Picadillo viii
Sidney y alex encuentran la forma de volver a hablar sobre sus sentimientos. que pasara con ellas?
Picadillo
Planet-solin
Sydney colgó el teléfono y no pudo controlar la oleada de decepción que la embargó.
Se había pasado todo el día encerrada en el apartamento, haciendo sus tareas sin ganas y sintiéndose cada vez más inquieta a medida que avanzaba el día. Había visto cómo pasaban los minutos, esperando a que llegara una hora en que le pareció que la otra mujer podría estar en casa.
Me pregunto dónde está , pensó con impaciencia. Ya era la hora de cenar y estaba segura de que la mujer ya tendría que estar en casa. Pero a lo mejor había surgido algo. Tiene su propia vida, en la que tú no estás incluida , se regañó a sí misma, tratando de encontrarle una explicación.
—Pero qué estupidez —soltó en voz alta—. Ya no soy una colegiala que se tiene que quedar sentada al lado del teléfono esperando a que suene.
Dicho esto, se puso unos pantalones informales y una camisa cómoda y cogió las llaves del coche. Había trabajo en la comisaría que requería su atención. Al menos podría hacer algo más útil allí que en casa, donde sus pensamientos se centraban en torno a una mujer alta y morena.
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Alex se despertó al día siguiente sintiéndose cansada e intranquila. Se puso uno de sus mejores trajes negros, pues sabía que la conferencia de prensa estaba prevista a media mañana y que tenía un desayuno de trabajo con el alcalde y el jefe de policía antes de la conferencia. Era una reunión que no le apetecía nada. Desde luego, no era la forma en que deseaba empezar una nueva semana.
Suspiró y entró en el salón, echando una mirada al teléfono situado junto al sofá. La luz del contestador soltaba destellos rojos y dudó un momento antes de apretar el botón para oír los mensajes. Como sospechaba, era Sydney.
—Hola, sólo llamaba para saludarte —la voz sonaba tímida e insegura—. Supongo que aún no has llegado. Espero que hayas tenido un buen día. Llámame cuando llegues.
Hubo una ligera pausa y luego silencio al colgar el teléfono. Le entró una abrumadora sensación de tristeza y cerró los ojos para evitar que se le saltaran las lágrimas. Respiró hondo y luego cogió las llaves y salió del piso.
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Sydney llegó tarde al trabajo ese lunes, sintiéndose mejor de lo que se había sentido en su vida, a pesar de no haber podido dar con Alex la noche anterior. Había sido un fin de semana maravilloso y hoy su declaración había contribuido a condenar a un conocido criminal.
Advirtió algo distinto nada más entrar en la comisaría esa tarde. Había una tensión palpable en el aire. Como siempre, lo primero que hizo al llegar a la sala de detectives fue mirar hacia el despacho de la teniente, pero estaba vacío. Parecía necesitar ver a la mujer para empezar la jornada. Se quitó la cazadora y se sentó ante su mesa.
—¿Dónde está Marshall? —le preguntó a Norm, incapaz de aguantarse la curiosidad y bastante preocupada por que la ausencia de la teniente tuviera algo que ver con el hecho de no haber podido ponerse en contacto con ella la noche anterior.
—Una reunión con los jefes, creo —dijo el veterano detective, encogiéndose de hombros.
—¿Por qué está todo el mundo tan serio? —fue la siguiente pregunta y el hombre se echó hacia atrás en la silla y la miró atentamente. Por algún motivo, pensaba que ella lo habría sabido antes que nadie.
—¿No te has enterado de la noticia?
—¿Qué noticia? —preguntó, mirando al hombre. Inexplicablemente, sintió una descarga de terror—. Llevo todo el día en los tribunales. Se iba a leer el veredicto sobre el caso de Reid Jones.
—¿Cómo ha ido?
—Lo han condenado por asesinato en segundo grado —dijo ella—. ¿Qué noticia me he perdido?
—El capitán Carner se ha ido. Lo han trasladado a la División de Northside junto con el teniente Messington. El teniente Gill ha solicitado la jubilación anticipada.
—¿Y qué ha sido de Marshall?
La pregunta pilló por sorpresa al detective de más edad. Había dado por supuesto que ella lo sabría, porque se había dado cuenta de lo que estaba pasando. No le importaba en absoluto que las dos mujeres estuvieran juntas, pero a lo mejor no había interpretado la situación correctamente, aunque habría apostado a que no se había equivocado.
—Es la nueva capitana —contestó Norm, observando la reacción de la mujer—. Han traído al teniente Scarferelli de Antivicio para que cubra el turno de tarde y el teniente Howe de la División de Northside se va a ocupar de las noches. La capitana se va a encargar del turno de mañana. A mí me parece un buen cambio para la Unidad.
