Pervirtiendo a Livia: Cap. 15 y 16

Jorge descubre a Livia en una situación bastante... comprometedora.

15. FAVORES PELIGROSOS

JORGE SOTO

Lunes 26 de septiembre

10:17 hrs.

—¿Conoces un buen  urólogo, Pato? —pregunté al secretario de Lola, que, a su vez, era mi jefe directo y mi segundo amigo, además de Fede—, que ahora sí pienso hacerme pronto la circuncisión.

Se llamaba Patricio Bernal, pero todos lo apodábamos Pato. Llevaba dos semanas de vacaciones y ese lunes se reintegraba a sus labores en La Sede, donde su principal función (además de servir de segundo de Lola) era bajar recursos federales para nuestro partido. Él llevaba la batuta como el amigo apuesto del trío amistoso que formábamos en conjunto de Fede y yo.

Pato era un tipo leal, bohemio, músico ocasional y escritor de poesía vanguardista, sin quitar de lado su interés por la defensa de los animales.

De naturaleza desenfadada y de carácter indócil cuando de defender ideas se trataba: Pato era bastante elocuente y a quien solíamos recurrir los inexpertos para pedir consejos, pues a sus 31 años, él tenía bastante experiencia sobre la vida.

Vestía al estilo hipster, y como tal se erigía, llevando sus cabellos negros y rizados en una pequeña coleta, su barba abundante estilo espartano y lentes redondos que le ofrecían un aire intelectual. Mantenía una relación poliamorosa con dos chicas, una llamada Mirta y la otra Valeria, con quienes vivía allá por el barrio Antiguo de Monterrey, donde radicaban todos los bohemios de la metrópoli.

Las conoció en una orgía sexual en la que participó, que se llevó a cabo en un evento de rock alternativo en el Parque Fundidora, organizada por una especie de “comuna progresista filosófica y sexual” y desde entonces participaban los tres en juergas parecidas.

La forma de vida que llevaba era extraña para mí, pero la respetaba, así como él respetaba la mía.

—Por supuesto —contestó, fumándose un cigarro mentolado a falta del porro que acostumbraba en su apartamento—, si no te hubieras decidido a hacerte la circuncisión, yo mismo te habría bajado los pantalones para cortarte el prepucio sin anestesia, cabrón.

Pato conocía mi problema y constantemente me había advertido sobre las consecuencias que traería consigo en mi ámbito sexual con Livia si continuaba con mi negativa. Y como bien lo había vaticinado, las consecuencias habían llegado.

—Limítate a darme un listado de los mejores urólogos y cállate, Patricio.

Pato tenía su cubículo a mi costado, y el de Fede quedaba frente al de nosotros. El gordito estaba en la oficina con Lola y Aníbal en la reunión de los lunes, donde él les presentaba un informe detallado sobre asuntos secretos y las cámaras de seguridad.

—Amaneciste bravo —se rió Pato sin parar de buscar algo en sus carpetas—. ¿Todo bien contigo?

—Valentino —dije entre dientes.

—¿Qué pasa con ese montón de mierda andante?

—Se llevó a Livia —comenté tragando saliva muy amarga.

Pato elevó la vista y me observó a detalle.

—¿A dónde? —me miró a través de sus lentes.

—A un cóctel.

—¿Y desde cuándo tu novia hace las responsabilidades que le tocan a Nadia, que es la asistente de ése?

—A lo mejor Nadia no vino hoy —intenté justificar el lamentable hecho.

—La acabo de ver en la cafetería, pelirrojo, a Nadia. Y, por cierto, traía una cara que parece que le estaban metiendo un chile habanero por el culo.

Tragué saliva. Nadie necesitaba explicarme sobre lo raro que me parecía todo esto. Me quedé en silencio y Pato notó mi preocupación. Por eso me dijo:

—No te hagas películas en la cabeza, pelirrojo. Lo mejor que puedes hacer es hablar con ella por la noche.

—Lo intentaré —suspiré.

—No lo intentes, Jorge, hazlo. He visto muchas relaciones irse a la mierda por no hablar a tiempo.

Asentí con la cabeza, y continué con mi queja.

—Ese cabrón me miraba como si yo fuera un gusano, Pato. Y se la llevó sin más, como burlándose de mí.

Pato bufó.

—Tú serénate, pelirrojo, que ya te enseñaré cómo se deben de tratar a esa clase de mierdas humanas que sólo aparentan suficiencia para ocultar sus carencias intelectuales exhibiendo lo único que pueden presumir: físico y dinero. En el fondo esa clase de pendejos no tienen autoestima.

Sí, en esto Pato tenía razón.

—Ahora bien, si te sientes acomplejado por tu apariencia de flacucho, hazme casi y apúntate conmigo en el gimnasio para que tengas más seguridad. Lo mismo le he dicho a Fede y su complejo de… sentirse un poco gordis. Hay que evolucionar, siempre, para tener una personalidad mucho más definida. El cambio que tiene que haber en ustedes tiene que ser integral, y no por Livia ni por Leila, sino por ustedes mismos. Amor propio, se le llama a eso.

Suspiré.

—Por cierto, Pato, habla con Fede —le pedí un poco más animado—, que también la está pasando mal por culpa de Leila.

—¿Otra vez… se ilusionó con ella?

—Otra vez lo ilusionó ella —corregí—. Habla con él, que a ti es al único a quien hace caso.

Pato hizo un gesto de disgusto.

—Este no aprende. Y tú tampoco, pelirrojo. Me voy dos semanas y a mi regreso me encuentro a mis amigos más deprimidos que una mujer recién parida. Pero bien, yo me encargo de él, pero tú, Jorge, encárgate de ti y de Livia.

Valentino se estaba volviendo para mí como un grano en el culo, así que no se me ocurrió algo mejor que hacer que hablar con Aníbal para que me ayudara a cambiar a Livia de departamento.

Al poco rato de que Fede y Lola (una refinada, elegante y guapa mujer trigueña de ojos claros) salieron de su oficina entré yo.

—Pasa, encanto —me dijo Lola con una sonrisa maternal, dándome dos besos en las mejillas, pues era la mejor amiga de mi hermana desde años y yo la conocía desde entonces—, Abascal ya te puede atender.

Le devolví la sonrisa y miré su hermoso culo contonearse mientras se dirigía a su oficina. Pensar que ella había sido mi amor platónico de  adolescencia y por quien me había hecho mil pajas en su nombre me llenó de vergüenza.

