Pesadillo.

¿Por qué no me despiertas siempre así? podría acostumbrarme.

-Shhhhhhh…- fue el sonido que emití en el oído de Daniel, mientras le tapaba la boca con una de mis manos, y mientras con la otra recorría su pecho.

Estaba despertando lentamente, con la vista desenfocada, y confundido por la situación. Eso lo notaba. Y también notaba su respiración acelerando el ritmo. Pobrecillo, creo que lo cogí despistado. Pero él también a mí.

Era un viernes en la noche, estábamos en la casa de un amigo, que daba una fiesta como celebración  previa a nuestra futura graduación como abogados. Se habían acabado los exámenes, las lecturas, las clases. Estábamos todos muy contentos, ya que casi nos graduábamos los mismos que cinco años atrás habíamos comenzado en la facultad. Había bastante comida y bebida, y ya que sus padres eran bastante permisivos, allí estábamos todos, algunos dormidos, algunos seguían bailando o conversando, y algunos, como Daniel o como yo, habíamos caído de cansancio. Yo estaba muerta y un poco tomada –no soy una bebedora, pero aquel día estaba muy alegrona, y los shots de aguardiente, tequila y ron, entraron muy fácil-, así que me acosté en uno de los sofacamas dispuestos para que quienes caían los usaran. Me dormí enseguida, dejando a Daniel en compañía de varios de nuestros amigos, mientras discutían yo no sé qué cosa.  Y después me desperté con calor, un poco desorientada, con un brazo rodeando mi cintura, el murmuro de una respiración acompasada en mi cuello, y un gran bulto pegándose a mi trasero. Tenía una manta encima. Mi primer impulso fue pegarle un codazo al imbécil que me estuviera abrazando. Gracias al cielo, pensé mejor las cosas, y en lugar del codazo, me di vuelta lentamente.

Era Daniel. Que tonta por pensar otra cosa. Ahora estábamos de frente, pero él seguía sumido en un profundo sueño, como siempre sucede. Su brazo continuaba apoyado en mi cintura, pero ya no sentía su erección entre mis piernas, debido a la curvatura natural de nuestros cuerpos. En cambio, nuestras bocas solo se separaban por unos cuantos milímetros, sentía el olor a alcohol. No podía evitar pensar en lo dulce que era. Ni en lo delicioso que sería hacer el amor en un lugar llenos de gente. Bueno, lleno de gente dormida. Ya las luces estaban apagadas, al igual que la música. Estaba toda la habitación sumida en un silencio tranquilo, que se veía interrumpido una que otra vez por ronquidos de los que allí dormían. Daniel no roncaba. Aunque estaba en una posición incómoda, al borde del sofacama, no roncaba. Probablemente era el efecto del alcohol en mi sangre, pero encontraba eso tremendamente atractivo. Sólo imaginen estar enamorados de una persona que no ronca, con vías nasales sanas, sobre todo para alguien como yo, que tengo el sueño ligero. En ese momento lo encontré sumamente sexy de su parte. Y su boca, fruncida de una manera tan dulce. Sonreía, y a juzgar por su erección, me imaginé lo que soñaba. No sé si sería conmigo, pero definitivamente soñaba algo que lo estaba haciendo excitar bastante.

Así que no lo resistí. Acababa de descubrir que yo también estaba muy excitada, allí, arrinconada en el sofá, tan cerca de Daniel, un poco solos en medio de tanta gente. Comencé a acariciar su pecho, su cuello, con mis manos. También use mi nariz y mis labios. Olía delicioso. Que ganas de comérmelo. Empezó a despertar, por lo que le tapé la boca.

-Shhhhh…- su mirada era una obra de arte, con sorpresa y todo. Aunque todavía no entiendo porque se sorprende tantas veces en las que actúo para que hagamos el amor. Es cierto que soy tímida, pero me encanta estar con él. Fuera y dentro de la cama. Pero le daré crédito. Era nuestra primera vez en faceta exhibicionista, incluso cuando ante quien nos exhibíamos estaban dormidos,  o inconscientes por la borrachera. Mi mano bajaba por su abdomen, hasta su paquete. Me sonrió con los ojos, y lamió la palma de mi mano, mientras se apretaba contra mí, encerrando mi mano entre los dos.

-¿Por qué no me despiertas así siempre? Podría acostumbrarme.-me susurró con la sonrisa a flor de piel.

-Tonto. No me pude resistir.- susurré yo también, rematando con un dulce roce de labios. Y si, fue dulce al principio, pero pronto se convirtió en una marea creciente de fuego que incendiaba mis sentidos. ¿Sería el licor? No sé, pero me movía frenéticamente contra Daniel. Entrecruzamos nuestras piernas, y movíamos las caderas adelante y atrás, imitando el acto de hacer el amor, pues ambos teníamos toda la ropa puesta, ambos con vaqueros, aunque yo tenía una camisa holgada y con un profundo escote, que en mi no es que tenga mucho efecto, ya que mis pechos son pequeños. A decir verdad, no estaba segura de si estaba sucediendo en realidad, por lo que me permití gemir en respuesta a lo caliente y excitada que me sentía. Me encanta gemir, expresar lo que siento de esa manera, hacerle saber a Daniel que me gusta lo que me hace. Oh sorpresa, me di cuenta que si era verdad lo que hacíamos cuando la voz de una de nuestras compañeras nos interrumpió.

