Pesadilla y tormenta

Un gay en un dia de tormenta. Una amenaza, algún desahogo y un encuentro imprevisto.

Rafi, alias "Paris Hilton", me invitó al cumpleaños de Matías y yo le dije que no podía ir. Estaba aburrido, y me molestaban esas fiestas llenas de alcohol barato, pizza incomible, música estridente y locas gritonas. Bueno no, quizás en ese momento me molestaban las fiestas, que en otras ocasiones me hubieran divertido. Siempre eran los mismos invitados, muchos con sus parejas y de los disponibles, los sueltos, la verdad ninguno me movía un pelo. No había nadie que me gustara, que me atrajera, ninguno con una conversación coherente, con un discurso pensante, con dos neuronas trabajando al mismo tiempo o para ser sincero no había nadie que me calentara para nada. Yo terminaría borracho, vomitando, hablando tonterías y tal vez, porqué no, cogiendo con el menos pensado, con algún "man" traspirado, y gritón, alguien insoportable, feo como la gonorrea, al que de otro modo o en otras condiciones ni hubiera mirado. Solamente por no terminar solo. Todo menos la soledad. Y luego al despertar con resaca, la luz del día lastimándome los ojos, y sentir ese cuerpo extraño rodeando al mío, el aliento descompuesto de alcohol mal digerido de los dos o sea, la miserable rutina del solitario arrepentido: una fuerte jaqueca y el sentimiento de fracaso más penoso de la tierra. Usted me entiende. Soy humano.

Nunca podía recor sus nombres después. Intentaba cualquier regla de nemotecnia con tal de no cometer errores pero Marcos sería Damián, Fernando sería Javier, Leonardo sería Pedro. ¿Y yo? ¿Quién era yo, con esas ojeras de Satán apretadas a mis ojos…, el estómago ardiendo y por ahí el culo dolorido?. Si, un puto triste.

-Dale, convídame con un cafecito, me diría el tipo a la mañana. Leonardo o Fernando o Damián o Javier. Y yo prepararía un café amargo y fuerte, todavía medio dormido, pero apurado para que el man se lo tomara pronto y se fuera. Después, yo me daría una larga ducha tibia como si el agua, el jabón y la esponja pudieran borrar las huellas de una noche de excesos, el cansancio, los rastros del sexo en mi piel, ese ligero mareo que no era otra cosa que una sensación de vacío.

El teléfono siguió sonando mientras me duchaba: seguramente algún otro del grupo que quería que fuera a ese cumpleaños: decidí no atender. Al fin se cansarían y dejarían de molestarme. Alguién dejó un mensaje algo largo, me pareció, y seguramente no era ninguno de mis amigos, son bastante miserables y sólo dejan mensajitos de texto, por lo que salí de la ducha desnudo, mojado y temblando para escucharlo.

Era una mujer. Una mujer desconocida con una voz profunda, voz de 25 cigarrillos negros diarios por lo ronca, que dijo ser la hermana de Michel. Que era su curadora legal. Fue directa y frontal: "Te aviso que Michel está en Buenos Aires, salió del psiquiátrico, pero no te le acerques. No le sigas cagando la vida, infeliz Si me llego a enterar que lo estás buscando, si intentas acercarte a él sos boleta (estás muerto), puto de mierda" Fascinante resultado del amor de mi vida: mi ex pareja declarado insano, su hermana boca sucia, su curadora y una amenaza de muerte si yo intentaba acercarme a él.

Buena manera de empezar un sábado, la invitación a una fiesta a la que no iba a concurrir, la noticia de un regreso que me perturbaba y una amenaza de muerte. Estás en el horno, puto, me dije.

Encima llovía. Caían gatos y perros como dicen en inglés, o soretes de punta como dicen en mi barrio. Qué manera de llover !!!!. Me acerqué al balcón y el frío del viento me hizo temblar, o sería la mala noche, el anticipo de una gripe, el miedo, o mi desnudez de pija y huevos al aire.

Entré a la habitación, me vestí, me hice un café y salí a la vida. La calle estaba gris, mojada, los árboles, bailaban con el viento, y los charcos de agua hacían difícil cruzar las calles. ¿ Hacia dónde iba?. ¿Dónde puede ir un gay asustado, deprimido, resfriado y amenazado, un sábado por la mañana tormentoso?

Claro, a un centro comercial. Lo que los argentinos con ese placer de designar a todo con nombres extranjeros llamamos un "shopping center". Un lugar de esos impersonales y luminosos que convierten la circunstancia de consumir en una experiencia religiosa. Entré esquivando vendedores ambulantes, pedigüeños, y vendedoras de puertas blindadas y TV satelital, y subí por la escalera mecánica hacia el primer piso, donde además de una cafetería gourmet había una casa de ropa, cuyos vendedores me fascinaban. No sé como harían para seleccionarlos pero siempre elegían tipos "de puta madre" como diría mi tio español, con perdón de su madre mi señora abuela doña Dulce Remedios viuda de López, viuda de Pérez y hasta viuda del soldado desconocido, que en paz descanse. Volviendo a los empleados, decía que eran machos de armas llevar, ejemplares sobresalientes de una raza de masculinidades bellas: regalo para los ojos para todo gay como uno que se jacta de apreciar lo bello, o sea yo con perdón de otros, modestia aparte.

