Picadillo ii

Empiezan a conocerse la una a la otra y ya se empieza a ver el interes mutuo. como continuara esto entre ellas?

Picadillo

Planet-solin

Sydney volvió al trabajo el lunes por la mañana sintiéndose mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo. Había aprovechado bien esos dos días libres para viajar a Vancouver, Canadá. Allí se había divertido y se había librado de sus inhibiciones. El sexo no había sido gran cosa, pero había contribuido a aliviar parte de la tensión que sentía.

Normalmente no mantenía líos fugaces y su compañera había insinuado intentar una relación más profunda, pero ella no estaba preparada para una relación permanente y menos a larga distancia. Sí, Vancouver sólo estaba a cuatro horas en coche o a un corto vuelo de avión, pero la otra mujer no le interesaba lo suficiente como para hacer ese tipo de esfuerzo. Por el momento, no quería atarse a nadie. Había sido lo que había sido, un rollo de una noche.

Esa mañana se esperaba una entrevista individual con la nueva teniente, pero se sorprendió al ver a todo el Segundo Grupo congregado en la sala de reuniones. Sydney se deslizó en un asiento en el extremo más alejado de la mesa y miró por la pequeña estancia, viendo los rostros conocidos y dándose cuenta por primera vez de que ella no era la única cara nueva de a bordo.

Además de ella, estaba Norman Bridges, un viejo veterano del Tercer Grupo, así como un tipo nuevo llamado Roy Howard, quien, según averiguó más tarde, venía de Antivicio. También estaban Max Armstrong, que llevaba cinco años en el grupo, y su compañero de siempre, Milt Jabonski, un polaco que, recordó con una sonrisa, tenía una colección inagotable de parientes que siempre parecían brotar por todas partes.

Estaba Keith Bettman, un agente con el que había trabajado en una ocasión cuando era patrullera y que hasta hacía poco había estado en el Tercer Grupo. Por fin, estaba Steve Reynolds, un tipo cómico que tenía fama de gastar bromas pesadas. Se habían ido Stu Burbaker, John Hollings y Steve Demco. A excepción de Demco, que tenía una tasa de casos resueltos aceptable, los otros eran pesos muertos.

A Sydney le causó buena impresión la mezcla de personalidades que había reunido su nueva jefa. Todos eran individuos simpáticos cuya fachada relajada ocultaba una dedicación a su trabajo que pocas personas reconocían. Era evidente que la teniente había mirado por debajo de la superficie. Al pensar eso, se volvió para mirar a la otra mujer y al instante sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho al ver a la alta belleza.

Alex Marshall tenía una presencia formidable que se debía a algo más que a su estatura, que Sydney calculó que sobrepasaba el metro ochenta. No, había algo en su seria actitud que le decía a todo el mundo que venía a trabajar y que no iba a tolerar nada que no fuera un cien por cien de esfuerzo por parte de todos.

La teniente estaba de pie en la parte de delante de la sala, con los brazos cruzados. Iba vestida con pantalones de pinzas negros, un jersey de cuello alto y una chaqueta a juego. Tenía un aspecto muy imponente, pero Sydney sintió un escalofrío de inexplicable excitación por todo el cuerpo.

Alex estudió al pequeño grupo atentamente. Su grupo contaba con muy poco personal y a muchos de sus miembros se los acusaba de bajo rendimiento, pero había visto algo en cada detective durante el mes y medio que llevaba observando el departamento. Corría un riesgo al formar su grupo con lo que los demás tenientes consideraban una panda de inadaptados, pero estaba decidida a hacer que funcionara. Respiró hondo y empezó.

—Muy bien, no creo que necesitemos presentarnos, porque me parece que ya se conocen todos y creo que todos saben ya quién soy yo, pero para que podamos prescindir desde el principio de todos los rumores y malentendidos, les hablaré un poco de mí misma —dijo enérgicamente, incluyendo a todo el grupo con una sola mirada firme.

—Tengo treinta y cuatro años y soy policía desde hace trece, cinco de los cuales fueron en la Unidad de Homicidios de Chicago, así que cuando hablo con ustedes, sé de qué estoy hablando —hizo una pausa, dejando que sus ojos azules recorrieran la estancia y advirtiendo encantada que todos estaban absolutamente pendientes.

—En segundo lugar, mi padre es Warren Marshall, que es amigo del alcalde Taylor y del jefe de policía Ford, pero... —hizo una pausa para dejar que sus palabras calaran—. Mi nombramiento, aunque parezca político, se ha hecho con la mejor de las intenciones. No, no me acuesto ni con el jefe ni con el alcalde, así que si alguno de ustedes quiere probar suerte con ellos, adelante.

