Perversión
Mi marido lo merece todo, incluso que haga realidad una de sus perversiones. Será la única vez en la vida, será con otra persona y resultará muy, muy especial.
Desde el mismo día en el que le conocí supe que mi marido era un tipo raro y decir eso es quedarse muy, muy corta. Eso y otras muchas cosas fueron las que me enamoraron de él y cada año que ha pasado desde que nos conocimos ese amor ha ido creciendo.
Estoy tan acostumbrada a sus extravagancias que un día me confesó que escribía relatos sexuales bajo pseudónimo, que incluso había publicado un libro, y no me sorprendí. De él me lo espero todo. Leí el libro, aluciné y él me convenció para que contase mi gran aventura. Dijo que a él le excitaría leerla y a mí escribirla. Así que allá voy. Él se encargará de pulir estas líneas y aportar detalles "escabrosos" que a mí seguro me van a ruborizar.
Lo primero que me ha dicho es que debo presentar, describir a los personajes. Pues bien, él es el hombre más increíble que he conocido, tanto física como intelectualmente. Pero poco más he de decir porque su papel en este vodevil es corto. El mío es mucho más largo por eso me describiré con más detalle. Lo cierto es que no me parezco mucho a los personajes de sus relatos, soy bajita, cerca de 1,60, creo que tengo un buen cuerpo en realidad y modestia aparte, tengo un cuerpo magnífico y afortunadamente conservarlo no me supone esfuerzo, ni de dieta ni de gimnasio. Tengo 30 años, un pecho justo, una 95b, que no suelo lucir casi nunca porque soy de naturaleza discreta. De todas formas mi gran orgullo es el trasero, en su justa medida. También tengo los ojos verdes, el pelo lacio, oscuro y unos labios muy prominentes, por todo ello podría decir que siempre he tenido éxito con los hombres aunque a mí solo me haya interesado uno, el mío.
Lo cierto es que yo tampoco debo ser muy normal. Cuando vamos juntos y la gente, ellos y ellas, le miran con buenos ojos yo disfruto horrores, hasta el punto de excitarme. Siento un morbo especial y unas ganas irrefrenables de hacerle el amor. Pero sé que no soportaría verlo con otra. Él, hasta en este particular, es muy distinto. Tiene una gran seguridad en sí mismo, sabe que no me perderá jamás, y siempre ha reconocido el morbo que le daría verme en brazos de otro amante. Yo evidentemente le contestaba que estaba loco, que nunca lo haría, que no necesitábamos ese tipo de "extras". El tema salió varias veces e incluso nos tiramos a la piscina haciendo historias, imaginando situaciones en las que yo cambiaba de pareja. Poco a poco estas historias se fueron complicando, se fueron haciendo más excitantes, añadíamos máscaras, disfraces. Él me vendaba los ojos y hacía de otro hombre, poniéndose otra colonia, fumando, vistiendo distinto, todo con tal de que la "infidelidad" fuese lo más realista posible. A mi estas historias me volvían loca, para qué negarlo, pero siempre sabiendo que él es él y no otro. Lo cierto es que tiene mucha imaginación y no le cuesta contagiármela.
Con el paso de los meses seguimos con esos y con otros juegos. No teníamos necesidad de más pero yo quería darle lo máximo. Lo cierto es que no sabría decir cómo decidí dar el paso que nos faltaba, regalarle lo que más deseaba aunque no fuese de mi agrado. Era un sacrificio que estaba dispuesta a sufrir por él, aunque no sabía muy bien si con ello íbamos a abrir la caja de pandora y comenzaría el principio del fin de nuestra relación pero nada más lejos.
La oportunidad se presentó el verano de 2008. Mis padres tienen un gran chalet en una zona muy "pija" de Madrid y cuando se van de vacaciones nos dejan a su cuidado. La persona elegida no debía ser de mi gusto, debía ser del suyo. Había varios candidatos, pero solo uno encajaba en ese papel. Aunque repito, no era en absoluto de mi agrado, ni lo era ni lo es.
Lo cierto es que mi chico intenta no mirar por debajo del hombro a nadie, trata de ser políticamente correcto, pero ambos sabemos que el fondo es otro. Bien, pues el elegido debía ser uno de estos que inconscientemente menospreciaba, sobre todo tras un reciente crucero por El Nilo. Habrá quien no me comprenda, lo sé, pero para tan particular infidelidad yo prefería alguien que no fuese de mi agrado.
