Phoenix Lune

Una mujer fría, ladrona de niña, asesina de profesión, ¿Podrá vengarse tomar venganza? ¿o las riendas del amor le harán entrar en razón...?

Sarah.

Me desperté en medio de la madrugada por un olor a cobre, leña o carbón. Quizá todos juntos; no lograba ubicarlo bien, me mareaba, deseaba toser, vomitar, toser y vomitar, pero aun me sentía muy adormilada como para hacer cualquier cosa. Me abrazó un calor tan intenso como el sol de playa, más era imposible estábamos a pleno invierno. Entonces escuché un estruendo tan grande que me hizo saltar de la cama, y ahí reaccioné. El edificio estaba en llamas.

Tomé una de las colchas de mi cama, me envolví en ella, traté de correr a la regadera y así llegué a trompicones, me mojé junto con la enorme y gruesa tela, me envolví con ella de pies a cabeza y tapé mi nariz y boca para no respirar el humo. Empecé a gritar.

-¡Mamá! – Grité desaforada quitándome el trapo de mis vías respiratorias - ¡Papá!

Me envolví de nuevo y corrí a la habitación de mis padres, mas no logré ver mucho, solo una enorme pared de fuego que crecía ante mis ojos. Intenté entrar, pero me fue imposible cuando un pedazo de techo bloqueó mi paso. Sentí que algo se quebraba dentro de mí, ese era el momento de correr. Sabía que no volvería a verlos…

Corrí por los pasillos accidentados del edificio, el cobertor me pesaba, y yo sentía como mis fuerzas se iban, sin embargo, “tenía que llegar”. Bajé uno, dos, tres pisos, me faltaba el aire y me sentía mucho más mareada que cuando desperté, estaba a punto de llegar a su puerta, cuando escucho una voz proveniente del otro lado del pasillo que citaba “Auxilio”.

Supe de inmediato que se trataba de una niña, corrí hacia el apartamento del cual parecía provenir el alarido. Tumbe la puerta, realmente no le faltaba mucho para caerse en pedazos o terminar de ser consumida por el fuego. Se trataba del apartamento de los “López Rivera”, lo supe por el cristo postrado en la entrada, la niña debía ser Pamela. La encontré bajó la barra de la cocina.

-¡Pam! –le grité para que me viera.

Fui hasta con ella y la cubrí con la manta cargándola en mis brazos. Bajamos un piso más y logramos salir del edificio, coloqué a la niña en la acera de enfrente, estaba temblando, lloraba y le faltaba el aire, poco me faltaba a mi para estar igual. Le pedí  que no se moviera, le dije que ya volvería, di un giro y empecé a correr para entrar de nuevo. Entonces sucedió. Una explosión más tuvo lugar, esta vez, más grande aún, seguramente la cocina de alguien. Levanté la mirada y noté de donde salía el hongo de la explosión. El apartamento B. Así que volví con Pamela…

Diez años después.

Eleonor.

Esta es la doceava vez que cambio de ciudad, y esta vez, me he tardado más de lo necesario en hacerlo… Volveré a mi ciudad de origen, hace siete años que no vuelvo, hace siete años. Hace diez hombres. Dicen que si pierdes de vista tu objetivo de vida, pierdes tu razón de la misma, yo lo perdí y creí haber encontrado otro, pero me equivoqué…

-Hoy retomo esa razón de ser… - dije casi en un susurro, levantándome de aquel incómodo asiento de la sala de espera del aeropuerto.

Tomé mis maletas, atendiendo al sonido del llamado para el abordaje.  Nunca los pasillos de aquellos lugares se me habían hecho tan amplios, tan grandes, tan… interminables. Aunque quizás, puede ser la razón, de que jamás pensé que me iría de este lugar, jamás pensé en hacerlo siquiera, al menos, no sola… Caminé hasta reportar mis documentos, entré al avión y coloqué mis audífonos, la música electrónica me relajaba como ningún té podía hacerlo. Pronto caí en un sueño profundo.

