Pídeme Lo Que Quieras 13

¿Cuánto duran los finales felices?

Pego el teléfono a mí oreja con tanta fuerza  que me hago daño.

— ¿Qué? —pregunto a gritos. No porque no hubiese escuchado, la oración ya hacía eco dentro de mi cabeza, pero me costaba entenderla.

—A Elena la obligaron a marcharse —repitieron al otro lado.

— ¿Cómo que la obligaron? ¿Quién? ¿Cómo lo sabes?

Aprieto el aparato telefónico como si quisiera asfixiarlo, como si fuera el culpable del todo lo malo que me había pasado desde que conocí a Elena Lubier.

—Tengo que mostrarte algo… ¿puedes venir a mi casa?

Volteo a ver a  mi hermana que ha dejado de comer y me observa con un gesto de preocupación. Su mirada me hace mil preguntas, y no puedo responder a ninguna de ella.

—Ya voy —solo eso digo y vuelvo a poner el teléfono en su sitio.

— ¿Pasó algo malo?

Me encojo de hombros.

—Tengo que salir.

Me aparto de Patricia pero ella me sigue hasta la puerta.

—Te llevo —se ofrece de inmediato.

—Voy cerca.

—Val, no me quiero entrometer en tu vida pero necesito saber si tienes problemas, quien te llamó al menos.

—Fue una amiga… Nora —le explico rápidamente, no puedo ser grosera con la persona que me tiene viviendo en su casa, me da su comida y me presta su ropa— quiere decirme algo importante, no sé qué.

— ¿Tardaras?

—No lo sé.

Antes de que haga más preguntas me alejo de ella.

—Cualquier cosa me llamas— grita desde la puerta.

No sé que estoy haciendo, lo que Nora vaya a decir no cambiará el hecho de que Elena y yo estamos en países diferentes, en continentes diferentes, hay un océano que nos separa y no la volveré a ver. Coloreando su recuerdo hago más difícil el olvido. Pero no puedo contra la enorme necesidad que surge en mi pecho cuando la pienso, cuando alguien más la nombra o cuando me asomo por la ventana y veo los aspersores regando un césped que tiene el mismo tono que sus ojos.

Llego a la casa, su madrastra me recibe con mala cara, afortunadamente Nora no tarda en aparecer y a empujones me sube hasta su habitación ante la mirada perpleja de la señora, vaya que los chismes vuelan.

Laura está sentada frente a la vieja computadora de escritorio de su amiga.

—¿Qué es eso que tienen que decirme sobre Elena? —pregunto sin rodeos.

—¿Recuerdas el video del pasillo?

Asiento.

—Se lo enviaron a Laura a su correo electrónico…

—Eso ya lo sé.

—Lo envió Elena —dice despacio.

—Y no solo eso —añade Laura— también escribió una carta con instrucciones.

—¿Instrucciones?

—Que no te dejáramos sola y sobre todo que no te permitiéramos buscarla. Dijo que era muy importante, que estabas en peligro.

—¿Solo eso?

—Asiente.

—Cuando encontraste su teléfono y te fuiste yo le envié un correo alertándole sobre que habías hablado con alguien por su celular, no había otro modo de localizarla y jamás supe si leyó ese mensaje, pero es evidente que si, por que te salvo.

—¿Salvarme? —repito sin entender.

—Estas bien y ella se ha ido, suponemos que por ti, para salvarte. Debieron haberla amenazado.

Me quedo callada esperando que algo lógico salga de sus labios, pero permanecen en silencio, para ellas todo ese enredo está muy claro.

—¿Qué ella les haya enviado un correo diciéndoles que me mantuvieran entretenida les parece motivo suficiente para pensar que trataba de protegerme de un terrible peligro? que por cierto ni siquiera saben cuál es.

—Sé que parece muy tonto —reconoce Nora.

—No tonto… Imposible, absurdo.

—Estuvimos investigando —dice Laura— ¿Sabes en que trabaja Elena?

—¿Eso no importa?