El pequeño chiste tuvo el efecto deseado, pues hizo reír nerviosamente al grupo y alivió la tensión que había estado llenando la sala. Por un instante, incluso se permitió un amago de sonrisa en los labios. Pero desapareció tan deprisa como había aparecido y cuando volvió a hablar, su tono era serio.

—Me da igual cómo hayan hecho las cosas antes, pero a partir de ahora las vamos a hacer a mi manera... y para que lo sepan, no juego a los favoritismos y no me quedo con trabajadores no productivos. Quiero resultados y me da igual cómo los obtengan, siempre y cuando no violen la ley.

Hubo una pausa y echó otra mirada general por la sala, posando los ojos por un instante en la menuda detective rubia que hasta entonces había evitado. Dios, pero qué guapa es. La idea se le pasó por la cabeza y apartó la mirada bruscamente.

—Voy a formarlos por parejas. Por desgracia, como estamos escasos de personal, eso quiere decir que alguien se va a quedar desparejado, pero a pesar de eso espero que todos nos esforcemos y trabajemos juntos. Cualquiera que no esté dispuesto a trabajar en equipo se irá —hizo una pausa y miró a cada rostro individual—. Bettman y Reynolds, Armstrong y Jabonski, Bridges y Howard, esos son sus equipos. Davis, usted estará sola por ahora.

Sydney no sabía si eso era una bendición o una maldición. Advirtió las miradas divertidas y compasivas que le echaban varios de sus colegas y se preguntó si la había escogido por alguna razón. No le hacía ninguna gracia pensar que la nueva teniente pudiera tener tantos prejuicios como el anterior.

—Todos los lunes después de nuestros turnos, tendremos una reunión de equipo donde pondremos en común toda la información que tengamos sobre los casos que en ese momento estén en rojo en el tablón. ¿Alguna pregunta? —Alex miró por la sala, pero nadie parecía dispuesto a decir nada, pues todos habían decidido esperar a ver qué pasaba.

—Pues muy bien, salgamos ahí fuera a resolver algún caso —los despidió a todos salvo a la otra mujer—. Davis, ¿puede quedarse un momento?

Sydney volvió a sentarse, frotándose nerviosa las palmas de las manos en los pantalones oscuros mientras los demás salían por la puerta. Miró a la otra mujer, que cruzó la sala con indiferencia y se sentó en el borde de la mesa de reuniones. Por un momento, sus ojos se encontraron e intercambiaron un destello de algo invisible pero eléctrico.

—Dejarla sola no es un castigo —Alex notaba la preocupación de la detective y se apresuró a tranquilizarla. Su voz se hizo más suave—. He leído su historial y conozco el motivo de que la ascendieran a Homicidios. Es usted buena policía, pero todavía no está a la altura que promete.

Sydney fue a protestar, pero la teniente ya había levantado la mano. Era como si supiera lo que estaba a punto de decir la detective.

—Sé que no ha recibido mucha ayuda. El teniente Messington es un machista, pero no piense ni por un momento que porque somos del mismo sexo y aquí estamos en franca minoría, voy a ponerle las cosas más fáciles que a los demás.

—No iba a pedir ningún favor —dijo la rubia bruscamente y entre dientes. Había creído por un momento que por fin podía haber encontrado a una amiga en la Unidad, pero ahora se replanteó esa idea.

—Bien —Alex asintió secamente—. Como he dicho, usted es buena policía y creo que tiene la capacidad para llegar a ser una gran detective de homicidios. Messington no le ha dado muchas oportunidades de demostrar lo que vale. Bueno, pues yo estoy dispuesta a hacerlo. Para ello, quiero que acuda a mí siempre que necesite ayuda. No tiene compañero, de modo que extraoficialmente voy a estar disponible para ayudarla si no hay nadie más. ¿Quiere comentar algo?

Sydney dijo que no con la cabeza. Estaba demasiado aturdida para hablar. De una sola tacada, la mujer había alabado su talento y había insinuado que lo estaba desperdiciando. Miró a la teniente, atraída por la intensidad de esos ojos azules. Por alguna razón, la idea de trabajar con esta mujer de repente no le pareció tan desagradable.

—Bueno, ¿ha recibido alguna comunicación de la oficina del forense sobre la víctima de la que se ocupó usted la otra noche? —el brusco cambio de tema casi pilló a Sydney desprevenida.

—Sí —asintió la rubia, contenta de hablar de un tema que conocía—. Nuestra víctima era un tal Phu Vang Tu, que se relacionaba con los Pequeños Dragones, una pequeña banda cuyo territorio está cerca de Chinatown.

—Entonces es lógico suponer que el resto de sus conclusiones también pueden ser ciertas —dijo Alex con energía, levantándose—. Le sugiero que coja a otro detective y vaya al barrio para entrevistarse con los chicos de los Sangres. A ver qué le pueden decir.

