PhoenixLune II

Capítulo II: Robando manzanas (Corregido)

-Puedes colocar tus cosas aquí – Dijo Sara señalando una cómoda. – Y si tienes frío las cobijas se encuentran debajo de las cosas de navidad, así que si tienes problemas, sería cuestión de que me avises.

“Preferiría dormir en un callejón que con tus adornos” tan solo pensé y asentí con la cabeza, mientras que observaba como el ropero completo se encontraba con listones, figuras de todo tipo, incluso pinturas apenas legibles “no me vallas a querer adornar a mí también.”

-¡Sara! – El grito desgarrador de uno de los infantes me sacó a la realidad.

Empuñe una daga postrada en el cinturón de mi espalda,  abrí la ventana y salí al tejado, resbalando por el mismo hasta llegar al patio, donde lo único que vi fue a la pequeña rata retorciéndose en el piso, sin rastro alguno de sangre.

-¡Daniel! – Sara se arrodilló en cuento llegó al lado del pequeño -¿Qué sucede? ¿Qué te pasó?

-Creo que ya encontré el problema – Dije apuntando con mi navaja el nido de abejas que se encontraba sobre una ventana. –Habla con Ricardo, y pídele que me ayude, ¿Tienes algún tipo de mecate?

-Sí…

Tratar de hacer un nudo ciego, a ciegas por que la canaleta no te permite vislumbrar qué carajos haces, sobre un techo que cruje en pleno medio día, y con las avispas a la defensiva no era precisamente mi tarea más sencilla. Tomé el resto de la cuerda, y la aventé a los brazos del muchacho.

-Atraviésala, en la rama más alta que puedas, ya voy.

Bajar por el tejado se estaba volviendo lo más divertido que había hecho en años.

-¿Qué vas a hacer? – Preguntó casi aterrado el pobre niño.

-Solo subiré al árbol para que al jalar la cuerda tenga un efecto de péndulo, y por lo menos el nido se vaya al monte, si se destruye no estará cerca de ustedes.

Comencé a trepar tratando que el mecate no se atorase en alguna rama. Estando lo suficientemente arriba como para crear un péndulo, me senté en la rama más gruesa que encontré, tomé un cigarrillo y al encenderlo tiré de la cuerda. El nito terminó por caer poco después de una pila de madera.

-La cena está lista… -Dijo Sara cuando pasé por la cocina, tratando de entrar la madriguera en la cual dormiría por un tiempo. –Pasaste toda la tarde fuera, pensé que podrías tener hambre…

La miré un momento, me regaló una ligera sonrisa, casi forzada, “Si, soy una invitada difícil”, desvié mi mirada y proseguí subiendo las escaleras.

-Gracias, bajo en un momento.

-¿La madera apilada detrás del patio, es tuya? –Le pregunté mientras tomaba algo de pan.

-Ah, sí. –Me miró, -Puedes usarla si gustas, la verdad es que no estabas obligada a quitar el panal, y sin más lo hiciste…

-Los habría terminado por picar a todos.

El silencio en aquella mesa era sepulcral, los niños me miraban como un ente posiblemente llegado de otro planeta.

-No muerdo- Pronuncie al dar el último bocado de mi estofado.

A la mañana siguiente, fui al pueblo para comprar un poco de material, y al regresar me di cuenta que la pila de madera era más grande de lo que pensaba, sin embargo escondía escombros de todo tipo de frituras, al parecer era el lugar predilecto para hacer un pick-nick de vez en cuando.

“Esto es un basurero”

Diez años atrás.

No había nada que me llenase más de emoción que ir al pueblo en una tarde a medio nublar, ello significaba siempre un cúmulo de gente para donde sea que volteases. “Motín seguro”, decía siempre el viejo vagabundo, “el gringo” le decía la señora Chela, encargada de la cocina.

-¡Bajan! – Gritó el gringo desde la banca al frente de la carreta.