Doy media vuelta y camino hacia la salida, fue un error correr hasta ellas, nada de eso es para ayudarme, lo único que les interesa es conocer toda la historia.

—Valeria escúchanos, es importante.

—Es una idiotez…

—Primero escucha lo que tenemos que decirte y luego decides si insultarnos o  no.

Me giro hacia Laura.

—Desarrollo de aplicaciones móviles.

—Exacto —salta emocionada de poder exponerme su teoría— y tiene mucho dinero, es un negocio bastante rentable, es cierto. Pero eso no te hace un multimillonario, no uno de la talla de Elena Lubier.

—¿Piensas que tiene ingresos extras  con negocios ilícitos? —adivino sus pensamientos.

—Exacto —dice de nuevo.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Eso es todo lo que tenías que decir?

—Eso explica por qué te dejo, y por qué estaba tan preocupada por tu seguridad.

—Eso no explica nada, la mafia no anda por ahí preocupándose por la persona con las que duermen sus delincuentes, en todo caso si yo fuera de la INTERPOL podría sonar más o menos lógico, pero no tengo nada que sea del interés suficiente para que hayan obligado a Elena a dejarme. Creí que eras más lista Laura.

—No estamos hablando de ninguna mafia, es asunto de gente lo suficientemente poderosa como para intimidar a la doctora Lubier.

—¿Me vas a decir quién?

Esa conversación no nos está llevando a ninguna parte y a cada mención de Elena su recuerdo adquiere más fuerza y me lastima.

—El gobierno.

Cada vez que Laura abre la boca es para decir algo más absurdo todavía.

—¿Asuntos ilegales? ¿El gobierno? —Repito sin poder creer— ¿me quieres decir que es terrorista?

Nuevamente giro hacia la salida, una más de sus tonterías y descargaré toda mi frustración sobre ella.

—Espía —dice a mis espaldas— lo dijo en la conferencia… está en google.

—¿Ella lo dijo?

Trato de recordar la conferencia pero lo único que viene a mi mente es su mirada, no dejó de verme y yo no pude pensar más que en la bofetada que le había dado.

—Habló sobre el peligro de instalar  softwares de proveedores desconocidos en teléfonos inteligentes, cualquier juego por inocente que parezca puede estar elaborado con la intención de darle a un tercero todo el control de tu celular, puede manipularlo, rastrear los archivos, grabar conversaciones, leer mensajes privados o tomar fotos de forma remota. Es lo de hoy. Si tienes el poder sobre lo que está en el móvil de una persona tienes poder sobre la persona en cuestión.

—¿Eso como la relaciona con la política?

—Los gobernantes quieren poder, la información sobre sus adversarios se los da. Elena trabajó para las personas equivocadas o contra las personas equivocadas, es probable que ambas cosas.

—Siguen siendo suposiciones.

—Encontramos está información —señala el monitor.

Parece el sitio web de un periódico en un idioma raro.

—Es alemán —informa Nora  leyendo mis pensamientos.

Dirige el puntero hacia otra pestaña del navegador, donde se encuentra el texto ahora en español. Obviamente traducido por Google, la mayoría del contenido esta tan mal escrito que no se entiende con exactitud lo que dice, pero en si el mensaje implícito informa que una empresa estuvo cerca de 10 años siendo investigada por el desarrollo de aplicaciones maliciosas y también se puede leer una suma imposible que fue lo que supuestamente tuvo que pagar de multa dicha compañía.

—Según ustedes esa empresa es de Elena —adivino después de leer varias veces la noticia.

—Eso es un hecho —afirma Laura y abre otra pestaña del navegador.

Efectivamente Elena Lubier aparece como fundadora.

—Ya no suena tan estúpido cierto.

Niego con la cabeza.

—Para nada. Ahora parece el argumento de una novela barata.

— ¿Sigues sin creer?

— ¿Cómo es que ustedes pueden creer todo ese lío rebuscado? Vaya, ni siquiera lo puedo admitir de ti Laura, siempre fuiste la más lista y ahora vienes a decir que yo estaba en medio de una especie de enorme enredo de espionaje político futurista ¿es enserio?