Pero no para mí , pensó Sydney consternada y luego se preguntó por qué Alex no le había comentado nada. No podía, claro , pensó, pero en todo aquello había algo que hacía que se sintiera horriblemente intranquila.
No hizo más preguntas y Norm no le ofreció más información. Intentó concentrarse en sus casos, pero su mente y sus ojos no paraban de volver al despacho de la teniente, mientras reflexionaba sobre las consecuencias de esta nueva situación.
Esto no afectará a nuestra nueva relación, ¿verdad? se preguntó y entonces se dio cuenta con una claridad fatídica de que sí que iba a afectar. Una consecuencia sería sin duda que vería a Alex aún menos que ahora. Malhumorada, se preguntó si su recién inaugurada relación podría sobrevivir o si Alex querría siquiera continuar con su amistad.
Eran dos personas muy distintas, pero habían descubierto intereses en común y las pocas veces que habían salido juntas habían demostrado que eran más que compatibles. Ninguna podía negar el hecho de que se sentía atraída por la otra. Pero se preguntó si todo eso sería suficiente.
Suspiró y el buen humor que había tenido antes desapareció bajo una nube de desesperación. Por primera vez en su vida había estado dispuesta... no, ansiosa... de entregarse por completo a otra persona. Maldijo esa fatídica llamada telefónica que las había interrumpido esa mañana, sabiendo por instinto que si hubieran hecho el amor, la situación habría sido totalmente distinta. Decidida a no ceder a la depresión que amenazaba con apoderarse de ella, prestó toda su atención a su trabajo.
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Alex estuvo toda la tarde metida en reuniones y no pudo evitar desear que llegara el día en que todo el alboroto se calmara para poder continuar dedicándose a la lucha contra el crimen. En más de una ocasión, sus pensamientos se centraron en Sydney. La rubia detective ya se habría enterado de la noticia y se preguntaba qué pensaría la mujer. Se alegraría por ella, por supuesto, pero no sabía qué más podría pensar la mujer más menuda.
Ya estaba anocheciendo cuando por fin terminó con los jefazos. Regresó a su despacho de la sala de detectives. Le habían ofrecido la posibilidad de trasladarse al despacho del anterior capitán en la sala del Primer Grupo, pero había decidido quedarse con el despacho que ya tenía. Se había acostumbrado a ese espacio y sólo tenía que levantar la mirada para ver la cabeza rubia de Sydney. La joven detective estaba en su mesa cuando entró y levantó la mirada, echándole una sonrisa vacilante.
—¿Puedo verla en mi despacho? —dijo Alex, en un tono tan formal que hasta ella misma se encogió por dentro. La rubia detective se levantó y siguió a la teniente, irguiendo los hombros y preparándose para lo que sabía que iba a ocurrir.
—Felicidades —intervino Sydney primero, con la esperanza de retrasar la mala noticia. Siguió de pie, aunque la otra mujer se sentó detrás de su mesa.
—Gracias —asintió Alex, incapaz de mirar a la mujer mientras intentaba dar forma a sus palabras dentro de su cabeza. Subconscientemente sabía que le costaba tanto porque no quería decir nada—. Sydney, creo que deberíamos enfriar las cosas entre nosotras.
Al oír de repente las palabras dichas en voz alta, se dio cuenta de lo mal que sonaban. Alex sintió una oleada de pánico por todo el cuerpo. Levantó la mirada y por un instante vio la expresión de dolor indescriptible antes de que los ojos verdes, normalmente tan expresivos, se quedaran impasibles.
—Es sólo que... —quiso explicar la morena, pero se vio interrumpida por el tono brusco de la otra mujer.
—No tienes que decir nada —dijo Sydney, que por fin consiguió controlar el dolor increíble que amenazaba con abrumarle los sentidos. Tomó una profunda bocanada de aire y se dio cuenta de que le dolía hasta respirar—. Comprendo que con tu nuevo cargo no podremos seguir viéndonos.
—No es mi carrera lo que me preocupa... —intentó explicar Alex una vez más, pero sus palabras fueron ignoradas por la otra mujer, que la interrumpió con impaciencia.
—Claro que lo es. Qué demonios, podrías perder tu trabajo si supieran que te relacionas con alguien como yo y comprendo lo importante que es tu carrera para ti, así que no hace falta decir nada más.
Dicho esto, se dio la vuelta y salió del despacho sin detenerse siquiera para coger su cazadora antes de salir a largas zancadas de la sala de detectives. Alex se quedó mirando a la mujer, con el corazón hecho pedazos. Había creído que podrían terminar sin que nadie resultara herido, pero ya era demasiado tarde.
Oh, Dios, ¿qué he hecho? se preguntó la mujer alta. Lo has tirado por la borda , fue la respuesta silenciosa. Pero tenía que hacerlo , razonó con inteligencia. ¿En serio? fue la respuesta y, hundiendo la cabeza entre las manos, intentó dilucidar si eso era cierto.