Esa era nuestra señal para bajar. Leo y Cristopher siempre eran los primeros, saltaban para caer rodando y poder esconderse tras los matorrales de la plaza central, y seguida de ellos siempre yo. “Si dejases de ser una sombra traerías más comida a las mesas” las palabras de doña Chela retumbaban en mi mente al caer entre los arbustos, “No hoy” pensé.

Los mercaderes se encontraban a rebosar, y el pueblo parecía haber decidido hacer hoy las compras. “Es mi oportunidad”.

-Concéntrate… - Suspiré y levanté mi cuerpo, pasando entre la gente del mercado.

“La comida es importante, pero las joyas nos permiten otros menesteres” la voz del gringo me permitía observar todo tipo de anillos y relojes a mi alcance.

“El oro es primordial” pensaba mientras que de las manos suaves de una mujer retiraba delicadamente su aniño de bodas. “La plata va después”, el collar de plata de una niña que finaliza con una cruz fue mi siguiente motín. Mi mirada se posó sobré un reloj que cerrado y a la luz, brillaba como si tuviese luz propia “Las piedras son las más valiosas”. Me acerqué sigilosamente al hombre de traje, que parado fuera de la joyería, le mostraba a una niña lo que parecía ser un regalo de cumpleaños.

-Papá… - Un nudo se formó en mi garganta y sentí como si una sombre se hubiese postrado sobre mi rostro.

De pronto me vi caminando hacia la niña, sin mirarla siquiera, aceleré un poco mi andar, y al pasar junto a ella le arrebaté el reloj del bolsillo derecho.

Estaba lista para volver a casa, quizá no era el motín más grande, pero sabía por la piedra incrustada en la cara del reloj, que era una excelente adquisición. “La comida es importante”, me hizo dudar de si volver un momento al mercado o quedarme en aquel callejón húmedo.

Las manzanas eran las favoritas de la pulga, la niña más joven del basurero. Pero pasar por un par de manzanas no fue mi mejor idea…

-¡Es ella!

Escuché los gritos detrás de mí a tan solo media calle de distancia, era el padre de la niña cuyo reloj acababa de arrebatar. “Mierda” mordí una manzana y la siguiente la metí en la gabardina. Comencé a correr abriéndome paso por medio del gentío, divisé la carreta dirigida por Leo, mientras Cris trataba de hacerme señas, corté por el camino de la central de abastos, cortando justo por el área de comidas. Cristopher bajo de la carreta y el gringo volvió a tomar el mando de la misma. Corriendo a mi paso, tomamos un cerdo colgado en la carnicería clandestina del gordo Juan, lanzándolos a las manos de Leonardo, tomé un par de quesos, y Cris una canasta de pan, se lanzó a la carreta y extendía su mano para subir, pero al final del camino, tomé un canasto de manzanas…

-¡Tómala! –Grite al aventar el canasto frente a mí.

La carreta giró y apoyándome de la pared del último puesto logré subir entre vitoreos del resto del equipo.

-¿Por qué hay luciérnagas tan arriba en el cielo? –Me preguntaba la pulga cuando después de cenar, observábamos las estrellas.

-Se llaman estrellas. –Le dije sin más.

-¿Y qué hacen ahí? ¿Por qué brillan?

Abracé a la niña, que apenas ocupaba una tercera parte de mi espacio vital. La escuché toser.

Tres meses después

-¡Chela es que tiene que haber una forma! – le imploraba mientras tras de haber sido descubierta tratando de robar dinero de la familia, para comprar las medicinas que la pulga requería, la señora Chela me explicaba que ya no podíamos hacer nada por ella…

-Necesita un doctor, y no tenemos dinero para un doctor, ni siquiera podemos salir de aquí sin que se nos persiga, o nos la quiten. –Colocó su mano sobre mi hombro.- Y tú sabes cómo son esos lugares donde van a parar.

Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, y arrebatada por el dolor corrí a la colina donde solía llevarla para observar el cielo, abracé mis rodillas y escondí mi rostro entre ellas.

