Pídeme Lo Que Quieras 12

No existe el amor cuando depende de algo fuera de ti

Y así fue que me olvide de mí, tratando de hacerte feliz y en el intento me perdí.

No soy consciente de mí, salgo del edificio con las piernas temblorosas, las manos sudadas y en alguna parte de mi corazón algo arde como si estuviese en llamas. No sé a dónde voy, de nuevo estoy tratando de huir de esa serie de sentimientos que son ni más ni menos que los enemigos que uno lleva dentro.

Y me dio miedo la distancia, el no ser bueno para ti y a un precipicio me tiré

Trato de recordar alguna señal, algo que me advirtiera que todo iba a terminar de esa forma y me aterro al comprobar que había miles de ella, por todas partes, las hubo desde el principio. Elena Lubier, una mujer así no se fijaría en alguien como yo y sin embargo lo hizo, eso apagó todas mis alarmas, esa fue una venda que yo misma até en mis ojos, porque ella me hizo vivir en un sueño de esos que una ni siquiera se atreve a admitir que ha soñado, pero que están allí, en lo más recóndito del alma.

Un vil souvenir, tu tesoro, un pedazo de ayer, mejor así, sin engaños ni mentiras

No puedo evitar preguntarme ¿qué tanto me amo? ¿Qué tanto la amé? Y me respondo: tal vez el amor no vino de ninguna parte, lo de ella era un hobby  lo mío una necesidad inconsciente de dolor. En algún sitio leí que las personas tienden a refugiarse en lugares que ya conocen porque ahí se sienten seguros, como cuando un niño tiene miedo y su primer impulso es meterse debajo de las sabanas. Supongo que algo así pasa con los sentimientos, pienso que las personas que buscamos ser felices por caminos que sabemos terminaran en dolor lo hacemos  porque estamos acostumbrados al sufrimiento, porque el sufrimiento es un viejo conocido y nos da seguridad.

Y dices que no estabas lista, y no debiste continuar, pero ya es tarde para volver

No puedo evitar preguntarme si la odio. Sería fácil responder que sí, de hecho tendría que responder que así es, que a partir de hoy cada vez que la recuerde será para desearle una vida de soledad y llanto y que para la hora de su muerte lo único que espero es que esta se convierta en el evento más lento y doloroso que se haya registrado en la historia de la humanidad. El orgullo y la dignidad me alientan a decir que por supuesto la odio. Pero recuerdo sus besos, recuerdo su respiración agitada en mi oído, sus manos acariciándome, su sonrisa sobre mis labios… No la odio, un drogadicto no puede odiar la heroína que se ha inyectado en la venas, por muy grande que sea el daño.

No existe el amor, cuando depende de algo fuera de ti…

No puedo evitar preguntarme si la olvidaré, mis ojos nublados por el llanto reciben el fugaz impacto de un color verde idéntico al de sus ojos, y es entonces cuando me respondo: Jamás.

Llego a un parque en donde nunca antes he estado y me siento a observar la nada, sin más compañía que la de mis insistentes pensamientos.

Elena se irá para siempre… a Rusia. Nunca la volvería a ver, nunca la volvería a abrazar, ni contemplaría mi silueta reflejada dentro de sus ojos. Ahora tendría que obligarme a recordarla sin poder soñar siquiera con recuperarla, como si se hubiera muerto.

El pensamiento me arrebata hasta la más ínfima de mis ilusiones. Uno no puede saber que tan alto ha llegado hasta que ocurre la caída, y entonces los metros sobre el cielo se miden según el nivel de dolor de la caída, sólo quienes han pasado por lo mismo conocen la equivalencia entre las cantidades.

Sé que no debo llorar, pero es que no puedo con tanto. Y cuando la primera gruesa gota de llanto resbala por mi mejilla me llevo la mano al pecho, como si mi subconsciente quisiera comprobar si es que sigo tan viva como antes.  Entonces empieza a llover, y mis lágrimas se confunden con las gotas pesadas que caen sobre la ciudad.

