Pervirtiendo a Livia: Cap. 7 y 8
Al parecer, Valentino Russo es un tipo mucho más peligroso dentro de la vida de Livia de lo que Jorge pensaba. ¿Cómo puede ser que de un momento a otro una relación estable pueda tambalearse?
7. RECUERDOS DEL PASADO
JORGE SOTO
Meses antes
Livia siempre fue una chica bastante tímida y reacia para experimentar innovaciones en el sexo. No le gustaba hacer el amor con la luz encendida (salvo con la escasa iluminación que irradiaban las lámparas de nuestros burós).
Ella solía morderse los labios para no gemir y, sobre todo, para evitar gritar. Al principio pensé que su ausencia de sonidos sexuales se debía a mi incapacidad para satisfacerla (ya que por mi fimosis no podía embestirla con la intensidad que merecía), y por eso viví frustrado por mucho tiempo, hasta que comprendí que más bien se reprimía por vergüenza.
Livia no consentía que habláramos de sexo fuera de la cama y mucho menos que le propusiera ver películas eróticas o pornográficas pues las consideraba aberrantes, obscenas y degeneradas.
Y fue precisamente esto último lo que más me impactó cuando descubrí que ella había estado mirando esas imágenes “obscenas” en la computadora de las que tanto se había quejado siempre. Las fotos mostraban rabos erectos, duros, morenos, blancos, unos gordos, otros delgados pero todos tenían algo en común, y es que eran bastante largos. Había pollas curvadas, rectas, peludas, depiladas, venosas y descomunales.
Y todas ellas con enormes glandes que Livia no había visto jamás ni siquiera conmigo, por mi vergonzoso problema de prepucio estrecho.
¡Dios mío! Cada vez que pensaba en cómo los ojos de mi novia se habían visto profanados mirando esas vergas tan explícitas me daban escalofríos.
Todavía recuerdo cómo se enfadaba cada vez que me sorprendía mirando porno en esa misma computadora, pero desde mi cuenta. Casi siempre elegía videos donde hubiera mujeres castañas, de busto grande y redondo, y nalgas potables que rebotaran sobre los testículos del macho en cuestión. Y es que en ellas veía a esa Livia que se negaba a mostrarse conmigo como la chica sexual que tanto me habría gustado que fuese.
Solía imaginarla en aquellas situaciones calientes y morbosas que a veces sólo quedan en los productos porno audiovisuales. Fantaseaba con Livia haciendo lo que aquellas actrices porno hacían. Chupándome la polla hasta los testículos, recreándose con su esponjosa lengua desde el capullo hasta la base, en tanto hilos de saliva formaban un puente entre sus labios y mi glande. Tragándose mi semen, o llevándoselo a su carnosa boquita cada vez que la eyaculaba en la cara. Diciéndome guarradas mientras la penetraba; frases vulgares como «¡métemela hasta el fondo, mi amor!» que, al final, sólo erotizan durante el acto sexual.
Sí. Buscaba actrices castañas que pudieran parecerse un poco en ella para fantasear: fantasear que alguna de ellas era Livia… y que cada una de las guarradas que hacían en la escena, las hacía ella… mi Livia. Para mí.
Lo que sí tengo claro es que siempre le encontré cierto parecido en cuerpo y cara con la modelo Demi Rose, aunque la mirada de mi novia era mucho más inocente y preciosa.
—Odio que veas esas cochinadas en la computadora, Jorge —me reclamó Livia una noche cuando me descubrió con el pene de fuera mientras mis ojos visualizaban la escena porno de una sensual mujer masturbándose con un enorme consolador de color carne, en tanto la actriz disfrutaba la violenta vibración de un plug que tenía insertado en el ano.
Por Dios. Hasta yo sentí vergüenza de que mi novia me hubiera encontrado en esa situación.
Livia esa noche me avisaba que la cena estaba lista, pero mirarme en aquella tesitura la hizo enfadar. Encima mi chica estaba guapísima, maquillada, con el cabello suelto y liso, vistiendo un vestidito rojo ajustado que le llegaba más arriba de las rodillas. Yo mismo se lo había obsequiado en su cumpleaños pasado para que lo luciera en privado conmigo.
—No pasa nada, mi pequeña, todo es ficción —me justifiqué, cerrando mi portátil con la misma rapidez con que ella lo había cerrado aquella noche, quedándome a la mitad de mi paja y guardándome el pene en el pantalón. Ya me desquitaría con ella esa noche cuando hiciéramos el amor.
