Picor ardiente
Consuelo y su suegro, tras la muerte del hijo de éste, han hecho el amor salvajemente, pero después del gozo, viene la culpabilidad y las promesas, que no son fáciles de cumplir.
-¡Hasta luego, Mamá! ¡Hasta luego, Granpá!
-¡Hasta luego, tesoro…! – Mi suegro y yo, desde la puerta de la casa de éste, decíamos adiós a mi hijita de apenas cinco años, mientras ella corría hacia el autobús escolar que venía a recogerla. Gloria estaba loca con su nuevo colegio, donde le estaban enseñando “un mogollón de cosas”, no como en el otro, donde pasaba la mayor parte de la mañana durmiendo, porque la profesora pasaba de ellos. Habían sido muchos cambios en muy pocos días; mi marido se había suicidado, mi suegro, antaño un hombre que me odiaba por haberme quedado en estado de su hijo siendo ambos adolescentes, nos había acogido en su casa a mi hija y a mí, me había pedido perdón, yo había dejado mi mísero trabajo en el supermercado para estudiar como había soñado de niña, mi hija ahora iba a un colegio de los buenos… y mi suegro y yo, nos habíamos acostado.
Había sido algo totalmente… espontáneo. Loco. Simplemente, estábamos hablando, y de pronto, el uno en brazos del otro, y frotándonos como animales. Había sido hacía apenas un par de noches, y al pensarlo, sentía asco por mí misma. En el momento, mientras lo hacíamos, había sido… bueno, no es que hubiese sido nada, es que durante ese rato, los dos nos permitimos el lujo de no pensar, de refugiarnos en el placer sin cuestionarnos nada, pero a la mañana siguiente, los dos teníamos vergüenza de mirarnos a los ojos. Tuve miedo de que Gualterio me echase a mí la culpa de lo sucedido y me sacase de casa, o me quitase a mi hija… pero él se sentía tan culpable como yo misma. No habíamos hablado de ello. Lo habíamos intentado, pero no éramos capaces. Nos tratábamos con cortesía, con… cierta frialdad, procurando no mirarnos a la cara. En un principio, me aterraba la sensación de vergüenza que sentiría al mirarle a los ojos, pero cuando, por descuido, le miré a ellos, sentí algo muy diferente. Sentí verdadero terror, de él y de mí. Había hambre en sus ojos. Y no me disgustaba.
¿Cómo podía ser tan sacrílega? ¿Tan cruel? Gerardo, mi marido, se había quitado la vida, y yo me encoñaba como una perra, ¡de su propio padre! Mal estaba lo primero, pero, ¡con su padre…! Me sentía una furcia sin corazón, pero Gualterio no debía sentirse demasiado mejor. En su mirada, se mezclaban el deseo y la culpabilidad. Aquélla mañana, cuando los dos cerramos la puerta, me tenía cogida de los hombros, y yo ni siquiera me daba cuenta… me era tan agradable que me tocase… pero al cerrar la puerta de la calle y oír la arrancada del autobús escolar, que se llevaba a mi hija de excursión, al saber que teníamos la casa para nosotros solos durante unas once horas… nos miramos, y sentí que mi respiración se desordenaba. Gualterio me miró a los labios, y a los ojos… negué con la cabeza, mientras mi boca se entreabría y me lamía los labios.
-No… - musité. La mano de Gualterio, en mi hombro, se deslizó por mi brazo, hasta mi cintura, y quiso apretarme contra él, pero se contuvo. Nos contuvimos los dos. Di un paso hacia atrás, e intenté ignorar el tremendo bulto que hacía el pantalón de mi suegro.
-Tienes razón. – admitió. – Consuelo, yo no quería forzarte.
-¡No me forzaste! – dije enseguida, y le tomé de las manos sin darme cuenta, para soltarle al instante, luchando por contenerme, mi vientre parecía arder… - Gualterio, tú no me hiciste nada que yo no quisiera… Pero fue sólo esa vez. No debe repetirse.
-No debe repetirse. – asintió, maquinalmente. Sus grandes mofletes de perro pachón le daban un aire tan triste, que me daban ganas de mimarle, de apretarle la cabeza contra mis pechos y mecerle. Sacudí la cabeza, intentando sacar esa idea de mi mente. Teníamos que hablar, teníamos que aclarar lo sucedido.