“Sus ojos se posaron en mí, eran unos ojos verde serpiente, y su proximidad emanaba un olor putrefacto entre alcohol y sangre, y su sonrisa, se asemejaba a las fauces de algún depredador quien por fin tenía a su presa entre sus garras… me tendió una de ellas…

-

ven… -hablaba calmo, como la quietud antes de un huracán – te gustará…

Está sobre mí, me tiene inmovilizada, pero él si se mueve… quiero gritar pero realmente no puedo hacer otra cosa que no sea llorar, a él le molesta, me golpea. Quedó inconsciente “mamá…” logró susurrar.

Algo quema mis pulmones, es un aire denso, quizás humo… ¡Humo! ¡Fuego! … “

Despierto sobresaltada, el corazón parece galoparme a una velocidad vertiginosa, mi respiración parece incontrolable, trato de calmarme un poco y me doy cuenta de que estaba usando a una desconocida como almohada…

  • Ah… -me levanté sonrojada, no solía hacer ese tipo de cosas- lo lamento…

La joven no me contestó, se encontraba leyendo un libro cuyo nombre no capto, pues solo puedo ver la contraportada. Entonces me doy cuenta de que no me hace caso, tan solo levanta su dedo índice como pidiéndome un segundo, y termina cerrando el libro que tenía en sus manos.

  • Disculpa – Voltea por fin y me dedicó una sonrisa- es solo que me parece muy interesante esta historia.

Entonces me di cuenta que seguía con los audífonos puestos, pues escuché su voz como si se encontrará tan lejos como el avión del suelo, así que los retire de inmediato.

  • No te preocupes… - contesté seca, como siempre- yo… solo quería disculparme por haberte usado de almohada…

  • No importa, soy Sarah. –no deja de sonreír, me parece un tanto… infantil- además, me hacías compañía mientras leía.

  • Bueno… gracias entonces. Soy Eleanor… Ela

Decidí voltearme, aunque sabía que ella seguía viéndome. El resto del vuelo la pasé mirando por la ventana, su perfume era extrañamente natural, existía un dejo de algún perfume barato en su piel, sin embargo, no podía identificar cuál era, su olor propio me lo impedía, era algo raramente embriagante, lo que me recordaba a mi último trabajo. El diputado Valtierra. Otra manzana tan podrida como las demás en el sistema gubernamental del país… me recargue en el asiento, y no pude evitar pensar en cuánto me costó completar mi labor.

Un año y medio antes.

El humo de cigarrillo me ahoga, decido quedarme donde estoy, este es el único lugar donde podré ver a Valtierra y él podrá verme a mí. Acomodo mi cabello con fin de lucir perfecta, aliso un poco el vestido rojo carmín que elegí para la ocasión, un vestido cóctel, un conjunto de zapatos de tacón negros como la noche, y el collar de diamantes falsos, así con el maquillaje, resultaré irresistible para mi presa.

Él entra en el restaurante, ocho menos treinta de la noche, como siempre saluda al gerente primero, pasa por la sala lateral a donde aceptan niños, se posa en el área de fumadores, la mesa central como siempre, le pide al mesero que le quite el saco y lo guarde junto con su sombrero, la misma rutina de siempre, incluyendo la botella de vino rosado y la copa fría. Pasan alrededor de quince minutos antes de que él pueda notarme, y después de eso, otras dos botellas más. Le sonrío. He tardado exactamente seis meses en poder recabar todas las pruebas en contra de esta basura, las suficientes como para llevar a cabo mi cometido, y otras tantas más como para tener una lista de cinco escorias más. Sé que esto lo voy a disfrutar.

Me levanto y le doy un billete grande al mozo que se acerca, sin siquiera mirarlo, le vuelvo a sonreír coquetamente al diputado ya ebrio, voy contoneándome a cada paso que doy, le pido mi abrigo al gerente y al salir enciendo un cigarrillo cuando él sale en mi búsqueda. “Ya caíste” pensé.

  • ¿Podría llevarla a su casa damita?

Su aliento era una mezcla terrible entre dientes sucios de una semana y el vino rosado de la noche, pero justo cuando pensaba responderle un hombre fornido se acerca y le habla al oído, seguramente alguno de sus hombres de seguridad.

