Petardeando en Torremolinos

Tu entrenador quiere romperte el culo (parte 2 de 6)

La historia hasta ahora:

Guillermo cuenta como en su juventud en compañía de su compañero de equipo de Rugby, Arturo y su entrenador, Javier, fueron a un lujoso chalet de Torremolinos, propiedad de un amigo de su entrenador. Allí tienen sexo a cuatro bandas en la piscina de la vivienda.

—¿Y ya está? — Dice un poco decepcionado JJ —.Yo me esperaba más

—Y hubo más. Eso fue sólo el preámbulo del fin de semana — Fanfarronea Guillermo —.Pasaron cosas de las que no se te olvidan en la vida. Tanto por que todo era nuevo para mí, como por lo insólito de la situación. ¡Yo estaba alucinando en colores!

El novio de mi amigo empieza a relatar lo acontecido en aquellos dos días. Al contarnos sus peripecias, disfruta de cada una de sus palabras. Cargando éstas de un pecaminoso morbo. Cuando termina su narración, tanto JJ como yo estamos que no salimos de nuestro asombro.

—¡Jo, tío! —Dice su novio desconcertado — ¿Y esa fue tu primera vez? ¡Pues que “callaito” te lo tenías, guapo!

—Sí,  la verdad es que fue un poco fuerte — Al hablar Guillermo baja la vista como avergonzado —, pero se terció así y que quieres que te diga...

—No, si me parece estupendo —La sonrisa que JJ le dirige a su novio está repleta de una ternura desmedida —, pero reconoce mi vida, que normal, lo que se dice normal no es.

—Mira quien fue a hablar de normalidad —Intervengo y, cargando mis palabras de sarcasmo —. El muchachito que la primera vez que lo hizo, fue con sus dos primos gemelos.

—Sí, por lo que se ve, ni mi novio ni yo  hemos tenido una primera relación típica-tópica —Al decir esto JJ sonríe y dirige una tierna mirada a Guillermo.

—Y amen a ello, porque que te tienda en una cama o donde sea y se desahoguen en tu esfínter es (por lo que dicen por ahí) de lo más habitual... —Digo yo en plan “Libro Gordo de Petete”

—Sí, de las veces que hablas con la gente de estas cosas, es lo que te cuentan — Sentencia Guillermo, bastante serio por cierto.

—¡Oye, oye! —Al hablar JJ sube ligeramente el tono de voz — ¿Qué coño ha pasado que nos hemos puesto los tres con cara de velorio? ¡Qué mi novio estaba contando su primera experiencia para que mi amigo aquí presente lo escribiera!  Porque lo vas a escribir ¿no? — Al decir esto último me mira fijamente, como esperando una rápida respuesta.

—Sí, por supuestísimo — Contesto adornando mis palabras con una sincera sonrisa.

—Pero cambiaras cosas, ¿no? — Las palabras de Guillermo son pronunciadas pausadamente y en ellas se dejan ver su clara preocupación.

—Sí, hombre siempre lo hago. No te preocupes para mí lo más importante es el anonimato.

—Ni tú mismo vas a reconocer la historia —Me interrumpe JJ —. Es lo que yo digo: todo es verdad, todo es mentira...

—Si te quedas más tranquilo, antes de colgarlo, te lo paso.

—¿Y por qué no lo haces ahora en vivo y en directo? — La proposición de JJ, hace que tanto su novio como yo, nos miremos extrañados —. ¿O  no te crees capaz?

JJ me conoce como la madre que me pario y, como todo buen manipulador, sabe decir las palabras exactas para que los demás hagamos lo que a él le interesa, en el momento que a él le conviene.  En mí,  la expresión “a que no te atreves” son las palabras claves para ello, son  como un resorte que me empuja a hacer siempre lo mismo: aceptar el reto. Porque uno podrá tener miles de defectos, pero cobarde... ¡nunca!

—Sí, hombre, pero pediros otra copa que esto va para largo —Digo yo de manera condescendiente —.Esto paso hace unos catorce años, ¿no? —Al pronunciar esto último me dirige a Guillermo.

—Sí,  más o menos. Estaba a punto de cumplir los diecinueve.

