Pídeme Lo Que Quieras 3

Inevitablemente bajé la vista a sus labios, tal vez no podía leerle la mente, pero definitivamente su boca dejaba muy en claro la necesidad de un beso.

Elena va hasta el sofá y se sienta como si estuviera en su casa.

Me mira de una forma que me hace sentir como el estúpido ratón que ha caído en la estúpida ratonera seducido por el estúpido dibujo de un pedazo de queso (Para quien no lo entendió su miradita me hace sentir como una estúpida a la tercera potencia).

—Era broma por cierto —murmuró tomando un pequeño cuaderno rojo que estaba ahí— solo quería probar mi teoría.

Me apuro a ir hacia ella y le arrebato el cuaderno.

— ¿Qué teoría? —pregunto con el ceño fruncido.

— ¿Ese es tu diario?

—Yo pregunté primero.

Ella suspira.

—Qué te ruborizas cuando intento coquetearte, como si no estuvieras familiarizada con ello, lo cual realmente me sorprende porque eres muy hermosa.

Tardo en procesar sus palabras. ¿Coquetearme? ¿Hermosa yo? Mi cerebro saca ideas de un lado, pensamientos de otro, los sentimientos se mezclan con mi imaginación, trato de darle una explicación racional al hormigueo que recorre mi cuerpo y siento que mi cerebro va a estallar. Tengo que respirar profundo y pensar, poner en orden mis ideas, definirme.

Pero realmente es difícil actuar con inteligencia cuando hay una mujer rubia en tu cuarto de hotel, mirándote fijamente, con las piernas cruzadas y mordiéndose el labio inferior.

Trago saliva y el rumbo que está tomando mi imaginación me corta el aire.

—Justo de lo que hablo, te has ruborizado de nuevo —susurra apuntándome con su largo dedo índice— ¿tu diario?

No respondo, con ella parece que todo lo que digo es usado en mi contra.

Elena suspira de nuevo con total tranquilidad, como si tuviera todo el tiempo del mundo para estar ahí, aguardando por una respuesta.

—Algo así —digo después de un rato.

— ¿Algo así?

—Más bien es un cuaderno de anotaciones —busco palabras que no tengan huecos donde ella pueda meterse a hurgar o peor que pueda utilizar para flirtear —anoto cosas irrelevantes como letras de canciones o reseñas de películas… tonterías de ese tipo.

— ¿Te pone nerviosa que yo pueda leer la letra de una canción?

—Me molesta que hurguen en mis cosas.

Ella me sonríe socarronamente. Maldita sonrisa la suya que provoca un revoloteo en mi estómago.

— ¿Hija única?

Cambió drásticamente de tema lo cual me dejo mirándola como tonta unos segundos, hasta que mi jodido cerebro reaccionó “Te está preguntando si tienes hermanos”

—Algo así —respondí por fin.

— ¿Algo así?

Ese terreno era un campo minado.

—Tenía una hermana.

Ella me miró sin comprender.

— ¿Tenias? ¿Murió?

Me senté en el sofá a su lado. Todo pasó muy rápido con Patricia, decir su nombre en mi casa era como lanzar una granada en medio de la cocina y nunca había podido desahogarme con mis amigas porque son de esas personas que creen que los únicos problemas reales son los suyos, muy parecidas a mí, supongo.

—Hace como dos años la echaron de casa —dije con voz ronca— mis padres decidieron que no era la clase de hija que querían.

— ¿Y tampoco era la clase de hermana que tú querías?

Me encogí de hombros.

—Era mi hermana mayor, estábamos destinadas a odiarnos, jamás creí que la echaría tanto de menos.

— ¿No la buscaste?

—Sé donde esta —digo sin fuerzas— pero después de todo lo que  pasó nunca volví a hablarle, y ella tampoco se esforzó en contactarme.

Elena me miró fijamente, supe que estaba tratando de comprender, pero no tenía todos los detalles a la mano.

— ¿Hizo algo realmente malo? —Preguntó despacio— ¿O lo que hizo sólo fue malo para tus padres?

La miré. Esta vez me encontré solo con sus ojos, verdes, hermosos. No estaba esa mirada altiva, ni la intimidante, ni la burlona. Por primera vez desde que había llegado pude ver a la mujer y no a la genio súper exitosa y millonaria. Definitivamente esa  Elena me gustaba más.

La calidez en sus ojos me envolvió, me traslado a otro sitio… y decidí que podía confiar en ella.