  • Oh… discúlpeme damita, pero le quedaré mal esta noche…

Sin más se dio la vuelta y a duras penas entró en una camioneta blanca, seguramente blindada, y en compañía de otros tres tipos de la misma complexión que quien se acercó a hablarle. Una rabia me consumió dentro de muy poco… subí al coche que alquilé dos noches atrás, lo metí en un callejón y subí a la parte trasera para cambiarme a mi habitual atuendo de trabajo. Jeans, camiseta chaqueta de cuero negro, y mis botas de casquillo, me coloqué el casco, busqué y guardé la navaja que encontré el día en que perdí a mi familia y abordé mi querida y vieja motocicleta. Salí a toda velocidad en la dirección que vi perderse la camioneta. Dentro de poco la divisé a punto de dar vuelta en l avenida principal.

Le seguí a una distancia considerable hasta que se estacionó en una zona residencial, yo hice lo mismo aunque si apagar la moto y en un lugar donde no podían verme, justo en las sombras de un callejón arbolado. Saqué de las maletas de mi vehículo la cadena con ganzúa que solía usar cuando este se atascaba en el lodo, si decidía usarla, únicamente tendría una oportunidad, así que decidí esperar hasta que él bajara del coche.

Tomé la cadena y la amarré de tal manera que quedara por la llanta trasera sin impedir el movimiento de la misma, después tomé el otro extremo y la empecé a girar como si fuera un lazo para atrapar a una res, aunque, no estaba tan lejos de la realidad.

Le vi descender arranqué a 80km/h. seguí moviendo la cadena hasta que me vi tan cerca de él, así solté la cadena y esperé haber atinado a mi objetivo, aceleré hasta estar a 180km/h. y entonces volteé para atrás, mi sorpresa fue grata al ver a Valtierra arrastrado por la cadena y tomado del cuello tratando de luchar por retirar la causa de su asfixia, seguí acelerando, y ahora su cuerpo revotaba en el asfalto, podría sentirlo por los tirones que daba a la motocicleta, me detuve después de llegar a los límites del pueblo, increíblemente seguía vivo, aunque ahora, irreconocible,  lo arrastré hasta el árbol más alto que pude encontrar. Desaté la cadena y lo desaté a él, tosía y hacía un esfuerzo por respirar, su traje se encontraba roto por donde se viera, su cabeza tenía golpes así como todo su cuerpo sufrió de huesos rotos y quemaduras por el contacto a tan alta velocidad con la carretera. Me miraba con terror.

  • ¿Disfrutaste el paseo? – Pregunté cínicamente.

No lo dejé que respondiera. Lo pateé en la cara. Lo desnudé, y lo castré, sus gritos eran una melodía increíblemente hermosa para mí, lo veía retorcerse con la poca energía que le quedaba, entonces empezó a convulsionar y eso fue un espectáculo de circo que jamás vi, y el que deseaba tener en mi mente para toda la vida. De las maletas saqué un mecate grueso, lo até al cuello con él, de mi bolsillo saqué  una de mis mariposas de hierro partida verticalmente por la mitad, saqué la navaja y con ella le saqué cuidadosamente  los ojos, tratando de no dañar la cavidad craneal, y en cada cuenca coloqué minuciosamente la mariposa. Él no dejaba de gritar, y para mi la música se convirtió en un ruido gravemente molesto, sin más lo bañé en gasolina, aventé la cuerda por arriba de la rama más gruesa del árbol y até el mecate a la parte trasera de la motocicleta. Arranqué a una velocidad lentamente considerable para poder levantar a aquel hombre mientras daba vueltas alrededor del árbol. Finalmente, cuando lo vi lo suficientemente alto, me detuve y clavé la cuerda con una herradura cuadrangular que citaba “Phoenix Lune”, Valtierra, aún luchaba por su vida con las pocas fuerzas que le quedaban.

  • No sé que me molesta más – encendí un cigarrillo – que hayas desfalcado a tu propia familia, y violado a la hija mayor de tu sirvienta – lo miré fijamente- o que no dejes de moverte…

No me molesté en terminar el cigarrillo, simplemente lo lancé a su cuerpo y este encendió como el arbolito de navidad que nunca tuve… “precioso…” susurré para mí.

