Pesadilla

Nada se puede hacer para controlar los sueños. Este, en particular, ¿significará algo en concreto?

PESADILLA

Es complicadísimo tratar de transcribir esta historia, pero lo voy a intentar. Advierto, es muy complicado así que hay que leerlo con la mente muy abierta y tratando de "ver" lo que se explica.

Es la historia de una persona a la cual voy a poner mi nombre: Patty.

Patty en la historia tiene una característica que la hace completamente diferente al resto de la humanidad. Tiene, como todo el mundo, un cuerpo y una mente. Pero en el resto, el cuerpo y la mente van unidos, es decir, dependen el uno del otro pero en Patty, por las circunstancias que ya se verán más adelante, eran independientes. Es decir, la mente planeaba: "si llegan estas circunstancias hay que actuar de esta manera". Las circunstancias llegaban y entonces el cuerpo actuaba por instinto. Sin planificar, lo que en ese momento le apetecía. Sin prever si era bueno o malo. La mente decía ¡No!, pero no podía hacer nada. El cuerpo actuaba como si fuese un "yo" propio, completamente independiente de la mente.

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Mi vida había sido una vida dura. Fue así casi desde que nací. Inicié la vida en el seno de una familia de una manera de ser y de pensar completamente diferente a la mía. Para evitarme problemas me convertí en un artista en el hecho de aparentar algo que iba más o menos tolerante con mi familia y vivir, en realidad, de una forma que era muy tolerante con mi forma de ser.

Todo iba más o menos bien hasta que tuve un desgraciado accidente que, como consecuencia, me dejó unas taras físicas, prácticamente inapreciables, y una "disociación" entre la mente y el cuerpo. Es decir, era como un animal dejando que el cuerpo se guiase y actuase por instinto pero con una mente inteligente que se daba perfecta cuenta de las consecuencias de los hechos pero que no tenía ninguna potestad para evitarlos.

No tardé en darme cuenta de mi gran anomalía. El accidente, en principio, me dejó un cuerpo incontrolado incapaz de andar, de escribir, de aguantar su propio peso.

Unas fisioterapeutas le fueron enseñando al cuerpo a "funcionar". A Andar, a escribir, a moverse y a sostenerse. Me explicaron que la mente era como el disco duro de un ordenador en el cual se habían borrado todas las órdenes que hacían que el cuerpo funcionase y había que volver a programar ese disco duro para que fuese capaz de emitir las órdenes pertinentes para darle, a voluntad, movimiento al cuerpo. Bien, no se exactamente cómo se hizo pero se enseñó a funcionar al cuerpo de una forma independiente a ese "disco duro". Es decir, no se reprogramó el disco, se cogió como un "disquete" y se programó el cuerpo independientemente de la mente.

Cuando dejé de depender de la gente para moverme y pude hacerlo por mí misma me dí perfecta cuenta, aunque no lo comenté con nadie, de lo complicado de mi situación.

Pensaba: -Tengo que ir al médico pero no me apetece nada. Me quedaría en la cama sin hacer esfuerzo alguno. Pero no puedo, tengo que levantarme.

Pues bien, no había manera. Mis piernas no se movían, mi cuerpo no me obedecía. No había nada que hacer. Sentía apetito e iba hacia la cocina para comer algo. En ese momento sonaba el teléfono y mi mente decía -da la vuelta y coge el maldito teléfono- pero no lo hacía, por más que quería, mi cuerpo seguía andando hacia la cocina. Quería comer.

Cuando el cuerpo no sentía un apetito primordial cogía el teléfono, escribía, andaba y hacía lo que pensaba que quería hacer pero como el cuerpo tuviese ese apetito: cansancio, hambre, sed, ir al baño, rascarse, sexo.... no podía guiar al cuerpo en lo que la mente quería.

Un día, fui a pasar el día con alguien. Hacía muy buena temperatura, el cielo estaba muy azul, los pájaros cantaban y... no se exactamente cómo ni por qué pero se despertó mi instinto sexual. Sería que era primavera...

No ofreció resistencia cuando le subí la falda centímetro a centímetro. Mis manos buscaban la carne voluptuosa que se abría por encima del muslo. En mi interior se desperezaban los pequeños demonios de la lujuria. Le bajé las bragas, que se arrugaron y le cayeron hasta las rodillas. Yo conocía mi perversión, mi lujuria. Los delicados rizos de su coño me hacían cosquillas en los dedos. Humedad. Los pliegues de su chochito estaban deliciosamente lubricados. Separó las piernas hasta que las bragas le quedaron tensadas entre las rodillas.

Me acometió una sensación de dulzura embriagadora.

-Muy bien -dijo una voz a nuestras espaldas.

Dimos un respingo y nos abrazamos con más fuerza. Era él. No quería mirarle.

-No podíais esperarme ¿verdad?. Era superior a vosotras. Te pedí esto muchas veces, Patty y siempre me lo negaste aduciendo que nunca lo habías practicado y que además creías que nunca ibas a hacerlo. Me dijiste que, en pensamiento podías hacerlo pero que en la realidad creías que no. Me engañaste. Sabiendo lo que me gustaría participar en ello o símplemente verlo o, incluso que me lo contases, siempre lo negaste.

