Perversos

El Camino de las negruras no tiene regreso...

PERVERSOS

Desvístete...

Adrián alucinaba, tanta vida, tantos momentos, tanta búsqueda. Navegó por los lugares más oscuros, quebró su cuerpo, atentó contra su alma. Sexo desmedido, drogas, consecuencias... todo sin respuestas, sin su respuesta. Y luego el vacío, el inevitable vacío de las búsquedas equivocadas. Y la desesperanza. El arma decidida en su regazo y un último grito "

Se cae la luna, te miro a los ojos, y sonríes. Ahora, todo es oscuridad, y adiós." Pero ella respondió, ella le dio su respuesta, detuvo la bala, llenó el vacío.

¿Quieres que la desvista para ti?

Y en su mirada el odio, profundo odio... y el amor... Eran dos felinos, panteras que todos temen. Esos ojos de fuego de una, de noche cerrada del otro, profundos, inesperados; esos movimientos que a todos sorprenden, ese enigma que siempre representaban. Los dos se reían de ser los descritos en los cuentos de hadas como "malignos" y todo por no ser comprendidos, todo por ser de los pocos honestos que simplemente aceptan lo de animales que todos llevamos dentro. Sí, son bestias, también son esas bestias que se pasean por sus instintos perversos, que disfrutan de todas las pasiones. Y su amor es verdadero, tan verdadero como su odio.

Ella se lo demostró esa noche.

Se citaron en su morada. Ella demoró más de lo normal. Quince minutos, media hora, una hora... Adrián comenzaba a desesperarse cuando sonó la puerta. Extraño, ella no golpea.

¿Adrián...?

¿Quién eres tú?

Virginal, cabello rubio cayéndole hasta los hombros, ojos celestes, palidez nívea, labios carmesí. Un ángel claro, limpio, puro y asustado. Vestido blanco, abotonado al frente, de falda vaporosa, un tanto ceñido al torso, sin mangas; corto, dejando ver unas piernas delgadas, también níveas, y descalza... la chica venía descalza.

Justo detrás de ella, en el pasillo, apareció su pantera, la antítesis de la presente imagen frente a él; bronceado canela, ojos verde-amarillos centellantes, cabello negro hasta los glúteos, delgada, piernas torneadas. Vestido negro ceñido, largo hasta los tobillos, enmarcando sus curvas. Nunca la había visto así, con esa sonrisa perversa y esa expresión en su cara. Y en su mano derecha, guindando, estaban las sandalias blancas de la chica. ¿Qué se proponía?.

Ella es Mara, Adrián, y quiere saber lo que es intensidad...

Y su sonrisa, cínica y triste, de vuelta al rostro mientras la hacía pasar bajo la mirada sorprendida y complacida de Adrián. Había pensado mostrarle esa noche qué tanto guardaba por dentro, qué era lo que ella llamaba "Oscuridades" y que él tanto deseaba descubrir; y como quiera que cuando uno decide algo con fuerza, todo parece moverse para así lograrlo, la vio sentada en ese banco de plaza, preciosa chica desconsolada; la imagen del abandono, del adiós, del despecho. Su misma imagen de hacía tanto tiempo, de aquella que aún tenía esperanzas y por eso lloraba sus lágrimas ante todos, para ser vista, para ser consolada. Lo decidió. Esta chica sí tendría consuelo, la tendría a ella. Le ahorraría las dudas en la búsqueda, le ahorraría los caminos equivocados, se la ofrecería a Adrián, su Adrián.

Una tentadora charla, una mirada comprensiva y cazadora, una sonrisa triste, un odio compartido por quien osara dañarla y la seducción estaba completa. En eso, Ximena era ya una experta.

¿Estás segura ángel?, el camino de las negruras no tiene regreso

Permíteme demostrarme que soy más que una cara de ángel...

Ok. Bajo mis reglas hoy, Mara. Hoy y nunca más. Comienzas el camino, luego seguirás sola. ¿Un consejo?, corre a tiempo, si tienes miedo, corre a tiempo. Ahora acompáñame.

La mano extendida, ángel de aura negra frente a ella, serpiente tentadora y esa mirada de fuego, la irresistible mirada de fuego.

Desvístete, Adrián

Y Adrián sonriendo, malévolo, y pensando "ahora entiendo tu juego" ; dirigiéndose a la cama y sentándose en el borde, apenas deshaciéndose del pantalón solamente.