Fue cuando lo vi a Michel, desambulando por la planta baja del enorme shopping: barba de varios días, muy pálido, algo más delgado, vestido con un pantalón y camisa negros, collar de cuentas, ojotas blancas, y la misma mirada aterradora, la mirada enajenada, la expresión confundida con la que me había mirado aquella noche en que le dije que lo nuestro había terminado. No podía seguir viviendo con alguien que prefería las drogas a mí. Después vendrían el desenfreno, la sobredosis, la internación en un psiquiátrico, y el largo silencio que había roto esa voz femenina y ronca en el teléfono alertándome que no lo volviera a ver, y amenazándome de muerte. Sentía una culpa que no era justa. No causé su desequilibrio. Fueron las drogas. O fue la vida. Yo hice lo que pude. Hasta que no aguanté más.

Tenía que escapar. Era yo el que ahora no quería verlo, el que evitaba tener que mirarle a los ojos y ver en su confusión, en su mirada perdida, con el tradicional tamiz de la culpa, el producto de mi decisión de dejarlo. Quise esconderme para que no me viera. Había poca gente a esa hora, y el no podría dejar de verme. Decidí entrar a alguna de las tiendas, a una donde el no entraría. Siempre fue claustrofóbico. Es más, pensé en entrar a un comercio, probarme ropa en el interior de su sala de probadores, y desaparecer por un rato largo. Así entré a esa tienda por departamentos española, la misma de los vendedores cautivantes. Pero en ese momento de terror, no pensé en la supuesta belleza del personal de ventas, sino en la forma más segura de esconderme. De perder visibilidad por un rato al menos Perderlo. Me dirigí a la sección de caballeros, no sin antes tropezar con una señora algo obesa de cabellos ondeados y largos que me insultó sin ningún miramiento. Yo me hice que no la escuchaba, y mi vista se dirigió al culito hermoso de un vendedor moreno, no muy alto que con una camisa en la mano se dirigía hacia el fondo del local. Ya en la sección caballeros, elegí dos pantalones de vestir, de precios demasiado altos y modelos no muy modernos y pedí pasar a los probadores. El vendedor de lindo culito estaba ocupado, pero al verme, me dijo que ya estaría conmigo, que él me iba a atender. Si atendeme mi amor pensé, que después te atiendo yo. Ese culito necesita atención de urgencia. Pija mucha pija pensé. Le dije gracias pero mi agitación no impidió que volviera a mirar ese culin redondeado y pequeñito: dos melones redonditos que acariciaba la tela brillosa de su pantalón del uniforme de la casa. Entré al probador y me miré en el espejo largo del techo al piso y me vi demacrado, ojeroso, el pelo mojado por la lluvia, despeinado, la nariz roja del resfrío, pero atractivo en una manera rara de serlo: barba de un par de días, abdominales bien marcados, bulto bien visible, piernas musculosas, de verdad estaba "fuerte" si hasta me guiñe el ojo…. En realidad se lo guiñé a Sebastián que según la tarjeta que portaba en su bolsillo, así se llamaba el vendedor de culito de melón rocío de miel. El chico algo ofuscado, me devolvió el guiño con una sonrisa y volvió a correr la cortina. Tuve ganas de decirle vení culito , quedate, asi te la muestro….

Me quedé en slip, que más que slip era un hilo dental por lo chiquitito: la pija parecía asomarse por el frente o los costados, y me senté en el banco incómodo haciendo tiempo. No sé si lo hice a propósito, porque cuando Sebastián quiso correr la cortina, otra vez me vio casi en bolas, se sonrojó (era muy joven) y pidiendo perdón la volvió a correr. El súbido rubor del chico del culito lindo alias Sebastían, alimentó mi morbo, quería calentarlo pero hasta el momento el caliente era yo. La pija se me paró, se me puso dura como a los 17 años cuando me despertaba de un sueño líquido.

