Pídeme Lo Que Quieras 11

Mi vida sin ella sería el infierno

No sé si es muy tarde o muy temprano, sólo sé que no es el momento preciso. Que hoy no estoy lista para esto.

Nora me mira de reojo sin atreverse a decir nada mientras sostiene el móvil pegado a su oído.

—No contesta… —dice por enésima vez— Debe haber otra forma de localizarla, ¿tienes su dirección?… ¿su cuenta de correo?

No le respondo. Si tuviera una dirección hace rato que la hubiera ido a buscar. Pero ni eso había tratado de conseguir, todo fue muy rápido… como la primera vez.

Mis manos temblorosas sostienen mi teléfono.

Elena, ¿Dónde estás?

Me levanto y comienzo a caminar de un lado a otro como si quisiera abrir un surco en la tierra.

Hace un día horrible y todo indica que pronto comenzará a llover, en el parque apenas y hay alguna que otra persona de aspecto perdido. Miro en todas direcciones deseando que de pronto ella aparezca  caminando hasta mí, pero de alguna manera la siento tan lejana, como si la tierra se la hubiese tragado.

¿Por qué no llamó anoche?

¿Por qué no había llamado aún?

Si fue a la universidad, tuvo que haber visto las fotos, tuvo que haber notado que yo no estaba y entonces ¿por qué no me había intentado localizar?

¿Y ayer?, el plan era averiguar quién nos había visto para convencerlo de que guardara el secreto… pero si las fotos se habían divulgado eso significaba que Elena no consiguió manipularlo ¿pudieron haberle hecho algo?

Me aterroriza la idea de que intentando protegerme se hubiese metido en problemas.

Aunque también estaba la otra opción, los tipos con los que se reunió en su oficina hablaron sobre que se tenía que ir…

Cualquier cosa que pasaba por mi cabeza me parecía peor que la anterior.

—Tienes que calmarte, ella aparecerá por ahí en cualquier momento.

Sigo caminando de un lado a otro, la incertidumbre que cuelga de mi pecho cada vez se hace más pesada. Necesito saber de ella, si me ha abandonado o peor, si está en problemas.

—Tengo que averiguar dónde está.

—Vale, intento ayudarte, pero solo tenemos su número de teléfono y a ella no le ha dado la gana contestar las llamadas, creo que deberías hacerte a la idea de que se ha ido…. Otra vez.

Dijo esto último en voz baja, pero sus palabras hicieron un eco escalofriante dentro de mi cabeza.

—Solo quiero estar segura que no le ha pasado nada malo.

Mi corazón latía de prisa, como si le estuviera dando un ataque. Como si presintiera que estas eran sus últimas horas de vida antes de que una cruel realidad lo detuviera para siempre.

Porque no haría falta una caja de pastillas, o una soga al cuello o un arma de fuego, sencillamente quedarme sin Elena era otra forma de morir.

—No te hagas eso.

— ¿Hacerme qué?

—Sabes que te ha abandonado…

—No digas tonterías —le grito —tú no tienes idea…

— ¿o acaso crees que se enamoró de ti?

Nora se levanta y camina hasta mí, realmente la desconozco. Es cierto que los últimos días prácticamente ni siquiera hablábamos pero jamás imaginé que adoptara esa actitud, justo en esos momentos, cuando yo necesitaba a una amiga no a un juez.

— ¿Qué diablos pasa contigo?

—Eso es precisamente lo que yo quiero saber. Cuando nos dejamos de ver tú odiabas a Elena Lubier, prácticamente no querías ni estar cerca de ella y un día entro a la universidad y —hurga en su mochila—y me encuentro con esto.

Pone las fotos frente a mí.

Ni siquiera soy capaz de verlas, desconozco quien tomó esas fotos pero cada imagen parece haber sido montada profesionalmente, como si Elena y yo hubiésemos posado.

La cabeza me da vueltas.

—Pasaron muchas cosas —es lo único que puedo decir y doy manotazo para apartar las fotografías de mi vista.

—Pasó una sola cosa —me dice muy seria— volviste a jugar con fuego, volviste a quemarte…

—No hables de cosas que no sabes.

—Una imagen dice más que mil palabras, y hay miles de imágenes… ¿crees que hay algo que no sepa? Ya media universidad sabe tanto como yo y eso que no conocen la primera parte de la historia —Nora está gritado— volvió a jugar contigo, esa maldita imbécil te la volvió a hacer…

—A eso me refiero —yo también me he salido de mis casillas y le respondo a gritos— tú no sabes quién es ella, no estas segura de que se ha marchado…

—Pero tú tampoco estas segura de que se ha quedado.

