Picadura de serpiente
Una nueva forma de seduccion
Picadura de serpiente
T. Novan
La guerrera sonrió, observando a su amiga mientras ésta se bañaba en el río cercano. Se cruzó de brazos, suspirando, y se apoyó en el árbol que tenía al lado. Pensó por un momento en lo bajo que había caído que tenía que espiar a Gabrielle cuando sabía que su amiga iba a estar desnuda.
—Penoso, Xena, simplemente penoso —se riñó a sí misma, aunque se trasladó a un punto desde donde podía ver mejor.
De su pecho escapó un grave gruñido, mientras contemplaba el sol y el agua que resbalaban por el cuerpo de la bardo. Se le cortó la respiración cuando la bardo se volvió ligeramente, ofreciendo a la mujer alta una vista perfecta del hermoso y joven cuerpo que tenía delante.
La guerrera sacudió la cabeza y decidió bajar al río en lugar de quedarse escondida en el bosque como un conejo asustado.
—Tú guárdate tus ideas y tus manos para ti misma y estarás bien. —Había descubierto que necesitaba recordárselo en voz alta, porque hacerlo en silencio había perdido toda su eficacia.
—¡Vaya, buenos días, Xena! —Gabrielle agitó la mano antes de sumergir de nuevo el cuerpo—. ¡Ven, el agua está genial!
—No, creo que me voy a quedar aquí sentada. —La guerrera se dejó caer al lado de la ropa de la bardo, pasando distraída los dedos por la tela—. Disfruta de tu baño.
—Ya, pero necesito que me laves la espalda. —Sonrió, haciéndole un gesto a la guerrera—. Venga.
—No, en serio.
—No me hagas suplicar, Xena.
—Oh, ya me gustaría a mí hacerte suplicar —murmuró Xena, desatándose las botas.
Cuando se estaba quitando las botas despacio, oyó gritar a la bardo. Levantó la mirada justo a tiempo de verla desaparecer debajo del agua. Antes de poder pensar cualquier otra cosa, estaba de pie y tirándose de cabeza al río. Palpando a su alrededor, agarró a Gabrielle y tiró de ella hasta la orilla, sin que la joven dejara de toser y escupir un solo instante.
—¡Gabrielle! ¿Estás bien? —Miró bien a su amiga al no recibir una respuesta inmediata—. ¿Estás herida?
—Mordisco —dijo la bardo atragantada, tocándose la pantorrilla.
Los ojos de Xena se posaron inmediatamente en la pierna en cuestión. Descubrió dos pequeñas punciones.
—Parece una picadura de serpiente, Gabrielle. Quédate quieta mientras yo me ocupo de ello.
—¿Una picadura de serpiente? Xena, ¿y si es venenosa?
—Tranquila, relájate. —La guerrera regresó donde había dejado las botas y sacó una pequeña daga. Regresó corriendo junto a la bardo y se dejó caer al lado de su pierna—. Voy a hacer un pequeño corte para poder limpiar la herida. No creo que la serpiente fuera venenosa, pero vamos a tratarlo como si lo fuera, ¿vale?
Gabrielle asintió, con un ligero castañeteo de dientes. No sabía si tenía frío o miedo. Tirada desnuda en la orilla con una picadura en la pantorrilla, las dos cosas eran una posibilidad. Se puso rígida al notar la daga de Xena en la piel, pero el corte fue rápido e indoloro. Luego pegó un ligero respingo al notar la boca de Xena en la pantorrilla.
—¿Qué haces? —balbuceó, mirando a la guerrera doblada encima de su pierna.
Xena siguió con la pantorrilla y luego se apartó, escupiendo hacia los juncos.
—Gabrielle, si la serpiente era venenosa, tenemos que sacar el veneno. —Volvió a inclinarse y repitió el proceso.
—Oh. —Se reclinó y dejó que Xena continuara. Sabía que debería estar muerta de miedo, pero la sensación de la boca de Xena en la pierna le producía escalofríos por la espalda. Eso le daba más miedo que la idea de haber sido picada por una serpiente venenosa.
—Vamos a volver al campamente para curarte esto y vendarte.
Gabrielle hizo amago de levantarse, pero recibió un leve empujón para que se volviera a echar.
