Pgm4 - bienvenida al infierno

Debía haber gritado, pedido socorro. Quien fuese que llamara podría haberla oído o… o no. También podía tratarse de un amigo, otro desalmado que su captor había invitado a unirse a la fiesta. En cualquier caso era ya inútil.

  • Bueno, zorra, ya has oído a tu dueño, pórtate bien. Supongo que te acuerdas de mí.

  • Muy bien, la cabeza baja… jeje, nunca deberías levantar la mirada más arriba de la bragueta de quien tienes delante. Vamos, pasa.

Era una casa de campo normal, un amplio espacio que hacía de salón, con chimenea, sofá, y su cocina con mesa de comedor de madera, escaleras hacia el piso superior... Una casa normal pero que, sin embargo, le producía escalofríos. Miraba furtivamente, como si quisiera evitar algo que le preocupara...

  • Bienvenida a mi casa de juegos. No sabes las ganas que tenía de traerte aquí, a mi disposición, sin la protección de tu amo.

No era precisamente un anuncio que tranquilizara a Gloria. Más bien al contrario, su cabeza ya comenzaba a estudiar las posibilidades que tenía de salir de allí

  • Para empezar te voy a colocar este collar… Es como tu acreditación. Bien… Aunque ves el refuerzo mullido no te equivoques, en su interi...

  • Ay!

  • Eso… tiene una pequeñas puntas eléctricas

  • No, por favor…

  • Ya da igual lo que digas o hagas. Las próximas horas eres MIA y este collar te lo recordará en todo momento. No te lo puedes quitar sin la llave que no sabes donde está y el recubrimiento de cuero oculta un cable de acero trenzado

Deberías comenzar a desnudarte, ya supondrás que todo lo que estorbe para acceder a tu cuerpo está de más. El corsé y los zapatos te los puedes dejar.

Desvestirse fue rápido. Solo le cubría el vestido. Nada de ropa interior, como era habitual.

Armand la inspeccionó con los dedos: un pellizco en el pezón, introdujo dos dedos en su boca hasta provocarla la arcada y después los llevó a su coño… mientras un tercero urgaba su flanco trasero.

  • Bien, bien… lo vamos a pasar bien. Tú no tanto pero yo creo que disfrutaré… ¿me temes?

  • S-si

  • Me alegro. Haces bien… ¿qué pasa por esa cabecita de chorlito ahora?

  • Yo… quiero irme

  • Ah, puta!... deberías haberlo pensado antes de dejar que tu dueño se fuese. No, ya no puedes irte, resignate

  • No… no me hagas… no estoy…

  • Hablas a medias. Pero da igual. Lo que digas me importa una mierda. Estás a mi merced este finde y no puedes evitarlo de ningún modo… ¿sabes ese pinchacito que has sentido en el cuello? Bueno, te aclaro. Eso es como los collares de castigo que ponen a los perros fieros, solo que el tuyo es más sofisticado.

Instintivamente, Gloria llevo sus manos al collar para intentar separarlo cuando sintió un nuevo pinchazo en su cuello

  • tss-tsss-tss… las manos quietas, comepollas. Ya te digo que no puedes quitártelo, ni separarlo de tu cuello. Es una obra de arte que me ha hecho un alumno. Tiene terminaciones por todos lados. Y cuatro niveles de intensidad. El mayor equivale a una taser, irías al suelo de inmediato. Espero no me des motivos para llegar ahí.

  • Por favor,... ¡NO!, déjame ir… no… no me…

  • No me lloriquees que eso me pone más burro y me dan ganas de empezar a probar los cuatro niveles…

Con el semblante de terror, la mujer retrocedía hacia la puerta de entrada hasta sentir un nuevo pinchazo que la hizo gritar

  • Ese es el nivel dos. No me provoques. Enjuagate esas putas lágrimas… lámetelas.

  • Por… ¿porqué yo...?

  • ¿A tí que te importa? me divierte tenerte así, a mi merced… si intentas atravesar esa puerta conocerás el nivel tres...o el cuatro.

