Pervertido y semental (Parte número 1).
Comienzo a publicar, dividida en varias partes, otra larga historia que espero sea del agrado de mis lectores más fieles y que, los que aún no hayan leído nada mío, la siga con interés. Gracias a todos y para bien ó para mal, espero vuestros comentarios.
Catalina, mi madre, se encontraba preñada de mí cuándo, a través de la extracción de flujo que la realizaron en una revisión rutinaria propia del embarazo, los médicos la detectaron un tumor vaginal. La hicieron la biopsia y una vez que se confirmó que era maligno, la indicaron que una intervención quirúrgica de este tipo en su estado entrañaba demasiados riesgos para el feto por lo que decidió no poner en peligro mi vida, continuar luciendo “bombo” y esperar las nueve semanas que la quedaban para dar a luz antes de pensar en operarse.
Dos meses después de parirme entró en el quirófano donde la extirparon el útero y los ovarios y aunque el tumor se había extendido, los médicos la indicaron que, siguiendo un tratamiento, podría llevar una vida similar a la de antes. Afrontó su enfermedad con ganas para ir decayendo al ver que cada día estaba peor y cuándo un año más tarde la hicieron otras pruebas, los facultativos que la atendieron la informaron de que el tumor estaba comenzando a afectar a varios órganos vitales y que no podían hacer otra cosa que no fuera el evitarla los dolores e intentar darla una calidad de vida digna en los seis meses que, aproximadamente, la quedaban de vida.
Ante semejante contrariedad Catalina habló con Felipe, mi padre, para hacerle ver que todavía era demasiado pequeño para defenderme solo y que como él siempre estaba liado en el taller que regentaba y no me podía dedicar mucho tiempo, iba a necesitar una fémina que me atendiera y cuidara cuando ella faltara. Para lograr su propósito le fue presentando a sus amigas y conocidas con lo que, sin pretenderlo, le puso en bandeja el “catar” a algunas de ellas hasta que terminaron decidiendo que la más idónea era Blanca María, la hermana menor de Catalina.
Pero Felipe, que era un mujeriego al que no le agradaba tener a su “banana” en reposo durante mucho tiempo, pensó que ya había tenido bastante con una hembra estrecha y recatada como Catalina y temiendo que Blanca María fuera igual, se dedicó a tantear a algunas de las mujeres del vecindario y cuando se produjo el óbito de mi madre, prefirió “pasar” de su cuñada para elegir a Virginia, una agraciada y delgada joven de cabello moreno que meses antes se había hecho con el traspaso de una librería existente en uno de los locales situados en los bajos del edificio en el que vivíamos. La muchacha era de ascendencia italiana por parte de padre y asiática por parte de madre por lo que en su rostro se entremezclaban ciertos rasgos latinos y orientales que la hacían ser aún más atractiva y aunque su “delantera” no fuera voluminosa, se encontraba dotada de un bonito y prieto culo y como iba a tener ocasión de comprobar más adelante, de una apetecible, jugosa y “tragona” cueva vaginal, muy abierta y amplia, que siempre se mantenía húmeda.
Una semana después del fallecimiento de Catalina iniciaron su convivencia en común pero, como Felipe no pretendía agraviar a la familia de la que había sido su cónyuge con una boda rápida, acordaron el comenzar a vivir juntos para, pasado un tiempo, pensar en contraer matrimonio, lo que nunca se llegaron a plantear.
Mi relación con Virginia, aunque no fuera tan cariñosa como hubiera sido con mi madre, resultó bastante afectiva y cordial aunque, a medida que me iba haciendo mayor, me fastidiaba mucho el que no me dejara tener la suficiente intimidad para hacer ciertas cosas que podía realizar perfectamente solo como el vestirme ó el desnudarme; que cada vez que tenía ganas de mear se empeñara en acompañarme al cuarto de baño para sacarme la chorra al exterior; mantenérmela agarrada con su mano mientras me veía expulsar la orina; meneármela al terminar para que soltara las últimas gotas y después de mirármela unos segundos, volvérmela a ocultar en el calzoncillo y el pantalón; que estuviera presente cada vez que defecaba con intención de poder ver mi evacuación depositada en el inodoro y de limpiarme el ojete con su lengua haciéndome permanecer doblado ante ella ó que no me dejara cerrar la puerta del cuarto de baño al ducharme para poder entrar cuándo la daba la gana con el propósito de magrearme mientras me decía que estaba deseando verme con la “herramienta” empinada y echar la leche.
Pero lo que más me repateaba era que me mantuviera tan sumamente controlado que, cuándo llevaba más de dos días sin “jiñar”, me hiciera acomodarme en el “trono” abierto de piernas para meterme su mano derecha por la entrepierna con intención de, mientras me lamía los atributos sexuales, “taladrarme” el orificio anal con uno de sus dedos con el que me hurgaba al mismo tiempo que me obligaba a apretar hasta que se lo impregnaba en mi caca y al extraérmelo, me hacía incorporarme para verme expulsar un par de gordos y largos “chorizos” ó que, incluso delante de Felipe ó de Marisol, la asistenta, me obligara a tumbarme boca abajo sobre sus piernas para mantenerme abierto el ojete con sus dedos mientras me ponía una ó dos peras laxantes con las que me provocaba unas masivas evacuaciones líquidas. Mientras me veía defecar la gustaba sobarme los atributos sexuales llegando a reconocer que se ponía tan cachonda con ello que mojaba su braga.
C o n t i n u a r á