que insistir mucho y al acceder mi lengua la recibe gustosa, se une a la suya, la oprime, alternamos el combate con besos desesperados.

Ella gira la cabeza un segundo para respirar, pero sin apartarse de mí. Yo continúo con los ojos cerrados, mi pecho sube y baja rápidamente, no quiero salir de ese hechizo y descubrir que he saltado a la boca del lobo cuando este me había dado la opción de huir.

La siento juguetear en mi oreja dando ligeros mordiscos, me estremezco, las piernas me tiemblan, de pronto hay mucha gente, mucho ruido.

—Vámonos de aquí —le pido apartándome un poco.

Ella no se detiene a esperar que lo repita y me toma de la mano, salir de la multitud es terriblemente complicado, en varias ocasiones nos tenemos que soltar, por unos segundos creí perderla de vista, pero finalmente nos alejamos de la gente y ella me abraza, de nuevo busca mi boca. Sus besos tiernos vienen cargados de deseo, e imagino que los míos se sienten igual.

Pero de nuevamente tenemos que separar nuestros labios, Elena busca su celular y hace una llamada, por lo que alcanzo a entender le está pidiendo a alguien que nos recoja.

Sé que ni mis sentidos, ni me cerebro están funcionando bien.

Respiro profundo. Quiero pensar, necesito pensar, pero estoy demasiado mareada para nada. Maldición, me siento estúpida.

— ¿Todo bien? —me pregunta al oído.

—Estoy mareada.

—Estas borracha.

Se inclina a depositar un beso en la sonrisa que se ha dibujado en mis labios.

De acuerdo, no quiero pensar. Quiero estar con esa mujer sin preocuparme por flores, chocolates o poemas, tal y como lo había dicho Nora. Vivir lo que sea que va a pasar sin torturarme pensando en el tiempo que eso iba a durar.

La miro a los ojos, no puedo creer que sea real, que sea ella abrazándome, besándome.

Un Volvo aparece moviéndose hábilmente entre la multitud, por un segundo pienso que el dueño está en serios problemas. Pero cuando el auto se detiene junto a nosotras recuerdo que esa mujer es Elena Lubier, la que organizó una fiesta en la playa con Zoé en vivo durante una mañana. No conocía con exactitud la magnitud de su poder, pero a cada acción me iba haciendo una idea de esta.

Elena me abre la puerta y me deslizo dentro a regañadientes porque eso implica separarme de ella, por fortuna al entrar  abre los brazos para recibirme de nuevo. El aire acondicionado me hace recordar el pequeño vestido que llevo puesto, pero su cuerpo es cálido y desde mi posición puedo sentir el calmado latir de su corazón. Ella está entera, yo por el contrario me encuentro agitada hasta el infinito.

— ¿A dónde vamos Doctora? —pregunta el conductor una vez que accede a la carretera.

Los dedos de Elena y los míos se encuentras entrelazados.

—A mi…

—Al hotel central —respondo alzando la voz.

Elena arquea una ceja.

— Doctora —suelta sarcástica— creo que la pregunta iba para mí.

Reír es inevitable.

—Hotel central —susurro con mis labios pegados en los suyos.

Nos damos un ligero beso.

—Hotel central —le ordena resignada.

—De saber que me utilizarías como taxi no te rescataba.

— ¿Rescatarme?

—Estabas en un horrible concierto, alcoholizada y sola —resume— eso no iba a terminar nada bien.

— ¿horrible concierto? ¿Alcoholizada? ¿Sola? Nada de eso es verdad.

Elena suspira.

—De acuerdo, tal vez algo tomada, pero estaba con mi amigo —le explico— él se encontraba junto a mí un segundo y al otro ya no —me muerdo el labio, me había olvidado por completo de Greg— ¿Estará bien?

Ella sonríe.

—Apuesto a que sí. Hay mucha seguridad en el evento.

—Pues yo no vi ninguna.

—De eso se trata Valeria.

Esta vez soy yo quien suspira.

Se inclina para besarme suavemente.

—La banda no es horrible —realmente necesitaba decir eso.

Ella hace un sonidito de desacuerdo.

—No puedo creer que algo así te guste.

—Es Zoé —le suelto como si aquello fuera la explicación suprema.

Elena se encoje de hombros.

—No entendí ni una palabra de lo que dijo ese hombre mientras hacía eso a lo que erróneamente llama cantar.

No pude evitar golpearla en el hombro.

—Ese hombre es León Larregui.

Ella me da una miradita de “¿y eso qué?”

Respiro profundo, no voy a pelear con ella porque tenemos diferentes gustos musicales.

—Bien, pero la canción se llama “Labios Rotos” espero que un día tengas tiempo de escucharla.