Sydney asintió y luego siguió a la mujer más alta a la sala de detectives. Sin decir nada más, la teniente desapareció en su despacho mientras la mujer más menuda regresaba a su mesa. Atrapó a la primera pareja de detectives que encontró.

—Vamos, chicos, necesito que alguien venga conmigo a visitar a los Sangres —los dos hombres asintieron, pero por su expresión supo que la idea no les hacía gracia.

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Alex se acomodó detrás de su mesa, posando los ojos en la rubia y observando cuando la mujer más menuda atrapó a los detectives Armstrong y Jabonski y se los llevó de la sala. Estaba ahí , se dijo. Lo he sentido. Pero al mismo tiempo sabía que estaba loca por pensar siquiera en esa posibilidad.

Si por algún milagro tenían una relación, tendrían que tener cuidado para que su carrera profesional no se viera en peligro. Sacudió la cabeza, dándose cuenta de que era una locura planteárselo siquiera, pero por alguna razón no conseguía librarse de la idea. Tendría que hablar de ello con Christie, pues estaba segura de que su cuñada enfocaría el tema con sentido común.

Daba la casualidad de que ese mismo día había quedado para comer con la otra mujer. Se conocían desde que estudiaban en la universidad y entre ellas no había nada tabú. Incluso cuando vivía en Chicago habían mantenido una estrecha relación. Christie era una de las pocas personas que Alex consideraba una amiga. Era la primera persona a quien la teniente había confesado su sexualidad.

La rubia miró a su morena acompañante sentada al otro lado de la mesa, incapaz de disimular la risa. Alex era probablemente la mujer más segura de sí misma que conocía y sin embargo, la mujer nerviosa que tenía sentada delante no se parecía en nada a la amiga que recordaba. Tenía algo distinto, algo inusual.

—¿Qué te pasa? —dijo al cabo de un rato. Habían terminado de comer y ahora estaban con el postre. Aunque la morena había escuchado y conversado durante toda la comida, Christie tenía la clara impresión de que la otra mujer tenía algo en la cabeza.

—¿Qué quieres decir? —Alex se quedó algo sorprendida por la percepción de su cuñada.

—Vamos, Alex, te conozco desde la universidad, sé cuándo hay algo que te preocupa —la reprendió la otra mujer con un leve tono de burla. Alex se quedó callada un momento, pensando en lo que iba a decir.

—¿Tú crees en el amor a primera vista? —la pregunta sorprendió a la rubia.

—Sí, supongo.

—¿Te enamoraste de Andrew la primera vez que lo viste? —quiso saber Alex.

—No... —Christie movió pensativa la cabeza—. Yo no diría que fue amor a primera vista. Me gustaba, eso sin duda. Me gustaba muchísimo, pero no supe que quería casarme con él hasta la tercera vez que quedamos para salir.

—Cosa que fue qué, ¿la tercera vez que lo veías? —fue el sarcástico comentario y la rubia tuvo la decencia de sonrojarse.

—Bueno, sí, ¿pero a qué viene todo ese interés por nuestro noviazgo?

—He conocido a alguien —confesó Alex con un suspiro—, y no sé qué hacer. Esperaba que pudieras meterme un poco de sentido común en la cabeza.

Christie se quedó algo sorprendida ante esta confesión. Aunque su cuñada había salido del armario pocos años antes, sabía que Alex todavía era relativamente novata en materia de ligues. La morena había salido con varias mujeres, pero como ella misma decía, era evidente que eran homosexuales y las que se lo habían pedido habían sido ellas. Al saber que su cuñada estaba interesada en alguien sintió una punzada de celos.

—¿Es gay?

—No lo sé —reconoció Alex a regañadientes—. Creo que podría ser.

—Pues lo primero que tienes que hacer es averiguar si lo es —le aconsejó la rubia pacientemente—. Luego averigua si está con alguien.

Dios, me siento como una adolescente , pensó Alex, y no como una mujer adulta en la treintena.

—Creo que era mucho más fácil con los tíos —reconoció tristemente.

—Eso es porque ellos llevaban la voz cantante —dijo Christie con una carcajada contenida—. No creo que funcione de la misma manera cuando se es gay.

—No —suspiró Alex. Había dado por supuesto que ahora todo sería más fácil, pero ahora que sabía que daba igual cuál fuera la orientación sexual, estaba claro que ligar era difícil sin más.

—¿Dónde la has conocido? —preguntó su acompañante con curiosidad. Sabía que su amiga no frecuentaba los bares homosexuales, preocupada por su reputación y su carrera.

—En el trabajo —confesó la morena y su acompañante soltó un silbido—. Es otra agente.

