Pervirtiendo a Ana
Por salvar la situación de su actual marido consigo que mi ex participe en una orgía
Ana había sido mi pareja años atrás. Nos conocimos y ella abandonó a su marido para estar conmigo. Siempre la había considerado una bomba en la cama. Sin duda, esa fue la causa para que mantuviese una relación duradera con ella.
Vivíamos a 300 kilómetros de distancia. Ella en Madrid y yo en una ciudad mediana, aunque por trabajo, solía acudir con cierta frecuencia a la capital.
Continuábamos en contacto, principalmente a través de sms y correo electrónico . Sabía que después de haberlo dejado, o quizá debería decir, de haberlo dejado yo, ella había vuelto con su marido, por la insistencia de este y la complicidad de ella.
Dejé la relación porque no quería tener pareja. Me gustaba Ana para un revolcón en la cama, pero no para tener una relación estable. No quería tener pareja, Ni a ella ni a nadie. Ese fue el motivo. Tal vez pueda parecer egoísta, ególatra o simplemente un cabrón, pero ella sólo me interesaba a nivel sexual.
Le insistía en volver a vernos. La mayor parte de las veces no me contestaba, y si lo hacía, era para negarse. Por mi parte, no paraba de persuadirla. No tenía nada que perder.
Por mi trabajo, soy abogado, acudía a Madrid varias veces al mes,, donde disponía de un pequeño apartamento en el centro, que compré como inversión y para evitarme gastos inútiles de hotel. Normalmente hacía coincidir esa visita en viernes para así aprovechar el fin de semana, donde quedaba con amigos y alguna mujer interesante.
Como estoy explicando, a menudo le mandaba sms y correos para intentar quedar con ella algún día, pero se ponía a la defensiva, alegando que seguía enamorada de mi y no deseaba verme después de haberla abandonado.
Un día pasó algo inesperado. Le mandé un correo bonito, y volví a insinuarle la posibilidad de vernos. No esperaba contestación, y no la obtuve de ella, pero la sorpresa fue que el propio marido lo hizo. Después supe que ella había dejado abierto su correo sin darse cuenta y él lo había visto.
Él conocía de mi persona. Sabía que había sido yo quien había hecho años atrás que su mujer le abandonara. El correo era bastante fuerte, con insultos y amenazas, aunque sin duda, lo que me sorprendió es que lo enviase desde su mail de empresa.
Al día siguiente, decidí llamar a Ana. Me contestó contenta. Aunque no quisiera verme sabía que le seguía gustando. Le expliqué lo que había sucedido con su correo y quedó en llamarme cuando supiera algo.
Al día siguiente lo hizo. Su marido negaba que hubiera visto y contestado el correo. Decía que era todo una argucia mía para acercarme a ella y que no volviese a hablar conmigo, ni tuviésemos contacto de ningún tipo, de esta forma, no habría problemas.
Me molestaron bastante sus mentiras, pero al fin y al cabo, yo tenía la sartén por el mango.
- Ana, cielo. No pasa nada. Si no ha sido él. No tiene de qué preocuparse.
Al día siguiente comencé a hacer mi trabajo. Hablé con el departamento jurídico de la empresa, y les indiqué que pondría una demanda por injurias realizadas por un empleado de la empresa a través del correo corporativo.
Unas cuantas llamadas y un par de reuniones sirvieron para que la multinacional en la que trabajaba el marido supiera que podría conseguir una fuerte indemnización si llevaba a juicio el caso. Ahora sólo tenía que esperar.
No fue demasiado. Al día siguiente recibí una llamada de Ana.
- Pedro. Por favor.......... Tienes que retirar la denuncia que has hecho contra la empresa de mi marido.
- ¿Retirarla? ¿Por qué me pides eso? Según tu marido él no me ha enviado nada, con lo cual, no tendrá problemas. No tiene que preocuparse. Habrá juicio y yo lo perderé.
Lo que hablaba era para enrabietarla, ya que sabía que era poseedor de la razón.
- Ayer me confesó que lo había hecho. Te envió ese correo por un ataque de celos. Por favor.... Hazlo por mi. Retira la demanda. Si no lo haces, él perderá el empleo. También me perjudicarás a mí.
