Picadillo v

Se toman un tiempo para compartir y desdibujar un poco la linea de mando. que pasara?

Picadillo

Planet-solin

Sydney se despertó a la mañana siguiente con un tremendo dolor de cabeza. Estaba avergonzadísima por la situación y pidió disculpas a sus amigos por su inusitado comportamiento. Ellos le quitaron importancia con una amplia sonrisa y en cuanto se atrevió, se fue corriendo, consciente de que tenía que estar en el tribunal a las nueve de la mañana.

Se alegraba de poder librarse por un rato de la comisaría, pero cuando llegó el momento de tener que presentarse para su turno, evitó a propósito cualquier contacto con la teniente. Durante la siguiente semana, las dos mujeres sólo se hablaban cuando era necesario y cuando lo hacían era en un tono frío y distanciado. Se sentía más herida que si se hubiera tratado de cualquiera de los demás. Erróneamente, había creído que habían conseguido conectar.

La frialdad que Alex percibía en la rubia detective casi la estaba matando, aunque nadie lo habría sabido por la severa expresión de su rostro. Cuanto más tiempo tenía para pensar en el tema, más tiempo tenía para reflexionar sobre sus acciones, aunque sí que advirtió un claro cambio en los otros detectives que habían oído el enfrentamiento.

Se esforzó por pensar en una forma de resolver la situación. No quería enemistarse con esta mujer. Por el contrario, todavía fantaseaba con la idea de que pudieran ser algo más que amigas, aunque por dentro tenía que reconocer que probablemente había acabado con cualquier posibilidad de tener una relación.

Al sábado siguiente, su paciencia llegó al límite. Pensó que sólo había una manera de resolver la situación, aunque se daba cuenta de que el resultado seguramente no sería bueno. Sabía que no podían seguir así.

—¡Davis, venga aquí! —llamó en tono tajante desde su despacho.

Sydney miró a sus colegas con desconfianza y luego irguió los hombros y cruzó la sala hasta el despacho de la teniente. Los desafiantes ojos verdes se encontraron con los azules.

—Cierre la puerta —le espetó Alex al ver que la mujer la había dejado abierta. Esperó a que cumpliera la orden antes de hablar—. Usted está cabreada conmigo y comprendo el motivo. Sin embargo, no estoy dispuesta a tolerar su tipo de actitud en mi turno. Sé que está molesta conmigo y puede que yo me haya pasado cuando le eché la bronca, pero creo que la cosa ya supera una simple disculpa.

Sydney no dijo nada y se limitó a escuchar en silencio y esperar a que la otra mujer terminara su discurso. Alex rodeó la mesa, cogiendo el balón de baloncesto que estaba en un estante. Se lo lanzó a la mujer más menuda, que apenas consiguió reaccionar a tiempo de cogerlo.

—Sé que quiere darme mi merecido, así que le voy a dar la oportunidad —dijo Alex en tono brusco—. Reúnase conmigo fuera en la cancha de baloncesto dentro de media hora y echaremos un partido de uno contra uno, sin restricciones.

—¿Cómo sé que no me va a volver a reprender si le doy demasiado duro? —preguntó la detective rubia en tono escéptico, sin fiarse del todo de la teniente.

—No lo sabe —dijo la morena—. Sólo tiene mi palabra, así que usted decide. Tiene la oportunidad de vengarse. ¿O es que es una gallina?

—Yo no tengo miedo de nada —bufó Sydney entre dientes, consciente de que la estaba picando—. La veo ahí fuera dentro de treinta minutos. A lo mejor le conviene ponerse almohadillas, porque no me voy a andar con chiquitas.

—Eso espero —replicó Alex y sonrió cuando la otra mujer se dio la vuelta y salió del despacho.

Menos de treinta minutos después, estaban en la cancha cara a cara como dos combatientes a punto de ir a la guerra. Sydney se había puesto unos pantalones de chándal de color gris claro y una sudadera a juego, mientras que Alex llevaba unos pantalones cortos de color gris claro y una camiseta a juego, con una camiseta holgada de baloncesto azul oscura por encima.

Hacía frío y el cielo estaba nublado. El aire olía a lluvia, pero ninguna de las dos era consciente de otra cosa que no fuera la otra persona y la tensión que había entre ellas. Sydney botó el balón sobre la cancha de cemento, mirando un buen rato a su adversaria.