—Aníbal… —dije a mi cuñado cuando me senté delante de su escritorio—, supongo que tienes en cuenta el favor que te hice al convencer a Raquel de que te dejara ir solo a México la semana pasada

—Ajá —respondió mi cuñado sin ponerme más atención.

Aníbal ni siquiera me miraba; estaba inmerso en su laptop escribiendo no sé qué carajos. Se estaba recuperando de una presunta quemadura en el pecho que lo había hecho internarse en el hospital desde el sábado pasado y la mitad del domingo anterior. Al parecer se había quemado accidentalmente con agua hirviendo en la cocina.

—¿Y qué con eso, cachorrito? —me dijo sonriendo con un tono semejante a cuando te enorgulleces de que tu perro fiel haya aprendido hacer una nueva gracia. Odiaba que me dijera cachorrito, pero como me conocía desde que yo era un niño (cuando recién se puso de novio con mi hermana), se le había hecho costumbre molestarme desde entonces con ese apodo—. Si quieres que te lo agradezca, pues gracias, ya que con tu coartada la loca de tu hermana dejó de hincharme las bolas y dejarme ir solo a mi viaje, donde pude follarme a una hembrita con más curvas que la del Paso Stelvio de la montaña en Italia.

—A ver, cabrón, que tampoco le hables así a Raquel ni me digas a la cara tus adúlteras aventuras. Me duele por ella.

—Digo lo que es, Jorgito, yo no me ando a medias tintas: y lo cierto es que cuando hay oportunidad de cogerte a una hembrita como la que me cogí, masticas hasta el agua con tal de lograrlo.

—Eres un viejo rabo verde —me quejé.

—Qué feos modos, Jorgito —espetó con ironía—, como sea, soy un viejo rabo verde que, te apuesto lo que quieras, tiene más vida sexual que tú.

Y tal vez llevara razón. Lo de decirle viejo rabo verde era sólo una etiqueta, pues a sus 42 años, Aníbal Abascal estaba físicamente mejor que todos los chavales de mi edad. Incluido yo.

Por eso lo habían propuesto para aspirante; las cabronas calentonas creían que un tipo con su porte, estatura y rostro de seductor, podría ganar el electorado femenino y convertirse en una aspiración para el género masculino.

Tenía el pelo de color grisáceo, casi plateado, bien cuidado, lo que le daba a su expresión el tipo de aire veterano, misterioso, inteligente y sagaz que a las mujeres tanto les encanta.

¿Quién no querría llegar a la edad de Aníbal teniendo esa apariencia? Pero no. Más que apariencia, en lo que Aníbal más destacaba era en su seguridad.

—Bueno, bueno, Jorgito, dime qué quieres rápido, que yo sí tengo cosas qué hacer —me apresuró.

—Se trata de Livia.

—¿Qué Livia? —continuó tecleando en su portátil.

—¿Cómo que qué Livia, Aníbal? Pues mi novia.

—¿Ya tienes novia? —se burló, descreído—. Vaya, chaval, ¡cuánto has crecido!

Aníbal, el tipo más egoísta del mundo, apenas si se tomaba el tiempo para interesarse en las vidas ajenas que no fueran la suya o la de sus adversarios.

—No te hagas el chistosito, que sabes que vivo con ella desde hace dos años y que es mi novia desde hace cuatro.

—¿Cuatro años que follas con la misma chica? ¿Estás de coña? Ufff. Qué barbaridad. Lo que dirán de mí los colegas si se enteran que eres mi cuñado. Anda, busca en mi agenda alguna hembra y llámala. Yo te recomendaré con la que quieras. Cualquiera de la lista es tetona, culona y con un coño que te mueres. Carne fresca, eso sí. Con lo que me gustan las jovencitas.

—¡Aníbal, más respeto, que tu esposa Raquel es mi hermana y me pone mal que….!

—¿Qué pasa con Linda, pues, muchacho desagradecido? —me interrumpió sin mirarme, haciéndome saber que tenía muchas ocupaciones antes que estar perdiendo el tiempo conmigo—. Si no quieres follar con otras putas, pues allá tú. Dime qué quieres y, por favor, sé breve.

—En primera; mi novia se llama Livia, no Linda, y en segunda; quiero cobrarme ya el favor que te hice sobre tu salida a México.

—Tú dirás, cuñadito, ¿cuánto dinero quieres?

—Dinero no. Más bien necesito que me hagas un favor.

—A ver, a ver, nene, tranquilo —se rió—, que a mí los niñatos como tú no me ponen. Yo no soy de los que padece esas “famosas crisis de los cuarenta” donde se les voltean los gustos sexuales.

—¡Un favor para mi novia! —le aclaré.

—Bueno, si ella está buena y su coñito aprieta, pues con gusto le hago el favor que quieras —se carcajeó, poniéndome rojo de la ira.

—¡Aníbal! —perdí la paciencia.

—Okey, okey, tú no aguantas bromas. Dime, pues, lo que quieres.

—Quiero que, con tus influencias, recomiendes a mi novia en otro departamento de La Sede. Ya no quiero que esté en el que trabaja actualmente.

Fue en ese momento cuando los ojos azules de mi cuñado se clavaron en mi cara. En las cosas de trabajo sí que se ponía serio y adoptaba actitudes intransigentes. Ser un hijo de puta no le restaba méritos a su éxito como profesionista. Aníbal era un irreprochable estratega.

—A ver, Jorgito, como diría Jack el Destripador: vamos por partes, ¿en qué departamento está tu novia y por qué la quieres cambiar?

—En el departamento de prensa, y la quiero cambiar porque ahora mismo sólo la tienen como un bulto, haciéndola escribir notas, bitácoras e itinerarios logísticos que otros se adjudican como suyos —dije.

No pretendía quedar como imbécil ante Aníbal, diciéndole que el motivo por el que quería que me ayudara a cambiar a Livia de departamento se debía a que su “amigo” Valentino el Bisonte mierdero me estaba causando dolores de cabeza.

—¿Qué carrera universitaria tiene?

—Está licenciada en relaciones públicas —le expliqué.

Aníbal enarcó una ceja y me dijo:

—Si tu novia está licenciada en relaciones públicas entonces está en el departamento correcto, el de prensa, que es donde ella se puede desempeñar mejor. No entiendo por qué quieres un cambio para ella. Zapatero a su zapato, Jorgito.

