Pervertido y semental (Parte número 11).
Parte once de esta larga historia, con contenido escatológico, que confío en que sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la sigan con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios que agradezco de antemano.
Mientras continuaba prodigándome en dar satisfacción a Sole, Marisol se ocupaba de “sacarme brillo a la lámpara mágica” casi todos los días. Una mañana y después de haberme extraído dos polvos y su posterior meada, me hizo colocarme a cuatro patas con intención de girarme la pilila para que la punta mirara hacía ella y se me pusiera sumamente gorda mientras me la “cascaba” con movimientos rápidos diciéndome que no quería perderse el menor detalle de cómo echaba la tercera lechada. Estaba a punto de sacármela cuándo me comentó que, en uno de los locales situados en los bajos del edificio en el que residía, habían abierto una sala de masajes orientales con “final feliz”. En aquellos momentos estaba centrado en disfrutar del gusto por lo que no la presté mucha atención pero, después de echar la “salsa” y mientras la “metía mano” para poder sobarla el coño, me interesé por saber que era el “final feliz” pero Marisol, aunque algo se suponía, no lo sabía.
Como me dejó de lo más intrigado por la tarde me desplacé hasta allí para enterarme y si me convencía, probar. Me informaron de que cada sesión de masaje costaba el equivalente a unos nueve Euros y una vez que pagué, una exuberante joven asiática me acompañó a una sala y me desnudó lentamente. Al verme los atributos sexuales salió de su boca una exclamación propia de una agradable e inesperada sorpresa pero, sabiendo mantener la compostura, me hizo tumbarme boca abajo en una camilla y me masajeó los glúteos con sus manos durante un par de minutos antes de cubrirme el trasero con una diminuta toalla. En cuanto abandonó la sala entró otra atractiva chica oriental que, en principio en bata y más tarde en ropa interior de color rojo, me dio durante algo más de un cuarto de hora un masaje en el cuello y en la espalda. Al terminar me hizo girarme con lo que se me cayó la toalla y la joven, con su mirada fija en mi pirula, me preguntó que si quería un “final feliz”. Me interesé por saber lo que era y la muchacha me contestó:
- “Sacalte la leche de tu glan instrumento haciéndote paja a estilo oliental” .
Me pareció de lo más estimulante que esa belleza se ofreciera a darme satisfacción a través del sexo manual por lo que la indiqué con mis dedos que quería tener dos “finales felices”. La chica asintió con su cabeza, me sonrió, me hizo abrir más las piernas y colocándose en medio de ellas, procedió a “cascarme” la “pistola” manteniéndola tiesa hacía arriba con tanta vitalidad mientras me estimulaba con sus caricias y con sus movimientos que, quince minutos más tarde, me había sacado dos lechadas que solté con tanta fuerza que algunos chorros se llegaron a depositar en la pared y me estaba meando ante ella. Cuándo terminó de salirme orina me chupó el “pito”; me pasó varias veces la lengua por el capullo y la punta; me limpió meticulosamente usando unas toallitas húmedas; me ayudó a levantarme de la camilla y me vistió mientras me decía que nunca había visto un “plátano” tan grande ni que diera tanta leche al eyacular.
Abandoné el local sumamente complacido por lo que repetí hasta que me convertí en un cliente asiduo lo que me permitió disfrutar de varias sesiones gratuitas y elegir a las jóvenes que más me gustaban para que me dieran los masajes y satisfacción con el “final feliz”. Incluso, conseguí que algunas accedieran a sacarme la tercera lechada haciéndome una cabalgada aunque comprometiéndome a avisarlas cuándo me encontrara a punto de explotar para darlas tiempo a incorporarse con intención de que mi miembro viril abandonara su potorro antes de que comenzara a salirme leche. Pero, a cuenta de las pajas a estilo oriental, la polla, en vez de ponérseme dura y tiesa hacía arriba, se me empinaba hacía adelante y como cuándo estaba con Sole me empalmaba fácilmente, se me marcaba perfectamente todo el capullo en el pantalón por lo que, al verme, la entraba la risa y me decía:
- “Tápate eso, so salido” .
Aquella anómala situación se mantuvo durante casi cinco meses hasta que dejé de acudir a la sala de masajes orientales y Sole, que nunca supo que había ido allí con asiduidad, me regaló unos calzoncillos, tipo tanga, ceñidos y menguados de tela que, aunque me resultaba bastante incomodo el permanecer con la tira trasera introducida en la raja del culo, ejercían tal presión en mis atributos sexuales que, a pesar de que seguía “marcando paquete” y sólo me cubrían los huevos y parte del “rabo” por lo que el capullo se me salía por la parte superior ó por los laterales de la prenda, lograron acabar con ese problema. Pero, gracias a esas erecciones hacía adelante, Sole me comenzó a chupar regularmente la “salchicha” que, a pesar de su oposición inicial, la hice mantener totalmente introducida en su boca mientras me sacaba dos polvos seguidos, obligándola a ingerir mi leche y mi lluvia dorada desde el primer día. Al principio sintió arcadas y náuseas y cada vez que la daba “biberón” ó mi orina se sentía muy revuelta e incluso “potaba”, pero no tardó en acostumbrarse sobre todo al pensar que, después de la felación, la iba a comer la “seta” al mismo tiempo que la hurgaba con mis dedos en el ojete con lo que “liberaba ventosidades” y la dejaba bastante predispuesta para la defecación mientras que a mí me seguía agradando que, después de alcanzar varios orgasmos, se meara al más puro estilo fuente.
En su momento no la sorprendió que la hiciera “degustar” e ingerir mi lluvia dorada al echársela en la boca porque, según me dijo, era el macho y aunque fuera una autentica cerdada, tenía derecho a tomarme tal libertad pero la sorprendió que, después de haberla visto orinar muchas veces, una tarde no la hiciera caso cuándo, como otras veces, me pidió que me apartara puesto que se iba a mear y observó que, arrodillado entre sus abiertas piernas, estaba recibiendo su micción en mi boca y que me deleitaba sumamente con ello. Otra noche la hice flipar en colores cuándo, doblada ante mí, me indicó que no podía retener más la salida de su caca y la coloqué mi boca en el orificio anal para que me la echara con intención de poder “degustarla” y comerla. Aunque intentó mantenerla en su interior para que no pudiera darme semejante gustazo, que la chica consideraba repugnante, un “beso negro” con una buena lamida y un leve hurgamiento anal con dos dedos fueron suficientes para que dejara de resistirse y me diera su evacuación. Cuándo acabé de ingerirla me indicó que nunca había pensado en verse envuelta en semejantes marranadas pero que la comenzaba a complacer que fuera tan cerdo y que me sintiera tan atraído por su orina y por sus excrementos.
C o n t i n u a r á