—Ficción es cuando se simulan las escenas, Jorge, como en las películas normales, donde los villanos matan sin matar, o donde golpean sin golpear. Allí en esas porquerías que ves, todo es real, ¿o me vas a decir que esa cosa que se metía esa mujer en la vagina era un holograma?
Cuanto más se enfadaba, más sexy era. Era fascinante cómo fruncía los labios cuando se cabreaba. Me los quería comer.
—A ver cielo, que no pasa nada. Es entretenimiento para adultos, y sólo cumplen el objetivo de erotizar —le expliqué—. A las actrices les pagan por ello, tampoco es para tanto.
—Sexualizan a las mujeres de tal forma que las denigran —me dijo mientras la seguía a la cocina. Llevaba puestos un par de tacones que le hacían levantar a un más sus enormes glúteos. Quería estrujárselos, pero me contuve. Estaba enfadada. Ya la contentaría—. Me parece humillante, Jorge, incluso es excesivamente enfermo y misógino que te haga sentir placer ver una mujer sometida por un hombre pervertido que la violenta y la agrede sexualmente como un vil depravado y degenerado.
—Vamos, cariño, que era una mujer masturbándose.
—¡Con un pene de goma de un tamaño… descomunal!
Esa fue la primera vez que ella tuvo referencia de un pene grande. Aunque claro, en aquella ocasión Livia había visto uno de goma, que para ella era irreal.
—Anda, mi pequeña, que apuesto que a ti también te gustaría meterte uno de esos.
El gesto de Livia cuando le dije aquello fue de terror materializado. Me eché a reír de sólo imaginarla con una cosa de ese tamaño metido en su estrecho coñito. Que vaya si era estrecho. Nos sentamos en la mesita y olí la cena. Todo tenía un tono muy romántico.
—¡Jorge, por Dios! ¡Jamás me metería una cosa… de esas en mi vagina! ¡Cada vez que la mujer se la sacaba, su vulva parecía tener un boquete, como si una enorme boa invisible se le hubiera metido!
—Pues para haberte asustado con la escena porno, me parece que viste demasiado.
Era pollo relleno con champiñones, jamón de pavo y queso, que era de sus recetas más exquisitas, para consentirme. Livia me adoraba, igual que yo a ella.
—¿Qué querías que hiciera con semejante… imagen? —Me sirvió una copa de vino, todavía con sus labios pintados en rojo.
Ufff. Me fascinaban.
—Era una escena excitante —admití, volviéndome a poner cachondo, imaginándola así, con un enorme rabo de silicona metido en su coñito, y un plug anal haciéndola estremecer mientras gritaba de placer.
—La mujer sufría —me dijo.
—Era excitante —insistí.
—¿Te excitaba su sufrimiento, Jorge? Si serás un depravado.
—Ellas no sufren, Livia, lo disfrutan.
—¿Por eso gritan como si las estuvieran matando? No me digas. Es denigrante.
—No les duele, Livia, sienten placer. —Di un trago al vino—. Además, ese es su trabajo. Y es un trabajo digno, como todos.
—¿Qué dirías tú si yo trabajara en la industria para adultos, metiéndome cosas en mi… sexo, para erotizar a hombres pervertidos?
Su comentario la verdad es que me hizo enfadar.
—Tú eres tú, Livia, una mujer decente. No te compares con esas mujeres.
Sentí que yo mismo daba un doble discurso, cuando al principio me imagina a Livia siendo una de esas chicas. Pero ahora que ella misma lo decía, me parecía aberrante la sola idea de que bromeara con ello.
—Soy mujer —se defendió—, y como mujer creo que todas somos iguales.
—Tú no eres como ellas —insistí—, tú eres íntegra, honrada y pudorosa. Por favor.
—Pues no me gusta que veas esas cosas ni que te masturbes pensando en otras mujeres. Siento como si yo no te gustara. Me haces sentir mal, Jorge. Me faltas al respeto.
—No, no, mi ángel, todo lo contrario, cuando veo a esas mujeres pienso en lo diferente que eres a ellas y que por eso te amo.
—¿Entonces por qué te gusta verlas?
—Eso es diferente. Son fantasías, Livy. A muchos hombres nos gustan así... al menos para fantasear.