—Ya… te dije que… — Piensa, Jorge, piensa —, que en ese departamento no la toman en cuenta. Tengo entendido que Nadia, la actual asistenta del Bisonte… es decir: de Valentino, dejará el puesto pronto porque se unirá a tu campaña, ¿cierto?

—Sí, es cierto —contestó Aníbal tamborileando sus dedos sobre el teclado.

—Pues resulta que tu querido Valentino le ha ofrecido el puesto a Catalina, que lleva menos de un año como secretaria, cuando ese puesto lo tendría que merecer Livia, que tiene más de cinco años de antigüedad. Por eso quiero que la saques de ahí y la pongas en otro lado donde sí la valoren.

Aníbal suspiró hondo y respondió:

—Lo siento, cachorrito, pero no puedo cumplir tu capricho. Al menos no el de cambiar a tu novia de departamento. El comité no lo aceptaría porque ella no cumple el perfil para estar en otro lado.

—Aníbal… por favor, tienes que ayudarme. Yo te ayudo, tú me ayudas, ¿recuerdas?, un trato entre caballeros.

—Mira, Jorgito. A lo mucho lo que puedo hacer es persuadir a Valentino para que reconsidere su decisión para que sea tu novia su nueva asistenta y no Catalina.

Sentí que un escalofrío se trazaba en mi médula espinal.

—¿Qué? —exclamé aterrorizado.—¡No, eso no!

—¿Quién te endiente, cabrón? —se quejó—. ¿A caso no es eso lo que querías?, ¿que valoren el trabajo de tu novia? Pues ya está. Si ella tiene la cualificación correspondiente, el puesto será suyo.

—¡Pero… Aníbal! —Las cosas se me estaban saliendo de control, y tenía que parar con esto ya.

—No se hable más, Jorgito —Aníbal zanjó el tema—. Déjame los datos de tu novia con Lola que ya los revisaré luego para hacer la propuesta.

Valiendo pito. Ahora sí que me había salido el tiro por la culata. Un nuevo escalofrío me recorrió el cuerpo y me dejó sin habla momentáneamente. Si bien no era exactamente esto lo que buscaba… tuve que pensar en frío y tomar en cuenta que si a Livia le daban el puesto vacante que dejaría Nadia, no sólo sería un gran logro que la haría sentirse realizada, sino que ganaría casi el triple de sueldo de lo que ahora percibía.

El problema radicaba en que, de aceptar la ayuda de Aníbal, sería tanto como entregar a mi novia a Valentino en bandeja de plata. Y no era eso lo quería. Pero tampoco podía ser egoísta y dejar pasar esta oportunidad para Livia por un mis putos celos de mierda. Tenía que tomar una decisión rozable cuando antes. A mi cuñado no le gustaba esperar.

Vaya paradoja más absurda tenía encima.

—Está bien —dije sin pensarlo más, esperando no arrepentirme de esto el resto de mis días—, que así sea.

—Bien, Jorgito, entonces dalo por hecho —me dijo mi cuñado escribiendo una nota en su agenda—. Por cierto, es extraño que tengas cuatro años con tu novia y yo no la conozca. ¿No la llevas a las cenas familiares?

Mi hermana Raquel, en medio de sus crisis nerviosas, nunca estuvo de acuerdo en que tuviera novia. Pese a llevarme quince años, éramos muy unidos, hasta que conocí a mi ángel. Por eso, Raquel veía en Livia a una mujer que le había robado mi cariño. Y la detestaba. Cada vez que Livy y yo nos reuníamos con ella, Raquel la insultaba y la trataba mal.

Yo no podía hacer nada para evitarlo, porque contradecir a Raquel la enfermaba más, así que decidimos que en las reuniones donde estuviera mi hermana presente, Livia se ausentaría. Y mi novia lo comprendía. De todos modos, me parecía una pendejada que Aníbal no supiera quién era mi prometida si ella trabajaba en La Sede desde hacía cinco años. Al menos de vista la tendría que haber visto alguna vez.

Pero claro; es evidente que una mujer que no enseña tetas ni culo no es prioridad para la vista de ningún degenerado como él.

—Aníbal, yo también necesito que me den un mejor puesto en La Sede. Estudié gestión empresarial y me tienen siendo el secretario del secretario de tu secretaria. Además tengo un curso en diseño gráfico en el que soy muy bueno. También me podrías poner en el departamento de prensa para hacer diseños, retocar fotos o hasta modificarlas. Pretendo casarme con Livia el próximo año después de las elecciones municipales de junio y necesito mejorar mi economía para comprar una casa y darle una vida mejor.

—Me gusta que seas ambicioso, Jorgito, pero… ¿para qué quieres un ascenso tú? No tiene nada de malo ser el secretario del secretario de mi secretaria. Me gusta que estés conmigo. Aunque no lo creas, me eres muy útil. Además, cada vez te doy un bono más generoso que el anterior por mantener tranquila a Raquel… cuando lo necesito.

—¿Y te parece decente que yo, siendo su hermano, me venda contigo para hacerte coartada cada vez que te quieres largar de viaje con alguna de tus amantes? Eso es ruin y perverso.

—Si ya aumentaste las tarifas por tus servicios de tapadera, cuñadito, entonces dime y te pago más.

—Yo no quiero vivir a costa tuya, Aníbal, ni que mi hermana un día descubra que yo…

—Ya, ya, ya… está bien, Jorgito, no seas fastidioso. ¡Qué feos modos! Pero bueno. Esfuérzate más y a lo mejor te doy un mejor puesto el año entrante, durante mi campaña —dijo un Aníbal cada vez más cansado de mi presencia y rabietas—. ¿Algo más que quiera el señor Soto?

—Sí —admití.

—¡Huevos! ¿Ahora qué?

—Que no le digas a Livia jamás que yo intercedí ante ti para… esto. Quiero que mi novia piense que el ascenso es por sus capacidades (que las tiene, pero en esta puta Sede nunca la toman en cuenta) y no por influencias. Si ella… se enterara que tú me ayudaste… me cuelga de los huevos.

Aníbal torció un gesto pero asintió con la cabeza.

—Será como tú quieras, Jorgito. Te prometo que Linda no  se enterará que anduviste lamiéndome los huevos para conseguir la vacante de Nadia.

—Serás cabrón —mascullé, levantándome de la silla, indignado.

—Es broma, cuñadito, es broma —le oí carcajearse—. Yo también te quiero. Por cierto, Lola te hará llegar la invitación para que tú y tu novia vengan a la cena de gala que ofreceré el próximo sábado donde celebraré el inicio de mi precampaña.