-Puede haber una forma –La voz ronca de aquel viejo, que nos acarreaba cada mañana para saquear una parte del pueblo, se hacía presente perturbando mi paz.

-¿Cuál? – respondí casi en un susurro.

-El banco de la ciudad vecina.

La tarde se hacía presente, y el camión de valores aún no arribaba, la impaciencia de Leo se hacía presente, y la flojera de Cris comenzaba a expandirse hasta contagiarnos, en aquel callejón frente al banco.

-Tal vez el viejo se equivocó y el camión ni siquiera pasa hoy –Habló Cris.

-O quizá es una señal de que no deberíamos hacer esto Ela… -Leo me tomó del brazo – Jamás hemos hecho algo parecido.

-La pulga nos necesita…

Estaba llena de terror, efectivamente era la primera vez que hacíamos algo parecido, pero la pulga necesitaba ser atendida. El camión de valores dobló por la esquina, estacionándose justo en las escaleras del banco. Me acomodé el cabello, y respiré hondo, en cuanto divisé las últimas dos bolsas en el piso, procedí a ir con los guardias.

-Disculpe… -Tuve que hacer una voz dulce como el algodón de azúcar. – ¿Podría ayudarme con el canasto de allá? –con una mirada de ternura y una sonrisa discreta, pasé mi mano ligeramente por mi escote, antes de señalar el canasto dejado en la banca de enfrente. –Es solo que debo llevarla hasta la carreta, y está un poco pesada…

El guardia se sonrojó tanto que creí que en cualquier momento, le brotaría sangre de la nariz, y mientras yo desempeñaba mi papel, mis cómplices entraban en el camión blindado. Llevé al hombre hasta la carreta, y el gringo nos aguardaba en el callejón debajo de la misma, en cuanto nos vio llegar intentó atacarle para dejarlo amarrado según el plan. Pero algo falló. El hombre armado golpeó al gringo en el rostro con el arma, mientras este intentaba rodar debajo del carruaje.

-¡Ven aquí maldita sabandija!

Lo vi apuntar su arma al único hombre que se había encargado de mí, justo como mi padre lo habría hecho, la mirada de terror del viejo era parecida a la de un perro siendo atacado por otro más grande. Me colgué de su pecho y forcejé con el guardia durante un par de segundos, prendido de su cuello, hasta que me tomó con ambas manos, tirándome en el piso. Voltee arrastrándome tratando de recargarme en la pared más cercana, y solo pude ver como sus ojos enfurecidos, comenzaron a perder fuerza, cayó de rodillas frente a mí, e intentó alcanzarme mientras su cuello se desangraba… Y solté el pedazo de vidrio al que seguía aferrada con mi mano derecha.

El galopeo en mi pecho y en mis oídos era una locura, el viejo me tomó de la mano y corrimos al camión de valores que nos esperaba en la esquina siguiente, ellos desaceleraron un poco dejándonos entrar. Aún estaba en shock, a unos metros más, las patrullas cerraban el lugar con una barricada, Leo se veía obligado a frenar, pero el gringo lo empujo a la parte de atrás conmigo y con Cris. Lo último que recuerdo, fue el estruendo al momento del impacto.

Diez años después.

El horizonte me parecía tan perfecto, extrañamente el cansancio me permitía contemplar los colores que ignoraba por lo regular, como el rojo por ejemplo. La colilla de mi cigarro comenzaba a quemarme cuando me di cuenta que Sara se aproximaba con una bandeja que sostenía una limonada y un poco de fruta.

-Parece que no te quedarás en los cuartos de la casa ¿verdad? –me preguntaba con una sonrisa jodidamente tierna. – Te ha quedado bien.

-Tenías suficiente madera.

Su presencia, al igual que el de cualquier otro ser comenzaba a incomodarme al ser sólo nosotras dos. “Solo estás cansada estúpida” trataba de recordármelo por cada pedazo de fruta que ella me ofrecía.