El aire frio disipa la niebla gris que perturba mi mente y recuerdo cuando decidí que deseaba a Elena. Lo hice mientras Nora le hablaba a la oscuridad dentro de aquel cuarto de hotel. Ella había dicho que podíamos manejar sólo sexo, sin flores ni poemas, pero los hubo. Hubo una rosa increíble, y una carta con las palabras exactas para hacerme correr vencida a sus brazos. Hubo tantos besos y tantas caricias que prometían cosas que no éramos capaces de manifestar con palabras. Hubo sentimientos confundidos que en ambos ojos parecían ser amor. Nora había dicho también que no habría una novela de todo eso, pero la insistencia de Elena, su seguridad y mis miedos, su paciencia Y mis arrebatos, su deseo y mi…. deseo, y luego este final. Ella viajando y yo llorando a mitad del parque en un día frio y lluvioso, ese final era casi épico, no feliz, ni envidiable, simplemente épico, digno de una historia tan fugaz.

Y ahora quedaba enfrentarme a la última página, donde sólo aparecía yo porque mi coprotagonista había salido de esa historia para seguir con la suya, donde yo no era más que un corto capitulo o menos, una simple página tal vez.

Me levanté y caminé bajo la lluvia que ya se había convertido en tormenta. El día había oscurecido sorprendentemente y las calles eran un desierto de asfalto. Pero no tenía ninguna prisa por llegar a casa. De alguna manera presentía que ese mal día aún tenía más por ofrecer. A pocas calles de mi hogar un Ford rojo se interpuso en mi camino.

No levanté la vista, automáticamente mis piernas me condujeron hacia un lado para rodearlo.

— ¡Hey!, Val

Por un segundo dudo que me hablen a mí, hace mucho que nadie me dice de esa forma. Luego recuerdo que está diluviando y que no hay nadie más en la calle. Me giro sorprendida. Han bajado el cristal y una joven delgada, idéntica a mí, me hace señas para que suba al auto.

Mis ojos la enfocan, es tal y como la recuerdo. Incluso aun lleva un piercing en el labio, aunque la última vez que la vi eran dos, otro en la ceja y uno más en la nariz. También tenía un mecho rosa en el pelo y llevaba lentes de contacto azul grisáceo.

—Patricia,

Al decir su nombre me doy cuenta que estoy ronca.

—Val, ven acá.

No me muevo. Es mi hermana. Dos años sin verla y ella me mira como si esa misma mañana hubiésemos peleado por usar primero el baño.

—Anda loca, que haces ahí parada, te vas a enfermar…

—Voy a casa.

Su sonrisa se desvanece y sale del carro.

—Val, es mejor que vengas conmigo —murmura caminando hacia mí.

—Qué tal si nos vemos otro día, me han pasado muchas cosas y necesito descansar… te prometo que mañana te llamo.

Busco el móvil en el bolsillo trasero de mis jeans. En esos momentos podía fungir como cualquier cosa menos como un teléfono. Incluso al verlo dudaba seriamente que alguna vez volviera a servir para lo que fue hecho, el agua lo había asesinado.

—O te voy a visitar…

Patricia me mira como si fuera un animalito que acababa de atropellar con su auto.

—Valeria no puedes ir allí —murmura con calma, como si no hubiese un aguacero sobre nosotras— sabes quienes viven allí… ¿recuerdas lo que pasó conmigo?

La miro sin poder creerle, ¿Qué se propone? Aparece de la nada e intenta envenenarme en contra de mi familia. Sé que las cosas no son así. Pero hay verdades tan amargas que a veces es más bonito no escucharlas.

Me aparto de mi hermana y corriendo deshago las pocas calles que me separan de mi casa.

Ese escenario ya lo había visto antes, claro que ese día no llovía, no estaba triste sólo confundida, y no andaba deambulando por las calles como un animal herido que busca el mejor rincón para echarse y morir, si no que me encontraba mirando por la ventana desde mi cálida habitación.

Frente a mí casa, regadas por la calle, estaban mis cosas, mi ropa, mis libros, mis cd´s , mi guitarra… me quedo en shock mirando hacia mi hogar como esperando que la construcción se pusiera a hablarme, a darme una explicación.

