Pídeme Lo Que Quieras 2
― ¡No soy una maldita lesbiana!
—Parezco un maldito simio disfrazado ―sentencié mirándome al espejo después de probarme el último vestido que Laura había empacado.
Hanna rió con ganas.
―Es Elena Lubier, nadie se fijara en ti ―comentó divertida.
―Gracias eso me ayuda.
―Por Dios Valeria, te ves bien, deja de hacer dramas. Ya estas peor que Nora, y hablando de ella ¿Dónde se metió?
―No me interesa ―solté malhumorada, ella había sido la culpable de que yo tuviera encima semejante problema.
―De seguro comprándose un vestido ―aseguró Hanna― la pobre se fue creyendo que esta noche sería la acompañante de la doctora Lubier.
Contemplo a la chica que me mira desde el espejo.
Honestamente se veía bastante bien.
Tal vez llevaba demasiado maquillaje, pero mis ojos negros se veían grandes y reflejaba una mirada profunda (eso me gustaba). El color rojo en mis labios los hacía ver llamativos y el vestido que me había prestado mi amiga era muy bonito. Pero la chica en el espejo se parecía más a Nora que a mí. Luego recordé que estaba a punto de ir a cenar con una mujer que no conocía por el simple hecho de que esta era rica y poderosa, en eso también me parecía a Nora.
No estaba acostumbrada a usar vestido, no llevaba uno desde los tres años.
―Lo dicho antes, parezco un simio.
―¿Te estas arrepintiendo? ―me preguntó Laura aproximándose.
―No es eso ―miento― simplemente que todo me parece muy extraño.
―Es extraño ―concuerda conmigo― pero es bueno.
―¿Por qué una mujer como ella me invitó a cenar? Apuesto a que tenía millones de banquetes a los que asistir.
―Tal vez eso es demasiado aburrido para ella.
―Peleamos.
―Tú le diste una cachetada, en tu lugar me pasaría toda la cena intentando que lo olvidara.
Miré a Laura. Por mi cabeza pasaban un centenar de cosas pero carecía de las palabras correctas para expresarlo todo en voz alta.
―Ella fue grosera antes.
Mi amiga puso los ojos en blanco.
― ¿Exactamente que te dijo?
Su pregunta me llevó a pensar en algo más.
― ¿En plan de que tendría una cita con ella?
Laura hizo un gesto que no me gustó para nada.
―Sólo conozco un plan en el que se puede tener cita ―comentó Hanna como si todo fuese muy obvio.
―Un segundo ―mis ojos fueron a Laura, luego a Hanna, de nuevo hasta Laura― Un segundo ―repetí entendiéndolas de pronto ― ¿Elena Lubier es…?―no estaba muy familiarizada con la palabra y esta se quedó enredada en mi lengua― ¿ella es…?
―Gay ―me ayudo Laura.
―Lesbiana ―concordó Hanna.
Me quedé boquiabierta, inmóvil, como una maldita imbécil. Una imbécil con malas amigas.
― ¿¡Me estaban enviando a una cita con una lesbiana!? ―mientras hablaba caminaba hasta el baño para cambiarme.
Salí de allí con la cara lavada, un short de mezclilla y una camisa con la inscripción “Hogwarts School” La “cita” estaba más que cancelada.
―Una hora entera arreglándote se ha ido al carajo ―me reclamó Hanna.
―Niñas con más temple, más presencia y más elegancia que la tuya se me han abierto de piernas por menos de lo que le doy de propina al valet parking―murmuré mirando a Laura― eso fue lo que dijo, por eso le di una bofetada.
Ella me miró sin comprender muy bien mi punto.
― ¿Por qué te dijo ella algo así?
―Porque yo hice un comentario sobre los ricos y su creencia de que todo se compra con dinero.
Mi amiga lo comprendió de inmediato, sería ridículo que no lo hiciera, era una de esas chicas genio que desde la primaria ganaban todos los concursos de aprovechamiento escolar.