Construí una pequeña habitación en el patio, aún me quedaba por hacer, como el baño ya que no estaba dispuesta a caminar por la noche, en pleno terreno abierto tan solo para satisfacer mis necesidades biológicas, pero quizá ese mismo día podría dormir ahí.

-Tal vez incluso te sirva de desván cuando me valla. –Evitaba su mirada a cada momento.

-¿Cuál es tu prisa? – Me preguntaba mientras me servía un poco más de agua. –Nos vendría bien ese ingreso extra por tu estadía aquí. – El olor de su piel, era a una mezcla de vainilla y canela, cómo si cada vez que horneara galletas, fuese a salvar vidas entre las llamas.

-Ninguna, pero jamás me quedo en un mismo lugar mucho tiempo, soy útil, pero no se encariñen. -Comí un trozo de pan dulce y la miré.

La presencia de Sara no me era cómoda, sin embargo no era como la sensación que emanaba Cristina, “Perra…” el solo hecho de pensar en ella me enfurecía.

-Disculpa… - Se asomaba Pamela por la puerta.

-Dime –Le respondí sentada desde la ventana.

-Sara te manda esto… - Me extendió una cobija grande y un poco pesada. – dice que quizá hoy la temperatura descenderá.

-Sí, el cielo estaba muy aborregado.

Al momento en que tomé la cobija de sus manos, pude ver sus ojos, y todo comenzó a tener un poco de sentido, ya las conocía.

Diez años atrás.

-¿Sabes cuáles son los cargos en tu contra? – me preguntaba una mujer, de traje, sentada frente a mí.

  • No… - mi voz apenas se escuchaba, sentía cómo mi garganta me dolía, mi cuello dolía, mi cabeza, el resto de mi cuerpo.

-Robo de un camión de valores, el atraco por doce millones, y el asesinato de un policía en servicio. –Su mirada era tan penetrante, que podía sentir como atravesaba mis ojos.

Aquello último me petrificó, sentí como un escalofrío recorría mi cuerpo, mi sangre como de pronto cayó al piso.

-No… -Alcancé a sollozar… -No… - intenté tomar mi rostro entre mis manos pero me di cuenta que me tenían esposada a la camilla del hospital. Y el otro brazo estaba pegado a mí, quebrado.

-Cálmate… -La mujer trató de acercarse, y el miedo se apoderó.

Dos semanas después.

-¿Qué pasó con mis compañeros? – Le preguntaba mientras sorbía un poco de agua, de la mesa del interrogatorio.

-No sabemos dónde están – decía mientras tomaba asiento frente a mí, la misma mujer que intentó entablar conversación conmigo en el hospital. –Esperábamos pudieras decírnoslo tú.

-No soy una traidora.

El semblante de su rostro no podía describirlo, y su mirada parecía que me taladraría la cabeza en cualquier momento. No aguanté más y me levante, posándome frente a la ventana. Y pude ver una vez, aunque de forma muy tenue, los moretones que me bordeaban de la frente al mentón.

-¿Por qué hacerlo? – Preguntó sin más.

-¿Hacer qué?

-¿Por qué robar un camión de valores, asesinar a un guardia, y seguir protegiendo a tus “compinches”? no veo a ninguno de ellos aquí.

-Quizá yo tampoco. –Dije seca, mirándola. La furia comenzaba emanar desde mis entrañas. Si ella supiera el porqué, no me tendría aquí.

-Tienes una mirada amenazadora, ¿debería preocuparme?

-¿Sabe? El hambre te hace robar un par de manzanas, hacer favores a cambio de un poco de comida y techo.

-¿Qué clase de favores? –Tomó su pluma y la carpeta que posaban en la mesa.