—No, quédate quieta —ordenó Xena—. Voy a coger tus cosas y llevarte en brazos.
—Xena, no seas absurda —protestó Gabrielle—. Puedo perfectamente volver al campamento yo sola. —La guerrera echó tal mirada a la bardo que la rubia volvió a reclinarse en el suelo—. Vale, aquí me quedo.
—Bien pensado —murmuró Xena, que volvió a la orilla para recoger las botas y la ropa de la bardo. Regresó, le pasó el fardo a Gabrielle y luego levantó a la mujer menuda en brazos.
Si Gabrielle no hubiera estado medio muerta de miedo, para ella esto habría sido casi un sueño hecho realidad. Muchas noches las pasaba soñando que estaba en los fuertes brazos que ahora la sujetaban. Por no hablar de las fantasías que había tenido mientras seguía a Xena y Argo por el camino.
—¿Te duele la pierna, Gabrielle?
—¿Eh? —La bardo, muy distraída, levantó la mirada y se encontró con una cara muy preocupada.
—¿Te duele la pierna?
—Ah, sí. —Gabrielle hizo una pausa, dándose cuenta de la gran oportunidad que tenía. La compasión guerrera era difícil de encontrar. Valía su peso en dinares—. La verdad es que sí. Me duele mucho.
—Bueno, tú relájate. Te prometo que me ocuparé bien de ti, bardo mía.
Esas palabras hicieron gemir un poco a Gabrielle.
—¿Tanto te duele? —Xena depositó con cuidado a la bardo en el petate más cercano a las brasas de la hoguera de esa mañana.
—Está muy irritado y tengo la pierna un poco dormida. —Esperó que esta pequeña mentirijilla no se volviera contra ella más adelante, pero le pareció que era lo que debía decir en ese momento.
Xena tapó a Gabrielle con una manta ligera, volvió a encender el fuego para hervir agua y luego se puso a hurgar en sus alforjas.
—¿Xena?
—¿Mmm? —La guerrera no apartó la mirada de su búsqueda dentro de la alforja.
—¿Qué puedo esperar si la serpiente era venenosa? ¿Me voy a morir? —La bardo decidió preguntar, porque si iba a morir, iba a tener que jugársela con Xena y quería hacerlo antes de ponerse demasiado enferma.
—Bueno, Gabrielle, no creo que corras el menor peligro de morir, pero puede que no te encuentres bien durante un par de días. —La mujer alta volvió con su amiga y se puso a preparar una cataplasma para la herida—. Pero como ya te he dicho, relájate. Me ocuparé muy bien de ti. Te lo prometo.
—Confío en ti, Xena.
—Me alegro de oírlo. —La guerrera sonrió un poco.
Una vez aplicado el vendaje y cuando Xena estuvo satisfecha de que había hecho todo lo que podía por la herida de la bardo, se puso a preparar un remedio para cualquier efecto secundario que pudiera sufrir la bardo si tenía veneno en el organismo.
—Uuuuh, eso huele fatal. —La rubia arrugó la nariz, medio tapándose la cara con la manta.
Xena la miró y se echó a reír ligeramente al ver la expresión traviesa de los ojos de la bardo.
—Sabe aún peor, pero si te pones mala, luego me lo agradecerás.
—¿Me lo tengo que beber ahora?
—No, ahora no. Sólo si te empiezas a encontrar mal, tienes fiebre o algo así. —Dejó la taza a un lado y se acercó a la bardo—. Hablando del tema. —Puso la mano en la frente de Gabrielle—. No, ahora mismo estás bastante fresca.
Depende de cómo lo mires , pensó la bardo al notar la mano cálida de Xena en la cabeza que le provocaba unos escalofríos por la espalda que tuvo forzar hasta abajo sacudiendo ligeramente los hombros.
—Ohhhh... —gimió, luego tomó aliento con fuerza y abrió los ojos. Esa sacudida en la espalda había decidido viajar aún más abajo y asentarse con firmeza entre sus piernas—. Por los dioses —susurró.
—Gabrielle, ¿estás bien?
—Oh, sí, estoy bien —fue la ronca respuesta de una bardo cada vez más cachonda que no se había molestado en abrir los ojos ni en abandonar la fantasía que ahora estaba teniendo lugar detrás de sus párpados.