—¡Pues te hubieras casado con una zorra y no conmigo! —se ofendió, poniéndosele los ojos llorosos.
—A ver cariño, que digo que a la mayoría de los hombres nos gustan las mujeres… ¿cómo te lo digo?, morbosas, que les guste de todo… en el ámbito sexual. Pero no me refiero a nuestras parejas. Ya te dije, cielo, esas mujeres sólo son parte de mis fantasías. Ningún hombre real podría vivir con una mujer como esas.
—¿Entonces yo tengo un problema, Jorge?, ¿desde cuándo actuar como una prostituta es normal?
—Son juegos sexuales, Livia —intenté explicarle, echándole a mis rollos de pollo una deliciosa salsa de champiñones—, de la puerta hacia adentro las parejas tienden a tener una complicidad. Somos jóvenes, y siento que no hemos disfrutado de los placeres de la vida de forma… plena.
—¿Y la culpa la tengo yo por no ser una zorra?
—No, mi ángel, yo no he dicho eso. Lo que digo es que podríamos probar… cosas nuevas, pero sin que sientas culpas. Te lo dije ayer cuando hablamos sobre cómo te reprimes en el sexo, como si tuvieras miedo de ser tú. ¿No te has mirado en un espejo, Livia? ¡Eres un mujerón del tamaño del mundo! Explota conmigo tu sensualidad como lo haría cualquier otra que se sintiera orgullosa de tener el cuerpo que tú tienes. ¡Tus nalgas son tan grandes y redondas que podría permanecer comiéndomelas todo el día! ¡Tus pechos son tan deliciosos que podría morir encantado si me mataras aplastándole la cara con ellas! Lo único que quiero es que seas más… atrevida conmigo. Que no te dé miedo enseñarme tus protuberancias, que eres una mujer hermosísima, mi amor, una diosa, una verdadera diosa.
—Cuando te escucho decirme esas cosas pareciera que estoy hablando con otro hombre y no contigo —me reclamó, tomando vino para aclararse la garganta.
—A ver, Livy, yo no soy otro hombre, soy Jorge, tu Jorge.
—¿Entonces por qué me quieres cambiar?, ¿no te gusto como soy? —me contraatacó.
—¡Me encanta como eres, mi ángel: me fascinas de pies a cabeza! Eres la mujer más fascinante que existe.
—¿Entonces por qué me quieres convertir en otra persona que no soy yo? ¿Por qué quieres que sea una zorra?
—¡Es que no me entiendes, mi pequeña! No se trata de cambiarte a ti, sino de ayudarte a redescubrir eso que eres y que no tienes el valor de sacar. Dentro de ti hay una mujer cachonda, ardiente y sensual que clama poder escapar del claustro donde la tienes aislada. No sé si yo no he podido ayudarte a redescubrirte, pero podríamos intentarlo juntos.
—Te juro que yo no te entiendo, bebé. Tú que no te cansas de criticar la forma “libertina” e “inmoral” de actuar y vestir de mi amiga Leila, repitiéndome a diario que no quieres que ella tenga influencia sobre mí, porque es “impúdica” ¿y qué más?, ah, sí, “licenciosa”, ahora me dices que yo debo de ser como ella.
Por poco me atraganto.
—¡Jamás consentiría que fueras como Leila, Livia, por Dios!
—¡Es que me estás diciendo que quieres que sea muy abierta sexualmente!
—¡Pero conmigo, mujer, de la puerta hacia adentro! ¡Que vistas provocativa pero sólo para mí! No en público ni tan vulgar y descarada como ella lo hace, joder.
—Yo me siento plena como soy, Jorge, ya te lo dije ayer. No necesito más. Y, por favor, te prohíbo que hables mal de ella.
Suspiré y miré sus ojitos bellos. No quería hacerla enfadar esa noche. Mucho menos ahora que parecía que había dispuesto una cena romántica para los dos.
—Vamos, preciosa, no quiero que nos enfademos ahora. Y no malentiendas lo que te digo. Mejor dejemos de lado a Leila y a esas actrices feas, y mejor dime… ¿qué festejamos hoy? Todo está muy bonito.
Al fin mi novia sonrió. Amaba cuando sonreía.
—Quiero compensarte —me dijo más relajada.
—¿Compensarme por qué?
—Por no… poder ser la chica que esperas que sea en el sexo. Hoy leí una publicación en Facebook donde ponían que el 90% de hombres que no están satisfechos sexualmente con su mujer, tienden a engañarlas.
