Pesadilla tropical: la comisaria

Vero es trasladada a la comisaría para su registro y... no deja de hacer amigos

Aquello me dejó estupefacta, no podía creerlo, ¿me habían violado y ahora me llevarían detenida? No podía entender de dónde procedía ese odio y desprecio hacia mí, el porqué de todo aquello se me escapaba. Ellos ya habían hecho conmigo todo el mal posible pensable y no sacarían nada llevándome a prisión, la única explicación era el mal por el simple placer de hacerlo. No entendía como una chica indefensa podía despertar en aquellos desconocidos tanto resentimiento. Les suplique bañada en lágrimas por mi liberación, prometiendo guardar el secreto, pero eso solo parecía excitarles más; eran bestias con forma humana y sin alma. Yo había sido educada en un centro religioso y las monjitas no me habían preparado para seres de tal calaña, mi escala de valores se hundía y ya no entendía nada.

No pude recuperar las braguitas, así que recogí del suelo el short y la camiseta, y me cubrí con ellos; encontré las chanclas en un charco de lodo negro, las sacudí un poco y me las puse aún húmedas y malolientes. Todo estaba tan húmedo que prácticamente me seguía sintiendo desnuda. Giré y coloqué las manos a la espalda, aún llevaba una pulserita de conchas de mí último ex, Gabi…

Sentí la rodilla del agente en la raja de mi dolorido culito, aplastándome con violencia sobre el vehículo al tiempo que ajustaba fuertemente las esposas en mis muñecas.

-          Tranquila cariño, ahora iremos a la comisaria para entregarte el inspector, abrirte ficha y retenerte en los calabozos hasta mañana, será sólo un trámite. Allí hay mucha gente y harás amigos enseguida.

-          Tengo derecho a hablar con mis padres, deben saber donde estoy al menos.

-          Claro, allí podrás llamar, ahora no hay tiempo.

Mientras decía esto, uno se puso al volante y el otro me echo detrás y se sentó a mi lado. El un viejo Buick muy amplio, los asientos de cuero estaban cuarteados y se les salía la espuma por varias rajas, estaba sucio y olía raro; una mezcla de cuero recalentado, vomito y orín, todo sobre un piso arenoso. Allí dentro, de camino a la ciudad, fui manoseada por mi acompañante sin poder resistirme; mi cuerpo estaba a su merced, yo estaba inmovilizada y el conductor disfrutaba con ello a través del retrovisor. Su mano derecha me rodeó por atrás y se introdujo sin dificultad bajo la camiseta hasta alcanzar los pechos, mientras la izquierda subía y bajaba por mi entrepierna, frotando cuando quería mi vulva, incluso noté como me estiraba del bigotillo sobre el monte de venus, como si quisiera arrancar un flequillo de mi coñito a modo de trofeo. Así siguió todo el viaje, estrujando mis senos y ultrajando mi vulva, tanto que ya sentía fuertes escozores en ambas partes. Entonces, cuando ya entrabamos en la ciudad, quiso darse un último premio antes de tener que dejarme y me sentó sobre sus rodillas, donde pude sentir su pene erecto justo en la raja de mi culo; empezó a follarme la vagina con sus dedos y bajo los shorts lo suficiente para abrir paso a su polla hasta mi ano.

Su glande se situó, otra vez, a la entrada de mi enrojecido culo y me tiró de un golpe hacia él para que me sentara encima, note su polla entrar disparada en mi culito y grite de dolor. Él empezó a follarme sin escrúpulos, mientras atravesábamos la ciudad sobre la una de la madrugada; en las aceras sólo se veían a prostitutas y borrachos trapicheando en medio de la basura propia de una urbe tercermundista. Paramos en un semáforo y pude ver como dos putas muy maduras, gruesas y ajadas, hablaban entre ellas y se reían mirando como me violaba, una de ellas chilló: “bienvenida a la isla, señorita, que tenga una feliz estancia!! Jajaja”. No podía creerlo, era infernal, todos reían mientras yo lloraba hasta sentir correrse a aquel cerdo dentro de mí maltrecho cuerpecito. Yo ya apestaba a esperma y humedad… me sentía basura.

-          Bueno!! Ya llegamos cielín, arréglate un poco, vas a conocer al inspector.