Cayó de rodillas, con las manos juntas, implorante

  • Por favor, no me hagas… deja que…

  • ¡QUE TE CALLES, ZORRA! Mira, puta gorda de mierda. Vas a pasar un fin de semana en el infierno, a superar todos los límites del dolor que hayas conocido jamás y lo más jodido del caso, para tí, es que no puedes hacer nada por evitarlo. Asúmelo, métetelo en esa cabeza de chorlito e intenta llevarlo lo mejor que puedas

  • ¡¡¿¿QUE TE HE HECHO??!! ¿¿POR QUÉ ESTO??

La bofetada la tumbó de lado, sobre el suelo. Lloraba temerosa, el único movimiento que se permitió fue llevar su mano a la cara.

El semblante de Armand, severo, se reforzaba con el dedo amenazante que se cernía sobre ella mientras su voz, firme pero calmada, le avanzaba su futuro inmediato

  • Que sea la última vez que me levantas la voz saco de mierda. Estás aquí porque tu amo lo ha querido. Y ya da igual lo que quieras tú o no. Me la suda. Te advierto que el único límite que me ha dado tu dueño es no dejarte marcas permanentes, pero como me toques los cojones ni siquiera esos voy a respetar… ¿te enteras, gorda apestosa?

Como ella no hizo ningún ademán, siguió su discurso

  • Ahora levanta del suelo, zorra, y acércame la bolsa que hay sobre la mesa… espero no tener que estar repitiéndote las cosas a ostias.

Armand fue a un sillón sin reposabrazos… ella tardó en llegar. Sus movimientos eran lentos. Apenas levantaba la cabeza, no quería cruzar su mirada con la de su verdugo. Le entregó la bolsa. Armand, con parsimonia le dió dos correas.

  • Toma. Póntelas en las muñecas. Eso me facilitará engancharlas más fácilmente.

El pecho mostraba su gran agitación. Cada frase de Armand la hacía sentirse más sometida, encarcelada sin barrotes, con ese maldito collar…

  • Muy bien. Ahora ésto.

Le extendió una pinza de cocodrilo. Dolor. Era la amenaza del dolor. Pero no podía imaginar cuánto hasta que detuvo su intención de ponerla en el pezón.

  • No, ahí no, inútil. Ya sabes dónde.

La expresión de terror volvió a su rostro a medida que forzaba la pinza comprobando la presión

  • No… no… no…

  • No me hagas enfadar… ya sabes… acércate y abre bien las piernas. Quiero ver que la colocas donde debes

  • No, por favor… es muy fuerte… aprieta… me….

  • ¿Crees que no lo se? Precisamente se trata de eso. Que me ofrezcas tu absoluta sumisión. El dolor te lo vas proporcionar tú misma… si lo hago yo será peor, como imaginarás.

Entre gritos y negaciones, intentaba acercar la pinza a su clítoris. Se le cerraba, voluntaria o involuntariamente antes de llegar a él. Un sudor frío le iba creciendo por todo el cuerpo.

  • Por favor, no…

  • Vamos, puta, no tenemos todo el día. O te la pones ya o te la pongo yo… a martillazos

El primer intento de cerrarla sobre el clítoris le produjo tanto dolor que volvió a abrirla entre gritos.

  • Vuelve a ponértela, gorda de mierda y no vuelvas a pegar esos berridos. Muérdete el labio o te lo parto de un ostión.

El dolor era insoportable. Sudor, labios y puños apretados, sus manos apenas se apartaron de la entrepierna donde esa maldita pinza s cernía. Esperando una orden que no iba a allegar.

  • Las manos en la espalda y date la vuelta.

  • Duele… mucho… AAAhhh. Deja que me...

  • Date la vuelta, No hagas que me levante. Te acostumbrarás. No es el mayor dolor que vas a sentir este finde.

El giro fue dolorosísimo. Las piernas bien abiertas para no rozar la pinza. Armand aseguró sus muñecas juntas y la hizo volver a encararse a él. Sabía que estaba perdida. Que de ningún modo él iba a aliviarle el dolor quitándole la pinza… al contrario.

  • Muy bien. Siéntate sobre mi muslo a caballo, piernas abiertas

  • ¡¡¿QUË?!! ¡NO!