― ¿Eso qué significa? ―para Hanna aquello sonaba a chino mandarín.
―Qué pretendía acostarse conmigo ―le grité indignada ― ¡Es una maldita enferma!
―Haber Sherlock Holmes lo estas mal interpretando todo… ―comenzó a decir Laura.
―Es una perra arrogante y yo le di una bofetada… obviamente las cosas no se iban a quedar así.
―Y después de que te acostaras con ella te iba a hacer tragar tus palabras ―Hanna capto el retorcido plan.
―Exacto ―de inmediato me arrepentí de lo que había dicho ― ¿qué? No, un momento, yo no me iba a acostar con ella. Esos eran sus planes no los míos. Yo nunca, jamás…
― ¿Por qué te da tanto miedo ir a la cita entonces? ―alguien habló desde la puerta.
Me giré, Nora estaba de pie observándonos, llevaba bolsas de compras y se había ido a arreglar el cabello.
Puse los ojos en blanco.
―Sabes algo no me interesa, irás tú con ella después de todo. Sus intenciones ya no son mi problema.
―Muy bien ―exclamó entrando a la habitación y parándose junto a Hanna ― pero tú te lo pierdes. Es muy bonita.
Reí burlona.
―Me triplica la edad.
―Es millonaria.
―No soy prostituta.
―Es mujer.
― ¡No soy una maldita lesbiana!
De pronto se quedaron calladas e intercambiaron unas miraditas sumamente fáciles de interpretar.
Hanna fingió toser, Laura suspiró demasiado fuerte y Nora puso los ojos en blanco.
― ¿Les parezco una lesbiana? ―pregunté ofendida.
De nuevo se miraron como viejas cómplices.
―No es que parezcas… ―Laura dejo la oración a medias sin saber cómo proseguir de manera correcta.
Pero Nora se entrometió, hablando de esa forma cruel y directa tan típica en ella.
―Lo eres querida y solo tú no te has dado cuenta.
Abrí la boca pero las palabras no acudieron.
―Que no hay nada malo en serlo ―dijo Hanna de inmediato.
―En lo absoluto, es el siglo XXI, ya hay varias ciudades en las que hasta te puedes casar y…
―Dejen de decir estupideces por Dios. Yo no soy…
― ¿Por qué no quisiste salir con Ricardo? ―me cuestionó Nora.
―Era un idiota.
― ¿Y David?
―Era un engreído.
― ¿Marcos?
―Era menor que yo.
― ¡Por tres semanas! ―exclamó― Olvidémonos de tus pretendiente en la universidad. ¿Cuántos novios has tenido exactamente? ―no tuve respuesta a esa pregunta― Exacto, ninguno. No has salido con un solo hombre durante tus 20 años de vida.
―Eso no significa que sea lesbiana…
“¿O sí?” me cuestionó una vocecita en mi cabeza.
―Mencióname un hombre que te guste.
Era fácil.
―José Ángel Buesa.
― ¿Ese quién demonios es? ―preguntó confundida―Ok, eso no importa, el punto aquí es ¿Has tenido fantasías sexuales con él?
El no poder responder a eso ya era una respuesta, y me asustaba.
― ¿Ese es tu único argumento para decir que soy lesbiana?
―No es un argumento es un hecho.
Estaba a punto de defenderme cuando el celular de Laura comenzó a timbrar. Esta palideció radicalmente al atender la llamada. Cada vez que intentaba hablar la persona al otro lado de la línea la interrumpía dejando a medias frases sin sentido, pero hubo una palabra fuerte, clara y con mucho significado en esa conversación: “Eli”
Al escuchar su nombre lo demás fue fácil de deducir, nuestra amiga estaba en problemas.
Por fin la llamada se terminó.
Acribillamos a Laura con un montón de preguntas, pero ella ni siquiera parecía ser capaz de hablar.
―Elizabeth está en problemas ―dijo por fin.
― ¿Qué?