El elegido era magrebí, con la crisis dejaba nuestro país y volvía al suyo en una semana. Era un tipo de mediana edad, muy moreno, con una piel curtida, manos horribles, destrozadas por el trabajo, poco pelo, cerca de 1,80, pinta de "ido", pero, eso sí, muy en forma, fibroso. El tipo era poco hablador, más bien desagradable con mi madre y conmigo, me imagino que bastante machista porque observé que no recibía las órdenes de buen grado más que si se las daba mi padre. Aunque repugnante, era perfecto para el juego. Mi marido vería a su mujer entregada a un extraño, alguien que la trataría sin miramientos, un tipo que era radicalmente distinto a él. Yo entregaría, regalaría una hora de mi vida al disfrute de un anónimo y naturalmente al de mi amado. Pensé que no me sería difícil seducirlo, pero había que organizar toda la tramoya con cuidado. Mi marido lo observaría todo desde la celosía, a escasos diez metros de la piscina. Cuando le conté todo esto se quedó de piedra, no lo esperaba y, al igual que yo, tenía sus temores. Pero luego hablamos largo rato, nos dimos cuenta de que nuestra relación podía soportar esto y mucho más. Así que lo íbamos a hacer y pude comprobar cómo solo hablar de ello, solo hacer preparativos, le excitaba sobremanera.
Eran las 11:00 cuando llegó Hakim, mi presa, y llegó puntual, cosa rara en él. Como de costumbre iba vestido con un pantalón de traje viejo y una camisa terrible. La verdad es que yo nunca le había visto las piernas, bueno, ni eso ni nada que no fuesen esas manos que parecían de madera y un rostro que podía pasar por un pergamino. El tipo aparentaba sus 40 años, pero seguramente tenía muchos menos. Para trabajar se ponía un pantalón de chandal y al rato de merodear bajo el sol, con el sudor, se entreveía una figura muy formada. Hasta ese momento no me había fijado en él más de lo que me fijo en los pájaros.
Le indiqué las cosas que quería que hiciese por la parcela, todas alrededor de la piscina. El tipo asintió de mala gana, como siempre. Mientras él se cambiaba yo hacía lo propio, pero a mí me asesoraba mi marido. Era su fantasía, no la mía. Para aquella ocasión me sorprendió regalándome un biquini naranja bastante minúsculo y un pareo semitransparente. Suerte tener hecha la depilación brasileña y no tener unos pezones demasiado disparados porque vive Dios que enseñaría más de lo razonable. Yo me había preparado a conciencia, untándome todo el cuerpo con aceites, tratando de oler lo más apetecible. Temblaba como un flan, mi marido también, pero como él decía yo exudaba erotismo por todos mis poros. A punto estuvo de hacerme el amor allí mismo solo de la excitación que tenía.
Antes de lanzarme al ruedo me dio un beso que casi me deja sin respiración. Verle tan excitado casi me vuelve loca de contenta, pero sé que tuvo miedo al verme salir. Y lo cierto es que lo hice ruborizada y además me encontré a Hakim de cara. Él nunca me había visto así y me miró sin ningún disimulo, de arriba abajo, recreándose en los detalles. Aquellos eran los ojos más lascivos que he visto en mi vida, los de un depredador, se le salían de las órbitas y yo he de reconocer que hasta tuve miedo, un miedo extraño y desconocido que nunca había sufrido. He de reconocer que si a mi marido le gustan estos juegos, a mi no me desagrada en absoluto un poco de violencia en el sexo; es mi pequeña parafilia y aquella mirada tenía toda la violencia del mundo. Un tipo que se iba en una semana a su país, que se sabía solo conmigo en la casa y que me miraba como si yo fuese un pastel esperándole en la encimera. No me voy a hacer la dura, temblé entera y a punto estuve de entrar a cubrirme y terminar con todo esto. Nunca he sido muy valiente, aún no puedo explicarme como seguí adelante.
El caso es que una bandeja con un par de limonadas nos separaba. Le ofrecí una y le dije que si quería podía tomarse un baño. Hakim farmulló algo así como que no tenía bañador. Lo más normal del mundo hubiera sido darle uno de mi padre, y hasta de mi marido, pero ya estaba lanzada y ya no podía parar.
-Báñate en calzoncillos Hakim, de todas formas los bañadores te van a tapar lo mismo- De alguna manera esperaba que sintiese vergüenza y se echase para atrás.