Paramos junto a un edificio de dos plantas de ladrillo enlucido con un yeso blanco en tiempos de la revolución, quebrado y desaparecido en muchas partes de la fachada, abriendo nichos para los lagartos y malas hierbas que trepaban hasta la cornisa. Sobre la puerta, un luminoso a punto de fundirse distinguía el local como “Prefectura local”, pues igual pudiera haber sido el burdel del pueblo. En la entrada había dos guardias con escopetas, gruesos, sudados y mal afeitados, que me lanzaron miradas lujuriosas tal como cruzábamos la puerta. Pasamos al vestíbulo y me empujaron contra el mostrador.

-          Hola, buenas noches, Pablo, traemos esta pendeja española a la que atrapamos en la carretera sin documentación y con “polvo” para vender, avisa al inspector Gutiérrez, haz el favor.

Al cabo de un rato me pasaron a una habitación rectangular con una mesa en el centro y un hombre sentado tras ella. Estaba tan gordo que el butacón crujía bajo su peso y sus carnes se desbordaban por todas partes; llevaba unos pantalones de vestir grises y una guayabera blanca, marcada por amplias manchas de sudor amarillentas. Su rostro era muy grueso, rojo y brillante por el sudor, y apenas cubierto por unos cabellos ridículamente cruzados sobre su calva.

-          Buenas noches, inspector, aquí le traemos a esta traficante, hemos sido muy considerados con ella por su condición foránea, pero no ha hecho más que resistirse a nuestra autoridad y dar problemas, así que se la vamos a dejar esposada a la mesa para evitar sorpresas.

-          Gracias, agentes, déjenme a solas con ella.

Me liberaron una muñeca, con una profunda marca por las esposas, y engancharon la otra a un extremo de la mesa. Salieron y el inspector se levanto pesadamente.

-          Bueno… pequeña, parece que estás en un buen lío, ¿cómo una niña tan mona como tú se ha envuelto en un asunto tan feo? Parece mentira.

-          Es que lo es!! Quiero hacer una llamada, mis padres lo sabrán todo.

-          Qué encanto… has visto muchas películas de polis eh? Tus padres serán informados a su debido tiempo.

-          Mi familia es rica y muy influyente, soy española y, cuando se entere mi padre van a tener ustedes muchos problemas. Sus hombres han abusado de mí, me han violado!! Y lo de las drogas es un puto montaje.

-          No digas tonterías, bastante paciencia han tenido mis chicos contigo para tener que oír yo ésto.

-          Qué?? Quiero llamar a casa!! Antes o después se enterará mi papa y os arruinará a todos la vida. No me ha oído? He sido violada brutalmente y varias veces, quiero hacerme las pruebas, tengo la regla y pueden haberme embarazado. Lo entiende? Jodido gordo de mierda!!

-          Te he oído muy bien, ahora atiende… nena monina y mal educada: para tus padres estás desaparecida, vendrán aquí mismo a poner la denuncia y les diremos que la búsqueda será complicada al ir tú indocumentada, pudiendo prolongarse meses o incluso años; pues las mafias dedicadas a la trata de blancas son muy profesionales y… a veces… desgraciadamente, sus víctimas no aparecen nunca. Les diremos que esperen noticias en casa y les ofreceremos la asistencia de un psicólogo. Mientras, tú estarás en el penal de mujeres de Santa Clara esperando un juicio que no se celebrará nunca, y tu cuerpo servirá al Estado durante tres o cuatro años, en los que parirás varios hijos que no verás nunca; un útero sano como el tuyo se cotiza mucho; te van a preñar varias veces y tendrás relaciones sexuales cuándo, cómo y con quién se te diga. En unos años, quizás, aparecerás en un descampado, desnuda, medio muerta y totalmente desquiciada… entonces te devolveremos a tus papis. Lo entiendes ahora, zorra??

Un velo negro cayó sobre mi pensamiento, no podía razonar con claridad, estaba a punto de desmayarme, pasado cierto punto empecé a sentir la voz del hombre como si me hablara debajo del agua. Pero entonces, sentí su olor a mi espalda y como me agarraba un seno; yo no podía más y en un ataque de rabia por la impotencia me abalance sobre él y le di un mordisco en el brazo, si no me hubiera tumbado le habría arrancado un trozo de carne. El cerdo gruñó y se tapaba la sangrante herida del brazo con un pañuelo mientras me lanzaba una mirada de rencor y odio.