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Las siguientes semanas fueron una tortura y el único alivio que sentían las dos mujeres era que no se veían muy a menudo. Para intentar aliviar el dolor, Alex se metió de lleno en su nuevo trabajo, emprendiendo la enorme tarea de remodelar la Unidad para que funcionara con mayor eficacia. Tras pensárselo cuidadosamente, volvió a escribir varias de las normativas ya existentes de la Unidad e hizo circular memorandos con las nuevas directrices que quería que siguiera el departamento.
Mientras, Sydney se sumergió por completo en sus casos, dedicando largas horas a resolver los asesinatos que le llegaban. Su tasa de solución de casos, así como la de los demás detectives, empezó a subir y la moral de la Unidad parecía ir en aumento. Se realizaron cambios en la forma de dirigir la Unidad y con ellos se produjo un cambio de talante y el comienzo de la cooperación. Cualquiera que se opusiera a los cambios se veía rápidamente trasladado.
—¿Va a venir tu amiga esta tarde? —preguntó Skinny cuando se presentó ese jueves por la tarde en St. Mary's para su habitual partido de baloncesto.
—No —Sydney hizo un gesto negativo, aunque tenía la leve esperanza de que por algún milagro Alex apareciera. Pero al mismo tiempo se dio cuenta de que la otra mujer no le haría eso. Si acaso, Alex evitaría a propósito aparecer en algún sitio donde se pudieran encontrar.
—Pues qué pena —comentó el hombre, notando algo en el tono solemne de su pequeña amiga.
—Sí —asintió la rubia y luego le quitó el balón de las manos, dispuesta a no dejar que los pensamientos sobre la otra mujer le echaran a perder la tarde—. Vamos a jugar.
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Alex se planteó por un instante ir a St. Mary's esa tarde, pero luego se dio cuenta de que eso no sería justo para la otra mujer. ése era el territorio de Sydney y sería una falta de consideración por su parte invadir su espacio personal. Era extraño lo mucho que echaba de menos a la otra mujer, aunque hiciera tan poco que se conocían.
Suspiró y pasó una página del documento que estaba leyendo, echando un vistazo rápido al reloj que tenía en la mesa. Ya eran las ocho de la tarde, pero no tenía el menor deseo de volver a un piso vacío. No quería estar sola, de modo que abrió otro archivo y siguió trabajando.
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—Vale, escuchen todos —ladró el teniente Scarferelli en voz alta, intentando captar la atención de los detectives que se habían congregado en la sala de reuniones justo antes del inicio del turno de noche. Esperó a que se hiciera el silencio antes de continuar—. Tenemos unas cuantas normas nuevas que entrarán en vigor a partir de este instante.
Sus palabras suscitaron una serie de gruñidos por parte de los detectives reunidos y Sydney miró a sus compañeros con curiosidad, preguntándose por qué protestaban por algo que aún no conocían. Cogió la hoja de papel que el teniente estaba repartiendo por la sala.
—Bueno, quiero que se lean esto con mucha atención —dijo el teniente una vez situado de nuevo en la parte delantera de la sala—. La capitana se toma muy en serio estas normas y quiere que se cumplan. A cualquiera que no las cumpla se le aplicarán automáticamente medidas disciplinarias.
Sydney miró el papel, leyendo con curiosidad las nuevas normas, una de las cuales era una orden para que todos los agentes llevaran chaleco antibalas cuando salieran a hacer un arresto. Había otras normas que describían nuevas técnicas de interrogatorio y otras directrices para la presentación de informes. En conjunto, las normas parecían positivas, pero ella sabía que la preocupación principal de Alex era el departamento. Al contrario que otros, la nueva capitana no tenía más planes personales que la mejora del rendimiento general de los que estaban a su mando.
—Está bien, ahora que ya nos hemos ocupado de esto, necesito voluntarios para las fiestas —el anuncio del teniente Scarferelli fue recibido con un concierto colectivo de quejas. Sydney miró a su alrededor y vio que casi todo el mundo estaba mirando al suelo.
—Yo me ofrezco —dijo, levantando la mano. No tenía ningún sitio donde ir y la mayoría de sus colegas tenían familia con la que deseaban pasar las fiestas.
—Bien —el hombre sonrió, agradeciendo su apoyo—. Muy bien, necesito por lo menos uno más.
Al final, Sydney aceptó hacer turnos dobles durante todas las fiestas. No buscaba hacer horas extra, pero no tenía ganas de quedarse en casa sola en esas fechas. Incluso ocuparse de casos de asesinato le resultaba más atractivo. Además, en realidad hacía tanto tiempo que no celebraba la Navidad que prácticamente se le había olvidado lo que era.
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Alex estaba en su despacho mirando por la ventana, contemplando cómo caía la lluvia. A pesar de los progresos que había hecho el departamento en las últimas semanas, le daba la impresión de que le faltaba algo importantísimo. Sabía lo que era, pero no podía reconocer la verdad. Unos golpecitos en su puerta la sacaron de su ensimismamiento.