-Gualterio… Los dos estábamos desolados. Fue algo comprensible y natural… - farfullé, mientras me sentaba en el sofá, el mismo sofá donde habíamos hecho el amor salvajemente dos noches antes – Quizá fuimos un poco lejos. Nos dejamos llevar, eso es todo… pero nadie se enterará nunca de ello. Será como si no hubiera sucedido…
-Pero ha sucedido. – insistió mi suegro, sentándose junto a mí, y tomando mi mano – Consuelo, ¿tienes idea de lo que siento? Hace casi veinte años que no estaba con una mujer… y has tenido que ser tú. Tengo la sensación de haber matado yo mismo a mi hijo.
Mi barbilla tembló sin que pudiera evitarlo, ¡Dios…! Gualterio estaba tan dolido como yo, quizá más aún, y le abracé por la nuca. Mi suegro me tomó de la cintura y nos apretamos el uno contra el otro… mi intimidad desbordó de jugos y mis pezones se pusieron tan erectos que me sacudieron un feroz dolor, como si me los hubieran pinchado, y yo intentaba mantener la cabeza fría, mientras Gualterio me buscaba la sien con la boca, y me besaba el pelo, oliéndome, apretándome más contra él, queriendo a la vez no repetirlo, y repetirlo. Queriendo con su alma recibir ternura, y suplicando con su cuerpo por recibir sexo.
“No… no, no, esto otra vez no…” pensé confusamente, mientras mi suegro se desabrochaba lentamente la camisa, y mis manos se perdían en su cuello y su pecho, acariciando por dentro de la tela blanca, y mis rodillas temblaban. El vello de su pecho, tan negro como su cabello sin encanecer, como su hirsuto bigotón, me llamaba, suplicaba por ser besado, lamido… quería ponerme encima, montarle hasta que los dos gritásemos de placer, mi cabeza se perdía, no podía más, no, no…
-Gualterio, no… por favor… Gualterio… - supliqué. Separé mis manos de su cuerpo, su cuerpo tentador y tan deseado, pero lo conseguí, puse los brazos en cruz, intentando no tocarle. Mi suegro se dobló con un gemido de dolor, tanto emocional como físico. Le sentí suspirar en mi cuello, y toda mi columna se erizó al sentir su vaho caliente en mi piel sensible… pero también él se frenó. Nos miramos, los dos con la respiración agitada y la ropa en desorden. La mirada de mi suegro estaba encendida de deseo, y me sentí aún más desleal a mi difunto esposo cuando recordé que jamás había visto tanta pasión en sus ojos. Ni cuando éramos adolescentes y me quedé en estado, me había mirado así. Gerardo era cariñoso, pero no era dado a la pasión, y no pocas veces, durante nuestro matrimonio, yo me había insinuado y él se había negado de mejor o peor manera, al punto que muchas veces llegué a pensar que, simplemente se había casado conmigo porque era “su deber” al haberme quedado embarazada, pero no porque realmente me quisiera.
-Perdóname… no sé lo que hago. – musitó mi suegro. Se sentía molesto por su propia debilidad, y también porque yo le hubiese… quizá “rechazado”, no fuese la palabra exacta, pero sí que me hubiese negado. Se encerró en el cuarto de baño y supongo que se alivió a solas.
Me sentía fatal. Sabía que le hacía daño no concediéndole lo que deseaba, y que a fin de cuentas, también quería yo, pero era preciso que al menos uno, fuese fuerte por los dos. No podíamos hacerle algo así a la memoria de Gerardo, bastante grave había sido solo una vez, pensaba mientras intentaba concentrarme en los libros de Derecho que Gualterio me había comprado el día anterior, para que fuese mirándolos, hasta que me matriculara como Dios manda… pero yo no podía dejar de pensar en lo sucedido en el sofá. Lo de dos noches atrás, y lo de esa misma mañana, su encantador modo de pedir, el modo en que se mezclaban en él la ingenuidad y la picardía, luchando contra el deseo y abriéndose la camisa al mismo tiempo… me estaba frotando contra la silla sin que fuese consciente de ello, y mi sexo pedía ser saciado. Quería hacerlo, pero… ¡pero no con la imagen de Gualterio grabada en mi mente!