-¿Nata?¿Estás bien?

Juro que nunca había sentido al mismo tiempo tanta risa y angustia a la vez. Daniel también se quedo de piedra con la voz de Amanda, pero a él lo invadió la risa más rápido que a mí, por lo que tuve que taparle la boca una vez más, y tomar el control de la situación.

-Si Amanda. Perdona que te haya despertado, es que estaba teniendo una pesadilla.- Daniel arqueó su ceja, inquiriendo.

-¿Ya estás bien?

-Si. Gracias por preguntar. Puedes dormir otra vez.

Nos quedamos quietos, Daniel y yo, hasta escuchar de nuevo que todos dormían profundamente.

-Así que pesadilla, ¿no?- me dijo Daniel en una voz casi imperceptible, al oído, para después morderme la oreja. Ahora fue él quien me tapo la boca, sabiendo que mis orejas son mi punto débil.

-Te voy a demostrar que yo no soy ninguna pesadilla.- con su mano en mi boca todavía, comenzó a bajar por mi cuello, aspirando mi olor, lamiendo mi piel y mordiéndola. Seguíamos cubiertos, aunque pobremente, por la manta. Me soltó la boca, para poder desapuntar mi vaquero, en introducir una de sus manos entre mis bragas. No le sorprendió encontrar casi que un charco en mi entrepierna, y me acarició mi perlita mientras me comía el cuello. Yo me dejaba hacer. Concentrada en no emitir ningún sonido, lo  que me estaba costando bastante. Pero quería venirme con él, con su verga dentro mío, así que lo detuve. De nuevo alzó su ceja inquisidora, a lo que yo respondí lamiéndola. Estaba sudando, y me supo saldado. Que manjar. Ahora le comí yo el cuello, con la barba de una semana, que yo prácticamente había obligado para que se dejara crecer. Es muy guapo, Daniel. Pero es irresistible para mí cuando se la deja crecer. Se ve todavía más rebelde, más todo. Y mi piel se vuelve todavía más sensible y receptora de sus caricias. La verdad es que me vuelve loca. Lamía sus mejillas, su boca, hasta sus ojos,  mientras me afanaba en desabrochar su vaquero y sacar su verga grande e hinchada.

Estaba calientísima su verga, y apenas la toqué, Daniel se deshizo en gemidos, que afortunadamente amortiguamos con un beso francés profundísimo. Estuve masturbándolo poco tiempo, pues él estaba a punto de correrse, igual que yo. Me disponía a guiar su verga hacía mi hoyito,  pero me detuvo la mano, y negó con la cabeza. Ahora era yo la desconcertada,

¿qué quería?

Me dio un último beso, y luego me dio la vuelta, encajando su polla en mis nalgas, de nuevo suspirando en mi pecho. Pasó uno de sus brazos debajo de mi, y tomó con esa mano uno de mis pechos, masajeándolo y pellizcando mi sensible pezón, para luego hundir su cara en mi pelo suelto.

-¿Por qué hueles siempre tan bien?- gimió de nuevo. Yo le contesté con una risa suave que pudo pasar por gemido, pero uno muy bajito.

Con su otra mano acariciaba mi vientre, y de nuevo mi coño inundado, a la vez que frotaba su erección en mis nalgas. Seguimos así por unos cuantos segundos más, hasta que me hizo poner el culo en pompa y me penetró. Nos quedamos quietos un par de segundos, acoplándonos, hasta que comenzó el vaivén. Era lento pero profundo, muy profundo. Lo sentía entrar hasta mis entrañas. Una y otra vez, hasta que aceleró el ritmo, aunque no cambió la profundidad de sus estocadas. Me lamía el cuello y masajeaba mi clítoris. No podía más. Su respiración entrecortada en mi oído fue mi perdición. Ni siquiera alcancé a avisarle que me corría, cuando una gran ola de placer se cernió sobre mí, lo que me hizo ahogar mi larguísimo gemido en el brazo del sofacama. Él seguía bombeando, prolongando mi placer, pero mordió mi cuello, a la vez que daba una estocada más profunda que cualquiera de las otras, con una explosión de semen en mi interior, y un nuevo orgasmo para mí.

Nos quedamos abrazados. –No soy una pesadilla ahora, ¿cierto?. - ¡Que noooo!- le respondí, mientras me giraba, y recomponía nuestros atuendos, que no debían estarlo tanto, y subía la manta para que nos cubriera hasta las barbillas.

-Te quiero, pesadillo.