Pervertido y semental (Parte número 20).

Parte veinte de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que agradezco de antemano.

Aunque, excepcionalmente, aquella semana y en detrimento de Espe que era a la que la tocaba, pude retozar por la noche con Sole de lunes a jueves, deseaba tanto que llegara el sábado que durante la espera me mantuve tan sumamente “burro” que el jueves y el viernes me superé echando polvos y hasta Sole, que me había ido cogiendo muy bien el tranquillo a lo largo de nuestra convivencia, se quedó maravillada de las espléndidas lechadas que la eché la noche del jueves y de que mi potencia sexual se mantuviera por encima de lo que estaba habituada para que rindiera a mejor nivel y la diera una mayor cantidad de “lastre” y de lluvia dorada mientras ella gozaba durante más tiempo y se iba incrementando el número de orgasmos que alcanzaba en cada sesión sexual.

El viernes por la noche estaba como un flan. Como me supuse que no iba a poder dormir y Sole estaba de viaje, convencí a Inés para que, aunque no la tocara, pasara la noche conmigo con el propósito de tomar contacto con una actividad sexual frenética e intensa. Me encontraba tan salido que, al amanecer, la chica tuvo que reconocer que nunca la habían dado tanta “mandanga”, la habían echado tanta cantidad de leche y de orina ni había llegado tantas veces al clímax. Como acabamos exhaustos nos quedamos dormidos. Al oír que Sole estaba abriendo la puerta de acceso a nuestro domicilio nos despertamos sobresaltados. Nos levantamos apresuradamente de la cama y mientras recogía y escondía la ropa de Inés en un armario y me ponía el calzoncillo, la joven se escondió debajo de la cama en donde tuvo que esperar a que mi pareja, después de ducharse, empezara a preparar sus cosas con vistas a su desplazamiento para poder salir de su escondite y de la vivienda y permanecer en bolas en el rellano de la escalera hasta que la pude dar su ropa.

A primera hora de la tarde me llamó Espe para asegurarse de que no me había vuelto atrás y para decirme que, en vez de ir a un restaurante, Gloria se había ofrecido a prepararnos la cena en su domicilio para que pudiéramos comprobar sus grandes dotes culinarias. Aprovechando la llamada me pidió que las permitiera llevar la iniciativa puesto que las agradaría tener la oportunidad de intentar sorprenderme mientras me seducían. A pesar de que Inés había realizado un excelente trabajo la noche anterior, pasé la tarde excitadísimo y con unas enormes ganas de “darle a la zambomba” pero me reprimía al pensar que tenía que conservar mis fuerzas íntegras para la velada nocturna.

Habíamos quedado a las diez pero, a cuenta de mi excitación e impaciencia, llegué a la cita con más de medía hora de adelanto por lo que, para no permanecer solo en el salón, las acompañé en la cocina mientras daban los últimos retoques a la cena. Las dos se dieron cuenta de lo erecta y larga que se me marcaba la minga en el pantalón y de las inmensas ganas que tenía de zumbármelas pero se limitaron a mirarse y a sonreír. Al terminar se ducharon y se pusieron unos elegantísimos vestidos largos, el de Espe de terciopelo de color negro con profusión de lentejuelas doradas y el de Gloria de raso en tonalidad blanca, gris y rosa, ambos con un pronunciado escote, con la espalda al descubierto y con la falda abierta por los laterales para permitirlas lucir tanto las piernas que, supuse, habían tenido que prescindir de su ropa interior. Además se habían maquillado y peinado con mucho gusto y hasta sus perfumes parecían lo más apropiados para incitar a una noche de pasión por lo que, al sentarme a la mesa, me pareció un verdadero lujo compartir con ellas aquella cena vistiendo una camiseta y un pantalón de poliéster en el que se me continuaba marcando un gran “paquete”.