—Ya no es tu casa —susurra Patricia detrás de mí— ni tu familia.

Me toma del hombro y me conduce hasta su auto.

Allí adentro hay calefacción pero igual el frio me cala los huesos.

No puedo pensar en nada, entramos a su casa y el lugar es tan distinto a lo que estoy acostumbrada que tengo la sensación de haber llegado a Tokio.

—Puedes dormir aquí —La habitación es grande o da esa impresión porque lo único que hay en ella es una cama y un pequeño closet —tiene su propio baño —apunta a una puerta de madera— aguarda, ya te traigo ropa seca.

Tardo más de la cuenta bajo la ducha y cuando salgo en la cama hay una bandeja con comida.

La pongo a un lado y me dejo caer sobre el colchón, el lugar es perfecto pero no dejo de sentir que me he metido a la casa de una completa desconocida, no me gusta estar aquí, nunca apoyé a mi hermana y ahora no tenía ningún derecho a obligarla a que cargara conmigo.

Golpean la puerta con los nudillos.

— ¿No te ha gustado la cena? —pregunta mirando la bandeja repleta de comida.

Me encojo de hombros.

—No tengo hambre.

—Estas enferma —se sienta a mi lado y me observa —no debiste andar bajo la lluvia. Espera a que llegue Eva, ella sabrá que darte.

—¿Eva?

—Mi esposa… trabaja en el hospital, me ha llamado para decirme que ya salió pero hay mucho tráfico por la lluvia.

Continúa hablándome como si no tuviéramos dos años sin vernos.

—Patricia gracias por la ropa pero me tengo que ir.

Me levanté rápido, no soportaba más seguir allí, recibiendo la ayuda de mi hermana. Había hecho tantas estupideces que lo único que merecía era pasar la noche en un callejón o en la banca de un parque.

— ¿A dónde vas?

No me atrevo a decirle lo que estoy pensando.

—Está lloviendo —dice— es de noche, no tienes por qué irte—Se levanta y me mira—Sigo siendo tu hermana mayor ¿qué te hace pensar que te dejaré ir?

—Mis padres lo hicieron, me echaron —digo con amargura.

—Me hicieron lo mismo —se encoje de hombros como si no tuviera importancia —lo mejor que pudo haberme pasado.

— ¿Lo dices enserio?

—Ahora sí. Pero el día que me echaron me sentí justo como tú te sientes ahora… creí que el mundo se había terminado, que yo sola en las calles no tenía ningún futuro… me quedé sin padres, aunque ellos fueran como fueran, nunca me había atrevido a concebir una vida sin tenerlos.

—Y yo no te apoyé… —murmuro con amargura—no me debes nada, no tienes que cargar conmigo…

—Olvídalo, no te voy a dejar sola, no importa lo que digas. Y eso no se discute más.

Se acerca y mi abraza.

— Gracias Patricia —es lo único que puedo decir.

—Todo va a estar bien—susurra en mi oído.

Suspiro y me aparto de ella.

—No veo cómo.

—No se supone que tengas que verlo hoy. Ha sido un día muy duro para ti.

—No tienes idea.

Me toma de la mano.

—Puedo imaginármelo, pasé por lo mismo, también me traicionaron…

Aclaro mi garganta. Un pensamiento fugaz pasa por mi cabeza dibujando el perfil de Elena en mi mente. No quiero pensar en ella, no puedo soportarlo.

— ¿Quién envió tus fotos a casa? —me atrevo a preguntar.

Se encoje de hombros. La pregunta no parece molestarla ni incomodarla de ninguna forma.

—No lo sé…

— ¿Enserio nunca lo averiguaste?

—Pudo haber sido cualquiera —comenta insegura y se vuelva a encoger de hombros— si se trata de señalar yo declararía culpable a Fernanda… pero no tendría más motivos que un tonto presentimiento.

¿Fernanda?

— ¿Acaso era la chica con la que….? —no tengo una palabra adecuada, soy una novata en todo aquello.