—Soportaré esa tortura por ti.

Necesitaba algo que le pusiera un alto al revoloteo en mi estómago o terminaría vomitando mariposas sobre los asientos de cuero.

—Los tatuajes de runas son poco usuales.

—No me dejas de sorprender —confiesa cariñosamente— las personas que saben de runas también son poco usuales.

¡Yo la sorprendía!

Mis dedos buscaron en su cuello el tatuaje que le había visto cuando estuvo en mi habitación, y lo recorrí despacio, estaba formados por tres rombos atravesados en el centro por una línea recta.

—Talismán de amor… —susurré recordando de aquellas runas.

—De una mujer a una mujer —completó.

Mariposas en el estómago, vaya descripción tan acertada.

El volvo se detuvo frente a mí hotel y el chofer me abre la puerta.

— ¿Me vas a invitar a subir? —pregunta Elena.

Allí estaba dándome una nueva oportunidad para escapar.

Sonreí y la tome de la mano.

La habitación era el mismo desastre que Nora había dejado, ¿cómo diablos lo olvidé?

—Ya sé que es un desastre, mis amigas tienen muchos problemas a la hora de elegir ropa…

Inesperadamente ella se abalanza sobre mí y me besa. No hay mucho que yo pueda hacer, voluntariamente me he ofrecido para ser el almuerzo del lobo, y ahora este estaba destrozándome con sus enormes fauces. Nunca pensé que la muerte se sintiera tan bien, que hubiese tanto placer en el sufrimiento.

Interrumpí el beso bruscamente.

Elena busca de nuevo mis labios pero retrocedo.

— ¿Valeria? —susurra acercándose pero sin tocarme.

—Yo no… —tal vez son los nervios o tal vez el alcohol pero no encuentro palabras—Es la primera vez que…

Ella sonríe cariñosa y me acaricia la mejilla.

Cierro los ojos al sentir sus labios en mi cuello.

—Confía en mí —susurra despacio.

Me lleva hasta la cama. Se coloca encima de mí y comienza a besarme, desciende despacio, ágilmente se deshace de mi vestido, mi corazón se detiene cuanto la punta de su nariz se desliza en mi entrepierna.

Me pierdo. Cada beso, cada movimiento, cada vez que una parte de su cuerpo roza el mío experimento una sacudida bestial que me aleja más de la razón. Ella actúa despacio, hace maniobras sobre mi cuerpo desnudo, hunde sus dedos en mi carne y no pierde oportunidad para torturarme, para hacerme suplicar por más, en varias ocasiones se aleja para que sea yo quien la busque en un persecución excitante.

Su lengua estuvo en los rincones de mi cuerpo que ni yo sabía que podían ser placenteros. Me despedazó con tantos orgasmos que ni siquiera puedo contarlos ni mucho menos describirlos.

Finalmente se desplomó junto a mí. Me abrazó y aún muerta de cansancio fui capaz de soñar con la mujer que dormía a mi lado.

Al despertar no abrí los ojos.

Tenía que asimilar todo lo que había pasado, me dolía la cabeza, el cuerpo… incluso me costaba respirar pero hasta que abrí los ojos supe porque.

Elena Lubier no estaba.

Lo único que había haciéndome compañía en mi habitación era una nota.

“Niñas con más temple, más presencia y más elegancia que la tuya se me han abierto de piernas por menos de lo que le doy de propina al valet parking

Conocía la frase. Era un Game Over.

Me levanté despacio y fui al cuarto de baño incapaz de pensar en nada hasta que estuve bajo el agua fría.

“Si, de acuerdo, probablemente ella sólo te quiere porque arañaste su orgullo, pero tú lo quieres porque ella es nada más y nada menos que Elena Lubier. No trates de negarlo, te conozco” Eso había dicho Nora.

El agua fría comenzaba a definir el rumbo de mis pensamientos.

“Sólo se trata de sexo, no va a haber flores, ni chocolates, ni poemas. Tan sencillo como saciar tus antojos, acostarte con ella y seguir tu vida“ Las palabras de mi amiga hicieron eco en mi cabeza.

Solo sexo Valeria, solo fue sexo. No importa.

“Niñas con más temple, más presencia y más elegancia que la tuya se me han abierto de piernas por menos de lo que le doy de propina al valet parking“

Pero si importaba.

Con la espalda pegada a la fría pared del baño descendí despacio, hundí mi rostro entre mis rodillas y lloré, lloré como una niña estúpida que se acaba de enterar que los reyes magos no existen.

Esta vez las dudas se habían disipado.

Era un hecho.

Todo se había terminado.


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Un Beso Grande.