—¿Piensas que es imposible?

—Imposible, no. Pero si improbable. Estas cosas pasan, es un hecho, estamos en el futuro, hay un puñado de empresarios avaros poseyendo teléfonos celulares, intentando controlar a la gente… pero de ahí a que eso tenga la más mínima relación conmigo hay un abismo.

De nuevo hago un ademan de marcharme.

—¿Cuáles son las posibilidades de que todo eso tenga relación con Elena Lubier? —suelta Laura.

Su pregunta me detiene, como si me hubiese estampado contra un muro invisible.

Yo no podía relacionarme con pleitos de estado, pero Elena era inteligente, poderosa y sumamente exitosa.

—Lo creo de ella, pero yo continuo sin relacionarme con todo eso.

—Te metiste con Elena, eso te coloca de su lado. Sus amigos son tus amigos y sus enemigos tus enemigos. Son leyes básicas de la vida.

Lo que antes era estúpido comienza a adquirir una lógica aplastante.

—Elena se fue repentinamente, no crees que algo la asusto lo suficiente como para que se marchara de esa forma.

—Yo supe que se iría antes de todo ese asunto de las fotos.

—¿Cómo así?

—Recibió a unos tipos en su oficina, la estaban presionando para que volviera, ella había pedido unos meses de plazo y ese tiempo se había vencido. Uno de esos hombres fue el que respondió a mi llamada, el que me citó para que volviera a ver a Elena, era uno de sus empleados.

—¿Y aún así sigues sin creer que la obligaron a dejarte?

—Yo lo habría sabido… yo la conocía. Ese día, en esa maldita sala ella fue muy clara y sumamente sincera, lo nuestro había sido una buena aventura pero era la hora de terminar, de que cada una volviera a su vida. Entiéndalo. Lo de Elena se acabó, esta vez para siempre, ella no volverá y un día me daré cuenta que fue lo mejor. Ahora no quiero volver a hablar de ella,  maten ese tema de una vez.

Y me fui, nada de lo que ellas dijeron sirvió para detenerme. Doble por varias calles buscando el camino más largo hacia la casa de mi hermana, Patricia, ella de seguro que iba insistir en conocer la historia, querría saber por qué me encerré a llorar a mi habitación, buscaría a Nora para enterarse y entonces todos sabrían lo tonta y débil que seguía siendo.

Instintivamente mis piernas me condujeron por otro camino, lejos de mi hermana, de mis amigas, de mis padres… de Elena. Eran calles por las que nunca antes había transitado, en las que no tenía historia y se sentían como páginas en blanco aguardando por el desarrollo de algo bueno, algo que valiera la pena plasmar.

Termino en medio de un parque, es grande y hay muchos árboles, el sitio ideal para sentarse a leer por las tardes, pero no hay nadie a excepción de mí, un tipo haciendo estiramientos y otras dos mujeres. Una de ellas es rubia, alta, de un cuerpo fenomenal y la distancia me juega una mala broma evidenciando un endemoniado parecido entre ella y Elena. La mujer forcejea con una chica, intenta abrazarla y está intenta zafarse, de alguna forma esta chica se parece a mí pero cuando le asienta un puñetazo a la rubia descubro que de alguna manera me han clonado.

La chica logra salir de los brazos de la mujer y se hecha a correr, intenta huir pero los carros transitando a toda velocidad frustran su escape y la rubia vuelve a alcanzarla, de nuevo la abraza por la cintura. No puedo escuchar lo que hablan, pero la chica parece renuente a aceptar cualquier cosa que salga de los labios de aquella mujer. Allí están, peligrosamente cerca, indiferentes a todo aquel que las mira al pasar, como si solo fueran ellas y tal vez lo eran o lo fueron por un momento. Contemplo como de a poco la muralla de indiferencia va cediendo y comienza a dejar a la vista los sentimientos, sentimientos poderosos que se perciben aún más allá de las grandes distancias, de los océanos, del tiempo, de todo lo que un día la sociedad declaró moralmente aceptable.