Las sirenas de las patrullas me sacaron de mi ensueño, volví a colocar mi casco, guardé la navaja y la cadena de ganzúa para arrancar. Salí en dirección al monte para salir a la carretera lateral, ese era mi incentivo de salida del pueblo, ya había tardado lo suficiente en recabar pruebas y me arriesgué demasiado al momento de atraparlo, seis meses exactos como siempre. “Hoy salgo en busca de una víctima nueva”.

Entonces escuché un disparo, después otro y otros tantos mas seguidos, no logran darme, sin embargo no logro ver que tan cerca estuvieron de mi, opto por serpentear aunque no parece la mejor de mis ideas del día, el terreno es muy rocoso e inestable, una bala pasa rozando mi hombro derecho, otra más le da a la parte trasera de la maquina, y finalmente una termina por darle a la llanta, haciendo que pierda el control y salga disparada del vehículo impactándome en la tierra…

  • No he llegado hasta aquí para ser atrapada tan fácilmente… -Susurro y desecho el casco – si quieren azul celeste, que les cueste…

Me arrastro hasta una zanja y cubro todo lo que puedo de mi cuerpo con unos matorrales, posteriormente escucho a las patrullas pasar y otras estacionarse, veo como van recorriendo el lugar los agentes federales a pie, con linternas. No me muevo, puedo escuchar mi corazón en mis oídos, puedo incluso escuchar como crujen los huesos rotos cuando los muevo al respirar, me duele hasta el cabello y una que otra lágrima de dolor se me escapa de las cuencas oculares arruinando aún más el maquillaje ya corrido. “este no puede ser el final Phoenix…”  pensé, y comencé a temblar por el frío y dolor, era como si una descarga eléctrica incontrolable me recorriera de principio a fin, cuando estuvieron lo suficientemente lejos, me levanté y caí al primer intento ahogando los gemidos de mi calvario físico.

Me vuelvo a levantar, decidida a llegar a la carretera o por lo menos lo más lejos posible de los federales, y así, termino al otro lado de una gran roca, después de haber atravesado el espeso bosque seco, típico de la temporada, ahí me di cuenta de que estaba sangrando de la rodilla izquierda, muy probablemente rota, el brazo izquierdo tampoco me respondía, y el hombro derecho me ardía como la colilla de mis cigarrillos.

  • Valla ironía la mía…

Y así, lentamente me quedé dormida…

La cabeza me pesaba, me sentía mareada y con muchos ascos… el dolor de mis extremidades me invadió y no pude evitar lanzar un alarido al sentir como regresaba la sensibilidad en mí. Una joven poco más grande que yo se acercó y puso una compresa caliente en mi cabeza, y la tranquilidad regresó, me dedicó una sonrisa y ya no pude dejar de verla…

  • Te ves mejor que anoche – acarició mi frente y me miraba con una ternura que me irradió un calor inmediato- debió ser muy dura la noche. Me llamo Samanta.

  • Ela… Eleanor –dije con dificultad.

Un año y medio después.

“Samanta…”. La recreación de su cuerpo se apoderó de mi mente, su perfume y su recuerdo estaban tan presentes como mi propia existencia…

  • Ela…

Su voz apareció de la nada, suena como si se encontrase en alguna montaña lejana, susurrando mi nombre como solía hacerlo al despertar…

  • Eleanor…

Entonces desperté. Era Sarah, no mi Sam.

  • Llegamos hace diez minutos…

  • Ah… -el sueño aún causaba efectos en mi, solo logré ver con claridad si no después de pocos segundos, y así me encontré con los ojos verdes más cristalinos que había visto en mi vida… -Gracias…

Me dedicó una sonrisa, como si no hubiese dejado de sonreír desde nuestro incidente, y la vi desaparecer en el pasillo.

  • Hogar dulce hogar Ela. – me dije, y a la par me levanté del asiento para salir del avión.

Llegué lo más rápido que pude a la casa del viejo Marcos, como deseaba verlo, hacía tanto de la última vez que estuve en casa, que sentía unas enormes ganas de llegar. Abrí la puerta, encendí las luces y coloqué mi equipaje en la entrada. Todo estaba muy quieto, demasiado.