Pensé en el cabrón de Aníbal y la cornamenta que le ponía a Raquel y me pareció una ofensa horrible que Livia pudiera sugerir que yo podría hacerle algo semejante.
—Mi ángel, tendría que ser un retrasado mental para cambiarte por nadie. Eres la mujer con el rostro más lindo que he visto en la vida. Con los sentimientos más bonitos y puros del mundo. Además tienes un cuerpo que me muero.
Ella sonrió con inocencia y bebió un poco de vino.
—Es que… mi pecosín; lo único que sé es que mientras no estemos casados… yo siempre tendré miedo de perderte. Más de alguna zorrona querrá apartarte de mi lado. A ver, Jorge, que yo no soportaría que tú me fueras infiel simplemente porque… yo… no soy buena en la cama.
—¡Tú eres extraordinaria en la cama, Livy! —me levanté en seguida, y me arrodillé delante de ella, tomándola de las manos.
—No es verdad, o no me pedirías que hiciera… esas cosas que a veces me pides que haga y que yo no sé si podría lograr hacer. Tampoco me compararías con esas actrices porno que tanto te gustan ver.
—Livia —le dije, besando con cariño sus dorsos. Olía delicioso incluso en sus manos—. Yo no te quiero cambiar. De hecho, si tú no fueras tú, yo no podría amarte. Te adoro por quien eres y por cómo eres, y te juro que nunca insistiré para que hagas nada que tú no quieras.
—Gracias, mi hermoso bebé —me dijo, inclinándose para besarme la boca mientras metía sus dedos entre mi pelo—. Por eso te amo, Jorge. Por eso eres el amor de mi vida.
8. PRESENTIMIENTOS
JORGE SOTO
Jueves 22 de septiembre
17:45 hrs.
Era hora que no dejaba de pensar en Livia y en el contenido de la computadora. Me estaba carcomiendo el cerebro intentando dilucidar la razón por la que mi novia se había interesado en buscar esa clase de información e imágenes. Toda la mañana durante el desayuno tuve que fingir entereza, pero por dentro me estaba apolillando.
Lo mismo ocurrió a la hora de la comida. Livia parecía más animada que otros días, riendo a chistes que ella misma se inventaba mientras que yo sentía un vacío por dentro. Lo que más me cansó fue tener que simular serenidad ante ella cuando en realidad me sentía abatido por dentro. Encima la odiosa de Leila tuvo la grandiosa idea de sentarse en la mesa de al lado.
—Ahora sí, Livia —suspiré, intentando hablar lo más bajo que podía—, anoche descubrí algo… que quiero que me aclares ahora mismo. Y sin mentir.
Livia no pareció caer en la cuenta de lo que quería decirle. No obstante, me miró con curiosidad y me preguntó:
—¿Qué pasa, bebé? ¿qué cosa descubriste anoche?
Se me ocurrió que Leila se había sentado a nuestro costado intencionalmente para escuchar nuestra conversación, así que me mordí la lengua y me dije que la dejaría con las ganas de enterarse del chisme. Me obligué a tener paciencia y a decidir que debía aplazar esta conversación hasta que estuviéramos a solas en nuestro apartamento, sin la influenza de esa patas de campamocha.
—Dime, Jorge, ¿qué pasa?
—Nada, Livy. Mejor lo hablamos por la noche.
—Pero me dijiste que tenías que hablar conmigo porque era importante. De hecho bastante urgente.
—Pues ya ves que no era para tanto. A lo mejor lo que te dije fue una excusa para comer contigo.
Miró de reojo a la campamocha, que parecía decepcionada por haberse perdido de lo que habría sido un buen chisme si yo hubiera continuado con mi idea original, y luego se volvió hasta mí, susurrándome:
—Jorge, sabes que hoy es jueves.
Sí, sí, los días en que Livy solía comer con Leila. Pero me valía un pito que hubiera cancelado a Leila por mí. Así esa payasa fantoche entendería de una puta vez que en la vida de Livia Aldama estaba yo antes que ella.
—¿Me perdonas, princesita? —esbocé un puchero.
Livia me sonrió, meneando la cabeza.
—Siempre, cielo. Pero no lo vuelvas hacer.