—Ya he terminado la organización de las fiestas —dijo Lou Scarferelli al entrar. Le entregó los papeles y ella se apresuró a mirar los nombres.
—¿Por qué Davis va a hacer todos esos turnos dobles? —preguntó ceñuda.
—Se ha ofrecido. Dice que no le vienen mal las horas extra y no tiene familia, así que le parece bien que los otros tengan unos días libres —dijo el hombre y Alex se sintió como si una mano gigante le hubiera penetrado el pecho y le hubiera estrujado el corazón.
—Gracias —dijo, despidiéndolo bruscamente, y no esperó a que el hombre se marchara para acceder a los historiales del personal del departamento. Introdujo el nombre de Sydney y la información que necesitaba y a los pocos segundos todos los datos que quería aparecieron en pantalla.
Según los registros de nóminas, Sydney había trabajado todos los días de Navidad y Año Nuevo desde que había entrado en la policía nueve años antes. Al enterarse de esto, los ojos de la capitana se llenaron de lágrimas, pues cayó en la cuenta de que la chica seguramente no tenía ningún sitio donde ir.
Se sentía absolutamente desolada. Nunca había creído que una sola persona pudiera tener tanta influencia en la vida de otra, pero ella era la prueba viviente de eso. Resultaba irónico que sus emociones, en otro tiempo tan precisas y controladas, dependieran ahora de una sola persona. Esto debe de ser lo que se siente al estar enamorada , reconoció derrotada. Su tristeza se duplicó cuando recibió una llamada de recepción que le comunicaba que su madre había venido a verla.
Alex salió a la sala de detectives, mirando un instante a Sydney, que estaba sentada a su mesa hablando por teléfono, y luego pasó la mirada a la elegante señora de pelo canoso que estaba sentada remilgadamente en un banco de madera junto a la puerta. En sus manos enguantadas sujetaba el asa de su bolso, que tenía colocado en el regazo. Como todos los días, la mujer de más edad iba elegantemente vestida con un traje de mezcla de lana verde y un largo abrigo de cuero negro.
—Mamá, ¿qué haces aquí? —preguntó, abrazando un momento a la mujer.
—Nunca he visto dónde trabajas —dijo la mujer de más edad, mientras sus ojos grises observaban la sala. Por un instante se posaron en una mujer menuda y rubia que estaba mirando a su hija con una expresión muy rara. Volvió a prestar atención a su alto retoño—. Hace tiempo que no te vemos y como últimamente no has venido a almorzar, se me ha ocurrido venir a verte.
—Mamá, he estado ocupada —empezó a protestar Alex, pero la mujer de más edad alzó la mano para hacer callar a su hija. No estaba dispuesta a oír más excusas.
—¿Demasiado ocupada para ver a tu familia?
La mujer más alta se quedó callada, sin querer responder a esa pregunta intencionada. Marie vio algo en los ojos azules de su hija antes de que los cubriera una máscara que le impidió cualquier posibilidad de ver lo que estaba pensando la joven.
—Tenemos que hablar —decidió Marie con tono firme que indicaba que no iba a haber más discusión—. Ve a coger tu abrigo.
Alex sabía que era inútil discutir, de modo que hizo lo que se le ordenaba, murmurando por lo bajo mientras regresaba a su despacho para recoger su chaqueta, casi temerosa de lo que podría decirle su madre. La mujer de más edad rara vez intervenía en la vida de sus hijos y cuando lo hacía era porque pensaba que ese hijo en cuestión tenía problemas. Ahora deseó haber acudido a los almuerzos en lugar de buscarse excusas.
Marie contempló pensativa la sosa sala, preguntándose qué veía su hija en este sitio. Sus ojos volvieron a posarse brevemente en la esbelta rubia y esta vez la chica la estaba mirando con interés, pero cuando sus ojos se encontraron, la joven se apresuró a apartar la mirada.
La mujer de más edad frunció los labios y miró a su hija, que ahora salía de su despacho. Como antes, los penetrantes ojos azules se posaron un instante en la rubia con una expresión en sus profundidades que la pilló totalmente por sorpresa. Pensó en lo que le había contado Andrew.
—Bueno, ¿qué es tan importante que has tenido que sacarme a rastras del trabajo? —preguntó Alex en cuanto estuvieron sentadas en el pintoresco restaurante italiano donde había cenado con Sydney varios meses antes.
—Tú —dijo Marie escuetamente, apartando la mirada de la carta para mirar fijamente a su hija—. ¿Qué te pasa?
—¿Qué quieres decir?
—Llevas semanas como alma en pena y no lo niegues —la mujer hizo una pausa para clavar una mirada intensa en su hija—. ¿Quién es él?