  • Sabes muy bien que vas a hacerlo, tu resistencia es inútil. O si lo prefieres empiezo a pegarte patadas en el coño hasta que salte la pinza.

¿Cuánto dolor era capaz de soportar? Las lágrimas inundaban sus ojos, los puños cerrados en la espalda clavaban sus uñas casi hasta hacerla sangrar… y el cabrón de Armand le hacía mover la pinza sobre su muslo, dando de vez en cuando un golpe hacia arriba que le provocaba los gritos que intentaba evitar. 8, diez veces, doce… el dolor le invadia el pensamiento, solo podía pensar en ello, ni siquiera logró un desmayo que pudiese aliviarla unos instantes.

  • Perfecto, zorra. Ya puedes ponerte de rodillas. Te has merecido comerte mi polla.

  • Por favor, quítamela, quitame…duele mu...

  • En cuanto me corra te le quito, prometido… o te la quitas tú misma. Pero cuando te hayas tragado hasta la última gota de mis cojones, así que esmérate en hacerlo bien y rápido, cerda.

Si ya es complicado arrodillarse sin poder ayudarse de las manos, sin apoyo alguno, la pinza lo dificultaba más, evitar cerrar las piernas, controlar, ralentizar el movimiento… imposible, cayó sobre sus rodillas, el dolor fue tan duro que no pudo evitar el grito. Un grito que lejos de conmover a Armand le irritó.

La tomó del pelo y abofeteó, una, dos, tres…

  • ¿¿Qué te he dicho puta sebosa?? ¡¡No quiero oirte!! Cierra esa boca apestosa hasta que la llene mi polla

Ahora añoraba las enseñanzas de su amo. Poder coger con sus manos la polla para pajearla y acelerar la corrida… O coger las manos del hombre para colocarlas en su cabeza y que guiara la mamada a su gusto, que le follara la boca. Ni eso iba a permitirle, Armand se limitaba a darle cachetes

  • Vamos, comepollas, trágatela entera. Quiero sentir tu lengua en los huevos.

Gloria se esforzaba en controlar las arcadas, en posicionar la garganta para poder tragar más parte de ese tronco durísimo, pero su lengua no alcanzaba lo que él pedía. Además el insoportable dolor del clítoris no le facilitaba el movimiento. La tentación de morderle era constante pero descartada. Si para su placer la trataba así ¿cómo actuaría de recibir dolor?

La interminable mamada fue interrumpida por un ruido: un timbre, una campanilla…

-¿Quién coño?

Se levantó airado. Antes, con un golpe en la frente había separado a Gloria que perdió el equilibrio y cayó de lado… apretando los dientes para no soltar el grito que le nacía desde sus entrañas.

Cogiéndola del pelo elevó un poco su cabeza, sintió sobre sus labios una presión. Era una polla de plástico.

No supo reaccionar. Dejó que el artilugio se incrustara en su boca sin resistirse. Una mordaza. Se trataba de una mordaza que Armand fijó en su nuca y que le mantenía la boca muy abierta, atravesada por un falo de plástico, mientras refunfuñaba.

  • Joder! ¿quién cojones será a estas horas? ¡Hostia puta!... ni si te ocurra moverte o intentar nada o te juro que lo lamentarás.

Esas palabras le dieron una idea ya inútil. Debía haber gritado, pedido socorro. Quien fuese que llamara podría haberla oído o… o no. También puede ser un amigo, otro desalmado que su captor había invitado a unirse a la fiesta. En cualquier caso era inútil… como inútil intentar buscar una posición que aliviara el dolor de su clítoris. Lloraba. De dolor y rabia. De impotencia.

Aunque Armand había cerrado de un fuerte portazo no tardó en oir murmullos. Pero la única inteligible era su voz, alta, muy alta.

  • ¡Qué hijodeputa! ¡Tenías que haber venido ayer tarde!

  • …..

  • Sí. ¡Y una mierda! Guárdate tus putas excusas

  • ….

  • Venga, va ¿me tomas por gelipollas? Sabías que hoy había fiesta y has venido a ver si…

  • ...