Comimos y bebimos un buen rato. Leila, enfadada por no haber escuchado nada, se marchó un cuarto de hora antes de nuestra hora de entrada. Yo continué con mi idea de hablar con Livia hasta que estuviéramos en el apartamento. Quince minutos no era suficiente para hablar con ella lo largo y tendido que meritaba la situación.
—Por cierto, bebé —me dijo Livia cuando la mesera se llevó las bandejas—, respecto al cambio de mi guardarropa para complacer las órdenes que tenemos en el departamento a partir del próximo lunes, (y dado mi nula experiencia para la moda) le he pedido a Leila que me acompañe a comprar algunas faldas, tacones y blusas. Sé que ella no te cae en gracia, pero es mi amiga, y la quiero. Además Leila es mi única salvación. ¿Te molestaría que ella hiciera de mi orientadora? Leila es una chica moderna con buen gusto. Y yo sería incapaz de poder elegir nada.
Por supuesto que me molestaba que esa zorra irreverente le hiciera compañía para elegir algo tan personal como era una renovación de guardarropa. Pero como era un buen novio y no me gustaba contrariar a mi chica, decidí forzar una sonrisa.
—Claro que no me molesta —mentí. La verdad es que entre más lejos estuviera Leila de mi novia mejor para mí. Pero tampoco podía ser egoísta y dejar que Livia se las arreglara sola para algo tan importante como eso—. Sólo espero, Livy, que no te dejes influenciar de más por Leila. Confía en tu sentido común y buen gusto, que también lo tienes (excepto para elegir novio) —bromeé para quitarle carbón al asunto—. Tú me entiendes, mi ángel, Leila viste… demasiado provocativa. Asegúrate de que tu nueva ropa sea moderna, pero dentro de los estándares de la decencia. No me gustaría que comenzaran murmuraciones sobre ti.
—Pensé que querías que fuera una chica más coqueta en mi forma de vestir —me devolvió la tirada.
—No en los estándares que Leila podría considerar como “coquetos”, pues en ella todo es excesivo. Por eso cuida bien tus compras, por favor.
—Descuida, mi amor, sé a lo que te refieres.
—Y dime, Livy, ¿cuándo quedaron de ir a las tiendas de ropa?
—Hoy —respondió, para mi gran sorpresa.
—¿Hoy?
—Debo compensar nuestro jueves de chicas, Jorge. Ya que tú has sido tan malvado al impedir que comiera con Leila como todos los jueves, pues decidí que podía emplear esta tarde-noche para pasarla con ella. —No me quiero imaginar la cara de odio que puse—. Además, mi amor, tú sabes que Leila casi siempre tiene comprometidos todos los fines de semana, así que sólo hoy tiene tiempo. Pero no te preocupes, que iremos saliendo del trabajo. Además elegimos ir a la Plaza Andares. Allí cierran hasta muy tarde. No te molesta si llego tarde, ¿verdad, bebé? Leila prometió devolverme a casa.
Lo que me faltaba, que Livia anduviera sola, a deshoras de la noche, comprando ropa con esa.
—Livia, a mí me preocupa que estés tan noche en la calle —mi sinceré.
—No seas exagerado, bebé, que tampoco estaré en la calle. Ya te dije que la pasaremos en las tiendas departamentales de la Plaza Andares. Estaré bien, Leila me llevará en su auto al apartamento cuando terminemos las compras.
—¿Me prometes que te portarás bien, princesita?
—Claro que sí, bebé.
—Te Joli, Livy, nunca lo olvides.
—Yo también te Joli, mi adorado pecosín. Por cierto, esta tarde cuando salgas de la oficina no me esperes, vete directo al apartamento, que tan pronto terminemos nuestros deberes, Leila y yo nos iremos a la plaza. Por fortuna me traje el dinero que asignamos para mi guardarropa. Ah, y por favor, te encargo que le des alimento a Bacteria, que estará bastante gruñón si no le damos de comer hasta que yo haya regresado.
—Descuida, mi ángel, que yo me encargaré de alimentar a tu insolente gato.
Y así quedó todo.
Livia y Leila se irían de compras esa noche y yo me quedaría solo como hongo en casa. Seguramente pensando y pensando sobre lo mismo… esas horribles dudas que me estaban marchitando las neuronas. Si tan solo la maldita campamocha promiscua esa no se hubiera aparecido en los comedores, probablemente yo habría podido hablar tranquilamente con mi novia, y ahora estaría mucho más tranquilo, con todo el tema aclarado.