Xena se sentó sobre los talones y ladeó un poco la cabeza, observando a Gabrielle. Si había un buen momento para practicar lo de ser una guerrera silenciosa, era éste. Observó mientras la bardo empezaba a recorrerse el cuerpo con las manos debajo de la manta. Nunca en su vida Xena había deseado tanto ser una manta como en este preciso momento. Estuvo a punto de caerse cuando la manta se deslizó un poco y vio unos pezones muy rosas y prietos. Tuvo que morderse el labio para evitar gruñir.
Entonces el rubor empezó a subir por la carne de la bardo y Xena notó que la suya se cubría de sudor. Vio que la mano de Gabrielle bajaba despacio, sin dejar lugar a dudas de dónde se dirigía. Tuvo que concentrarse en seguir respirando profunda y regularmente para no distraer a la rubia. No tenía la menor intención de que esto terminara pronto.
Sin embargo, no consiguió seguir sentada sobre sus talones cuando la lengua de Gabrielle apareció despacio y lamió primero el labio superior y luego el inferior, dejando un rastro reluciente antes de volver a su hogar.
El ruido del ligero golpe hizo que Gabrielle recuperara los sentidos. De repente, se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer. Despacio, volvió la cabeza y abrió un ojo y se encontró a Xena mirándola fijamente.
—Yo... yo... —empezó, intentando dar con una explicación.
—Desde luego tenías toda mi atención. —Xena decidió que no tenía sentido intentar mentir al respecto—. Pero claro —hizo una pausa, acercándose más a la bardo—, generalmente la tienes.
—¿En serio? —graznó Gabrielle, aferrando la manta algo más fuerte y con el corazón más acelerado.
—Oh, sí —asintió Xena, sin dejar de acercarse a Gabrielle—. Incluso en una sala llena o en un gran mercado, siempre sé dónde estás.
—¿Lo... lo sabes?
La guerrera se echó al lado de la bardo, apoyando la cabeza en la palma de la mano y mirando a la rubia. Su mano libre se posó encima de la manta, frotando suavemente de un lado a otro.
—Sí, te siento. Siento tu presencia. Sé cuándo estás lejos y sé cuándo estás... —Hizo una pausa, enarcando una ceja—. Cerca.
—Anngg... —Gabrielle sintió que se le tensaban los músculos del estómago—. No tienes ni idea del gusto que me da oír eso. Me gusta estar cerca de ti.
—¿Cómo de cerca te gustaría estar, bardo mía?
—¿Eh? —Carraspeó entonces, tratando de obligar a su cerebro a seguir una conversación razonable—. ¿Qué quieres decir?
—Bueno, tengo la sensación de que cuando estabas aquí tumbada hace un momento, estabas pensando en alguien que sientes "cerca".
Gabrielle asintió, incapaz ahora de pronunciar palabra. Vio que los ojos de Xena cambiaban de color, poniéndose de un azul profundo. Nunca había pensado que pudiera pasarle eso cuando estaba excitada.
La guerrera se inclinó, susurrando sus siguientes palabras directamente al oído de Gabrielle.
—Muy cerca.
—Am-ahh, tú. —Fue una confesión sin aliento, pero tenía que hacerla.
—Por alguna razón —siguió pegada a esa oreja, dándole un mordisquito—, eso me había imaginado.
—¿No estás enfadada? —La rubia sintió que movía su propia cabeza para hacer más sitio a la guerrera.
—¿Y por qué iba a estar enfadada? —Xena aceptó el ofrecimiento y mordisqueó un poco de cuello—. No hay motivo para enfadarse porque una joven preciosa me encuentra atractiva.
—Justo —asintió Gabrielle—. Tú eres preciosa. No puedo apartar los ojos de ti. Ni la mente.
—¿Piensas mucho en esto? —Xena dio un suave beso en un punto muy sensible detrás de la oreja de la rubia.
—Todo el tiempo.
—Eso tiene que... —Dejó que la punta de su lengua trazara una línea de la oreja a la parte inferior del cuello que estaba explorando—. Distraerte mucho.
La bardo jadeó.
—Sí. Mucho. —Volvió a carraspear.