Cada vez que abre la boca consigue hacerme sentir peor.

—Y aquí discutiendo contigo no voy a confirmar nada —doy media vuelta alejándome de ella.

— ¿A dónde vas? —corre a mi lado

—No te interesa.

—Eres mi amiga, claro que me interesa ¿A dónde vas?

—A buscarla.

— ¿Piensas deambular por la ciudad hasta tropezar accidentalmente con Elena?

—No, pienso ir al único lugar donde tengo la certeza de que estuvo.

— ¿Y ese lugar es?

—Su oficina.

Nora se detiene en seco.

— ¿Vas a ir a la universidad?

Continúo mi camino

— ¿Estás loca?

Me toma del brazo.

—Sabes muy bien como son. Viste como actuaron cuando llegaste… como si fueras un fenómeno del circo. No te lo mereces, Elena no lo vale…

La obligo con brusquedad a que me suelte.

—No tienes que ir conmigo…

—Valeria por favor, no la busques…

—Quieres dejarme en paz, por favor.

— ¿Por qué rayos eres tan necia? Entiende que lo hago por ti, si Elena te quisiera ya te hubiese buscado…. Greg lo hubiera hecho, el nunca…

— ¿Qué tiene que ver Greg con todo esto? —pregunto confundida.

—Que él si te quiere, me lo ha dicho…

—Eso no importa ahora.

—Por eso te va como te va, por eso Elena jugó contigo dos veces… no puedo creer que seas tan necia.

—Nora no te lo voy a repetir, déjame en paz. Elena es mi problema y la voy a ir a buscar, no necesito de tu permiso.

Me alejo de ella dando grandes zancadas.

Cuando llego a la universidad el enorme policía de la entrada ni siquiera me hace preguntas. Las fotos siguen regadas por todas partes, pero la mayoría de los alumnos están en clases, aún  si  me es muy difícil lidiar con las miradas y señalamientos de los estudiantes que aún permanecen en los pasillos.

Voy hasta la oficina, al parecer hay alguien como guardia de seguridad postrado en la puerta.

—No se puede abrir —dice Laura —ya lo intenté.

Forcejeo con la cerradura.

—Nora me llamó —insiste— dijo que te cuidara, que venias….

— Y te pidió que me convencieras

Me contempla dudosa.

— ¿De qué olvides a Elena Lubier? No tiene que pedírmelo, yo también quiero que la superes de una vez por todas.

¿Qué diablos les ocurre? Actúan como si supieran algo que yo no, aun cuando durante mi relación con Elena ambas permanecieron lo más lejos posible de mí ¿Qué iban a saber ellas que yo ignorara? ¿Por qué se entrometían ahora? Cuando yo lo que menos quería era razonamientos lógicos, cuando mi corazón no percibía otra cosa más que el macabro eco de una tragedia que estaba a la vuelta de la esquina, semioculta en las sombras de mi propia desesperación.

Vuelvo a forcejar con la puerta. De nuevo no tengo ningún éxito.

—Valeria, Elena se ha ido y lo sabes…

— ¡Maldición! —No puedo contener un grito que viene acompañado por un fuerte puñetazo contra la puerta de madera que más bien parece una muralla forjada con hierro— No quiero escucharlas ahora. No quiero oír nada de nadie.

— ¿Qué esperas encontrar allí adentro?

— ¡No lo sé! —Le grito.

Laura suspira y revuelve sus cosas hasta encontrar una llave.

La contemplo interrogante cuando abre la puerta frente a mí.

—No preguntes.

Y no lo hago. No necesito más explicaciones.

La oficina está justo como la dejé ayer.

Voy a hasta el escritorio y revuelvo los papeles.

— ¿Qué buscamos? —quiere saber Laura.

—Una dirección —le digo casi son voz.

Tengo miedo, cada vez estoy más cerca de saber si ya he despertado o si el sueño sigue.

La mayoría de los documentos son inútiles, no hay nada que me dé ni la más remota pista sobre la dirección de Elena en la ciudad. Ni nada que me alerte sobre su partida.

—No encontraras nada aquí —susurra Laura.

