Pervertido y semental (Parte número 29).

Parte veintinueve de esta larga historia, con contenido escatológico, que está llegando a su final y que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal espero vuestros comentarios.

Para desagraviar a mi ojete de la penetración anal que me había realizado el supuesto chulo de Ivanka, Svetlana y Yordanka, hice que Andrea, Bárbara, Carolina, Espe, Inés, Judith, Lidia y Sole dedicaran un buen rato a satisfacerme a través del ojete, realizándome el “beso negro” y el “colibrí”. Ninguna se opuso a darme placer a través del orificio anal sin importarlas que me llegara a pedorrear en su cara pero, como me obligaba a prolongar varios minutos más los contactos sexuales que mantenía en la oficina, tuve que delegar en mis compañeros parte de mi trabajo.

A Bárbara, Inés y Judith las encantaba que me mantuviera abierto el ojete con mis manos para poder “cascarme” lentamente la verga mientras me complacían analmente y me extraían un espectacular polvo que, con sus estímulos, salía con tanta potencia que algunos chorros se llegaban a depositar en la pared. A Andrea, Espe, Lidia y Sole, después de lamerme a conciencia el orificio anal y de meterme la lengua en su interior, las agradaba “taladrármelo” con sus dedos y hurgarme con ellos con intención de provocarme la evacuación y poder ingerirla mientras que a Carolina la gustaba estimularme analmente con sus dedos y con su lengua haciéndome permanecer de pie delante de ella ó colocado a cuatro patas con lo que, al igual que Marisol, podía introducir una de sus manos por mi entrepierna para agarrarme la “banana” e írmela girando despacio hasta que la punta miraba hacía ella momento en el que me la comenzaba a menear para, de esta forma, no perderse el menor detalle de como se me iba poniendo, de cómo mis huevos aumentaban de tamaño y se me subían para indicar que estaba a punto de producirse mi copiosa y larga eyaculación y de la defecación que, de esta forma, solía conseguir provocarme.

Durante el año siguiente me mantuve inmerso en una frenética actividad sexual puesto que a las sesiones diurnas que mantenía con las “cinco magníficas”, Andrea, Bárbara, Carolina, Judith y Lidia, en mi centro de trabajo y las nocturnas en mi domicilio con Espe, Inés ó Sole, había que añadir los intensos tríos de los sábados por la noche y que cada vez me gustaba más el mostrarme sádico con mis concubinas. Pero me iba dando cuenta de que a Sole la tenía demasiado vista, magreada y jodida y que Espe me estimulaba mucho más por lo que comencé a plantearme la posibilidad de cambiar de pareja puesto que era más joven, ardiente y cerda; me gustaba mucho más físicamente; me sabía dar una mayor satisfacción; siempre la tenía a mi lado y dispuesta a ofrecerme sus encantos; obtenía de ella un excelente rendimiento sexual y me estimulaba el que se prodigara en cortarme una y otra vez la descarga dándome golpes secos en los huevos ó haciendo presión en la base de mi chorra con sus dedos en forma de tijera para que, cuándo me dejaba explotar, la diera unas impresionantes lechadas acompañadas, en su caso, por su posterior meada.

Un día a la semana, generalmente los domingos, Espe me introducía por la abertura del cipote esa especie de paja, que utilizó por primera vez la noche en que retocé con Gloria y con ella, con la que conseguía vaciarme para, acto seguido, inyectarme los enemas estimulantes con los que, al menos en teoría, mis huevos debían de reponer leche a marchas forzadas pero, al igual que me sucedió la noche de aquel sábado, aquella estimulación tardaba demasiado en hacer efecto aunque, luego, me pasaba cuarenta y ocho horas convertido en una autentica “vaca lechera” que parecía no tener límite a la hora de dar “salsa”. Pero, al usarlos con más frecuencia de la debida puesto que estaba contraindicado el recurrir a ellos sin que hubiera transcurrido un mínimo de quince días desde su última utilización, empecé a verme afectado por ciertos “efectos secundarios” como el mantenerme completamente empalmado todo el día; el mear con mucha más frecuencia de la habitual y en ocasiones repitiendo pocos minutos después de haber expulsado mi lluvia dorada por lo que me parecía que nunca llegaba a vaciar mi vejiga urinaria ó el observar que aumentaban aún más las dimensiones de mis huevos y de mi minga hasta el punto de que, una vez más, el miembro viril no me cabía en el calzoncillo y como el capullo se me salía por el lateral izquierdo, me hacía lucir en el pantalón un “paquete” impresionante.