-¿No importa calzoncillo?-
Negué con la cabeza. Lo cierto es que era una persona de pocas palabras, al que hacía muy tímido, por eso me sorprendió cuando se empezó a desnudar despreocupadamente, dejó la ropa en el suelo y se quedó en calzoncillos. He de reconocer que la visión no era la más erótica del mundo. El tipo tenía la piel muy oscura, bastante más pelo del que yo esperaba, estaba fibroso, muy fuerte eso sí, y la ropa interior era de tiempos del Protectorado Marroquí. Blancos muy apagados, unos gallumbos largos, holgados pero increíblemente tensos por una terrible erección que no intentó ni disimular. Yo si disimulé, miré a otro lado con cierta inquietud y me volví para darme un chapuzón.
Hakim empezó a relajarse un poco, entró muy lentamente, anduvo merodeando por la piscina hasta que el agua le llegó al cuello. Me miró y sonrió, aquello le agradaba. Yo nadé alrededor sin poder hacer pie al ser bastante más baja que él.
-¿Qué te pasa?, estás tenso, ¿no te gusta el agua?, ¿no te gusta la temperatura?-
-Todo bien, todo bien señora-
-Ya sé, no sabes nadar. Hakim asintió. De alguna forma me sentí protectora con él. Ahí metido me daba menos respeto. Me sumergí y aparecí frente a él.
-Pues permíteme- Ni yo misma me podía creer lo que estaba haciendo, me colgué de su hombro con las dos manos, apretando mi pecho en su brazo. Su piel me pareció muy áspera y muy hosca. Tenía un poco de miedo y pensé que en ese mismo instante me atacaría, que me iba a morder o que quizás mi marido saldría de su escondrijo poniendo fin a toda esta locura, pero no. El tipo siguió callado.
-Fíjate que blanca estoy yo y que moreno estás tú. Me paso la vida tomando el sol y nunca cojo tono. Una siempre quiere lo que no tiene.- La idea es que bajase la mirada y viese la blanquísima piel de mi escote, que era lo que tenía más a mano. Y así fue, lo miró lentamente y esbozó una sonrisa pícara. Con el movimiento me había dejado parte de la aureola del pezón fuera, un cachito sonrosado al que no le di importancia, pero que él miró con curiosidad.
He de reconocer que a mí este tipo no me gustaba nada, pero imaginarme a mi marido excitado viendo la escena empezó a desinhibirme. Aún así, el objetivo parecía absorto, como no queriendo entrar en el juego. Es posible que yo no le gustase, que no fuese su tipo.
-No sufras Hakim, intenta refrescarte, puedes hacerlo en el otro lado de la piscina, allí el agua te cubre solo hasta las rodillas. Según dije esto me solté, él sonrió y se desplazó muy lentamente hacia aquella zona. Una vez allí se dio la vuelta, se sentó en el bordillo y pude ver como la bragueta del calzoncillo se abría y mostraba el nacimiento de su pene sobre un auténtico bosque de vello negro. Estaba a reventar, con venas descomunales, un órgano oscuro, bastante imponente y a punto de escapar del todo por la bragueta. Creo que llevaba tiempo sin dar salida a tanta "tensión".
Me acerqué tratando de disimular, pero no había manera, no podía dejar de mirarlo.
-Voy a salir un momento a por un refresco, si quieres te traigo uno, te secas y ya sigues trabajando- En ese momento pasaba a su lado. Súbitamente se abalanzó, se puso en frente y me agarró el cuello con su mano derecha. Hacía bastante fuerza, me asusté. Atrajo mi cuerpo y lo unió fuertemente al suyo. Sentí aquel bulto tremendo en el abdomen, mis pechos se aplastaron con su cuerpo un poco más arriba. Él seguía en silencio, sin soltar la presa, parecía que me iba a estrangular. Su boca se acercó lentamente a mi rostro, rozó con los labios la mejilla hasta llegar al oído y susurró algo en su idioma. No sabría decir si aquello era una amenaza o una insinuación, seguramente no me hubiera gustado la traducción. Me empezó a dar besos, primero lentamente por el rostro, incluso por los párpados, después bajó al cuello apartando levemente su mano, que seguía haciendo presa y que, por cierto, dejó marca. Con un pequeño movimiento me separó de él poniéndome de lado junto a él, a su disposición. El depredador se preparaba. En ese momento puso la otra mano en el pecho, por encima de la tela. Pero no aguantó demasiado y me lo arrancó dejando todo al aire. Empezó a manosearlas con fuerza, cogiendo los pezones, yendo de la una a la otra y sin soltarme el cuello. Me arañaba y podía sentir su piel áspera irritándome, arañándome. Y además seguía susurrando cosas incomprensibles y yo me estaba poniendo como una moto.