Ocupo el lugar de Elena justo detrás de su escritorio, su aroma está impregnada en ese lado y es tan intenso que casi la siento junto a mí… cierro los ojos.

Era tarde, demasiado tarde.

O estaba en problemas o me había abandonado… ambas opciones eran como regar acido en mi pecho, aunque honestamente si pudiera elegir entre ellas siempre me quedaría con la segunda. Porque en ese caso solo existiría una víctima: Yo.

Lloraría mucho, la odiaría más, gritaría y querría morir… pero nada de eso se podría comparar con lo que sentiría si a Elena le pasara algo malo. Mi vida sin ella sería el infierno, pero la idea de un mundo sin ella prácticamente me parecía inconcebible.

Busco mi celular y marco su número.

El sonido pone en alerta mis sentidos, incluso Laura se levanta de golpe y empieza a hurgar de nuevo entre los papeles. Al mismo tiempo caemos en la cuenta de que el sonido proviene de debajo del escritorio.

Allí esta su móvil tirado.

Hay un montón de llamadas perdidas mías y otras tantas de Nora.

— ¿Ese es el teléfono de Elena?

No le contesto, voy directo al registro. Allí me encuentro con varias llamadas recibidas ayer de un mismo número.

— ¿Quién podrá ser? —pregunta Laura que mira sobre mi hombro.

Si quiero tener una pista de Elena tengo que averiguar con quien hablaba ayer.

Presiono la pantalla del teléfono justo donde dice “llamar”.

Atienden enseguida. Es la voz de un hombre en un idioma extraño ¿Alemán?

—Perdón… ¿acaso habla español? —mi voz tiembla.

— ¿Quién eres? —me interroga amenazante.

Su voz me resulta estremecedoramente familiar.

— ¿Elena Lubier ha olvidado su celular? —Mi corazón late muy rápido— ¿conoce usted algún sitio donde la pueda encontrar?

— ¿Quién eres? —me vuelve a preguntar.

—Soy amiga suya.

No obtengo respuesta, del otro lado línea hay un murmullo. Estoy a punto de colgar cuando el hombre vuelve a hablarme.

—Valeria Hernández.

Me quedo sin aliento. La voz, esa voz, ya la recuerdo, es de uno de los hombres que estaban ayer justo en la oficina donde estoy ahora, los que vinieron a buscar a Elena, y si no me equivoco es el tipo de aspecto siniestro que no paraba de lanzar amenazas.

— ¿Dónde está Elena?

— ¿Dónde estás tú? —Realmente el tipo es aterrador— No lo preguntaré de nuevo.

— ¿Qué le hicieron a Elena?

Vuelve a haber murmullo del otro lado.

Algo anda mal. Cuelgo de inmediato.

Mi corazón golpea fuerte contra mi pecho.

— ¿Quién era?

Aprieto el teléfono entre mis manos ¿qué diablos está pasando? ¿Qué maldita pesadilla es esta? La cabeza me da vueltas, me cuesta respirar…

—Valeria ¿Qué te dijeron? ¿Quiénes eran?

El móvil vibra entre mis manos, ha llegado un mensaje.

Miro el número y con manos temblorosas lo abro.

Hay una dirección seguida de una frase bastante contundente “…Si quieres volver a ver a Elena…”

— ¿Qué pasa?

Guardo el teléfono antes de que Laura pueda ver el mensaje.

Niego con la cabeza.

—Necesito estar sola —es lo único que alcanzo a decir.

No espero una respuesta y salgo de la oficina a toda prisa.

Corro tratando de huir del dolor, huir del miedo y de tantas otras cosas de las que realmente es imposible escapar por que las llevas dentro.

Cojo el primer taxi que pasa enfrente de mí y tartamudeo la dirección que han escrito en el mensaje.

El viaje es ridículamente largo. Cuando finalmente llego me doy cuenta que no estamos en el callejón oscuro que imaginé, la dirección me lleva justo a la entrada principal de un impresionante edificio.

Busco el teléfono de Elena y de nuevo marco al mismo número. Pero cuando coloco el teléfono en mi oreja alguien llega detrás de mí y me sostiene de los hombros.

Mi primer impulso es alejarme con brusquedad pero entonces el susurra mi nombre. Nada de lo que pasa por mi cabeza es lógico, solo me dejo conducir hasta el interior del edificio, luego a un elevador y finalmente a un pasillo desierto que termina es una especie de sala de reuniones con paredes de cristal.

