Pervirtiendo a Livia: Cap. 35 y 36

Jorge ha seguido a Livia al Bar de los Leones, en una noche macabra y morbosa que se eternizará hasta enloquecerle.

  1. EL BAR DE LOS LEONES

JORGE SOTO

Viernes 30 de diciembre

22:22 hrs

Aguardé el tiempo suficiente para tener el valor de ir a buscarla: “Bar de los Leones” decía la aplicación que me había instalado Fede en mi celular. Y fui allí, en el volvo de Livia, poniéndome apenas una sudadera y unos pantalones decentes para poder entrar.

Por lo poco que investigué en google, ese bar era bastante exclusivo e íntimo, posicionado en el oriente de Monterrey, y fue gracias a que llegué conduciendo en un volvo de lujo la razón por la que el gorila me dejó entrar. Allí no accedía cualquier gente, pero una marca de auto como esa, hace pasar a cualquier ocupante en un tipo rico.

Era tan vergonzoso haber tenido que recurrir al extremo de espiar a mi novia, que me sentía sumamente estúpido y ridículo. Incluso asqueado. Pero era lo que había y tenía que enfrentarme a ello. Antes de emprender mi búsqueda, fui a la barra y pedí un tequila puro para ponerme a tono. Necesitaba alcohol en el cuerpo para soportar lo que fuera que descubriera esa noche.

La música era en vivo, moderada, colores oscuros, mesas en diversas plataformas y pisos.

Luego me escurrí entre el gentío y busqué por todos lados. Así estuve por más de quince minutos pero no la hallaba, y no es como si el bar estuviese tan grande. De hecho se parecía bastante al que habíamos ido Livia y yo la última vez, donde el cabrón motero le había restregado el rabo en su culo. La mayor diferencia que encontré fue que en el Bar de Los Leones, parecía haber gente bastante pesada, a juzgar por la cantidad de pacas de dinero que se les veía y… hasta hombres armados que parecían estar cuidando a sus patrones.

Miré de nuevo mi teléfono y el GPS seguía marcándome que Livia estaba allí, ¿pero dónde?

—¿Qué estás haciendo aquí, Jorge?

Por poco se me salen los huevos por la garganta cuando escuché la voz de mi novia detrás de mí. Mierda, me había descubierto. Ahora mis planes de espiar su comportamiento natural en mi ausencia se habían ido a la mierda.

A ver ahora cómo salía de esta.

—Nada… —fue lo único que se me ocurrió decirle, enseñándole todos los dientes como un niño inocente al que han descubierto en una travesura.

Livia no me creyó. La vi bufar, fruncir sus carnosos labios mientras se cruzaba de brazos, haciendo que sus enormes tetas se hicieran más grandes y carnudas.

—¿Me estás espiando? —determinó; y para mi sorpresa, noté que olía a alcohol. Habría bebido algunos tragos para entrar en ambiente.

Dudé antes de responder. Elegir excusas convincentes en pocos segundos no era mi mejor habilidad.

—Yo… bueno, me sentía sólo en casa… y quise salir para tomarme algo —Livia enarcó una ceja y me molestó un poco su actitud de mujer altanera, así que respondí con más determinación—: ¿o acaso crees que sólo tú tienes derecho de divertirte mientras yo me quedo como pendejo en casa?

—¡Tienes todo el derecho de hacerlo, Jorge, el salir a divertirte con quien te plazca! De hecho te sugerí que salieras con tus amigos a algún lado para que no te quedaras solo…

—Pues ya lo ves; al final acepté tu propuesta.

—¿Y los amigos? —me preguntó con ironías, levantando el cuello para mirar detrás de mí, como buscándolos—. Yo no los veo.

—Preferí venir solo —afirmé.

—¿Y justamente tenías que venir aquí, donde yo estaría con mi jefe y nuestros negociantes?

—Habrá sido coincidencia, qué sé yo. —Intenté responder como si no le diera importancia al asunto.

—¡Vaya casualidad! —sonrió con sarcasmo.

—¿No te parece probable que sea una simple coincidencia? —continué también cruzándome de brazos, preguntándome por qué le parecía mal que estuviera allí.

—Sí, claro, pero también me parece probable que me estés espiando.

—¿Te molesta que esté en el mismo bar que tú, princesita? —dije mordiéndome los dientes con la última frase—. ¿Te incomoda tenerme tan cerca y ver lo que haces?

Livia tragó saliva y respondió con la voz un poco golpeada. O a lo mejor lo noté así porque la música se había vuelto más ruidosa.

—¡Por mí puedes ponerte en frente de mí, Jorge, lo que no quiero es que intervengas con mi trabajo, que lo único que haces es dejarme en vergüenza!

Su respuesta me vino como una bofetada con guante blanco.

—¿Ahora te doy vergüenza? —comenté indignado.

—Tú como mi novio sabes que no, lo que me avergüenzan son tus actitudes de niñito celoso. Y eso me ofende sobre manera, Jorge, porque yo jamás te he dado motivos para que me trates así, y tú antes jamás tuviste esta clase de comportamientos tan infantiles ni controladores.

—¡Porque antes no vestías como ahora, ni llegabas tarde a casa, ni pasabas tan poco tiempo conmigo, ni mucho menos había un Valentino detrás de ti!

—¿Estás sugiriendo que jamás debí de haber ascendido de puesto, y que lo mejor habría sido continuar sumida en la mediocridad de mi anterior puesto con tal de que estuvieras tranquilo?

—No comiences con lo mismo de que yo no me alegro de tus logros, Livia, porque estás fuera de contexto. Lo único que quiero es asegurarme de que… estás bien y que tu jefe no te falta al respeto, ¿tiene algo de malo venir a cuidarte?

—¡Entonces sí viniste a espiarme!

—A ver, no, no; lo que quiero decir es que…

—Mira, Jorge, minutos antes de firmar mi contrato como asistente de Valentino, él me advirtió sobre evitar este tipo de “escenitas” contigo, porque se supone que somos una pareja madura, profesionista y con sentido común. Y justo ahora estás actuando justamente como un novio acosador que me está haciendo incumplir el contrato que yo firmé. ¡Yo estoy trabajando, y no voy a permitir que afectes mi empleo por celitos infundados!

—Cuánto trabajo, ¿no, Livy?, vestida así en un bar tan lujoso como este. —Ahora fui yo quien respondió con ironías.

—¡Te estás pasando conmigo, Jorge! —me recriminó indignada, con un gesto que denotaba desdén—. ¡Quiero que te vayas de aquí ahora mismo!

—¿Por qué? —pregunté de golpe.

—¡Porque estás interfiriendo en mi trabajo, ya te dije; además no me gusta que me estés asfixiando!

—¿Ahora te asfixio yo? ¿Estás segura que es por eso que quieres que me vaya?

—Sí, porque estás poniendo en riesgo mi empleo, porque me estás asfixiando, y también porque ya me están hartando tus estúpidos celos.

—¡Pues yo me quedo aquí!