—Pues me parece que necesitas experimentarlo. Puede que así no te distraigas tanto, si sabes cómo es.
—Buena teoría —asintió la bardo.
—Así que —Xena se echó hacia atrás, sonriendo un poco—, digamos, por decir algo, que yo pensara que deberías guardar el calor a causa de la picadura de serpiente y que la mejor manera de hacerlo sería meterme bajo las mantas contigo. ¿No te opondrías?
—No, si tú pensaras que era lo mejor. No querría coger frío y tener fiebre o algo así.
—No. —Xena meneó la cabeza, se incorporó y empezó a quitarse la ropa—. Eso no sería nada bueno.
—¡Oh, dioses! —gimió Gabrielle en el momento en que el calor corporal de Xena se unió al suyo. Xena fue a apartarse, pero una mano en el brazo la detuvo—. No, quédate. Por favor. Quédate. —La bardo se acercó más—. Me moriré si te vas ahora.
—Oh, dudo mucho de que te murieras. —La guerrera sonrió con cierta sorna.
La bardo le cogió la mano a Xena y se la puso entre los pechos para que la guerrera notara la fuerza con que le latía el corazón.
—Créeme, me estallaría.
—Eso sería bastante inconveniente. No querríamos que sucediera una cosa así, ¿verdad?
—No entraría en mi lista de cosas que más me gustaría experimentar.
Xena dejó la mano en el estómago de la bardo, sintiendo el calor entre sus cuerpos.
—¿Cuál sería la primera de tu lista?
—¿Necesitas preguntarlo? —Las cejas se perdieron bajo el flequillo rubio—. A estas alturas, ¿necesitas preguntarlo?
—Sólo me aseguro de que no has cambiado de idea.
—Jamás en la vida. Ni en cualquier otra, si vamos a eso.
—¿Crees que vamos a estar juntas más de una? —Xena se acercó y sus labios le mordisquearon suavemente la barbilla, la mejilla y el lóbulo.
—Lo creo.
—Eso me gustaría. Me gustaría pasar todas mis vidas contigo, Gabrielle.
La bardo se arriesgó y puso una mano en la cadera de Xena, frotando suavemente.
—¿En serio? Creía que te molestaba.
—No, en absoluto. Ahora sin ti estaría perdida. —Por fin, sus labios se posaron sobre los de Gabrielle. El beso fue cálido, suave y demasiado corto para gusto de Gabrielle, pero guardó silencio—. Y si seguimos adelante con esto, tengo intención de conservarte a mi lado mucho tiempo.
—No tengo pensado irme a ninguna parte. —Para demostrarlo, se pegó más a la guerrera.
—Pues yo sí —dijo Xena, con una risita burlona.
—¿Dónde? ¿Dónde vas?
—Abajo. —Xena empezó con ligeros besos en los labios de Gabrielle y luego fue bajando despacio. Era insoportablemente lento, en opinión calenturienta de la bardo.
—¿Xena?
—¿Mmm?
—Mmm, de verdad que no tienes que... —Cuando unos labios suaves encontraron un pezón endurecido, empezó a mover la cabeza, asintiendo con fervor—. Oh, sí, qué gusto.
—Mmm. —La guerrera mostró su acuerdo con un gruñido, moviéndose despacio, colocando su cuerpo sobre el de Gabrielle, y empezó a mecerse ligera y rítmicamente, dejando simplemente que sus cuerpos se conocieran. Gimió un poco, al sentir que las manos de la bardo subían y bajaban por su espalda—. Qué bien.
Xena se había preguntado cómo reaccionaría Gabrielle ante este momento. Se preguntaba si sería una tímida amante primeriza o si actuaría y reaccionaría con lo que sintiera su cuerpo. Se alegró de descubrir que reaccionaba de lo lindo. Reaccionaba con cierta agresividad propia, de hecho, según advirtió la guerrera cuando notó que una pierna le rodeaba el muslo y tiraba de su cuerpo.
—Oh, dioses —gimió Xena, notando el calor pegajoso que le acarició el estómago cuando se situó delicadamente entre las piernas de la bardo.
—Qué gusto —gimió Gabrielle, entrelazando los dedos con el pelo de Xena y arqueándose para pegarse al firme cuerpo que tenía encima—. Maravilloso, simplemente maravilloso.
