Pervertido y semental (Parte número 14).

Parte catorce de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que agradezco de antemano.

Desde que comencé a vivir con Sole nuestra actividad sexual fue tan frecuente e intensa que no tardé en verme afectado por ciertos “efectos secundarios” como era el orinar cada dos horas a lo largo del día mientras que por la noche era muy raro que no me despertara al menos una vez sintiendo unas enormes ganas de mear. Aunque algunas veces me tenía de levantar e ir al cuarto de baño, lo más normal es que mi pareja me “aliviara” la vejiga sin tener que abandonar la cama ya que a Sole, acostumbrada a ingerir mi lluvia dorada, no la importaba que la despertara con intención de meterla mi picha en la boca y hacerla ingerir mi micción mientras me la chupaba. Asimismo y cuándo me excitaba más de lo normal al vaciarme con ella, terminaba sintiendo una imperiosa necesidad de “jiñar” y aunque hubiera orinado unos segundos antes, en cuanto depositaba en su boca mi primer “chorizo” solía soltar otra impresionante micción con la que conseguía desocupar totalmente mi vejiga.

Unos meses después del inicio de nuestra vida en común Sole, a la que me la había cepillado un montón de veces al aire libre, empezó a cortarse cuándo me frotaba con ella ó la “metía mano”, especialmente en el transporte urbano y a oponerse a que me la follara en la calle ó en lugares públicos mientras a mí me estimulaba el darla “mandanga” pensando en que podía haber gente cerca de nuestra posición que estuviera recreándose al vernos en acción pero la joven se mostraba recelosa, no dejaba de mirar hacía un lado y hacía otro para asegurarse de que nadie nos observaba y como no se relajaba ni se centraba en disfrutar, era incapaz de llegar al clímax. Logré que, al menos, usara sus manos para “aliviarme” en cabinas telefónicas situadas en calles poco transitadas y cuyos cristales siempre terminaban impregnados en mi leche y en mi lluvia dorada ó que me chupara la pilila en las márgenes del río, en los cuartos de baño de establecimientos públicos ó en los rellanos de las escaleras pero, aunque sabía que me daba un gran morbo tirármela al aire libre, cada día se mostrara más reacia a permitir que se la “clavara” en los sitios en los que me apetecía hacerlo aunque, luego, en la intimidad de nuestra habitación ó en la de un hotel cuándo salíamos fuera, se convertía en una tigresa insaciable a la que la gustaba aprovechar que mi pirula se mantuviera siempre erecta para, después de haberme efectuado varias felaciones a lo largo del día, lograr que me desfondara con ella por la noche haciéndola un montón de cochinadas mientras la jodía y la echaba cuatro lechadas y un par de meadas que, aunque tenía la intención de superarlo, continuaba siendo mi récord.

Durante uno de nuestros viajes decidimos comprar en un sex shop una braga-pene por lo que incluimos en nuestra actividad sexual el que, a días alternos y después de haberla dado mis dos primeros polvos y su posterior meada, me poseyera por el culo con aquel “instrumento” mientras me hacía permanecer bien ofrecido a cuatro patas. Sole, a la que la agradaba darme cachetes en los “jamones” en cuanto me colocaba en esa posición, me llegaba a encular durante tanto tiempo que, al final, conseguía “aliviarme” de mi estreñimiento lo que la permitía dar debida cuenta de mi evacuación según iba apareciendo por mi orificio anal e irse convirtiendo en una experta en la escatología mientras vaciaba mi vejiga urinaria expulsando, al más puro estilo fuente, una ó dos espectaculares y largísimas meadas.

Acabamos nuestros estudios universitarios al mismo tiempo y después de superar un proceso de selección previo muy selectivo, comencé a trabajar en la sección de asuntos económicos de la misma empresa en la que había realizado las prácticas mientras a Sole la costó más encontrar una ocupación laboral distinta a la del comercio textil hasta que, por su excepcional forma física, la contrataron para formar parte del personal de una empresa de seguridad en la que, de lunes a viernes, trabajaba en horario de noche por lo que cuándo acababa mi jornada laboral comenzaba la suya y viceversa lo que nos obligaba a retozar y con prisas en cuanto llegaba a casa al finalizar mi jornada laboral ó cuándo ella volvía de su trabajo pero, en poco más de media hora y por muy excitado que estuviera, no me daba tiempo a echarla más de dos polvos y una meada que, justamente, era la mitad de lo que nos habíamos acostumbrado.

No tardé en comenzar a sentirme muy incomodo con su trabajo puesto que estaba afectando a nuestra vida sexual y aunque me permitía darla tralla a diario y los sábados y los domingos me podía desquitar de la represión acumulada durante la semana, no era suficiente como para llegar a encontrarme complacido y no me hacía demasiada gracia que Sole tuviera que “hacerse unos dedos” en el cuarto de baño durante su jornada laboral ó que yo tuviera que “darle a la zambomba” en solitario ó acostarme boca abajo en la cama para restregar mi “pistola” en la sabana con intención de sacarme la leche. Pensé que nuestra situación mejoraría cuándo Sole encontró una nueva ocupación laboral como auxiliar de vuelo en una compañía aérea pero, a pesar de que me excitaba mucho verla salir y llegar a casa vistiendo su ceñido uniforme y disponía de una semana libre al mes, los demás días tenía que pasar la noche fuera para poder cambiar de vuelo a la mañana siguiente. Para complicarlo todo aún más aceptó la oferta que la hizo una conocida firma de lencería para compaginar su trabajo como azafata con el de modelo lo que originó que Sole no descansara ningún día y que, mientras se pasaba el día volando de un lugar para otro ó “luciendo palmito” en bikini ó en ropa interior de pasarela en pasarela, cada vez me encontrara más desatendido sexualmente y mientras ella se aclimataba bastante bien a su nueva forma de vida y se satisfacía usando sus dedos, un consolador de rosca, que se solía meter por el culo y un vibrador a pilas, cada vez me motivaba mucho menos el tener que meneármela en solitario.

C o n t i n u a r á