Dejé caer los brazos, vencida. No le podía contar que en mi mente nada era así. Que mi cuerpo era independiente de mí. Que era como un animal, hacía lo que le apetecía, en el momento en que le apetecía y que ahora mismo, lo que le apetecía era que se le proporcionase placer sexual. No le importaba quién se lo proporcionase. Simplemente, lo necesitaba.

-Esto es tener muy mala hostia. No lo esperaba. En tí no lo esperaba -Y me proporcionó una fuerte palmetada en el culo.

Retrocedí de un salto y grité. Su mano era tan despiadada como la de mi padre. Me había pegado, jugando, otras veces. Se lo solía pedir yo pero nunca, nunca su palmetada fue como la de esa vez. Se parecía a mi padre. No era jugando. En ese momento, por mi mente pasaron montones de viejas fotografías que formaban el retrato de mi padre, con cara de verdadera ira, dándome una paliza.

Ella se sentó, como movida por un resorte. Él me agarró de la muñeca y me llevó escaleras arriba.

Abrió la segunda puerta y me empujó con brusquedad al interior. Se trataba de una estancia larga y desnuda. Estaba llena de jaulas con barrotes de hierro. Tres de ellas estaban colocadas formando un triángulo y cada una era del tamaño de un armario pequeño. Había bancos de madera. En el centro del triángulo se veía una barra, también de madera, colgada entre un caballete. Dos tragaluces cubiertos de polvo permitían la entrada de luz.

Él me despojó del vestido y a toda prisa me obligó a meterme dentro de una de las jaulas, vestida únicamente con mis botas. Lancé un suave gemido al oir como se cerraba la puerta. A mis pies había un trozo de pan, un bol con fresas y nata y una botella de vino blanco.

Él se dirigió a la puerta de la habitación. Al abrirla se dirigió hacia mí.

-Eres muy afortunada, Patty. Eres la elegida.

Se fue. Me quedé sola. Por una parte me apetecía llorar, por la otra sentía el placer del miedo a lo desconocido. Miré los alimentos. Me entró hambre. Me agaché para comer y beber. No había cuchara para comer las fresas, de modo que la nata me resbaló por los dedos. La lamí. Me cayó una pequeña gota en os rizos del pubis. Habían descorchado la botella de vino, pero tampoco había vaso para beber por lo que bebí de la botella. El líquido me refrescaba la garganta. No me apetecía el pan.

La puerta me miraba impasible. Estaba tapizada de grueso cuero negro rematado por gruesas chapas de metal. Era bonita. La puerta sería mi amiga.

Pasó una media hora. Me apoyé contra las barras de la jaula y una de ellas se me introdujo entre las nalgas. Era una sensación agradable. Me apreté contra ella pero no se produjo el contacto que yo deseaba porque me resultaba imposible agacharme hacia adelante.

De pronto la puerta se abrió para dar paso a ella y a él. El cabello de ella era tan largo como el mío. El triángulo de rizos de su pubis era delicioso y suculento. Llevaba unas medias de esas que se sujetan al muslo con una cenefa engominada y las piernas enfundadas en unas botas altas de tacón de color negro. Sus senos eran pálidos montes gloriosos. Mantenía la cabeza alta, a pesar de que la forzada desnudez había minado, en parte, su orgullo un rato antes inquebrantable.

-No quería venir -farfulló.

Él la ignoró y abrió la puerta de la jaula contigua a la mía. En el suelo le esperaba la misma comida que había hallado yo media hora antes.

-No obedecerías. Sabes que no obedecerías. -dijo él mientras cerraba con llave la puerta de la jaula-. Patty, estáte quieta y acaba la botella de vino. Te sentará bien.

El eco de sus pasos resonó en el eco de la austera habitación. La puerta tapizada en cuero se cerró trás él. Todo quedó en silencio. Me bebí el vino. Si hubiera habido dos botellas me habría derramado un poco sobre los pechos y habría asomado los pezones por los barrotes para que ella me los pudiera lamer. Tenía un buen culo, grande pero prieto, respingón y aterciopelado como un melocotón. ¿La habrían probado muchas otras mujeres? La verdad es que no me importaba. Quería que fuese así, que tuviese experiencia, que me hiciera sentir. Intenté mirarla pero viendo que ella me miraba fíjamente a mí, no pude. Me agarré a los barrotes con desesperación. Con un me gusta, pero no. Quiero, pero no.

-No te ha azotado -comenté.

-¿Y a tí?

-No. -Repuse mientras me echaba un poco de vino en la mano y lamía. Quería que se desvaneciera la jaula que nos separaba. Su rostro era ovalado y frío. No había espejos en sus ojos. Mordisqueé un trozo de pan. Había olvidado que no me apetecía.

-¿Qué hará con nosotras? -preguntó.

Su boca era de labios finos. A mí no me gustan los labios finos pero en ella, resultaba una boca agradable. No lo pude evitar. Me estremecí.

-No lo se -dije temblando. -No lo se -grité... y desperté.