—¿Quién empieza? —quiso saber, con el cuerpo tenso y preparado para lanzarse. Tenía visiones de dar una paliza a esta mujer por toda la cancha. Parte de su éxito con este deporte había sido su juego físico, que a menudo pillaba por sorpresa a sus adversarias.

—Adelante —dijo Alex con aire galante, pero la detective rubia se limitó a sonreír.

—No, las personas mayores primero —dijo con una sonrisa burlona, lanzando el balón a la cara de la teniente. Alex lo atrapó en el aire y le devolvió la sonrisa.

—Si insiste —dijo y tomó posiciones.

Durante la hora siguiente se enfrentaron a base de golpes y choques, liberando la irritación que sentían. Alex aprovechaba su tamaño y habilidad para maniobrar alrededor de su adversaria más baja, mientras que Sydney utilizaba su velocidad y su cuerpo para desequilibrar a la mujer más alta. En más de una ocasión, la detective rubia cargaba contra su adversaria, tirándola al suelo. La teniente se limitaba a asentir, se levantaba y volvía al partido.

Ambas mujeres era competitivas y eso se notaba en su juego y, sin que lo supieran, eran objeto de atención desde todos los rincones del edificio. Los agentes que estaban dentro de la comisaría se trasladaban a la ventana para mirar y los patrulleros que iban y venían se detenían en el aparcamiento para ver qué estaba pasando. Para ellos era un buen partido de uno contra uno, pero para las participantes era algo muy distinto. Ninguna de las dos se dio cuenta de que había empezado a llover, una neblina ligera que caía desde el cielo.

Es buena , reconoció Alex por dentro cuando la mujer más joven la esquivó hábilmente y se lanzó para encestar. Le costó mucho evitar sonreír al ver la expresión de triunfo de la rubia al lanzarle el balón.

—Su turno, teniente —dijo Sydney con sorna, pero sin el desprecio que había sentido antes por la mujer.

Alex atrapó el balón y lo botó varias veces antes de lanzarse hacia la canasta. Sydney se interpuso en el último momento, estampando su cuerpo contra la mujer más alta y haciendo que perdiera el equilibrio, pero esta vez la teniente no cayó al suelo, aunque perdió el balón.

Muy bien, guarrilla, creo que ya te he dado demasiadas libertades , pensó la teniente, sonriendo por dentro. Vamos a ponernos serios antes de que se ponga demasiado arrogante.

Cuando Sydney se lanzó hacia la canasta, esta vez Alex la estaba esperando y cuando intentó el tiro, la teniente atacó y de un fuerte manotazo le quitó el balón de las manos a la detective. Sydney se encogió por el doloroso ataque. Levantó la mirada y vio una sonrisa seductora en la cara de la mujer más alta. Eso la llevó a tomar la decisión de incrementar el juego físico. Esta vez, cuando pegó un caderazo a la teniente en las nalgas para intentar que perdiera el equilibrio, Alex estaba esperando y movió el codo, clavándoselo en las costillas a la mujer más baja.

—Ay —Sydney no pudo controlar el gruñido que se le escapó de los labios mientras la mujer de más edad la rodeaba y encestaba. La teniente se echó a reír y le lanzó el balón con gesto arrogante, lo cual hizo que la mujer más baja hirviera de rabia.

Cuando Sydney intentó otra ágil maniobra, allí estaba Alex, estampando su cuerpo contra el de la mujer más joven y robándole el balón, tras lo cual lanzó y coló el balón por el aro. La rubia detective se quedó un momento recuperando el aliento y mirando a su adversaria con cara de pocos amigos.

—¿Se rinde? —preguntó Alex con una sonrisa chulesca.

—Jamás —Sydney la fulminó con la mirada y cogió el balón, lo botó unos momentos y luego atacó la canasta. Como antes, Alex la estaba esperando y parecía que hiciera lo que hiciera Sydney, allí estaba ella arrebatándole el balón o bloqueando un tiro. La mujer más joven estaba cada vez más frustrada y se le notaba en el juego, al tiempo que los golpes se iban haciendo cada vez más intensos.