—Caray, chica, ¿estás segura de que quieres seguir adelante con esto? —dijo Christie muy seria—. Alex, si no sale bien, podrías tener muchos problemas.

La morena conocía el riesgo que correría. Había oído suficientes cosas a lo largo de los años para saber que los casos de acoso sexual en el lugar de trabajo eran un tema en auge. Era algo que tenía que plantearse seriamente antes de dar ningún paso.

—Conozco los peligros —suspiró, preguntándose si merecía la pena hacer el esfuerzo, sobre todo ahora que tenía tantas cosas a las que enfrentarse.

—Pues lo único que te puedo decir es que tengas cuidado —le advirtió su cuñada—. No querrás echar a perder tu vida por un simple revolcón.

Christie siempre había sido muy directa y ésa era una de las cosas que más le gustaban a Alex de ella. Eso y el hecho de que nunca había flaqueado en su apoyo y su amistad, incluso cuando Alex salió del armario. Sonrió.

—Ya sabía yo que me harías entrar en razón —Alex se rió suavemente, pero la rubia no se dejó engañar. Christie sabía que si la otra mujer había mencionado siquiera el asunto era porque era importante, pero no la presionó, pues sabía que su cuñada continuaría con la conversación cuando estuviera preparada.

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Sydney no estaba teniendo un buen día. Su visita a los Sangres al principio de la semana no había dado ningún fruto nuevo. Los pandilleros se habían negado a cooperar y a contestar sus preguntas. Se había ido más frustrada de lo que creía posible y, abatida, supo que la muerte de Phu Vang Tu seguramente se quedaría en tinta roja.

Era viernes por la tarde y estaba sentada a su mesa, reflexionando sobre la falta de pruebas y mecanografiando un informe, cuando se le pusieron de punta los pelos de la nuca. Era una sensación extraña, pero supo por instinto que la teniente estaba detrás de ella. La sospecha quedó confirmada casi de inmediato cuando la mujer se puso al lado de la mesa, apoyándose tranquilamente en ella con los brazos cruzados.

No había hablado con la mujer alta desde la reunión del lunes por la mañana, evitando inconscientemente cualquier contacto. Se habían cruzado en los pasillos y se habían saludado, pero aparte de eso, no habían hablado. A pesar de eso, no había dejado de notar intensamente la presencia de la morena.

—¿Cómo va todo?

Tras su conversación con Christie, Alex se había prometido a sí misma mantenerse alejada de la mujer más menuda, temerosa de la dirección que podían tomar sus sentimientos. Sin embargo, al cabo de cinco días de mirar disimuladamente a la rubia detective, le resultaba imposible mantener las distancias.

—No muy bien —reconoció Sydney, echándose hacia atrás en la silla y mirando a la mujer alta. Era profundamente consciente de lo cerca que estaba la teniente y el corazón le empezó a latir con más fuerza. Enfocó la vista en el ordenador que tenía delante—. Nadie quiere decir nada. Nadie habla.

—¿Y la familia de Phu Vang Tu?

—Tiene una abuela que no habla inglés y un tío que está cumpliendo dos años de condena por robo en una cárcel del estado —fue la solemne respuesta.

—¿Quién se ocupa de los detalles del entierro?

—Nadie ha reclamado el cuerpo todavía. Le dije al forense que me llamara cuando les comunicaran dónde enviar el cuerpo —contestó Sydney—. Tengo pensado volver a Chinatown y hablar otra vez con los Pequeños Dragones. Su líder extraoficial, Van Phan, ha estado fuera del país, visitando a unos primos en Vancouver. A lo mejor él me puede dar una pista sobre lo que ha ocurrido.

—Parece buena idea, si necesita ayuda, dígamelo —Alex asintió y luego señaló el tablón con la cabeza—. ¿Y los otros?

Sydney sabía que la teniente se refería a los otros dos nombres escritos en rojo. No sabía qué decir, porque se había quedado atascada en la investigación de esos casos. Creía que había cubierto todos los ángulos posibles, pero no había surgido nada.

—Nada —reconoció a regañadientes—. Me he devanado los sesos pensando en ellos. Sé que se me escapa algo, pero no logro descubrir qué es.

Alex abrió la boca, preparada para ofrecer su ayuda, cuando sonó el teléfono. Sydney se quedó mirándolo un momento antes de responder, temiéndose que pudiera ser otro aviso. Miró furtivamente a su alrededor. En la sala de detectives sólo estaban Bridges y Howard, los demás ya habían salido por avisos o por asuntos diversos del departamento.

—Aquí Davis —ladró prácticamente en el auricular, escuchando atentamente antes de ponerse a tomar notas en el cuaderno que tenía al lado del ordenador—. Vale, voy para allá.

—¿Un aviso?

—Sí, han encontrado un cuerpo entre Elm y Worchester en el distrito del Valle —asintió Sydney y vio que Alex se erguía.