Me sentía feliz. Sabía que ahora tenía todo a mi favor. Haría cualquier cosa para convencerme.
- No sé, Ana. La verdad es que me sentí muy violento cuando leí eso, y una indemnización de una multinacional de ese calibre nunca viene mal.
Afortunadamente, no tenía problemas de dinero. Mis honorarios como abogado me generaban los suficientes recursos para vivir muy bien, incluso para darme todos los caprichos que deseaba.
- Pedro. Vamos a vernos y hablamos esto en persona.
- Vaya ¡¡¡ Ahora quieres verme ¡¡¡¡ Una cagada de tu marido lo hará posible.
- Dime cuando quieres verme y estaré donde me digas.
- Te propongo algo. El viernes a las 5 de la tarde, después de tu salida del trabajo, quiero que vayas a mi casa y te quedarás conmigo hasta el sábado por la mañana.
- Sabes que no puedo faltar una noche de mi casa. Estoy casada.
- Seguro que buscarás una excusa. Tienes buenas amigas. Te espero el viernes. Un beso.
Colgué el teléfono. Sabía que iría. Todas las fantasías que había tenido con ella después de dejarla las iba a hacer realidad.
Por fin llegó el día deseado. Me lo tomé libre. Ya dormí el jueves en mi piso y el viernes me levanté tarde y no hice nada hasta la hora de la cita.
A la hora acordada Ana llamó a la puerta. Me había vestido bien, con unos pantalones chinos y una camisa de manga larga. Ella venía con unos pantalones tejanos y una camiseta azul. Estábamos al principio del verano y hacía calor.
Entró en la casa. Nos dimos un beso en los labios. Era evidente que no me guardaba ningún rencor y que también se alegraba de verme. Le ofrecí un refresco que comenzó a beber y casi de inmediato comencé a besarla.
Ardiendo de deseo le saqué la camiseta por encima de su cabeza y empecé a lamer su cuello y a tocar sus pechos por encima del sujetador. Me acordaba de su perfume y muchos recuerdos vinieron a mi cabeza.
Ana no es una mujer espectacular. No tiene grandes pechos, su figura es normal. Rubia natural ,ojos azules y la misma edad que yo, entonces 42 años.
Ella también me deseaba y comenzó a desabrochar mi camisa dejando mi pecho al descubierto.
- Me encanta tu pecho peludo. Sabes que siempre me gustó.
- A mi me gustas tú. Tu perfume, tu pelo, tu cuerpo, esa ropa interior tan bonita que llevas siempre. No sabes la cantidad de veces que he lamentado haberte dejado.
No era verdad. Quería halagarla. Nunca me arrepentí de mi decisión de dejarla. Era muy celosa y me agobiaba tenerla a mi lado, aunque he de reconocer que el sexo con ella era maravilloso.
Acariciaba su cuerpo y le quité el sujetador. Mi boca se dirigió a sus pechos. Al no ser muy grandes, mis labios los abarcaban por completo.
Mis manos bajaban por sus caderas hasta topar con los vaqueros. Llevé mis manos hacia delante y desabroché su botón. Directamente los bajé. Ella hizo lo propio con los míos.
Era un recuerdo que tenía olvidado. Su ropa interior era estilosa, como ella. Su tanga era negro, aunque su fina tela parecía aclarar su color hacia el gris. Era semitransparente por lo que marcaba perfectamente el fino vello de su sexo. Estaba a mil. Quería estar con ella.
Un minuto después, los dos estábamos desnudos. Nos besábamos como posesos y nos tocábamos por todos lados. Estaba muy empalmado, por lo que me decidí a llevarla a la cama.
Ya en ella, continuamos magreándonos. Sin dudarlo, ella agarró mi miembro y lo introdujo en su boca. Lo lamía de forma golosa. Los recuerdos de sus felaciones volvieron también a mi mente. Sin duda, estaba ante una mujer de lo más sensual y sexual.
Decidí tomar la iniciativa y la di la vuelta. Metí la lengua en su coño y empecé a acariciárselo con ella. Empezó a mojarse muchísimo. Sin duda continuaba excitándola, lo que aumentó mi ego.