Livia abrió los ojos con sorpresa al ser la primera vez que me negaba a uno de sus caprichos. Dio un zapatazo en el suelo y respondió tajante:

—¿Sabes qué? ¡Haz lo que te de tu jodida gana, pero a mí déjame en paz!

Sentí un dolor punzante al escuchar cómo me hablaba. Livia jamás se había dirigido a mí en ese tono y mucho menos con esas palabras tan duras. La Livia que me amaba jamás me habría hablado así. Fue entonces que vi aparecer a Leila (al menos esta vez era cierto que estaría con ella), que se posicionó detrás de mi novia, agitada y con nervios, mientras me observaba a mí con asombro, como preguntándose la razón por la que yo estaba allí presente.

Livia resolló, molesta conmigo, y encaró a su amiguita, quien, con el mismo gesto de preocupación, le dijo algo al oído durante varios segundos mientras yo me moría de cabreo por no poder escuchar lo que se decían. Vi que mi novia adoptaba una mirada terrorífica, como si lo que Leila le estuviera reproduciendo fuera un secreto de estado bastante serio.

—¿Problemas? —pregunté a ambas. Con suerte alguna de las dos me respondía.

Para mi mala suerte fue Leila quien lo hizo:

—Nada que te importe.

—A ti no te pregunté —intenté defenderme.

Livia ya no me observó con rencor, sino con una misteriosa expresión de miedo y angustia. La conocía bastante bien para saber que algo iba mal en lo que le acababan de informar. Y yo tenía qué averiguarlo.

La tomé del brazo para atraerla hacia mí y me explicara qué era que le había dicho Leila para que se hubiera puesto así. ¿Valentino había notado mi presencia y ahora había mandado a Leila para decirle a mi novia que estaba despedida? Pensar en ello me puso nervioso, pues entendí que si algo así ocurría, Livia jamás me lo perdonaría.

No obstante, mientras intentaba hablar con Livia en privado, Leila me la quitó, ordenándole:

—¡Par favaaar, mi cielaaa! —le dijo Leila a Livia —, despide al Zanahorio y vuelve ya.

Mi novia continuó con un gesto de horror que no podía con él, y yo hice mía su preocupación.

—¿Qué pasa, Livia?

—Vete, Jorge, por favor —me dijo esta vez con mayor insistencia.

—No me iré hasta que me digas lo que ocurre.

—Que la dejes en paz, Zanahorio —insistió una Leila cada vez más exasperante, jalando a Livia hacia ella. Si Livia iba vestida como toda una fulana, Leila le decía “quítate que ahí te voy”—. Rápido, Livia, que nos están esperando.

—Livia, tú te quedas conmigo —le dije, justo cuando el enorme y musculoso Valentino Russo aparecía detrás de ambas mujeres, observándome por arriba del hombro como si yo fuese una mierda a la que acababa de pistar.

—¿Y éste qué chingados hace aquí? —Fue lo único que el muy cabrón pudo decir al mirarme con asco.

—Jorge ya se iba —comentó Livia mientras el Bisonte se volvía hasta ella—, y descuida, que vino aquí por casualidad.

—¿Sabe sobre lo nuestro?

—No, no, no tiene idea de nuestra misión, y sabe perfectamente que no debe hacerme preguntas —enfatizó en el “sabe perfectamente que no debe hacerme preguntas” para que yo entendiera la indirecta y no dijera nada estúpido que pudiera poner en riesgo su puesto—, pero a lo mejor será necesario contarle lo del “problemita” que me acaba de contar Leila, porque, al final, eso no interfiere en nuestra misión.

El aire se me fue ante tanto misterio y la complicidad con la que hablaban me hizo incomodar. Iba a decir algo, pero Valentino le dijo:

—De acuerdo, Aldama. Ahora que ya Leila te explicó lo del “problemita”, necesito que tú no te preocupes por nada y que actúes con normalidad. Tú no te apartes de mi lado y todo estará bien, pues yo estoy aquí para protegerte.

¿Qué qué? ¿Qué Valentino estaba allí “para protegerla”? ¿Y yo dónde carajos quedaba? Encima Livia asintió con una media sonrisa mientras Valentino la entrelazaba en su brazo. Un hervidero de escorpiones anidó en mis entrañas provocándome sacudidas en el cuerpo. ¿Cómo era posible que la entrelazara en mi delante?

—Si te preguntan algo no respondas nada —continuó Valentino dando órdenes a mi novia— y déjame que sea yo quien me encargue de todo. Eso sí, intenta leer mis expresiones faciales como en otros momentos para saber cómo actuar. Como te dije en la tarde, esta reunión tendría sus riesgos y tú aun así aceptaste, pues has querido demostrarme que estás perfectamente cualificada para toda clase de situaciones y yo ahora mismo lo estoy comprobando. Te doy mi palabra de honor de que todo saldrá bien, y yo me responsabilizo de ello.

Odiaba sentirme minimizado; que hablaran y tomaran decisiones como si yo no estuviera presente: yo era su novio, no un bufón. Y, no obstante, Valentino estaba usurpándome, tomando un papel que no le correspondía, decidiendo por y para Livia,  y ella accedía a todo, como si el Bisonte tuviera la verdad absoluta.

—¿Alguien me puede decir qué carajos pasa de una buena vez? —intenté hacerme oír.

Fue Valentino quien, al recordar que yo estaba allí, me volvió a mirar con la misma expresión de indiferencia de antes. Me evaluó de arriba abajo como si yo no tuviera importancia y me respondió con severidad:

—No pasa nada que tú puedas resolver.

—Eso lo decido yo.

—En este momento tu opinión queda nulificada —me respondió con aires de suficiencia, atrayendo a mi novia todavía más hacia él, como para demostrarme que en ese momento él, como el jefe y líder de “la misión secreta” tenía el poder para poseer a Livia como se le diera la gana.

Y ella ni siquiera hizo ningún intento para aparte de él. Y eso me mató.

—Pero ya que insistes al menos te diré lo del “problemita” —continuó el cabrón sardónicamente—, y mira que yo no soy de los que da explicaciones, mucho menos a gente sin importancia como tú: hay un asunto importante del que no hablaré contigo por la confidencialidad del mismo, pero ese “asunto” es por el que nos hemos reunido esta noche aquí con El Serpiente, uno de los lugartenientes más importantes que tiene Tártaro, que, como bien lo intuyes, porque parece que de vez en cuando te funcionan las neuronas, el Tártaro es líder del Cártel de Los Rojos. En esta misión Livia y yo tenemos un objetivo, y tenemos gente que nos está cuidando las espaldas. El problema en este asunto secreto es que ocurrió un evento inesperado que, de todos modos, tampoco es tan grave como parece, a no ser que tú decidas magnificarlo.

—¿Qué inconveniente? —quise saber al borde del colapso, al resignarme a que no me contarían “cuál era” esa misión secreta que se les había encomendado—, ¿y por qué debería “magnificarlo”?

—¿Viste la noticia de la chica que encontraron muerta junto a su novio hace quince días, en las inmediaciones de Monterrey? —me preguntó de golpe.

No tuve que hacer memoria para recordar un suceso que impactó en la sociedad regional.

