Pesadilla tropical: el penal
Verónica es trasladada al penal de mujeres, donde niña pija se hará mujer...
Me introdujeron junto con otras tres mujeres en la parte trasera de una camioneta, en una especie de lata de hojalata con unas ranuras de ventilación y dos bancos laterales. Acurrucada en el rincón del fondo de uno de los bancos, cerré los ojos e intente dormir temiendo revivir en mis pesadillas las recientes vivencias. El óxido del suelo me raspaba los pies pero estaba tan agotada que me hubiera tumbado aunque fueran cuchillas de afeitar.
Mis compañeras de viaje eran tres mulatas maduras, grotescamente maquilladas y envueltas en un extraño olor; mezcla de perfume barato y fluidos corporales. Podía verlas frente a mí en la penumbra de aquel ambiente sobrecalentado, hablando entre ellas y mirándome de vez en cuando.
El penal de mujeres de Santa Clara se hallaba a unos ciento cuarenta kilómetros de la ciudad, en el fondo de un valle desértico. Y bajo el Sol implacable de un día despejado de verano, la caja de hojalata se recalentaba como un auténtico microondas; apenas podía mantenerme apoyada en la pared sin quemarme la espalda.
En un momento dado, se levanto una de las mujeres y se sentó a mi lado; yo reaccioné con miedo y ella pareció notarlo, pues no me tocó y empezó a hablarme con suma delicadeza:
- Pobre niña mía, qué te han hecho criatura, me recuerdas tanto a la hija que tuve una vez… no temas, no voy a hacerte ningún daño, sólo quiero ayudarte a sentirte mejor. Déjame arreglarte un poco ese cabello tan bonito ¿sabes qué eres una niña muy guapa? Tu pelo es suave y amarillo como el trigo…
Mientras esto decía, empezó a trenzarme el cabello con suavidad. Yo estaba confusa, por un lado deseaba estar sola con mi dolor y descansar pero, por otro, la compasión de aquella desconocida me proporcionaba el calor humano de un ser sensible y no quería separarme de ella; de hecho, me abrace a ella y empecé a llorar en silencio. La mujer correspondió al abrazo y a continuación se separó un poco para dejarme medio tumbada en el banco y con la cabeza en su regazó. Entonces empezó a masajearme tiernamente los hombros:
- Procura relajarte chiquilla, tienes los nervios rotos, te daré un masaje completo y te sentirás mucho mejor, déjame hacer a mí, deja a la mami…
Siguió masajeando los hombros y entonces note sus fríos labios en mi oreja, solo la rozaban, pero de ellos emergió una lengua larga y húmeda para hundirse en lentos círculos en mi oreja. De ahí bajó al lóbulo, donde pude sentir sus labios jugueteando con él, para acabar en mí cuello haciendo espirales con su lengua. En mi cabeza saltaban luces de alarma pero mi cuerpo solo respondía a las caricias de ella; siguió besándome el cuello mientras lentamente bajaba sus dedos por mi cintura para deslizarse debajo de la camiseta hasta alcanzar mis senos por debajo, y una vez allí, empezó a amasarlos con delicadeza. Sabía donde estaba y que aquellas mujeres, seguramente prostitutas, abusarían de mí usando las mismas técnicas empleadas con sus clientes, la conciencia me gritaba “Alto!! Detenlas!!”, pero tras tantas torturas y vejaciones, aquel trato agradable y las sensaciones sumamente placenteras que tenía frenaban mis movimientos, e incluso note avergonzada como mi cuerpo aún se excitaba con aquello; mis pezones empezaron a ponerse muy duros, a hincharse como dos fresitas sonrosadas sobre mis pechos, ayudados por las yemas de los dedos de ella, que de vez en cuando ascendían para rozarlos, sin dejar de amasar rítmicamente mis preciosas tetitas.
Sentí como otra se arrodilló junto a nosotras y empezó un sensual masaje por mis piernas, estiradas sobre la bancada; iba subiendo por ellas y, de cuando en cuando, apretaba ligeramente mis muslos, endurecidos por el ejercicio diario en el gym. Deslizó ambas manos hasta llegar a la entrepierna, dejó una en mis muslos y la otra empezó a palpar los abdominales de mi cintura; bajó en círculos, apenas rozando mi ombligo, y se metió bajo debajo del elástico de los pantalones.
Sentía como me ardía la cara de excitación y vergüenza, mi vulva estaba lubricada y aquella mano lo sabía, pinzaba con los dedos mi clítoris sin dejar de frotar los labios vaginales, empapándolos bien en sus propios jugos. Yo me dejaba llevar, suelta, como un muñeco de trapo, me decidí a dejarlas y entregarme a aquel momento de placer intenso; empecé a gemir suavemente y comprobé como la tercera se unió al grupo cuando unas manos tiraron de los pantalones y los deslizaron por mis piernas para dejarme desnuda de cintura para abajo.