—¿Todo bien, pelirrojo? —me preguntó esa tarde Fede, mi amigo el informático, que recién acababa de enviar a Ezequiel, el asistente de mi cuñado Aníbal, un código cifrado que contenía información confidencial sobre los ingresos públicos del partido político—. Te noto distraído desde esta mañana. ¿Es porque no pudiste localizar a ese misterioso tipo que Aníbal nos pidió? Tranquilo, que al final yo pude acceder a la base de datos donde él guarda sus contactos “secretos” y contactarlo.
—Bueno, después de la regañada que me puso, creo que uno tiene derecho de poner esta cara, ¿no, Fede? —mentí.
No tenía intención de contarle lo que me ocurría en realidad.
Francamente estaba acostumbrado a las gritas que me ponía mi cuñado cada vez que no hacía con eficiencia una tarea que me designaba.
—Por cierto, pelirrojo: indagando, (con lo que me gusta indagar) descubrí que ese “contacto misterioso” que nos puso a buscar Aníbal es afroamericano. Lo he investigado y, al parecer, tiene negocios aquí en México y Estados Unidos. No sé bien a qué se dedicará, pero está claro que el tipo nada entre millones, y estoy casi seguro que esos ingresos son de procedencia ilícita.
Puse los ojos en blanco. La verdad es que no me interesaba mucho saber quién carajos era ese “contacto misterioso” que había puesto como ogro a Aníbal esa mañana por nuestra incapacidad para poder contactarlo.
—Si te soy sincero, Fede, a mí poco me importa quién sea ese “contacto misterioso”, y la verdad que te aconsejo que a ti tampoco te importe. Entre menos sepamos de los negocios turbios en los que ande metido Aníbal con ese “contacto misterioso”, más a salvo estaremos.
—Debería de interesarte, Jorge, porque ese “contacto misterioso” estará relacionado con la campaña política de Aníbal en caso de que lo elijan como candidato político de Alianza por México . Se llama Heinrich, ¿sabes?, Heinrich Miller, y está en Monterrey.
—Shhh —me horroricé cuando Fede hizo ese comentario en voz alta. Miré hacia las esquinas superiores donde estaban las bocinas y las cámaras—. Cállate, que recuerda que las pocas personas que trabajamos con Aníbal firmamos un contrato para mantener toda clase de información en un estatus confidencial.
—No te preocupes por las cámaras, pelirrojo, que yo soy quien las manejo —respondió con calma.
—De todos modos, Fede. Ahora con la contienda entre Olga y Aníbal donde se están disputando la candidatura de Alianza Por México , no es seguro hablar de nada confidencial aquí en La Sede. Podría haber cámaras o bocinas que tú ignores o cosas así que pudieran perjudicar a Aníbal. Olga Erdinia se ve que es una mujer con ética, pero mejor no hay que arriesgarnos, que si llega a salir información comprometedora de esta oficina, Aníbal nos corta la cabeza.
—Está bien, está bien, pelirrojo, no te enfades. —Fede se echó a reír con despreocupación—. Por cierto. Tienes cara de que no has follado en años. ¿Ya me dirás qué te sucede? Toda la mañana has estado muy distraído.
Intenté sonreír, pero todavía me sentía desanimado. Nunca hablaba de mi intimidad con nadie, así que no tuve que contarle a Fede la increíble paja que me había ofrecido mi novia por primera vez, y cómo lo que había sido una noche inolvidable y perfecta, se había convertido en un infierno para mí esa mañana al encontrar en la laptop ese historial sobre “penes enormes”.
Por fortuna el gordito recibió una llamada de Leila y salió corriendo para responderla. Así estuve a solas pensando sobre lo mismo. ¿Cómo podía abordar a Livia sobre esas búsquedas en internet sin que se ofendiera? Sin que se avergonzara y no pudiera mirarme a la cara nunca más.
Joder, si a mí mismo me daba vergüenza preguntárselo, ¿cómo se lo tomaría ella?
“Lo siento, Livy, pero esto lo tendremos que aclarar hoy mismo.”
Al poco rato Fede volvió a la oficina muy decaído.
—Ahora el que tiene cara de mal follado eres tú, gordito, ¿qué te pasa?, ¿por qué tienes esa cara de perro bulldog?
—Leila me la volvió hacer —dijo Fede con las mejillas enrojecidas, dejándose caer en su silla.