—Pues sí…

—¿Y también sabes por qué aparecieron desmembrados en el interior de dos bolsas negras?

—¿Cómo voy a saberlo?

—Pues te explico, niñato; gente como el Serpiente o miembros del cartel que lidera el Tártaro cree que las mujeres les pertenecen. Basta con que se encaprichen con una para que la quieran hacer suya a como dé lugar. Y no preguntes por lo que ocurre si la chica o su novio o marido se rehúsan a irse con alguno de ellos, porque la respuesta está en esa joven pareja que apareció desmembrada hace quince días.

El terror anidó en mi cabeza justo cuando intuí lo peor:

—¿Estás diciéndome que… El Serpiente… se encaprichó de… Livia y …?

Pensar en esa horrenda posibilidad produjo que la presión arterial me bajara hasta los dedos de los pies. Me agité, una punzaba surgió en mi cabeza y mis ojos comenzaron a rodar por todos lados.

—Algo así —respondió Valentino con naturalidad—, pero no te preocupes, que ya les he dado a entender que Livia es mi novia, y por eso he mandado a Leila para que a partir de este momento le informara a tu “prometida” que desde ahora tendrá que actuar conmigo como tal.

—¿Actuar… como… tu novia? —se me secó la boca al asumir lo que esa sola frase implicaba—. ¿Qué… qué quieres decir…?

—A pesar de tu cara, creo que eres inteligente, Ganso, así que mucho qué explicarte no hay.

Livia, en un estado de nerviosismo puro, se deslazó del brazo del Bisonte sólo para sacar de su pequeño bolso un cuadrito de pegatina del que se había adherido a la lengua la última vez para “relajarse” y luego suspiró.

—¡No lo consiento! —exclamé tras barajar mil posibilidades—. ¡Livia es mi novia y como tal la presentarás!

Valentino Russo torció un gesto y me observó con verdadera monstruosidad.

—¿Quieres probar dónde colgaran tu cabeza cuando se enteren que tú eres su novio e intentes evitar que la lleven a no sé dónde?

—¡No, bueno… pero es que tú…!

—Ya te he dicho que Livia y yo hemos venido a una misión y que tenemos todo fríamente calculado. ¡Entiende de una puta vez que hay gente cuidándonos los flancos, y nos pasará nada a menos que tú la cagues!

—¿Y desde cuándo ustedes dos son miembros del FBI, que no me había enterado?

Valentino volvió a dedicarme una expresión de asco antes de responderme, perdiendo la paciencia:

—Confórmate con saber que al Serpiente le interesa quedar bien conmigo en este momento, por lo que no hará nada contra Livia ahora que sabe ella es mi novia, al menos por honor entre colegas lo evitará. Y dudo mucho que tú estés en una posición donde puedas inspirarle respeto a nadie. Así que, puesto que tu presencia aquí está de sobra, me serías muy útil si te largaras de aquí.

—¿Irme? ¿Y dejar a mi novia a expensas de esos cabrones y de ti?

—¿Sabes? —me dijo con chulería—, por mí quédate si quieres, pero si en algo valoras la integridad de tu novia entonces te quedas calladito y nos sigues la corriente.

—¡El que no valoró su integridad fuiste tú, cabrón irresponsable! ¡No puedo creer que ahora, para arreglar tus burradas tengamos que…!

—Jorge… —me dijo una Livia mediadora—, por favor, no compliques más las cosas. Yo me voy a quedar. Ellos se darían cuenta si me voy contigo y todo empeoraría —Se le notaba perturbada, inquieta.

Valentino me observó con una mueca de desprecio y flojera, diciéndole a mi novia:

—No le des una explicación más a este. Si quiere entender que entienda, sino, es su problema. —Luego volvió su mortífero rostro a mí, para decirme con furia—: Escúchame bien, cabrón, ya estoy perdiendo la paciencia contigo: o dejas de estar tocándome las pelotas o te largas mucho a chingar a tu madre a otro lado. Tú decide.

—¡A  mí no me hablas as…!

—¿Qué tal raza? —preguntó el tal Serpiente, un hombre moreno alto y rapado como Valentino (aunque no tan musculoso), que vestía una cazadora y unos vaqueros ajustados.  Tenía anillos y cadenas de oro como todo farol, y se posicionó a nuestro lado mientras Valentino, para mi gran sorpresa, rodeaba a mi novia de la cintura, cortándome la respiración—. Los estaba buscando, Lobo —palmeó el hombro de Valentino mientras éste forzaba una sonrisa.

Mi corazón retumbó cuando vi que detrás del narco habían tres tipos con cara de matones que debían de ser sus lugartenientes.

—¿Y éste quién es? —quiso saber el Serpiente (que tenía tatuada una “serpiente” en toda la circunferencia del cuello) evaluándome de arriba abajo.

—Un… primo de mi novia… y novio de Leila, la chica de ojos verdes que se acaba de ir a la tarima, pero ya se iba —respondió Valentino mirando con complicidad a una Livia que permanecía nerviosa y estática. Ella lo miró a la cara y le sonrió.

¿Que yo era primo de Livia y novio de esa vil babosa subnormal?

Sentí una punzada en el estómago al percibir semejante escenita. Entendí que tendrían que actuar, y no sabía si yo estaría preparado para ello.

—Todos los amigos del Lobo son mis amigos —contestó el Serpiente palmeándome la espalda con fuerza, empujándome hacia delante—. Anda, pelirrojo, ven con nosotros a tomarnos unos tequilitas.

—No —contestó Livia tajante, con terror, aunque fingiendo serenidad—, Jorge ya se iba.

—Nada de eso —insistió el narco—. Si tu primo el pelirrojo se quiere quedar, pues se queda. Además su novia la buenorra de ojos verdes está con nosotros, no creo que la quiera dejar solita a merced de tantos sementales. —Sus matones, el Bisonte y él mismo se burlaron de la situación—. No seas mariconazo, pelirrojo, y ven con nosotros a beber a lo desgraciado. Allá arriba hay hembras de sobra por si de pronto tu ojiverde se decide por entretenerse con alguno de los nuestros, que mira que en tu ausencia se lo estaba pasando de lo lindo con ese de allá, el Tambo —señaló a un matón fornido con cara de culo fruncido.

Livia resopló, y yo la observé de reojo para medir su nivel de entereza. Yo no me iría, eso estaba decidido. No iba a dejar a mi novia allí, a expensas de esos degenerados.

Valentino apenas le dio importancia a lo que yo decidiera hacer, así que, cogiendo a mi novia ahora de la mano, dijo que nos esperaba en la zona VIP donde habían estado antes. Livia me observó de nuevo con angustia, suplicándome con la mirada que me marchara, y se dejó conducir por él sin más.

—Ufff —dijo el narco mientras sus ojos se perdían en las nalgas de mi novia, que chocaban una contra la otra mientras caminaba—: Vaya culazo se carga tu primita, ¿eh, vato?