Aunque a mis chicas las gustaba el poder verme, sobarme y “cascarme” tan descomunal “nabo” y aprovechaban sus excepcionales dimensiones para hacerme cubanas y para realizar sesenta y nueves, el grosor que llegaba a alcanzar originaba que, especialmente con las que lo tenían más cerrado, las entrara tan justo por el chumino que tuve que descartar el “clavársela” por el culo puesto que las podía desgarrar el ano y causarlas daños en el intestino y en las paredes réctales ó el obligarlas a mantenerlo totalmente introducido en su boca cuándo me lo chupaban. Ante ello y como los laboratorios que fabricaban aquellos enemas no conseguían pasar del periodo de prueba, Espe dejó de ponérmelos con lo que algunos “efectos secundarios” desaparecieron ó se redujeron mientras que otros, como el mear con tanta frecuencia ó el no entrarme el pene en el calzoncillo, aún perduran.

Cuándo me encontraba afectado por un buen número de “efectos secundarios” a cuenta de los estimulantes, Sole empezó a deprimirse al percatarse de que, aunque seguía participando en casi todos los desfiles de la firma que la pagaba, estaba perdiendo protagonismo puesto que, poco a poco, chicas más jóvenes que ella se iban haciendo un hueco en el mundo de las pasarelas y la iban relegando hasta el punto de que Elsa María, una de ellas, la estaba privando de ser la elegida a la hora de lucir las prendas estelares. Unos meses más tarde no pudo aguantar más aquella situación y antes de salir a “lucir palmito”, se enfrentó públicamente con un ejecutivo de la empresa al que acusó de ser el responsable de que Elsa María la hubiera usurpado el “derecho” a desfilar luciendo los modelos principales. El varón la intentó calmar antes de explicarla que él se limitaba a cumplir las órdenes que le daba un directivo que, al parecer, estaba manteniendo relaciones sexuales regulares con aquella joven. Sole, muy enfadada, le dejó con la palabra en la boca, buscó a Elsa María y cuándo la encontró, la insultó, la empujó y la tiró del cabello antes de que la agredida se defendiera con lo que acabaron la una sobre la otra pegándose en el suelo y con tanta energía que no fue fácil lograr separarlas. Los fotógrafos que iban a cubrir el evento obtuvieron varias instantáneas de ellas en tanga dándose patadas en el suelo e intentando esquivar los cabezazos y los puñetazos de la otra sin dejar de insultarse y con Elsa María escupiendo continuamente a Sole. Las fotografías se publicaron en algunas revistas del corazón e incluso, aparecieron en un programa televisivo en el que periodistas de la “prensa del hígado” hablaron del tema largo y tendido para intentar determinar cual de las dos modelos tenía razón.

Ante la gravedad de los hechos y la publicidad que se había hecho de ellos, la firma la rescindió el contrato. Aquella decisión afectó a Sole de tal forma que decidió pedir la excedencia en su trabajo como azafata para centrarse en pleitear con intención de obtener una sustanciosa indemnización por su despido que, después de varios litigios, acabó logrando aunque sus abogados se llevaron buena parte. A cuenta de ello se olvidó por completo del sexo casi al mismo tiempo que Andrea y Judith se ponían de acuerdo para contraer matrimonio e intentar ser fieles a sus esposos dejando de “ponerles los cuernos”, Lidia decidía cambiar de lugar de residencia al enterarse de que su hija había sufrido varias agresiones sexuales en el centro escolar en el que estudiaba y de que algunos de sus compañeros, a través del móvil, habían distribuido imágenes de la joven desnuda y efectuándoles felaciones y Bárbara, tras varios años inmersa en una actividad sexual frecuente e intensa, se cansaba de abrirse de piernas y al comenzar a mostrarme bastante sádico con ella, prefirió pedir el traslado a una delegación de la empresa con intención de poder vivir con su padre, que estaba bastante delicado de salud y limitarse a “hacerse unos dedos” cuándo lo necesitara.

C o n t i n u a r á