Al final, tomando la postura del misionero la penetré. Sentía la humedad de su cavidad sexual. Mi pene sentía la calentura y humedad de su vagina. Ella me acariciaba y me hablaba, hasta que dijo las palabras mágicas que no quería oir.
- Pedro. Te quiero.
Estaba a punto de correrme e intenté hacer caso omiso a las palabras, pero sus ojos no mentían. Seguía enamorada de mi.
Pasamos el resto de la tarde en casa hasta el anochecer. Se puso muy guapa, con un vestido negro para salir a cenar.
Le expliqué que no entendía que hubiera vuelto con su marido. Volver con un capullo como él no correspondía a una mujer de su talante. Me explicó que era buena persona y que al dejarla yo, se sentía muy sola. No estaba enamorada de él, pero tampoco deseaba que le pasara nada malo. Por ello me había pedido que retirase la demanda.
- Si haces hasta mañana por la mañana todo lo que yo te diga, no presentaré la demanda. Puedes estar tranquila. Tus deseos los haré realidad Le dije bromeando.
Tomamos algo en una terraza, antes de ir a cenar a un lujoso restaurante de la ciudad para después tomamos una copa. En el pub donde estábamos, fue donde le explique´lo que iba a querer de ella.
Puso el grito en el cielo. Se enfadó muchísimo, pero era mi deseo, lo que tanto tiempo había estado planeando.
- Cuando hemos hecho el amor, te he dicho que te quería. ¿Cómo puedes pedirme que me toquen, que me follen otros tíos?
- Ana, tu marido, imagino que algo hará cuando estáis en la cama, a parte de dormir.
- No es lo mismo, y lo sabes.
Si, lo sabía, pero también deseaba hacerlo. Sabía que si le pidiera que dejase a su marido de nuevo para volver conmigo lo haría sin dudarlo, pero no era lo que deseaba. Quería presenciar como lo hacían con ella. Como tenía sexo delante mío.
- Vamos a ir a un club swinger. ¿Sabes lo que es? Un local liberal, aunque en este caso será una cesión por mi parte.
Aceptó a regañadientes. Tomamos un taxi y nos llevó al local que había elegido para la ocasión. Entramos. Había bastante gente puesto que era viernes. Conocía a parte del público y sobre todo a los camareros puesto que ya había acudido en alguna ocasión
Pasamos a la zona donde estaban los divanes. Quedó bastante sorprendida de la cantidad de gente que había. Muchas personas desnudas, haciendo sexo, otras en ropa interior y la inmensa mayoría con una toalla de ducha que cubría sus cuerpos.
No decía nada, así que le dije lo que debía hacer.
- Tienes que ponerte eso. Quédate sólo con las bragas y ponte la toalla.
Dejó toda la ropa en una taquilla y salió tan sólo con la toalla. La tomé de la mano y nos tumbamos en uno de los sofás. Ahora sólo quedaba esperar.
- Cariño. No puedes hacer esto. Sólo he estado con dos hombres en toda mi vida. Mi marido, después tú y de nuevo mi marido.
- Es hora que aumente el abanico de machos en tu vida.
Se ruborizó y cerró los ojos. Noté como salían un par de lágrimas de sus ojos pero quería llevar mi pasión más o culta hasta el final.
Conseguí que se relajase. Yo sentado y ella tumbada, apoyada su cabeza en mis muslos.
Al cabo de unos instantes llegaron dos hombres, también ataviados con una toalla de cintura para abajo y se situaron a nuestro lado. A uno de ellos, algo más joven que nosotros, le conocía de vista, mientras que el otro, de unos 50 años se le veía bastante suelto dentro del local.
Me pidieron permiso para sentarse junto a nosotros, algo que acepté sin dudarlo. Me parecían perfectos para llevar a cabo mi fantasía de ver a Ana con dos hombres.
- No puedo hacer esto. Me dijo con tono serio
- Si puedes. Podría amenazarte con seguir con la demanda, pero no hará falta. Te conozco y sé que te va a gustar.
- Te estás equivocando.
No quise seguir hablando con ella y empecé a hacerlo con los dos invitados. Lo hicimos brevemente y me dijeron lo bonita que era la mujer que me acompañaba.
- Por supuesto. Asentí. Quería darle el mayor morbo posible a la situación.