Yo estaba temblando de las piernas. Tenía muchos motivos para estar temblando. El brazo de un  asesino en serie estaba posicionado en mi hombro como si fuésemos grandes amigos, mientras morboseaba el culo de mi novia (de la que se había encaprichado) que, con esos tacones altos, se le paraba y se le veía brutal. Encima estaba presenciando cómo Valentino Russo, mi peor enemigo y el gran culpable de mi estancada relación con Livia, tomaba el control de la situación, haciéndola su novia temporalmente, y yo no sabía hasta qué punto iba a llegar con ella en su propósito de demostrar al sicario del Tártaro que Livia era su mujer.

Y se aprovecharía de la condición y me haría ver mi suerte. El perverso de Valentino Russo me humillaría, me echaría en cara que esa noche mi novia era suya así como yo lo había hecho antes frente a él a la menor oportunidad. Me odiaba por el simple hecho de ser el novio de la mujer por la que, estaba seguro, se pajeaba todas las noche; y ahora que tenía la oportunidad de vengarse de mí, lo haría sin contemplación. La pregunta era qué tanto Livia lo permitiría avanzar. Me dije que si yo estaba allí, se contendría. Era obvio. Esa fue otra de las razones por las que me quedé.

—No mames, wey —dijo el sicario riéndose, llevándome consigo—, toda la noche he quedado apendejado mirando cómo se le mueven las ubres a esa guarra cuando hace algún movimiento. Menudas tetazas tiene esa primita tuya, ¿eh?

—Sí… son… bonitas —dije casi sin aire.

—Ha de ser una puta de cuidado.

—¿Livia? No, qué va —la voz apenas me salía mientras avanzábamos hacia la tarima de madera que colgaba en las alturas, donde estaba la zona VIP que había reservado el Serpiente.

¿Qué misión secreta era esa que tenían Livy y el Bisonte? Algo me decía que Valentino había actuado unilateralmente y que Aníbal no estaba enterado de que Livia estaba allí; por el cariño que le había llegado a tomar, sabía que él no lo habría permitido.

—¿Cómo chingados no? —sin soltarme del hombro, me obligó a caminar detrás de la “parejita” que subía por las escaleras de Caracol. Con un dolor en la garganta vi cómo se le miraba la tanga de pedrería debajo de ese obsceno vestidito. Era descarado, insolente, sexy—. Si tiene toda la pinta de que le gusta que le rompan el culo. ¡Ufff! Mira esa tanguita… ¿Qué es lo que le brilla? ¿Piedritas?

No quise responder a eso. Me sentía asustado, celoso, angustiado, con ganas de salir corriendo de allí llevándome a Livia conmigo. Pero luego recordaba a esa pareja desmembrada de hace quince días y la sangre se me hacía agua.

—Y esa boquita de mamona, pelirrojo. ¿Nunca te la has cogido? Ya ves que a las primas se les arrima, y aquí en Monterrey son muy usuales las relaciones incestuosas. Esas tetazas deben hacer las mejores cubanas del mundo. Está buenísima esa hembrita. Lástima que viene con el Lobo.

La tarima era más amplia de lo que parecía desde abajo. Había una pequeña barra en toda la zona sur, mientras que un gran sofá de cuero en forma de media luna adornaba el lado oeste, donde se habían sentado los matones y cuatro mujeres, además de Leila, que estaba sentada sobre las piernas del tipo fornido. Livia y Valentino se habían sentado en un sofá individual de dos plazas que estaba situado en el fondo de la tarima, muy cerca del lado opuesto de la barra, en lo más hondo.

—Serás guarra, ojiverde —le dijo el Serpiente a Leila—, ¿le estás restregando el culo a mi querido amigo Tambo, mientras dejas ahí a tu novio tirado?

Todos los presentes se echaron a reír, excepto Livia, que parecía bastante incómoda y seria allí sentada junto a su jefe, en el rincón, éste último que me observaba burlón y con desprecio a la vez.

Leila se puso de pie, haciéndose la tonta y se acercó a mí, después de haberme dejado ante todos como un pobre “cornudo consentidor”.

—Jorge sabe que con su pollita apenas es capaz de satisfacerme —dijo Leila tomándome del brazo, un tanto desatada por el alcohol—, y por el bulto que he sentido cuando me senté sobre Tambo, ufff.

Los presentes hicieron un largo “Uuuu”, tras la ridiculización a la que me había sometido esa cabrona, en tanto Livia miraba hacia otro lado, sintiendo pena ajena.

—Aquí tienes rabo de sobra para cuando quieras, preciosa —le dijo Tambo en un tono chulesco, sobándose el paquete como respuesta a la humillante forma en que Leila me había tratado—, no te molestaría si le soy lo suyo, ¿verdad pequeño pardillo? —me preguntó el hijo de puta.

—Por mí quédatela —dije en un arranque de ira—, que a mi “novia” la saqué de un burdel y estoy acostumbrado a sus puterías.

Todos volvieron a reír a carcajada suelta mientras Leila me observaba con un gesto de odio puro. Valentino se estaba cagando de la risa pasándoselo de lo lindo por el trato que estaba recibiendo. En un momento dado se levantó y fue por un par de bebidas a la barra: con la mirada mandó llamar a Leila, y esta fue tras él como una perrita que acude al llamado de su amo. Yo aproveché para acercarme a Livia, diciéndome que no le parecería raro a nadie si me sentaba un momento con “mi prima” en tanto su “novio” le preparaba una bebida.

—Lo que estamos haciendo es una locura, Livy… —le dije casi en un susurro, notando cómo Valentino le decía algo a Leila intercalando miradas de desprecio hacia mí y luego hacia ella.

—Te pedí que te fueras —fue lo único que me pudo decir—: vas a complicarlo todo. Sólo te están ridiculizando, y no lo soporto.

—A lo mejor si no hubieras venido a esta dichosa “misión secreta” nada de esto estuviera pasando.

—¡NO es momento de reproches Jorge! por enésima vez te lo pido: vete a casa y facilítame las cosas. Yo me sé cuidar sola. Además… ¿qué eso de que eres novio de Leila?

—Eso reclámaselo a tu “noviecito” —dije con desdé, señalando con la mirada al Bisonte—, que ese cabrón fue el de la idea.

—¿Te molesta si te levantas y me dejas sentarme junto a mi mujer? —me preguntó Valentino mirándome con una odiosa y sarcástica sonrisa.

Iba a decir algo, pero Leila me recogió por el brazo y me llevó al centro de la pequeña pista que había en la tarima, mientras veía cómo Livia recibía una bebida con encanto, muy metida en su papel.

—¿De qué hablabas con Valentino hace rato y por qué me miraban así? —le pregunté a Leila cuando me dijo que hiciera como que bailábamos para evitar sospechas.

—Es que… Los Rojos comienzan a murmurar —me dijo un poco más condescendiente que antes.

—¿Sobre qué?

—Creen que eso de que Livia es novia de Valentino es una coartada para salvar la integridad de la chica.

—¿Sospechan que yo soy su novio? —sentí terror, mientras Leila daba una vuelta y simulaba sonreír.

—No tan así. De hecho, tú no tienes facha de poder ser novio de nadie.

