Pervertido y semental (Parte número 13).
Parte trece de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que, de antemano, os agradezco.
Al comenzar el segundo curso de nuestros estudios universitarios éramos tan inseparables que, incluso, íbamos juntos al cuarto de baño lo que, aunque algunas veces, las menos, Sole accedía a entrar en el de los chicos, me obligaba a usar el femenino para hacer mis necesidades. La gustaba que la pasara mi mano extendida por la raja vaginal mientras meaba y que, al finalizar, se la lamiera y que, cuándo defecaba, la limpiara el orificio anal con mi lengua y la hiciera el “colibrí”, metiéndosela lo más profunda que podía por el agujero para intentar limpiarla las paredes réctales a cambio de, aunque me costó un poco acostumbrarme, acariciarme los huevos y sostenerme la “banana” mientras meaba, meneármela al acabar para que expulsara las últimas gotas y efectuarme unas intensas “chupaditas” para que la punta y el capullo quedaran bien impregnados en su saliva.
Meses más tarde y sin usar condón, la desvirgué el culo en el cuarto de baño del local en el que celebró su cumpleaños una de nuestras amigas. Para entonces buscábamos nuevas experiencias y el hecho de saber que varios de nuestros compañeros se prodigaban en el sexo anal para evitar embarazos no deseados, llevó a Sole a mostrarse en disposición de involucrarse en ello aunque estaba casi segura de que una “herramienta” tan gruesa y larga como la mía no la iba a entrar por el ojete pero, para lograr mi propósito, me vino muy bien la experiencia que había adquirido con Natividad y como me encontraba sumamente motivado, pude ir solventando todos los problemas con los que me encontré hasta que se la “clavé” entera y comprobé que Sole “tragaba” bastante bien por el trasero por lo que la experiencia me resultó tan estimulante y placentera que, a pesar de que la chica no era muy partidaria de ello y temía que a cuenta de las dimensiones de mi chorra la llegara a desgarrar el ano ó la causara algún daño intestinal, no había semana en que no se la “clavara”, como mínimo, dos veces por detrás.
Aparte de agradarla que expulsara tres lechadas mientras la jodía y de acceder de buen grado a que la empapara la cara y las tetas con mi orina aunque la gustaba mucho más que se la echara dentro del coño ó del culo, la encantaba que me recreara mamándola las tetas; que la pusiera los pezones bien erectos con mis dedos; que, apretándola la “delantera” con mis manos, tirara de sus “globos” como si pretendiera que dieran leche; que, sin dejar de estimularla el clítoris, la realizara unas exhaustivas masturbaciones y la comiera el potorro hasta que se meaba de autentico gusto; que la lamiera el ojete; que la metiera mi lengua en el orificio anal para intentar limpiarla las paredes réctales y que la hurgara analmente con mis dedos mientras ella apretaba hasta que quedaba de lo más predispuesta para darme su defecación.
Decidimos involucrarnos en el sexo más guarro y pervertido que conocía al mismo tiempo que nos pusimos de acuerdo para no perder ninguna oportunidad de ingerir las meadas y las defecaciones del otro con intención de que, siguiendo las directrices que me había dado Virginia en su día, no se desperdiciara nada de lo que salía de nuestros cuerpos antes de que Sole me hiciera un regalo de cumpleaños muy especial al comentarme que, a primera hora de la mañana, había acudido a la consulta de un ginecólogo para que la pusiera el DIU con el propósito de que me pudiera olvidar de los condones, con los que todos los meses tenía un presupuesto; se la “clavara a pelo”; descargara con total libertad dentro de su cueva vaginal y se la mojara con mi leche, que ansiaba sentir caer en el interior de su “seta”. Aunque tenía que visitar con frecuencia la consulta de su ginecólogo puesto que el “paraguas” se la desplazaba a cuenta de las dimensiones de mi cipote, con el DIU pudimos disfrutar plenamente del sexo sin pensar en posibles embarazos.