Mi suegro estaba en el salón, mirando la tele, yo estaba en el piso de arriba, no se enteraría si yo… bueno, me tocaba un poco. La puerta de mi alcoba estaba entreabierta, le oiría si subía por cualquier razón, de modo que dirigí mi mano derecha a mis pechos, libres de todo sostén, tapados sólo con el jersey de punto, y los apreté. ¡Un gemido salió de mi garganta sin que pudiera contenerlo…! Respiré agitadamente y agucé el oído, por si Gualterio me había oído y se le ocurría subir, pero no oí nada, de modo que metí la mano bajo la áspera tela y me acaricié de nuevo.
Mis pezones estaban erectos como agujas, y cuando los apreté, una maravillosa sensación de gusto me llegó hasta la nuca, hasta la parte trasera de las orejas, y sentí mi sexo picar, con un picor ardiente… mis caderas daban respingos, ansiosas por tener algo en mi interior, y sin dejar de tocarme los pechos con la mano izquierda, bajé la derecha hacia el pantalón vaquero y lo abrí, bajándolo ligeramente, metiendo mi mano bajo él y las bragas. Tuve que morderme los labios para reprimir un suspiro de gusto al sentir la suavidad de mi fino vello púbico enredándose entre mis dedos… mi perlita palpitaba, pidiendo mimos, y sentía literalmente cómo un débil chorrillo de flujos cosquilleaba mi interior hasta salir y mojas mis bragas, empapándome los dedos… qué calor, qué delicioso calor…
Quería centrarme sólo en lo que sentía, en el dulce, dulcísimo placer que me daba cada suave caricia sobre mi pubis, sobre mis labios vaginales… si imaginaba algo, si mi mente se perdía en alguna ensoñación, Gualterio aparecería en ella, y eso me haría sentir mal… me haría sentir mal porque me haría sentir demasiado bien, de modo que me centré sólo en saborear las cosquillas. Casi sin querer, mi dedo índice se metió entre mis labios y acarició mi guisantito travieso, y un violento escalofrío de gusto recorrió todo mi cuerpo, mientras yo acallaba como podía los gemidos, ¡qué bueno…! El bienestar me recorría de pies a cabeza y mis ojos se ponían en blanco, mientras mi dedo, encontrado mi punto vulnerable, no podía ya cesar de tentarlo, y empezó a cosquillearlo en círculos, círculos de pecado, círculos de dulzura y placer que me volvían loca y me hacían sonreír, con la cara encarnada de gozo y de deseo… cerré los ojos y me dejé llevar por las sensaciones, degustando cada escalofrío, esforzándome sólo en sentir, sin imaginar ni pensar… mi mano izquierda me apretaba los pezones y se me escapaban risitas de gusto, mis caderas se movían solas, pidiéndome que me penetrara con la izquierda, que no me hiciera sufrir más… el sudor me corría por la sien… y sentí una boca cálida besar esa gota de sudor que escurría por mi cara.
-¡Gualterio! – me horroricé, el estómago me dio un vuelco, mi excitación se anuló de golpe y sentí ganas de llorar de vergüenza, pero él me miraba con cariño y deseo, siseando para acallarme. Quise saltar de la silla, huir… pero agarró mi mano derecha con la suya y me invitó a volver a moverla. Negué con la cabeza, pero su boca, muy cerca de mi cara, besó mi sien y me acarició el cuello y los hombros con la mano libre… Quería sentirme mal, sentirme culpable y mala… pero mi cuerpo deseaba obtener placer, y obtenerlo de él, mi mano no quería detenerse y se dejó llevar, empezó a acariciar de nuevo… haaaaaaaaah… el haber parado, sólo me producía un placer mayor ahora… Ya no acallé los gemidos, sino que empecé a soltarlos, muy bajito, en su pecho, casi en su vientre cuando Gualterio se incorporó.
Mi mano se deslizó de debajo de la suya, dejándole campo… ¡Oh, Dios….! Una sonrisa de vicio y placer se abrió en mi cara cuando sentí sus expertos dedos acariciar mi centro, hacer cosquillas, pasadas interminables por mis labios vaginales… y finalmente, su dedo corazón, caliente y empapado, penetró en mi vulva y tocó mi clítoris.