Suspiré odiándola. Ella siguió moviendo las caderas mientras yo apenas batía los pies.

—¿Y ahora qué? —quise saber.

—Pues nada, Valentino y Livia tendrán que ser un poco más… convincentes. Y te lo digo para que te lo tomes con la mayor tranquilidad del mundo. Piensa solamente que está en juego no sólo la integridad de Livia, sino la vida de todos los involucrados, incluyéndote, ya que nos has seguido la corriente desde el principio.

—Pero… ¿qué… quieres decir con eso de que “tendrán que ser un poco más convincentes”?

La respuesta fue casi inmediata cuando ambos miramos hacia la posición donde mi novia y Valentino estaban sentados. Valentino le susurraba a Livia algo en el oído, posando una de sus gruesas y venosas manos sobre sus muslos. Un escalofrío me recorrió toda la médula espinal al ver ese contacto.

—A ver, Jorge, o te tranquilizas o te vas, mira cómo te has puesto solo con que pusiera la mano en su pierna. Si en dado caso la llega a besar te infartas.

—¡Eso no! —grité, atrayendo la atención de todos. Sonreí para evitar malas interpretaciones y luego sentí que las manos me temblaran—. Esto… es muy fuerte, Leila, no… podré soporta…

—Anda, tonto, agárrame de la cintura, que se supone que le he dicho a estos que eres mi novio. Y tampoco creas que me causa gracia saber que, como tu supuesta novia, mi reputación ante estos ahora está por los suelos.

—Quisieras —renegué, intentando dejar de mirar.

Y comenzamos a bailar. El perfume de Leila era delicioso, al menos me relajaba. Sus ojos verdes también eran preciosos. De hecho ella era una mujer preciosa. De no ser porque era insoportable e insufrible la toleraría. Se pegó un poco a mi cuerpo y miré hacia el sofá donde estaba la “parejita”: Livia me miraba de reojo, con los labios apretados y un tanto disgustada. Valentino, a su vez, también me echaba miraditas fanfarronas y desafiantes, burlándose de lo patético que debía verme bailando mientras fingía ser novio de Leila en tanto él tenía el “premio gordo.”

—Ríete, princesito, agárrame de la cintura, haz algo más natural, que eres mi puto novio, por Dios.

—Podríamos ser unos novios enojados.

—No seas idiota, Zanahorio, y no jodas todo.

La música fue un poco más alta, y continué bailando, mientras Leila se restregaba todo cuando podía. Yo apenas era capaz de notarlo, pues estaba más pendiente de lo que hacían esos dos en el sofá del fondo que de lo que ocurría con la Campamocha. Todo era desesperante: me daba una rabia dolorosa notar cómo mi novia y su jefe se susurraban cosas, como dos enamorados. Al principio Livia actuaba incómoda, mirándome de vez en cuando como avergonzada, con remordimientos, enfadada también. Pero luego se fue soltando y la noté más armoniosa, relajada. Sería cosa de la pegatina de sabor o la seguridad que le infundía Valentino. Lo primero me preocupaba, lo segundo me dolía.

En mi quinto tequila vi y oí que Livia reía a los chistes que Valentino le contaba y éste volvía a susurrarle de nuevo, riéndose él también. Era una sensación horrible ver cómo la mujer de amas estaba inmersa en los encantos de un chulito soberbio como su jefe. No lo soportaba.

En un momento dado, ambos me miraron luego de que él le susurrara algo en el oído, y después de unos segundos observándome bailar con Leila, se echaron a reír. Fueron risas hirientes, dolorosas. Y yo me quedé frío, estático. Parecía como si se estuviesen burlando de mí, de mi dolor, de mi impotencia: o eso me parecía. El aire se me fue, y quise alejarme de Leila. No me apetecía hacer más el ridículo mientras intentaba interpretar un papel que no me correspondía.

Entonces, sin preverlo o imaginarlo, Leila me plantó un beso que duró exactamente los diez segundos en que tardé en reaccionar. Yo ni siquiera abrí la boca, sólo sentí cómo me lamía los labios y me los llenaba de saliva mientras todo el mundo seguía en lo suyo.

—¡Eh! ¿Qué te crees que haces, loca? —la empujé hacia adelante, horrorizado.

Lo primero que hice fue lanzar mis ojos hacia el sofá del fondo, corroborando que Livia lo había visto todo: aunque ya no me miraba, noté su rabia por su mentón apretado, su espalda recta, su mirada fija directamente en su jefe, que me observaba con un deje de arrogancia y burla. Y ahí lo entendí, esos cuchicheos entre el Bisonte y ésta loca.

—Te pusiste de acuerdo con él, ¿verdad, pinche vieja? —la acusé en la oreja apretándola de los brazos con fuerza—; ¡todo este tiempo tú y Valentino se han estado burlando de nosotros, de Livia y de mí! ¿Verdad? ¡Él te mandó para hacerme una encerrona! ¿Qué te prometió?, ¿Qué te follaría como una puta si hacías que Livia se enfadara conmigo viéndome en esta situación, a fin de soltarse con él sin causarle remordimientos?

—Medícate, Jorge, y deja de andar con tus delirios de persecución.

Y dicho esto, o más bien cumplida su encomienda de hacer enfadar a Livia, se alejó de mí y me dejó ahí parado como idiota, mientras ella se volvía a sentar sobre las piernas del Tambo, ridiculizándome ante los machitos esos y sus mujeres una vez más.

Y Livia a partir de allí ya no volvió a mirarme.

Enajenado volví a cercarme a la barra privada del VIP, que estaba en el otro extremo del sofá “de los enamorados” y pedí un nuevo trago, mientras el Serpiente se acercaba a Valentino y le decía algo. El Bisonte asentía con la cabeza y susurraba de nuevo a Livia, quien también asentía con una queda sonrisa.

En determinado momento vi cómo una de las gruesas manos del cabrón se posicionaba de nuevo en uno de los muslos de mi novia y cómo ésta reaccionaba al tacto sonriendo, mientras él los frotaba de arriba abajo… metiéndose, incluso, un poco más debajo de su vestidito.

El papel que estaban interpretando como novios estaba siendo bastante convincente. Y yo me sentía morir de celos y de rabia. No quería despegar la vista de los dos, pero había tomado tanta cerveza y tequila que la vejiga estaba a punto de reventarme.

Bajé rápido a los mingitorios, y ya de regreso Joaco me interceptó:

—Hey, tú —me dijo. Ni siquiera sabía que estaba entre los amigos del Serpiente.

—¿Qué quieres? —Puesto que era uña y mugre del Bisonte, no me inspiraba nada de confianza.

—¿Quieres que te dé un consejo? —Su voz era afable, mientras bebía algo.

—Adelante.

—Vete de aquí y no te tortures de esta manera, o acabarás mal.

—No voy a dejar a Livia sola… con esos hijos de puta, ni con el hijo de puta mayor: sí, sí: tu jefe es el hijo de puta mayor, y me vale una mierda si Valentino es uno de tus mejores amigos. ¡Lo que me está haciendo esta noche es de rastreros! ¡Es una basura andante!

