Pervertido y semental (Parte número 2).

Segunda parte de esta larga historia que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que, de antemano, os agradezco.

A Virginia la gustaba hacer y que la hicieran un montón de cochinadas antes de afrontar el acto sexual y como mi padre no era demasiado proclive a satisfacerla en este aspecto, decidió desquitarse conmigo por lo que comenzó a llevarme, cada vez con más frecuencia, a su habitación en donde se encargaba de desnudarme y me hacía permanecer acostado boca arriba en la cama con las piernas abiertas para poder sobarme a conciencia, efectuarme unas “chupaditas” y unas lamidas y pasarme repetidamente su lengua por la abertura antes de meterse mi cipote y mis huevos en la boca y chupármelos al mismo tiempo que, con su garganta, me succionaba la punta con lo que, aunque no tuviera ganas, conseguía que me meara y que la echara mi micción en la boca con el propósito de ingerirla. Después me hacía permanecer acostado boca abajo para acariciarme la masa glútea; pasarme sus dedos por la raja del culo; hacerme unas exhaustivas lamidas anales con las que favorecía que me pedorreara en su cara; mantener su lengua introducida en mi orificio anal durante varios minutos y sobarme los huevos al mismo tiempo que me perforaba analmente con uno de sus dedos con el que me hurgaba con enérgicos movimientos circulares al mismo tiempo que me obligaba a apretar hasta que conseguía dejarme predispuesto para la defecación.

Más adelante y con la disculpa de que la pusiera y la quitara los tampones que usaba durante los ciclos menstruales, para lo que mantenía su trasero elevado y casi me ponía la “almeja” en la cara, comenzó a lucir sus encantos ante mí. Me llegó a decir que, puesto que no me podía “desgastar” la minga mientras comprobaba hasta donde podía llegar mi potencia sexual, en vez de en un cabrón salido me iba a convertir, poco a poco, en un cerdo. Semanas después me hizo empezar a darla a diario placer anal mientras Virginia permanecía a cuatro patas y con el culo en pompa para lo que me enseñó a hacerla y con calma y esmero, el “beso negro” y el “colibrí” con intención de que la lamiera el ojete y me fuera acostumbrando a que “liberara sus ventosidades” en mi cara, hasta que llegaba a considerarse suficientemente estimulada y ella misma se mantenía abierto el orificio anal con sus manos con el propósito de que la metiera mi lengua lo más profunda que me era posible para limpiarla las paredes réctales y sin dejar de moverla, mantenerla en su interior durante un buen rato.

Solía decirme que aquel agujero era sólo de salida pero, una vez que acababa de estimulárselo, me obligaba a “aliviarla” de su estreñimiento haciéndola defecar para lo que la tenía que realizar unos enérgicos hurgamientos anales con mis dedos mientras ella apretaba hasta que me avisaba de que se encontraba a punto de liberar su esfínter con lo que procedía a ponerla un par de peras laxantes, provistas de un rabo delgado pero muy largo, llenas de agua caliente al mismo tiempo que la mantenía cerrado el orificio anal con la mano que me quedaba libre y me instaba a recrear mi vista en su abultado clítoris y en su abierta, amplia y rosada “chirla”.

Al principio, cuándo estaba terminando de ponerla la segunda pera laxante, me indicaba que se la había reblandecido la caca y que se encontraba a punto de defecar por lo que la extraía el largo rabo de la pera; la taponaba con mis dedos el ojete; la ayudaba a levantarse y la acompañaba al cuarto de baño en donde, en cuanto se colocaba en posición y la sacaba mis dedos, evacuaba en tromba pero, por aquello de apurar más con intención de disfrutar de una mayor satisfacción anal, decidió aguantar para que la pudiera poner una tercera pera, echándola su contenido más despacio que las dos anteriores, hasta que, sin ser capaz de moverse y a pesar de la fuerte presión que ejercía con mis dedos en su agujero anal para mantenerlo cerrado y evitar que su mierda saliera al exterior, se orinaba al más puro estilo fuente, se pedorreaba y se “jiñaba” de una manera totalmente líquida delante de mí para, al terminar, obligarme a lamerla el chocho y al igual que ella hacía conmigo, a limpiarla el ojete con mi lengua. Dos días seguidos lo puso todo perdido por lo que decidimos tener preparados un par de orinales con intención de que Virginia depositara en uno de ellos su lluvia dorada mientras me encargaba de mantenerla el otro situado debajo de su orificio anal para recoger sus excrementos.

Una tarde y mientras la joven miraba y olía su evacuación, me dijo que todo aquello que salía de nuestros cuerpos era un manjar exquisito y que era casi un sacrilegio permitir que se desperdiciara. Como acababa de aprender en el colegio que los seres humanos eliminábamos toxinas a través de la orina y del sudor y me pareció que al hacerme aquel comentario estaba pensando en implantar una nueva marranada, sentí cierto “repelus”. Para darme ejemplo decidió convertirse en mi water personal con intención de que, cuándo estábamos solos, depositara en su boca mis meadas y mis cagadas. Mes y medio después me dijo que, en reciprocidad, tenía que empezar a hacer lo propio con su lluvia dorada y con su defecación. Se me revolvió el estómago y logré “escaquearme” una y otra vez hasta que Virginia se enfadó y me obligó a “catarlas”. Su abundante, caliente y concentrada micción directamente ingerida de su chumino me pareció una autentica delicia pero me costó acostumbrarme a “degustar” y a tragarme sus masivas evacuaciones líquidas después de provocárselas con las peras laxantes y aunque terminé por hacerme a ellas, nunca me llegaron a resultar tan estimulantes y excitantes como sus copiosas, largas y sabrosas meadas.

Meses más tarde me enseñó a masturbarla, a efectuarla unas más que exhaustivas comidas de coño hasta que se meaba de autentico gusto en mi boca y a introducirla el puño para forzarla con él por vía vaginal, hasta que la vaciaba de flujo y de orina y anal, con lo que, inmersa en orgasmos anales acababa defecando entre un intenso pedorreo.

C o n t i n u a r á