Sólo se oían mis apagados gemidos y el sonido de sus besos por toda mi piel. Noté como dos manos hacían un poco de fuerza en mi entrepierna y yo colaboré abriendo todo lo que pude mis tonificados muslos para dejarles camino libre a todos mis agujeros. Mientras ambas bocas se acercaban a mi coñito por las ingles, una mano pasó por debajo y se puso a frotar arriba y abajo la raja de mi culo. Mi coño ya estaba muy húmedo y los dedos entraban y salían de él sin dificultad, entonces una boca se adaptó a mi vagina y su lengua inició la comida de mi vida; nunca me habían comido el coño así, ninguno de mis ex me había calentado así, su lengua me penetró e inició un movimiento frenético que unido a todo lo demás (los dedos pinzado mi clítoris, la otra mano en mi culo y las otras sin dejar de amasar las tetas y juguetear con sus pezones, duros hasta doler), hizo que me corriera en un orgasmo que inundo aquella boca de fluidos vaginales.
- Eso es ángel mio, déjanos hacer a nosotras y tú solo disfruta, te lo mereces después de todo. Ya verás como no vuelves a sufrir, entrégate y goza sin vergüenza. Tienes un cuerpo precioso, eres muy bonita y nosotras te haremos muy feliz. Túmbate sobre mí, así… muy bien.
Me tumbe ya desnuda sobre el cuerpo de la que me hablaba, me abrazó con fuerza sobre ella y pude sentir nuestro pezones juntos y mi coñito depilado en contacto con su húmeda matita de pelo. Unas manos me empujaban contra ella desde atrás, masajeándome y abriéndome las nalgas, mientras otra mano bajaba por la raja hasta el ano y empezaba a tantearlo con las yemas de los dedos.
Yo sabía que me estaban violando pero no quería parar, abría las piernas y quería que me follasen el culo, al tiempo que me frotaba con el sudado cuerpo que tenía debajo. Estaba muy excitada, en una mezcla de vergüenza, deseo y rabia que me hacía dudar de mi cordura.
Varios dedos empezaron a follarme al mismo tiempo por el culo y el coño, subiendo de ritmo junto con mis gemidos, que retumbaban en aquella lata recalentada bajo el sol del desierto. Aun me corrí varias veces y ellas se corrieron sobre mí, para acabar tiradas por el suelo y sumidas en un profundo sueño. Un fuerte frenazo nos despertó del letargo y nos advirtió de la llegada a destino, nos vestimos apresuradamente y las puertas se abrieron a un patio interior.
Guardias armados nos condujeron a una sala donde nos hicieron formar en línea y ordenaron esperar. A los pocos minutos se abrió una cancela y entró una mujer uniformada de azul; rondaría los cincuenta años, canosa, baja estatura y gruesa; su cara mostraba la seriedad y desprecio propios de su cargo. Nos miró a las cuatro y soltó su discurso:
- Buenas tardes, señoritas, mi nombre es Lorena Esteve y dirijo este centro penitenciario desde hace veinticinco años, en los que se ha destacado como uno de los más eficientes de la red carcelaria y con el mínimo de incidentes. Si acatáis unas normas básicas de convivencia, vuestra estancia aquí será llevadera y provechosa para todas, si no, haré lamentar haber nacido a la alborotadora; mi autoridad aquí es absoluta, no tengo ningún superior y las comunicaciones con el exterior están limitadas y controladas, así que os sugiero colaboración y una actitud constructiva. Empezaremos por una desparasitación, chequeo médico y la entrega de vuestros kits y uniformes de reclusas. De manera que ya podéis ir desnudándoos para las duchas… vamos!!
Obedecimos y note como todas las miradas se posaban en mí, allí también pude ver bien a las mujeres del furgón; eran tres prostitutas de más de cincuenta años, de pechos caídos, rollos de grasa en la cintura y grotescos maquillajes para intentar disimular sus arrugas; me miraron con lástima y nos dirigimos en fila india a una sala contigua, donde nos pasaron por un túnel de aspersores para desinfectarnos. En otra habitación, fuimos sentadas en un banco y llamadas por nuestros nombres para el chequeo médico, que se practicaba allí mismo, sobre una mesa con correas.
Yo fui llamada en último lugar:
- Verónica!! Hola, túmbate y relaja pies y manos.
El doctor era un hombre calvo, alto y muy delgado, de rostro huesudo y facciones marcadas. Me apretó con fuerza las correas y quede inmovilizada sobre la mesa y con las piernas abiertas. Comprobó mis ojos y oídos con una pequeña linterna y me hizo abrir la boca para ver la garganta; luego pasó a auscultarme con su estetoscopio, estaba helado y mis pezones reaccionaron hinchándose un poco, él debió notarlo porque recorrió ambos pechos con aquel frío metal, rodeando los pezones hasta dejarlos bien duros. Finalmente me dijo:
- Necesitamos recoger unas muestras de heces y flujos vaginales, tenemos noticias de que es usted especialmente promiscua y debemos verificar su estado en el momento de ingreso.