  • Me has cortado la mamada, gilipollas… ¿Y ahora qué? ¿quieres ver lo que hay ahí dentro?

  • Tu puta madre… vale, pero que sepas que esto no te lo pago. Lo vas a cobrar en carne.

  • ....

  • Me importa una mierda. Si quieres pasar dentro, de esa nota te olvidas, no te daré ni un puto euro

  • Vale, capullo.

El ruido del pomo. Las bisagras indicando la apertura de la puerta. Gloria tumbada de lado, en el suelo, procurando mantener lo más abiertos los muslos para no aprisionar la pinza que le estaba reventando de dolor.

  • Ostías!

  • Sorpresa. No es un lechoncito de los que acostumbras ver, ¿eh?. Esta es una cerda integral. Saluda, puta

Como pudo movió la cabeza lo justo para cruzar su mirada con la del recién llegado. Más joven que Armand, con el atuendo típico de campesino o hipster: camisa de cuadros, vaqueros sucios, botas embarradas...

¿Saludar? ¿Cómo? Con ese bloque inundando su boca imposible.

El recién llegado la recorrió con su mirada: la mordaza, el collar, el corsé, los brazos hacia atrás, adivinando la ligadura aunque no la viese… ¡y la pinza en el coño!

  • ¡Ostias! ¿Eso es…?

  • ¿Lo qué? Ah, sí una pinza cocodrilo, tiene que estar jodiéndola mucho, iba a quitarsela pero como has llegado… Tú, puta, levanta, ¿no me has oído? Tenemos invitado.

  • ¿Puedo…?

  • Lo que quieras, Sergio. Te ha costado una pasta, hazle lo que quieras…

  • No, joder, mi padre…

  • Haberlo pensado antes. No vas a ver un euro… si tu padre quiere su parte que venga mañana, la voy a tener todo el finde.

  • Tío…

  • Chaval, decídete de prisa que habrá que sacarle la pinza antes de seguir con ella. ¿Quieres hacerlo tú?

  • Joder! puedo ?

  • Sí hombre, va puta, ¿no quieres que te quiten la pinza?

Gloria fue encogiéndose como un feto. Lloraba y sudaba. Poner la pinza le había dolido horrores y eso que lo hacía con cuidado… ¿cómo se la sacaría el tipo ese?

Poco margen de decisión iba a dejarle Armand. La tomó del pelo para levantar su cabeza.

  • Vamos cerda, levanta, que aún tenemos muchas cosas pendientes tú y yo.

Cuando logró, con gran dolor, arrodillarse de nuevo y separar los muslos, la voz de su ahora amo atronó

  • ¡De pie, inútil, hazlo fácil para Sergio!, ¿Cómo quieres que te saque la pinza si no ayudas?

Un nuevo esfuerzo. Incómodo y doloroso. Armand la “ayudó” tirando de nuevo de su pelo. Entre las lágrimas que embarraban sus ojos pudo ver la cara de ansiedad en el recién llegado.

  • Cuando quieras, Sergio… no, espera ¿te molesta oir gritar a la cerda? A mí ahora me apetece.

Sergio no dijo ni movió su mirada de ese coño pinzado, mientras Armand desligaba la mordaza y liberaba la boca de la chica.

  • ¡Cui-cuidado, por favor!... despacio, cuidado, hace daño… por fav…

  • Ya sabes que te va doler, ¿verdad cerda? Lo haga como lo haga, en cuanto la saque…

  • Porfavor-porfavor, deja que lo haga yo…

  • No. Sergio, ¿te animas o qué?

Sí. Se animó. La mirada brillante, parecía salivando como si se encontrase ante un placer indescriptible, los dedos temblaban acariciando las palas de la pinza y arrancando los primeros quejidos de Gloria. Debía hacerlo rápido y de manera certera, en un único movimiento, si le resbalaba la pinza volvería a cerrarse sobre el clítoris repitiendo y quizas multiplicando el dolor.