—Ella, madre —Alex soltó un suspiro exasperado—. ¡Ella!
—Vale, ya lo sé, era sólo por probar —dijo su madre riendo—. ¿Quién es ella?
—¿Por qué piensas que esto tiene que ver con alguien? —preguntó irritada la mujer más joven.
—No me tomes por tonta, querida. He visto a tus tres hermanos pasar por lo mismo —dijo la mujer de más edad con aire divertido.
—No hay nadie, mamá —Alex suspiró apesadumbrada.
—No es eso lo que me dijiste hace unas semanas —dijo Marie, que vio cómo su hija cerraba los ojos. Alex deseó haberse callado la boca—. ¿Qué ocurre?
—No ocurre nada, simplemente no ha salido bien.
—Pero es evidente que tú querías que saliera bien —dijo Marie, mirando atentamente a su hija e intentando adivinar lo que la chica no quería decir.
—Sí —reconoció la mujer más joven de mala gana, cosa que llevaba ya varias semanas intentando negarse a sí misma—. Es policía. Así que ya ves el problema.
En un arrebato de inspiración, Marie supo exactamente de quién hablaba su hija. Recordó a la menuda rubia que había visto en la comisaría. En sus ojos había visto una tristeza parecida. La misma expresión de infelicidad que ahora adornaba el rostro de su hija.
—¿La... quieres?
Alex se quedó callada largos segundos y su madre supo la respuesta. Tenía grandes esperanzas puestas en su hija pequeña y aunque Alex creía que había decepcionado a sus padres, nada podía estar más lejos de la verdad. Por muy orgullosos que estuvieran de cualquiera de sus hijos varones, estaban aún más orgullosos de su única hija. Se había convertido en una hermosa mujer que se había labrado ella sola una carrera impresionante en el campo de las fuerzas del orden.
—Es un suicidio profesional —dijo por fin la chica, incapaz de mirar a los ojos interrogantes de su madre.
—Ya sé que tu carrera es importante, querida, pero dentro de veinte años, ¿es eso lo único que quieres? —Marie hizo una pausa y decidió hablar a las claras—. ¿Acaso tu carrera te calienta la cama por la noche?
—¡Madre!
—¿Y bien? —insistió la mujer de más edad.
—Creía que no te gustaba que fuera gay —dijo Alex a la defensiva.
—Y no me gusta —dijo la mujer de más edad con franqueza—. Pero aún me gusta menos la idea de que estés sola y te sientas desdichada. Lo único que deseo para ti, Alexandria, es que seas feliz y si esta mujer te hace feliz, no puedo decir nada en contra.
La mujer de más edad se calló y sus ojos grises se estrecharon al observar el rostro de su hija. Advirtió el dolor que llenaba los ojos de su hija y eso la inquietó. Alex siempre había sido muy fuerte, incluso de niña. Pero había aprendido que la dura fachada externa que mostraba su hija era una máscara que ocultaba un alma bondadosa y emocional.
—Te conozco, querida, no entregas tu cariño fácilmente, así que ésta debe de ser una mujer muy especial.
—Lo es —reconoció Alex en voz baja.
—¿Y estás dispuesta a renunciar a ella por tu carrera? —preguntó Marie sin andarse con rodeos.
—No quiero hacerle daño.
—¿Y no crees que se lo estás haciendo ahora? —quiso saber su madre—. Querida, sólo tenemos una vida. Por desgracia, rara vez tenemos una segunda oportunidad. ¿De verdad te puedes permitir perderte ésta?
—No es tan sencillo, madre —Alex se sentía abrumada por el peso de su carga—. Soy su supervisora directa. Si alguien del departamento descubriera que estamos juntas, lo más probable es que una de las dos o las dos perdiéramos el trabajo. Yo tengo mi licenciatura en derecho como respaldo, pero el cuerpo de policía es la vida de Sydney. No podía hacerle correr ese riesgo.
—¿Le preguntaste a ella lo que pensaba al respecto? —quiso saber Marie y al ver la expresión culpable de su hija supo que había tomado la decisión sin tener en cuenta los sentimientos de la otra mujer.
La mujer de más edad suspiró.
—Siempre has sido una joven muy estoica, incluso de niña. Era como si llevaras el peso del mundo sobre los hombros. Sé que crecer con tres hermanos mayores no fue muy fácil para ti y que siempre te veías obligada a competir. También sé que hubo muchas ocasiones en que te sacrificaste para encajar en el colegio y con el deporte... incluso con tu familia, con el tema de tu sexualidad —la mujer de más edad hizo una pausa, consciente de que contaba con la atención plena de su hija—. Ya es hora de que dejes de sacrificarte. No renuncies a tu felicidad, querida. Una carrera profesional llena de éxitos no significa nada si no tienes a alguien con quien compartirla.
