Pervertido y semental (Parte número 15).

Parte quince de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que agradezco de antemano.

Harto de aquella situación decidí volver a recurrir a Marisol, que era a la que más a mano tenía. Para poder complacerme, la mujer se daba, de lunes a viernes, unos buenos madrugones con intención de dejar todo preparado en su casa y atenderme antes de acudir a la vivienda de Felipe y de Blanca María. Como la entregué una llave para que pudiera acceder cuándo quisiera a mi domicilio, al llegar se dirigía a mi habitación, se quitaba la ropa y se acostaba conmigo en la cama para “cascarme” lentamente el “pito” mientras restregaba sus tetas en mi espalda y su zona pélvica en mis “jamones”. Cuándo me encontraba a punto de descargar me cubría el “plátano” con la parte interna de su braga ó con las copas del sujetador para que la leche se depositara allí y no manchara nada. Después nos solíamos hacer unas cuantas cochinadas y al levantarnos y en la cocina, la agradaba “darle a la zambomba” para extraerme el segundo polvo y su posterior micción haciéndome permanecer tumbado boca abajo sobre sus piernas con intención de poder menearme la polla, intercalando movimientos rápidos con otros más lentos, mientras me la mantenía empinada hacía adelante con lo que mi leche y mi orina se depositaban en el suelo, que ella se ocupaba de limpiar. Con el propósito de que no me quedara con ganas, en cuanto terminaba de ducharme y mientras me secaba y me afeitaba, me la volvía a “cascar” delante del espejo del lavabo para sacarme por tercera vez la “salsa”.

Me aproveché de que se encontraba en un momento de gran excitación sexual y de conocer que desde hacía varios años su vida sexual no era, precisamente, como para tirar cohetes puesto que no se prodigaba en darse “revolcones” con su marido para proponerla que me visitara en mi domicilio, de lunes a jueves, cuándo acababa mi jornada laboral con intención de mantener sesiones sexuales completas. Marisol me dijo que lo tenía que pensar pero, al final, accedió a complacerme y de esta forma, empecé a penetrarla con asiduidad. La agradaba chuparme el “rabo” hasta que se me ponía bien tieso antes de montarme para sacarme la primera lechada; que me la trajinara a cuatro patas para darla la segunda y su posterior micción y cuándo mis dos primeros polvos no se demoraban mucho, que la echara el tercero que me agradaba darla mientras la jodía tumbado sobre ella aunque Marisol solía oponerse puesto que decía que aquella era la forma más idónea para fecundarla y que ya no estaba en edad de lucir “bombo” por lo que prefería que se la volviera a meter mientras, a cuatro patas, se mostraba bien ofrecida ó manteniéndome de pie delante de ella que permanecía acostada y con las piernas dobladas. Aprovechando esta última posición intenté en múltiples ocasiones “clavársela” por detrás pero su ojete se mantenía demasiado cerrado y como apenas dilataba, me tuve que conformar con restregarla mi “herramienta” por la raja del culo mientras ella mantenía su masa glútea apretada a mi miembro viril. Según me comentaba nunca había llegado a cagar tan duro como para favorecer que la pudiera entrar por el orificio anal una “salchicha” de las dimensiones de la mía.

Pero con tantas idas y venidas y el lógico desgaste que iba sufriendo a cuenta de una actividad sexual demasiado frecuente e intensa para lo que ella estaba acostumbrada, Marisol comenzó a perder peso y se la veía agotada y demacrada. Madrugaba mucho y se acostaba tarde; para poder dedicarme más tiempo no desayunaba ni cenaba; no disponía del poder de recuperación de una chica con quince ó veinte años menos y estaba dejando de atender debidamente a su cónyuge y a sus hijos por estar conmigo. Para complicar aún más nuestra relación unos meses después empezó a sufrir los efectos del inicio de su proceso menopaúsico en forma de agobios sobre todo a cuenta del calor y del cansancio, los jueves y los viernes solía lucir unas ojeras impresionantes y perdía lozanía por lo que, aunque pretendía seguir, la hice ver que lo primero era ella y su familia y que no pretendía poner en peligro su matrimonio por echarla unos cuantos polvos. No obstante, seguí dándome unos buenos “revolcones” con ella hasta que la vi cada día más entregada y relajada, que era lo peligroso, mientras la jodía y como temía que hubiera llegado a “bajar la guardia” a cuenta de la menopausia sin darse cuenta de que durante aquel periodo aún podía engendrar, la hice un buen regalo para que pudiera conservarlo como recuerdo antes de lograr convencerla para que dejáramos de retozar.

Volví a permanecer en el “dique seco” algo más de un mes hasta que un día coincidí casualmente en una cafetería con Magdalena ( Magda ), la hija de unos vecinos, una sensual joven dotada de unas grandes tetas y de un culo, para mi gusto, bastante voluminoso a la que siempre la había gustado el café con leche pero ingiriendo la leche de “cosecha” masculina y cuanta más cantidad mejor, antes que el café. Había tenido ocasión de verla un par de veces “dándole a la zambomba” y efectuando felaciones a sus acompañantes con intención de sacarles la “salsa” cuándo me zumbaba a Sole al aire libre por lo que Magda sabía que me encontraba bien dotado por lo que, al hablar con ella para proponerla que me diera satisfacción, aceptó pero poniéndome como condición el limitarse, en braga, a “cascarme” la “tranca” con su mano para, cuándo me encontrara a punto de eyacular, introducírsela en la boca con el propósito de tomarse mi leche. La ofrecí y ella se mostró de acuerdo, darla mi “lastre” a primera hora de la mañana y por la tarde cuándo llegaba a casa al acabar mi jornada laboral.

Magda me solía extraer dos ó tres polvos seguidos en cada sesión antes de dar cuenta del café que la preparaba y cuándo, después del segundo, me meaba la encantaba que la empapara la cara y las tetas con mi lluvia dorada. Pero tanto ella como yo teníamos pareja, habíamos asumido que aquella sólo era una manera de poder satisfacernos ingiriendo ella mi leche mientras me ayudaba a disminuir mi inquietud sexual y como Magda nunca se planteó el llegar a más en nuestra relación, sabíamos que, aunque estaba dispuesta a seguir hasta que se solucionara mi vida sexual, aquello no iba a ser duradero.

C o n t i n u a r á