Allí adentro hay una mesa larga, con el hombre que va detrás de mí se completa la media docena y en la cabecera de la mesa esta ella…

Intento caminar hasta Elena pero el hombre detrás de mí me aprieta el hombro con fuerza.

—Señorita Hernández que placer —dice secamente un tipo de piel pálida, lo reconozco, estuvo en la oficina de Elena. Y también reconozco su voz, él contestó a mi llamada.

Con un gesto y con la más falsa de sus sonrisas me indica que me siente a su lado. Me aproximo al lugar con la vista fija en Elena que revisa los papeles en una carpeta y ni siquiera a volteado a verme.

—Estamos ultimando unos detalles, no le robaremos mucho de su tiempo…

Elena lo contempla con un brillo amenazante en la mirada, se ve tan diferente, lleva una blusa blanca, una falda gris, el pelo recogido y unos pequeños anteojos. Se le ve más autoritaria que de costumbre y más hermosa.

— ¿A qué la trajiste?

El tipo me mira, luego a Elena y luego otra vez a mí.

—Encontró su celular, vino a devolvérselo….

La misma mirada peligrosa se posa en mí. Trato de buscar en esos ojos verdes alguna señal, alguna pista, alguna explicación ante ese escenario tan confuso pero en ellos no hay nada más que indiferencia.

Extiende la mano hacia mí.

— ¿El móvil?

Le entrego su celular, mis manos tiemblan, las suyas en cambio están tan frías e indiferentes como su mirada.

— ¿Es todo?

No entiendo su pregunta, todos nos observan con descaro, pasan varios segundos antes de que Elena me vuelva a interrogar.

—Señorita Hernández estamos en medio de una reunión muy importante, si no tiene ningún otro objeto que sea de mi pertenencia me hace el favor de salir de aquí.

Era una broma de pésimo gusto.

— ¿Elena...?

Hace un gesto de fastidio y mira su reloj.

—Receso de cinco minutos —anuncia y rápidamente todos se ponen de pie.

En una fracción de segundo nos quedamos solas.

—No me gusta que me interrumpan cuando trabajo —dice molesta.

—Lo lamento... yo, estaba preocupada.

Cada vez que pone sus ojos en mi siento que recibo una fuerte puñalada en el abdomen.

— ¿Qué más quieres?

Da la impresión de que me está echando.

— ¿Supiste lo que ocurrió en la universidad?

Se encoje de hombros.

—Irrelevante.

Me acerco más a ella y apenas y muevo los labios al hablar.

— ¿Te están obligando?

Trato de buscar la respuesta que necesito escuchar en sus ojos, pero estos siguen siendo una muralla de crueldad e indiferencia.

—No la estoy entendiendo.

— ¿Todo está en orden?

Arquea las cejas.

—Señorita Hernández obviamente se encuentra muy confundida…

—Me estas volviendo loca —le grito— creí que te había pasado algo malo… no sabes las estupideces que pasaron por mi cabeza y ahora te pones a jugar una especie de juego conmigo… no estoy de humor, te enteras.

Me acribilla con la mirada.

—No me levantes la voz —la amenaza que carga cada silaba me hace estremecer.

— ¿Entonces explícame que pasa?

Pone los ojos en blanco y de nuevo mira su reloj.

—No tengo tiempo para atender tus caprichos. Vuelve a tu casa.

—Te desconozco —me levanto— Tenemos que hablar lo más pronto posible. Ven a mi casa esta noche.

Ella se rasca la barbilla.

—Imposible. En una hora viajo a Rusia.

Sus palabras me caen como un balde de agua helada.

— ¿Te están obligando a ir?

Carraspea, luce cansada y fastidiada ¿de mí?

No entiendo lo que ocurre, si acaso la están obligando a marcharse a dejarme, ¿por qué no me da una pista?, una sola mirada me bastaría para entenderla, lo hemos hecho antes, nuestros ojos se han comunicado mediante un idioma que solo ellos dos conocen. Pero ahora su mirada está callada, como si yo fuera una muchachita cualquiera que solo busca hacerle perder el tiempo.

—Haber Valeria, vamos hablando claro, yo tengo que trabajar, no puedo pasarme toda la vida jugando a los novios contigo, no te voy a mentir fue un buen pasatiempo, me gustó mucho. Pero mis vacaciones terminaron. Adiós.

Y entonces conocí lo que es el dolor de perder algo que nunca tuve.