—Era mi novia —dice con total naturalidad.

—Pero ella también aparecía en las… fotos —realmente hago un enorme esfuerzo por recordar— ¿Por qué haría algo así?

Patricia sonríe.

—Las mujeres están locas —declara como si fuera algo muy evidente—a eso súmale que sean lesbianas, su locura se multiplica.

—Me parece algo absurdo que ella te buscara problemas con mis papás.

—No tanto, sabía perfectamente cómo eran ellos. Ella no entendía sobre cariño sólo de posesión, creía que yo era algo de su pertenencia y el hecho de tener que esperar a que mis padres se durmieran para que yo pudiera salir con ella la trastornaba. Odiaba tener que esconderse, odiaba no tener una novia que presumir, odiaba el hecho de que yo no fuera capaz de admitir ante nadie que salía con ella, que la guardara como un secreto inconfesable. Después de mucho pensar, de hacer mi lista de sospechosos y de analizar una y otra vez las imágenes en aquellas fotos, concluí que de todas las personas que conozco era ella la única capaz de semejante bajeza —dice mirándome fijamente— al final solo hay que desechar posibles culpables, hay que pensarlo mucho, y la respuesta termina siendo descaradamente evidente.

Me quedo pensativa mirándome las uñas.

— ¿Acaso mis fotos las puso haber tomado…?

Niega de inmediato.

—No establezcas un juicio tan a la ligera —me interrumpe— tienes mucho que pensar y tu historia no tiene que ser como la mía.

La contemplo, es increíble la paz que hay en sus ojos, su mirada es tan trasparente que todo mi dolor lo encuentro reflejado en ella. No es la misma, aún sigue teniendo esa energía alocada que tanto recordaba de ella, pero por la forma en que me ve sé que durante estos dos años ha envejecido escandalosamente, pero no de esa forma amargada en la que muchos lo hacen, si no que puedo ver en ella la experiencia, sabiduría y bondad de una anciana que se ha enfrentado a la peor y a la mejor versión de la vida y ha salido victoriosa en todos los combates.

—¿Quieres hablar de la mujer en las fotos?

Trago saliva, mis latidos se disparan y niego rápidamente con la cabeza.

Ella abre la boca para decir algo pero la voz de una mujer llamándola desde la sala la interrumpe.

—Espera aquí —murmura—ya vuelvo.

Sale de la habitación y regresa cinco minutos más tarde, me obliga a beber un jarabe asqueroso y luego de hacerme jurar que no saldré por la ventana por fin me deja sola para que descanse.

No puedo dormir, durante la noche la voz de mis pensamientos se oye más fuerte, más clara. Empiezo a desechar culpables. Mis amigas quedaban automáticamente fuera de la lista, ellas tenían una agenda lo suficientemente apretada como para ponerse a esculcar en mi vida, si no eran ellas ¿Quién más? Yo no conocía a muchas personas, por lo tanto prácticamente resultaba invisible para el resto de los estudiantes ¿Quién me odiaría lo suficiente para hacer algo semejante? ¿Quién podía entrar y salir de la oficina de Elena sin ser visto cuando ambas estábamos allí dentro? Era absurdo, a menos que mi delator tuviese el poder de hacerse invisible, esa era la más estúpida de las explicaciones lógicas.

Salgo de la cama y me acerco a la ventana, es imposible vislumbrar las calles por la fuerte tormenta que azota la ciudad.

Mi respuesta es tan evidente y tan dolorosa que trato de negarme a ella.

—Lo hiciste de nuevo Elena —mi aliento golpea contra el cristal— Arruinaste mi vida y saliste huyendo.

Ya no había más que pensar. Había sido ella la de las fotos. Ella era la única dentro de esa oficina conmigo, tal vez allí adentro tenía alguna cámara que se encargaba de grabar cada detalle, por eso las fotos salieron tan bien y fueron capturadas en el momento justo. No podía deducir quién era la persona que nos vio, pero ella dijo que miraría las grabaciones del pasillo y nunca me advirtió nada, tal vez se trataba de una de sus amiguitas, tal vez las seguía viendo mientras yo estaba en clases. Esos tal vez eran todo lo que tenía y eran todo en lo que debía creer a partir de ese momento.