-¡Aaaaaaaaaaaaaahh…. Sí….! – susurré, agarrando los brazos de la silla, mientras él no dejaba de acariciar, en círculos y de arriba abajo. Tenía su entrepierna a la altura exacta, y vi el tremendo bulto que hacía ésta. Sin pensar, empecé a acariciarlo, mientras Gualterio gemía y se frotaba contra mi cara. Le abrí la bragueta, y retiré el slip… qué bonito, qué precioso era… Cuando lo hicimos, dos noches atrás, no había podido verlo, ahora sí… ¡qué tieso y orgulloso parecía! El de su hijo se había parecido mucho a él, pero el de Gualterio era mayor, o al menos, a mí me parecía mayor… lo acaricié, frotándolo entre mi mano y mi cara, y sintiendo que me derretía de gusto bajo sus sabias caricias, lo metí en mi boca.
Gualterio paró un segundo de acariciarme, y su mano izquierda me apretó la cabeza contra su miembro ansioso, con los gemidos quemándole el pecho. Mmmmmmmmmh…. Moví la cabeza de izquierda a derecha, saboreándole, y eso pareció gustarle más aún, sus piernas temblaron y lo abracé por la cintura y la entrepierna, acariciándole las nalgas, tirando de su pantalón para tocarle directamente la piel. Gualterio temblaba y gemía, y aceleró sus caricias sobre mi perlita, ansioso porque yo terminase, pero su excitación le venció… su miembro estaba casi por entero en mi boca, su tronco goteaba de mi saliva, resbalaba como mantequilla, mi nariz casi tocaba su vientre, los pelillos me hacían cosquillas… cada vez que lo metía en mi boca, mi compañero gemía como si se le fuese el alma, y aceleré… quería que gozase, lo quería de veras, quería dejarle a gusto,… hacerle feliz. Gualterio se agarró al respaldo y su mano derecha, en mi interior, se crispó, metiéndome su dedo de golpe, y respingué de gusto, agitándome y tiritando, ¡qué sensación! Gualterio intentó decir algo, se dobló de placer, y sus caderas retrocedieron de golpe, y un poderoso borbotón de esperma tórrido me bañó la cara hasta el cuello.
Mi compañero intentó retirarse, pero no se lo permití, le acaricié el miembro con las dos manos, besando el tronco, dándole lamidas interminables, mientras él gemía, satisfecho… y empezó a meter y sacar su dedo de mi interior. Quise decir que no, que por favor no siguiera… pero el placer fue superior a todas mis fuerzas, y empezó a crecer en mi interior de forma maravillosa, como si Gualterio me rascase ese horrible picor con una habilidad enloquecedora… olas de bienestar y satisfacción crecían en mi interior, y de pronto, una explosión de placer inmenso me hizo elevar las caderas en la silla y gritar de gusto, sintiendo el gozo expandirse por mi cuerpo en tiritonas, desde mis muslos que ardían, hasta la nuca, las puntas de los pies, y mis manos crispadas sobre los reposabrazos de la silla…
Mi vientre parecía relajado y pequeños gemidos se me escapaban de los labios, coordinados a los espasmos que daba mi sexo, contrayéndose en torno al dedo mágico de Gualterio. Algo suave recorría mi cara… era él. Por un lado, me daba besitos suaves, por otro, me limpiaba los restos de semen con su pañuelo.
-Esto no puede continuar así. – dije.
-Tienes razón, Consuelo, somos unos locos. – me contestó Gualterio. Estábamos en la cocina. Habíamos bajado para hablar de lo sucedido, teníamos que lograr contenernos, no éramos animales. – Y fue culpa mía, debí haber resistido, pero te olí, olí el aroma a sexo, y sabía que no debía subir, pero el olor me llamaba… me porté como un perro en celo, Consuelo, lo siento.
-No fue culpa tuya, Gualterio… - le dije, tomándole de la mano y sonriéndole. – Yo debí haber sido más discreta, no volverá a suceder. Si vuelvo a hacerlo, lo haré de noche, en mi cuarto, con la puerta cerrada, así no te tentaré. – Sabía que me sentiría mal, sabía que después me sentiría fatal, pero en ese momento, con el ardor calmado y después de un orgasmo tan dulce, estaba dispuesta a tomarme muy bien todo, a avenir con todo e incapaz de enfadarme por nada.