― ¿No estaba con el chico de la playa?
― ¿Qué problemas?
― ¿Ella te llamó?
―No tenemos tiempo de hablar, hay que ir a buscarla… —sugirió Nora.
―Un segundo, casi son las 8 el profesor vendrá a pasar lista y si no estamos…
―Yo me quedo ―dije sin ánimos ―el confía en mí. Pero quiero que me avisen cualquier cosa que pase y no tarden más de lo necesario.
Salieron a toda prisa.
Por egoísta que se escuchara en mi mente sólo había espacio para una cosa, y no eran los problemas de Eli.
Pensaba en mí misma. En lo que mis amigas (y probablemente muchos más) creían de mí.
Yo no era lesbiana, no podía serlo, algo así se descubre en la adolescencia cuando las hormonas andan como hormigas después de que has pisado su hormiguero. Nora tenía razón en algo, ningún hombre despertaba en mí ni el más ínfimo deseo. Pero las mujeres tampoco lo hacían. Jamás había fantaseado con ninguna.
No, definitivamente no era lesbiana. Y así ponía fin a mi batalla interna.
El problema es que los pensamientos no siguen el curso que deseamos. Pueden llevarnos a inventar historias cuando lo que queremos es dormir, pueden trasladarnos a momentos tristes cuando lo que necesitamos es sonreír o en mí caso pueden dibujar a Elena Lubier. Perfecta, tal y como es ella, con un cuerpo espectacular, unos ojos increíbles, labios que…
―Valeria Hernández ―me reprendí— no seas ridícula.
Entré a Facebook, encendí el televisor, traté de leer, puse música, jugué ajedrez contra mi laptop, intenté resolver el cubo de rubik… pero nada me ayudaba a sacar de mi cabeza esos pensamientos que no deberían estar ahí, y todo por culpa de Nora, últimamente todo lo que me pasaba era su culpa.
Transcurrieron un par de horas. El profesor jamás se apareció, no dudé ni un segundo que se había ido de juerga. Como cada maldito día desde que habíamos llegado. Y el resto de mis compañeros posiblemente andaban por el mismo camino. En mi grupo había 15 hombres y solo cinco mujeres, y los hombres de los que estoy hablando no son del tipo que se pasan por tu cuarto a preguntarte si todo anda bien, o si necesitas algo. Tampoco es que me imaginara hablando con ellos sobre mi sexualidad. Pero necesitaba distraerme, necesitaba una visita que llevara lejos de mí el recuerdo de Elena Lubier, si no era mucho pedir.
Estaba sola y aburrida. Terrible combinación cuando lo que menos quieres es pensar.
Alguien llamó a la puerta.
Corrí a abrir.
Afuera podía haber estado cualquier persona en el mundo y no me habría sorprendido, pero estaba ella. Y casi me da un ataque.
Me observó detenidamente, tenía una mirada de rayos x que me hizo ruborizar.
―Buenas noches Valeria.
Fue lo primero que dijo he inesperadamente se acercó y me plantó un beso en la mejilla. Fue mera cortesía pero un raro hormigueo me recorrió el cuerpo y di un paso atrás temerosa de que lo notara.
―Buenas noches… Doctora Lubier ― soné como una retrasada.
― ¿Planeabas dejarme plantada? ―apenas y movía los labios para hablar.
Francesa, arrogante, genio, millonaria, poderosa, bonita de más, lesbiana, ventrílocua…
―Tuve un problema ―forcé a mi cerebro para que sacara una excusa coherente―bueno yo no, una amiga.
Me sentía tonta.
― ¿Me vas a invitar a pasar?
¡NO!
Desobedeciendo a todos mis instintos me hice a un lado.
Caminó junto a mí despacio, pero con paso firme. Al pasar dejó en el aire su perfume y como llevaba el pelo recogido pude notar que justo debajo de su oreja había un pequeño tatuaje.
― ¿Duermes aquí con tus compañeras?