—Siempre fue un juego —pongo mi mano en el frio cristal —y volví a perder.

Recibí la mañana de pie frente a la ventana.

Había salido el sol y un arcoíris impresionante adornaba el cielo. Yo lo vi dibujarse en las nubes, lo vi nacer, adquirir forma, intensificarse. Miraba a los vecinos que ni siquiera se molestaban en alzar la vista para apreciar el hermoso cielo que ese día les obsequiaba, todos partían muy apurados al trabajo, miraba a las señoras regar el jardín, a los niños partir somnolientos al colegio. Y de vez en cuando también le ponía atención a mis ojos muertos que la ventana reflejaba sin mucha fuerza.

Golpearon a la puerta de la habitación despacio.

Suspiro antes de responder.

—Adelante.

—Espero no haberte despert… —se calla.

Mira la cama tendida y me mira a mí. Trata de parecer molesta pero esa actitud no le queda en lo absoluto.

— ¿No pudiste dormir?

—No lo intenté —admito— tenía mucho en que pensar.

—No se trata sobre querer o no —me alega— tienes que dormir.

—Lo lamento, solo fue por esta noche, no volverá a pasar.

Me mira con desconfianza.

—Bien, voy a creerte, pero si te continúas haciendo daño de esa manera yo voy mudarme a  esta habitación.

Pongo los ojos en blanco.

—No volverá a ocurrir.

—Vamos a desayunar.

No me muevo.

—No tengo hambre.

Ahora es ella quien gira los ojos.

—Anoche no cenaste, si no bajas ahora a desayunar mudaré el comedor a esta habitación, te lo juro.

—Patricia es enserio, no tengo hambre…

—No vamos a discutir tu primer día aquí. Al menos sal, Eva te quiere conocer.

La miro confundida.

— ¿No estas lista para conocerla aún? —Puedo percibir la preocupación que contienen cada una de sus palabras— te comprenderé si no, imagino lo raro que puede ser para ti…

—Patricia, también soy lesbiana.

Ni siquiera pienso antes de hablar y fue lo mejor. Al parecer he quitado un enorme peso de los hombros de mi hermana.

Eva resulta ser sensacional. Una mujer muy guapa y muy lista, cursó la carrera de medicina en tiempo record, estuvo a punto de casarse con un chico y de camino a la iglesia escapó. Sus padres a diferencia de los míos la adoraban tal y como era, la apoyaron desde que decidió no casarse con aquel tipo hasta el momento en el que les dijo que le gustaban las mujeres. Tenía seis hermanos mayores que también la adoraban. Resultaba ser toda una niña consentida pero contraria a lo que se espera de esas mujeres que lo han tenido todo, Eva era sencilla, humilde y capaz de amar. No tenía ni punto de comparación con Elena. Que pésima puntería tenía yo con las mujeres.

—Tienes que recetarle antidepresivos —le dice mi hermana señalando la comida que yo ni siquiera había tocado.

—No estoy deprimida.

—No comes, no duermes, te quedas en trance mirando al vacío. Obviamente estas deprimida. Necesita medicamentos.

—No puedes diagnosticar depresión en una noche —murmura  Eva ojeando una revista.

—Cuando vuelvas de hospital con las pastillas abran pasado una noche y un día —apunta mi hermana— ese es tiempo suficiente para que muera de inanición.

Eva sonríe y niega con la cabeza sin dejar de mirar la revista.

—Dale tiempo.

— ¿Para que muera?

—No estoy deprimida —le alego.

—Solo quiero que vuelva a sonreír.

—Dale tiempo —repite Eva.

— ¿Por qué esperar por algo que unas pastillas pueden resolver de inmediato?

—No voy a drogar a tu hermana.

Ese es el fin de la discusión, aunque Patricia no parece muy convencida, cuando Eva se va me decido a enfrentarla, es momento de decirle algo en lo que estuve pensando toda la noche, algo que para nada le va a gustar.