—Todavía no te han elegido como aspirante de Alianza por México, ¿y ya estás iniciando con tu precampaña? No creo que le guste esto a la doctora Olga Ernidia si se entera.

—Ganaré, cachorrito, juro que ganaré. Y pues si quieres ir a la fiesta, ya sabes que tienes vía libre. Lo que piense Cerdinia me tiene sin cuidado, aunque preferiría que ignorara lo de la cena.

—No sé si sea buena idea ir —admití.

—¿Por qué?

—Porque… Raquel… a mi novia…

—Mi esposita no quiere a tu novia —puso los ojos en blanco—, ¡qué sorpresa! ¿Tu hermana a quién mierdas quiere, Jorgito, salvo a ti? Ni siquiera a sus hijas. Pero bueno. A ti que te valga pitos y ya. Te quiero el sábado en la fiesta por si Lola o Patricio necesitan ayuda.

—Ya se me hacía raro —me quejé—. Que te quede claro que si voy a tu dichosa fiestecita será en calidad de invitado, no de criado de Lola, Pato o tuyo.

—Está bien, como quieras. En todo caso, espero que vayas. Al menos podrás mantener en calma a Raquel si acaso se le mete por el culo el demonio del desmadre y las imprudencias.  Ah, y sirve que aprovechamos la ocasión para que me presentes a tu novia y me convenza mejor de que ella tiene las actitudes para el cargo de asistenta de prensa.

—No pretenderás hacerle una entrevista de trabajo a Livia en plena fiesta, ¿verdad? —le pregunté.

—Por supuesto que no, cachorrito. Pero tú sabes que yo tengo ciertas cualidades para analizar a las personas con solo verlas. Ten la seguridad que una mirada me bastará para saber si tu querida Linda está cualificada para el puesto o no.

—En ese caso, ahí estaremos el sábado en la noche. Y, entiende, carajo: se llama Livia, no Linda.

Aunque esto no era exactamente lo que esperaba, tuve que reconocer que Livia se pondría feliz cuando se enterara que había probabilidades de que obtuviera el puesto de Nadia. Ahora sólo me faltaba hacer todo lo posible para que esa noche luciera espectacular, a fin de que causara una excelente impresión en Aníbal y éste, a su vez, no tuviera la menor duda de que ella estaba perfectamente cualificada para el puesto.

¿Qué podría salir mal?

16. EN EL BAR

JORGE SOTO

Viernes 30 de septiembre

22:23 hrs.

Sería cosa del diablo o de Dios, pero Valentino Russo fue enviado por Aníbal al día siguiente de que se llevara a mi Livia al dichoso “coctel” a una diligencia en Houston Texas que lo mantuvo fuera de Monterrey el resto de la semana, por lo que Livia estuvo totalmente libre de sus garras durante esos días.

Y yo feliz de sentirme bastante aliviado de estrés.

Aunque el sábado 1 de octubre regresaría (y me lo volvería a topar en la fiesta de Aníbal), me conformé con haber dormido en paz esos días.

Livia y yo no pusimos hacer el amor durante la semana porque aún tenía secuelas ligeras en mi prepucio. Y aunque ella comprendió el motivo de nuestra abstinencia sexual, sintiéndose, incluso un poco culpable, a la vez pude notar un deje de frustración en su cara.

De no ser porque Livia era Livia, mi inocente y pudorosa Livia, habría jurado que durante las duchas nocturnas (en que por cierto tardaba más tiempo de lo usual encerrada en el baño) la había escuchado jadear: proferir gemidos suaves y candorosos, como… Como si se estuviese masturbando. Aunque no lo creí. Desde la última vez que me había corrido viéndola jugar con su delicioso y mojado coñito, mientras metía sus dedos en la vulva recostada en el sofá, ella no lo había vuelto hacer. O no que yo supiera.

En algunas ocasiones la había escuchado jadear entre sueños, aunque supuse que tenía pesadillas. Hacía mucho que no le pasaba. Por lo demás, todo transcurrió tranquilo.

Ese viernes, en particular, un día previo a la cena en la mansión Abascal, revelé a Livia la intención que tenía el área de recursos humanos de ofrecerle el puesto de Nadia como asistente del Bisonte de Valentino, por lo que me propuse llevarla a un bar para celebrarlo. Hacía muchísimo tiempo que no íbamos a locales así para bailar, pues no éramos mucho de bares ni discotecas. Livia todo ese día estuvo que no se lo creía, incluso vi en la cafetería cómo Leila la abrazaba y la llenaba de besos en las mejillas… algunos muy cerquita de su boca.

—¡Sigo sin podérmelo creer, Jorge! —continuó Livia esa noche mientras se subía por sus gordos muslos una de sus faldas negras de trabajo, la menos formal, ya que había renovado su guardarropa de oficina (que por cierto cada falda y blusa que se ponía día a día superaba en sensualidad al atuendo anterior), pero todavía no había comprado ropa para discotecas y fiestas.

Lo cierto es que no éramos muy asiduos a salir a ese tipo de lugares (preferíamos descansar los fines de semana en casa viendo películas o series en Netflix, aunque esporádicamente sí que salíamos al cine o cafés).

—Por cierto, bebé —me dijo Livia al cabo de que yo me ponía unos vaqueros y una camisa de cuello de tortuga, pues el frío comenzaba a manifestarse en la ciudad—. ¿Te sentaría mal si pido a Leila que me acompañe mañana temprano a comprar un vestido para la fiesta de Aníbal? Ya ves que al final te cerró la boca por el buen gusto que tiene.

Puse un aceite “aplaca pelos” en mi cabeza a fin de que mi ensortijada cabellera pelirroja se quedara en paz.

—Está bien, Livy —me encogí de hombros—. La verdad es que debo reconocer que la ropa ejecutiva que  te ayudó a elegir la Campamocha esa no es tan vulgar como habría imaginado, lo que me tranquiliza. Aunque sí debo confesarte que de todos modos me parece que tus faldas son demasiado… ceñidas, lo que provoca que se te insinúen demasiado las caderas y las nalgas. No creas que no me he dado cuenta de cómo te miran el culo y las tetas nuestros compañeros.

—Yo no tengo la culpa de estar tan nalgona y chichona, cariño —rio coqueta mientras se alisaba su larga cabellera color avellana.