Los huevos se me desparramaban por los costados y un hilito de leche me mojaba la puntita de la pija. Entonces me paré y me probé el primer pantalón. Me quedaba grande, largo horrible. Iba a seguir probándome el otro pantalón, pero antes que yo reaccionara, Sebastíán volvió a abrir la cortina y ahí en un acto de arrojo no me tapé la pija ni oculté los huevos y me di vuelta, mostrando mi culo bien depilado y bien fuerte. El se quedó mudo y yo intenté vanamente esconder el grosor y el largo de mi pija erguida que aparecía por entre mis piernas. No hizo falta: el me dio vuelta y comenzó a sobarme la verga con deleite y yo cada rato se la movía de lugar, y haciéndolo sentar y se la ponía en la cara

  • ¿Te gusta?, le pregunté con mi voz más pornográfica, mientras que su boca enloquecida y golosa buscaba tragarse mi pija. Se la comió con desesperación por miedo de que yo me fuera. O de que nos soprendieran. ¡ Qué manera de mamarla!... tomé su cabeza llena de rulitos y la subía y bajaba por mi chota una y otra vez y él con mucha voluntad, evitaba el acto reflejo del ahogo Me la chupó un rato hasta que en el corredor de los vestuarios lo llamó un cliente, y secándose el mentón mojado con la mano, salió sin correr del todo la cortina. Y yo en bolas con el mástil todavía palpitando por la terrible mamada En ese momento pasó el "pompier" nombre que suele darse al sastre que hace las composturas, una loca con bigotito y peluquín que me pareció conocer de algún otro lado: era parecido a un español muy señora de edad más que avanzada, que solía comerme con la vista cada vez que me veía en un bar de ambiente. Por ahí era el hermano mellizo. El tipo me miró la pindonga erecta y entró al vestuario diciendo si me tomaba las medidas en voz alta aflautada y muy de loca. No le dije que no, y entonces sin esperar ni un segundo se abalanzó contra mi pija y me la chupó hasta sacarle chispas. Y también claro le tomaba las medidas a mi poronga agitada. Yo le tiraba del peluquín que cubría su brillante calva y el se ponía la mano en la cabeza para evitar que se le saliera. Tuvo éxito al principio pero luego movido por mi morbo imparable, le di un pijazo de esos que entran hasta la campanilla y que le hizo volar hacia afuera su pilosidad color trigo limpio, adquirida en cómodas cuotas y con garantía. Bruto me dijo la loca, no sin antes volver a pegarse a mi verga como bebé a la teta materna. Yo no dije nada hasta que me cansé; se la saque como pudo de sus labios chupadores y lo eché del cuartito: me tengo que ir dije, se me hizo tarde. El sin enojarse demasiado dijo, un gusto, me llamo Marcial y me alcanzó su tarjeta: Marcial Pelosi , Pompier..

Me vestí y salí de nuevo a la tienda donde Sebastián mostraba unas camisas a una señora embarazada que arrastraba un cochecito con mellizos. Le guiñe el ojo y le dije que volvía mas tarde. Dale, me dijo y su sonrisa con aparatos de ortodoncia me pareció mas ingenua que antes. Era dulce el pibe y su rubor con oyuelitos en la cara me habían conquistado.

Afuera del local, Michel no estaba por ninguna parte. Sentí cierta calma al comprobarlo, salí a la avenida y empecé a caminar bajo la llovizna intermitente y un taxista me tocó la bocina, lo miré sorprendido y me hizo un gesto. Estacionó antes de llegar a la esquina: era joven, de cabellos largos, ojos verdes, pinta de macho. No lo dudé como impulsado por una fuerza imparable y me subí al auto, sentándome a su lado.

Me llamo Rúben me dijo. Mucho gusto le dije, Juan Carlos mentí. Ahora,mientras durara este levante yo sería Juan Carlos y el Rubén. Mañana, cuando todo terminara, volveríamos a ser lo que eramos de verdad. Hoy vivíamos la fantasía. Me tocó la pierna, le sobé el bulto, suspiró caliente y puso el auto en movimiento.

  • Me gustás, me dijo. Y se me quedó mirando con unos ojos que más que verdes eran promesas, ilusiones, milagros. No respondí. Aceleró y sacó la mano de la palanca de cambios y entrelazó sus dedos fríos con los míos. Miré hacia el frente. Sonreí sin saber porqué.

Me dijo que había estado trabajando doce horas. Que tenía sueño y estaba cansado. Que cuando creyó quedarse dormido, abrió los ojos y me había visto. Que se había enceguecido. Que nunca había hecho eso: pararse y levantar a un perfecto extraño. No le creí pero lo seguí escuchando.

Avanzó por la noche, por calles cada vez más tranquilas, oscurecidas por la lluvia, y en los semáforos me miraba en la penumbra del auto, y me tomaba la mano, me acariciaba la pierna, me tocaba la pija y yo hacía lo mismo. Como a la media hora, estacionó en una calle sin pavimentar, oscura y embarrada por la tormenta. Apagó las luces, y acercando su boca carnosa, su barba incipiente, su aliento de cigarrillo, su mano fría en mi cara, me besó. No recordaba el sabor de los besos de otro hombre, no tenía la memoria de la fuerza incontenible de un beso caliente y apasionado. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, mientras devolvía ese beso fuerte , macho, enérgico, lleno de deseo , ese beso oscuro y ardiente.

-Porqué lloras, me dijo, mientas me abrazaba como a un chico. "Nada" contesté " es la lluvia".

galansoy. Ojalá les agrade, es mi relato N°150 para esta página.g.