Ellos intentaron mantener una conversación con ella. Se encontraba cohibida y sus contestaciones a las preguntas e insinuaciones de los dos hombres eran monosilábicas.
Yo me encontraba sentado, mientras que ella estaba tumbada sobre mis piernas y extendida por todo el sofá. La toalla no llegaba a taparle las rodillas. Mis manos mesaban su pelo rubio.
No nos preguntamos los nombres. El mayor, pasó las manos por encima de la toalla de Ana.
- ¿Estás seguro que es esto lo que quieres? Me preguntó en voz baja.
La sonreí y asentí con la cabeza. Ella se giró y volvió a mirar al hombre que pasaba sus manos por encima.
El más joven se arrodilló entre su amigo y yo. Comenzó a tocarla. Su amigo me miró y noté que me pedía permiso para soltarle la toalla..... Accedí.
El muchacho desató el nudo que le tapaba los pechos y la toalla se abrió. La retiró, cayendo para los dos lados y dejándola con los pechos al aire, a la vista de los tres hombres que allí nos encontrábamos.
Los tocamientos continuaron, ahora directamente sobre su piel. Veía sus mejillas, coloreadas, como solía tenerlas cuando hacíamos el amor. Realmente no sabía si era por eso, o simplemente por el agobio que sentía en aquellos momentos en el que participaba por primera vez en un trío, o en una orgía.
Directamente procedieron a tocar sus pechos. Pasaban las manos por ellos, por su estómago, ombligo. Llegaron a sus bragas y también la acariciaron por encima de ellas.
En esos momentos, ella me miró. Sus ojos expresaban una mezcla de placer y extrañeza por lo que aquellos hombres la estaban haciendo y sobre todo, porque yo estuviese presente.
- ¿Te gusta? Le pregunté, susurrándola al oído.
- No lo sé. No lo sé. ¿Y a ti?
- A mi me encanta.
Tocaban ya su tanga, que era semitransparente y mostraba el sexo de Ana perfectamente. Se notaba su depilación perfecta, en forma de rectángulo, con un pelo corto y aunque ligeramente rubio, oscurecía su braguita gris.
Los hombres me miraron. Parecían pedirme permiso para quitárselo. Notaba que Ana estaba ahora más relajada y sentía que empezaba a disfrutar de la situación.
Mi mano se dirigió al tanga y desplacé el lateral del elástico hacia abajo. Ello dio pie a el mayor de los hombres que continuó lo que había iniciado, bajando sus bragas totalmente y dejando su sexo a la vista de todos los que allí estábamos.
Al coger sus bragas y dejarlas cerca de mí, moví la cabeza, observando que había unas cinco personas observando como tocaban a Ana. Dos de ellas, eran mujeres, algo que me sorprendió.
Comenzaron a besar su cuerpo. El joven era más activo y lamió de forma insistente sus pechos. El otro empezó a hacer lo mismo pero con sus piernas, sus muslos y no tardó en llegar a su sexo. Le hizo separar las piernas, dejando su sexo abierto, con sus labios vaginales por fuera, y con un fácil acceso a su clítolis.
Ana empezó a moverse. La conocía y sabía que disfrutaba de ello. Agarró mis manos, con fuerza, a la vez que se retorcía y gemía de placer.
Sonreí al verla. Aunque no fuese mi pareja la quería mucho. Me alegraba que estuviera disfrutando de algo que yo también gozaba.
Ellos también se quitaron la toalla. Ana, tomó ahora una actitud activa. Se incorporó y levantó al muchacho. Le retiró la toalla y llevó su miembro directamente a la boca. La veía entregada.
La otra persona la tomó de nuevo por las piernas y la volvió a tumbar. El muchacho apoyaba sus rodillas en el sofá para que ella pudiera realizar la felación. El otro hombre volvió a introducir la lengua en su sexo. Por mi parte, me limitaba a acariciarle la espalda. No quería tener sexo con ella. Lo había tenido gran parte de la tarde. Ahora sólo me apetecía mirar.
Me apetecía tocarle la espalda. Llevé mi mano a sus pechos. La acaricié. Los toqué. Algo que había hecho muchas veces, sólo que ahora acompañado por dos personas que tenían sexo con ella y varias personas que miraban.