—No, no, picarona, claro que no tienes la culpa de ser tetona y nalgona. Además no es ninguna culpa, porque tu cuerpo me tiene loquito. Lo que sí es que hoy mientras te cambiabas he echado un vistazo rápido a las faldas que usarás la próxima semana y creo que hay algunas demasiado cortas y blusas… un poquitín escotadas.

Livia se estaba poniendo un labial en tonos uva y un poco de máscara para pestañas que la hicieron lucir preciosa y muy sexy.

—Bueno, ya, con las pantimedias no se notará tanto lo corto de las faldas, y mis sacos evitarán que mis pechos se vean de más, que tampoco son tan escotadas, niño bobo, que yo no habría comprado algo así, con lo vergonzosa que soy.

Me parecía inaudito que en sólo quince días Livia se sintiera más segura que antes. Me alegraba, sí, pero pensé que la prueba de fuego la tendría al día siguiente, durante la fiesta de Aníbal.

—¿Qué crees que me pregunte tu cuñado? —se interesó en saber cuando la ayudé a calzarse un par de tacones de plataforma en sus preciosos y nacarados piececitos, de esos que muestran las uñas, que por cierto pintó de uva, como sus labios.

—Nada —le contesté—. Le pedí que no te importunara con una entrevista de trabajo en plena fiesta.

—Menos mal, cariño, porque a mí ese tipo me intimida.

—Ya verás cómo te tratará bien.

—¿Entonces él ya sabe que me ascenderán, Jorge?

Tragué saliva. Si supieras, Livia.

—Sí, claro, se enteró porque es uno de los miembros importantes del comité.

Ayudé a Livia a ponerse en pie y me di cuenta que me sacaba un palmo con esos tacones.

—¿Me juras que en este ascenso… no tuviste nada qué ver tu, bebé? ¿No involucraste a Aníbal?

—Te juro que no, preciosa —mentí un poco nervioso—, Lola me dijo esta mañana que había visto por casualidad unos archivos de recursos humanos donde… el mismo Valentino te había propuesto como su nueva asistenta. Ya ves que en un par de semanas Nadia se une a la precampaña de Aníbal. Y pues nada, mi cuñado se enteró y quiere que te presente ante él mañana, para que apoye tu nuevo puesto ante el comité, por eso me interesa que mañana vayas muy presentable.

—Vaya —suspiró Livia roseándose perfume en su cuello—, y pensar que Catalina ya había dicho a todas en el departamento que el puesto de Nadia sería suyo. Nunca pensé que mi jefe, después de todo… me consideraría para él.

—Pues ya ves… —resoplé un tanto disgustado, rezando para no arrepentirme nunca de la decisión que había tomado—, ahora el Bisonte ese tendrá la suerte de verte el culo y las tetas más de cerca todos los días, que es lo que quiere.

—Jorge, por favor —respondió Livia con acritud cuando salimos del apartamento rumbo a nuestro pollo—, ni al caso tu comentario. Valentino apenas si me miraba en el departamento. Para él yo siempre fui un cero al izquierda. Por eso me tomó por extraño que el lunes me pidiera acompañarlo a ese coctel con el director editorial del Diario Oficial de Monterrey. Como ya te conté, a Nadia no le cayó en gracia que yo ocupara su lugar, ¿y qué te digo de la mirada asesina que me lanzó Catalina cuando me vio llegar con él?

Como olvidar ese día. Aunque llegaron al mediodía, la verdad es que me había tenido angustiado. Menos mal todo había sido rápido y sin mayores contratiempos.

—No peques de ingenua, querida —le dije cuando di marcha al nuestro auto—, que si Valentino no te miraba antes era porque no sabía lo buena que estabas. El lunes por fin te miró con tu nuevo look y por eso te pidió que lo acompañaras a ese coctel. Nadie pasa por alto un buen culo y unos buenos pechos como los tuyos —Livia puso los ojos en blanco—. Ahora tendrá la oportunidad perfecta de tenerte cerca y repasarte todo el cuerpo de arriba abajo, pues estarás más cerca de él.

—No seas bobo, nene, que yo no soy la clase de mujeres que él frecuenta. Así que tranquilo, que tampoco sé por qué te cae mal mi jefe si no te ha hecho nada. En el fondo no es como piensas. Es amable y nunca he sabido yo que acose a nadie.

—No es que me caiga mal, Livia, sólo que, bueno, tampoco es como si me vaya a poner a admirar y decir cositas lindas al cabrón que el lunes pasado tan solo ver a mi novia, se la tragó completa con la mirada.

Livia se echó a reír. ¿De veras no se había dado cuenta de cómo el Bisonte la había mirado de arriba abajo con lascivia, o fingía no haberse enterado para dejarme tranquilo?

—Bueno ya, bebé: al menos con tu actitud me queda claro de que no tuviste nada que ver con mi  ascenso. Otro en tu lugar jamás habría promovido un puesto para su novia sabiendo que hacerlo significaría dejarla en los brazos del hombre al que tanto cela.

—Muy graciosa —respondí con amargura.

JORGE SOTO

Viernes 30 de septiembre

22:47 hrs.

En poco tiempo llegamos a un bar bohemio llamado “Zeed” que, decía mi amigo Pato, solía ser muy tranquilo, ideal para Livia y para mí.

El sitio no era muy espacioso, pero sí bastante tranquilo y agradable como me lo había anticipado Pato. La arquitectura era muy artesanal donde primaban los muebles de madera y olores de hierbas naturales.

En el fondo del bar había un escenario donde estaba un hombre tocando con su guitarra melodías exquisitas de Carlos Santana, y al frente figuraba un pequeño espacio para bailar.

Había de todo en ese lugar: parejitas bailando acarameladas allá en la pista, mujeres solas esperando hombres que les invitaran las bebidas y, por qué no, también alguno que  otro machito cazador esperando abordar a alguna chica buena para llevársela a follar.

La barra de bebidas estaba casi en la entrada, así que procuramos buscar una mesita que estuviera cerca de allí. Se acercó un mesero y pedimos un par de clericós, cacahuates y una barra de chocolate artesanal para Livia.

—Excelente recomendación nos hizo Patricio —reconoció Livia, mirando hacia todos lados contenta—, aunque creo que vengo demasiado formal para llamar la atención como esas. —Y echó una mirada furtiva hacia la mesa yuxtapuesta donde estaban sentadas un par de mujeres de apariencia zorrona y maquillaje excesivo, a las que se les desbordaban los pechos por el escote de sus putivestidos, que eran tan cortos que en un descuido hasta se les podrían ver las tangas.