Hijos de puta… promiscua!… además de ser violada y humillada aquellos mal nacidos me trataban como si fuera una puta que se follase todo bicho viviente. Mientras pensaba esto, el doctor se enfundó unos guantes de látex y lubricó mi vagina y el ano con abundante vaselina, introduciendo varios dedos para ello en mis agujeros, sin ninguna consideración, como si fuera un animal. Inmediatamente, sacó dos espéculos de un cajón y metió cada uno en un agujero, abriéndolos al mismo tiempo; yo sentía aquellos fríos trozos de metal dentro de mí y como empezaban a dilatar mis orificios, las estrías de mi coño se tensaron hasta poderse meter un puño en su interior y mi ano se dilató invadido por aquel aparato sin piedad. Con dos espéculos forzándome el coño y el ano hasta hacerme dar alaridos de dolor, aquel cabrón se fue y me dejó así: amarrada y con mis agujeros dilatados por aquellos hierros, mostrando el interior de mi vagina a las guardias y a mis compañeras, sentadas en frente; hasta, en cierto instante, pude notar el cosquilleo de una mosca perdida paseándose por mis paredes vaginales, como atraída por los aromas de mis fluidos o recolectando flujo cual si fuera néctar. Me veía como una cerda, así expuesta e indefensa ante aquellas desconocidas, pero en mi interior había una desquiciada mezcla de humillación y… excitación vergonzosa.
A los veinte minutos, regresó el médico con lo necesario para recoger y almacenar las muestras; hizo su trabajo y me extrajo los espéculos. Baje dolorida de la mesa y sin poder cerrar del todo las piernas de lo que me dolía el culo, andaba como un pato. Finalmente nos dieron unas alpargatas y una bata azul de uniforme, junto a una cajita con el kit de la buena reclusa: pastilla de jabón, rollo de papel higiénico y dos mudas de ropa interior.
De camino a mi celda, comprobé la anarquía de aquél lugar, más parecido a un poblado dividido en tribus que a un centro controlado. Atravesamos varios pabellones ocupados por ropa tendida, hornillos de cocina y corrillos de mujeres, similares a los de cualquier pueblo; por el camino pude oír silbidos y todo tipo de comentarios lascivos:
- Cielín!! Te has perdido? Ven aquí con la mami que te enseñe unas cositas… Hola, princesa, déjame hacerte los honores, jajaja!!... Te gustan las tortillas, monina? Te mostraré la técnica y ya no querrás otra cosa, jajaja…
Al pasar junto a un grupo, todas empezaron a hacer un ruido con sus lenguas, como si chuparan algo, y las pasaban por sus dedos abiertos en uve, simbolizando una comida de coño.
- Vamos!! Todas vamos a degustar tu coñito de zorra, vas a ser nuestra puta… te vamos a hacer toda una experta… Te vamos a dejar seca…
Por fin, arribamos a la celda en cuestión, un cuchitril pensado originalmente para dos y que acogía a diez, repartidas en cinco literas. Me metieron dentro y se fueron, mis compañeras eran mujeres musculadas y tatuadas con cara de pocos amigos; un de ellas, la que parecía ser la jefa de celda se me acercó y se presentó:
- Hola guapa, soy Estrella y esta es mi banda, si tenemos que aguantarte tendrás que cumplir unas reglas: no hay camas libres, así que cada noche dormirás con una de nosotras, esta primera noche lo harás conmigo; no hay privilegios, todas tienen sus tareas y a ti te asignaremos unas cuantas, en las que te esmerarás o… serás castigada.
- Me parece bien, no quiero molestar a nadie.
- Tu presencia ya es una molestia y deberás esforzarte para ser tolerada. Tu cuerpo pertenece a la banda, esta noche te poseeré yo y las siguientes mis compañeras; harás lo que te digamos y follarás siempre y con quién quiera tomarte. Te crees mejor que nosotras y vamos a convencerte de que eres menos que una mierda, sólo útil a nuestros coños.
Yo me quede mirando al suelo y procurando evadirme con recuerdos de tiempos más felices, sabía lo que me esperaba y lo asumí intentando separar mente y cuerpo. Apenas pude dormir, cada noche estaba con una y era violada brutalmente por todos mis orificios. Me tomaban desconocidas en las duchas, en el patio… me vendían por unos días a otros grupos y así pasaron meses y años. Tuve a mi bebé en prisión y nunca supe qué fue de él; controlaban cuando tenía el período y aún vinieron algunos hombres para intentar preñarme de nuevo, lo que lograron en otras dos ocasiones. Finalmente fui liberada a los cinco años, preñada de nuevo y cubierta con unos harapos en medio de un pueblo.
No obstante, aún pudieron encontrarme mis padres a través de la policía local (más razonable en esta ocasión). Escribo esta historia con treinta años, tras seis años de tratamiento en un psiquiátrico privado y como parte de la terapia del centro, antes de incorporarme a la vida real.