—Tengo que ir a la universidad.

— ¿No has terminado clases aún?

Asiento.

—Tengo que ir a ver unas cosas. Es importante.

—Solo me cambio y te llevo. ¿Tú no pensaras irte vestida así? Vamos por ropa.

—Me cambiaré de ropa, pero tú no vienes conmigo, es mucho lo que tengo que hacer y tardaré.

— ¿Sola? Olvídalo. Yo te llevo.

—Patricia no lo voy a discutir contigo, tengo que enfrentarme a lo que ocurre, no me puedo esconder para siempre, y no puedo vivir así, con tanto miedo y tantas dudas.

Me mira a los ojos.

— ¿Quieres saber quien tomó esas fotos?

—Necesito saberlo.

Suspira.

—Bien, llévate mi teléfono y cualquier cosa me hablas.

No parece muy convencida.

—Cuando sepas quien lo hizo me avisas, yo me encargaré de que caiga accidentalmente por un barranco.

Me visto rápido, sé que si lo pienso otra vez me voy a arrepentir.

Salgo a la calle hasta la parada del autobús que no tarda mucho en aparecer, es media hora en calma, de nuevo quedo a solas con mis pensamientos que al parecer hallan cierto placer en torturarme.

No puedo evitar imaginar donde es que está ella, si ha pensado en mí, si está con alguien más…

Llegó a la universidad, el policía que custodia la entrada principal ni siquiera me pide identificación, es evidente que ya he ganado popularidad, pienso sarcástica.

De nuevo soy el blanco de miradas de van desde desaprobatorias hasta burlonas.

“Es el siglo XXI maldita sea, que hay de raro en mí, ¿acaso no ven pornografía en internet? Hay personas con gustos realmente enfermos.” Trato de decirle todo esto con la mirada a una jovencita de primer semestre que se atraviesa en mi camino.

— ¿Valeria?

No sé de donde aparece Nora, la ignoro y continuo mi camino hacia el salón donde se recibe cada imagen que es grabada por las cámaras.

— ¿A dónde vas?

Nos señalan e intercambian murmullos.

— ¿Sabes lo que dices? —Susurra caminando a mi lado— creen que tú y yo salimos, nos vieron irnos juntas ayer y ya se han armado una película.

—Si te molesta aléjate de mí.

—No dije que me molestara. Me da igual lo que piensen.

Seguimos caminando, es realmente incomodo tenerla a mi lado, en esos momentos todo lo que quiero es enfrentarme a eso sola, porque no sé cómo voy a reaccionar.

—Allí no está lo que vienes a buscar —dice adivinando a donde voy.

Me detengo a contemplarla.

— ¿De qué hablas?

— ¿Vienes por las grabaciones? ¿Quieres saber quien tomó las fotos?

Asiento.

—¿Dónde están?

Busca su teléfono.

—En la laptop de Laura…

La miro confundida.

— ¿Ustedes saben quién fue…? ¿Tienen las grabaciones?

—Tienes que venir al edificio A, Valeria apareció…

Termina la llamada.

—Te buscamos ayer, fuimos a tu casa y tu padre nos gritó por media hora…

—Eso no me interesa ¿Quién tomó las fotos?

—Ayer nos enviaron un video, bueno, se lo enviaron a Laura, a su correo electrónico, es del pasillo de la oficina de Elena.

— ¿Qué hay en el video?

—Espera y verás.

— ¡No puedo esperar!

—Necesitas verlo tú misma.

Respiro profundo.

—No tengo tiempo para esto, tú no sabes cómo me siento…

—Tranquila, allá viene Laura.

Sigo su dedo hasta el punto donde señala. Efectivamente, mi compañera se aproxima a nosotros corriendo.

Enciende la laptop y busca el video, mi corazón late con fuerza.