¿Quieres que la desvista para ti?, está asustada, cáptalo en su mirada, huele su miedo. No debes tenerlo chiquilla, no debes tenerlo.

Y la pantera que se le acerca, su respiración se detiene por un instante. Ahí el dedo índice de Ximena posándose en su hombro pálido, haciendo una línea transversal que la cruza hasta el otro hombro, mientras la rodea y hace medio giro hasta posarse a sus espaldas. Lacerante el calor que emana, ¡cuánta energía la de esta mujer!, ¡qué atractiva era!. Y ella que nunca se imaginó a sí misma así, dominada por ese malévolo hechizo.

El perverso mirándolas fijamente, manos apoyadas tras su espalda sobre la cama, una pierna levemente cruzada sobre la otra, el bulto bajo su slip y su mirada fija entre las dos pieles. Y la respiración pausada y segura de la perversa, su mano posada en su hombro y su aliento en el cuello. "Relájate, entrégate" . Los labios ardientes marcando camino en la curva de su hombro y una navaja en su otra mano. Mara abriendo su vestido lentamente, un botón, dos, tres... La mano de la perversa que la detiene con la navaja, la mirada posada sobre el perverso, como la suya, y la navaja alojándose bajo el cuarto botón, presionando hacia arriba. Un salto blanco cayendo al suelo, otro salto... y final. Apenas alcanzar a ver cómo a su lado la perversa coloca la navaja entre sus dientes y con sus manos libres hala la tela abierta hacia atrás. Tela blanca rozando piel de alabastro en caída, manos mestizas que dibujan su cuerpo en el descenso; la nariz de la perversa en su espalda, su cintura, y el filo de la navaja, helado, rozando la piel desde sus dientes. Centelleante escalofrío.

Desvísteme tú, usa la navaja.

Carcajeo seco de la pantera. Mirada de odio que clava sobre él.

Lo disfrutas ¿verdad?. Disfrutas que te traiga una presa y vea tu deseo...

Tanto como tú, Ximena, tanto como lo disfrutas tú.

Mara, toma esa silla, colócate frente a él, deja tu deseo surgir. No te quites el sujetador.

La chiquilla obedeciendo, la piel de su pecho ya enrojecida. Se desnuda a medias, se sienta frente a él y observa. Ojos de fuego que se acercan al perverso; cuatro ojos encendidos que lo observan de frente: llamas celestes de gas voluble, llamas amarillas de madera ardida. Y Ximena a gatas tras él en la cama, mano con la navaja metiéndose por el cuello y el filo que sale frente a ella. Brillo de plata en medio de seda negra abriéndose camino en la tela. De nuevo el filo entre los dientes blancos de ella y las manos en garfios rasgando con odio su dolor y su amor en el gesto.

Placer al verlos, oscuros seres y ella invadida de deseo de ellos. Sus dedos que se pierden en su entrepierna, espasmo en el primer contacto. El perverso le sonríe. Sí, le gusta, a él le gusta.

Ximena desliza ahora la navaja que ha tomado de sus labios por un costado del torso de Adrián, qué hermoso espectáculo. Ella de rodillas, piernas abiertas tras él, la falda con sus aberturas laterales estirada al máximo, sus piernas bronceadas, fuertes, rodeando la belleza del perverso, como un marco. Sus rostros, uno al lado del otro, ahora cuatro ojos sobre ella; fuego, negro. La navaja bajo un lado del slip y el corte certero. Suave gemido del ángel oscuro confundido con su propio gemido. Mano izquierda enlazándose en la tela rota y mano derecha cortando el otro costado. Y la voz de Ximena, amenazante rompiendo la música de sus suaves suspiros.

Nunca los labios, Mara, no oses tocar sus labios con los tuyos.

Mara asiente, entiende. El perverso sonríe. Ximena odia. Busca los labios del perverso, su lengua que apenas los roza en el medio y ella que se aleja de él. Luego, ya frente a la presa, la misma lengua abre su boca y lame una sola vez.

Pruébalo. Sólo así y sólo ahora.

De nuevo tras ella, ya sin devaneos. Navaja bajo el sujetador, justo en el medio, en el centro de sus pechos, y el último corte. Su piel ardiendo se enrojece entera; sus mejillas, expresión de lujuria y Ximena de nuevo que se aleja.