-¿Sabe lo que es pasar hambre acaso? –Deseaba en ese momento ahorcarla con mis propias manos. Pero mi brazo quebrado no ayudaba mucho. - ¿sabe lo que se siente saber que un ser querido necesita medicina y no poder otorgársela, sólo porque no tienes cómo comprarla? ¿Lo que es no poder llevarle a un hospital porque quizá le separarán de ti?- Me acerqué hasta quedar a pocos centímetros de ella- ¿Sabe cómo carajos terminas en un basurero tratando de cuidarte todas las noches de no enfermarte porque simplemente no podrás curarte? –Comencé a gritar - ¡¿Sabe cómo es pedirle ayuda a un hombre de la policía y que te venda a un par de vagabundos por un poco de marihuana?! –Mi respiración se había agitado lo suficiente para que me faltase aire. –Por gente como usted… -Su expresión cambió, y supe que tenía miedo. Me tenía miedo. –Que son indiferentes a cualquier persona que no vista ropas limpias, por ustedes que no nos permiten lavar sus coches, limpiar sus casa, hacerles la despensa o los mandado para ganarnos un poco de pan, es que terminamos robando una manzana el día de los mercaderes… -Me volví a la ventana, sin mirar nada, solo el vacío.

Al paso de un par de días, la abogada Maud Toussaint, pasante de un doctorado en abogacía penal infantil, se convertiría en mi tutora legal, otorgándoseme la absolución.

-¿Por qué? – Le pregunté al llegar a un pequeño apartamento.

-Porque yo no soy indiferente… -Me sonrío, justo como lo hacía mi madre…

Habían pocas ocasiones en las que sentía que la vida me sonreía, el llegar al basurero con un puerco entero, quesos y fruta fue una de las ocasiones más cercanas que recordaba, y ahora esto. Lo único que me faltaba era encontrar a la pulga para poder darle un lugar cálido donde dormir, “Se pondrá tan feliz, se pondrá bien en cuanto venga conmigo”.

Era difícil salir sin Maud, en verdad me cuidaba como una hija, por lo cual trataba de tener paciencia, y disfrutar lo más que podía de los días en la terraza del edificio. Había un área para azar, suficiente espacio para tener niños corriendo, jugando, incluso bancas para sentarse a platicar con poco más de 5 personas. Maud me había regalado un par de libros, con lo que descubrí que amaba leer, sobre todo casi al atardecer.

-¿Quieres jugar?

La voz de una niña de ojos grandes me sacó de mis pensamientos. La miré y tendría quizá unos dos años más que la pulga, usaba un vestido verde de pingas blancas, y un par de trenzas. La observe durante un momento, y le sonreí.

-¿Qué quieres jugar?

-¡Pamela! –La voz severa de una mujer, quien posiblemente era su madre irrumpió en el lugar -¿Qué te he dicho de subir sola a la terraza? - Me miró de pronto. – Tú debes ser la hija de la abogada ¿No es así?

-Si señora. –Era intimidante.

-Bienvenida hija, pero deberás disculparnos –Tomando a la niña de la mano – Alguien no ha terminado su tarea.

“Va a la escuela, la pulga debería ir a la escuela”. Ese pensamiento me invadió tanto, que no pude soportar más la angustia. Maud me había prometido encontrar a la pulga para traerla con nosotras, pero la espera me estaba matando, esos procesos no los podía entender, solo era cuestión de sacarla del basurero y ya. Había pasado casi un año desde la última vez que pude verla. “Quizá ya mejoró” y una sonrisa se dibujó en mi rostro al pensar en ello.

Llegué por la parte trasera del basurero, y pude observarlos, ¡Seguían vivos!, Leonardo, Cristopher, incluso el gringo. No pude aguantar más e irrumpí en la cocina para reunirme con ellos.

-¡Eleonor! –Los ojos de doña Chela parecían cataratas.

-Pensábamos que habías muerto… -El gringo con su voz rasposa como siempre, me sonreía desde la mesa.

-Usted me enseño a no morir en el intento.

Entre abrazos, y risas, pregunté por la pulga, más nadie me contestó.