—Tú eres más sexy que ellas —afirmé, echando un nuevo vistazo a las calentonas esas, que tenían toda la pinta de ser caza viejitos con dinero.

—Pues a ver si me lo demuestras dejando de mirarlas a hurtadillas, guarrillo —me acusó con una sonrisa—, que se te salen los ojos.

—Ni quien las vea, loquita —sonreí poniéndome colorado. No era usual que me quedara mirando a otras mujeres que no fueran mi novia, ni mucho menos que ella me atrapara morboseándolas.

—Claro que las miras, porque ya una vez me dijiste que te pone cachondo ver a esa clase de… busconas con apariencia de prostitutas.

Volví a echarme reír cuando nos acercaron los cacahuates y dos vasos con agua mineral. El camarero prometió traernos pronto los clericós.

—Bueno, tú también te pondrías cachonda si miraras a un tipo buenorro en ropa interior.

—¿O sea que sí te han puesto cachondo esas cualquieras? —me miró acusadoramente dando un trago al agua.

—No, mi ángel, aquí mis ojos están fijos en ti.

—Mentiroso —fingió hacer un puchero.

Me acerqué a mi novia y la besé. Ella correspondió mi beso acariciándome las mejillas con sus cálidos dedos.

—Como sigas mirando a esas zorras, Jorge, te juro que un día le pediré prestado a Leila un vestido como esos y me vendré a un bar yo sola para que todos me admiren, a ver si se te quita lo mirón.

Me eché a reír ante sus bromas. Ella sería incapaz, con lo miedosa que era.

—Sí, claro, Livia, con lo valentona que eres.

—¿No me crees, pequeño listillo? —me desafió, mordiéndome suavemente el labio inferior.

—No —confesé.

—Ya lo verás, un día… y entonces no me reclames nada.

Volví a besarla con suavidad.

—Con la música de Carlos Santana ya hasta me estoy poniendo cachondo —le confesé.

Livia abrió los ojos feliz y vi un atisbo de fuego en su mirada.

—¿Eso significa que ya no te duele… tu pene?

—Ya no tanto cariño, si quieres lo podemos intentar esta noche, cuando volvamos a casa.

—¿Te imaginas?, Jorge —me dijo en un susurro—, tú y yo, haciendo el amor, intercalando gemidos y pequeños tragos desde una copa de vino: caricias feroces que enciendan la piel, en tanto olfateamos fresas nadando en chocolate fundido. Y nuestros cuerpos desnudos chocando uno con el otro, al compás del erotizante tema Europa, de Carlos Santana.

—Joder, Livia —me prendí—, te estás convirtiendo en una niña muy traviesa.

—¿Te molesta?

—Me encanta. —De algo estaban sirviendo las novelas eróticas que le había regalado, sin duda.

Ella lamió mis comisuras, gimiéndome casi en la boca, y me respondió como una gatita mimosa:

—Me tienes en abstinencia, mi amor, y me siento muy mojadita justo ahora.

No pude evitar que mi polla se manifestara en mi pantalón. Me alegró que la erección ya no me doliera tanto como los días anteriores.

—Vámonos entonces, que te quiero hacer cositas.

—No, no —sonrió—, primero bebemos, bailamos y después nos vamos.

—Y estos idiotas que no nos traen las bebidas —me quejé, separándome un momento de Livia par a mirar a la barra.

Por suerte pronto nos trajeron las bebidas preparadas a base de vino tinto (que por cierto estaba demasiado fuerte), refresco de limón, cuadritos de manzanas, y nuez. Nos las bebimos en seguida y pedimos más. A la cuarta ronda nos fuimos a bailar al ritmo sensual de las repercusiones de la guitarra eléctrica. Livia me rodeó del cuello y me besó de lengua todo el rato que estuvimos allí, restregándome intencionalmente sus duras tetas sobre mi pecho. Por mi parte, aprovechando la semioscuridad, aproveché para abrazarla fuerte, atraerla hacia mi polla erecta que ya estaba durísima dentro de mi pantalón y sentir sus incitantes respiraciones.

Estaba tan cachondo que hasta había olvidado que con los tacones Livia era ridículamente más alta que yo. Preferí concentrarme en sus labios, que eran excitantes; carnudos, tórridos, hábiles para besar. Y su lengua demasiado jugosa, dulce y diestra. Me gustaba cómo la movía dentro de mi boca, con ímpetu, chapaleando, en tanto despedía abrasadores y eróticos gemidos que me trasmitían lujuria dentro de mí, haciéndome eco en los oídos.

Acaricié sus caderas hasta posar mis manos en su culote, al que amasé con gusto, perdiendo la paciencia, con deseos de desnudarla allí mismo y follarla delante de todos.

—Te amo, Livia —le dije entre jadeos.

Ella no respondió, porque estaba prendada de mi boca, deseosa, caliente, desatada, pasándome a mi paladar de su saliva. Continuó restregando sus montañas de carne sobre mi pecho hasta que el músico hizo un intermedio.

Recuperando nuestro autocontrol, volvimos a la mesa, para bebernos la quinta ronda de clericós. Puesto que no estábamos impuestos a beber tanto alcohol, pronto se nos subió. Livia estaba acalorada y cualquier cosa la hacía reír. Me dije que tenía que moderarme pues yo era el responsable del volante.

—Ahora sí, cielo, en cuanto nos traigan la última ronda nos vamos, que quiero montarte —me pidió Livia para mi sorpresa, volviéndose a poner labial de uva en sus mullidos labios—. Te traigo unas ganas tremendas, Jorge.

—¿Tanto? —jugué con mi traviesita.

—¿Quieres tocar? —se mordió el labio inferior, seductora, mirando hacia su entrepierna—, estoy escurriendo.

Atribuí al efecto de los clericós su soltura a la hora de emitir esa clase de… frases que, en un estado de sobriedad, habría sido incapaz de pronunciar.

—Llegando al apartamento haremos el amor como te gusta —le dije—. Ah, y si por algo tengo dolor, prometo no dejarte ganosa como la otra vez. En su lugar te haré una comida de coñito que te morirás de placer.

—Ufff, cariño, que ya me dio calor. —Dejó el espejo y labial en su bolso y se echó aire con las manos, carcajeándose.

—Más calor te dará cuando te meta la lengua allí dentro, Livy, en tu conchita carnudita y chorreante.

—No me digas nada ya, que me mojaré más.

Me acerqué a ella para besarla.

—Me fascinas, Livia —admití enamorado—, amo que estés tan cachonda últimamente.