Llevaban en ello más de una hora y Alex empezaba a notar los efectos del partido. Sólo tenía que mirar a su compañera para darse cuenta de que la otra mujer también estaba pagando el esfuerzo. Sydney jadeaba y las dos tenían las camisetas empapadas, no sólo de la lluvia, sino también de sudor.

Alex miró a la otra mujer y sintió una punzada en el corazón. No quería seguir combatiendo con esta mujer, pero sabía que no podía ceder y sabía que Sydney tampoco iba a ceder. Tal vez ésa era una de las cosas que tanto la atraían de la rubia. Era la feroz independencia y el orgullo que relucían en sus ojos. Indicaban que se trataba de una mujer que iba a luchar hasta el final. De modo que decidió dar por teminado el asunto ahora, antes de que una de las dos sufriera algún daño.

Alex cogió el balón y se lanzó hacia la canasta, sin rodear a la mujer como solía hacer, sino echándose directamente encima de ella. Sydney no estaba del todo preparada y la fatiga la hizo reaccionar más despacio que de costumbre. Sintió la fuerza plena del golpe cuando la mujer chocó con ella, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo. Aterrizó en el cemento con un buen golpe y se quedó ahí tumbada, escuchando mientras el balón pasaba limpiamente por la red.

Levantó la mirada y vio a la teniente inclinada sobre ella, advirtiendo por primera vez lo mojada que tenía la ropa la otra mujer y lo tieso que se le había puesto el pelo. A pesar de eso, no pudo evitar pensar que seguía siendo la persona más bella que había visto en su vida.

—No me busque las cosquillas —dijo Alex con aire desafiante mientras miraba a la rubia, temerosa por un instante de haber hecho daño a la detective, pero luego se dio cuenta de que estaba bien.

Sydney no intentó levantarse, rindiéndose al agotamiento. En contra de su voluntad, capituló y la fatiga con la que llevaba un mes luchando y el estrés de todos los casos que tenía acumulados se le vinieron encima. Se le llenaron los ojos de lágrimas, que empezaron a manar sin impedimento al tiempo que de sus labios entreabiertos se escapaban los sollozos.

—Dios —soltó Alex y se dejó caer al suelo, cogiendo a la mujer más menuda en sus brazos y estrechándola contra su pecho mientras Sydney lloraba sin control. Acarició con ternura el pelo de la joven y la acunó, intentando calmar a la otra mujer. Por fin, Sydney logró recuperar el control. Se apartó del abrazo de la mujer más alta, avergonzada por su reacción e incapaz de mirar a su compañera.

—¿Está bien? —Alex estaba preocupada de verdad—. ¿Le he hecho daño?

—No —Sydney meneó la cabeza, pasándose el dorso de la mano por los ojos para secarse las lágrimas que quedaban—. Lo siento, normalmente no me pongo así. No sé qué me ha pasado.

—Ha sido una semana muy dura —dijo la teniente con comprensión—. ¿Se siente ya mejor?

—Sí —reconoció la detective rubia casi a regañadientes—. Siento no haber sido muy amable últimamente.

—Yo no debería haberle echado la bronca —suspiró Alex—. Es que estaba muy preocupada por su seguridad. No quiero que le pase nada a usted ni a nadie más del grupo.

Sydney asintió y luego se puso de pie con dificultad, mirándose la ropa empapada.

Se sentía totalmente exhausta y no le apetecía volver a la sala de detectives, pero tenía un montón de trabajo a la espera. Miró a la teniente, que se estaba levantando de la cancha.

—Escuche, ¿qué tal si la invito a cenar? —propuso Alex. Casi sabía lo que estaba pensando la mujer por su expresión.

—Todavía me queda mucho trabajo por hacer —vaciló Sydney, sin saber qué debía responder.

—Seguirá ahí mañana. Además, ha hecho suficientes horas extra para justificar un par de horas libres —dijo la teniente y entonces se le ocurrió otra cosa—. ¿Pero a lo mejor tiene otros planes?

—No —se apresuró a decir Sydney, dándose de tortas mentalmente por haber estado a punto de echar a perder la oportunidad de estar a solas con esta mujer.

—Bien —Alex sonrió, cosa que transformó sus severas facciones, y la mujer más joven sintió que se le estremecía el corazón. Alargó la mano y revolvió el pelo rubio y mojado de la cabeza de la mujer más menuda.