No tardó en sustituir la mano por la boca. Mordisqueando los pezones con apetito voraz, lamiendo con terrible avidez, llegué a temer pensando que me arrancaría carne. Yo veía desde arriba su rostro oscuro devorándome e incluso empecé a sentirme mareada, llegué a pensar que era un sueño. Él supo que estaba muy excitada, soltó el cuello y empezó a manosearme los pechos con las dos manos, pero a la vez descendía hacia la pelvis. En un momento noté como me bajaba la parte de abajo, la tiraba lejos, muy lejos, en el césped y dejaba al descubierto mi sexo. Yo estaba alucinada. Él se quedó a escasos centímetros de hundir su rostro entre mis piernas, pero no hizo nada. Simplemente olerme, expirar y ponerme ambas manos en el trasero. Imaginé que era la persona con más autocontrol del mundo, me tenía entera a su disposición y no daba el paso. Después levantó la cabeza, sonrió y se incorporó. A mí se me salían los ojos. No me avergüenza reconocer que quería sentirme penetrada por aquel hombre por donde él quisiese, follada con mi marido como testigo.
No me puedo explicar que se le pasó por la cabeza, pero dio un par de pasos atrás y se quedó a escasos 2 metros de distancia, con el agua por debajo de las rodillas y observándome completamente desnuda, mojada. Miraba como un niño travieso bueno en realidad lo de esa mirada no era precisamente candidez. Lo más normal del mundo hubiera sido sentirse ridícula ante aquellos ojos. Me había dado un repaso completo, tenía los pezones a reventar, la piel roja, arañada y no podía apartar los ojos de aquella brutal erección, parecía que iba a correrse en ese instante, que iba a derramarse sobre el agua de la piscina. Era momento para retirarse del juego o continuar y elegí lo segundo. Me acerqué a él, sonrió, me puse en frente y metí la mano por la bragueta, agarrando aquel miembro desde los mismos testículos, dándole un suave masaje.
Creo que nunca en mi vida he necesitado tanto que me penetrasen y dado que no estaba mi marido aquello que tenía entre mis dedos era el único alivio. Pero antes quise darle una alegría a Hakim, probar aquello, así que me puse de rodillas frente a él, le bajé los calzoncillos mojados y dejé en libertad aquel aparato. No es que fuese muy grande, que lo era, es que estaba tremendamente excitado. Yo nunca había visto un glande como aquel, era muy oscuro, casi morado y tremendo, desproporcionado. Además brillaba con el líquido seminal. De su base nacían unas venas que parecían raíces. Y así andaba observando aquello cuando Hakim perdió la paciencia, se lo agarró con una mano y la otra me la puso en la nuca acercándomelo a los labios. Mal me está decirlo, pero las felaciones son mi especialidad. Entró en la boca con cierta brusquedad. Una vez lo tuve dentro lo saboree bien con la lengua, lo metí varias veces y le di un fuerte beso en la punta, un beso sonoro antes de lamerlo por los costados. Pero Hakim no estaba para florituras, quería descargar cuanto antes, así que volvió a "enseñarme el camino". Volvió al sube y baja. Mis pechos tocaban rítmicamente sus rodillas, me apoyé en sus muslos y me imaginaba lo que estaba viendo mi marido un poco más allá. Seguro que parecía una guarra de una película X y de alguna manera, en ese momento, aquello me excitó enormemente.
Hakim me aferraba con violencia, me la metió tan al fondo que creí vomitar. Pero no aguantó mucho, ya dije que él deseaba descargar. Estuve rápida de reflejos, aquello se tensó en mi boca, se tensó más aún quiero decir, y pude apartarme a tiempo aunque sin poder evitar que líquido viscoso y caliente de aquel extraño me cayese por el cuello hasta los pechos. Miré hacia arriba y vi a Hakim con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior. Se cogió el pene y dio un par de sacudidas más que se derramaron en mi escote. La escena era brutal, pero había terminado, así que me levanté sin mirarle, algo contrariada y salí de la piscina hacia las sillas de la piscina, donde estaban las toallas. Quería limpiarme todo aquello y entrar para que mi marido me hiciese gozar como en la vida. Estaba muy, muy húmeda y no era de la piscina.