-¿Dónde está? –Mi sonrisa se había borrado así como la de todos los demás.

-¿Dónde carajos está la pulga Leonardo? –Sabía que él no habría de mentirme.

-Ela… -Tratamudeo un poco y lo tomé de la playera.

-Dime donde está… -Un par de lágrima comenzaron a rodar por mi rostro.

-La pulga no soportó el invierno Ela… -Sentenció el gringo.

-¿Qué? –Lo miré desconsolada.

Sentí como mi corazón se hacía añicos, el dolor se volvió insoportable.

-No pudimos hacer nada… -Trató de argumentar Cris.

-¿Qué no pudieron hacer nada? –Lo mire furiosa. – ¡Asaltamos un camión de valores! ¡Y solo a mí me atraparon! –Me acerqué lentamente a él. –Ustedes, pudieron escapar después de creerme muerta, no sólo me abandonaron, si no que abandonaron a la pulga, ¡Ella era la única razón por la cual yo arriesgaba mi vida! ¡¿Y después de creerme muerta ni siquiera eso pudieron respetar?!

-Eleonor tranquilízate… -Me rogaba doña Chela.

-¿Qué? – La miré con el rostro desencajado- ¿Qué me tranquilice? –Le susurré –Me están diciendo que la pulga murió, porque ni con dinero pudieron salvarla… - Me acerqué a ella – Ustedes no deseaban salvarla… -Comencé a llorar de rabia y miré al gringo – Sabía que me necesitaba para seducir a los guardas de valores… y sabía que la única forma era convencerme que era en favor de esa niña… Esperó a que enfermara ¿para qué? ¿Para usarme y dejarla morir a su suerte?

-Ela no es cómo tú crees…

-¡¿Entonces cómo carajos es Leonardo?! – Comencé a negar con la cabeza, no podía creer la clase de monstruos con lo que había crecido…

-Ya no podíamos hacer nada… -Intentó intervenir Cris. -Después de creerte muerta, comenzó a toser con sangre en vez de flemas, ya no comía, y todo lo que se metía la boca lo vomitaba… estaba sufriendo demasiado Ela…

-¿Qué hicieron con su cuerpo…? - Lo miré con odio.

-Lo llevé al lago… -Dijo el viejo.

-¿Me estás diciendo, que arrojaste su cuerpo al lago…? -Lo miré con un desprecio desconocido para mi… -Me dan asco… -Alcancé a sollozar. Y salí de aquél lugar.

Mi corazón estaba destrozado, sentía un vacío indescriptible, me dolía el estómago, me sentía traicionada, no solo me habían abandonado aquel día del incidente, no solo me habían utilizado. Usaron a la única criatura inocente del basurero, y la dejaron morir a su suerte cuando más nos necesitaba… sentía cómo el mundo se derrumbaba, pero aún me quedaba Maud.

Corrí lo más rápido que pude en dirección a mi nuevo hogar, con mi nueva madre, donde todo sería…

-¿Fuego…?

Capítulo 3: El padrino.

-¿Maud…? No…

Corrí en dirección al edificio, la luz de las llamas me cegaba por completo. Alcancé a escuchar una explosión cerca, y cómo las ventanas del departamento de enfrente explotaban totalmente. La lluvia y la luz no ayudaban a mi visión, y menos a mi paso, el cual cuidaba para no caer, al suelo.

Brinqué las escaleras hasta llegar a nuestro departamento, y vi a Maud, extendida en el piso, con el sello del diputado Montemayor en el cuello. El estómago se me revolvió de inmediato. La tomé en mis brazos, y la refugié en mi pecho, su cuello había sido cortado, y su lengua mutilada.

-Maud… -Lloré su nombre mientras la mecía sobre mi pecho, y el apartamento se caía a pedazos…


Nota de la autora:

Lamento mucho la tardanza, pero espero sea de su agrado y espero poder tener una retroalimentación de su parte!