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Sydney se alegró de recibir una llamada que la sacó de comisaría. No quería volver a ver a Alex esa tarde. Había algo en la imagen de la mujer alta con su madre que le hacía darse cuenta de lo vacía que estaba su propia vida.
Se había perdido muchas cosas al crecer sin una vida familiar estable. Había momentos como ahora en que deseaba desesperadamente poder contar con alguien. Sí, Robert Newlie y su mujer eran buenos amigos, pero no le gustaba nada acudir a ellos con sus problemas. Lo que quería era tener su propia familia, pero se daba cuenta con tristeza de que probablemente nunca la tendría.
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Alex se sintió aliviada cuando regresó a la sala de detectives y vio que Sydney había salido. Así tenía tiempo de pensar en lo que le había dicho su madre, pero antes de poder ponerse a ello sonó el teléfono. Era Dawn Taylor, una mujer de la oficina del fiscal con la que había hecho amistad en los últimos meses.
Dawn era una mujer vivaracha y muy abierta con respecto a su sexualidad y no dejaba que eso interfiriera en su carrera en la oficina del fiscal del distrito. Alex había hablado varias veces con ella sobre este tema a lo largo del tiempo y ahora se descubrió contándole sus problemas a la mujer.
—Creo has hecho bien —dijo Dawn con cautela después de que su amiga soltara el motivo de que estuviera tan abatida—. Al final, sólo habría dado problemas.
—Pero no puedo dejar de pensar en ella —suspiró Alex—. Cierro los ojos por la noche y lo único que veo es un metro sesenta y pico de pelo rubio y ojos verdes.
—¿Has salido por ahí últimamente? —preguntó la otra mujer con tono pragmático.
—No.
—Pues ése es el problema —le comunicó Dawn—. En lugar de intentar superarlo, te quedas sentada en casa sin parar de darle vueltas. De verdad, Alex, no sabrás con seguridad lo que sientes hasta que empieces a salir de nuevo.
—Tal vez —admitió la morena de mala gana, aunque la idea de ligar con alguien le daba grima.
—Escucha, Lisa, mi compañera, y yo vamos a salir mañana con una amiga. ¿Por qué no te apuntas y así somos cuatro?
—No estarás intentando liarme con alguien, ¿verdad? —preguntó Alex con desconfianza.
—No, Karen acaba de salir de una relación larga y no está preparada para enrollarse con nadie —le aseguró Dawn—. Sólo será para pasar un rato agradable.
—Vale —aceptó la morena, dándose cuenta de que tal vez su amiga tuviera razón. Tal vez sólo necesitaba salir y conocer a alguien diferente. Por el momento, se olvidó de los consejos de su madre.
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Sydney se sentía inquieta. Era sábado y aunque no tenía nada que hacer, no había ido a la comisaría a propósito, por temor a encontrarse accidentalmente con Alex. Cada vez le resultaba más difícil ver a la otra mujer.
Incapaz de pasar otra noche sola, decidió salir. Tal vez tendría suerte y encontraría a alguien que al menos por unas horas le permitiera olvidar a la mujer que le había partido el corazón. Con esa idea en mente, no tardó en encontrarse en uno de los clubes gays más populares de la ciudad.
No era muy aficionada a ir de bares, pero era el único lugar donde podría encontrar lo que andaba buscando. Observó la pista de baile, mirando sin gran interés a las mujeres que movían el cuerpo al compás de la música.
Durante sus observaciones llamó la atención de varias mujeres, pero no les hizo caso. Ninguna de ellas se podía comparar con cierta mujer alta y morena que conocía. Por fin sus ojos se posaron en una mujer bajita de pelo corto rizado y rojo. Quería encontrar a alguien que fuera lo más distinta posible de la capitana y esta mujer parecía cumplir los requisitos.
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Alex siguió a sus compañeras al interior del club. El bar estaba lleno, pero su amiga Dawn se las apañó para conseguirles una mesa vacía cerca de la pista de baile. Mientras la pareja iba a buscar bebidas, ella se quedó a hacer compañía al cuarto miembro de su grupo. Por una vez, agradeció el fuerte volumen de la música, pues eso evitaba la necesidad de tener que mantener una conversación.
Karen, su acompañante, era una rubia alta especialista en informática. Era inteligente y tenía cierto atractivo, pero Alex no sentía el más mínimo interés. En el curso de la velada, había acabado por darse cuenta de que la mujer era de las que requerían alto mantenimiento y ella prefería una compañera algo más independiente.
Sonrió cortésmente a la mujer y luego prestó atención a la pista de baile. Casi desde el principio de la velada se había dado cuenta de que salir era un error. No estaba preparada para empezar a buscar a otra persona y ni siquiera estaba segura de querer hacerlo. Justo cuando estaba pensando en Sydney, una imagen sorprendente entró en su campo visual. Al principio creyó que se estaba imaginando cosas, pero luego, con una certeza desoladora, supo que la escena era bien real.