Hubo un beso cargado de ternura y un abrazo.

Vaya, alguien estaba teniendo un final feliz justo frente a mis ojos. Si fuera una película de Disney en ese preciso momento todo el mundo comenzaría a aplaudir, las aves revolotearían sobre las enamoradas y una cancioncita estúpida sonaría de fondo. Pero nadie hacia películas de lesbianas teniendo su final feliz.

Las contemplo y luego echo un vistazo a mi interior, soy un desastre. La envidia me golpea directo en las costillas con fuerza.

Un hombre pasó trotando junto a mí, lo hubiese pasado por alto de no haber sido por la voz que salió de su sudadera diciendo.

—Intercepten al sujeto.

Aumentó la velocidad ligeramente y un tipo que aparentemente se encontraba junto a un árbol haciendo estiramientos comenzó a correr a su lado.

Miro hacia atrás. Hay dos tipos con gafas oscuras dentro de un sedán mirando atentos.

Caigo en la cuenta de que me he metido en medio de un operativo policiaco al mismo tiempo que descubro que los detectives encubiertos se dirigen a la pareja de mujeres abrazadas.

Ninguna de ellas percibe que están siendo acorraladas hasta que es demasiado tarde. La chica es la primera en notarlo al mismo segundo que un hombre saca el arma y su placa, sé que debo retirarme, que estoy parada en el lugar incorrecto, en el peor momento. Pero en lugar de eso doy varios pasos hacia el sitio donde está ocurriendo todo.

La mujer rubia pone las manos detrás de su cabeza, el pánico se apodera de mí, es tan parecida a Elena que me siento tentada a correr hasta ella y ayudarla. Pero el grito de la chica me trae a la realidad, esa no es mi historia. Accidentalmente me colé en la de alguien más. Sin embargo, tengo miedo, temo por ella, mientras que la mujer es esposada y salvajemente conducida a la patrulla la chica intenta correr hacia ella, pero hay alguien más sosteniéndola con fuerza.

¿Cuánto duran los finales felices después de que el público dejó de escuchar la historia? Tan solo un par de minutos. Lo acababa de comprobar.

Si la teoría de mis amigas era real, si Elena se había metido en problemas serios con las personas equivocadas tal vez lo mejor fue que lo nuestro terminara de esa forma, sin un “nos vemos luego” o “te llamo en cuanto llegue” tal vez el final de nuestra historia fue el feliz, porque yo pensaré que ella siguió con su vida de lujos y bellas mujeres mientras que ella creerá que la olvidé y que posiblemente salgo con alguien más. Trato de imaginarme en la misma situación que acabo de presenciar, a Elena siendo detenida, a Elena siendo juzgada, a Elena en las frías y oscuras celdas de una cárcel… mi corazón se encogió, definitivamente enloquecería de dolor si tuviese que soportar algo así.

Volví a la casa de Patricia que se encontraba en el patio trasero correteando a Phil, era un perro muy pequeño o una rata muy grande, aún no podía decidirlo. Todas las tardes mi hermana intentaba entrenarlo, para que saltara a través de un aro, que atrapara una pelota, o que se parara sobre las patas traseras, pero el único talento de Phil era destrozar las plantas del jardín.

—Ya regresé —le avisé con voz ronca y me dispuse a subir a mi habitación.

—¿Cómo te fue? —ahí estaba la pregunta que tanto temía.

Me encogí de hombros, Patricia dio por concluido el entrenamientos de su mascota y fue detrás de mí.

—Era una tontería.

—Parecías muy emocionada —insiste.

—Era una tontería.

—Val, vendrá alguien a verte esta noche.

La miro desconfiada.

—¿Quién?

—Una amiga es Eva, trabaja en el hospital y quiere platicar contigo.

—¿Doctora?

—Psicóloga.

—Estas de broma.

—Estamos preocupadas por ti, estas deprimida y sería bueno que platicaras con alguien que es experta en el tema. No digo que vas a tomar terapia, será solo una charla. Sobre cómo te sientes y…

—Me siento perfectamente bien, te lo digo a diario.