—Bridges, Howard, Davis tiene un aviso, quiero que ustedes la acompañen —dijo la teniente con decisión y los dos hombres asintieron. Sydney levantó la mirada y descubrió que la mujer alta la estaba mirando—. Voy con usted, si no le importa.

Alex sabía que era una decisión impulsiva, pero todavía no estaba dispuesta a dejar la compañía de la otra mujer. Sabía que era una locura. Tenía un montón de papeleo que necesitaba acabar y varias llamadas que hacer a diversos jefes de departamento. No tenía tiempo para correr por la ciudad respondiendo a un aviso. Pero ahora que había tomado la decisión, no había forma de echarse atrás.

—Voy a coger mi chaqueta —murmuró Alex y corrió a su despacho en busca de la mencionada prenda.

Sydney se limitó a asentir, sin saber qué decir. Por una parte estaba emocionada por la idea de ir acompañada de la morena, pero por otra le espantaba la idea de tener a su jefa observando por encima de su hombro.

Sin embargo, a los pocos minutos corrían por las calles en uno de los abollados pero resistentes coches grises de la comisaría. Era mediodía y el tráfico estaba en su peor momento. La dirección del parte estaba en una zona residencial de clase media. Una zona donde no recibían muchos avisos y los que recibían no eran por lo general nada más grave que entradas en las casas o coches robados.

Sydney sabía que estaba siendo observada, por lo que tomó el mando de inmediato. Como responsable del caso, tenía que asegurarse de que todo se hacía como era debido. En cuanto entró en el círculo de patrulleros, se dio cuenta de éste era un caso que no quería llevar.

El aviso no le había dado ninguna información sobre el caso salvo que habían encontrado un cuerpo. Se sintió fatal al descubrir que la víctima era un niño blanco de entre siete y diez años de edad. Tenía marcas oscuras alrededor del cuello y la ropa arrugada, con los botones mal abrochados o arrancados. Se hizo un silencio casi total mientras contemplaba aquel rostro inocente.

La investigación del asesinato de un niño era tal vez una de las tareas más difíciles que se le podía pedir a un detective y aunque Sydney quería darse la vuelta y salir corriendo, sabía que era importante dejar de lado sus propios sentimientos. Respiró hondo, reprimiendo sus emociones y concentrándose en el trabajo.

—¿Quién lo ha encontrado? —preguntó bruscamente, convencida ya de que probablemente se trataba de un crimen sexual.

—Una mujer que paseaba a su perro —dijo el sargento al mando, dando un paso al frente. Al contrario que en otros escenarios de un crimen, aquí no habría ninguno de los chistes morbosos de costumbre. La muerte de un niño no tenía nada de divertido—. Estaba hecha polvo, por lo que la envié a comisaría en uno de los coches.

Sydney asintió, mirando a su alrededor, antes de volver a mirar al patrullero. No reconoció su cara, pero le sonaba el nombre que aparecía en su placa.

—Sargento Charles, quiero que divida a sus hombres por parejas y que hagan un interrogatorio casa por casa. Quiero saber si alguien oyó o vio algo —ordenó y el hombre asintió—. ¿Quién fue el primero en llegar?

—Yo —un veterano canoso vestido de uniforme dio un paso al frente.

—Bien. Quiero que escriba todo lo que recuerde desde el momento en que llegó aquí hasta que llegamos nosotros. ¿Hay algún colegio o centro de día en esta zona?

—Hay un colegio de primaria a unas cinco manzanas de aquí —el patrullero señaló con el pulgar en una dirección.

—Vale —Sydney miró el reloj y luego a los dos detectives de su grupo que acababan de llegar—. No son más que conjeturas, pero Norm y Roy, quiero que vayáis al colegio y veáis si ha faltado alguien a clase, por enfermedad o por lo que sea.

Los dos hombres asintieron y el detective más veterano se detuvo un momento para mirar bien la cara del niño muerto antes de llevarse a su compañero.

—Vale, los demás, quiero que empiecen a registrar el perímetro.

—¿Qué buscamos? —preguntó un joven patrullero.

—Cualquier cosa que parezca fuera de lo habitual, por pequeña que sea —Sydney se quedó pensando—. Qué demonios, busquen cualquier cosa, una mochila, una bolsa de almuerzo, unas zapatillas de deporte... lo que sea.

Los hombres asintieron y luego se dispersaron para emprender sus tareas individuales. Muchos sabían que iba a ser un día muy largo, pero ahora su prioridad era encontrar al asesino de este niño. Metódicamente, la joven detective se puso un par de guantes de látex y se inclinó para examinar al niño.