-¡Marcos!- grité suavemente, como cuando se avisa que se ha llegado - ¡Marcos soy yo, Ela! ¡Volví!

No hubo respuesta ninguna, cerré la puerta y empecé a buscar por la casa, desde la cocina hasta los closets. No había nadie. Me senté un momento y decidí tranquilizarme, “seguro solo fue a caminar un poco”, pensé… pero él nunca camina solo porque sí. Tomé mis armas y me senté en el sillón, no sabía si tenía que ir a buscarlo o esperar que me dieran noticias de él, últimamente, yo no tenía transporte, e ir en su búsqueda a pie me representaba un suicidio, tomando en cuenta que no pisaba la ciudad en tanto tiempo. Y de pronto se abrió lo puerta y yo sin pensarlo lancé dos cuchillas en esa dirección y posándome detrás del sofá.

  • Pero… ¿Qué demonios? ¿quién está ahí?

  • ¿Marcos?

Salí de un brinco y me le fui a colgar al cuello, me sentía como una niña que volvía a ver a su padre después de unas largas vacaciones en algún campamento.

  • ¡Eleanor!

Me correspondió estrechándome en sus brazos, el viejo no había cambiado tanto, en realidad se veía muy bien después de todo, tan solo tenía un par de canas, aunque ahora estaba un tanto más fuerte que antes, y se había dejado la barba. En medio de todo, entró una mujer más o menos de la misma edad que Marcos, algo convencional la señora, pero muy guapa… su presencia me irritaba un poco.

  • Marcos… - le tomó del brazo haciendo que él me soltara - ¿No nos vas a presentar? – su tono era dulce, pero eso no evitaba que a mí me irritara.

  • ¡Oh! Lo siento, tienes razón… -Dijo él dedicándole una sonrisa – Eleanor, ella es Cristina…

  • Mucho gusto niña – me extendió su mano y yo no pude evitar verla con cierto… desprecio

  • Hola… -le correspondí el saludo de mala gana.

El momento se volvió incómodo, yo no podía dejar de verla de mala gana, algo no me gustaba de ella, y no solo se trataba del hecho de sentir que me quitaba de alguna manera, a la única persona que podía llamar padre, o familia, y que aún estaba con vida. Marcos notó que las circunstancias se empezaban a tornar pesadas, y el ambiente viciado, trató de hacernos pasar al comedor y hablar un poco, se notaba en su voz que se alegraba de verme, pero yo no deseaba estar ahí en esos momentos, simplemente no soportaba la idea de estar en la misma habitación que esa mujer desconocida. Solo me disculpé y subí a mi alcoba, poco después caí rendida ante los brazos de Morfeo. Otra vez.

Desperté en medio de la madrugada, el trabajo sí que me movía los horarios. Miré el techo por un rato, después los costados, me sentía incómoda en la cama que fue mía por dos años, hace siete… era obvio que no encontrara como acomodarme, siempre era lo mismo. O, bueno, casi siempre.

Un año y medio antes.

  • Ven. – me dijo somnolienta, con un tono de voz tan dulce que fue imposible resistirme.

Me acurruque en sus brazos, sobre aquella cama en la que me había atendido las heridas y golpes, aunados a la fiebre. Ella me abrazó y cobijo, para darme un beso en la frente, y hacerme dormir como nunca en la vida pude hacerlo. Más que en sus brazos.

  • Buenas noches Ela…

Tiempo actual.

“Samanta…” me repetía una y otra vez, su voz y su cuerpo se inmutaban en mi mente, como si se tratase de alguien a quien acabase de ver, su perfume invadió mis fosas nasales…

  • Samanta…

Miraba a mi alrededor, como intentando buscarla, pero sabía que no encontraría nada, y aun así, seguía buscando. Me levanté, necesitaba despejarme, necesitaba olvidar por un momento todo lo sucedido, todo, empezando por ella. Bajé a la cocina y preparé un vaso de agua, pero antes de poder tomarlo, escuché pasos en el patio. Tomé un cuchillo, avancé al lugar dejando de lado el vaso, abrí la puerta lentamente y al primer rastro de movimiento me lancé ante el cuerpo oscuro que profanaba nuestra morada.