—Era muy tarde en la noche —susurré— ya estábamos dormidas cuando mi padre entró con la fuerza y poder destructivo de un huracán a nuestra habitación— nunca había hablado de eso, y creí que lo había olvidado pero ahora la escena aparecía con total nitidez en mi memoria—En ese momento me di cuenta que Patricia había salido por la noche, su cama estaba vacía. Mi padre revolvió las cosas de mi hermana y las arrojó todas por la ventana hacia la calle… Salí de mi cuarto, mi madre lloraba como si su hija mayor hubiese muerto, intenté averiguar qué había pasado pero nadie dijo nada —mientras hablaba la miraba, sus ojos brillaban, apenas y respiraba, me escuchaba atentamente— Estuve toda la noche mirando por la ventana hasta que un auto se detuvo enfrente de la casa, de él salió Patricia, se quedó mirando sus cosas regadas por todos lados. Y luego levantó la vista hasta donde yo estaba… —recordar lo sucedido ese día aumentaba mi sentimiento de culpa —Patricia intentó entrar a la casa, mi padre le gritó, los vecinos se despertaron, llegó la policía… Mi hermana lo único que hacía era suplicarle a papá que la escuchara…

Un nudo en mi garganta impidió que las palabras continuaran fluyendo.

Elena me tomó de la mano y la apretó con fuerza, justo lo que necesitaba para regresar a la realidad, bien lejos de todos esos recuerdos que me lastimaban.

— ¿Qué fue tan malo para que no la escucharan?

Esa pregunta, esa pregunta sirvió para que yo me diera cuenta de una cosa. Así como dolía el pasado, me iba a doler el futuro, tal vez más, tanto como le dolió a Patricia.

—Mi madre hizo pedazos unas fotos y las arrojó a la basura. Pero yo las encontré, las volví a armar… Eran de patricia y su…

¿Qué palabra se utiliza?

— ¿novio? —trató de adivinar Elena.

—Pareja —dije despacio— Novia.

Una sombra atravesó fugaz sus ojos y apretó mi mano con más fuerza. Su piel se sentía cálida.

—Ya entiendo.

—Hablar de ella en la casa era como soltar la peor blasfemia. Mi padre me gritaba furioso y mi mamá se echaba a llorar, eso era lo único que ella hizo por meses, llorarle a su hija como si esta hubiese muerto. Así que yo también me fui haciendo a la idea de que ya no tenía una hermana. Fui una niña estúpida que se dejó manipular…

—No digas eso —murmuró.

—Semanas después me la encontré en la calle, intentó hablarme y yo seguí mi camino, como si ella fuera invisible.

—Tus padres actuaron como si tu hermana hubiese hecho algo muy malo y tú lo creíste. El cerebro es complejo y muy veloz. Fue una situación difícil, tú te preocupabas más por tener respuestas a lo que sucedía, que por entenderlo.

Asentí. Ella había dado en el clavo.

—Cuando lo entendí pasé los días poniendo pretextos para ir a buscarla, hasta que se hizo muy tarde.

—Nunca es tarde.

—No puedo ir hasta su casa después de dos años y decirle: Hola Patricia pues con la novedad, ya entendí que ser lesbiana no es algo malo. Sonaría muy estúpido y tal vez ella ya nos olvidó, lo que menos necesita en estos momentos es que su hermanita vaya a recordarle que tiene una horrorosa familia que la odia.

Sus ojos descendieron lentamente a nuestras manos entrelazadas.

Una poderosa descarga eléctrica sacudió mi cuerpo. Pero no me alejé de ella. Porque la sensación me aliviaba, ponía colores a lo antes era solo blanco y negro, su contacto era como una terapia electroconvulsiva.

— ¿Nada de homofobia entonces?

—Creo que le tenía más miedo a mis padres que a las preferencias de mi hermana.

— ¿Sigues temiéndoles?

—Me convertía en la hija modelo, la hija que presumen cuando alguien intenta referirse a Patricia. No tengo muchos motivos para temerles.

Ella se mordió el labio y de nuevo sus ojos activaron su poder de rayos x. Me estremecí con la terrible sensación de que esa mujer podía leer mis pensamientos.

—Entonces te limitas a ser lo que ellos quieren.

Dicho de ese modo de verdad sonaba como si yo fuera una niña estúpida.

—Hago lo que me gusta, pero a su manera.

—El día que ya no puedas combinar lo que quieren ellos y lo que tú quieres ¿qué vas a hacer?

—Recoger mis cosas antes de que las tiren por la ventana.

Sonrió.

Así se veía perfecta. Siendo una mujer común. Sin presumir sus títulos, su poder o sus riquezas. Por qué definitivamente no los necesitaba, con esa mirada y con esa sonrisa el mundo entero doblaría las rodillas o al menos mi mundo lo estaba haciendo.