La ve sentarse en una poltrona negra, al extremo de la habitación. La navaja en el regazo, las piernas cruzadas, sus manos entrelazadas frente a su rostro, los pulgares reposando en el mentón y su mirada fija, sobre los dos. Orden silenciosa. Es hora.

Adrián extendiendo su mano. Fuerte dejavù. "El camino de las negruras no tiene regreso" . Ella la toma, se acerca, se arrodilla ante el ángel oscuro, besa su abdomen, sus manos acarician sus caderas.

Aráñalo...

Vago intento, sus uñas apenas aprietan. Él sonríe viendo a su amada.

Nadie como tú...

Ximena se levanta, posa sus manos sobre las de ella, "Las uñas, clávalas" . Su fuerza es irresistible. Las uñas clavadas y, en firme presión, la perversa desciende con sus manos sobre las de Mara. Gemido de placer. Adrián se complace. "Te amo" en masculino, "Te odio" en femenino. Y las manos de Mara abandonadas mientras la perversa, de nuevo, se aleja.

Guíala Adrián. Guíala con tu sexo en su boca.

Mara besando el glande, Adrián enlazando sus manos en rubios cabellos, bridas dirigidas al galope y embestidas bestiales. Mara abriendo surcos en sus caderas, carmesí brillando tímido en la piel también blanca del perverso.

Perra, me lastimas.

Y más fuerte las embestidas, más rostros desdibujados de deseo.

No acabes en su boca...

La chiquilla, posesa, levantándose. Apenas viendo de nuevo la imagen de Ximena en el sillón oscuro que la abraza. Adrián sentado en la cama, con la espalda sobre la pared, en ángulo recto, frente a ella, observa, apenas observa. El perverso haciendo de sus manos garras posadas en los suaves glúteos de ella y sentándola sobre sí fieramente. ¡Qué hermoso espectáculo! Nívea inocencia arqueada sobre el corrupto. Mentón apuntando al cielo, cabellos rubios abandonados en la espalda blanca. Los ojos del perverso, negros, lascivos, observando a su amada. Ximena que se muerde los labios, sonríe de lado.

Esto soy perverso. Esto también soy mi amado. Muérdelo Mara, le gusta que lo muerdan.

Mara ya no tiene dudas, sólo tiene ansias. Lo muerde fuertemente en el hombro y Adrián gime de dolor y lujuria. Ximena sabe desatar a su bestia oscura y él se abandona a al desenfreno de su locura. Su mano rodea el cuello de Mara, aprieta, embiste; fuerte, cada vez más fuerte. Y la mira, mira a su amada también entregada, con su paciente observación, también está entregada. Mara se defiende, más fuerte lo muerde, más fuerte la mano la ahorca. Abre sus labios, busca aire, él embiste y sigue apretando. Placer en la línea de la muerte. Sin aire, pero el cuerpo igual reaccionando, se aprietan todos sus músculos, el sexo de él ahorcado por ella también en la tensión de su cuerpo. Placer en la línea de la muerte, las manos de ella golpeando su pecho, arañando fuerte y él gimiendo, embistiendo.

Maldito, no la mates...

La navaja en su cuello, el filo clavado bajo el mentón, mirada de odio y excitación. Su cuerpo estalla en un fuego que lo recorre desde su espalda y sale libre de su sexo dentro de Mara. La chiquilla, con el rostro ya azulado, es liberada y, en la aspiración de la búsqueda de aire del ahogado, también su placer estalla. Loca se mueve sobre él. Loca grita y tiembla. Loca cae sobre su cuerpo, desmayada.

Despierta para verlos besándose, ella entre los dos cuerpos, la navaja aún en el cuello de él. Los senos de Ximena en su espalda, el sudor de Adrián en su pecho y ella aterrada. Los empuja, los maldice; ellos ríen y ella corre buscando sus ropas en el suelo. No la persiguen, apenas ve sus ojos: negro, fuego, y en su beso de odio la más profunda entrega. Se aman.


¿Estás segura ángel?, el camino de las negruras no tiene regreso.

Estoy segura. Pero no me has dicho tu nombre.

La mano extendida, piel blanca bajo tela negra, ojos de fuego azul centellando en medio de la noche.

Mara, mi nombre es Mara...

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