—Mataremos dos pájaros de un tiro. Tráigase esos casos que siguen en rojo en el tablón y los repasaremos para ver si se nos ocurre algo.

Sydney asintió en silencio, disimulando la decepción que sentía y regañándose luego por dentro por dejar volar sus expectativas.

—Estupendo —asintió la teniente y hurgó en la bolsa de deporte que se había llevado a la cancha. Encontró la tarjeta que quería y se la pasó a la mujer más baja—. Nos vemos en mi casa dentro de una hora.

Sydney asintió y regresó con la otra mujer a la comisaría. De repente, toda la decepción que sentía desapareció y se descubrió sonriendo como una adolescente. Le daba igual que fueran a pasar la velada trabajando, estaba feliz porque iban a estar juntas. Era increíble cómo esta simple invitación podía dar la vuelta de tal manera a sus emociones.

Una hora y media después, Sydney giró por fin con su jeep por la calle. Miró atentamente los números de los edificios, buscando la dirección de la tarjeta que le había dado Alex. Era un barrio tranquilo lleno de árboles y espacios abiertos a tan sólo dos manzanas de la playa. Era un vecindario de clase media y muy distinto del barrio del centro donde ella tenía su apartamento.

Encontró el número del edificio y tuvo la suerte de poder aparcar justo delante. Sacó la enorme caja de archivos que se había llevado de la comisaría antes de cerrar el jeep. Llamó al número indicado e inmediatamente le abrieron la puerta del edificio. Los pocos momentos que tardó en llegar el ascensor a la planta baja le bastaron para decidir que era un lujo de sitio desde cualquier punto de vista.

El piso de Alex estaba en la sexta planta, la última de este edificio no muy alto, haciendo esquina. La teniente la esperaba en la puerta cuando llegó, vestida informalmente con unos ceñidos vaqueros azules desvaídos y una camiseta blanca. Iba descalza.

—¿Ha tenido problemas para encontrar la dirección? —preguntó Alex, quitándole la caja de las manos a la detective más baja.

—No —Sydney meneó la cabeza, sintiendo que tenía el corazón desbocado.

—Pase y póngase cómoda —la invitó la mujer alta.

Sydney dejó la chaqueta y los zapatos en la puerta y luego siguió a la mujer por el pasillo hasta un enorme salón situado a un nivel inferior. Sus ojos recorrieron la habitación, observando la gran chimenea y las puertas ventanas que conducían a un balcón que daba a un pequeño parque. Se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones informales y observó mientras su anfitriona dejaba la caja en una mesa baja de cristal.

—Qué casa tan bonita tiene —comentó Sydney, mirando los lujosos muebles tapizados en blanco y los cuadros exquisitos de la pared.

—A mí me gusta —asintió Alex, mirando a su alrededor—. Venga, se lo voy a enseñar.

Era más grande de lo que Sydney imaginaba y calculó que en este piso cabrían dos pequeños apartamentos como el suyo con espacio de sobra. Era un piso de un solo dormitorio con un estudio. Empezaron por la cocina y acabaron en el dormitorio. Era una casa decorada con elegancia y de carácter muy femenino.

Volvieron al salón.

—Póngase cómoda mientras traigo algo de beber. ¿Qué le apetece?

—Un refresco estaría bien —replicó Sydney, sintiéndose un poco incómoda, y Alex asintió y desapareció en la cocina. La rubia detective se sentó en el sofá, pensando en lo a gusto que podría estar aquí. Alex regresó casi de inmediato con una bandeja en la que llevaba varias latas de refresco, dos vasos y una pequeña cubitera para hielo. La depositó en la mesa y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.

—Sírvase —dijo y Sydney alcanzó vacilante una lata de refresco.

—¿Es caro el alquiler de este sitio? —preguntó con curiosidad.

—No lo sé. Yo soy propietaria, o lo seré cuando termine de pagar la hipoteca —replicó Alex, volviendo a mirar la habitación antes de ponerse unas gafas en la nariz—. Tuve mucha suerte de conseguirlo. Al parecer ya había varias ofertas de compra cuando hice la mía.

—¿No se pierde, con lo grande que es?

—No, me gusta el espacio y la soledad y esto tiene las dos cosas —dijo la teniente—. Los dueños de los otros pisos son sobre todo parejas ancianas o profesionales solteros, así que no tengo muchos problemas con mis vecinos.