Gloria miraba hacia abajo con incontenible terror, los movimientos, la indecisión del chico no le calmaban en absoluto…

Y levantó la cabeza, de golpe, ojos cerrados hacia el techo y un grito potente, salido de lo más profundo de su ser. Seguramente fuese el dolor más espantoso que sintiera en toda su vida. Cuando había, casi, aceptado y asimilado el dolor de la pinza presionándole, ahora el dolor era más insoportable. Siquiera podría diferenciar si la pinza estaba ya fuera de su clítoris o había vuelto a ceñirse a él… pero sí, Sergio lo había quitado.

El chico la miraba extasiado, sus gritos, sus movimientos descontrolados intentando encontrar un alivio imposible. Armand, desde su butaca, sonreía… con el móvil en la mano. Una escena espectacular, con un sonido envolvente que había logrado inmortalizar.

Gloria cayó de rodillas, intentó tumbarse en el suelo pero Sergio se lo impidió cogiéndola fuertemente del pelo… mientras desabrochaba su bragueta

  • Ostias! Me ha puesto como una moto. Vamos tía, cómetela

  • Jajaja- reia Armand- ¿No temes que te pegue un bocao?, jajaja

  • Me la suda. Come zorra

Los jadeos y quejas de Gloria acabaron de golpe… del golpe de la polla de Sergio alcanzando el límite de su garganta.

Era solo el inicio de la follada, porque aquello no era una mamada. Cogiendo la cabeza con ambas manos follaba su boca sin tregua con fuertes golpes de cadera, las arcadas, los intentos por alejarse de esa intrusión axfisiante eran inútiles. Las fuertes manos de Sergio atenazaban su cabeza en ese vaivén infernal, su cara chocaba una y otra vez contra la camisa de cuadros, la polla parecía llegarle hasta el estómago… hasta que estalló.

Un potente chorro, preludio de otros muchos. Su garganta no podía asumir tal cantidad, desbordó por su nariz, por su boca, una expulsión que parecía interminable, parecía que jamás se agotarían las reservas de los huevos de Sergio.

Pero sí. Soltó su cabeza, o mejor, la “expulsó” de su polla haciendo que la mujer cayera al suelo, entre toses, quejas, pequeños vómitos… que Armand iba grabando en su móvil. Se movía junto su cara, con primeros planos de ese rostro enrojecido, ojos llorosos, los hilos de semen colgando de la nariz…

  • Genial… este video es una mina.

  • Eh, tío a mi no me grabes - se oyó a Sergio desde el sofá, agotado

  • Solo he pillado tu polla taladrando la puta boca de esta cerda. Tu careto no pinta nada en esta peli.

Armand paró la grabaciòn y miró a su invitado. Sí, agotado, pero su mano seguía arriba y abajo descapullando el tronco que permanecía enhiesto.

  • ¿Y qué? ¿Ya te has cansado? ¿No te la vas a follar?

  • Joder… sí claro. Es la puta más cara que he pagado. Tendré que seguir dandole caña.

Se levantó como impulsado por un muelle y cogiéndola de nuevo por el pelo la intentó levantar.

  • Se acabó el descanso, puta, levanta que pesas y yo solo no puedo…

  • No, por favor, no…

Dos bofetadas cruzando su cara la hicieron callar… y llorar

  • Voy a romperte el culo, bola de sebo, y luego el coño… y seguiré dándote por todos tus agujeros hasta quedarme sin leche o que se me caiga la polla a cachos, así que levanta.

Armand ayudó a colocarla inclinada sobre la mesa, las tetas y la cara aplastadas contra la madera, su grupa accesible. Muy accesible.

Sin apenas preparación. Solo dos dedos que entreabrieron el cerrado agujero para encarar la punta de la polla.

Nuevos gritos. El móvil de Armand volvía a mostrar el primer plano de la cara de Gloria, desencajada por el dolor de esa barra que de un solo golpe de cadera había llegado al fondo, al tope, hasta que los muslos de Sergio tropezaron con los suyos. Y de nuevo el mete-saca brutal, como si quisiese acabar cuanto antes… pero no era así

Esa estaca incrustada una y otra vez en su culo no parecía dispuesta a descargar su leche. Incluso Armand se cansó de grabar esa cara ya lastimera que pedía parar…

Y paró. Sergio sacó la polla y rodeando la mesa la encaró a la boca de la chica. “límpiala” fue la orden, aunque hubiese dado igual, tapando su nariz la obligó a abrir la boca y se la enfundó de nuevo.