  • ¡Ah! – esbozó un grito de terror, un tanto patético.

  • ¿Cristina? – pregunté al tenerla debajo de mí, tomándola de sus muñecas y apuntándole con el cuchillo.

  • Niña pero,  ¿Qué está haciendo? – preguntó horrorizada.

  • No deberías merodear a estas horas por aquí. – me levanté y acomodé mis ropas.

  • No podía dormir, y necesitaba algo de aire fresco.

Su acento tan mexicano, sus movimientos tan señoriales y el simple hecho de su presencia, me colmaban, y aún más el hecho de pensar que ella dormía en la misma casa que yo, y aún peor, con mi padre. La miré desafiante, y ella solo me veía como diciendo: “¿Qué no me ayudarás a levantarme? Niña grosera”. ¡Ah! Como detestaba a esa mujer…

  • Métase – le dije sin mirarla. – le dará frio.

Sin más lo hizo, realmente no estaba tan vieja como parecía, se pudo levantar como si nada, parecía como si fuese una quinceañera la que se levantaba. “No viniste a tomar aire” pensé, pero en realidad no tenía pruebas, tan solo una simple sugestión, y a pesar de mi instinto, no podía hacer nada en este momento, por lo que entré, tomé el agua que había dejado y subí a mi recamara, mas no pude conciliar el sueño otra vez. “Eres hiedra, y yo arrancaré hasta tu última raíz… Cristina”.

Los días pasaban lentos, yo había vuelto al negocio con Marcos, técnicamente nunca lo deje, la única diferencia, era el hecho de haber dejado de dar órdenes por un tiempo, y haber empezado a “recibirlas”, en realidad los “amigos” de mi padre me pagaban por aniquilar a los funcionarios de común desagrado, obviamente debía investigarlos primero antes de aceptar cualquier trato, lo cual hacía mucho más interesante mi venganza. Mi único problema, es que jamás he encontrado al bastardo de mis peores pesadillas. Miramón.

Desde el incidente con Cristina en el patio no he vuelto a verla, al parecer ha salido con Marcos todos los días a comer, a mi viejo le aparece una sonrisa a cada momento, que he decidido intentar llevarme de buena manera con ella, aunque eso no me quita el sentimiento de que me esté quitando a mi padre, ni de que sea un arpía. Había algo de ella, que me decía que no era quien nosotros pensábamos…

Sarah.

Tan solo me fui por escasos 3 días, y sentí que me había ido una eternidad, me urgía llegar a casa y saber cómo se encontraban mis niños, las llamadas telefónicas y los correos de Pamela, así como las fotos que subían Ricardo y Johanna a las redes sociales no me bastaban, extrañaba tanto la sonrisa de los gemelos, los pleitos entre los más grandes y por supuesto a mi pequeña Pam.

Ya empezaba a oscurecer cuando estaba por llegar a la humilde casa que con mucho esfuerzo logre levantar, verla me llenaba el corazón y me daba una enorme tranquilidad, al pensar que tan solo me faltaban algunos pasos para ver a las criaturas que le dieron un enorme sentido a mi vida. Escuché un estruendo antes de poder abrir la puerta. Me apresure a llegar a la cocina.

-

¡Yo se lo daré!

-

¡No! ¡Yo se lo daré!

Y ahí los vi, a los dos gemelos peleando por una caja de regalo, posiblemente para mi, jalandola de un lado a otro, y a sus espaldas, un letrero de bienvenida, me derretí en ternura.

-

¡Denmelo los dos!

Los cinco corrieron a abrazarme, Pam salió de la parte de arriba, mientras que Ricardo y Johanna salieron de la cocina, sucios de lo que parecía ser betún. Pasamos el resto del día, platicando de cómo había sido la convención estatal de bomberos, cómo habían sido sus días en la escuela, y cómo Pam se las había ingeniado para cocinar cuando se quedaron sin gas…

-

¿Por qué no llamaste a Oscar? - le pregunté preocupada.