En la primera parte solo aparezco yo fingiendo que me ato los zapatos, luego llega Greg, hablamos, se ve el momento en el que me abraza y se abre la oficina de Elena, contemplo a los hombres marcharse, el alto me mira y luego ve a Elena con un gesto bastante desagradable, aun con la mala calidad de la grabación su mirada logra erizarme la piel. De nuevo quedamos Greg y yo, el video muestra solo una pequeña parte del brazo de Elena que esta recargada en la puerta. Finalmente me alejo de mi amigo y entro a la oficina, Greg se me queda mirando, intenta seguirme pero Elena le cierra la puerta en las narices. Se queda solo y golpea la pared con el puño, no puedo evitar sentir pena por él, permanece un momento mirando la puerta fijamente, como si quisiera hacer estallar la oficina con el poder de su mirada, luego camina despacio, gira la manilla y desaparece del cuadro.

¡Ha entrado a la oficina!

Por un rato sólo hay estudiantes que recorren el pasillo sin poner atención a nada hasta que Greg sale de la oficina dando grandes zancadas y evidentemente furioso.

Ahí termina la grabación.

—Ese video no dice nada.

—Allí está él…

—Sí, nos vio, bien. Pero lo que me interesa es saber quien tomó esas fotos.

Laura suspira.

—Dentro de la oficina había cámaras —dice despacio.

Justo lo que había imaginado.

—Eso significa que las imágenes que toda la universidad vio fueron proporcionadas por Elena —concluyo con amargura.

—No —suelta Laura de inmediato —Greg las robó. Él me lo dijo.

—No tiene lógica nada de lo que me estas diciendo.

Respira hondo.

—Hace dos días me llamó, era muy de noche —susurra Nora— yo estaba con mi novio. Pero lo que dijo fue que tú estabas en problemas, que necesitaba mi ayuda, que había enviado unas fotos a mi celular —parecía molesta consigo misma— no estaba en condiciones de atenderlo, lo mande al diablo y le dije que estaba ocupada. Al otro día, cuando miré mi teléfono vi un mensaje de Greg, sólo decía que tenía un plan para ayudarte y me envió esas fotos. Cuando llegué aquí me encontré con su retorcido plan, lo busqué para reclamarle, parecía muy asustado. Sólo dijo que fue lo mejor que pudo haber hecho, que lo hizo por ti y porque te quería, y que estaba dispuesto a pagar cualquier precio. Salió corriendo cobardemente.

Tardo en asimilar sus palabras.

— ¿Supiste que era él desde el principio y no me dijiste?

—Tú estabas más preocupada porque Elena no aparecía que por las fotos.

— ¿Insististe en que el me convenía?

—Estabas desesperada, Elena no contestaba a las llamadas. Creí que se había ido huyendo del escándalo y por un segundo pensé que el plan de Greg había sido cruel, pero útil, que te había librado de una arpía.

—Esas fotos —digo despacio— me arruinaron la vida, me echaron de casa y ahora que Elena se ha ido soy el hazme reír de toda la universidad.

—Lo superamos la vez anterior —murmura Laura— somos tus amigas, lo superaremos ahora.

— ¿Superamos? —Repito con ironía —lo superé yo sola, ustedes regresaron solo cuando Elena lo hizo, y  fue para tener el chisme de primera mano ¿o me equivoco?

Hubo un silencio elocuente.

—Valeria...

— ¿Algo más que tengan que decir? ¿Algo más que me oculten?

Nora respira profunda y Laura se muerde el labio.

Sé que me esconden otra cosa, pero ya me da igual, no necesito más para empezar a echar tierra encima a esa historia muerta.

Regreso a casa de mi hermana, ha sido Greg. He perdido a mis padres, a Nora, a Laura, a Elena y por si fuera poco a la única persona que aparentemente tenía un cariño sincero hacia mí. Al final todos resultaron unos imbéciles que me querían moldear a su manera. Y al final quedaba sola, como si yo fuera la mala del cuento, ¿lo era? Tal vez podía ser la ingenua, pero nunca le había hecho ningún mal a nadie. Dentro de la creencia de mis padres que una mujer amara a otra era un pecado grave ¿eso estaba pagando? ¿Realmente todo era cierto y  al entregarme a Elena me hice acreedora a este castigo?