¿Leila haciéndole malas jugadas a Fede? Qué novedad. Intenté evitar mi respuesta de “te lo dije”, porque estuve seguro que eso lo jodería todavía más. Así que opté por otra pregunta menos escandalosa.
—¿Ahora qué te hizo la patas de campamocha esa? —quise saber.
Fede suspiró, deprimido antes de responderme:
—Ayer me prometió que saldría conmigo esta tarde, después del trabajo. La invité a tomar un café. Yo estaba muy ilusionado con el plan. Pero ya ves: me acaba de llamar para decirme que tiene un compromiso saliendo de La Sede y que no podría salir conmigo hoy.
Vaya. Reí para mis adentros antes de intentar explicarle a mi gordito que esta vez el compromiso que tenía Leila (y motivo por el cual había cancelado su cita con él esa noche) era por un gesto noble que consistía en ayudar a renovar el guardarropa de mi novia para el nuevo código de vestimenta del departamento de prensa que entraría en vigor a partir del próximo lunes: no obstante, Fede se me adelantó:
—Jorge; Leila me ha dicho que esta noche saldrá con Valentino a cenar.
Sentí que mi garganta se me atragantaba. No, no. Leila no saldría esa noche a cenar con Valentino. Ella saldría con mi novia de compras.
—¿Qué dices, Fede? —exclamé, frotándome la frente—. No, no, debe de haber una confusión.
—No hay ninguna confusión, amigo. Ella me lo acaba de decir. Leila se quedó de ver con el musculitos de su jefe. ¡Me cago en la vida, Jorge, me cago! Mírame, ¿sabes lo patético que soy en comparación de Valentino Russo? Jamás tendré oportunidad con Leila si mi competencia… es ese cabrón.
Me quedé en silencio un momento e hice un enorme intento por rememorar lo que Livia me había dicho a la hora de la comida.
Pero concluí en lo mismo.
Esa tarde, saliendo de La Sede, Leila y ella irían a la Plaza Andares por la nueva ropa de mi prometida. ¿Entonces? ¿Qué era eso de que Leila tenía programada una cena con Valentino?
—Dime, Fede, ¿Leila te dijo a qué hora quedó con Valentino?
—Sí. Me dijo que se irían juntos en el auto de Valentino, saliendo de La Sede —comentó entristecido.
—Pero, según tengo entendido, el auto plateado del aparcadero es de Leila, ¿no?
—Sí, pero hoy no lo trajo. A lo mejor ella ya había quedado desde antes con su jefe y apenas hace rato me lo dijo.
—Carajo, Fede, no puede ser posible.
—¿Por qué? —me preguntó, levantando su vista acongojada hacia mí.
Porque Leila quedó de ir con Livia a renovar su guardarropa, ¡saliendo de La Sede! Leila no podría tener dos citas a la misma hora, a no ser que tuviera el don de la bilocación.
—A lo mejor entendí mal —susurré.
Era la única explicación.
Me levanté de mi escritorio, salí de la oficina y me dirigí al pasillo, desde donde llamé a mi novia para confirmar que había entendido bien.
—¿Bebé? —me respondió Livia—, ¿todo bien?
—Sí, sí, princesita, eh… bueno, te llamo para… confirmar lo que me dijiste hace rato sobre la salida.
—Ah, sí, sí, nene, todo sigue igual.
—¿Saldrás con Leila hoy después del trabajo?
—Sí, tal y como te lo había explicado.
Su respuesta me dejó extrañado. O Livia me estaba mintiendo, o Leila le había mentido a Fede respecto a su salida con Valentino como un método para mandarlo al carajo por un buen tiempo hasta que necesitara de él para que le hiciera otro favor.
La respuesta era obvia: Leila le había mentido a mi amigo el gordito. Livia no era de esas.
No obstante, continué indagando.
—¿Sigue en pie eso de que Leila te acompañará de compras, Livy?
—Sí, bebé, ¿por qué lo preguntas con ese tono?
—Pues no sé… imaginé que Leila podría tener… algún otro compromiso hoy. —De nuevo pensé en lo que me había dicho Fede.
—No, no tiene ninguno. Bueno, sólo el que tiene conmigo.
—¿A qué hora crees desocuparte, princesita?
—Ammm, no sé, salimos de aquí como a las siete. A lo mejor llegamos a las 7:40 de la noche a la Plaza Andares y Leila ha proyectado que podríamos tardarnos algunas tres horas comprando todo.