-

Ya llegabas hoy, y eso apenas pasó ayer, además no quería molestarlo, se ha tomado bastantes molestias con nosotros.

La abracé, tenía razón, Oscar había sido un gran apoyo, y un gran jefe para mi. El gusto me duró poco, entrada la madrugada, sonó mi localizador, me necesitaban en la estación.

-

¡Parece ser una falla en la toma de gas! - gritaba León mientras nos aproximabamos al objetivo- los vecinos dicen percibir un terrible olor a gas desde antes de que comenzara el incendio.

Recordé lo que dijo pam sobre el gas, y agradecí que no se hubiera tratado de una fuga.

Entré para hacer reconocimiento del lugar, mientras mis compañeros se encargaban de apaciguar el fuego, en la planta alta, encontré a un hombre tirado en el piso, pedí ayuda, en el instante, dos cuerpos pasaron corriendo a alta velocidad sobre el pasillo, uno de ellos, se tiró por la ventana, y solo pude ver que el segundo le lanzaba algo desde las alturas. se dio la vuelta para seguir corriendo y nos miró.

-

¿Marcos? - preguntó asustada.

-

Venga y ayúdame a sacarlo, tengo que sacarles de aquí…

Sin más, salimos del lugar que se caía a pedazos, retiré mi casco y pude observar la escena más desgarradora, en todo el tiempo que llevaba de bombero…

-

Marcos… Marcos hablame… - la chica del avión, sostenía al hombre entre sus brazos, él tenía un cuchillo en el pecho, y ella le lloraba a un lado del mismo…- Marcos no me abandones… no me abandones tú… por favor no me abandones… - Ella lloraba a llanto abierto…

Los paramédicos los separaron, mientras ella se resistía, y se llevaron el cuerpo mientras ella seguía gritando su nombre. “Tal vez, era su padre…” pensé y en mi garganta apareció un nudo, al recordar que yo también perdí así a mis padres. Me acerqué a ella, y le coloqué una manta mojada, ella se calmó, más no me miró. Los paramédicos vinieron para revisarla, no opuso resistencia, realmente se asemejaba a una estatua, sin moverse, sin hablar, inmutada en el tiempo, lo cual hacía que su imagen actual, chocara con la de hacía unos momentos.

-

Ela… ¿Verdad? - me inque preguntando, mientras buscaba sus ojos- ¿puedes decirme qué recuerdas?

-

recuerdo el olor a gas, y a Cristina… era la amante de marcos, una zorra… - sus ojos estaban llenos de ira contenida- ella debió provocar el incendio, la abria atrapado de no ser que vi a Marcos herido a un lado suyo… - me miró, e hizo una pausa- Sarah ¿Correcto?

Su voz era fría, hasta causaba un poco de miedo, yo solo asentí, y su mirada se desvió al vacío.

-

¿También la vas a adoptar? - preguntó el comandante Oscar.

-

¿Tiene a donde ir? - pregunté curiosa, seguramente esa casa, y ese hombre, eran todo lo que tenía, y los había perdido en una noche.

-

Al parecer no, ella también puede ayudar aquí, parece que es más fuerte que algunos de nosotros - rió ligeramente.

-

Tal vez tenga trabajo, y un poco de ingresos extra no nos vendrían mal..

La llevamos a la estación, y ahí le plantee la idea de que podía quedarse en mi casa, con mis muchos hijos adoptivos, quienes habían sufrido de un incendio, con las mismas pérdidas. Sus ojos verdes miel, se posaron sobre los míos durante un par de segundos sin que dijera nada, eran unos lindos ojos, para una mujer tan fría, aunque no podía dejar de recordar, cuánto le dolió perder a ese hombre.

-

Gracias - Dijo por fin- más no daré cuenta de donde estoy, o a donde voy, y por el dinero no te preocupes, no faltará - retiró su mirada- realmente no tengo a donde ir...

Eleanor

Si me voy a otro lugar, cualquiera de los socios de Marcos podría encontrarme, y hasta no localizar a esa zorra de Cristina, nadie deberá saber donde estoy…