—Pues relájense los “señores”  y disfruten —Digo creyéndome el puto amo —,  la historia quedaría, más o menos así:

HACE CATORCE AÑOS

Mientras el agua caliente resbalaba por su cuerpo, quitando los resquicios de jabón. Guillermo no podía  dejar de pensar en  lo ocurrido aquella tarde: Había participado en su primera orgía,  ¡y le había encantado! Y llegó a la conclusión de que si compartir tu cuerpo con un hombre es placentero, cuando son tres los que disfrutan de ti y te hacen gozar, la cosa no tiene parangón.

Una vez salió de la ducha, se encontró a Arturo mirandose en el espejo como le quedaba una camiseta roja ajustada. Por el gesto de su cara, parecía que no le agradaba demasiado. Guillermo lanzó una pequeña visual a su compañero de cuarto y comprobó que, a pesar de la mueca de desagrado, la prenda le sentaba estupendamente. Y es que el muchachito, tenía un cuerpo de los que quitan el hipo. Unas espaldas anchas, unos pectorales duros, unos enormes hombros de los cuales colgaban unos robustos brazos. Aunque lo mejor eran sus piernacas y su trasero. Su redondo y duro trasero

—¿Qué tal me ves?

—¡Estupendo!  A los morenos, os sienta de maravilla el rojo —Las  palabras de Guillermo, desprendían una natural sinceridad.

El guapo joven volvió a mirarse en el espejo. Hizo unas cuantas posturitas, con las que remarcó sus trabajados brazos y, no satisfecho aún del todo, le preguntó a su amigo:

—¿Qué te vas a poner tú?

—Mi camisa azul, la de rayas.

—Vaaale,  me voy  ya para abajo con esta gente —Al decir esto, comprobó, con un mohín de satisfacción en su cara, que el  vaquero le hacía buen culo.

Tras echarse una buena cantidad de perfume y arreglarse un poco el pelo, Arturo se marchó diciendo en un tono imperioso:

—¡No tardes! Que estos dos, seguro que están ya esperándonos.

En el momento que se quedó solo, Guillermo se deshizo de la toalla. Frente a él, el gran espejo mostraba su agradable desnudez. Su cuerpo, aunque de menores dimensiones que las de su amigo (Arturo rondaba el metro noventa y el pasaba en poco el metro sesenta), tampoco tenía desperdicio. Lo que perdía en altura, lo ganaba en vigor.  Sin perder tiempo, buscó en la maleta unos bóxer azules. Una vez los tuvo puesto, se regodeó un poco ante el espejo, y es que sin lugar a dudas, con el buen paquete y el buen culo que le hacían, cualquiera que se los viera puesto, sólo pensaría  una cosa: en quitárselos.

Ni dos minutos después, el muchacho tenía puesto los vaqueros, ajustados aunque no tan ceñidos como los de Arturo, y su camisa azul de rayas, la cual le daba un aspecto bastante varonil. Bueno Guillermo, hasta vestido de Drag Queen seguiría teniendo  aspecto de machote. Pues a pesar de su juventud,  ya su rostro emanaba dureza y virilidad de una  forma desmesurada.

Desabrochó dos botones de la camisa, lo suficiente para dejar ver la pelambrera  castaña de su pecho. Untó un poco de fijador en su corto cabello, se dio la última visual y se gustó. Es lo que tiene el ser atractivo de natural. Con poco que te hagas, gustas y te gustas.

Cuando bajó las escaleras, se encontró con Arturo y  Javier,  su entrenador, ambos sentados en el majestuoso sofá de piel del extenso salón. Al verlos conversar, a la mente de Guillermo saltaron  imágenes de lo acaecido durante la tarde en la piscina. Fue sólo pensarlo y la polla del joven empezó a moverse como si tuviera vida propia dentro de su slip.  Y es que si Arturo tenía un polvo, el entrenador tenía cientos. El tío, a pesar de sus cuarenta y tantos años, se mantenía en una estupenda forma física: un poco de barriguita quizás, pero por lo demás estaba estupendo. A pesar de ser bastante alto (pasaba el metro ochenta de largo) poseía unos  pectorales y espaldas como Dios manda, unos buenos trapecios, unos fornidos brazos, los cuales iban en consonancia con sus musculadas piernas.  Para Guillermo,  acostumbrado a verlo siempre en chándal y ropa deportiva, vestido de calle se le antojaba el hombre más atractivo del universo.

—Por fin bajas —Le recriminó Arturo, en un tono bastante grosero.