-          Así que te doy asco, no quieres que te toque este gordo, verdad… pues yo te voy a enseñar a ser dócil esta misma noche. Oficial!!

-          Sí, señor!

-          ¿Cuántos borrachos hemos recogido hoy?

-          17, señor.

-          Muy baje a esta señorita a los calabozos y enciérrela con ellos hasta el momento del traslado mañana al medio día. Métala dentro y que nadie moleste a los presos. ¿Me ha entendido?

-          Sí, señor!

Me sentía morir, entre dos me soltaron las esposas y me bajaron al sótano a rastras y pataleando. Me llevaron hasta la entrada de una habitación con rejas en un lado dos paredes de piedra a los lados y un ventanuco enrejado al fondo, tenía dos literas y un retrete, estaba abarrotado, con gente por el suelo que empezó a reaccionar cuando oyó mis gritos.

-          Eh! Muchachos, aquí os traemos un regalo del inspector, como veis nos preocupamos por vosotros, no siempre van a ser palos. Esta vez os quiere compensar un poco y os deja esta putilla mal hablada para ver si la sabéis educar un poco. Haced con ella lo que queráis pero no le dejéis muchas marcas, nada de cortes ni heridas; jugad con ella pero no la rompáis eh? Alá, a dentro puta y que lo pases bien esta noche, tienes unas diez horas de diversión por delante. Jajaja…

-          Nooooo!! Por favor, no se vayan, no me dejen aquí, haré lo que me pidan, no me hagan esto por dios!! No me dejen sola, por favor…

-          Vamos… no seas tan quisquillosa, tontina, son buena gente, no los juzgues mal, ya verás como mañana ya seréis amigos íntimos, jejeje… Adiós, puta.

Me quedé petrificada y agarrada a los barrotes con todas mis fuerzas, no me atrevía a darme la vuelta, cerré los ojos y recé por un milagro. La celda estaba atestada, el ambiente lo dominaba un fuerte olor a rancio, vómito y mierda acumulada en el retrete. Había hombres tirados por el suelo durmiendo o agonizando, no sabría decir, todo el piso estaba cubierto por sus cuerpos y yo permanecía de pie entre dos de ellos, uno estaba despierto y pude oír como musitaba: “que pies más pequeñitos y hermosos… tan bien cuidados… dan ganas de comérselos… son preciosos… que piel más suave… nunca había tocado algo así”. Mientras esto decía empezó a acariciarme los gemelos con suavidad y noté como una lengua caliente y áspera empezaba a babearme los pies desnudos. Por un tiempo dominó el silencio, como la calma antes de la tormenta, pero podía sentir a aquellos espectros elevarse a mis espaldas en silencio y torpemente, restregándose los ojos para recorrer con ellos el cuerpo que iban a poseer, les escuché murmurar entre ellos, convenciéndose mutuamente de su suerte: “eh! Tío, despierta, mira eso… habéis visto… joder, pero es de verdad… ostias! Despierta… despierta… despierta… levanta… mira… mira”. Los percibía como demonios a mi espalda, no me moví un centímetro y rezaba por un milagro, pero… no llegó.

El murmullo subió de volumen y varias manos me agarraron por todas partes, yo seguía agarrada a los barrotes y me quede en volandas, elevada por los pies hasta que unos golpes secos me soltaron de la verja; entonces me arrastraron entre ellos, encontrándome fuertemente aprisionada entre cuerpos mucho más altos, semidesnudos y malolientes, me aplastaban entre ellos y había manos por todo mi cuerpo, luchando entre ellas y contra mi escasa ropa para hacerse con un centímetro de piel. En un instante, la camiseta voló sobre mi cabeza, alguien me bajó los shorts y otros se peleaban por las chanclas. Aquella jauría humana se estaba peleando por un la posesión de esos trapos, era tremendo… yo ya estaba totalmente desnuda entre ellos y podía sentir la presión sobre mi cuerpo de aquellos cuerpos grasientos y negros de suciedad, malolientes hasta dar arcadas. Sus manos roñosas peleaban por entrar en mi coñito y sus uñas rasgaban los pezones sonrosados de mis senos. Hasta que uno de ellos tuvo una idea y grito:

-          Ey! Ey! Tíos, tenemos tiempo para follarnosla todos por todos sus agujeros, no nos peleemos y organicemos esto un poco. A ver, vosotros mantenedla en volandas sujeta de pies y brazos, y nos turnaremos en su conejo. Vamos, levantadla, así, muy bien.