  • Ayúdame a girarla, tio

  • ¿Qué?

  • Que quiero correrme en sus ojos

Armand estalló en risas

  • Chaval, estás enfermo. Deberías dejar de ver tanto porno

  • Coño!, ayúdame a girarle la cabeza. Así...

Lo posición era muy forzada. Ni siquiera intentó un atisbo de rebeldía, dejó que le giraran medio cuerpo para que su cabeza mirara el techo. Sergio indicó a Armand que le abriera los párpados dejando a esos ojos un primerísimo plano de la polla agitada por el vaivén frenético de una mano.

La primera corrida saltó por encima de sus ojos, pero las siguientes le enturbiaron la visión, Sergio enfocaba a un ojo y otro… que no podían albergar tanto semen y resbalaba por su cara.

Cuando acabó de vaciarse comenzó a restregar el semen por la cara, a ponérselo en la boca.

Era el fín… o mejor la pausa. Dejaron a Gloria tumbada en el sofá. Aunque las manos seguían atadas atrás y los ojos irritados, el dolor del clítoris disminuia, el del culo y la mandíbula también… Era lo más parecido a eso que llaman descanso.

Fuera, tras esa puerta que quedaba ante su nublada vista, se oía el rumor de una conversación. Sergio y Armand parecían conversar animandos, de vez en cuando unas risas, una voz más alta pero sin gritar, imposible hilar una frase, solo llegaba a entender palabras sueltas… y se durmió.

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UN ANTICIPO DEL PRÓXIMO CAPITULO

Me hace gracia. Apenas lo he empezado, pero me divierte hacer un avance de lo que sucederá a continuación.

Quizás incluso añada alguna de vuestras sugerencias si me las hacéis.

Gracias por leerme y por las notas y comentarios, sean buenos o malos.

PGM5 (avance):

Era un golpe certero, estrepitosamente preciso, un dolor inmenso que le hizo gritar como nunca. ¿Como nunca? Imposible saber cuál, desde que atravesó esa puerta en la mañana, había sido el dolor más agudo que había sentido. Eran ya demasiados, demasiado duros.

Y demasiado incomprensibles. ¿Por qué a ella? ¿Por qué su admirado amo la había dejado en manos de aquel energúmeno? ¿de aquella panda de desalmados? Solo una esperanza le servía de frágil consuelo: acabará. Al día siguiente, a la hora que fuese, ese tormento acabaría… Pero ¿cuánto dolor más debería soportar?

Lady Saray, o Carlota, como le gustaba llamarle Armand para fastidiarla, era una dominatrix de libro. Hacía relativamente poco que había asumido ese mote y asimilado lo que la definía.

Antes de llamarla dómina, dominatrix o ama, su “cualificación” era de borde, calientapollas, sádica, salvaje... Eran sus primeros contactos: hombres a los que despreciaba e intentaba humillar y mujeres a las que repartía dolor y placer, humillación y cariño. Decia ser bisexual, pero salvo la de su primer novio ninguna otra polla de carne entró en su vagina, solo las de plástico, las que introducía ella misma o sus sumisas.

Es raro que dos dominantes, además de sexos opuestos, lleguen a entenderse. Normalmente es un choque de trenes. Pero Armand era “gato viejo” y ella una novata cuando la conoció.

Le divertía verla actuar, a veces casi pidiendo perdón por sus azotes… ahora ya estaba más segura, era más… contundente, pero la saña con que ahora daba los golpes en aquel coño irritado le hacían considerar que, hasta entonces, todas sus sesiones habían sido una especie de sado-disney… y lo que más le “ponía” era la certeza de que esa tia espatarrada ante ella no iba a hacer nada para evitarle.

Aunque, claro, llegar ahí, blandiendo esa tira de cuero ante el desprotegido coño, le había costado una humillación que no podría olvidar, que Armand se iba a encargar de hacérselo recordar “eternamente”.