Los días siguientes me dedique a escuchar de nuevo a Zoé, Eva tenía una pequeña biblioteca donde encontré un libro titulado “Los Ojos De Mi Princesa” era una novela de amor adolescente donde un perdedor (idéntico a mí), se enamora locamente de una chica hermosa y llena de misterios (tan parecida a Elena) que al final resulta ser una puta.

El libro contiene varios poemas, pero hay uno que se tatuó en mi piel desde la primera vez que lo leí, fue escrito por Juan de Dios Peza y me mantuvo llorando toda una noche. Al día siguiente lo escribí en una hoja de papel que doblé cuidadosamente y lo guarde debajo de la cama para leerlo cada vez que lo necesitara. Por que estar triste se había convertido en una necesidad, mi propio sufrimiento me recordaba que seguía viva, que Elena fue real, que un día estuve entre sus brazos y poseí sus besos.


Dicen que las mujeres sólo lloran

cuando quieren fingir hondos pesares;

los que tan falsa máxima atesoran

muy torpes deben ser, o muy vulgares.

Si llegara mi llanto hasta la hoja

donde temblando está la mano mía,

para poder decirte mis congojas,

con lágrimas la carta escribiría.

Más si el llanto es tan claro que no pinta

y hay que usar otra tinta más oscura,

la negra escogeré porque es la tinta

donde más refleja mi amargura.

Aunque yo soy para soñar esquiva,

sé que para soñar nací despierta

Me he sentido morir y aún estoy viva;

tengo ansias de vivir y ya estoy muerta.


Comienza a  caer la tarde, sostengo la hoja entre mis manos, está arruga y maltratada, casi no veo las letras mientras susurro el poema porque ya lo sé de memoria, aun así me parece imperativo tener ese papel entre mis manos. Termino la última frase justo cuando se escucha el teléfono timbrar escandalosamente. Atienden la llamada en la sala.

No pongo mucha atención pero el silencio dentro de esa casa es capaz de hacerte escuchar las pisadas de un insecto por lo tanto no tardo en descubrir que la persona al otro lado de la línea está preguntando por mí.

Salgo de la habitación arrastrando los pies. Mi hermana tiene el teléfono entre su oreja y el hombro mientras que en sus manos sostiene un enorme tazón de cereal.

Me acerco silenciosa pero ella percibe mi presencia y se gira.

— ¿Quién es?

—Una chica —dice con la boca llena de cereal y con un gesto me implora que tome el teléfono.

Miro el aparato como si fuera un enorme y peligrosos espécimen que en cualquier momento puede escupirme acido en los ojos.  ¿Quién me llamaría a casa de mi hermana? Según yo, nadie sabía que estaba ahí.

— ¿Si?

— ¿Valeria? Soy Laura.

Su voz se escucha lejana, como si estuviera comunicándose a gritos desde su casa.

Me tapo el oído libre con fuerza intentando que no se escape al poco sonido que alcanzo a recibir a través de la línea.

— ¿Qué quieres? —mi voz deja muy claro el mensaje: No quiero hablar con nadie en estos momentos.

Percibo el murmullo de varias voces.

Pero mi amiga permanece muda.

—Valeria, habla Nora —dicen con más energía.

— ¿Qué les ocurre? La verdad estoy muy ocupada… yo…  —balbucee.

—Tenías razón —Es todo lo que dice.

—No sé de qué estás hablando.

—Tenías razón —repite— había algo más por decirte.

—Lo que sea que me escondan ya no me…

—A Elena la obligaron a dejarte.


Sé que es un capitulo nostalgico, sé que hay muchas interrogantes con respecto a Elena pero es ese misterio lo que le dará sentido a la siguiente parte, en este relato decidí dedicarle tiempo a Valeria, entrar en su piel y sentir lo que esta sintiendo para definir el final de la historia que ya está a casi nada de llegar.

Agradezco a León Larreguí por colaborar inconsientemente con su canción titulada "Souvenir"

Espero comentarios y valoraciones (a mi también me gusta leerlos)

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