—Precisamente por eso yo, si fuera tú, me iría. Valentino… no es malo, sólo que… a veces se pasa un poco de la mano, y no sé… qué tan cruel podría llegar a ser contigo con tal de desmoronar tu honor. A él… le gusta humillar, ¿me explico? Eso lo pone como una moto. Mejor vete, Jorge, y deja de respirar por la herida, no te tortures.

—No sé por qué tú me vienes a decir esto, Joaco, pero que sepas que más me torturaré si estoy lejos de ella. Además… una cosa es que finjan ser novios y otra muy diferente que Livia… le permita a ese cabrón faltarle al resto. Ella no lo dejaría.

—¿Estás seguro? —me preguntó, y de nuevo notaba una pena sincera hacia a mí.

—¿Qué quieres decir? —me perturbé.

Iba a esperar su respuesta, cuando al mirar hacia la tarima VIP que colgaba por los aires, vi cómo el Serpiente, sus amigos matones, sus mujeres, Leila, Valentino y Livia (estos dos agarrándose mutuamente de la cintura) descendían por las escaleras de caracol y se dirigían a la salida.

—¿A dónde carajos van, Joaco? —me estremecí, dando un grito de horror.

—A casa del Serpiente, pero tranquilo, que no estará el Tártaro con ellos. Sólo el Serpiente y sus otros amigos que lo aguardan allí.

—¡Yo voy! —hice amago de seguirles.

—¡Hey, no, tú no vas a ningún lado!

Quise ir tras ellos, pero con la fuerza bruta del rubito me detuvo con facilidad. Era fuerte.

—¡Joaco! ¡Se está yendo mi novia a la casa de unos narcos, carajo!

—Pues ya está, Jorge, es lo que hay.

—¡Los seguiré, traigo el volvo!

—¡No te dejarán entrar si no vas con uno de ellos!

—¡Entonces llévame tú!

—Mira, Jorge…

—¡Por favor! —casi se lo supliqué.

  1. JUEGO MACABRO

JORGE SOTO

Sábado 31 de diciembre

01:14 hrs

Tardé casi cuarenta minutos en convencer a Joaco de que me llevara a esa casa de seguridad donde seguiría la fiesta: y luego tardamos casi treinta minutos más en llegar porque el rubito, que iba delante de mí en su auto mientras yo lo seguía, parecía estar evitando los atajos para tardarnos más. Había pasado más de una hora desde que Livia se hubiera ido con esos cuando arribamos a una casa en una urbanización privada muy parecida a la de Aníbal.

Joaco me presentó como su amigo ante los gorilas de la entrada, y luego de las revisiones pertinentes, nos permitieron acceder.

—Como no te portes como se debe, Jorge, con todo el respeto y lástima que me inspiras, te voy a sacar de aquí con una putiza que no te la vas acabar. Toma en cuenta que vengo en calidad de guardaespaldas del Lobo en conjunto de otros más que hay allí dentro en calidad de infiltrados.

No dije nada, y quizá porque iba demasiado nervioso con lo que me pudiera encontrar. Encima el alcohol ya me estaba dando signos de deficiencia mental y de poca coordinación en mi andar.

No entramos directamente a la casona, sino que más bien nos condujeron a la parte posterior de la finca donde se descubría un puñado de gente que se lo pasaba en grande. Era una gran terraza con puestos de bebidas alrededor, sillas, mesas redondas, bocinas con un DJ, y una enorme piscina de agua caliente en el centro del jardín que pretendía hacer más llevadero el frío de la noche. Muchas personas estaban en trajes de baño, e incluso desnudas, en el interior de esa piscina, perdiéndose entre el vapor.

De hecho, cuando me le escapé a Joaco fue al primer lugar al que me acerqué cuando me vi incapacitado de seguir esperando encontrar a mi novia a primera vista. Sin embargo, a la que pronto encontré fue a Leila, en el borde del sauna, desnuda, besándose desaforada con una chica de color que, más tarde supe, era colombiana.

Mi sorpresa fue extrema, ver a ambas mujeres restregándose en las aguas, comiéndose sus bocas; Leila con la espalda contra la orilla, y la hermosa colombiana de senos turgentes, manteniéndola presa entre sus brazos. Me hinqué junto a ella y le pregunté por Livia. Leila apenas me miró de reojo con una sonrisa, sin soltar la lengua de la otra chica (que tenía prensada con sus dientes) y negó con la cabeza. ¿Leila era bisexual? ¡Lo que me faltaba! ¿Por eso tanto amor hacia Livia? ¿Tantas consideraciones? ¿Tanto todo? ¡Mierda!

—Te compadezco, pelirrojo —me dijo el Serpiente cuando me incorporé, iba pasando a mi lado con dos hermosas mujeres que tenían los senos de fuera—, tu novia sí que salió una putilla. —Se refería a Leila—. Mira que tener que cuidarla de los hombres calentones es una cosa, pero tener que cuidarla también de hembras como la colombiana, gran trabajo tienes.

No hice el menor aprecio a su comentario, por eso fui directo:

—¿Dónde está Livia?

—¿Tu prima? —dijo el Serpiente moviendo la cabeza hacia todos lados—. Hace rato estaba con su macho muy acaramelada por allá… ah, sí, mira, allá en el fondo.

La palabra “con su macho” y “acaramelada” me hizo estremecer.

Estaban del otro lado de la piscina, en la pista de baile donde un montón de parejitas se contoneaban al ritmo del DJ: el vapor del agua apenas me permitió reconocerlos, y (luego de agarrar una cerveza corona de una de las mesitas) me acerqué un poco hacia ellos, bordeando la alberca, bebiendo un trago, luchando para que apenas me percibieran y así poder ver sus comportamientos en sus estados naturales.

Livia le miraba de frente, carcajeándose de algo que Valentino le decía mientras él la tenía rodeada por las caderas, muy cerquita de sí. La música era intensa, alocada, pero ellos se movían y se rozaban las piernas con la lentitud de cuando suena una canción romántica.

Y entonces Valentino, en una inspección rápida que hizo hacia su alrededor, me interceptó, y casi puedo jurar que le resultó bastante placentero encontrarme allí, a pocos metros de distancia, roto, angustiado, celoso. No me cabía en la cabeza que alguien pudiera disfrutar del dolor ajeno. Me parecía inaudito y hasta ruin.

Entonces acercó su mentón a la oreja izquierda de mi novia y le dijo un par de palabras. Livia se había puesto tensa, pero no dejaba de mirarlo. Valentino volvió a observarme de reojo de forma demoniaca y luego se pegó aún más a mi novia, restregándole el bulto a la altura de su vientre. Ella debió de notar su dureza porque se estremeció un poco, pero se dejó estar. Las manos de mi prometida estaban prendadas de sus hinchados, gruesos y endurecidos brazos: debían de parecerle excitantes para tenerlos sujetos de esa forma tan… compacta y deseosa. El Bisonte era enorme, pues aun si Livia con aquellos tacones tan largos me sacaba unos centímetros, su cabeza apenas llegaba al pecho del cabrón.