—Debe de ser agradable —sonrió Sydney, relajándose con la conversación—. En mi casa, cuando el vecino del final del descansillo enciende la televisión, yo la oigo.

—Por eso yo buscaba un piso en un edificio como éste —reconoció Alex—. No quería tener que luchar con mis vecinos. ¿Tiene hambre?

—No —la rubia detective hizo un gesto negativo con la cabeza. En realidad sí tenía un poco, pero por alguna razón no quería reconocerlo.

—Bueno, dígame cuándo quiere comer y encargaré comida china —dijo la teniente, sacando un grueso archivo de la caja y dejándolo en la mesa—. ¿Qué pasa con este caso?

Sydney tuvo que dejar el sofá y sentarse en el suelo al lado de su anfitriona, lo cual no era una experiencia nada desagradable, aunque tenía que concentrar la mente en el archivo y no en su compañera.

Dedicaron las siguientes horas a repasar cada uno de los casos sin resolver y Alex la interrogó con detalle acerca de todos y cada uno de los aspectos. La teniente frunció el ceño al advertir un claro patrón y se preguntó en silencio si la coincidencia era tan grande. No lo creía.

—¿Cómo es que usted ha acabado al mando de la investigación de estos casos? —preguntó y Sydney echó una mirada de reojo a su compañera, captando otra oleada de su olor perfumado.

—Me los asignó el teniente —dijo encogiéndose de hombros, preguntándose qué más daba—. Messington aceptaba las llamadas si estaba, tomaba nota de los detalles preliminares y luego asignaba el caso.

—¿Los detectives tenían un orden concreto de rotación?

—Pues no —Sydney meneó la cabeza—. Asignaba los casos según entraban. ¿Por qué?

Alex no dijo nada sobre sus sospechas, pero una vez más pensó en lo que ya había averiguado. Cada día le iba quedando más claro lo que estaba ocurriendo en la Unidad de Homicidios.

—Por nada —contestó con una sonrisa incómoda de medio lado y como respuesta, el estómago de la mujer más joven elevó una protesta. La sonrisa se hizo plena y Sydney quiso taparse la cabeza con las manos.

—Parece que alguien necesita atención.

Alex se rió por lo bajo, alargó la mano y le dio unas palmaditas a la mujer más joven en el estómago antes de levantarse de un salto y cruzar el salón para coger el teléfono. Sydney la miró hechizada mientras la mujer marcaba el número de un restaurante chino cercano que servía a domicilio. Después de hacer el pedido, la mujer alta volvió a ocupar su sitio en el suelo y su compañera más joven se sintió agradecida.

—Hay algo que no me está diciendo —la acusó la detective rubia, observando los rasgos finamente cincelados de su compañera.

—No —Alex meneó la cabeza, pues no quería inquietar a su compañera con sus ideas. Cambió de tema—. ¿Cómo va el caso del niño Kennedy?

—He emitido una orden de búsqueda y captura para el hombre —dijo Sydney, no muy contenta de no haber conseguido una respuesta completa—. Voy a volver a hablar con su casero, Eddie Williams. Lucas Andersen no apareció en Seattle hasta cuatro meses después del rapto, así que tuvo que estar en alguna parte.

—Pudo estar moviéndose de un sitio a otro —sugirió Alex.

—Cierto, pero tengo la sensación de que no lo hizo —dijo Sydney, revelando sus ideas—. El caso era de alta prioridad, así que no habría querido llamar demasiado la atención. La matrícula de su coche era del estado, de modo que si estaba por aquí, nadie habría sospechado nada. Además, la policía de Vancouver mandó un aviso a su estado natal, Nuevo México, para que vigilaran por si aparecía, pero no consiguieron nada.

—¿Y qué es lo que piensa usted? —preguntó Alex, reflexionando sobre lo que acababa de decir la otra mujer.

—Creo que sigue en el estado, oculto en algún sitio, y creo que Eddie Williams sabe dónde. He indagado y tiene historial delictivo, aunque por delitos menores, y no ha tenido problemas con la justicia desde que se casó.

—Apriétele las tuercas a ver qué pasa —dijo la teniente—. Podría ser que crea que no tiene nada que perder.