Como seguía trabajando por la mañana en el taller de mi padre y Sole tenía ocupadas las tardes en el comercio de ropa juvenil, al iniciarse un nuevo curso universitario decidimos que ella asistiera a las clases que teníamos por la mañana para hacer yo lo propio por la tarde lo que me permitió realizar, sin que ella se llegara a enterar, unas cuantas cochinadas diarias a tres compañeras de estudios que se me ofrecieron para que las mamara las tetas; las mantuviera bien apretados los “globos” con mis manos mientras ellas mismas se encargaban de que sus pezones lucieran sumamente erectos; las realizara el “beso negro” y “el colibrí” antes de forzarlas analmente con mis dedos para intentar provocarlas la defecación y las efectuara unas exhaustivas masturbaciones y comidas de “almeja” hasta que se meaban y alucinaban mientras me veían ingerir sus copiosas micciones a cambio de mostrarlas mis atributos sexuales y dejarlas que me los sobaran y me “cascaran” y chuparan la minga para sacarme la leche. Logré, incluso, que Ana María, una de las profesoras, se brindara a compartir esos momentos tan íntimos conmigo. La hembra se llegaba a poner tan cachonda, sobre todo cuándo la lamía la “chirla” al acabar de orinar ó la limpiaba el ano con mi lengua al terminar de defecar, que no me costó demasiado conseguir que se abriera de piernas y que me ofreciera su “arco del triunfo” y su culo para que, a mi antojo, la introdujera por ambos agujeros mi “nabo” que, al igual que había hecho Virginia en su día, comparaba con el de un buey.
Por la noche y aprovechando la libertad que Felipe y Blanca María me daban, quedaba con Sole en mi casa donde pasaba más tiempo, encerrada conmigo en mi habitación, que en la residencia de estudiantes en la que se alojaba. Nos gustaba permanecer en bolas y tomarnos con calma el intercambio de apuntes y de información sobre el desarrollo de las distintas clases y con la disculpa de poder estudiar juntos, nos solíamos “dar el lote” con lo que su estancia se alargaba lo suficiente para que Blanca María se viera obligada a invitarla a cenar lo que Sole, a la que la gustaba bromear con mis hermanas durante la cena, hacía ocultando sus encantos con una corta y fina bata para, al acabar, pasar la velada nocturna juntos retozando en mi cama.
Sabiendo que con el alcohol obtenía un mejor rendimiento sexual de ella solía tener siempre en mi habitación una botella de ginebra ó de whisky para que se “enchispara” antes de acostarse conmigo. Felipe era muy tolerante y aunque sabía que cuándo estábamos juntos no dejábamos de magrearnos y que me zumbaba a Sole a diario, hacía la vista gorda con tal de que lo hiciéramos en mi habitación pero el elevado volumen de los gemidos que la joven emitía cuándo llegaba al orgasmo hasta el punto de despertarle varios días a altas horas de madrugada y el que, una mañana, mis hermanas estuvieran a punto de pillarme “in fraganti” mientras Marisol me “cascaba” el pene haciéndome permanecer tumbado boca abajo sobre sus piernas, le llevó a proponerme que, antes de llegar a dar mal ejemplo a las crías, me fuera a vivir con Sole a la casa en la que había residido Blanca María que estaba amueblada y que, aunque únicamente disponía de una habitación, cocina, cuarto de baño, salón y terraza y todo ello de pequeñas dimensiones, era confortable y luminosa, se encontraba bien situada y para lo que la queríamos, que era para dar rienda suelta a nuestras más bajas pasiones al mismo tiempo que nos hacíamos todas las marranadas que se nos ocurrían, servía perfectamente aunque algunos muebles eran antiguos y unas semanas después de iniciar nuestra convivencia en común en aquel “nidito de amor” se rompió la cama cuándo nos encontrábamos inmersos en una frenética actividad sexual lo que nos obligó a dormir en el suelo sobre el colchón hasta que nos pudimos hacer con el dormitorio que nos gustaba.
C o n t i n u a r á