—¡Quillo, tienes un morro que te lo pisas! —Le contestó Guillermo moviendo la cabeza y sin dar crédito a lo que escuchaba —. Si he tardado ha sido por ti. ¡Qué tardas más en arreglarte que una tía!

—Pues yo de vosotros, no me pelearía mucho, porque si hay alguien que tarde en  arreglarse es el amigo Sebas —Dijo Javier, sosegadamente —. Así que cálmense y ármense de paciencia, porque el señorito tarda lo suyo.

Y “lo suyo” no fue menos de un cuarto de hora. Durante el cual los tres hombres pasaron el tiempo charlando de banalidades. Mientras conversaban, Guillermo no pudo evitar pensar lo curioso de  la situación: era la única  vez (desde que  “celebró la derrota” con Arturo y Javier)  que estaba a solas con ellos dos y por un espacio de tiempo tan largo, sin acabar con los pantalones bajados. Y todo hay que decirlo, que  por falta de ganas no era, pero mantuvo a raya sus deseos pues estaba claro que tenían todo un fin de semana por delante. Dos días en los que podría  dar rienda suelta a  todos sus deseos, incluso a los más libidinosos.

En el momento que   apareció su anfitrión, este se veía muy distinto a cuando los recibió por la mañana. Su aspecto era el de un maduro elegante. Vestía con una finura y estilo que tanto a Guillermo como a Arturo les sorprendió. El tío se veía que tenía pasta por un tubo, pero sobre todo clase. No cualquiera puede llevar una camisa negra de lino con unos pantalones blancos de algodón de la manera que el los lucia.

Vestido de aquella manera, Sebastián perdía todo su vigor muscular, no aparentaba para nada  tener un cuerpo  fibroso y musculado. En cambio, todo lo que perdía de robustez, lo ganaba en poderío. Pues, con su  rizado pelo engominado, estaba guapo y atractivo a rabiar Se podía decir, que ni le sobraba, ni le faltaba nada.

Y si la elegancia y clase del acaudalado hombre impresionó a los dos jóvenes, cuando sacó el coche del garaje, se quedaron sin palabras. No había duda alguna ya, el tío estaba forrado, pues si no, no se explicaba el carro que conducía: Un Maserati descapotable rojo.

Arturo y Javier se montaron en la parte trasera y Guillermo a petición de Sebas, se montó delante. El joven sevillano estaba alucinando en colores, se sentía como en una película de Hollywood, y lo mejor que uno de los protagonistas era él. Inconscientemente a su mente se le vino, la conocida escena de Pretty Woman en la que Richard Gere recoge a Julia Roberts. Y no pudo evitar pensar: “Con este pedazo de  cacharro, no me importa que me lleven a comer caracoles...”

Una vez dejaron el vehículo a buen recaudo en un garaje, Sebas propuso a Javier ir a cenar a un sitio conocido por ambos, este le dio su beneplácito y, sin consultar a los dos chavales, se encaminaron hacia el local.

—Hay que ver lo muerto que está la zona del Pueblo Blanco —Dijo Javier con una nota de tristeza en la voz —. Cualquiera diría que este barrio, hasta hace poco, era un referente en el ambiente gay de España.

—De los buenos restaurantes sólo quedan un par de ellos. Lo que ahora abundan son los garitos de comida basura —Al decir esto último lanzó una visual a los dos muchachos, como queriendo constatar  con ello, que su generación era la culpable de esta debacle  en el buen gusto por la gastronomía.

El restaurante al que iban, no estaba en el Pueblo Blanco, si no en una calle paralela. Era un sitio coqueto con cierto aire de lugar familiar, pero a la vez con mucho diseño. Guillermo, era la primera vez que cenaba en un sitio tan pijo. Y así  se lo manifestó tímidamente a Javier, cuando el camarero le trajo la carta.

—¿Qué se pide en estos sitios?

Javier le señaló amablemente una serie de platos, argumentando que él los había probado y que estaban exquisitos. Pero el  hecho de que le hubieran indicado, lo que debía de pedir, no impidió que cuando se lo tuviera que trasladar al camarero se trabara un poco, con los nombres. Le sonaban raros, demasiado finolis y recargados  para su gusto.

