Pervertido y semental (Parte número 4).

Cuarta parte de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que, de antemano, agradezco.

Meses después, al pasar por delante de la librería al volver por la noche a casa, me di cuenta de que, aunque el establecimiento se encontraba cerrado, el almacén estaba iluminado. Pensé que Virginia se había dejado la luz encendida por lo que subí a nuestro domicilio y al no encontrarla en él, localicé las llaves que permitían acceder al local a través de una puerta emplazada en el portal del edificio, volví a bajar y entré en la librería. Como había suficiente claridad me dirigí hacía el almacén con el propósito de apagar la luz pero al oírla hablar con otra hembra, decidí volver sobre mis pasos y cerrar la puerta de acceso antes de encaminarme, sigilosamente, hacía la puerta abatible de madera que separaba la librería del almacén. Estaba abierta por lo que apoyé mi espalda en una estantería y miré hacía el interior. Virginia, que permanecía arrodillada y en bolas, se encontraba acompañada por Natividad que, abierta de piernas, la estaba sobando las tetas mientras lucia su ropa interior manteniendo la braga separada de su raja vaginal y por un pastor alemán al que Virginia le estaba “cascando” la pilila. Su amiga, después de tocar los atributos sexuales al animal que se dejaba magrear dócilmente, la dijo:

- “Venga, cerda, dale un poco más y túmbate en el suelo sobre las toallas y ábrete de piernas que este cabrón la vuelve a tener muy dura” .

La joven hizo lo que su amiga la había dicho y el perro, que debía de estar adiestrado para ello, la cubrió introduciéndola por la “almeja” su erecta y larga pirula y procedió a joderla con rápidos movimientos de “mete y saca”. Necesitó dos minutos escasos para, al mismo tiempo que Virginia llegaba al clímax, descargar dentro de ella mientras Natividad estimulaba analmente al animal con sus dedos, insultaba repetidamente a su amiga y la decía que la encantaba verla convertida en una furcia debajo de Kim, que así se llamaba el perro, que, al acabar de eyacular, la extrajo su gorda y larga “pistola” que le quedó colgando. Natividad localizó la braga de Virginia entre la ropa que ambas habían depositado en el suelo y procedió a limpiarla la raja vaginal que devolvía parte de la leche que el can acababa de depositar en su interior, mientras Virginia decía:

- “Joder con el puto perro, que gustazo me da y que soberbios polvazos me echa” .

Estaba empezando a entrarla la “salsa” perruna en el ojete cuándo el olfato de Kim me delató y colocándose ante mí, comenzó a ladrarme mientras se movía de un lado a otro y me miraba con ojos amenazantes. Natividad, poniéndose apresuradamente su vestido, le dijo que se callara y se sentara mientras Virginia, con todos sus encantos al aire, me agarraba del cuello y me hacía prometerlas que mantendría en secreto lo que había visto. En aquel momento me amedrenté y no me quedó más remedio que darlas mi palabra de que no diría nada pero, una vez en casa, pensé que no se me iba a presentar otra oportunidad como aquella y aunque con Natividad no lo pudiera hacer puesto que el hecho de que viviera con un transexual ó de que tuviera un perro adiestrado para follarse a las mujeres no me parecía motivo suficiente para chantajearla, tenía que aprovechar aquel incidente para presionar a Virginia hasta que accediera a darme satisfacción sexual por lo que, olvidándome de mi promesa, hablé con ella y la dije que lo que había visto era demasiado fuerte como para mantenerlo en secreto pero que me mentalizaría de que no había estado aquel día en la librería y que, por lo tanto, no había visto nada a cambio de que me “sacara brillo a la lámpara mágica” con su mano y de que me la chupara hasta que me sacara la leche cada vez que tuviera ganas y se lo pidiera. Como no se podía exponer a perder el respaldo económico que estaba recibiendo de Felipe si le contaba lo que había visto y bastante sorprendida al saber que era capaz de eyacular, no la quedó más remedio que aceptar.