—Menos charla —gruñó Xena, capturando los labios de Gabrielle en un largo y profundo beso.
Sus cuerpos se hicieron uno, en armonía el uno con el otro. Sus manos vagaban, tocaban y acariciaban la carne enfebrecida. No había líder, ni conquistadora, sólo había las amantes. Las dos que se deseaban y se necesitaban. Nadie dirigía y nadie seguía, iban juntas. Exploraban, experimentaban y jugaban.
Los besos se tornaban en chupeteos. Los chupeteos se tornaban en delicados mordiscos. Gemidos de una, pasiones ardientes en la otra. Los cuerpos se movían, mientras las manos pasaban ligeras de un punto a otro, cubriendo, descubriendo, trazando y aprendiendo.
La excitación fue en aumento entre ellas, mientras se deslizaban juntas, cada una obligando a la otra a pegarse más y más hasta que no hubo vuelta atrás y cada una llevó a la otra al extremo del placer. En el calor de esta primera vez, las dos se dieron cuenta de que formaban la unión perfecta. Las dos eran capaces de dar y tomar, de ofrecer y recibir. La unión era perfecta en armonía y tonalidad. Los sonidos eróticos se hicieron uno, los cuerpos se hicieron uno, las dos almas se fundieron y se hicieron... una.
Xena fue la primera en recuperar los sentidos. Se puso de lado despacio, secándose la frente con la palma de la mano, resoplando un par de veces para intentar calmar su corazón galopante.
—Intenso —susurró al oído de la bardo.
Gabrielle sólo pudo asentir: estaba muy ocupada tratando de recuperar el control de sus músculos.
—Mucho —logró decir poco después.
Xena le puso la mano en la frente a Gabrielle cuando ésta se acurrucó a su lado.
—No, no tienes fiebre. De hecho, estás un poco fría y húmeda.
La bardo se rió por lo bajo, pegándose al cuerpo que tenía al lado.
—¿Por qué será?
—Podría ser de tanto sudar —sugirió Xena, pasando la mano por el cuello de la bardo hasta sus hombros, quitando más sudor.
—Mmm, podría ser. —Gabrielle besó el hombro sobre el que ahora descansaba su cabeza—. ¿Xena?
—¿Sí? —Se puso boca arriba, tirando de la bardo, abrazándola y acariciándole un hombro con la punta de los dedos.
—¿Crees que me voy a poner mala por la picadura de serpiente?
Xena soltó un resoplido y volvió la cabeza para mirar a la bardo.
—No, no lo creo.
—Bien, me alegro.
La guerrera se dio cuenta de que había llegado el momento de confesar.
—Estooo, Gabrielle, no te vas a poner mala porque no te ha picado una serpiente. Yo creo que te pinchaste con una rama.
—¿Cómo lo sabes? —La rubia levantó la cabeza, mirando a la guerrera.
—No hay serpientes en esta región. —Xena sonrió y luego se mordió el labio por dentro, esperando que Gabrielle no se enfadara demasiado.
—Me has engañado. —El tono era ligeramente acusatorio.
—Yo... yo... es que... —balbuceó Xena.
—Me has hecho creer que me iba a morir.
—No, te dije muy concretamente que no te ibas a morir —se defendió.
Gabrielle no supo qué responder a eso. Fue a decir algo varias veces, pero no encontró las palabras. Por fin volvió a apoyar la cabeza en el hombro que tenía debajo. Tamborileó con los dedos en el estómago de Xena y por fin se puso a acariciar la carne que tenía bajo la mano.
—Y me prometiste que te ocuparías de mí.
—Sí, así es.
—Y vaya si te has ocupado de mí. Así que supongo que en términos globales, has hecho exactamente lo que dijiste que harías.
—Sí. —Xena abrazó a la rubia—. Y volveré a hacerlo si es necesario.
—¿Volverás a hacerlo si quiero que lo hagas? —La bardo dio un mordisquito a la guerrera en el cuello.
—Oh, sí, sólo tienes que pedirlo.
—¿Xena?
—¿Sí? —Una ceja oscura se enarcó con emoción.
—Lo pido.
FIN