Cerré la puerta despacio antes de ceder a la tentación de salir corriendo bien lejos de ella. Estaba confundida y tenerla cerca no era de mucha ayuda.
―Sólo con Nora ―respondí de inmediato, no quería que ella se imaginara cosas por el hecho de que sólo había dos camas―Pero siempre nos reunimos aquí… de hecho creo que no tardan en llegar.
― ¿Están solucionando ese problema del que hablas?
―Eso creo.
―Entonces tal vez tarden.
Parece divertirse como si supiera algo que yo ignoro.
―No lo creo.
Ella se giró hacia mí.
―Este lugar realmente es muy pequeño.
Es cierto que la habitación era de las más económicas en el hotel, pero en lo que a mí respecta me parecía bastante amplia y lujosa.
—Casi no pasamos mucho tiempo aquí de todos modos.
Sonríe pero hay una sombra en sus ojos que no me gusta para nada, como si fuera un vampiro y estuviera decidiendo que vena de mi garganta perforar.
— ¿Te molesta que yo esté aquí?
Habló despacio, con un tonito que daba a entender que la respuesta le importaba un carajo.
Era evidente que ella estaba jugando algún jueguito estúpido conmigo.
— ¿Qué es lo que quiere?
—Esa no es una respuesta.
—Esa tampoco.
Yo también sabia jugar si eso era lo que quería.
—Pero yo pregunte primero —dijo sonriéndome retadoramente.
—Entonces la respuesta es sí.
No se sorprendió en lo absoluto.
—Quería verte —murmuró.
Esa frase servía para dos cosas. Responder a mi pregunta y dejarme estoqueada. Porque no lo dijo jugando, ni riendo, ni con esa miradita que me hacía sentir pequeña e indefensa, ni mucho menos con un tonito arrogante. Ella simplemente lo había dicho de una forma que me hacía sentir que ni siquiera lo había pensado.
Sus palabras sonaban sinceras pero obviamente no podían serlo, y yo no podía permitirme creerle solo porque estaba un poco confundida, necesitaba tiempo, necesitaba estar sola. Recién acababa de caer en la cuenta de que no me gustaban los hombres y ahora estaba a solas con una mujer en mi cuarto de hotel, difícilmente podría estar más indefensa.
— ¿Está buscando algún tipo de venganza?
Pregunté alejándome de su campo de visión, estar bajo el escudriño de sus ojos no me ayudaba.
— ¿Venganza?
—Sabe de qué estoy hablando.
Ella caminó hasta mí y de nuevo sus criminales ojos verdes atraparon a los míos.
—Muchas mujeres me han golpeado antes.
— ¿Y luego las invita a cenar?
—No, la bofetada viene después de la cena y de… otras cosas.
¿Otras cosas? No quería imaginar que otras cosas hablaba, pero lo hice. Por más que intentaba escapar, su aroma, su voz, sus palabras, todo eso me empujaba al juego.
—Pues yo le di la bofetada y rechacé su invitación a cenar —dije con voz ronca, era sumamente difícil sostenerle la mirada pero no podía permitir que ella me viera siendo débil o se aprovecharía de ello—Creo que por eso se quiere vengar.
—Algo se escapa de tus conjeturas.
Ella susurrando era un arma peligrosa y mi cuerpo era un maldito traidor.
— ¿Qué?
—Tenemos la bofetada que ya diste y tenemos la cena que me cancelaste, ¿qué hay de las “otras cosas”?
Debería estar furiosa, debería golpearla de nuevo, debería sacarla a patadas de mi habitación, debería llamar a la policía, a mi profesor, a mis padres… Pero no, porque sus palabras hicieron eco en mi interior, y despertaron “algo” que por veinte años había estado durmiendo apaciblemente.
Y ese “algo” quería jugar su juego.
Sé que la historia va algo lenta pero como está basada en un acontecimiento real estoy tratando de no deformar los hechos.
Los sigo esperando en mi súper gay página de Facebook: Santa Bukowski.
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