Imaginaba lo mojada que debía estar. Lo que debía estar sintiendo la boca de uno y el miembro de otro. Sus pechos, pequeños eran firme y ahora estaban de punta. La veía disfrutar y eso me halagaba, me hacía feliz.
El joven estaba a punto de correrse. Lo veía en su cara y en su miembro. Era como ver una película X pero con una persona conocida. La boca de Ana era una maravilla. Podría hacer que se le levantase a un muerto. El chico no iba a aguantar demasiado.
Momentos después, ella sacó de su boca el pene y continuó con la mano mientras pasaba la lengua por sus testículos. En menos de diez segundos un gran chorro de leche manchó su cara.
El hombre de más edad sacó de una pequeña cartera que llevaba con él, un pañuelo de papel que entregó a mi amiga. También cogió de ella un preservativo que abrió delante de mi y se lo puso.
Iba a penetrar a Ana delante de mí. Siempre había tenido una fantasía. A parte de ver como lo hacía con otras personas, muchas veces, en mis noches de soledad me masturbaba pensando que mi pene estaba en su boca mientras otro hombre la penetraba. Por eso lo propuse.
- Ana, cielo. Ponte de rodillas, a cuatro patas.
- No quiero sexo anal. Sabes que no me gusta.
- No te preocupes. El te la meterá por el coño y tú me la chuparás mientras.
Los dos entendieron perfectamente lo que quería. Apoyó sus manos y sus rodillas en el sofá. Yo, que había estado vestido hasta esos momentos, me despojé de mi ropa y me situé también de rodillas en el sofá, colocando mi miembro a la altura de su boca.
El hombre ya se había colocado el preservativo. Aunque no las veía, imaginaba que sus manos palpaban el sexo de Ana. Imaginaba como abría su vagina y como estaba introduciendo dentro de su empapado sexo, su miembro.
Disfrutaba. No podría decir qué me ponía más, si verla con otro hombre, o bien, la felación que me hacía.
Era impresionante. Bajé mis manos por debajo de su cabeza y llegué a sus pechos. No podía aguantar más. La tomé por el pelo, estaba a punto de correrme, pero quería hacerlo dentro de su boca.
Cuando estaba a punto, no la permití sacarla de la boca y eyaculé dentro de ella. Por su parte, mi compañero la movía a su antojo, por lo que se notaba que estaba también a punto de tener un orgasmo.
Las últimas sacudidas me hicieron suponer que iba a correrse. El hombre paró y sacó su pene, colgando el preservativo de la punta.
Se retiraron, dejándonos solos a Ana y a mi. También se quedaron los mirones que habían estado contemplando la relación sexual que habían tenido.
Aunque había visto gozar y moverse a mi amiga, sabía que no había llegado al orgasmo. Por eso, dije a los que miraban si podrían ayudarla a tener un orgasmo.
Una mujer y un hombre se acercaron. Ana quedó sorprendida.
- Nunca he estado con una mujer. Me dijo
- Bueno, hasta hoy, sólo habías estado con dos hombres, ¿no?
- En realidad con tres. Cuando me dejaste, en venganza, quedé con alguien. Hoy te lo puedo decir.
No me importó. Sabiendo lo sexualmente activa que era, resultaba normal que pasara aquello.
Me levanté y dejé mi puesto al hombre. La mujer colocó su cabeza entre sus piernas. Veía como su lengua tocaba el clítolis, y su dedo se introdujo en su vagina. El hombre acariciaba suavemente sus pechos.
Ana gemía, gritaba. Sin duda alguna, en aquella noche, había pedido todo el pudor. Gritó más fuerte y supe que había llegado al orgasmo. La otra mujer, en plan goloso, mostró el dedo húmedo, fruto de los flujos de Ana y se lo llevó a la boca.
Me pidió la llave de la taquilla y se fue a vestir. Minutos después, salimos del local y nos marchamos a casa. Ya allí, me dio las gracias por haberle descubierto un mundo nuevo para ella y haber disfrutado de una noche inolvidable.
Descansamos unas horas, y antes de levantarnos volvimos a hacer el amor. Después se marchó, no sin antes prometerme que nos veríamos pronto.