Un vistazo al cuerpo y Sydney supo que el niño estaba muerto antes de que lo tiraran con descuido de un vehículo. La piel estaba fría, pero no lo suficiente para que hubiera empezado el rigor mortis , lo cual era buena señal e indicaba que el niño no llevaba allí mucho tiempo. No tenía contusiones en la cara y ninguna otra marca en el cuerpo. Tendría que ser el forense quien le dijera cuál era la causa de la muerte, aunque sospechaba que ya lo sabía.

El lugar estaba sumido en un silencio poco habitual y los agentes se movían casi sin hacer ruido, completando sus tareas. Apareció Janice para tomar fotografías, pero al contrario que en la ocasión anterior, no hubo burlas ni bromas. Era como si todos supieran que hacer otra cosa que no fuera concentrarse en el niño muerto sería un sacrilegio.

Alex se quedó aparte y observó en silencio mientras los detectives y los agentes se ocupaban de las tareas que tenían asignadas, satisfecha de dejar que la joven detective siguiera al mando. Casi lamentaba su apresurada decisión de acompañar a la rubia sargento, pues la escena le traía demasiados recuerdos de su propia época como detective. Era una ciudad diferente con rostros diferentes, pero la crueldad era la misma.

Concentró su atención en la mujer menuda que ahora estaba inclinada sobre el pequeño cuerpo, examinando su ropa atentamente. Veía la emoción, rondando bajo la superficie, y admiró el hecho de que a pesar de todo la detective todavía fuera capaz de sentir.

—¿Qué opina? —preguntó en voz baja, acuclillándose al otro lado del cuerpo inerte. La otra mujer levantó la vista y por un instante Alex vio las lágrimas que inundaban esos ojos verdes.

—No lo sabré hasta que regresen Bridges y Howard —fue la apagada respuesta—. Pero sí sé que el cabrón que ha hecho esto no se va a escapar.

—Asegúrese de ello —dijo la teniente con suavidad—, porque cuando la prensa se entere, va a haber mucha presión.

—Por el amor de Dios, ¿es que sólo sabe pensar en las ramificaciones políticas de todo? —Sydney dejó que se le escapara el estallido de rabia y sus ojos verdes soltaron un destello peligroso.

—No estaba pensando en la política —replicó Alex con calma, sin ofenderse por el estallido, aunque las duras palabras le escocían—. Estaba pensando en la familia del niño.

Sin decir nada más, la mujer se irguió y se alejó. Sydney maldijo por lo bajo y supo que debía disculparse, pero no pudo hacerlo. Cerró los ojos y respiró hondo, dándose cuenta de que iba a tener que conservar la calma y la concentración si esperaba resolver este crimen. Sin hacer caso de todo lo demás, se concentró en el cuerpo.

Ya había caído la tarde cuando se sintió la bastante segura como para dejar el cuerpo en manos del agente forense que esperaba pacientemente. Se había registrado el lugar a conciencia y se había hecho un interrogatorio por las casas cercanas, pero nada de todo ello había destapado ninguna pista. Se quedó mirando con una sensación de impotencia mientras metían a la víctima en una bolsa y luego en el furgón del servicio judicial.

Esa frustración fue en aumento al regresar a comisaría. Se sentó a su mesa y contempló la pantalla del ordenador en busca de alguna pista. La visita de los detectives Bridges y Howard al colegio de la zona no había revelado nada sobre la identidad del niño, pues todos los alumnos estaban presentes ese día.

Un repaso a la lista de niños desaparecidos de la zona no había dado fruto, por lo que envió su propio informe a todos los cuerpos de policía del estado. Luego mandó una notificación a los estados vecinos e incluso envió un aviso a las autoridades canadienses de la Columbia Británica, al otro lado de la frontera. Seguía en su mesa mucho después de haber terminado su turno, leyendo los informes y marcando números.

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Ya era tarde cuando Alex por fin cayó en la cuenta de la hora que era. Se pasó una mano cansada por el pelo oscuro y recogió su mesa. La sala de detectives estaba vacía salvo por el personal de limpieza y una mujer rubia que al parecer estaba pegada a la pantalla de su ordenador. Se puso la chaqueta y cerró en silencio su despacho.

—Hola, ¿cómo va? —preguntó suavemente, colocándose al lado de la detective y escudriñando la pantalla—. ¿Alguna pista?

—No —reconoció Sydney con tristeza, sintiéndose incómoda al recordar sus duras palabras de esa mañana. Se echó hacia atrás en la silla y por primera vez notó el leve y agradable perfume que rodeaba a la mujer alta. Levantó la mirada con timidez, intensamente consciente de lo cerca que estaba la otra mujer—. He enviado avisos de personas desaparecidas a todas las agencias del estado. Ahora es cuestión de esperar a ver si surge algo.

—¿Le ha dicho el forense cuándo puede tener un informe preliminar?

