Pervertido y semental (Parte número 16).

Parte dieciséis de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que agradezco de antemano.

Una mañana, cuándo me disponía a pasar uno de los reconocimientos médicos que cada año nos hacían en la empresa en la que trabajaba, me equivoqué de puerta, me desnudé en donde no debía y aparecí, con los atributos sexuales al aire, en la sala de espera en la que, en braga, se encontraban una docena de féminas. Aunque todas se sorprendieron, ninguna se escandalizó al verme entrar por la puerta con la verga tiesa y los huevos gordos. Me quedé paralizado por lo que se pudieron percatar de que me encontraba muy bien “armado” antes de cubrirme con las manos y recrearme durante unos instantes observando aquel montón de tetas que tenía delante de mis ojos. Al disponerme a abandonar la sala oí que una de las hembras me llamaba “tío bueno y macizo” y que otra comentaba en voz alta que tenía que ser una autentica delicia el sentirse penetrada y jodida por una “herramienta” tan gorda, larga y tiesa como la mía y con la punta ligeramente encorvada hacía arriba para darlas más satisfacción.

Al día siguiente Azucena y Carolina, dos de las mujeres que se encontraban en aquella sala de espera, fueron las primeras en ofrecerme sus encantos con la condición de que, antes de que la penetrara, las tenía que permitir sobarme los atributos sexuales y dar cuenta de mi virilidad “cascándome” la “banana” y efectuándome felaciones. Las dos tenían pareja aunque Azucena, que había entrado a formar parte del personal de la empresa con quince años para ocupar la plaza que su padre había dejado libre al fallecer, hacía algo menos de cuatro meses que había cambiado de estado civil después de que un amigo la fecundara durante la fiesta en la que celebró su mayoría de edad lo que les había obligado a contraer matrimonio con rapidez. Se encontraba en el quinto mes de gestación y lucía un “bombo” espectacular puesto que esperaba gemelos. La muchacha me comentó que desde que su cónyuge la había preñado sentía un mayor deseo e inquietud sexual y que como su pareja no lograba satisfacerla ni la cubría con la frecuencia que ella precisaba, había decidido abrirse de piernas para mí con el propósito de que, a base de darla “mandanga”, la calmara.

Carolina, por su parte, era una atractiva y un tanto descarada joven de veintiún años, madre de una niña de corta edad que la había engendrado un vecino pero que ella había enjeretado al que gracias a ello acabó convirtiéndose en su hombre. Disponía de unos ojos cautivadores, de un culo estrecho y muy “tragón” y de una raja vaginal abierta y amplia que, en cuanto se separaba ó se quitaba la braga, despedía una agradable y estimulante “fragancia” con la que no tardaba en impregnarse el ambiente lo que me hacía sentirme especialmente atraído por ella y me motivaba a la hora de cepillármela. Como su vida marital no era demasiado satisfactoria estaba convencida de que la vendría muy bien el “echar unas canitas al aire” ya que, de vez en cuando, resultaba de lo más excitante el cambiar de follador y si, además estaba muy bien dotado y daba una gran cantidad de leche, mucho mejor.

El mismo día en que se me ofrecieron comencé a mantener relaciones, por separado, con ellas. Recibí satisfacción, en primer lugar, de Azucena y al día siguiente de Carolina aunque, al darme cuenta de que había dado con unas perritas en celo, decidí dejar de mantener contactos con Magda para que, una de ellas por la mañana y la otra por la tarde, se encargaran de complacerme y de sacarme la leche. A base de hacerlas el “beso negro” y el “colibrí” me las terminé de ganar puesto que nadie había osado estimularlas a través del ojete y las resultaba muy gratificante y placentero y al darse cuenta de que era capaz de echar más de una lechada por sesión, decidieron no conformarse con recibir un único “biberón” y cada una con su particular estilo, continuaba chupándome la chorra hasta que, aunque tardara, volvía a explotar en su boca y un poco después, me meaba lo que a Carolina la encantaba que hiciera mientras a Azucena la repateaba que, sin consultarla, me tomara la libertad de darla mi lluvia dorada en la boca en vez de depositarla en sus tetas que era donde más la gustaba recibirla.

Poco a poco y a través de aquellas dos golfas y del boca a boca, se me ofrecieron otras cinco jóvenes. Andrea, Bárbara y Esmeralda estaban solteras; Ana Belén se encontraba casada y era madre de dos crías y Lidia, a sus veintisiete años, llevaba más de cinco separada y tenía una hija de nueve años. A todas ellas las probé por activa y por pasiva y las di tralla a discreción desvirgando a la mayoría el culo con lo que pudieron comenzar a disfrutar de esa sensación entremezclada de dolor y de placer tan habitual en las féminas cuándo un varón las logra meter el cipote por detrás al mismo tiempo que conseguía que se percataran de que, a través del trasero, también podían recibir mucho gusto para lo que me tuve que prodigar en practicar el “beso negro”, lamiéndolas a conciencia el ojete y en realizar el “colibrí”, introduciéndolas mi lengua lo más profunda que podía en su interior, antes de que las efectuara unos enérgicos hurgamientos anales con mis dedos sin que me resultara demasiado complicado llegar a “aliviarlas” de su estreñimiento y lograr que liberaran su esfínter para que se pedorrearan y defecaran delante de mí con lo que, además de beberme regularmente su lluvia dorada aunque a más de una la pareciera una cerdada, podía poner mi boca en su orificio anal con el propósito de “degustar” e ingerir su caca siempre que fuera sólida, en “chorizos” ó en bolas, mientras alucinaban viendo como me deleitaba con sus evacuaciones que llegué a considerar un autentico manjar y que desde que me acostumbré a ingerir la mierda líquida de Virginia, me parecían apetitosas y deseables por lo que no sentía asco ni repugnancia cuándo su defecación se iba depositando en mi boca, al catarla, al masticarla y al tragarla.

Al principio tuve ciertos problemas con Andrea a la que la agradaba lucir su escultural físico en tanga ante mí y que la magreara a mi antojo antes de comenzar a darme satisfacción sexual con sus felaciones pero que se oponía a cualquier tipo de penetración puesto que nadie había estrenado aún su culo y como me negaba a usar condón, no se fiaba de mi promesa de extraerla la minga de su cueva vaginal al comenzar a sentir el gusto previo ya que alegaba que con la lubricación previa también la podía fecundar puesto que contenía leche y que, al eyacular, echaba y con mucha fuerza tal cantidad de “salsa” que, si se la depositaba dentro del chocho en sus días fértiles, era bastante probable que la llegara a preñar. No tuve más remedio que aclimatarme a sus deseos hasta que logré convencerla para que controlara sus periodos fértiles con intención de, excepto esos días, poder penetrarla, como a las demás, por vía vaginal aunque, para que estuviera más conforme, se la sacaba cuándo estaba a punto de explotar y la daba mi leche en la boca. Unas semanas más tarde la hablé de que había otros métodos mucho más seguros que los preservativos para evitar la fecundación y aunque solía quejarse de que al tomarlos la crecía más deprisa el vello y se tenía que depilar todas las semanas, decidió recurrir a los anticonceptivos orales para poder seguir abriéndose de piernas y ofreciéndome su “arco del triunfo” con intención de que se la “clavara a pelo” y pudiera descargar con total libertad en su interior sin tener que pensar en la posibilidad de que la hiciera un “bombo”.

C o n t i n u a r á