-De acuerdo. Y yo, cuando huela a sexo, no iré a husmear, sino que me meteré en mi baño, y me arreglaré.
Gualterio y yo aún estábamos cogidos de las manos. Mirándonos. Sus ojos… esos ojos pequeños y maliciosos, me miraban de nuevo a los labios y a los ojos, como esta mañana, pero había en ellos un punto de tristeza, que yo no podía soportar…
-A… a fin de cuentas, no ha sido tan grave… - intenté consolarle. – No hemos hecho el amor, sólo… nos hemos tocado, nada más. Esto ha sido como… como… - quise coger el tarro de mermelada de frambuesa de lo alto de la estantería mientras pensaba, pero estaba demasiado arriba, y no llegaba. Gualterio, mucho más alto, lo cogió sin esforzarse y me lo dio. Ahora estábamos muy cerca. Muy cerca. – como esto. Como si yo no llegase a un sitio, y tú me lo alcanzaras, nada más… ¿verdad que sí?
-¡Claro que sí…! – convino él – Ha sido como… si a mí me picara la espalda donde no me llego, y tú me hubieras rascado, ¿verdad que sí?
-Sí… ha sido justo eso: me picaba donde sólo tú podías rascarme, y eso has hecho… Y eso no es malo, Gualterio, ¿verdad que no?
-Claro que no…
-Claro que no… - ¿cómo habíamos llegado a esto? Estábamos poco menos que abrazados frente a la cocina, mirándonos a los ojos y jadeando, yo con las piernas temblándome, él con su hombría pidiendo sitio de nuevo en sus pantalones; yo acariciándole suavemente con la pierna doblada, él bajando la mano derecha peligrosamente hacia mis nalgas; yo con los pezones erectos bajo el jersey, rozándome contra su pecho, él inclinando la cara lentamente hacia la mía… - Gualterio… - susurré.
-¿Sí…? – jadeó, su boca a menos de un centímetro de la mía, entreabiertas ambas.
-O-otra vez… otra vez me pica…
-Lo suponía… a mí también… ¡Coge la mermelada! – me agarró entre sus brazos y casi nos tiramos en el sofá. No pensamos. No hablamos. No nos preguntamos nada, sólo… nos rascamos.
Esa noche, mi hija nos miraba muy sonriente. Últimamente, estaba volviendo a sonreír, y eso me encantaba y llenaba de tranquilidad, había estado tan triste tras la muerte de su padre, que temí que la afectara para siempre, pero mi pequeña Gloria me demostró que los niños son muy fuertes, mucho más de lo que imaginan los adultos. Mi hija quería a su padre con todo su corazón, pero estaba haciendo frente a lo sucedido con una entereza digna de admiración, y yo sabía que en parte, era gracias a Gualterio, su abuelo… Granpá, como ella lo llamaba. Gualterio y yo estábamos sentados juntos en el sofá, mirándola cenar, mientras él me había echado el brazo por los hombros, y yo me había dejado recostar sobre su pecho… Mmmmh… era tan cálido y acogedor… me encantaba cómo subía y bajaba por su respiración, y los latidos de su bondadoso y apasionado corazón, me producían cierto efecto adormecedor. Gloria nos miraba y sonreía con ternura.
-Mamá… ¡parecéis como novios! – sonrió. Ella lo había soltado con toda la inocencia de su corta edad, pero Gualterio y yo nos miramos con gesto casi de horror y él, con todo el disimulo que pudo, retiró su brazo de mis hombros, y yo, también sonriendo, me retiré de su pecho. No podíamos permitir que nuestra pequeña Gloria supiese que su madre y su abuelo… el padre de su padre…
-Tesoro, mamá y el abuelito se quieren y se llevan bien, pero… tú sabes que el novio de mamá, era papá, ¿verdad que lo sabes? – le dije, sonriendo. – Mamá y el abuelo, no son “como novios”… lo sabes, ¿verdad?
Gloria me miró. Miró a su abuelo. Me miró de nuevo. Y dijo:
-Vale. – Y siguió cenando, mirando la tele. Gualterio y yo casi suspiramos de alivio, íbamos a tener que ser muy cuidadosos… pero yo no podía dejar de pensar que mi hija, no dejaba de echarnos miradas de reojo y sonreír por un lado de la boca, y había tardado en contestar unos segundos sospechosamente largos…
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