Pesadillas de robot

Pesadillas de robot de Mr Wolf. Los deseos de los seres humanos son incomprensibles hasta para los más perfectos robots...

Aventuras galácticas de la Capitana Dana 1

Pesadillas de Robot

R. John Decker no tenía sueño, miraba las estrellas desde la escotilla e intentaba pensar mientras fijaba su mirada en los cúmulos de la Nebulosa del Cangrejo. Escuchaba los ronquidos de la capitana Dana, pausados, tranquilos, atrapada en un sueño reparador. R John Decker no conseguía conciliar el sueño, lo que no tenía nada raro, porque era un robot.

No un robot cualquiera, nada parecido a esos servomecanismos que trabajan en los campos o minas, tampoco esas moles de función dedicada que limpiaban las pistas de los espaciopuertos o repartían bandejas en los comedores.

No, R. John Decker era un ultimo modelo OX6969-217, robot de formato humaniforme, con funciones de guardaespaldas, mayordomo y amante. En concreto esa fue la función que llamo la atención de la Capitana Dana, cuando hace dos años lo robo de un envío para el Centro Vacacional de Vega. Se trataba de un modelo altamente logrado, cerebro positrónico, por supuesto, estructura aleación de titanio y acero forjado a gravedad cero, pero aparte de las cuchillas retractiles en pies y manos su característica más acusada era la cubierta de polipiel que le daba su forma visible. La imagen que proyectaba era un hombretón atlético, de rasgos proporcionados y hermosos, largo pelo rubio, sus ojos eran verdes (bueno realmente podía coger el color que deseara su propietario, a Dana le gustaba el verde) y dos órganos que no se veían a simple vista pero que presentaban importantes modificaciones: Una lengua formada con tejido muscular y equipamiento robótico y un pene de las mismas características, ambos con la posibilidad de regular el tamaño según las necesidades o el interés de su propietario.

Era una máquina pensada para el placer y la seguridad de sus dueños, pero R. John Decker tenía un problema, no lograba satisfacer los apetitos de la Capitana Dana. No era que no fuera capaz de follar, de hecho su pila de energía nuclear le permitiría estar bombeando durante el próximo siglo, tampoco era que no pudiese despertar placer, tenía una extensa programación que incluía toda la historia de las posturas sexuales, masaje erótico y todo un surtido de posibilidades dadas sus características "físicas". Durante los dos primeros años Dana disfruto de su juguete probando las infinitas variaciones que ofrecía, pero en los últimos tiempos hacía unas exigencias que R John Decker no podía satisfacer.

No hace ni doce ciclos espaciales que se volvió a quedar bloqueado cuando intentaba cumplir las instrucciones de su propietaria. ¡ Quería que la azotara ¡ Ya se había vuelto a bloquear, la mera idea de los deseos de su propietaria provocaba un bloqueo en la circulación de su cerebro positrónico.

La culpa no era de R. JoDe (el apodo cariñoso que le daba Dana) sino de la programación implantada en la base de sus circuitos, como todo el mundo sabe la primera ley de la robótica dice:

Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.

Por eso a pesar de las instrucciones claras y explícitas de la Capitana Dana no era capaz de satisfacer sus expectativas. Además al ser un modelo complejo, programado para relaciones sociales con humanos, era consciente que su incapacidad de satisfacer el interés de su dueña le producía frustración y por tanto estaba generando un daño en un ser humano. Al principio fue fácil, unos ligeros azotes, a petición de ella, por supuesto. Su cerebro no ofrecía resistencia, sabiendo por su programación que pequeños golpes y rugidos son comunes en los ritos de apareamiento de las especies de mamíferos. Pero esa programación para niñas finas de centro vacacional no era suficiente para la curtida Capitana Dana, ella quería golpes de verdad, propinados con fuerza contra sus rotundas nalgas, quería poder sentir el picor recorriéndole el culo cuando se sentaba en los asientos de cuero del piloto, verse los moratones de una sesión realmente salvaje.

Eso la excitaba.

R.JoDe lo había comprobado en varias ocasiones en las que acompañaba a la Capitana. Dana a tugurios infames donde se cerraban acuerdos de transporte. En no pocas ocasiones la Capitana Dana acababa por llevarse al Mobhotel al sujeto más rudo y agresivo del lugar. Esto generaba disfunciones, inquietud no es la palabra adecuada para un robot, en R JoDe ya que también tenía programación de guardaespaldas. Tenía que recibir firmes instrucciones de la capitana para no atravesar el umbral de la puerta y retener a aquellos hombres con una de las múltiples llaves que formaban parte de su programación, por supuesto sin lastimarlos.

Cuando empezaba a oír los golpes, los gritos e insultos, toda su programación le llevaba a intervenir. Solo órdenes concretas y directas, así como cuantiosas explicaciones del interés de la capitana por un dolor moderado conseguían retenerle en base a la segunda ley.

Como todos saben la segunda ley de la Robótica dice:

Un robot debe de obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera ley

Ese era el problema, lo enfocara como lo enfocara los deseos de la capitana Dana contravenían la primera ley. R.JoDe comprendía que el esfuerzo por intentar forzar los límites de la primera ley mediante órdenes imperiosas era inútil, porque ante la perspectiva de obedecer y dañar a un humano su programación prefería congelarse. Ya que si llegaba a dañar a un humano su cerebro positrónico sufriría un grave daño. La tercera ley de la Robótica garantizaba su auto conservación. Como todos saben la tercera ley de la Robótica dice:

Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes

Para evitar el daño a su cerebro su programa se bloqueaba, alimentando la frustración de la Capitana Dana ante las limitaciones de su juguete. Esa frustración iba minando poco a poco el cerebro positrónico de RJoDe

Estaba atrapado en una situación que era su pesadilla, y así pasaba R. John Decker las noches de sueño, velando su fracaso mientras miraba el panorama infinito de las estrellas.