Y Valentino siguió con su juego macabro, esta vez acariciando con sus dedos la espalda de una Livia cada vez más suelta y despejada, hasta que ambas manos gruesas, grandes y poderosas resbalaron por sus acentuadas caderas hasta posicionarse en sus dos potentes y carnosas nalgas, las cuales apretó con gusto, hundiendo los dedos sobre sus carnes como si fuesen un par de almohadas que se sumían, y luego las levantó con fuerza todo lo que pudo y las hizo rebotar, provocándome una horrible punzada en el pecho. Lo hizo varias veces, y entre cada movimiento, el Bisonte me echaba una mirada ardiente y perversa.

Lo que a mí me tenía horrorizado y estupefacto era la tranquilidad y ligereza con que Livia se dejaba amasar las nalgas, que se las bambolearan y le enterraran los dedos sobre ellas, como si fuese algo natural o estuviese acostumbrada a esa clase de magreos con su jefe. Concluir en ciertas sospechas me decapitaba las células de mi cuerpo.

Valentino volvió a susurrar a mi novia, justo cuando encontró el pretexto perfecto para dar su siguiente paso, y es que el Serpiente estaba caminando junto a ellos y al hijo de puta le pareció un buen momento para sacar su última carta.

Livia bajó la mirada un poco, y con los dedos Valentino se la levantó, cogiéndole el mentón y obligándola a mirarlo a los ojos. Y sólo así, pudo proceder en un movimiento maquiavélico y calculador.

Las tripas se me removieron por dentro y el pecho se me aceleró cuando Valentino Russo acercó sus labios a los de mi novia y, antes de besarla, sacó la lengua y se los chupó a ella, que, desde la nueva posición en que me puse, vi que los entreabría también. Él se los chupaba con gusto desde el inferior al superior, incluyendo las comisuras, babeándolas como un perro que lame a una de sus presas antes de echarle una mordida.

Y ella, lejos de rechazarlo y soltarle un bofetón, rodeó sus brazos por su cuello y aplastó sus enormes tetas contra él, refregándoselas, abriendo su boca hambrienta y ansiosa para entregársela humillantemente a la del machito.

Tal entrega, contundencia y abnegación me causó un inmenso dolor que me hizo apartar la vista por unos segundos, sintiendo taquicardia. Cuando volví mi vista hasta ellos ya definitivamente se estaban besando como dos amantes enamorados. Tuve que humillarme y acercarme un poco más para corroborar que no era un espejismo lo que veía.

El beso era húmedo, sucio, impúdico: encima yo podía escuchar los gemidos de mi novia en el preciso instante en que el volumen de la música descendía, como si se la estuvieran follando en lugar de estar recibiendo un beso. Ella lo disfrutaba, restregándose contra él, claro que lo disfrutaba fuera de toda actuación; de hecho podía percibir a una Livia cachonda, ansiosa, intensa, atrevida, siendo capaz de sentir los temblores que ella sentía al tragarse el aliento de aquel semental que la engullía. Ambos labios discurrían tan acompasados que casi pude concluir que no era la primera vez que se besaban, y eso me produjo un intenso tormento y decepción.

Para mí desapareció el mundo entero excepto ellos y la forma en que se tragaban el uno al otro, calientes, como dos adolescentes con lascivia que se ocultan detrás de los matorrales para agasajarse.

Luego se oyeron los bufidos de él, cual Lobo verraco, mientras se la comía, mientras le frotaba la verga en su vientre, al tiempo que los chapoteos de sus lenguas me ensordecían. Entre tanto, las babas de ambos salpicaban sus comisuras, compartiendo humedad, en tanto él volvía a acariciar la tersa espalda de mi novia para luego enterrar sus procaces dedos de nuevo en sus vigorosas y duras nalgas, levantándoselas obscenamente como si fuesen dos bolas de masa para después dejárselas caer muy pesadas, rebotando y chocando una con otra entre sí. Y Livia continuaba afanaba, ávida, perdida, colgada en su cuello.

Y a mí me estaba matando ver cómo se entregaba sin conmiseración, metiéndole su enloquecida y bravía lengua en la boca, sin respeto, sin pena, como si de verdad lo deseara, como si en verdad ansiara abrir las piernas para él y yo no existiera en su mundo, insinuando eróticos gemidos, restregándole sus pechos cuyos pezones casi se salían de su pequeñísimo escote en cada roce contra la camisa apretada de Valentino.

Y yo allí como pendejo, viendo cómo un hombre que no era yo devoraba salvajemente los pequeños labios mullidos de mi Livia, esos que antes habían sido míos, sólo míos. Y ella dejándose hacer, sin rastros de remordimientos ni de querer recular.

Y ya no pude más y los encaré:

—Un aplauso para el par de enamorados —dije temblando de odio—, ¡tan felices y tan cachondos como dos perros en brama!

—Jorge… —dijo Livia horrorizada, mirándome con sorpresa y angustia, despegando con dolor sus hinchados labios de los del Bisonte, que me observaba con una sonrisa triunfal, casi psicópata.

Encima, ambos seguían abrazados, las tetas de mi novia continuaban aplastadas contra los abdominales de aquel cabrón, y él: ¡y ese maldito hijo de puta!, ni siquiera porque yo estaba presente dejaba de amasar el culo de mi novia.

—¿Qué carajos haces aquí? —me dijo ella, como si fuera la respuesta más apropiada, como si yo tuviera la culpa de haberla descubierto besando a su jefe y restregarse como una golfa ante él.

—Ya ves —dije conteniéndome, dando un largo trago a la cerveza—, le prometí al Serpiente que vendría a cuidar a mi prima, con lo zorra que se había vuelto últimamente.

—Te calmas cabrón, o te calmo —dijo Valentino desafiante, cuando Livia puso un rostro de sufrida.

—¿Al menos podrías soltarle el culo? —le grité a Valentino—, ¡que ahora nadie los está viendo!

El mentón del hijo de puta se tensó, siendo Livia la que retrocediera para evitar que las manos obscenas de ese bastardo la siguieran tocando.

—Es… todo… parte del plan… Jorge… lo sabías —se justificó ella limpiándose el resto de acuosidad que le había quedado en los labios. Ya ni si quiera llevaba labial—. Además no creo que te siente tan mal verme en esta situación si tú también te dejaste besar por Leila.

—¡Ella me besó a mí, no yo a ella, así que no es un justificante! Además, que sepas que en ningún momento le agarré el culo, y tú ahora mismo te estás comportando como si fueses una vil golfa.

Apenas me di cuenta que le había soltado aquella grosería cuando me vi tirado contra el suelo, tras recibir un agresivo empujón de Valentino que me hizo escupir el frío césped tras la caída.

—¿Qué pasa, cabrones? —dijo el Serpiente, que continuaba merodeando con sus mujeres como fantasma y había visto mi caída.

—Nada, macho —respondió el Bisonte con la voz ronca y gutural, endiablado—, sólo que a este pendejo de mierda le pareció gracioso ofender a mi hembra y, aunque sea su primito, no me ha quedado más remedio que ponerlo en su lugar. Y que sepas, Serpiente, que si sigue en ese plan de maricona llorona, no me quedará más remedio que enseñarle a respetar a mi mujer a punta de putazos.