Para que pudiera darme una prueba de su buena voluntad me bajé el pantalón y el calzoncillo y la mostré mis atributos sexuales con intención de que me estimulara. Al vérmelos se quedó con la boca abierta y me comentó que siempre había supuesto que me iba a encontrar bien dotado pero no que los fuera a tener tan grandes como los de un buey antes de que me sobara, le “diera a la zambomba” y cuándo estuve a tope, me efectuara una breve pero intensa felación con la que consiguió que la echara mi “salsa” en la boca que ingirió íntegra entre ligeras arcadas y náuseas lo que me extrañó puesto que, según reconocía, tenía mucha experiencia en el sexo oral.

En cuanto terminó de tragarse la leche y mientras seguía sintiendo algunas arcadas, me explicó que nunca había mamado un “pito” tan gordo y largo y que era la primera vez que recibía una lechada tan masiva por lo que me pidió que, hasta que se acostumbrara a las excepcionales dimensiones de mi miembro viril y a la ingente cantidad de “salsa” que daba, evitara descargar en su boca pero, como era yo quien tenía la “sartén por el mango” y ella no tenía más remedio que amoldarse a mis deseos, decidí echársela, a mi antojo, unas veces en el gaznate y otras en su “delantera”, que la hice mantener al descubierto.

Virginia llegó a reconocer que si me hacía aquello era más por placer que por la obligación que la había impuesto al chantajearla puesto que la entusiasmaba el poder sobarme los atributos sexuales, que catalogaba de excepcionales, el ver lo inmenso que me llegaba a lucir el “plátano” y el sentirlo duro, erecto y largo dentro de su boca antes de recibir la gran cantidad de “salsa” que echaba al eyacular pero, a pesar de ello, consiguió que me comprometiera a liberarla de la obligación de darme satisfacción sexual cuándo saliera con chicas y comenzara a retozar con aquellas que me hicieran más “tilín” aunque aceptando la condición de que, hasta entonces, se tendría que prodigar en satisfacerme. Por de pronto y aprovechando que Felipe madrugaba para iniciar su jornada laboral muy temprano, la hice acostumbrarse a que todas los mañanas me meneara y me descargara la “lámpara mágica” ante el espejo y el lavabo del cuarto del baño para acudir a mis clases sin demasiadas inquietudes sexuales.

Al llamarla la atención lo sumamente empalmado que me mantenía después de darla mi leche y pensando que podía haber heredado de Felipe su virilidad, una tarde decidió ponerme a prueba por lo que me siguió meneando la polla tras haberse producido mi eyaculación al mismo tiempo que me hurgaba con uno de sus dedos, previamente ensalivado, en el orificio anal con lo que, a base de paciencia y de perseverancia, logró extraerme otro soberbio polvazo. Mi segunda descarga tardó bastante más tiempo en producirse que la primera pero sentí mucho más gusto mientras me salía a chorros la “salsa” y lo más sorprendente fue que, en cuanto acabé de soltar la leche, me entraron unas enormes ganas de mear y como me fue imposible impedir su salida, me oriné delante de Virginia, que continuaba “dándole a la zambomba”, expulsando una abundante y largísima micción que se apresuró a ingerir.

De esta manera la joven comenzó a sacarme dos lechadas seguidas diarias mientras me daba cuenta de que, inexorablemente y por más que intentara evitarlo, me meaba y de que forma, después de mi segunda explosión. A Virginia parecía complacerla que fuera así pero no me indicó que el expulsar la orina tras las descargas pares era bastante habitual entre los varones hasta que me acordé de los comentarios que al respecto había hecho sobre mi padre el día que la escuché hablar por teléfono con Natividad. En pocos días se consolidó mi segundo polvo y unas semanas después, decidí prolongar la duración de nuestros contactos al recuperar la actividad sexual que, anteriormente, habíamos desarrollado con intención de poder darnos mutua satisfacción anal realizándonos el “beso negro” y el “colibrí” antes de hurgarnos con nuestros dedos.

C o n t i n u a r á