—Así me pones, mi amor.

—¿Alguna vez me chuparás la polla? —dije sorpresivamente aprovechando que estaba en un estado de furor uterino.

—A lo mejor —sonrió provocadora, mordiéndome el labio inferior con suavidad.

—No sabes el morbo que me da imaginar cómo se vería tu boquita rellena de mi polla, Livy, mientras tus gruesos labios la aprietan y tus comisuras destilan saliva.

—Suena… bien, cochinillo.

—Había pensado que para que no sientas ascos podríamos embadurnar mi pene con chocolate derretido.

—Con lo que amo el chocolate —se volvió a echar a reír, mordisqueando la tableta de chocolate artesanal que le había traído el mesero.

—¿Más que a mi pene? —simulé indignación.

—Depende del tipo —respondió, mirando hacia la barra a ver si ya nos traían nuestra última ronda.

—¿Del tipo de chocolate? —quise saber.

—Del tipo de polla —contestó riéndose de nuevo.

—Serás malvada —me uní a sus risotadas, aunque en el fondo no me había gustado para nada su comentario.

—¿Puedo dejarte sola un momento, Livy? —le dije—, tengo que ir a vaciar la vejiga.

—Anda, aquí espero nuestras bebidas —me dijo.

Fui a los mingitorios y justo cuando estaba orinando me entró una llamada de mi hermana Raquel.

—¿Cómo está mi hermana favorita? —le dije con un tono bastante animado.

—Grosero, que soy la única que tienes —se echó a reír—. Llamo para regañarte, mi niño. Ya van quince días que no vienes a verme y te extraño.

—Mañana nos veremos en la mansión, guapa, por la fiesta que organiza tu marido. Yo también quiero verte.

—De eso quería hablarte precisamente.

—¿Problemas?

—Todo lo contrario —murmuró. Se escuchaba tranquila, lejos de su voz chillona, aprensiva y siempre a la defensiva como solía estar—. Me dijo Aníbal que te había invitado a ti y a tu novia a la fiesta, y quiero decirte que vengas con ella sin preocupación. La trataré bien.

Los ojos se me abrieron como plato y sentí un furor en mi pecho. Joder, eso sí que era una sorpresa.

—¿En verdad? —De todos modos la iba a llevar, pero me alegraba que mi hermana tuviera esa disposición para aceptarla. Livia se pondría feliz.

—Por supuesto, Jorge. Para que veas que no he abandonado mis terapias con la psiquiatra. Te he hecho caso y mira, me siento un poco más tranquila. Aunque bueno, supongo que la medicación también me ayuda.

—Pues gracias, hermana, no sabes lo bien que me sienta oírte hablar así. Por cierto, ayer hablé con mis preciosas sobrinas, y me han dicho lo bien que están en la universidad en Inglaterra, aunque dicen que me extrañan.

—Tú sabes lo que te quieren las gemelas.

—Y yo a ellas, Raquel.

—Anda, pues, hermanito. Y ya duérmete, que ya casi es la medianoche. Me saludas a… ella.

Todo me estaba saliendo de maravilla. Parecía que era mi día de suerte. Sacudí mi polla sobre el mingitorio y me subí la cremallera. Había tenido bastante hinchadas las bolas de tanto semen contenido luego de una semana entera sin follar con Livia, y luego con la vejiga a reventar, apenas me supo bien orinar.

Al volver a la mesa tuve un ataque de pánico al no ver a Livia por ningún lado. No estaba ni siquiera su bolso.

—Mierda.

Miré hacia todos lados con el pecho temblando de pavor y a los segundos la encontré en la barra. Detrás de Livia había un hombre que casi estaba encima de ella, restregándole el paquete en su culo, en tanto mi novia permanecía de espaldas al tipo y de frente hacia el bartender, que le estaba entregando nuestros clericós.  ¡Joder!

El hombre la cogió por los hombros y empujó su pelvis aún más hacia mi Livia, restregándosela mayor ímpetu. Con el movimiento parecía querer pretender frotar su verga sobre las nalgas de mi novia, traspasar su falda y metérsela por el coño: y, a su vez, que su boca llegara a la altura de su oreja derecha para decirle no sé qué.

Me quedé paralizado al ver la pasividad de mi novia en medio de semejante hecho. Tragué saliva y el corazón me latió fuerte.

—¡Livia! —la llamé con furia, acercándome un poco más sin llegar a ir hasta ella.

Cuando oyeron mi voz, ambos se volvieron hasta mí. Livia parecía absorta, como ida, pero el hombre reaccionó normal, mirándome con desafío. Para colmo de males ahora la tenía cogida por la cintura, a su lado, y ella sin decirle nada.

El tipo debía tener algunos cuarenta años, un poco gordo, alto y, por lo que se veía, no tan feo. Poseía una cazadora negra, barbado, pelón al estilo de Valentino, con una apariencia similar a los bickers, esos motociclistas aventureros con cara de matones que viajan por el mundo.

Livia parecía un poco nerviosa, pero no hacía nada para quitar la mano del tipo de su cinturita. El hombre le dijo algo en el oído y ella asintió con una sonrisita incómoda. El cabrón sacó su teléfono y pareció anotar algo que Livia le dictaba con rapidez.

¡Joder! ¿Le estaba dando su número?

—¡Livia, carajo! —insistí de nuevo.

Al fin mi novia reaccionó, cogió ambos clericós con sus manos y, con torpeza, se deshizo del tipo, no sin antes recibir un beso suyo en las mejillas.

El tipo ese no dejó de mirar el culo de mi novia hasta que ella se posicionó en la mesa y dejó las bebidas. Ambos nos sentamos y vi cómo el bravucón ese se retiraba hacia una mesa en la esquina opuesta a la nuestra, donde un grupo de gigantones vestidos como él lo recibió palmeándole los hombros y vitoreándolo en tanto echaban miradas burlonas hacia mí.

—¡Con una chingada, Livia! ¿En qué estabas pensando cuando te fuiste sola a la barra? —le reclamé—, ¿te volviste loca?

—Lo siento, nene —Livia estaba nerviosa, sudando frío, con los labios temblando—; no creí que tuviera nada de malo ir personalmente por los clericós, que ya no los estaban tardando… cuando de repente el tal Felipe se me apareció detrás de mí y pues ya sabes…

—¿El tal Felipe?

—Creo que así me dijo que se llamaba.

—¡Carajo, mujer! ¿Has visto la facha que tiene ese tipo?  ¡Encima te restregó la verga en el culo!

