Pervertido y semental (Parte número 9).

Novena parte de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que, de antemano, agradezco.

Al comenzar las clases Sole y yo nos convertimos en inseparables y siempre íbamos a todos los lados juntos. Sabía que para conseguir algo positivo con las chicas tenía que tener mucha, mucha  paciencia pero los meses iban pasando y ni ella ni yo nos atrevíamos a proponer al otro el mantener nuestros primeros “escarceos amorosos”. Aunque Sole era muy abierta, liberal y moderna, no quería perderla puesto que, físicamente, era el ideal de fémina con el que siempre había soñado por lo que no me atrevía a lanzarme temiendo que, sexualmente, fuera una reprimida. Por ello, tuve que contentarme con nuestros frecuentes “morreos”, con menearme la “herramienta” a su salud a diario y con compartir con ella algunos probadores en los que pude verla varias veces en ropa interior mientras se probaba prendas textiles.

Durante las últimas semanas del invierno y las primeras de la primavera, que la sangre altera, me encontraba tan ansioso por empezar a mantener relaciones con Sole que me tenía que “sacar brillo a la lámpara mágica” varias veces al día. Me fastidiaba mucho el tener que hacerlo en solitario y en esos momentos era cuándo más echaba en falta a Natividad y a Virginia. Estaba tan desesperado que pensé en Marisol, una cuarentona de pelo moreno y altura y complexión normal, casada y madre de tres hijos que, desde que Catalina enfermó y hacía muchos años de ello, se encargaba de nuestro domicilio por lo que, en vez de la asistenta, casi se había convertido en un miembro más de la familia. Aunque sabía que se podía armar una buena si se negaba a ello y llegaba a informar de mi pretensión a Felipe, la propuse que me diera satisfacción sexual. La hembra me miró sorprendida pero accedió a complacerme y desde que ese mismo día me vio y me magreó los atributos sexuales, siempre se encontró dispuesta a “cascármela” por lo que, aprovechando las ausencias de mi padre y de Blanca María, en cuanto la insinuaba que tenía ganas de que me sacara la leche, me decía:

- “Pues antes de que te enfríes, vamos al lío, guapo” .

En ocasiones me la meneaba delante del lavabo para que, al eyacular, mi “salsa” se depositara en él, además de en los azulejos y en el espejo que teníamos delante y otras se sentaba en una silla, me la “cascaba” haciéndome permanecer de pie delante de ella y cuándo estaba a punto de explotar, se introducía mi “tranca” en la boca y me la chupaba mientras la daba “biberón” pero lo que más la gustaba era hacerme permanecer tumbado boca abajo sobre sus piernas para poder darme unos cachetes en la masa glútea mientras le “daba a la zambomba” y que me colocara a cuatro patas abierto de piernas con intención de situarse detrás de mí y metiendo sus manos por mi entrepierna, poder sobarme a conciencia los atributos sexuales antes de irme girando, poco a poco, la verga para que la punta quedara mirando hacía ella y me la comenzara a estimular con movimientos muy lentos al mismo tiempo que me hurgaba en el ojete con dos dedos, previamente ensalivados. Mientras me extraía un par de lechadas, me meaba delante de ella y me dejaba bastante predispuesto para defecar, me solía decir que para una mujer lo más grande en esta vida era el poder ver a los varones bien ofrecidos a cuatro patas; irles girando la “banana” para no perderse ningún detalle de cómo nos iba creciendo en grosor y largura; ver lo espléndida e inmensa que se nos ponía cuándo nos encontrábamos a punto de descargar y como echábamos la leche, sobre todo cuándo los polvos eran tan soberbios como los míos.

Me gustaba que Marisol me descargara la chorra de esta última forma, manteniendo la punta mirando hacía ella, con toda la piel bajada y haciéndome lucir el capullo bien abierto, que me solía estimular con sus masajes ó depositando su saliva, mientras me la “cascaba” lentamente con movimientos de tornillo puesto que sabía que era la manera que más placer me reportaba. La encantaba recrearse en “sacarle brillo a mi lámpara mágica” ya que, según me decía, me encontraba dotado de unos impresionantes atributos sexuales con los que muchas guarras iban a obtener una gran satisfacción sexual al mismo tiempo que me la daban. Marisol era muy perseverante y como no me la dejaba de menear ni durante la eyaculación, siempre me animaba a echar más leche para que quedara más satisfecho sin importarla el tiempo que tardara en expulsarla por lo que lo más normal era que, cada vez que me la meneaba, me sacara un par de lechadas con intención de verme mear después de la segunda ya que lo consideraba tan estimulante como el observarme mientras echaba la leche con fuerza y en espesos y largos chorros.

Durante semanas se conformó con sacarme un polvo doble y su posterior micción pero, luego y diciéndome que al mantenerse mi cipote tan sumamente tieso la hacía suponer que estaba pidiendo a gritos que me diera más tralla, decidió poner a prueba mi virilidad, como antes habían hecho Natividad y Virginia y sacarme con regularidad la tercera lechada. Como premio me besaba en la boca, me dejaba sobarla y mamarla las tetas mientras la tocaba el culo a través de su ropa y cuándo consideraba que me había superado echando “salsa”, se solía abrir de piernas y me permitía meter una de mis manos por debajo de su falda y por su braga para que la acariciara el coño con lo que podía comprobar lo sumamente húmedo que se la llegaba a poner mientras le “daba a la zambomba”.

C o n t i n u a r á