— ¿Tienes novio?

Ahí estaba de nuevo, parecía tener una urna con temas de conversación y escogía uno al azar para ponerlo sobre la mesa, aunque este no tuviera ninguna relación con el anterior.

Por otro lado acababa de formular la pregunta del millón. Estaba metiendo el dedo en la herida que Nora había abierto.

—No.

—De verdad que eres muy hermosa… y disponible.

Me ruborice y ella sonrió como si estuviera esperando que eso pasara.

— ¿Nora es tu mejor amiga?

¿A dónde quería llegar? No le veía ningún sentido a la conversación. Primero me preguntó si me molestaba su presencia, a lo que yo respondí que sí, pero no se fue. Luego dijo que quería verme. Comentó que otras mujeres la habían golpeado. Habló sobre hacer “cosas” conmigo. Escuchó la historia de mi hermana con mucha atención, como si fuera relevante para ella y ahora me estaba preguntando por Nora.

Podía pensar que solo quería conocerme, que por una increíble casualidad del destino Elena Lubier tuviera interés en mí. Pero no tenía tanta suerte, era más lógico creer que me estaba distrayendo para conseguir su objetivo: Acostarse conmigo y así ganar su sádico juego donde todas las mujeres sin excepción, caen vencidas.

Pero honestamente lo que más me irritaba era que la conversación hubiese pasado por ese punto ¿Por qué demonios tenía que poner a Nora entre nosotras?

— ¿Nora?

Ella se encogió de hombros.

—Me pareció una mujer increíblemente hermosa.

Francesa, arrogante, millonaria, genio, poderosa, bonita de más, lesbiana, ventrílocua, telepata, tiene la capacidad de llevarte a la luna y una vez ahí te utiliza como saco de boxeo.

Nora definitivamente era hermosa. Pero también había dicho que yo lo era. Si todo aquello era un truco para acercarse a mi amiga la doctora Lubier podía irse al carajo, yo no sería su celestina, y si quería saber sobre Nora que fuera directo a ella.

—Estoy cansada —dije.

Esta vez sí que se sorprendió.

—Yo también y muy hambrienta —murmuró— eso me lleva a la excusa principal de la visita ¿Vamos a cenar?

De veras que esa mujer tenía respuesta para todo. Pero el juego ya se había terminado. Que cenara con Nora si eso la hacía feliz.

—No tengo hambre, estoy cansada.

Me escuche más grosera de lo que hubiera querido pero no me importó.

—Valeria Hernández ¿me estas echando?

Se levantó sin esperar respuesta y yo la imité, pero en lugar de caminar a la puerta se acercó a mí, se acercó demasiado, estuve tentada a dar un paso atrás pero ella lo interpretaría como una muestra de miedo o debilidad o ambas cosas.

— ¿De verdad quieres que me vaya? —murmuró escudriñándome con sus increíbles ojos verdes

—Si —mi voz sonó débil.

¡Maldita sea!

No se movió, solamente me miraba, ojala yo tuviera su mismo don para leer los pensamientos y saber con exactitud que estaba pasando por su cabeza.

Inevitablemente bajé la vista a sus labios, tal vez no podía leerle la mente, pero definitivamente su boca dejaba muy en claro la necesidad de un beso.

Podía besarla ya mismo, podía dar el primer beso de mi vida a una desconocida,  a una mujer. Lo deseaba y era consciente de que ella también lo hacía, que ella había entrado en esa habitación por algo más que un beso.

Había una batalla librándose en mi interior.

—Valeria lamento mucho lo que ocurrió con tu hermana —murmuró.

Me atrajo hacia ella, más con una mirada que con fuerza física, y me abrazó.

Se sintió como deberían ser los abrazos, cálidos, reconfortantes, y más que nada sin segundas intenciones. Sus brazos  al igual que sus ojos eran tierras lejanas, paraísos tropicales, paraísos.

Cerré los ojos y respiré profundo.

Pensándolo bien mis únicos abrazos eran por un motivo específico, como un cumpleaños o una celebración. Pero Elena lo estaba haciendo porque quería. Y porque sabía que yo también lo quería.

Así como yo supe que ella deseaba que la besara.

Pero entonces hubo un ruido extraño afuera, casi al instante la puerta se abrió y mis cuatro mejores amigas presenciaron mi viaje al paraíso, sus miradas sacudieron todas mis ideas. Esas miradas dejaron muy en claro que no hacía falta más de media fracción de segundo para imaginarse una novela de principio a fin.

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