Pervertido y semental (Parte número 17).

Parte diecisiete de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que agradezco de antemano.

A aquellas siete cerdas las gustaba verse inmersas en una actividad sexual bastante guarra en la que conseguí que primara el que no se llegara a desperdiciar nuestra orina ni nuestra evacuación aunque algunas, hasta que se acostumbraron a ello, clamaban al cielo cada vez que tenía la poca delicadeza de darlas mi micción en la boca ó dentro del chumino ó del culo ó las obligaba a ingerir mi evacuación y pretendiendo que, en reciprocidad, me dieran su lluvia dorada y sus excrementos.

Con las casadas, Ana Belén, Azucena y Carolina, era con las que mejor me entendía puesto que los casi veinticinco centímetros que llegaba a alcanzar mi “nabo” cuándo se encontraba totalmente tieso y el grosor que adquirían mis huevos las deslumbraban y estimulaban de tal forma que pretendían disfrutar lo más posible de semejantes atributos sexuales realizándome cabalgadas ó colocándose a cuatro patas para que, mostrándose bien ofrecidas, las pudiera “clavar” el pene, a mi antojo, por el coño ó por el culo con tal de sentirlo bien profundo en su interior mientras las propinaba unos buenos envites con mis enérgicos movimientos de “mete y saca” y mis cambios de ritmo, las echaba mi leche y mi orina y disfrutaban de un orgasmo tras otro hasta que se orinaban de gusto al más puro estilo fuente. Como no se solía contentar con sentirse mojadas por un único polvo las daba dos en cada sesión para culminar meándome en su interior. Con ellas, además, no me tenía que preocupar de nada puesto que Azucena lucia “bombo” y no la podía fecundar y si llegaba a preñar a Ana Belén ó a Carolina y a menos que quisieran reconocer que les habían estado “poniendo los cuernos”, no las quedaría más remedio que abrirse de piernas para que sus respectivas parejas se las follaran y esperar que, como la mayoría de los hombres, no controlaran mucho las fechas para poder enjeretarles al crío que estaban engendrando.

Excepto a Azucena que no estaba para demasiados trotes puesto que casi no podía con su gran “bombo” y tenía las piernas hinchadas, las “peras” cada vez más sensibles y voluminosas y su movilidad más limitada, probé a las demás a doble sesión diaria de mañana y de tarde en las que seguí dándolas dos lechadas y su posterior micción antes de que Alicia e Isabel, dos compañeras que al igual que Azucena se encontraban en avanzado estado de gestación, se me ofrecieran para que, un día a una de ellas y al siguiente a la otra, las metiera la picha por el culo lo que, para poder atenderlas, me obligó a prolongar mi jornada laboral con intención de quedarme a solas con ellas y disfrutar lo más posible del sexo anal recreándome en encular a una de ellas mientras la otra nos miraba, sobaba las tetas y masturbaba a su compañera, se “morreaba” conmigo y me acariciaba los huevos y los glúteos. Aunque con las dos tuve algunos problemas a la hora de “clavarlas” entera la pilila puesto que su ojete no llegaba a dilatar lo suficiente con mis estímulos previos, el “beso negro” y el “colibrí”, como para acoger a una “herramienta” del grosor de la mía y permitirme que se la “clavara” hasta los cojones de un solo envite, me encantaba encularlas mientras su “bombo” y sus tetas permanecían en constante movimiento y me indicaban que las excitaba muchísimo sentir una pirula tan dura, gorda y larga dentro de su trasero y como las iba causando estragos en el intestino al mismo tiempo que la presión que ejercía en su vejiga urinaria las obligaba a vaciarla expulsando continuos chorros de orina con los que lograban que me resultara más excitante el tirármelas por detrás. Después de echarlas un par de polvos y una meada dentro del culo, se la sacaba y las hacía permanecer a cuatro patas para verlas defecar, casi siempre bajo los efectos de un proceso diarreico, antes de proceder a metérsela hasta el fondo por el potorro y joderlas con rápidos movimientos de “mete y saca” hasta que, sintiendo cada vez más gusto, lograba depositar en su interior otra soberbia lechada para finalizar la sesión ofreciendo mi “pistola”, impregnada en “baba vaginal” y en leche, a la hembra a la que no me había trajinado con intención de que me la chupara con lo que, obligándola a esmerarse, solía darla “biberón”, echándola mi cuarto polvazo, para culminar meándome en su boca.

Una vez convertido en una “vaca lechera” decidí coleccionar la ropa interior de aquellas cerdas. Para entonces, Alicia, que a sus veintitrés años había contraído matrimonio dos veces y en ambas se había separado y se había juntado con tres descendientes que la habían engendrado tres varones diferentes, Azucena, que parió a dos críos e Isabel habían dado a luz. Las dos primeras, a pesar de que no las gustaban sentirse mantenidas por sus respectivas parejas, decidieron dejar de trabajar para quedarse en casa al cuidado de sus hijos mientras Isabel optaba por reducir a la mitad su jornada laboral con lo que su disponibilidad para poder retozar conmigo quedó un tanto limitada. Probé y de una manera bastante exhaustiva, a cada una de las jóvenes antes de reunirme con ellas con intención de planificar nuestras sesiones sexuales de manera que pudieran tener la seguridad de mantener dos contactos semanales conmigo mientras, por mi parte, pretendía hacer bueno aquello de que “en la variedad está el gusto”. Nos pusimos de acuerdo para llevar a cabo nuestros encuentros por orden alfabético por lo que a la semana siguiente empecé a retozar con Ana Belén los lunes por la mañana y los miércoles por la tarde; con Andrea los lunes por la tarde y los jueves por la mañana; con Carolina los martes por la mañana y los jueves por la tarde; con Esmeralda los martes por la tarde y los viernes por la mañana y con Lidia los miércoles por la mañana y los viernes por la tarde. A Isabel la encomendé sustituir a cualquiera de las otras cinco en caso de ausencia ó de enfermedad pero tuve que dejarla fuera en cuanto comprobé que, a cuenta de su horario, nunca estaba disponible cuándo hacía falta mientras que a Bárbara, que era la joven que más me estimulaba, decidí darla un trato preferencial y como sabía que sufría una malformación ovárica que originaba que fuera casi imposible fecundarla aunque se dieran las condiciones más idóneas para ello, la ofrecí la posibilidad de compartir conmigo la cama de mi habitación las noches en que Sole se encontraba fuera por lo que, al aceptar, se llevó la mejor parte al tener asegurado que, del domingo al jueves, la iba a dar tralla hasta vaciar mis huevos para finalizar usando con ella un juego de fórceps que adquirí con intención de abrirla más fácilmente su estrecho orificio anal para poder darla por el culo con los que conseguía dilatarla al máximo sus agujeros vaginal y anal y meterla bien profundos mis dos puños al mismo tiempo por delante y por detrás hasta que la vaciaba y a cuenta del desgaste que sufría, terminaba reventada. Unos meses más tarde prescindí de estos artilugios después de comprobar que, sin usarlos, sus orificios se mantenían dilatados.

Me gustaba despertar a Bárbara por la mañana, medía hora antes de levantarnos, para que me chupara la “lámpara mágica” mientras la daba la primera meada y la primera lechada del día y que se ocupara de que acudiera al trabajo con la “herramienta” descargada para lo que me sacaba, meneándomela con su mano, una nueva lechada y otra micción.

C o n t i n u a r á