—Han dicho que me pase mañana —contestó la mujer más baja.

—Vale, pues no se quede hasta muy tarde —dijo Alex y se volvió para marcharse. Sydney vio que la mujer empezaba a irse y actuó movida por un impulso repentino.

—¿Teniente?

—Mmm —la alta morena se volvió para mirarla con esos penetrantes ojos azules.

—Yo... quería disculparme por mi comportamiento de esta mañana —Sydney se tragó el nudo que tenía en la garganta. Estaba nerviosa y súbitamente desesperada por el perdón de esta mujer. No sabía por qué, pero quería caerle bien a esta mujer. Era una idea extraña, porque por lo general no le importaba lo que pensara la gente.

—No se preocupe —Alex desechó la disculpa como si no tuviera importancia. Lo cierto era que las duras palabras de la mujer le habían hecho mucho daño—. Es fácil alterarse, sobre todo cuando se está ante el cadáver de un niño asesinado brutalmente.

—Gracias, se lo agradezco —la detective tuvo una inmensa sensación de alivio—. Nos vemos el lunes.

Alex asintió y se volvió de nuevo para marcharse, pero dio sólo dos pasos y se detuvo. Sabía que la idea era una locura, pero no podía quitársela de la cabeza. Se armó de valor y dio un salto arriesgado.

—Escuche, no sé usted, pero yo no he comido nada desde el almuerzo y en casa tengo la cocina vacía. ¿Le gustaría cenar algo?

La invitación fue tan inesperada que Sydney estuvo a punto de caerse de la silla. En vista de lo que había ocurrido en las últimas doce horas, lo último que se esperaba era una invitación a cenar por parte de su jefa. Sintió que se le quedaban los pulmones sin oxígeno y que se le aceleraba el corazón. En silencio, se recordó a sí misma que debía respirar.

—Si tiene otros planes, lo comprendo —Alex se sentía como una completa idiota. Era evidente por la expresión de la detective que la mujer no sabía qué pensar—. Que pase buena noche.

—No —Sydney saltó de la silla, tirándola con fuerte estrépito, y la mujer alta la miró con cierta diversión mientras recogía apresuradamente el mueble del suelo—. Yo tampoco tengo nada en la nevera. Me gustaría comer algo.

—Bien —la teniente sintió un inmenso alivio, pero no dejó ver ninguna de sus emociones—. Conozco un pequeño restaurante italiano muy bueno que no está muy lejos de aquí. ¿Prefiere ir andando o en coche?

—Si está cerca, podríamos ir andando —propuso Sydney, poniéndose a toda prisa la cazadora, temerosa casi de que la otra mujer cambiara de opinión. Caminaron juntas por el edificio y salieron por la puerta principal.

—A lo mejor deberíamos coger un coche —dijo Alex cuando salieron a la noche—. No me había dado cuenta de que las calles estaban tan oscuras.

—Vamos, en esta parte de la ciudad prácticamente no hay crímenes —la rubia detective sonrió, sintiéndose absurdamente feliz a pesar del lúgubre día que acababa de tener—. ¿Quién sería tan tonto de atacar a dos guapas polis de homicidios?

Guapas, oye , pensó la teniente con regocijo, pero al hablar su tono era simplemente humorístico.

—Alguien que no sepa que somos polis.

—Bueno, sí, siempre puede ocurrir eso... pero con el día que he tenido, no me vendría mal un poco de ejercicio —y para recalcar lo que decía, la mujer más baja entrelazó los dedos y estiró los brazos para hacer crujir los nudillos.

—¿Cree que podría protegernos? —preguntó la mujer alta con cierta diversión, al ver que su acompañante estaba prácticamente dando botes.

—Por supuesto —contestó Sydney y luego hizo unos movimientos de lucha. Sabía que estaba flirteando, pero no lo podía evitar.

—Muy bien, confío en que me defienda —dijo Alex con una risa amable, contenta con la idea—. Pero si nos atracan y mi reputación queda por los suelos, la haré a usted responsable.

—Haré todo lo que esté en mi mano para que eso no suceda —la rubia se inclinó galantemente, sintiéndose un poco culpable por la alegría que sentía. Había tenido un día muy duro y necesitaba descansar un poco de la tensión de su trabajo. Además, estaba en compañía de la mujer más bella que había conocido en su vida.

El restaurante estaba a varias manzanas de distancia y su trayecto transcurrió sin incidentes. Era un restaurante acogedor y había una vela en medio del mantel de cuadros rojos que cubría casa mesa. Eligieron un reservado de la pared del fondo.

—¿Le apetece compartir una pizza? —dijo Alex para iniciar la conversación cuando la camarera les hubo dejado unos vasos de agua y las cartas en la mesa. Tras la primera acometida de conversación humorística, se habían quedado en silencio.