A pesar de lo agobiado que estaba por tener que guardar la compostura e intentar estar a la altura, Guillermo intentó disfrutar del momento. Y eso que cuando le trajeron el inmenso plato, con la pequeña porción de comida en el centro, estuvo tentado de decirle al camarero que cuando quisiera le podía servir  la cena, pues  la degustación le había parecido excelente. Y es lo que tienen, los restaurantes de diseño: pagas mucho y comes poco.

Durante el transcurso de la cena, Arturo soltó, con total espontaneidad,  un improperio a Javier.

—Si pensabais  traernos a un restaurante de maricones, podíais haberlo consultado antes con nosotros.

Los ojos  de Javier se clavaron en el muchacho,  estaban cargados  de  cólera contenida. Arturo  no pudiendo   resistir la airada mirada de su entrenador, bajo la cabeza y siguió comiendo, sin decir esta boca es mía.

Un silencio profundo se hizo entre los cuatro comensales; Sebas buscó la mirada de su amigo, intentando que éste le explicara la situación, pues las palabras del chico lo habían dejado un poco descolgado. Al no obtener respuesta, hizo un  claro gesto de desaprobación.

También Guillermo, por su parte,  se encontraba un poco extraño en el restaurante; pues nunca antes había frecuentado un local de aquellas características. Pero tampoco anteriormente había hecho ninguna de las cosas que estaba haciendo ese fin de semana. Y si abrir la puerta del sexo, le había dado la sensación de ser más adulto, el cenar en aquel restaurante también. Y ya puestos, si quería aprender a ir de cara con su homosexualidad,  dejar los tapujos y medias verdades fuera, consideraba que  ir a un local gay formaba parte del aprendizaje. Sí, se encontraba raro entre aquellas cuatro paredes, más no le importaba...

Sebas intentó  romper el tenso silencio, contando una serie de anécdotas, pero al único que parecía interesarle era a Guillermo. Ya que tanto Arturo como Javier mantenían un silencioso duelo. Y es que, aunque al maduro entrenador le costara muchísimo  admitirlo: él y Arturo eran algo muy parecido a una pareja. Y por todos es sabido que las peleas de novios, son de las más sufridas.

Media hora después, Sebas pidió la cuenta y al poco se marcharon del local. Una vez en la puerta, la conversación largamente contenida entre Javier y su amante estalló sin remedio.

—¿A que ha venido ese comentario? ¿Acaso, no sabías a lo que veníamos este fin de semana? —Las palabras del entrenador estaban  cargadas de bastante acritud.

—Sí, pero antes de meternos en un sitio con tanto maricón suelto, se avisa, ¿vale? —Contesto Arturo a la defensiva.

—Pues esta tarde, a la hora del mamoneo y el folleteo no se te aviso  de que hubiera “tanto maricón suelto “y no pusiste ninguna pega —Recalcó Javier bastante enfadado.

—Eso es diferente...

—A mí, lo que me parece es que tú eres un niñato y no vas a madurar en la vida —Al decir esto, Javier aligero el paso,  dejando a Arturo tras de sí,  con la palabra en la boca.

El joven, un poco avergonzado, buscó la mirada de Sebas en espera de algo de comprensión. La frialdad con que este se la devolvió, le dejo claro que la única salida que le quedaba era disculparse con su medio novio. Así, que sin decir nada, se fue tras sus pasos, con  la clara intención de intentar hacer  las paces con él.

—¿De qué van estos dos? — Preguntó Sebas en un tono bastante altivo.

—Arturo no es mala gente, pero es muy quisquilloso.

—Eso no contesta a mi pregunta —Esta vez la arrogancia en las palabras del atractivo maduro, era aún más evidente — ¿De qué van estos dos?

—¿Por qué no se lo preguntas a Javier? — Contestó calmadamente Guillermo — Por la amistad que os tenéis, creo que te lo podrá aclarar mejor que yo, ¿no?

Sebas observó fijamente al joven jugador, movió levemente la cabeza y haciendo un pequeño mohín con los labios dijo:

—Me gusta tu postura, chaval. Se ve que no eres tan niñato como el otro.

Continuará en “Descubriendo el ambiente gay”

El viernes que viene publicaré un relato que llevará por título “El muletitas”, será en la categoría microrelatos ¡No me falten!

Estimado lector, si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría de temática gay. Espero servir con mis creaciones para apaciguar el aburrimiento en esto que se ha dado por llamar la nueva normalidad, por muy anormal que esté resultado.

MUCHAS GRACIAS POR LEERME!!!