—¡Basta ya, por Dios! —le gritó Livia a Valentino, mientras yo los veía a todos desde el suelo, limpiándome las mejillas y la boca—, Jorge, ¿estás bien?

Ridiculizado, me puse de rodillas para levantarme, y, por desgracia, todo mi odio contenido lo desaté contra mi propia prometida, cuando ésta, angustiada, intentó ayudarme a levantar del suelo y yo la rechacé, empujándola con violencia hacia su lateral izquierdo, lo que produjo que se le doblaran las rodillas y cayera completamente de costado, lanzando un grito.

Fue inmediata la reacción de Valentino Russo cuando se dejó ir contra mí, hundiendo sus nudillos en mi espalda cuando me giré, una y otra vez, hasta tirarme al suelo donde intentó triturarme a patadas. Y quizás lo habría logrado de no ser porque Leila apareció, seguido de Joaco, que me lo quitó de encima, en tanto el Bisonte me daba una sarta de insultos que yo apenas escuchaba por lo aturdido que me encontraba; y no por sus golpes (que gracias a que habían sido en el lomo, no me dolían tanto, aunque sí me sentía molido) sino por mi cobarde acción al haber tirado a Livia al suelo.

—¡Livia! —grité con amargura, mientras ella, que ya había sido levantada, lloraba en brazos de Valentino y me miraba con verdadero terror, como si yo fuera el monstruo y no él, como si yo fuera un asesino que pretendía matarla y no el novio que la amaba tanto—. ¡Livia, perdóname, por favor! ¡No fue mi intención, te lo juro!

La borrachera era la culpable de todo el desmadre que estaba haciendo, de mis desfiguros y mis repercusiones mentales. Al Bisonte lo estaban conteniendo para evitar soltar a Livia, quien se refugiaba en sus brazos con miedo, pues sabían que si la soltaba me despedazaría.

Apenas me levanté sentí que mis huesos me tronaban por dentro. El Serpiente se carcajeaba con el espectáculo que acabábamos de dar y luego condujo a Livia y a Valentino hacia el interior de su casa para revisar el estado físico de mi novia.

Leila estaba envuelta en una toalla, ayudándome a recuperarme. La diosa de ébano colombiana, con las tetas de fuera, miraba desde la distancia. Joaco, desaprobando mi actitud, me llevó a una tumbona y me recostó. Leila se posicionó a mi lado, entre preocupaba y molesta, y me evaluó:

—¡Ya deja de tomar cerveza, cabrón, mira lo pedo que estás y las babosadas que estás haciendo por lo mismo! —me regañó cuando pedí otra. No hay nada más efectico para un hombre mexicano que olvidar las penas ahogado en alcohol, hasta perder la conciencia. Sólo me faltaban las canciones de Vicente Fernández para dejarme morir—. Por poco lo arruinas todo, idiota, y ¿cómo es eso de que golpeaste a Livia?

—¡Yo no la golpeé! —dije con la lengua entumida.

—¡Estaba tirada en el suelo! —me gritoneó, mirándome con cuidado para corroborar que no tenía golpes en otra parte del cuerpo.

—¡Fue un… acto reflejo! —dije desesperado, odiando la palabra “golpear”. Luego intenté levantarme, con dolores en la espalda—. ¡Quiero ir con ella! ¿Dónde está?

—¡Donde te aparezcas delante de Valentino ahora sí te mata! —me devolvió Leila a la tumbona—. ¿Cómo has podido agredirla? ¡Era lo único que te faltaba para ser una basura total! ¡Medícate, Jorge!

—¡Que yo no la golpeé! —me defendí, con mi voz descompuesta—, pero, ¿sabes qué, Leila? ¡Si no me crees vete a la chingada!

—¡En definitiva, Jorge, tienes espermatozoides en lugar de neuronas!

Me tragué el odio que amenazaba con escapar por mi garganta, empinándome la cerveza entera a fin de que la rabia se disolviera en mis entrañas, donde ya me estaba rasgando y quemando con saña,  y luego dejé que Morfeo me abrazara.

JORGE SOTO

Sábado 31 de diciembre

04: 29hrs

Cuando volví abrir los ojos ya casi no quedaba nadie en la terraza. La piscina de vapor estaba vacía y el DJ se había marchado. Me incorporé bastante adolorido con la firme intención de buscar a Livia. Tampoco estaba Leila, la colombiana, ni el Serpiente ni sus mujeres por ningún lado.

Todo era bastante horrífico y escabroso: la asfixia que sentía, la incomodidad, el miedo, la duda, la desconfianza, todo me consumía. Me quedé allí sentado como pasmarote, mirando el agua vaporosa que ascendía desde la piscina y se perdía entre el frío: y pensé en el día que le di el anillo de compromiso a Livia, esa vez en que lloramos juntos de felicidad, imaginando una vida eterna.

“Es un juego” “Todo es un juego” “Se trata de fingir” “Un juego, para salvar su integridad.”

Mientras pasaban los segundos, los minutos, y el tiempo en general, las pocas parejas que había se estaban marchando.

“Yo no la golpeé” “ahora ella me odia” “le doy miedo”.

Cada minuto, cada segundo, cada suspiro, cada parpadeo, era un hervir de celos y navajas que me despellejaban las entrañas, y fue hasta que el Serpiente apareció en la terraza conversando con Joaco y diciendo algo como: “Lo están pasando de lo lindo esos guarros, el Lobo y su Loba, allá arriba”, cuando reaccioné de verdad.

Los miré con terror. ¿Se refería al Bisonte y a mi ángel? La ansiedad me había taponeado los pulmones, volviéndose mi entorno irrespirable: de hecho, justo en ese momento, el desespero me estaba matando de rabia e impotencia. Sentí un hormigueo intenso en la cabeza que parecía querérmela reventar en mil pedazos, y fueron las palabras cáusticas y punzantes del Serpiente al decir “Si oyeras como brama la Loba esa, ufff, te mueres. Pedazo de zorrón, la están destrozando allá arriba”… la gota que derramó el vaso.

Sería cosa del alcohol o la insoportable idea de pensar que mi novia estaba follando de verdad con Valentino lo que me hizo levantarme abruptamente como un resorte sin importar mis dolores musculares, entré a esa casa de mierda en mi propósito de buscarla, sin importarme más.

—¡Jorge! —gritó Joaco, espantado, yendo detrás de mí.

Atravesé el vestíbulo como alma que lleva el diablo, donde había más gente bebiendo, y subí a tropezones las escaleras hasta la segunda planta. Ni siquiera tuve que abrir puerta por puerta para descubrir en qué cuarto presuntamente se encontraba Livia follando con Valentino, pues en la primera puerta del pasillo la escuché.

De hecho, estaba tan seguro de que la que estaba dentro bramando como perra era ella, como estaba seguro de que esa prenda le pertenecía:

Adornando la perilla de la puerta de esa habitación colgaba la tanga coral que yo mismo le había regalado.