En una mesa del otro lado de la pista estaba Sydney. A su lado había una joven pelirroja de pelo rizado cuyas manos no paraban de toquetear a la rubia, a la que no parecían importarle sus atenciones. Por un momento, Alex se olvidó de respirar y su corazón dejó de latir.
De repente, se le llenaron los ojos de lágrimas y se esforzó por controlar su expresión, pero no pudo apartar la mirada, ni siquiera cuando sus amigas volvieron a la mesa. Siguió totalmente concentrada en Sydney y la otra mujer que estaba encima de su amiga.
A Alex le entró una sensación de pánico. Su primer instinto fue salir corriendo, pero entonces las palabras de su madre resonaron en su cabeza. Marie Marshall siempre había sido muy objetiva y franca con sus opiniones. Siempre que surgía un problema, su madre se echaba atrás y lo evaluaba antes de ofrecer una solución. En el noventa y nueve por ciento de las ocasiones, tenía razón, ante la mortificación del resto de su familia. Alex había aprendido a escuchar los consejos que ofrecía su madre. Se preguntó por qué no había escuchado ahora a la mujer.
Había muchas razones para no relacionarse con la joven detective, pero se había olvidado del único factor importante que las anulaba todas. Nunca había sido tan feliz como cuando estaba con Sydney y sabía que, si tenían la oportunidad, podrían ser más que amantes. Podrían ser amigas. Con sorprendente claridad supo que no sólo quería a Sydney en su vida, sino que la necesitaba.
Bebió un trago de cerveza y se levantó, sin hacer caso de las preguntas de sus acompañantes. Estaba totalmente concentrada en una sola cosa. No iba a dejar escapar a Sydney y le daba igual lo que eso pudiera costarle. Fue derecha a la otra mesa sin perder de vista ni por un instante a la rubia.
—Disculpa, ¿quieres bailar?
Incluso con el estruendo de la música, Sydney reconoció el tono cálido de la voz y por un momento cerró los ojos y se recreó en el sonido. El corazón le latía con tal fuerza que tenía miedo de mirar, miedo de que el corazón se le hiciera pedazos si no era la mujer que quería.
—Ya está con alguien, por si no lo ves —dijo la pelirroja con voz chillona. Sus ojos verdes se estrecharon y se le puso cara de pocos amigos al mirar a esta alta intrusa. Como medida adicional, rodeó la cintura de su acompañante con un brazo posesivo.
—¿De verdad estás con alguien, Sydney? —preguntó Alex, temiéndose que había hecho demasiado daño a esta mujer para que la pudiera perdonar.
Esta vez Sydney levantó la mirada al oír la voz y se le derritió el corazón. Quería enfadarse, hacer sufrir a esta mujer y darle celos, para que se sintiera como ella, pero en el rostro de la mujer alta había una expresión tal de súplica que no pudo resistirlo.
—Sí —contestó con voz grave y vio la expresión desolada que se apoderó de Alex antes de que la máscara estoica volviera a tapar sus emociones.
—Lamento haberte molestado —dijo con voz temblorosa y el corazón hecho trizas.
Alex se volvió para irse y Sydney supo en ese instante que si no actuaba, la otra mujer desaparecería para siempre. Se soltó de la pelirroja y agarró a la capitana por el brazo. Durante largos segundos los ojos verdes y azules se miraron fijamente.
—Estoy contigo, Alex —confesó, desnudando sus emociones ante la otra mujer—. Soy tuya, en corazón y alma.
Alex sintió que su corazón se hinchaba. Era como si de repente le hubieran salido alas y hubiera echado a volar. Alargó la mano y Sydney se la cogió vacilando.
—Eh —protestó la pelirroja con rabia, agarrando a Sydney del brazo y tirando—. ¿Dónde vas?
—Se viene conmigo —dijo Alex suavemente, apretando los labios al tiempo que daba un paso amenazador hacia la otra mujer. Se miraron a los ojos por un instante—. ¿Quieres que lo discutamos?
—Pedazo de zorra, no mereces la pena —dijo la chica con desprecio, soltando la mano, y con una sonrisa tierna la capitana llevó a Sydney a la pista de baile. Se quedaron allí un momento, mirándose.
—Escucha, la verdad es que no me apetece bailar —dijo Alex, alargando la mano y colocándole un mechón de pelo rubio detrás de la oreja—. ¿Podemos ir a hablar a algún sitio?
Había cierto tono de súplica en su voz solemne que a la mujer más baja le llegó al corazón, que le dio un vuelco. Jamás le negaría nada a la morena y por eso asintió en silencio.
—¿Dónde quieres ir? —preguntó Sydney una vez estuvieron sentadas en su jeep en el aparcamiento de fuera.
—¿Te importaría venir a mi casa? —preguntó la mujer alta. No quería presionar en absoluto a esta mujer, pero quería estar en un lugar seguro y cómodo cuando dijera todo lo que tenía que decir—. Puedo hacer café.