El atardecer se nos había echado encima, me eché sobre la tumbona aún desnuda para limpiarme y sin decir palabra. Mi boca todavía tenía aquel sabor nuevo. Ya había cogido la toalla para hacerlo cuando Hakim se acercó y me paró. Sus ojos volvían a brillar, me hizo una seña, quería que me tumbase en la hamaca, y eso hice. Se quedó de pié, mirándome desnuda y de arriba abajo, observando cómo sus gotas de semen perlaban mi pecho, mi cuello. Miró mis pies, las piernas, el sexo, los pechos, me miró a los ojos descaradamente y volvió al sexo. Pensaba que su religión, sus costumbres no permitían algunas "prácticas" occidentales, el cunnilingus entre ellas, pero parece ser que estaba equivocada. Se sentó a los pies de la hamaca, junto a los míos y hundió el rostro en la pelvis. Lo hizo con una energía tremenda, sin abrirme las piernas siquiera, de eso ya me encargué yo para facilitarle la tarea. En un momento lo ví ocultarse tras el poco vello púbico que suelo dejarme. Noté que no era su especialidad, pero le ponía un interés bárbaro.
Yo ya ni pensaba en mi marido observando desde la ventana como un extraño tenía a su mujer, completamente desnuda, húmeda por su semen y entregada en cuerpo y alma de hecho le agarré el cabello y hundí aún más su cara. No tenía la cabeza para eso. Lo cierto es que no tarde mucho en marearme, la cabeza se me iba de placer y lo acompañé con un orgasmo increíble. Quedé exhausta e incluso cerré los ojos. Estaba a su disposición.
Cuando volví a abrir los ojos él estaba a mi lado, en la otra hamaca, desnudo y con su pene muy erecto entre las manos, sobraban las palabras, esta vez quería penetrarme y quería que lo hiciese yo. Ya dije que estaba exhausta, pero saqué fuerzas para levantarme, sonreírle y sentarme sobre aquello. Yo estaba muy, muy húmeda así que entró perfectamente y en esa posición, cabalgando a aquel hombre, lo pude sentir en toda su magnitud. Me volvía correr mientras entraba y no paré de hacerlo hasta que la tuve toda dentro. Los pezones se me pusieron como dos botones y eso a él debió de hacerle gracia porque empezó a manosearme los pechos como si escondiesen el genio de la lámpara. Cuando soltaba alguno de ellos era para agarrarme bien fuerte el culo y arañarlo con saña, incluso me dio algunas palmadas. La ventana, mi marido, quedaban justo detrás, así que se perdió el manoseo delantero, pero no así el trasero y la rítmica, la brutal penetración de su esposa. Su visión debió ser salvaje. Hakim no paraba de tocarme, yo misma me tocaba cuando él dejaba algo libre, ponía mis manos en su pecho, le arañaba también y hasta me atreví a cogerle los testículos, cosa que pareció agradecer. Lo cierto es que tuve varios orgasmos antes de notar que se tensaba, que su miembro empezaba a escupir, a contraerse dentro de mí. Notar aquello todavía me puso más excitada, así que seguí con el bamboleo aunque él ya estuviese en retirada y para mi sorpresa no dejó en ningún momento de manosearme. Se incorporó un poco para meterse un pecho en la boca, no tenía escrúpulos con su propio semen que seguía allí.
Al rato aquello volvió a crecer y volví a tener un orgasmo cuando él se corrió de nuevo. Yo ya no podía más, con las pocas fuerzas que me quedaban me fui a la otra hamaca y me tumbé de lado, dándole la espalda, dispuesta a esperar que se fuese, a dormirme y que viniese mi esposo a ver qué tal me encontraba. Imaginé que ya que no había salido le había gustado el espectáculo.
Ya había cerrado los ojos cuando me despertaron unos dedos jugueteando con mi trasero. Me dí la vuelta y ahí estaba Hakim. Recé porque no tuviese más energías, porque yo ya no podía más. Me quedé otra vez desnuda, tumbada ante él. Hakim Sonrió.
-La próxima vez, lo quiero- y me señaló el trasero. No hacían falta muchas explicaciones, volvería a por mí y esta vez me quería sodomizar. Me imagino que eso y todo lo demás. Después cogió su ropa y se marchó. Nunca vi un tipo más satisfecho.
Mi marido siempre recuerda que salió cuando le oyó cerrar la puerta de la vaya. Y siempre recuerda la extraña sensación, tras casi haberse vuelto loco de excitación allí dentro, de verme en la hamaca. Me vio de lado, tumbada y dormida, dándole la espalda. Un hilo de semen se derramaba por mi culo, cuando se dio la vuelto otro salía de entre las piernas, mis pechos estaban enrojecidos y brillaban por el líquido de aquel hombre, y yo dormía con cara de satisfacción.
Hakim no volvió jamás, mis padres lo despidieron antes de que apareciese con la excusa tonta que se me ocurrió. Y no lo echo de menos, no voy a mentirles. Disfruté con él, no diré que no, pero disfrutamos más nosotros cada vez que nos acordamos.