—Pero sabes que me mientes, necesitas ayuda psicológica.

—No estoy loca.

—Estas deprimida.

Yo le grito, en cambio ella continua con su maldita calma y eso me enfurece más.

—Si quieres que me vaya para no lidiar con una maniática deprimida es bueno que seas directa…

—No seas ridícula Val, te quiero y lo hago por tu bien. Necesito ese favor, si ella dice que estas bien no me vuelvo a entrometer, si ella dice que necesitas ayuda saldremos de vacaciones, le disparáremos a algo, escalaremos una montaña ¿qué tal una excursión?

La miro, no sé qué hubiera sido de mi vida si ella no se hubiese aparecido como un hada madrina justo el día en el que todo se estaba yendo a la mierda.

—Esta noche no puedo —es lo único que se me ocurre decir.

— ¿Tienes una cita con el libro de Eva, otra vez?

—Voy al baile de fin de semestre.

Abre los ojos como platos.

—¿Enserio?

—Quedé con alguien… nos veremos allá.

Era una mentira piadosa. Ya había tenido mucho de Elena ese día y no necesitaba que una psicóloga se apareciera y quisiera hurgar en nuestra historia.


La banda que tocaba sobre un pequeño escenario estaba conformada por chicos del colegio, no cantaban bien, ni tocaban bien, pero eran guapos y poseían una energía contagiosa que los ponía a todos a saltar. Interpretaban unas canciones de rock ochentero de esas que por ley todo el mundo se sabe.

Estaba cerca de la salida, si en cinco minutos no veía a Nora o a Laura daría media vuelta, pasaría la noche en algún parque, o deambulando sin rumbo el tiempo necesario para que mi hermana se olvidara de mi supuesta depresión. Aunque tal vez tenía razón, honestamente en esos momentos todo en mi vida, incluso mi vida misma, resultaba trivial.

Respiré profundo y entrecerré los ojos para obtener imágenes definidas de las personas que gritaban emocionadas al interpretar un éxito de Soda Estéreo. Las luces prendían y apagaban de tal manera que dos segundos era completamente ciega y dos segundos después veía a una centena de universitarios saltar con las manos en el aire.

Estaba a punto de largarme de esa fiesta cuando las luces se encendieron...

Dos segundos…

Un fugaz paro cardiaco me alertó sobre cierta información que a mi cerebro le costaba procesar.

Oscuridad.

No puedo pensar en nada.

De nuevo las luces iluminan la estancia.

Allí esta ella.

Da la impresión que de los ratos de oscuridad son más prolongados que los intervalos de luz.

Mis sentidos se detienen al mismo tiempo.

Luz…

La veo de nuevo…

No sé cuántas veces las luces prenden y apagan hasta que logran convencerme de que no es una visión, es real, está aquí, allí, a unos metros que son tan cortos y al mismo tiempo más largos que la distancia existente entre la tierra y el sol.

Habla con el director y sonríe como si fuera una mujer en una fiesta, yo también era una mujer en una fiesta y sin embargo, no estaba riendo. No era capaz de reír desde que ella se fue y quien sabe cuándo podría hacerlo de nuevo.

Esta perfecta, más hermosa que como la recordaba durante estos días que han parecido años.

No era el mismo lugar, ni las mismas personas, ni las mismas emociones, incluso me sentía muy lejos de ser la misma niña que estuvo en la fiesta de la playa.

Pero entre la multitud estaba ella, y solo verla me transportaba a aquel momento plagado de sentimientos tan desconocidos como atemorizantes.

Entendí entonces que yo era un ratón que caía en la trampa una y otra vez por el mero placer de estar dentro de la ratonera y no por el trozo de queso que aguardaba en su interior.

La banda dejó de tocar, hubo un rato donde solo se escucharon los aplausos.

Y sorpresivamente empezó una melodía más lenta.

Hubo una serie de gritos de emoción y los ojos de Elena fijos en el director se movieron directo a mí, como si hubiese sabido el sitio exacto donde estaba parada.

Luces off.

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Lamento la demora :)

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