La rubia asintió, aunque no estaba segura de que fuera buena idea. Reprimió sus temores y puso en marcha el coche. Condujeron en silencio por las calles oscuras, donde el ruido ocasional de una sirena resonaba en la noche. A la media hora estaban entrando por la puerta del piso.
—¿Cómo quieres el café? —preguntó Alex, rompiendo el silencio al tiempo que se quitaba el abrigo y se dirigía a la cocina.
—La verdad es que prefiero una cerveza, si tienes —dijo Sydney y la otra mujer asintió.
—Ponte cómoda —dijo antes de desaparecer en la cocina.
Sydney así lo hizo, quitándose la cazadora y colgándola de un gancho al lado de la puerta. Entró en el salón y se sentó al borde del sofá. Había echado de menos venir a esta casa, que le gustaba más que su pequeño apartamento. Al poco, su anfitriona volvió a aparecer con dos botellas de cerveza. Le pasó una a su compañera y luego se sentó en la butaca frente a la otra mujer. Se hizo un silencio mientras las dos mujeres tomaban un sorbo de su bebida.
—Te he echado de menos —empezó Alex, mirando nerviosa a la otra mujer. Ahora que la tenía aquí, no sabía qué quería o necesitaba hacer.
—Nos vemos en el trabajo todo el tiempo —contestó Sydney suavemente, sin ponérselo fácil.
—He echado de menos estar contigo —suspiró Alex—. Estoy harta de observarte de lejos.
—Fuiste tú la que decidió que no era bueno para nuestro futuro que nos vieran juntas —le recordó la mujer más joven en tono apagado. Era la verdad y Alex asintió solemnemente, jugando nerviosa con la etiqueta de su botella. Sydney la miraba en silencio, con el corazón tembloroso de emoción.
—Me equivoqué. Creía que mantenernos alejadas la una de la otra sería lo mejor para nuestra carrera profesional —dijo, tratando de encontrar las palabras adecuadas para transmitir sus sentimientos.
—No tenías derecho a tomar esa decisión por mí —dijo Sydney y la mujer alta asintió cuando sus ojos se encontraron por un instante.
—Ahora lo sé —apartó la mirada algo ruborizada, consciente de los intensos ojos verdes que la miraban—. Mi madre me llamó la atención sobre ese tema.
—Yo creía que no le gustaba que fueras gay —dijo la rubia suavemente.
—No le gusta, que es por lo que su consejo resulta aún más especial —Alex suspiró—. No quise escucharla, aunque mi corazón me decía que lo creyera. Pero al verte esta noche con esa mujer, supe que ella iba a conseguir hacer contigo todo lo que yo quería hacer y supe que no podía dejarte marchar. Eres demasiado importante para mí. Más importante que mi carrera.
Hubo un silencio cuando la morena levantó la mirada y la capturó con esos intensos ojos azules. Alex estaba dispuesta a sacrificar su carrera por una relación. Lo único que necesitaba saber era si esta mujer sentía lo mismo.
—Necesito saber si estás dispuesta a arriesgar tu carrera por estar conmigo —dijo Alex, tomando aliento con fuerza.
Se hizo un largo silencio, pues Sydney no se veía capaz de hablar en ese momento. Le temblaba el corazón y tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para evitar que le temblaran las extremidades. Bebió un trago de cerveza, dándose cuenta de repente de lo seca que se le había quedado la garganta, y luego volvió a mirar a su compañera, que esperaba en silencio a que dijera algo.
Sydney sabía el esfuerzo que había tenido que hacer esta mujer para decirle todo eso, de modo que dejó la cerveza y rodeó la mesa hasta arrodillarse al lado de la mujer. Con delicadeza le quitó a Alex la cerveza de la mano y la dejó en la mesa antes de cogerle las manos a la capitana. Sus ojos se encontraron y se quedaron mirándose largos segundos.
—Estoy dispuesta a correr el riesgo —susurró suavemente.
Alex sintió un alivio abrumador por todo el cuerpo y agachó la cabeza para aceptar el beso, con todo el cuerpo tembloroso cuando sus labios suaves se juntaron en una caricia vacilante que fue seguida de un contacto más apasionado y urgente.
Se dejó caer de rodillas desde la butaca y luego se echó hacia atrás, colocándose encima a la mujer más menuda, sin que sus labios perdieran el contacto. Por fin, interrumpió el beso, pues las dos estaban sin aliento y con el corazón desbocado. El calor de sus cuerpos resultaba abrasador a través de la ropa.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Alex con seriedad al tiempo que subía las manos para colocar unos mechones de pelo rubio detrás de las orejas de su compañera.
—Nunca en mi vida he estado más segura de nada —contestó Sydney, agachando la cabeza para que sus labios pudieran juntarse de nuevo