La cena, a la luz de las velas para que fuera más romántica, resultó todo un festín y Gloria, que se había pasado la tarde metida en la cocina, pudo demostrarnos que era una excelente cocinera poniendo una gran variedad de platos y en tal cantidad que sobró para el día siguiente y aún quedó. Acabamos de cenar casi a las doce y aunque estaba deseando iniciar nuestra actividad sexual, tuve que aceptar su propuesta de jugarnos las prendas a las cartas. Gané las dos primeras partidas por lo que se tuvieron que despojar de sus elegantes vestidos lo que me permitió comprobar que, tal y como había supuesto, no llevaban nada debajo y me pude recrear viéndolas en bolas mientras colgaban en unas perchas los vestidos para que no se arrugaran. Después Espe se cubrió con un minúsculo tanga estampado que no la llegaba a cubrir el “felpudo” pélvico y Gloria se puso un picardías semitransparente. No quisieron seguir jugando y me dijeron que, para bajar la cena y rendir mejor en la cama, lo más apropiado era bailar un rato. Como Gloria residía en una vivienda unifamiliar y no había vecinos a los que se podía molestar con ello, puso la música a alto volumen y cuándo comencé a sudar me quité la camiseta para lucir mi torso mientras aprovechaba ciertos bailes para frotarme con ellas.

Eran casi las dos de la mañana cuándo, cansados y sudorosos, me propusieron volver a jugar a las prendas. Aunque ardía en deseos de empezar a retozar con ellas, acepté al estar seguro de que, de nuevo, liba a dejarlas en pelotas pero aquellas dos cerdas me jugaron una mala pasada puesto que, saliendo del salón, se pusieron de todo con lo que consiguieron que luciera mis atributos sexuales mientras Espe seguía cubriendo su “chirla” con el tanguita estampado y Gloria conservaba su ropa interior y el liguero. Aprovechando mi desnudez me magrearon y me menearon el “nabo” con su mano hasta que lució inmenso y se pudieron recrear viéndome el capullo bien abierto antes de que Espe me pasara repetidamente su lengua por la punta.

Pero Gloria, entusiasmada, decidió “darle a la zambomba” y con tanta vitalidad que, enseguida, hicieron su aparición por la abertura las gotas de lubricación previas a la eyaculación lo que originó que Espe tuviera que propinarme unos golpes secos en los huevos para lograr cortarme la eminente descarga mientras recriminaba a su amiga que hubiera intentado sacarme la primera lechada con tanta rapidez ya que, antes de echarla, me tenían que calentar mucho más.

Y nada mejor para ello que sentarnos juntos en el sofá, con ellas en ropa interior y con varias botellas en la mesa situada delante de nosotros, para que con sus sobamientos me volviera a empalmar con intención de cortarme, de nuevo, la explosión al aparecer las gotas previas de lubricación dándome unos golpes secos en los huevos hasta que conseguían que se redujera mi erección para volver a magrearme y menearme lentamente el pene, realizarme unas breves “chupaditas” y hacerme permanecer con la picha introducida entre mis piernas para que, a base de abrirlas y de cerrarlas, la presionara con ellas hasta que se me ponía inmensa. Después de haberme cortado varias veces la eyaculación y mientras mi pilila volvía a lucir bien tiesa, no fui capaz de aguantar más y me meé. Espe me perforó el ojete con dos dedos haciendo tanta presión en mi próstata que me cortó la micción y mientras por la punta de la pirula me goteaba la lluvia dorada, empecé a sentir una imperiosa necesidad de evacuar. Gloria me animó a “jiñarme” delante de ellas antes de meterse mi miembro viril en la boca con el propósito de chupármelo al mismo tiempo que iba ingiriendo mi micción y Espe, haciendo más ó menos presión en mi próstata, conseguía que soltara un buen chorro de orina ó que solamente me salieran unas gotas. La meada fue, además de sumamente larga, realmente espectacular y memorable lo que originó que acabara con la “pistola” como una piedra.

C o n t i n u a r á