Siguiendo las órdenes de este cabrón, cuatro grandes manos me agarraron de pies y manos, y me encontré levitando boca abajo con las piernas muy abiertas, dejando todos mis agujeros expuestos a aquella escoria maloliente.

Fue un auténtico aquelarre donde infinidad de manos parecían desgarrarme, yo pensé en la muerte, deseaba morirme, mi cuerpo ya no lo sentía mío, era un pedazo de carne donde me hallaba encerrada pero ya no era mío, sino de aquellas fieras hambrientas. Mis pechos, medianos como manzanitas maduras coronadas por sendas fresitas, eran estrujados y estirados como si intentaran ordeñarlos. Mi dulce culito, suave y bronceado como dunas del desierto, la envidia de mis amigas del gim, era ahora arañado por uñas podridas de mugre y dedos callosos, que dilataban el ano y lo perforaban con el lubricante de su propia suciedad y sudor.

Algunos se habían deslizado debajo de mi y babeaban toda mi piel, me mordían y se colgaban de mis pezones, otros me cogían la cabeza y me lamían toda la cara para acabar forzando un morreo; yo sentía arcadas, sus alientos eran picantes y metían las lenguas hasta el fondo, comiéndome toda la boca. Uno me estiraba del pelo frenéticamente y creo que me arranco algún mechón, mientras sentía algunas pollas golpeando de vez en cuando mi espalda, como porras humanas, varias se corrieron sobre ella y mi cabeza. Hasta en mis pies, pequeños y blancos como panecillos de leche, note varias lenguas y bocas devorándolos sin piedad.

Todo esto mientras no pasaba un segundo sin una polla en mi vagina, se alternaron y el semen que la desbordaba servía de lubricante, oía chapotear las pollas de aquellos cerdos en mi vagina y en mis entrañas. Cuando no me morreaban alguna polla flácida o dura profanaba mis labios de gominola, la boca entera me ardía como si me hubiera atragantado de jalapeños; yo procuraba mantener los ojos cerrados para no ver aquellos glandes negros y costrosos por la mugre acumulada durante meses, pero sentía su fuerte olor y el sabor no podría describirlo. Los sonidos de aquella noche, durante las primeras horas, eran la música del infierno:

-          Aaaaaahhh!….aaaahhh!….aaaahhh!…nooooo!......aaaah…aaaahh

-          Vamos… zorra….puta….pero qué buena esta la princesita…mmm

-          Vamos… déjame a mí…tú ya te has corrido… me toca… ¿qué dices viejo?... me toca a mí… aún no le he follado el culo.

Cuando amanecía no había palabras, sólo sus gemidos, yo ya no reaccionaba, estaba exhausta. Allá sobre las once de la mañana me dejaron en el rincón del retrete y pude vomitar y quedarme acurrucada, aún veía alguien de vez en cuando y me sobaba un rato. Cuando todos descansaban, se acercó un abuelo que rondaría los setenta y pico, desdentado y rapado por los piojos; se sentó a mi lado y me babeó la cara y los pechos para acabar penetrándome con su polla flácida, no se corrió y su incontinencia hizo que se meara un poco dentro de mí.

A eso de la una del mediodía entraron dos agentes y me sacaron de allí arrastrándome, me llevaron hasta una habitación con el suelo de hormigón y sin previo aviso me rociaron con unos manguerazos de agua a alta presión; primero helada para despejarme y luego casi hirviendo, centrándose en mis partes íntimas, el culo y la cara. Me llevaron después a unas duchas, me dieron un gel desinfectante y me hicieron tomar unos antibióticos.

Recuperaron mis trapos entre aquellos malolientes, ya estaban irreconocibles, negros y descosidos en varios puntos. Mis chanclas estaban rotas, así que me quede descalza. Y, así, como una indigente, descalza, desnutrida y con profundas ojeras, subí al furgón que me llevaría al penal de mujeres de Santa Clara.

Continuará…