Sydney asintió y tomó nota mental para hacer que llevaran al hombre a comisaría al día siguiente.

—¿Y con el caso Tu?

Respiró hondo. Ésta era una ocasión de oro para presentar su caso ante la teniente, pero le preocupaba que rechazara el plan.

—Los Pequeños Dragones lo mataron como una especie de ofrenda de paz para los Sangres por la muerte de Hootie. Es lo que vino a decir Phan, pero con las pruebas que tenemos no hay manera de poder acusarlo y mucho menos de conseguir una condena.

—¿Y? —la instó Alex.

—Bueno, pues estuvimos hablando y Phan reconoció que Tu fue el que mató a Hootie —Sydney escogió las palabras con cuidado—. Le ofrecí un trato por el que si él firmaba una declaración como testigo diciendo esto, yo no le daría más la lata con el asesinato de Tu.

Alex se quedó pensando. Era una idea innovadora, pero no estaba segura de que el fiscal fuera a aceptar este tipo de plan. Las relaciones entre Homicidios y la oficina del fiscal estaban peor que nunca.

—¿Está segura de que no hay forma de conseguir nada contra Phan?

—Sí —respondió Sydney con sinceridad.

—Deje que lo piense un poco y veremos qué puedo hacer —dijo Alex, asegurándose de que no prometía nada. Sonó el telefonillo del piso y la teniente se levantó—. Ya está aquí la comida. Recoja los archivos. Vamos a comer aquí.

Sydney asintió y mientras la mujer alta se ocupaba del repartidor, ella recogió los archivos y los volvió a meter en la caja, que dejó al lado del sofá. El resto de la velada pasó rápidamente y tras cierta incomodidad inicial, charlaron de cosas que no tenían que ver con el trabajo.

A Sydney no le sorprendió averiguar que su compañera había viajado mucho y que le había gustado el Caribe de forma especial. Era comprensible, pues la teniente tenía una aire muy sofisticado. Por fin se pusieron a hablar de su partido de baloncesto.

—Creo que mañana voy a estar cubierta de moratones —dijo Alex con humor y un amago de sonrisa—. No creía que una persona de su tamaño pudiera pegar tales mamporros.

—Se olvida de que vengo de las calles —replicó Sydney, un poco cortada—. Allí había que ser duro para que no te pisotearan.

—Desde luego, a usted sólo la desafiarían una vez —dijo la teniente, con altivez.

—¿Eso quiere decir que no va a volver a jugar conmigo? —a Sydney no le hacía gracia la idea.

—Al contrario, el partido de hoy me ha gustado mucho —dijo Alex despacio, mirándola con aire solemne, aunque con un brillo risueño en los ojos azules—. Es usted muy buena. ¿Entrena?

—Todavía juego todas las semanas en una liguilla de mi barrio. No voy todo lo que me gustaría por mi horario de trabajo, pero intento jugar con ellos por lo menos una vez por semana —contestó la rubia detective—. ¿Usted sigue jugando?

—No, jugaba cuando estaba en Chicago, pero últimamente no he tenido tiempo.

—Pues a lo mejor podría venir conmigo alguna vez —le ofreció Sydney—. Estoy segura de que a los chicos les encantaría poder competir con alguien como usted.

—A lo mejor podríamos hacer un equipo —propuso Alex alegremente—. Creo que las dos juntas podríamos formar una unión invencible.

, gritaron las emociones de Sydney, al tiempo que el corazón le latía apresurado en el pecho. Notó un calor creciente en el cuerpo que amenazaba con descontrolarse. Un vistazo al reloj le dijo que era más tarde de lo que pensaba. Se levantó de mala gana, deseando poder quedarse, pero sabiendo que era imposible.

—Será mejor que me vaya —dijo, cogiendo la caja y trasladándose al recibidor, donde había dejado la chaqueta y los zapatos—. ¿La veré mañana?

—Llegaré más tarde —contestó Alex—. Tengo una reunión.

Sydney asintió y después de calzarse salió por la puerta. Alex la acompañó hasta el jeep y esperó a que se montara. Ambas mujeres se sentían levemente incómodas y Sydney deseó tener el valor de echarse hacia delante y besar a la otra mujer. Pero se limitó a agitar la mano antes de arrancar y marcharse.