—Me parece bien —asintió Sydney y justo en ese momento le rugió el estómago. Ahora mismo habría aceptado lo que fuera.

—¿Cómo la quiere? —la pregunta hizo sonreír cortada a la rubia.

—Me vale cualquier cosa —dijo la joven detective, encogiéndose de hombros, esperando no tener que dar una respuesta sincera.

—Yo como casi de todo —dijo Alex con intención—. ¿Qué quiere?

—Normalmente pido carne, cebolla, pimiento verde y piña —confesó Sydney de mala gana y su acompañante enarcó una ceja bien perfilada.

—He dicho casi de todo.

La mujer más menuda se sonrojó.

—Podemos pedir una simple pizza de queso.

—Es broma —Alex se rió de nuevo—. Esa combinación me parece bien.

La rubia detective no sabía si creer a su acompañante hasta que regresó la camarera y tomó nota de su pedido. Se volvió a hacer el silencio mientras bebía un sorbo de agua, moviendo los ojos nerviosa por la sala. Intentaba mirar a cualquier parte menos a su acompañante sentada al otro lado de la mesa, pensando en cómo se habían transformado las facciones de la mujer con esa sonrisa.

—No tiene por qué estar nerviosa —dijo Alex en tono tranquilo, percibiendo la incomodidad de la otra mujer—. Cuando dejo la comisaría, mi trabajo se queda allí. No está a prueba.

Sydney miró a la mujer y por un instante los ojos azules y verdes se encontraron. Sintió que se le aceleraba el corazón. La joven detective tuvo la clara impresión de que estaba a prueba, pero por un motivo totalmente distinto. Se armó de valor.

—¿Por qué me ha pedido que cene con usted? O sea, hoy no la he tratado muy bien.

La pregunta directa pilló a Alex desprevenida, pero no mostró ninguna emoción. Podría haber dicho la verdad, pero no creía que ninguna de las dos estuviera preparada para eso. Tenía la sensación interna de que iban a tener una relación. No sabía por qué lo sabía, era un conocimiento instintivo. Además, le había gustado la forma en que la mujer más baja había flirteado con ella. En silencio, se obligó a ser paciente. Esto era algo que no quería fastidiar por ir demasiado deprisa.

—Me gusta conocer a las personas que trabajan para mí en un ambiente más social —replicó con calma—. Me ayuda a saber cuáles son sus puntos fuertes y débiles. Así puedo utilizarlos sacando el máximo de su capacidad.

—Así que esto no es más que una oportunidad para usted de analizarme —las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.

Sydney vio el destello de dolor en los ojos azules antes de que cayera el telón, tapando cualquier emoción que pudiera sentir la mujer. No conseguía explicar su brusca reacción. No sabía qué clase de respuesta estaba buscando, salvo que era otra cosa. Por un momento se había permitido imaginar que la otra mujer estaba interesada en ella como mujer y no como agente de policía. Seguro que es hetero , decidió, no muy contenta con la idea.

—Lo siento —se disculpó Alex, momentáneamente confusa.

—No, soy yo la que tiene que disculparse —Sydney se podría haber dado de bofetadas—. No debería haber dicho eso, ha sido una grosería.

—No, ha sido franca —dijo la teniente en tono apagado, mirándose las manos, que estaban juntas sobre la mesa—. No es usted la primera persona que me acusa de ser demasiado clínica.

—Y a mí me han acusado con razón de ser una bocazas —Sydney suspiró, tratando desesperadamente de pensar en una forma de arreglar las cosas—. Escuche, lo siento, me doy cuenta de que probablemente quería tener una cena tranquila y relajante. Debería irme.

La rubia cogió su chaqueta, que había embutido en el rincón de la pared. No quería marcharse, pero estaba quedando como una boba y decidió que era mejor retirarse antes de que la otra mujer pensara que era una completa idiota. Pegó un respingo cuando una mano cálida la agarró del brazo.

—No quiero que se vaya —dijo Alex en un tono grave que a su acompañante le provocó un inesperado escalofrío por la espalda. Sus ojos se encontraron por un instante—. La verdad es que no soy famosa por mis habilidades sociales, así que... ¿se queda, por favor?

La teniente tenía una expresión que al instante derritió el corazón de su acompañante. Sydney supo con inesperada claridad que estaba enamorada de esta mujer. Sólo había hecho falta esa mirada para que el corazón se le cayera a los pies.

En silencio, asintió y volvió a embutir la chaqueta en el rincón y Alex sintió un alivio increíble al tiempo que apartaba la mano. Ambas mujeres se sintieron igual de agradecidas de que la camarera eligiera ese momento para aparecer con sus bebidas, aliviadas por la distracción.