¿Tres horas? ¿Pues qué es exactamente lo que tenían planteado comprar?, ¿un escaparate entero? Hice cuentas mentales y me horroricé.
—¿O sea que a las 10:40 de la noche volverías al apartamento, Livy?
—A lo mejor más tarde si nos quedamos a cenar por ahí, mi pecosín,
—Joder, Livia, que es tardísimo.
Livia rió.
—Vamos, bebé, no seas exagerado, que tan poco es tan tarde.
—Sería la primera vez que llegaras tan tarde a casa, Livia, peor, sin mí. Me preocupo por ti.
—Leila me acompañará, recuérdalo, pecosín.
—Pero tengo entendido que ella no… trajo su auto platino —reproduje la información que me había dado Fede.
—¿Ahora la has mandado investigar? —me preguntó un tanto sorprendida.
Pfff. Tampoco quería quedar como un psicópata.
—No, Livy, bueno, yo no…
—A ver, Jorge. Todo estará bien. Te estaré mandando mensajes para decirte cómo va todo.
—Es que… me pone mal que andes sola por ahí. Sí, sí, ya sé que estarás con Leila, pero ella no cuenta, con lo inmadura y problemática que es.
—Bueno —suspiró decepcionada, sin alterarse ni mucho menos—, tú siempre me has exigido que sea más independiente: siempre te has quejado de la sobreprotección que mi madre y tías ejercieron siempre sobre mí. Y no sé, Jorge, pero ahora tú te estás comportando como ellas. —Sus palabras pudieron bastante en mi pecho—. Pero está bien, tampoco pretendo angustiarte. Si quieres cancelo lo de hoy con Leila y mejor tú me acompañas otro día, si te sientes mejor.
Mierda. ¿Me estaba convirtiendo en lo que juré nunca convertirme? ¿Livia me había comparado con sus amargadas tías y su desagradable madre? No. No. Tampoco me gustaba jugar el papel del novio celoso psicópata con delirios de persecución, ni que ella tuviera ese concepto de mí.
—No, cielo —me resigné—, no pretendí hacerte sentir así. Ve con Leila; pero eso sí, mantéenme informado de lo que haces para saber que estás bien y de la hora en que regresarás al apartamento. Te estaré esperando.
—Gracias, amorcito —se alegró mi niña bella—, te Joli, te Joli, te Joli.
—Yo te Joli más —respondí a mi novia con dolorosa sinceridad—, y no te imaginas cuánto.
Esa tarde, tan pronto dieron las siete (y al asegurarme de que Lola, su secretario, Ezequiel o el propio Aníbal no me llamaban desde la capital para asignarme algún trabajo especial), me despedí del pobre de Fede y abandoné la oficina para luego dirigirme al aparcadero del edificio de cristal.
En efecto, el platino de Leila no estaba por ningún lado, tal como me lo había dicho Fede, pero sí estaba el lujoso Ferrari rojo de Valentino Russo. Suspiré con un nudo en el estómago y me dirigí en mi carro “pollito” a la Plaza de la tecnología que estaba justo enfrente de La Sede.
Mi intención era comprar una nueva funda de goma para ponerlo en mi teléfono, ya que la que tenía estaba muy desgastada y yo era demasiado torpe para mantener perfecta la integridad de mi celular. Si un solo día mi móvil no terminaba accidentalmente estampado contra el suelo, no estaba a gusto.
Eran las 7:17 de la tarde cuando, a través del ventanal de la tienda de fundas, vi salir de La Sede el Ferrari de Valentino, cuyos vidrios polarizados me impedían mirar si de verdad Leila iba con él.
Estaba intentando mirar hacia dónde se dirigía el vehículo cuando me llegó un mensaje de Fede, diciéndome:
Federico
Serás cabrón, pelirrojo jajajaja, ¿por qué no me dijiste que Livia también iría a la cena con Leila y Valentino? Como es mi costumbre, fui a espiar a mi bonita y me he dado cuenta que las dos se subieron al auto de lujo de ese cabrón musculitos. 7:20 pm.**
¿Que Livia se había trepado con Leila en el auto de Valentino? Pero… ¿qué carajos…?
En ese momento, sentí que un balde de agua fría me caía por todo el cuerpo. Esto no podía estar pasándome a mí.