Pervertido y semental (Parte número 8).

Octava parte de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que, de antemano, agradezco.

Permanecí más de tres meses en el “dique seco”, sin recibir satisfacción sexual de una mujer y echando mucho en falta a Natividad y a Virginia. A principios del verano conocí a María Soledad ( Sole ) con la que coincidí el día en que me matriculé para comenzar a cursar mis estudios universitarios. La joven vestía una camiseta de tirantes que la resaltaba el busto y la dejaba al descubierto la parte superior de sus “melones” y del canalillo, una ceñida y corta falda que la permitía lucir sus esbeltas y largas piernas y unas chanclas. Como hice cola detrás de ella y tuvimos que esperar un buen rato, nos pusimos a hablar lo que nos permitió comprobar que, al tener unos gustos parecidos, nos entendíamos muy bien. Al terminar con sus trámites esperó pacientemente a que acabara con los míos para poder presentarnos formalmente y al abandonar la facultad, la invité a tomar un café con leche lo que aproveché para decirla que me encantaría quedar con ella pero me indicó que, durante el verano, residía con su familia en un pueblo de la provincia y aunque me dio su número de teléfono y quedé en visitarla algún fin de semana, me pasé el verano ayudando a mi padre en su taller y tonteando con unas y con otras lo que ocasionó que, al final, ni la llamara ni me desplazara hasta la localidad en la que estaba veraneando.

Como nunca había disfrutado de unas vacaciones en condiciones fuera de casa, antes de iniciar mis estudios universitarios conseguí convencer a Felipe para que me dejara ir a pasar ocho días a la playa en donde el primer día de mi estancia me ligué a Soraya, una preciosa joven a la que conocí en un baile de disfraces al que entré vestido de pirata y del que salí luciendo un corto y escotado disfraz de enfermera puesto que la novedad de tal baile fue el conseguir que cada pareja intercambiara sus disfraces, lo que me correspondió hacer con mi nueva amiga. Sin saber que era de raza gitana y desconociendo las costumbres de su etnia y el gran valor que para ellos tiene la virginidad de las damas, me pasaba el día “morreándome” con ella y “metiéndola mano”, sobre todo mientras lucía “palmito” en bikini. Por la noche íbamos a una discoteca en donde la magreaba a mi antojo con el propósito de ponerla cachonda antes de irnos a la playa en donde Soraya no tardaba en colocarse en posición para que pudiera efectuarla una exhaustiva comida de “chirla” hasta que se meaba en mi boca antes de realizarla el “beso negro” y el “colibrí” con lo que me la terminé de ganar. El cuarto día de mi estancia alquilamos un patinete a pedales y una vez que nos apartamos de la orilla, me bajé el traje de baño y la enseñé mis atributos sexuales. La chica, asombrada, me indicó que no pensaba que los hombres pudiéramos tenerlos tan grandes antes de que me los sobara y de que me “cascara” el “plátano” con bastante buen estilo. La sorprendió que, después de haberme sacado el primer polvo, la hiciera continuar “dándole a la zambomba” hasta que, con agrado y cierta sorpresa, observó que había conseguido extraerme otra gran lechada y que, acto seguido, me meé delante de ella.

Por la noche y después de darla satisfacción, la obligué a chuparme la polla para que me sacara otro par de lechadas pero, aunque por la mañana me había demostrado que tenía cierta experiencia en “darle a la zambomba”, aquella debió de ser su primera felación. La chica puso su boca e incluso me colocó las manos en la masa glútea pero se limitó a chupármela y a dejarse hacer para que fuera yo quien pondría el ritmo a su mamada. Soraya no pensaba que fuera capaz de explotar en su boca por lo que, cuándo lo hice y la obligué a ingerir varios chorros de leche, se puso fatal hasta que, entre arcadas y náuseas, acabó devolviendo. Más tarde me indicó que se sentía muy revuelta y que había quedado como una braga por lo que me pidió encarecidamente que, en las siguientes ocasiones, la echara mi “salsa” en las tetas ó donde quisiera pero que evitara dársela en la boca en donde sí que la agradaba recibir mi lluvia dorada para, al igual que hacía con la suya, ingerirla íntegra.

La quinta noche de mi estancia me aproveché de que estaba bastante “entonada” para, tomando en consideración su petición de que la echara mi leche donde quisiera menos en la boca, penetrarla vaginalmente. La había pensado desflorar en la habitación del hotel en el que me alojaba pero, a cuenta de la “cogorza” que la joven tenía, preferí metérsela en la playa sobre la arena. Se la “clavé a pelo” y a pesar de su casi nula colaboración, pude descargar en dos ocasiones con total libertad dentro de su chocho en cuyo interior, asimismo, me oriné y aunque al principio la dolió, sus contracciones vaginales no tardaron en demostrar que la estaba gustando y que alcanzaba un orgasmo tras otro hasta que, al eyacular por segunda vez en su interior, soltó su lluvia dorada que fue saliendo al exterior poco a poco, cuándo mis movimientos lo permitían, lo que ocasionó que acabara de soltarla después de que vaciara mi vejiga en su interior. La experiencia nos resultó tan maravillosa que la repetimos las dos noches que me quedaban de estancia.

Durante nuestra última velada nocturna y además de hacerla todo tipo de cerdadas, me recreé tanto en darme “arrumacos” y “revolcones” con ella que, al amanecer, aún nos encontrábamos en la playa. Mientras el sol nos daba en la cara Soraya me dijo que, puesto que la había desvirgado vaginalmente, completara el trabajo desflorándola también el culo. Sin esperar mi respuesta, se desnudó por completo y colocándose a cuatro patas, se mostró bien ofrecida. Me dispuse a complacerla para lo que me quité el traje de baño que era lo único que llevaba puesto, me arrodillé detrás de ella y la estimulé el ojete con mis dedos y con mi lengua antes de ponerla la punta de mi “rabo” en el orificio anal que, al segundo intento, la metí entero. Aunque, al ser la primera vez que la daban por el culo no se encontraba cómoda, Soraya al menos mantuvo sus paredes réctales apretadas a mi “salchicha” que, poco a poco, se fue impregnando en su lubricación anal. Me encontraba en la gloria y me llegué a sentir tan estimulado que exploté en su interior con mucha más rapidez de la habitual y más teniendo en cuenta que, durante la noche, la había echado un montón de polvos dentro del chumino, por lo que decidí continuar disfrutando de su soberbio culo.

La estaba dando unos buenos envites anales mientras observaba a sus “melones” en movimiento, cuándo su padre, que había salido a buscarla al darse cuenta de que aquella noche no había ido a casa, nos vio y se dirigió hacía nosotros corriendo por la arena. Fue entonces cuándo Soraya me dijo que era gitana y me pidió que se la extrajera del culo inmediatamente para salir “por piernas” de allí ya que, si su progenitor me “echaba el guante”, me castraría. Se la saqué de golpe, recogí mi traje de baño mientras la joven empezaba a defecar y corrí, con mis atributos sexuales al aire, en dirección contraria a la su padre. Al ser más joven conseguí darle esquinazo antes de llegar hasta mi coche en donde tenía mi ropa. Me vestí y pensando que no tardaría en reunirse todo el clan familiar para buscarme con el propósito de limpiar la honra de la chica y el honor de la familia, me dirigí al hotel en el que me había alojado en donde me apresuré a recoger mis cosas para, antes de lo que tenía previsto, emprender el viaje de regreso alegrándome de haber actuado con tanta cautela a la hora de facilitar información sobre mí a Soraya que poco más que mi nombre conocía.

C o n t i n u a r á