—¡No me regañes, que estoy bastante asustada!

—¡No parecía! —le recriminé—. ¡Estabas tan asustada que hasta tiempo tuviste para darle tu número de teléfono!

—Perdón —respondió de nuevo y agitada, dando un largo trago a la copa.

—¿Entonces sí le diste tu número de celular, Livia Aldama? —Sentí que un montón de piedras ardientes se me atoraban en la garganta.

—¡Fue la única forma de quitármelo de encima! —se excusó sacudiendo la cabeza—. Ya viste que aunque me llamaste y le dije que eras mi novio ni siquiera por eso se apartó de mi lado.

—¡Pudiste darle un número falso, y no el real!

Me estaba llevando la chingada a lo más hondo de los abismos. La rabia la tenía pintada en la cara y por eso Livia evitaba mirármela.

—¿Y si me llamaba y descubría que no era el real? —respondió de nuevo con otro absurdo.

—¡Entonces tuviste que haberte negado, Livia! ¿Cómo has podido cometer semejante estupidez?

—¡Que no me regañes, por favor, Jorge! perdón, ya te dije que me puse nerviosa. Igual y no es para tanto.

—¿No es para tanto? ¿Qué tal y te llama?

—Si me llama bloqueo su número y punto.

Entonces comenzó a lloriquear, y sólo así fue como la rabia se me escapó del cuerpo de golpe.

—¿Nos podemos ir ya? —me dijo limpiándose las lágrimas—, ¿o vas a seguirme gritando?

—Livia… por favor —sentí un nudo en la garganta—. ¡Entiende que me asusté al no verte por ningún lado! Me impresioné al descubrir que un tipo estaba… junto a ti y que… tú no hicieras nada para apartarlo.

—¿Y qué querías que hiciera, si era enorme? ¿A caso no lo viste?

—¡Darte tu lugar como una señorita decente, eso debiste hacer! ¡Darte a respetar como mi mujer! —volví a encenderme—. Pero es que parecía que estabas encantada sintiendo cómo te restregaba el rabo por detrás. ¿A caso te gustó sentir su obsceno bulto?

—¡Me estás ofendiendo, Jorge Armando!

—¡Tú me acabas de ofender públicamente a mí, Livia Estefanía! ¿Ves a esos cabrones de allá? —señalé con la nariz hacia la esquina, donde continuaban las carcajadas de esos tipos—. ¡Se están burlando de mí por el cómo me has dejado en ridículo ante ellos!

—¿Entonces eso es lo que verdaderamente te preocupa, Jorge? —me reprochó Livia indignada—. ¿Que te haya dejado ridículo ante ellos en lugar de preocuparte por mi integridad? ¡Valiente novio tengo a mi lado!

—¿Qué dices, mujer?

—¡Lo que digo es que si para la próxima vez adviertes que otros hombres me están acosando como el tal Felipe ese, tengas los pantalones suficientes para ir a defenderme y no quedarte como bobo ahí parado viendo cómo “otro me restriega” su palpitante y desmedido rabo!

—¿Qué? —Mi rostro debió ser un poema al no poder asumir semejante acusación.

Encima había descrito el paquete de ese cabrón como un…

—¿… “palpitante y desmedido rabo”?

Livia pareció darse cuenta de la magnitud de lo que había dicho y miró hacia otro lado, en dirección de las zorronas de antes.

—¿Has dicho “palpitante y desmedido rabo”, Livia? —volví a preguntar.

—Me refiero… a su hebilla, que la sentí… desmedida por detrás.

—¿Y desde cuándo las hebillas palpitan?

—Jorge, ya basta, por favor.

—¿Estás diciendo que era más grande que “mi rabo”?

—¿Qué estás diciendo, por Dios?

—¡A mí pene nunca lo has adjetivado como un “palpitante y desmedido rabo”!

Se echó las manos a la frente, hastiada.

—Vámonos, por favor —me pidió—, me siento mareada y ya ves que ando diciendo una cosa por otra.

Miré con resentimiento a mi novia (que se había quedado seria y con las cejas enarcadas) y luego hacia la esquina, donde el tipo que se había restregado a ella levantó una cerveza, cínicamente, hacia mí, como brindando su imperdonable falta de respeto. Y no es que yo fuera cobarde, pero no hacía falta ser más listo para saber que terminaría sin cabeza si acaso me atrevía a enfrentarlo con el tamaño que él tenía, sin pasar por alto que sus siete compañeros estaban de su misma camada.

—Pues sí —me resigné—, vámonos. Ya qué.

Vaya nochecita. De empezar tan bien, todo había acabado de la mierda.

JORGE SOTO

Sábado 1 de octubre

01:23 hrs.

Ella no me dijo nada durante el camino, y su ley del hielo continuó hasta el apartamento. De hacer el amor al llegar a casa ni hablar. Me rechazó con frialdad, diciéndome que la había ofendido demasiado y que no le apetecía tener sexo esa madrugada, pues estaba cansada y molesta conmigo.

Me deshice en perdones y atribuí nuestros comportamientos al alcohol. Pero ella continuó montada en su macho.

—Livia, no seas así, perdóname, por favor —le pedí abrazándola por detrás, cuando se dirigía al baño a ducharse.

—Te perdono —me dijo con tono herido—, pero no quiero que me toques, al menos no hoy, que no me encuentro bien.

—Será como tú digas, princesa.

—Gracias. —Y se metió al baño.

La esperé despierto por algunos 40 minutos, pensando en la fiesta de Aníbal que ya sería en unas horas.

Yo me estaba muriendo de sueño, pero de nuevo me extrañó que Livia se estuviese demorando tanto en el baño. De pronto escuché ciertos gemiditos procedentes de allí y me levanté a hurtadillas para investigar lo que pasaba.

A medida que más me acercaba a la puerta, los jadeos se intensificaban. Con el corazón acelerado, los dedos fríos y mi cabeza punzando, entreabrí la puerta del baño para descubrir lo que pasaba dentro.

El vapor del agua ardiente inundaba los cristales y todo el interior del ámbito: no obstante, eso no me impidió ver la brutal imagen de Livia semi-recostada sobre una toalla en la esquina opuesta de la regadera, mordiendo con fuerza unas bragas negras que tenía metidas en la boca, manteniendo las piernas abiertas, en dirección a donde un torrente de chorro de agua caliente caía justo en su encharcada vagina, mientras ella se masturbaba con bestiales y obscenos movimientos.